YO LO CUENTO MEJOR Andrea Avendaño Hernández
PRÓLOGO “No es por arruinarte el final, pero todo va a estar bien.”
YO RECUERDO CADA DETALLE
Desperté con el dolor de cabeza típico del primer día de clases. Una alarma chillona me obligó a abrir los ojos. Me despedí de mi cama rosada, alguien tenía que cepillar mi cabello, ponerme el uniforme, darme de desayunar y me pareció ridículo pensar en mi mamá haciendo todo eso por mí el primer día de tercero de secundaria. Logré convencerme de que ese iba a ser un buen día. La verdad es que nunca he sido buena con las mentiras, pero esa mañana, me lo creí. Me acerqué al tocador de madera, de no ser por mi cama ese sería mi lugar favorito. Mis ojos no estaban acompañados de abultadas ojeras moradas, pero me veía cansada. Saqué mi uniforme, me vestí y recogí mi cabello en una coleta. No usé maquillaje, a los 14 años no lo necesitaba. Por fortuna Adela, la mujer que me dio la vida, tocó la puerta e interrumpió la plática conmigo misma, se me estaba haciendo tarde. -¿Maya? ¿Ya te levantaste? -preguntó con dulzura. Ella me heredó los rasgos físicos, la estatura de menos de 1.60 metros, el carácter y, por supuesto, el sentido del humor. -No mamá, sigo dormida, ¿porqué? -no pude evitar morderme los labios al pensar que mi respuesta iba a enfurecerla. Yo Lo Cuento Mejor 3
-Eres muy graciosa -contestó al abrir bruscamente -Te ves muy bonita -le dije con contrastaba con su cabello largo y café.
sinceridad.
la puerta. Su
impecable
vestido
blanco
-Tú más -replicó sonriente. Juntas bajamos a desayunar, nos esperaban en la mesa los dos hombres de la casa. Uno de ellos era Bruno, la única persona con la que compartía toda mi herencia genética. Él, el hijo perfecto, estaba por entrar a estudiar medicina. Su coeficiente intelectual era casi tan insuperable como su físico. Siempre andaba bien peinado, excepto cuando hacía ejercicio. Le regalaron un carro cuando terminó la preparatoria, porque demostró ser lo suficientemente responsable como para ganarse ese privilegio. Mi hermano mayor, el metiche que no era metiche sólo “se preocupaba por mí” o eso decía mi mamá. El otro, era mi héroe, Octavio. Mi papá. Se parecía a mi hermano físicamente, pero él tenía una sonrisa dulce y no de rompecorazones. Con sólo mirarme, me hacía saber que era su persona favorita y él, mi consentido de la casa, sin dudarlo. -Buenos días, señor Ramírez -le saludé y corrí a darle un beso. Su respuesta acompañado de de la casa. Mis a su primer día
fue el clásico “Buen día, hija” que sólo era especial porque iba una sonrisa cálida y motivadora. Terminamos de desayunar y salimos papás se fueron juntos. Bruno me llevó a la escuela y luego se fue de universidad.
-Suerte -le dije con cariño, me pellizcó el cachete y me guiñó el ojo como diciendo “no la necesito”, engreído.
