Vivir en la villa más grande y riesgosa

25 ene. 2015 - “Cuando está la Gendarme- ría, se calman un poco. A mí ya me conocen hace muchos años y tie- nen ciertos códigos. Pero sé que, en general ...
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SEGURIDAD

| Domingo 25 De enero De 2015

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Edición de hoy a cargo de Ricardo Larrondo www.lanacion.com/seguridad | @LNseguridad | Facebook.com/lanacion [email protected]

inseguridad | el explosivo crecimiento de la 21-24 y la Zavaleta

Vivir en la villa más grande y riesgosa Es el mayor asentamiento porteño, donde se concentra el 30% de los homicidios; quejas de los que habitan dentro y fuera de él; todos reclaman mayor presencia de la Prefectura y de la Gendarmería, que tienen a cargo la seguridad de la zona Viene de tapa

Quienes viven dentro de la villa 21-24 piden mejores oportunidades y más seguridad

fotos fabián marelli

Ambas villas en números Población: 50.000 habitantes. Esta cifra surge del último relevamiento oficial realizado en ambos asentamientos en 2014 Superficie: 65 hectáreas. Es el resultado de la unión de ambas villas y así conforma el asentamiento más grande de la Capital Educación y religión: cuenta con la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé y también funciona una escuela de oficios con más de 1500 estudiantes por año

A su vez, de la mano del importante crecimiento del asentamiento, también aumentaron las diferencias y las quejas entre sus habitantes y los vecinos de los barrios circundantes. El padre “Toto” explica su postura con una mezcla de bronca y resignación: “Como sociedad no hemos aprendido que las villas ya no son algo de otro mundo, sino que son parte importante de la ciudad. El mito de que todos los villeros son chorros sigue muy instalado y nosotros luchamos para que la gente entienda que acá hay gente buena y laburante”. Pedro, otro vecino de la villa 2124, más conocido como “Quico”, de nacionalidad paraguaya, es voluntario en el comedor Virgen de Caacupé; no cobra por su trabajo y recibe una ayuda mensual de Cáritas. Camina a paso lento arrastrando una pesada carretilla en la que carga unas garrafas; un nene de unos ocho años lo acompaña en los mandados del día. En diálogo con la nacion, Pedro cuenta que la Zavaleta es la que peor está. “Para nosotros, es la zona roja”, dice, entre risas nerviosas. “Ahí sí que hay banditas complicadas. Pero, en general, entre los vecinos del barrio, sabemos quiénes son laburantes y quiénes no.” Del otro lado de la avenida Luna, los vecinos de Barracas y de Parque Patricios insisten en la necesidad de que el gobierno resuelva la situación de la villa y reubique a sus habitantes en otro lugar de la ciudad. Daniel Gómez vive hace 35 años a una cuadra de la entrada de la villa y tiene un quiosco completamente enrejado en la esquina de Iriarte y Luna. “Cuando está la Gendarmería, se calman un poco. A mí ya me conocen hace muchos años y tienen ciertos códigos. Pero sé que, en general, los comerciantes de la zona sufren mucho la inseguridad”, comentó a la nacion. Los vecinos del lugar llaman al cruce de las avenidas Luna e Iriarte como una “zona caliente”, ya que es el punto neurálgico que separa el ingreso a la villa del barrio de Barracas. Desde afuera, los vecinos pretenden separarse; desde adentro, el padre “Toto” profundiza en la necesidad de integrar la villa al funcionamiento cotidiano del barrio. En Iriarte y Luna, Alberto Rodríguez es dueño de un quiosco al que le robaron hace pocos meses más de $ 20.000. Mientras señala la persiana del local, vencida por la violencia de los ladrones, mastica su bronca, y explica: “Acá anduvo la Prefectura el año pasado, pero desde noviembre pasado que no aparecen. Cuando me robaron, el jefe me dijo que «no tenían gente». Así nos cuidan”. Cada tanto se ven algunos móviles de la Prefectura Naval o de

