Wachiturros, el fenómeno menos pensado

23 oct. 2011 - de la Universidad de. Buenos Aires (UBA), ... Morón. En la plaza, que lleva el mis- mo nombre del barrio, un grupo de adolescentes vestidos ...
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INFORMACION GENERAL

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Domingo 23 de octubre de 2011

Sociedad | La evolucion de las tribus urbanas

Wachiturros, el fenómeno menos pensado Tienen más de 8 millones de visitas en YouTube; usan ropa de marca; bailan y cantan reggaeton tecno; sus antecesores son ingleses FRANCO VARISE LA NACION Hace poco más de un año llegó un e-mail a la Redacción que decía: “Qué manera de haber turros en el subte…” Al principio, era difícil de comprender. Incluso, sugería un pensamiento irónico: «¿Solamente en el subte? ¡Es un gran avance!». Pero no. Al poco tiempo, alguien recordó la conversación que había mantenido unos días antes con un colega muy observador. En septiembre del año pasado, los turros aparecían como el lado B de las tribus urbanas, una improbable amalgama entre los extintos floggers y los cumbieros. Los turros son un derivado de estas dos corrientes populares muy resistidas en general por casi todos los que no son… cumbieros o floggers, claro. La diferencia es que los turros mueren por el reggaeton tecno –tienen pasos de baile como en su momento tuvieron los floggers– y se visten con ropa de marca como La Martina, Lacoste, Kevingston y Nike. El uso de esas insignias en su vestuario imprime distinción y los colores rosa o lila son los más elegidos. Para graficar mejor: si alguna vez alguien se cruzó con un joven con uno o más piercings negros o amarillos sobre el extremo superior de su boca, una chomba grande a rayas horizontales y el pelo cortado tipo taza, planchado hacia adelante y con reflejos rubios brillantes, estuvo en presencia de un turro. Casi todo el tiempo, llevan una gorrita de béisbol, suéteres de rombos tipo inglés y el largo de sus pantalones deportivos o jeans no puede sobrepasar la mitad de la pantorrilla, aunque haga frío, mucho frío. “Cada vez somos más... Los turros no molestamos a nadie, somos jóvenes piolas que nos gusta vestirnos bien y conocer gente... aguante la cumbia”, expresó Carina Sosa ante una consulta de LA NACION en plena calle. Las chicas utilizan pantalones de jean muy ajustados y remeras cortas. El look se completa con el pelo recogido en una larga cola de caballo, piercings y flequillo.

El fenómeno El grupo de música Los Wachiturros no hizo otra cosa que explotar esta corriente popular para hacer trascender las fronteras socioculturales iniciales. La versión de su canción “Tirate un paso” y su correspondiente video en YouTube, que acumuló ocho millones de visitas, son la novedad algo bizarra del momento. Los Wachiturros cuentan con 344.731 seguidores en Facebook y, en las últimas tres semanas, superaron en ringtones a Chayanne y a Ricky Martin, con 300.000 descargas. El grupo, que cambió varias veces de integrantes desde su formación original, realiza unos 20 shows por fin de semana (ver aparte). Y llegaron hasta el programa de Susana Giménez, algo que, para este rubro, equivale a plantar la bandera en la cumbre de la montaña más alta. Y no sólo se sentaron en living de la diva de la TV, sino que la invitaron a bailar unos pasos. Susana, subida a unos enormes tacos altos y haciendo equilibrio, se animó. Fue toda una explosión de rating y, seguramente, de sorpresa para la anfitriona. El mundo turro, de todos modos, encierra sus misterios. Resulta difícil desentrañar de dónde surge esa autodenominación extraña para estos tiempos (un término arrabalero poco utilizado entre los jóvenes). Al principio, o sea hace apenas

