Un puente para la convivencia en armonía

21 dic. 2014 - Selva Negra alemana. Dos problemas, una solución. Muy serio, y a través de mapas y gráficos, Braun detalla en la sede del ayuntamiento los ...
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| Domingo 21 De Diciembre De 2014

nia y la desocupación creciente que afecta a Francia. Muchos de ellos hacen un viaje más largo, pero productivo: se mudan a Stuttgart, a 150 kilómetros, donde están las grandes automotrices, como MercedesBenz y Porsche. Otro ejemplo de convivencia exitosa que menciona el alcalde es el hospital de Estrasburgo. Bien equipado, cuenta con helicóptero propio, a sólo 20 kilómetros de Oberkirch, y en casos de urgencia los vecinos de ese poblado son trasladados en ese medio de transporte hacia el hospital francés. ¿Qué tipo de organización sostiene la unidad? Wulrich Reich, colaborador del alcalde, lo explica: un Concejo Superior, integrado por 24 concejales ad honorem, se reúne periódicamente para debatir las problemáticas comunes. También los alcaldes de ambos lados de la frontera sesionan varias veces al año. Y los ciudadanos también tienen el canal abierto para propuestas y proyectos.

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Un puente para la convivencia en armonía europa. Con el río Rin de por medio, el eurodistrito conformado por la ciudad francesa de Estrasburgo y la región alemana de Ortenau es un interesante caso de cooperación

Jaime Rosemberg LA NACION

ORTENAU Y ESTRASBURGO.– No hay fronteras a la vista ni uniformados con rostros impasibles pidiendo pasaportes. Ni siquiera una barrera alegórica. El imponente río Rin y, sobre él, un puente moderno con flores a ambos lados de la avenida representan aquí la suave y amable transición entre varios pequeños poblados de territorio alemán y la bella megaciudad francesa de Estrasburgo, separados durante siglos por cruentos conflictos armados y odios que parecían inalterables. Hoy, la región que en conjunto agrupa a casi un millón de habitantes se ha convertido en el primero y uno de los más originales ejemplos de eurodistrito, con el que ambos países hacen frente a la ola de eurofobia que sacude al Viejo Continen-

te y prometen (cumplen en buena parte de los casos) mayor prosperidad para sus habitantes. Desde Fráncfort, para adentrarse en esta original muestra de unidad transfronteriza, basta con subirse a un auto o combi rumbo al denominado Alto Rin. Son unos 150 kilómetros de ruta con poco para ver, pero al llegar al objetivo el paisaje comienza a poblarse de viñedos, destilerías y una extensa sucesión de campos sembrados. Hace poco más de medio siglo, y con el trauma de la Segunda Guerra Mundial aún presente, el entonces presidente alemán Konrad Adenauer y su par francés, Charles De Gaulle, firmaron el pacto de cooperación franco-alemana. A partir de entonces, la reconciliación de los hasta entonces enemigos –las tropas de Hitler invadieron Estrasburgo en junio de 1940 y dejaron una secuela de destrucción y muer-

te por varias décadas– no paró de progresar. “Éste es un exitoso ejemplo de cooperación”, dice Matias Braun, intendente de Oberkirch, una de las pequeñas pero bien organizadas localidades que componen la fronteriza región de Ortenau, en la Selva Negra alemana. Dos problemas, una solución Muy serio, y a través de mapas y gráficos, Braun detalla en la sede del ayuntamiento los hitos de la integración regional, que comenzó con el intercambio de alumnos entre escuelas de ambas regiones, hoy ya convertidas en escuelas bilingües. Cada mañana, 22.000 franceses van en tren a trabajar a empresas, viñedos, destilerías (hay 900 en la región) y campos de sus vecinos alemanes, con lo que se resuelven dos problemas: la falta de mano de obra que padece Alema-

Paz y diálogo Estrasburgo es, también, la sede de organismos clave de la Unión Europea que vale la pena visitar: el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa, ubicados a pocas cuadras uno del otro, y también el Tribunal Europeo. A diferencia del Parlamento, formado por 28 países y dependiente de la UE, el Consejo fue creado en 1949 en esta ciudad y está integrado por 47 países, muchos de los cuales no aceptaron estar incluidos en la confluencia europea. “El objetivo es mantener el discurso de paz y diálogo”, explica Jaime Rodríguez Murphy, vocero del Consejo Europeo, desde una de las vidriadas oficinas del edificio construido en 1977.