Alberto Romero. “Hoy nadie elige vivir en una villa” Alberto Romero tiene 44 años, nació y vive en el corazón de la villa 2124. Tiene una casa modesta a algunas cuadras de la parroquia Virgen de Caacupé. Se recibió de profesor en Artes Visuales y trabajó mientras estudiaba; hoy es docente de arte en la escuela secundaria de esa parroquia. Sostiene que no toda la gente de la villa es delincuente, y cree que la mejor forma de ayudar es educar. “Lo difícil es sacarnos la estigmatización que tenemos. Somos villeros, no delincuentes. Hoy nadie elige vivir en un lugar así, pero a muchos no les queda otra opción; cuando dicen que de acá salen a robar afuera, yo digo que gente mala hay en todos lados, pero también hay mucha gente buena. Cuando un laburante de la villa se recibe de profesional, a nadie le interesa; cuando uno sale a robar, todos se escandalizan. Deberían conocernos más para poder hablar de nosotros.”ß

Alberto Rodríguez. “Acá el problema es la falta de control” Alberto Rodríguez tiene 56 años y es el dueño de un quiosco situado en la esquina de Iriarte y Luna, zona neurálgica que separa la villa 21-24 del barrio de Barracas. Hace más de 20 años que tiene este local comercial junto con su esposa y dice que si bien siempre hubo inseguridad, en los últimos tiempos la situación está cada vez peor. Ya le robaron tres veces y la última vez le hicieron palanca y le vencieron la persiana durante la noche, cuando no había nadie; se llevaron plata en efectivo y mucha mercadería. “Acá el problema es la falta de control. Yo no sé si vienen de la villa, de otros barrios o qué. Lo que sí sé es que la Gendarmería y la Prefectura no hacen casi nada. Desde noviembre prácticamente no hay patrulleros, los que andan y ven algo se van. No toman las denuncias de los vecinos y hoy Iriarte es tierra de nadie. Ya no sabemos a quién reclamarle.”ß

la Gendarmería Nacional, que patrullan las avenidas Luna y Vélez Sarsfield, las que separan la villa del barrio de Barracas. Un oficial de la Gendarmería, que prefirió no dar su identidad por temor a represalias, explicó: “Ni siquiera tenemos lo indispensable para trabajar. Casi todas las camionetas están rotas, a veces no tenemos combustible e incluso algunos patrullamos, pero no estamos autorizados a detener una persona si vemos un hecho ilícito. Sólo lo informamos”. Fabio Torres es dueño de una librería y juguetería que está sobre la avenida Iriarte. Maneja el negocio desde hace más de 20 años y dice que se niega a ponerle rejas. “Mi abuelo puso este local y fue siempre el sostén de la familia. Nos entraron el 23 de diciembre armados, pero yo no quiero enrejarme. Sólo pido que como ciudadano que paga todos sus impuestos que la Prefectura y la Gendarmería hagan algo”, dijo indignado a la nacion. Si uno ingresa en el barrio por la avenida Iriarte, el GPS avisa que se acerca a “zona peligrosa”. Advierte la presencia de la villa a unos pocos metros. Algunos de los habitantes

“Sigue instalado el mito de que en la villa son todos chorros”, dice el padre Lorenzo de la 21-24 no llevan más de unos meses viviendo allí. Leticia Reinoso tiene 27 años y vive con su marido en la Zavaleta; está embarazada de tres meses. “Nosotros vivíamos en Barracas, pero los alquileres aumentaron mucho y no pudimos seguir pagando. Nos vinimos a una habitación; alquilar acá sale entre 1000 y 1500 pesos. Afuera, los departamentos no bajan de 4000 pesos. Obviamente elegiría vivir en otro lado, pero hoy por hoy es lo que nos toca, como a tanta gente que vive acá y trabaja afuera”, explicó. Todos los consultados coinciden en que la mayoría de los que viven en las villas 21-24 y Zavaleta trabajan a diario para mejorar la calidad de vida de quienes viven en esas casillas incómodas, donde hace más calor en verano y más frío en invierno y que, cuando llueve, todo se inunda. Por lo bajo comentan que también crece la venta de drogas y que nadie hace nada. También eso perjudica a todos. Afuera, los vecinos de los tres barrios exigen mayor seguridad para sus comercios y le reclaman al gobierno porteño una solución definitiva con los asentamientos. La vida, tanto dentro como fuera del asentamiento, continúa.ß Marina Marcuzzi