Viernes 31 de enero de 2014 | adn cultura | 11
Novela y tecnología según Rouaud
En Un peu la guerre, su último libro, el francés jean rouaud combina un registro autobiográfico cargado de humor, desprecio por sí mismo y pudor con una reflexión sobre la literatura y la novela, género que para él, según explica en una entrevista para le Figaro, entró ya en una crisis definitiva a principios del siglo xx. Dice rouaud hacia el final de la nota: “la pregunta es qué nueva forma saldrá de la revolución tecnológica. la respuesta puede ser más violenta ahora que en los años 1960 y 1970. no será una novela hecha de mails o de tuits. la modernidad tecnológica no es un simple cambio de soporte; es un cambio de paradigma”.
El ExtranjEro
litEratUra argEntina
Visiones del más allá La trama ambigua de Bestias afuera coquetea con el gótico y desarrolla una dimensión sobrenatural que resulta sorprendente culturales, la obligación de rendir eventual tributo al idioma gaélico (An Beal Bocht, novelita de 1941, que se tradujo como La boca pobre) y, en inglés, a un realismo de una sordidez burlesca (La vida dura, 1961). Aunque en los últimos años había recuperado la confianza en la escritura (Crónica de Dalkey lo demuestra), el primer impulso había resultado inigualable. Los libros de Flann O’Brien empezaron a ser traducidos al español en los años ochenta, pero nunca hasta hoy su circulación había sido tan homogénea. La verdadera novedad editorial de estos meses es la publicación de La saga del sagú de Slattery, pero resultaría una trivialidad referirse a esa narración sin aludir antes brevemente a sus dos libros capitales. El tercer policía es una de esas escasas obras maestras sobre las que, a riesgo de arruinar su lectura, conviene no explayarse más de lo necesario. Sí puede decirse que en algún momento de la trama acontece un evento del que el protagonista, un cartero en bicicleta, no alcanza a calcular las consecuencias. Tampoco, valga decirlo, el lector. Desde el punto de vista formal, las notas a pie de página (que versan en general sobre los trabajos desquiciados del metafísico De Selby) se convierten en un formidable artilugio estilístico que tendrían su réplica, mucho más cerca en el tiempo, en los excesos de David Foster Wallace. En-Nadar-dos-pájaros, con su extraño título, es una obra maestra más radical, una profecía instintiva del posmodernismo. “Que un libro tuviese un principio y un final era una cosa con la que yo no estaba de acuerdo –se lee en el comienzo de la narración–. Un buen libro puede tener tres aperturas completamente distintas e interrelacionadas tan sólo por la presciencia del autor, o en realidad cien veces en otros finales.” A pesar de las dificultades argumentales, la estratificación de la novela es de una claridad meridiana: un estudiante dublinés escribe sobre un escritor, Dermot Trellis, que escribe un libro edificante con una técnica especial, la “esto-autogamia”. El curioso procedimiento permite que los personajes imaginarios cobren vida. A su turno, éstos, en rebeldía, crearán sus propias “novelas “con el fin de atrapar al creador en su ficción.
Graham Greene sugirió (algo similar anotó Borges) que O’Brien tiene en En Nadar... la ambición de presentar todas las tradiciones literarias irlandesas en una. La parte más metaficcional, con sus aires de delirio céltico, féerico y mitológico, lo prueba, aunque es de notar que al ejercicio paródico lo preside una lógica digna de Raymond Roussel. La saga del sagú de Slattery (Slattery’s sago saga, según el más sintético retruécano original) está presentada como la novela póstuma de Flann O’Brien, definición que le corresponde a decir verdad a El tercer policía. La saga... es en realidad una narración inconclusa que no figura en la edición de referencia de las novelas del escritor (la de Everyman’s), sino en un tomo misceláneo. A pesar de ese carácter menor, el relato, como nunca satírico, tiene agudeza. Tim Hartigan, hijo adoptivo de un millonario interesado en los misterios de la agricultura pero que multiplicó su fortuna en Estados Unidos gracias al petróleo, debe recibir a un amigo del millonario. Resulta ser una mujer, Crawford McPherson, supuesta esposa de Hoolihan, que tiene un plan para evitar una nueva invasión de inmigrantes irlandeses a Estados Unidos, como la que produjo la hambruna del siglo XIX. ¿Su utópico objetivo? Reemplazar en la isla la voluble “patata” por plantaciones de sagú, árbol de origen indonesio que produce una sana y nutritiva harina. Quizá pueda advertirse en la esperpéntica dirección final de