OPINIÓN | 25
| Domingo 28 De septiembre De 2014
Un raid alucinado que dará el real sentido de la Patria
Jorge Fernández Díaz —LA NACION—
“Y
si no fuera por miedo, sería la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro, con tal de dejar un sello”, decía una vieja canción popular española que hablaba de una dama egocéntrica. Sólo que los frenos inhibitorios de Cristina Kirchner parecen haberse roto; su carromato triunfal se lleva por delante las últimas barreras. Suele suceder cuando uno ingresa en ese peligroso desfiladero de incontinencia verbal y achispada por el que huyen hacia adelante los desesperados. Forzó en Roma que el papa Francisco la bendijera, como ya lo había hecho con Wanda Nara, y sin creérsela del todo, bajándole el precio a la versión y haciendo chistes, lanzó al mundo una grave denuncia sobre una amenaza del jihadismo sunnita, que está basada en los difusos dichos de dos comisarios argentinos. Más tarde, ante las Naciones Unidas declaró con energía teatral lo que antes había relativizado con una sonrisa. También castigó en Nueva York a la comunidad judía mientras publicaba un suplemento en el USA Today para mejorar nuestra imagen. Antes y después les pegó en los dientes al encargado de negocios de la embajada de los Estados Unidos (“lo mandé a callar”, dijo) y a la máxima referente de la Unión Europea, Angela Merkel. Tal vez los alemanes no hayan sido muy corteses al decirnos la verdad, y es que hemos vivido durante décadas por encima de nuestras posibilidades, pero el mayor de todos sus pecados consiste ahora en ser ingenuos: ellos creen que ese locutor mañanero del género fantástico es un jefe de Gabinete y, por lo tanto, toman en serio lo que declara. Sería muy arduo desde el punto de vista político y filosófico explicarles a los teutones quién es y qué hace Jorge Capitanich. Esta administración no tiene autoridad moral para ofenderse cuando funcionarios de otra nación critican sus políticas, puesto que el kirchnerismo se ha pasado once años disparando dardos despectivos contra las gestiones de otros gobernantes, a quienes los argentinos teníamos que enseñarles cómo se hacían las cosas. El surrealismo no se detiene allí: Cristina ha admirado desde siempre a Alemania y le ha pagado por fin la deuda al Club de París, precisamente, en la intención de reconstruir los lazos con Europa. Lazos que nos cuestan una fortuna y que ella misma, en un arrebato, acaba de despedazar. El increíble raid continúa con Griesa, a quien trató irónicamente de viejo. “No creo que tenga rapidez de reacciones –se burló de sus limitaciones físicas–. Dadas sus características personales, para eso debería tener una ligereza de movimientos que, por múltiples motivos, no tiene.” Es una suerte que el Inadi norteamericano no la haya denunciado por discriminación etaria. El extravagante despecho de nuestra Presidenta con Obama por haber permitido que ese juez anciano e insignificante jugara a la independencia judicial la llevó a enseñarle al jefe de la Casa Blanca cómo se lucha contra el terrorismo islámico. Es que somos grandes especialistas en el asunto: tenemos más de cien muertos y ningún culpable desde hace veinte años, y ahora hicimos un pacto con los principales sospechosos, que no marcha para atrás ni para adelante. Más allá de las opiniones que despierten el manejo del caso Ben Laden o las decapitaciones televisadas de Estado Islámico –temas espinosos en los que la patrona de Balcarce 50 abundó de manera incontenible–, no parecía el modo ni la ocasión de propalarlas. Tampoco igualar a los fondos buitre con los terroristas, y menos hacerlo en la mesa de los expertos y en un momento de hipersensibilidad internacional: todos los días hay muertos y soplan vientos de guerra. Al revés que nosotros, la comunidad mundial no tiene naturalizado que se pueda opinar livianamente de cualquier tópico y de cualquier manera, ni que un