De la trinchera a la fiesta No sólo de organización se vive del lado alemán. El vino es también, en Oberkirch, principal fuente de ingresos y celebración: en septiembre, la fiesta del vino reúne a vecinos de toda la región, y allí concurren vecinos y turistas para participar de una feria al aire libre, con una oferta variada de vinos, cerveza y salchichas de todos los tamaños. Para quienes quieran ver algo más, las ruinas del castillo Schauenburg son interesantes, a unos 20 minutos del centro de la ciudad y luego de una caminata algo empinada. Volviendo a la eurozona, la historia aquí tiene un lugar muy particular. Braun recuerda que Alemania y Francia pelearon en la Guerra de los Treinta Años; que el rey Luis XIV mandó a quemar Oberkirch a principios del siglo XVIII; que estuvieron de uno y otro lado de la trinchera en las dos grandes guerras del siglo XX. “En esta zona, donde nuestros antepasados derramaron tanta sangre, es donde intentamos dar un ejemplo de la cooperación europea”, culmina Braun. El apasionante lado francés del eurodistrito nos espera. Luego de pasar por Offenburg, otra de las 79 comunas que integran la región compartida, y en no más de veinte minutos de auto (el proyecto de

prolongación de la línea del tranvía del lado alemán aún no concluyó) comienzan a verse las construcciones medievales, los canales y toda la magia de Estrasburgo, fundada por los romanos hace treinta y dos siglos y cuyo casco histórico fue declarado patrimonio mundial de la Unesco. ¿Policía allí? Muy poca. Sólo algunos hombres y mujeres jóvenes, en bicicleta y sin armas a la vista, recorren las calles y hasta se permiten sonreír. Sobresale, desde cualquier ángulo de la ciudad, la imponente catedral, cuya piedra fundamental fue puesta en 1015 (se prepara una gran festejo para el año próximo). Punto de visita obligada de cuatro millones de turistas por año (es la catedral más visitada del país después de la de Notre Dame, en París), la catedral cuyo campanario está a 142 metros de altura puede recorrerse por dentro y también apreciarse desde alguno de los coquetos bares ubicados a metros de la puerta principal, con mesas en las veredas. Es el lugar ideal para tomar una cerveza, aunque se extrañen los maníes y las papas fritas al estilo argentino para disfrutar de esa construcción inigualable. Para la cena, nada mejor que la Rue de la Douane, repleta de restaurantes con comidas típicas en sus terrazas a ambos márgenes del canal. Con ésta y otras cuatro eurozonas, impulsadas por un convenio de ambos gobiernos desde enero de 2003, franceses y alemanes hacen frente a las críticas internas y externas. Algunos comités de ciudadanos se quejan porque la burocracia de cada eurodistrito (una oficina con cinco empleados) es mantenida por los ciudadanos (un euro por persona por mes), al igual que los organismos continentales (el Consejo Europeo, por caso, tiene un presupuesto de 230 millones de euros y se reúne en plenario sólo cuatro veces al año). Otros dirigentes políticos europeos (incluidos un centenar de eurodiputados) aseguran que el pretendido bienestar común que promete la UE tarda en llegar y que tiene sólo como principales beneficiarios a Alemania y Francia. Desde aquí, sin embargo, el eurodistrito se ve como un curioso ejemplo de convivencia entre dos pueblos que se enfrentaron por siglos y que, en partes definidas de su territorio, intentan con éxito la difícil tarea de la coexistencia pacífica. ß