O’Brien un segundo sentido. El escritor –que mantuvo contactos espistolares con la esperanza de publicar este libro en Estados Unidos– parecía estar imaginando un horizonte distinto al de las conocidas escalas joyceanas (Trieste, París, Zúrich) o las de Samuel Beckett (que no sólo se instaló en la Europa continental, sino que también cambió de idioma). Anclado en su periférica isla natal, O’Brien parece estar reinventando su literatura con la mira puesta del otro lado del Atlántico. Cómo podría haber terminado esa aventura editorial queda en el terreno de las conjeturas. Como si no pudiera con sí mismo, en las páginas de La saga… O’Brien se reía de su islita provinciana en la que no escaseaba el genio, pero también del gran coloso del norte al que esa clase de bravatas estaba lejos de hacerle gracia. C
Bestias afuera Fabián martínez siccardi
Clarín/Alfaguara 128 páginas $ 99
Laura Cardona para La nacion
B
estias afuera, la novela ganadora del Premio Clarín 2013, fue pensada como una “novela gótica subjetiva en primera persona”. Así lo expresa su autor, Fabián Martínez Siccardi, un santacruceño que ha tomado el territorio patagónico como escenario para narrar su historia. El gótico necesita de moradas negras, sótanos y paisajes sombríos habitados por fantasmas y personajes extraños, alguna cripta, voluptuosidades fúnebres, a veces la locura. En Bestias afuera, Martínez Siccardi transforma el castillo en una estancia, el sótano en un galpón construido en la roca de la montaña y convoca a un fantasma para que irrumpa y trastoque la tarea de su protagonista. Florián, un ingeniero agrónomo recién recibido, viaja a la Patagonia para realizar un trabajo de relevamiento de pulgones que atacan las plantas de ajo, acordada entre la facultad y Haroldo, el dueño de la estancia La Guillermina. Llega al lugar en el auto de su abuelo –ya fallecido– acompañado por su perro Atila, en un momento en que necesita un cambio radical en su vida. La estancia está ubicada en un valle al pie de la montaña, y un río atraviesa parte del inmenso y aislado terreno. Con Haroldo viven Bastiana, su casera, y Efraín, el pequeño hijo de ésta y de padre desconocido. La soledad del entorno y la incomunicación son salvadas sólo por un viejo equipo de radio, indispensable para el dueño de la estancia que padece una enfermedad en los músculos que lo va consumiendo de a poco. Entre Haroldo y Florián se establece una relación amable, muy distinta de la
que el joven tenía con su abuelo, un déspota maltratador que abusaba de la empleada doméstica y despreciaba a su esposa y a su nieto. Su incidencia ha sido tal que el joven tiene recurrentes visiones del rostro del difunto. La falta de animales domésticos en la estancia llama la atención de Florián, que teme por el bienestar de Atila. Los animales salvajes de la región los terminaron aniquilando, a pesar del intento que muchos años atrás hizo el padre de Haroldo por contenerlos, para lo cual contrató especialmente a Teodosio, “un hombre oscuro que hacía cosas horrendas” con los animales. Hasta que un día desapareció y se supuso que se lo habían comido las bestias, puesto que su cuerpo jamás fue hallado. Todavía se conserva intacto el galpón donde el siniestro personaje llevaba a cabo los preparativos de las trampas y los artefactos para atrapar a los animales, una verdadera tiendita del horror-. El clima acogedor aunque raro en que transcurre la primera cena preparada por Bastiana con hierbas desconocidas se irá transfigurando de a poco. Florián, que ha tenido hasta no hace mucho visiones del rostro de su abuelo muerto, intuye que una persona lo observa en el río y luego, una noche, ve a Teodosio. Y ya todo comienza a perturbarse. La soledad del lugar, su aislamiento lo vuelven un escenario ideal para que lo sobrenatural se haga presente, para que la voluptuosidad de los cuerpos cumpla su deseo, para que el misterio gane el terreno y los acontecimientos se expongan a una interpretación ambigua. Es la visión de Florián la que organiza el texto; éste en un principio no vacila y cree saber quién está detrás de lo que comienza a ocurrir en la estancia, aunque el sentido común de Haroldo y de Bastiana lo contradigan: “En un sitio como éste hay que controlar la tendencia de la mente a poblar lo inhabitado”; “No deje que la oscuridad y la lluvia lo alteren”. Lo real queda así sujeto a una interrogación constante. Martínez Siccardi logra una notable tensión narrativa y mantiene en vilo al lector hasta el final, que resulta, como en la película Carrie, inesperado y sorprendente. C