político pueda abolir la realidad con el fin de automitificarse. La enjundia de Cristina no dejó de lado la falsa e insoportable centralidad argentina, defecto nacional que ella encarna con gusto. Enfrentamos, para no andarnos con chiquitas, un triple leading case: Malvinas, los buitres y los atentados. Nosotros nos las sabemos todas, papá, y podemos hacer docencia. ¿Cómo vamos a perdernos ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro? Pero la dama de la canción lo hacía todo “para dejar un sello”, y he aquí una clave de nuestro drama: la evidencia de que estas bravuconadas globales sólo tuvieron por objetivo el auditorio doméstico, la épica de entrecasa. Es que más allá de inocuas condenas testimoniales contra los holdouts, que a estas alturas resultan gratis y obvias y que una vez más no modifican el fondo, los cristinistas saben que para ellos el mundo es un caso perdido. El acompañamiento humanitario de algunas repúblicas y el desganado y tardío aliento ruso son como los morlacos de China: los millones que le cederá al Banco Central equivalen a lo que gastan los argentinos con su dólar turista y sus tarjetas en el exterior durante un solo mes. Es preferible entonces concentrarse en la epopeya local para detener la caída en las encuestas y acolchar a la tropa frente a los golpes de la crisis autoinfligida: no hay candidato, se acerca la hora de irse y la estanflación destruirá día tras día el prestigio de la “década ganada”. Mirá cómo la jefa les cantó las cuarenta a los capos del imperialismo, se codea la militancia, agarrada del último arbusto, mientras todos los indicadores económicos se vienen abajo y los más lúcidos buscan disimuladamente refugio en peronismos diferentes. El asunto pone en cuestión el sentido profundo de lo patriótico, que el kirchnerismo maneja de forma psicopática. Acumulando vanamente enemigos influyentes,
Más allá de inocuas condenas testimoniales a los holdouts, que una vez más no modifican el fondo, los cristinistas saben que para ellos el mundo es un caso perdido Cristina no ha hecho otra cosa que fortalecer el lobby de los bonistas. Inmenso favor que Singer debería alguna vez agradecer. Hoy los holdouts son rivales perfectos y funcionales para la construcción literaria que pretende la doctora. Si ella hubiera actuado sin ese egoísmo cerril, habría desplegado una política de seducción para aislar a los buitres y para lograr que las grandes potencias se pusieran de nuestro lado e incluso nos apoyaran en un momento en que tenemos una nueva fuga de reservas y una sed vital de inversiones. Ese imprescindible temple diplomático y no esta repartija de bofetadas hubiera representado un verdadero acto patriótico. Lo contrario revela una vez más que el kirchnerismo se transformó en un proyecto unipersonal: la prioridad no son los intereses de la Patria, sino los desvelos privados de su líder. Las medallas que Cristina trae a casa, y que pretende lucir frente a cierta grey emocionalmente acomplejada, se erigen así como una curiosa prueba de individualismo. Muchas veces, en este mundo multipolar e interconectado, la valentía consiste en la prudencia y en la sofisticación. Hay que tener mucho coraje patriótico para dominar el ego, postergar la ambición personal, poner en riesgo el capital simbólico e incluso sacrificar el futuro electoral con tal de lograr la mejor situación para tu país. Cuando la Patria soy yo y cuando los que no piensan como yo son cipayos, se está falsificando el interés nacional. La oposición y parte de la ciudadanía se sienten a veces intimidadas por este ardid nacionalista. Bueno sería que todos recordaran al gran escritor Thomas Paine, uno de los padres ideológicos de la democracia. Paine no cantaba canciones populares, pero sostenía que “es obligación del patriota proteger a su país de su gobierno”.ß
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Dos bandos en el Gobierno en medio de la crisis
Joaquín Morales Solá —LA NACION—
N las palabras
Cristina de Arabia Graciela Guadalupe “Se habla ya de la Argentina como la nueva Arabia Saudita.” (De Cristina Kirchner, en Nueva York.)