un año, eran en su mayoría chicos de hogares de clase media baja del norte del conurbano bonaerense que solían reunirse en el Unicenter Shopping, en Martínez. Esos encuentros terminaron por llamarse: Uniturros. “Son muy nuevos... Veo que son chicos de sectores populares y creo que la utilización de ropa de marca es una identificación con la clase alta y que tiene que ver con este momento de alto consumo”, opinó el sociólogo del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Marcelo Urresti. Al igual que los ex floggers utilizan los foros de Internet y los smartphones para exhibirse y comunicarse. Podrían definirse como los “Pibes Chorros sensibles” o la evolución 3.0 de los seguidores de la cumbia villera. En Internet abundan las fotos de chicos del mismo sexo besándose a contramano del perfil machista de otras tribus relacionadas con la cumbia o el reggaeton. En realidad, los turros, de apariencia algo atemorizante o marginal, sólo se aglutinan para bailar y conocerse. “Aguanten los turros vieja ajajja.. esoo si,yo no soi tan puto como otros que antes eran floggers y ahora se besan entre pibes jaja,, yo era antes cumbiero y ahora me ise turro ja [sic]”, escribió trayko22 en un foro de Internet al ser consultado por LA NACION. Los mensajes escritos casi en jeroglíficos, con faltas de ortografía a propósito, potencian aún más esa imagen “conurbana” que exageran en transmitir. El lenguaje, sin duda, merece un párrafo aparte. “Todo piola” (todo bien), “ea gato” (hey, vos), “alta yanta” (buenas zapatillas) y “wacho con ruedas” (chico con auto) son algunas de las muletillas que utilizan todo el tiempo. “Los wachiturros se llaman wachis, por wachines, en referencia a su juventud. Y turro no es una mala persona como se definía antes, sino alguien que está a la moda”, expresó Hooft, en una aproximación al significado del nombre de esta corriente juvenil. “Hoy, un turro, o un wachiturro, es alguien que quiere tener muchos amigos, un grupo de pertenencia distinto al de la cumbia como si fuera un peldaño desde donde ascender socialmente”, expresó María José Hooft, investigadora, autora del libro Subculturas juveniles, que se editó en 2008. Ella ubica el nacimiento de los turros hacia finales de 2009. Los turros, con los wachiturros como expresión masiva, ya están entre nosotros. Y está visto que lograron hacerse visibles.

Tips para la conversión en un wachiturro

El grupo, en póster presentación

LA NACION

Los padres emulan a sus hijos

Piercing de colores en toda la cara, sobre todo, en la boca, las cejas y los pómulos. Pelo rapado con una cresta, en general, teñida con mechas rubias. El corte es “cuadrado” en la frente y las patillas. También se depilan las cejas.

La vestimenta es siempre de marcas conocidas: camisas abotonadas hasta el cuello y chombas, siempre de colores.

Los bailes y las coreografías que ellos mismos inventan son de estilo turro. Interpretan con los pasos lo que dice la letra de la canción.

ADEMAS Que sigan sonando Los Wachiturros, por Francisco Seminario. Enfoques

Los chavs en Inglaterra jamás bailaron en la televisión ni hacen giras en grupo, pero tienen similitudes asombrosas con los wachiturros o los turros argentinos. La vestimenta que representa a un chav consiste en remeras a rayas de colores llamativos, gorritas a cuadros de la marca Burberry, buzos canguros de estilo rapero, joggings deportivos –que usan metidos dentro de las medias– y zapatillas blancas, siempre de marca. Estos adolescentes, en su mayoría de la clase trabajadora inglesa, se apropiaron de ciertas prendas de ropa de clase alta al punto de que algunos fabricantes trataron en vano de distanciarse del estereotipo por considerarlos vulgares. Un gran ejemplo fue cuando Burberry, en 2004, dejó de fabricar las gorritas a cuadros que los chavs habían adoptado como

prenda ineludible. De noche, en barrios periféricos de ciudades como Londres (donde están los chavs) o en Manchester (donde al mismo estereotipo lo llaman scallies) cada vez más jóvenes se congregan en esquinas y parques en plan de pandilla marginal. Cuentan con su propio lenguaje, como los turros o wachiturros, en el que exageran los acentos regionales para diferenciarse de los otros jóvenes del mismo lugar. Los chavs se esmeran por ser diferentes aunque, tal como los wachiturros, se asemejan mucho entre sí: la misma ropa, el mismo lenguaje y las mismas costumbres que los unen como tribu urbana.