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Agradecida de que las clases habían terminado, fui con Regina a un parque cerca de la escuela. Mi mejor amiga me entretuvo contando historias de sus vacaciones, casi ni me di cuenta de la hora y menos me preocupé porque mi hermano no llegaba. Por poco y no noto al chico que escondía sus ojos detrás de unas gafas oscuras. Atractivo, pero era actitud y no físico. Lo vi cuando caminaba hacia nosotros con mucha seguridad para preguntarnos dónde había un teléfono público cerca. -No hay ninguno cerca -se llevó las manos a la cabeza tras mi réplica, su angustia se notaba aún con los lentes de sol puestos. -¿Te urge llamar a algún lado? -preguntó mi considerada y coqueta amiga-. Te presto mi celular -él acepto y se alejó un par de pasos para llamar, pero regresó enseguida. -Ya no tienes saldo, pero gracias. -Te presto el mío -sonrió y me tomó la palabra, esta vez no se apartó, se sentó a un lado de nosotras y marcó. Casi de inmediato, me lo devolvió. -Gracias, no me contestan. Hoy no es mi día. Se retiró, pero se quedó parado junto a un árbol. Regina hizo una llamada de prueba y descubrió que sí tenía saldo. -¡Es un extorsionador telefónico, Maya!, y le dimos nuestros celulares -Regina se asustó y empezó a suponer cosas-. Revisa tu registro de llamadas, ¡ya! -Del mío sí llamó –nos miramos una a la otra, paralizadas. -Perdón, ya vámonos –interrumpió mi hermano-. Regina, ¿te llevamos? Yo Lo Cuento Mejor 5
-¡Claro!, gracias –mi amiga se olvidó de lo sucedido en cuanto apareció su amor platónico, Bruno. -Perfecto nos vamos en un momento, quedé de ver a un compañero de Enrique aquí afuera. -¿Para qué? Ya vámonos –repelé. -Para unos boletos, lo buscamos y ya, a menos que quieras irte sola. Puedo prestarte cambio para el camión. Eso de “buscamos” fue un decir. Regina y yo sólo caminábamos detrás de mi hermano. Ella se distrajo hablando con él y yo tenía miedo. Mis papás iban a matarme cuando supieran que hice una de las cosas prohibidas para mí: prestar mi celular a extraños. En los programas de noticias habían salido casos como ese, alertando a la población. Yo presumía de ser hábil, cuidadosa y me había dejado engañar. Estaba a punto de contarle a mi hermano, preparada para escuchar: “Mis papás te van a quitar ese teléfono”, “Mamá se va a volver loca” o “Ojalá te castiguen, ya te lo mereces”. Por suerte, encontró al susodicho de los boletos, el criminal. -¡Qué onda, Mateo!, no te reconocí con el cabello así. ¿Cuánto tienes sin cortártelo? -dijo mi molesto hermano al tipo que acababa de extorsionarnos. -¡Hey, Bruno! Pensé que me habías dejado plantado -estrecharon las manos; el delincuente decidió ignorarnos a Regina y a mí. -Se me hizo tarde, pero me hubieras llamado al celular. -Lo intenté, pero yo olvidé el mío, ya sabes con los nervios del primer día. No hay ningún teléfono público cerca. Yo Lo Cuento Mejor 6
¡Obviamente no lo intentó!, el mentiroso infractor, que parecía todo un criminal, acababa de extorsionarme y decidí defenderme. -No es verdad, nos pidió nuestros teléfonos celulares para llamar pero no lo hizo – repliqué. Regina me miraba boquiabierta y me apretó la mano con fuerza. -Es cierto, fingió que mi teléfono no tenía saldo para que tu hermana también le diera el suyo -mi mejor amiga se armó de valor para apoyarme, pero se puso color manzana cuando mi hermano volteó a vernos con una mirada que nos atravesó como un cuchillo. -¡Maya! -gritó Bruno- Mateo, perdónalas, tienen 14 años, a esa edad las niñitas alucinan demasiado y les gusta meterse en lo que no les importa. El chico sonrió y se dispuso a entregarle a mi hermano los famosos boletos. Regina me jaló y me susurró: -Más vale que aclares las cosas con tu hermano, me muero de pena -le torcí la boca y puse los ojos en blanco, ¡vaya amiga! -Gracias, nos vemos el viernes. Cuídate y salúdame a Quique. Mi hermano se despidió de mi agresor sin haber dicho ni una palabra para defenderme. Yo volteé a ver al tal Mateo cuando ya nos alejábamos. El tipo me sonrió retador, sacó un cigarro y lo encendió justo antes de darse la vuelta.
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