A
los que pensaban que Cristina se conformaría con retirarse a El Calafate a jugar con Néstor Iván, a los que la imaginaban como revendedora de Louis Vuitton en la pujante feria La Salada o construyendo pirámides egipcias en los pasillos estrechos de la confortable villa 31, les decimos no. Un no rotundo. Cristina, a quien la perversa Constitución Nacional que ella misma votó le veda sus ansias de perpetuación, va por más: quiere ser reina. Seguro que ahora entiende el incauto lector hacia dónde apuntaba Cristina cuando dijo en Nueva York que ya se habla de la Argentina como la nueva Arabia Saudita. ¿Tal vez por sus recursos energéticos? No. Error. Eligió esa comparación porque le fascina que en Arabia Saudita los monarcas controlen los tres poderes del Estado y le encanta que algunos de sus hijos, como Abdul, heredero del fallecido rey Fahd, paseen su opulencia sin culpas por las Baleares. Todos los veranos el joven amarra allí su yate, el sexto más grande del planeta, acompañado por una comitiva de 150 personas entre guardaespaldas,
familiares y amigos. Un digno final para la precuela que hicimos con el avión Tango, trasladando a nuestra reina para que almuerce en el Vaticano y dé clases de geopolítica en la ONU, escoltada por 33 funcionarios y pibes para la liberación. ¿Y dónde quedó aquel deseo de parecernos a Alemania revelado por Cristina en 2007? En las botamangas de los pantalones de Angela Merkel el día en que la canciller se alzó con un tercer mandato consecutivo. La envidia puede más. Encima, ahora resulta que Alemania es hostil porque juega para los fondos buitre, según Capitanich. Ser reina blindaría con fueros a Cristina. Ella los merece –y necesita– mucho más que don Juan Carlos de Borbón, el otrora rey infiel, cazador de elefantes y padre de una infanta imputada por corrupción. Con Cristina como reina, Máxima de Holanda sería una sombra. Esa chica abusa mucho del prêt-à-porter y repite vestidos. En cambio, doña Kirchner del reino de Santa Cruz-La Plata y de los bajos de Olivos en vieja alianza con el principado de Anillaco, apenas si reitera joyas. Sólo nuestra reina le puede decir a Obama en la cara que no sabe combatir al terrorismo y pensar en pedirle a Madonna que vuelva a la Rosada para filmar “No llores por mí the world”. Sólo ella. Y Boudou, que se hace el árabe comprando médanos para vivir.ß
osotros y ellos. Nosotros y ustedes. Cristina Kirchner les habla así a los funcionarios de su propio gobierno. La Presidenta está parapetada cada vez más en un círculo muy reducido. “Ellos” o “ustedes” no son la oposición ni los empresarios ni los medios periodísticos; son los integrantes del Gobierno que no pertenecen al “nosotros”. El sectarismo que presupone esa manera de expresarse ha impregnado todas las relaciones del Gobierno, desde las que afectan a la sociedad hasta las que incluyen las relaciones internacionales. El “nosotros” es, a su vez, un grupo de personas que mira nada más que a la Presidenta, que está pendiente de su palabra o de su silencio, y que hace girar la vida política alrededor de ese solo astro. El “nosotros” se reduce a la propia Cristina Kirchner, a su familia, a Axel Kicillof y a los dirigentes de La Cámpora. Ese alineamiento quedó explícito en el reciente viaje presidencial a Roma y a Nueva York. Los lugares estelares de las fotos se reservaron siempre para la Presidenta y los dirigentes camporistas. Salieron del primer plano hasta los funcionarios que por razones protocolares (el canciller y los embajadores, por ejemplo) debían estar a su lado. “Ellos” o “ustedes” son directamente el resto del Gobierno, incluidos funcionarios designados por Cristina que la ven con cierta frecuencia. Hace poco, un funcionario que se creía cercano al poder tropezó con el desencanto. Le dijo a la Presidenta que “deberíamos” tomar una medida puntual sobre un problema sin mucha importancia. “Eso es lo que creen ustedes. Nosotros pensamos otra cosa”, le asestó la jefa del Estado. Decepción. Aquel funcionario también había sido expulsado del paraíso. Se lo contó luego a uno de los principales dirigentes de La Cámpora, los príncipes de un reino que se extingue. La respuesta lo dejó peor que antes: “Te equivocaste. Debiste hablar primero con nosotros. A nosotros nunca nos dice que no”. Un elemento claramente distinto entre unos y otros es la manera de imaginar el destino. Los jóvenes que rodean a la Presidenta evalúan sólo la política y jamás incorporan la economía como un dato condicionante de la política. Leen las encuestas y descubren que Cristina tiene alrededor del 40 por ciento de aceptación social. Se preguntan: ¿qué presidente llegó en esas condiciones al final de su mandato después de 10 años de poder? Nadie, se responden. ¿Podrá el próximo gobierno prescindir del liderazgo político de Cristina y de la fuerza institucional que representará? La respuesta es siempre la misma: no. ¿Estarán ellos en el próximo gobierno? ¿Habrá un candidato al que apoyarán? A Mauricio Macri lo quieren sólo para combatirlo. Frente a Sergio Massa sienten una mezcla de odio y temor. ¿Y Daniel Scioli? Sin mencionarlo, dicen que no quieren