El autor es un periodista de Manchester que vive en Buenos Aires

Pega el sol de octubre en San José, un barrio de casas bajas ubicado en Morón. En la plaza, que lleva el mismo nombre del barrio, un grupo de adolescentes vestidos con uniforme de colegio juega un “picadito”. “Estaba comiendo una hamburguesa y no se la quisieron cobrar.” “Una empleada lo reconoció en el Registro Civil y no le cobraron el DNI.” “Estaba afuera de mi casa y, en un minuto, un grupo de chicas lo rodeó para pedirle autógrafos: sólo se le veían las zapatillas fluorescentes.” En ronda de mate, el grupo de padres comienza a recordar la historia de sus hijos, los integrantes de Los Wachiturros, una banda que realiza una decena de shows por noche. Con movimientos rítmicos y coreografías ajustadas, los adolescentes que saltaron a la fama con su tema “Tirate un paso” y que tienen entre 16 y 22 años, parecen no tener nombres: sus padres los llamarán Leíto, Brian, Kaká, Gonzalito y Memo. Los padres de McCakito, la voz de la banda, son los únicos que no asistieron al encuentro convocado por LA NACION . Según relatan, Leíto y Brian, compañeros de la escuela 55, bailaban todo el día: en sus casas, frente al espejo, practicaban cada paso. “Iban a bailar a la matiné y de ahí al boliche. Brian me robó el documento y le hizo una copia para poder pasar porque es menor de edad”, agrega Marcelo Lencina, padre de Leíto. Según recuerdan, una noche, hace unos siete meses, mientras bailaban en un boliche de San Justo, los vio Memo y se los presentó a Tata y Bazooka, integrantes de Akkua Managment, compañía que actualmente los representa. Unos días después, Tata le dijo “bailá” a uno de ellos, en plena calle. Brian improvisó y los representantes quedaron asombrados. Lo que siguió fue la búsqueda de dos integrantes más que fueron elegidos por un casting. Gonzalo y Kaká fueron los elegidos. Los adolescentes decidieron entonces alquilar un salón del centro cultural El Resorte, el mismo donde ahora los padres cuentan la historia

de sus hijos. “Brian me repitió de año. Llegaba de la escuela y me decía: «Tengo que ir a ensayar», y yo lo quería matar”, recuerda Lencina. Los cuatro bailarines acompañaban a los grupos de la compañía Akkua cada vez que tocaban en Pasión de Sábado. “Llamaban mucho la atención del público”, explicó Mariano Gramajo, uno de los managers de la banda, durante un diálogo telefónico. Los planes cambiaron y los dueños de la compañía decidieron que ya no bailarían con otras bandas: ellos mismos serían un grupo. A los bailarines Brian, Leíto, Kaká y Gonzalo se sumó McCakito (el cantante) y el mismo Memo que los vio bailar aquel día en San Justo, que oficia de DJ. Según confirma el representante de la banda, los seis volverán mañana de su segunda gira por Chile. “Les armamos el disco y modificamos la canción «Tirate un paso», que es de un cantante de afuera”, explica Gramajo. “Cuando están en la Argentina les lavamos la ropa, les cocinamos, estamos ansiosas para que vengan”, confiesa la madre de Kaká, Eva Curiqueo. “No esperábamos esto, por ahí la pegaban y por ahí no, pero ahora estamos muy contentos”, agrega su esposo, Fabián Caballero. Los padres de los Wachiturros cuentan que cuatro de los chicos en edad escolar abandonaron este año sus estudios. “Hablé con la directora de Brian y va a dar las materias libres a fin de año”, afirma Teresa Bengochea. “Fue todo de golpe, la gente nos reconoce en el barrio, y ni hablar a los chicos”, cuenta, entre risas, Viviana Sapia, madre de Memo. Una mujer, con dos niñas, asoma la cabeza en la puerta del centro cultural. “¿Dónde puedo comprar un póster de los chicos?” Tata, productor del grupo, levanta los hombros y responde: “No tengo más”. “Yo conozco el ambiente de la bailanta. En el Día de la Madre estuvieron dos horitas. Que los chicos se olviden de los cumpleaños, de las fiestas, de todo”, afirmó Lencina, quien desde hace diez años realiza un show en el que rinde tributo a Antonio Ríos. Suena el teléfono; uno de los Wachiturros cuenta cómo va el viaje. “Cuídense mucho”, exclama Lencina, con tono de advertencia. Jorge Muñoz, padre de Gonzalito, concluye: “Estamos orgullosos de nuestros hijos”.

