YO CLEOFAS Por el pastor Fredy Ávila Yo soy Cleofas, uno de los discípulos de Jesús. Digo Jesús y no Jesucristo; por que hasta aquel domingo por la tarde, todo se había derrumbado. Jesús de Nazaret que hasta ahora nos había cautivado, el poderoso profeta en palabras y obras; ahora era solo un Jesús de Nazaret, cuyo nombre quedaba gravado en nuestros corazones, pero que no era el Mesías que nosotros esperábamos que redimiría a Israel. Quiero contar y admitir lo insensato que fui. ¿Cómo pude ser tan duro de corazón para creer? Si todo el Antiguo Testamento registra que el Mesías, antes de su gloria, sufriría y moriría como un criminal. El mismo maestro lo había anticipado numerosas veces. ¿Cómo pude ser tan necio, tan ciego, tan incrédulo? Debo tener cuidado, de ahora en adelante. Debo tener cuidado con mi corazón incrédulo. ¡Que presto estoy para creer solo lo que me conviene! ¡Que insensible! ¡Que necio! ¡Que duro de corazón! Las pobres mujeres, las muchas Marías lo habían creído ya y lo habían anunciado. Pero nosotros los hombres, los “súper discípulos” no podíamos creerlo. Aquel día por la tarde con el corazón cargado de dolor y de mucha confusión, caminábamos cansados por el camino de Emaús. Atrás dejábamos la pascua; atrás dejábamos la bulla; a los maestros traidores y a aquella ciudad “testigo.” Nunca había sentido tanto, tanto dolor. Yo no quería nada, solo quería llegar a Emaús, mi pueblo natal y ahogar mi dolor con mi rutina de vida. No quería más hablar... y menos con un extranjero; a menos, que al hablar yo desahogara el dolor de la angustia y la desesperanza. Aquella tarde, yo Cleofás caminaba rápidamente, junto a mi compañero, cuando unos pasos, los de un extraño caminante, los de un forastero desorientado, pronto nos alcanzaron. Y como siempre nos preguntó; no porque no supiera, sino porque era su método de enseñanza. Mas hasta ese entonces nuestros ojos estaban velados. ¿Cómo pude ser tan ciego y tan incrédulo? ¿Qué son estas palabras que intercambiáis entre vosotros?, preguntó el intruso; parecía ser el único que a propósito, no sabía aquello que estaba en cada boca. Yo Cleofás, con asombro le respondí ¿eres tu el único extranjero que no has sabido lo que ha ocurrido en Jerusalén?, ¿qué cosa? respondió el extraño. Aquí yo encontré la oportunidad perfecta para desahogar la tristeza y el desconcierto de mi pobre corazón; aunque fuera con un extraño ignorante. “Lo relacionado con Jesús, le dije, Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en palabras y obras a quien nuestros principales sacerdotes y gobernantes le entregaron para ser sentenciado a muerte y le crucificaron. Pero hoy, ya es el tercer día que acontecieron estas cosas. Aunque, algunas de nuestras mujeres fueron al sepulcro y como no hallaron su cuerpo dijeron que ha resucitado, al oír esto algunos de nuestro compañeros, corrieron al sepulcro, pero no lo vieron.” ¡Que ciegos fuimos todos!, ¡que incrédulos! ¡Que insensatos! La cruz derribó nuestra esperanza. La tumba la encerró para siempre: · Las mujeres van de madrugada a ungir a un cuerpo muerto. · Judas, con el salario de su iniquidad, compró un campo y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad y todas sus entrañas se derramaron. · Tomas estaba sorprendido en medio de un terremoto de dudas. · Pedro estaba abrumado por el remordimiento. · Juan mitigaba el dolor cuidando de la madre del maestro. · Maria estaba paralizada por la anestesia del dolor, pues una espada la atravesó.
· Y yo, Cleofás, caminaba, rota en mil pedazos mi esperanza, como un barco perdido en la lejanía. Sólo había confusión y desconcierto, nos sentíamos también como condenados a muerte. Jesús de Nazaret crucificado, esto era el adiós a la esperanza. ¿Qué ha resucitado? ¿Quién dice? ¿Las mujeres? ¡Disparates, locuras, alucinaciones! ¡Nadie esperaba ver al resucitado! ¡Jesús estaba muerto! Si no le quebraron las piernas fue porque el día de reposo comenzaba. Pero estaba muerto. Aquellas emocionantes experiencias, jamás volverían. ¡Oh Insensatos y tardos de corazón “dijo el forastero” para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara en su gloria? Innumerables pasajes del A.T. lo anticipaban. El mismo maestro lo enseñó repetidas veces. El Cristo debe morir y al tercer día resucitar. ¡Que ciegos, que incrédulos, que insensatos! Antes de la gloria, viene el sufrimiento. Génesis 3:15; Éxodo 12:13; Números 24:17; Deuteronomio 18:15; Salmo 2:2, 22; Isaías 2:4; Jeremías 23:5; Ezequiel 17:22; Daniel 2:24; Miqueas 5:2; Hageo 2:6; Zacarías 3:8; Malaquías 3:1 El forastero nos interpretó casi todo el Antiguo Testamento. Al llegar a Emaús después de haber caminado diez kilómetros, sin sentirlo; nos vimos obligados a invitar al forastero. Pues a la verdad, cuando hablaba, hacia arder nuestros hambrientos corazones. Él aceptó nuestra insistente invitación pero... cuando tomó el pan y lo partió, después de haber dado gracias... ¡nuestro ojos fueron abiertos! Era el maestro, sus manos horadadas, la forma en que partió el pan...síííííí, era él. Era el maestro, ahora vuelto a la vida. Mas en un abrir y cerrar de ojos, desapareció. Atónito, perplejo, maravillado, le dije a mi consiervo; ¿No ardían nuestros corazones mientras nos hablaba en el camino? ¡El vive! Brincamos, gritamos, danzamos... y luego dije: ¡Él iluminó nuestro espíritu moribundo! ¡Él revivió nuestra esperanza, él vive! Inmediatamente nos levantamos, e impulsados por una fuerza sobrenatural y un gozo indescriptible, caminamos otros diez kilómetros por la noche obscura, sin importarnos los peligros del camino. Al llegar a la santa ciudad, sabíamos por supuesto donde encontrarlos y tras abrirse la puerta, íbamos a gritar la buena noticia; pero antes de abrir nuestras bocas; tuvimos que escuchar de ellos: “El Señor ha resucitado y ha aparecido a Simón.” Luego contamos nuestra historia: ¡Un nuevo comienzo! ¡Luz en las tinieblas! ¡Vida que derrota a la muerte! ¡El Señor ha resucitado de verdad! ¡La cruz, el mismo instrumento de desconsuelo, se torna en un objeto de gloria! ¡La resurrección de nuestro maestro, es la fuente de una esperanza viva! ¡El vive! ¡El vive! ¡Ha resucitado! ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.