a nadie que “destiña” el proyecto cristinista. ¿Qué significa desteñir en esa jerga? “Que no vuelvan a gobernar las corporaciones”, contestan, a veces incómodos. Lo que quieren entonces es una réplica exacta del gobierno actual. No se admiten parecidos ni leales ni cercanos. La copia debe ser idéntica y precisa. Nada de eso hay en la oferta electoral. Como se ve, es la proyección en el tiempo de una foto política actual en la que la economía no tiene nada que decir. Sin embargo, Máximo Kirchner le deslizó hace pocos días a un dirigente del interior que ellos terminarán tarde o temprano apoyando a Scioli. Una promesa de cumplimiento lejano. Los que militan en el vasto ejército de “ellos” o “ustedes” tienen un método de reflexión cabalmente distinto. Es la economía la que definirá la política, apuntan. Esos funcionarios esperan con ansiedad el mes de diciembre, pero no por los eventuales saqueos a supermercados. “Los saqueos sólo son posibles si hay instigación política”, argumentan. Los inquietan los datos de la economía, como se vio en la semana negra que pasó. La recesión es más profunda de
lo que se preveía. La inflación ignora la recesión y crece a su propio y alocado ritmo. Una cosa es la estanflación (estancamiento con inflación) y otra cosa es la inflación con recesión (cuando la economía cae sostenidamente). La escasez de dólares está parando la industria, que depende entre un 70 y un 80 por ciento de insumos importados. El precio del dólar paralelo casi duplica al del dólar oficial. Emitir más pesos hasta fin de año, que es lo que se propone el Gobierno, sólo avivará el fuego de la inflación y debilitará aún más la moneda nacional frente al dólar. Los funcionarios condenados al infierno del “ustedes” manejan previsiones que alertan sobre inevitables cortes de luz a fin de año. “¿Qué se puede esperar de una sociedad sometida a la inflación, la recesión, la subida permanente del dólar y, encima, con cortes de luz?”, se alarman, y se contestan: “Malhumor creciente, rebeldía, distancia del Gobierno”. La indiferencia es la reacción propia, dicen, de un gobierno que no tiene candidato presidencial y que, por lo tanto, no le importa la victoria. Hace pocas semanas, la Presidenta dijo una frase significativa en un discurso por cadena nacional: “Nosotros no estaremos en el Gobierno en 2016”. A menos de un metro de ella estaban Scioli, Florencio Randazzo y Sergio Uribarri, candidatos presidenciales del kirchnerismo. Pero éstos no están, ni estarán jamás, dentro del selectivo “nosotros”. A los “otros” los preocupa un gobierno sin aliados económicos. Ni industriales, ni bancos, ni ruralistas. Todos han sido declarados enemigos. También carece de aliados internacionales. El discurso de Cristina Kirchner ante las Naciones Unidas no fue recogido por ningún otro presidente. Hubo votaciones simbólicas a favor de un nuevo orden financiero para las deudas soberanas. Nada más. La tensión con Washington ha llegado ya a su punto más alto. Se agregó Alemania. No hay regreso cuando se maltrata de esa manera a potencias mundiales.
La recesión es más profunda de lo que se preveía. La inflación ignora la recesión y crece a su propio y alocado ritmo. La escasez de dólares está parando la industria Los vecinos (Brasil, Chile, Uruguay) están tan cansados del gobierno argentino como los principales países occidentales. “Los británicos eran antes la excepción. Ya no hay excepciones. El gobierno argentino se lleva mal con todo el mundo”, explica un diplomático europeo. Washington y Berlín eligieron el camino más pragmático: no harán nada. Esperarán al próximo gobierno. Hay un tema que divide y une. “Ellos” o “ustedes” promueven lejos del trono un acuerdo rápido con los holdouts. La Argentina podría crecer suavemente el año próximo con ese acuerdo, aseguran. Sin el acuerdo, le espera al país una mayor recesión con inflación y menos dólares. Kicillof también pronostica que comenzará las negociaciones con los holdouts en enero. Un legislador le fue a preguntar por esta novedad a un alto funcionario del bando de “ustedes”. “Es lo que dice Axel. ¿Vos le crees?”, le contestó el funcionario. Él no le cree. Kicillof se pavonea entre los dirigentes del Gobierno con su influencia sobre la Presidenta. Sólo le importa eso. No se detiene nunca en la necesaria confianza social, o el respeto al menos, que debe tener un ministro de Economía. Es otro reproche que le hacen los que están entre “ellos” o “ustedes”. Ni Washington ni Alemania descubrieron el default argentino. Antes lo estableció el gobierno de China. El presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, debió escuchar en Pekín el freno en seco que le dio un alto funcionario de ese país. “Ustedes están en default. No cambiemos la realidad”, lo paró cuando Fábrega empezaba a explicar por qué su país no está en default. También Kicillof pasó por China. Un funcionario chino que lo escuchó hizo después, ante un diplomático europeo, un comentario irónico: “Hacía muchas décadas que no escuchábamos en Beijing un discurso maoísta”. El cristinismo y Kicillof tienen, como diría Borges, todo el pasado por delante. ß