JOVENES EN LUCHA DE CLASES

Las duras peleas en la puerta del Abasto En 2008, enfrentamientos entre cumbieros y floggers derivaron en dos muertes callejeras EVANGELINA HIMITIAN LA NACION

Usan jeans siempre rotos o desgastados. Mucha bermuda, aun en invierno. En el verano, agregan pantalones sueltos con bolsillos a los costados.

Chavs: los turros de Inglaterra LA NACION

Los padres de los bailarines explican la fama del grupo; les conceden que demoren los estudios JOSEFINA PAGANI

EL ANTECEDENTE

GARY SHEA

“Estamos orgullosos de nuestros hijos”

LUCAS “KAKA” CABALLERO WACHITURRO

Zapatillas de marcas reconocidas y de colores estridentes y medias rayadas o estampadas.

Profesión: bailarín Edad: 17 años Origen: argentino Nació el 04 de julio de 1994 en el barrio San José, en la ciudad de Morón, conurbano bonaerense. Antes de formar el grupo, cursaba primer año del polimodal y, según su madre, Eva Curiqueo, rendirá las materias libres a fin de año. Antes de transformarse en bailarín del grupo Los Wachiturros, fue percusionista del acordeonista chamamecero Chango Spasiuk. Su padre, Fabián Caballero, no le creía que bailaría en Pasión de sábado, pero lo hizo. Junto a Leíto, arma todas las coreografías que la banda baila en cada show.

El mundo adulto tomó conocimiento de la existencia de las tribus urbanas cuando las peleas entre los floggers y los cumbieros se apoderaron de la puerta del Abasto, a mediadios de 2008. Por un lado, estaban los chicos de clase media alta, que se vestían con colores flúo, inventaron su pasito y no paraban de sacarse fotos y subirlas a su fotolog. En las antípodas, estaban los cumbieros, hijos de clase media baja, que viven en hogares con muchas privaciones y que desarrollaron caminos alternativos para acceder a la moda o productos de consumo masivo. En el medio, una recreación violenta de la lucha entre clases: de los enfrentamientos entre floggers y cumbieros hubo dos muertes antes de que terminara 2008. Poco después, estas tribus se fueron diluyendo por varias razones. Hubo padres que les pedían a sus hijos que no se vistieran con la ropa que los caracterizaba, por temor a los ataques. “Pero, por otra parte, los chicos fueron creciendo. Muchos empezaron a trabajar o iniciaron la universidad y dejaron de tener tanto tiempo libre. Otros se convirtieron en padres o tuvieron que reenfocar su vida. Así se fueron diluyendo. Pero lo cierto es que, cuando una tribu urbana no tiene una ideología detrás, con el tiempo desaparece, como las modas. Eso pasó con los floggers y un poco también con los cumbieros”, explica María José

Hooft, responsable de la cátedra Subculturas Juveniles del Instituto Bíblico Río de la Plata, además de autora del libro Tribus urbanas. “Hay cuatro pilares que sustentan la identidad de una tribu: una estética, el estilo de música, los lugares frecuentados y un lenguaje; eso, sobre la base de una ideología en común”, apunta Hooft. Las fronteras entre tribus no son rígidas. A mediadios de 2008, también aparecieron los emos como la pata local de un movimiento internacional que plasmó en la estética de sus seguidores lo triste y oscuro del mundo personal de los adolescentes. En pleno auge de las tribus urbanas los especialistas estimaban que entre el 20 y el 30% de los adolescentes se identificaban con alguna. Hoy, no se puede precisar, pero son menos. ¿De dónde surgieron estos grupos de adolescentes casi uniformados que deambulan por la ciudad? “De sus padres”, dice el sociólogo Marcelo Urresti, sociólogo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Cuenta que con sólo analizar las edades de sus integrantes se descubre que son hijos de una generación que vivió una adolescencia de mayores transgresiones. Los adolescentes actuales deben gestar su oposición generacional frente a padres más descontracturados. “El espacio de transgresiones se ha reducido: está en la radicalización del estilo, lo que lleva a la proliferación de formas musicales, indumentarias, estéticas y presentaciones ante otros que buscan romper la aceptación adulta”, asegura.