Teresa Benedicta de la Cruz,la santa filósofa

17 abr. 2014 - en Auschwitz. Juan Pablo II la canonizó en 1998. Mañana,. Viernes Santo, se verá un drama basado en su vida. Leni González | Para La ...
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14 | ADN CULTURA | Jueves 17 de abril de 2014

Teresa Benedicta de la Cruz, la santa filósofa Peripecia trágica. Nacida como Edith Stein y convertida al catolicismo a los 31 años, fue una brillante discípula y colaboradora de Husserl. Durante la Segunda Guerra Mundial pudo haber emigrado a América del Sur como docente, pero decidió quedarse en Holanda y murió en Auschwitz. Juan Pablo II la canonizó en 1998. Mañana, Viernes Santo, se verá un drama basado en su vida Leni González | Para La nacion

N

o hace ni un siglo, en abril de 1933, la monja carmelita Teresa Benedicta de la Cruz mandaba una carta a Pío XI esperando un gesto ante los ataques a la comunidad judía en Alemania con la llegada al poder de Adolf Hitler. La respuesta fue una carta con bendiciones. Era la época, dirán. Los climas de la historia acuden a cobijarnos de la incomprensión pero dejan espacio para los imponderables, esas decisiones únicas que también construyen el devenir. Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz, es uno de esos casos. ¿Por qué no escapó? ¿Por qué permaneció en la celda del monasterio carmelita en Echt, Holanda, a la espera de la Gestapo? El 2 de agosto de 1942, a ella y a su hermana Rosa se las llevaron. Una semana después, el 9, la cámara de gas de Auschwitz terminó una historia que podría haber tenido otro final, en otro lugar, por qué no en Sudamérica, si ella hubiera aceptado ese ofrecimiento. Pero no. Edith Stein eligió. Nuevas moradas En Buenos Aires, una mujer judía, universitaria, inquieta, se sintió identificada con la historia de Edith Stein. Es Lili Grinberg, escribana, autora de la novela Christina y el gasolero (una mirada a Dreyfus), danza-terapeuta y actriz,

quien estrenó el año pasado La séptima morada, unipersonal con dirección y adaptación de Stella Galazzi (declarada agnóstica), basado en el guión de Éva Pataki para el filme homónimo de 1995, de la húngara Marta Meszaros. La obra, que volvió a escena este año en El Tinglado y continuará próximamente en el Colegio de Escribanos de La Plata, podrá verse por el Canal 21 del Arzobispado el Viernes Santo y en otras doce emisiones durante el año. Fue Matilde Kusminsky, la mujer de Ernesto Sabato, judía y cristiana conversa, quien le acercó el mundo de Stein a Grinberg. “En la facultad también me había impactado la fenomenología de Husserl y, desde chica, igual que ella, quise ser tratada con dignidad. Y me fascinaba la figura de la reina Ester; Stein decía que ella era una pequeña y débil Ester sacada de su pueblo para testimoniar ante el rey, pero el rey que la había elegido era infinitamente grande y misericordioso”, dice Grinberg, que no fue criada en un ámbito religioso pero sí atento a la tradición. Su acercamiento tan íntimo al tema, esa necesidad de buscar la verdad, de llegar a la esencia, no la condujo a la conversión sino a profundizar con un rabino reformista de manera abierta: “No me gustan las divisiones. Por diferentes razones, personas judías y católicas me dijeron que se emocionaron con la obra y eso es lo que me

importa”. Las monjas carmelitas, que visitó en el monasterio del barrio de Almagro y que fueron espectadoras, rejas de por medio, de La séptima morada, le pidieron que escribiera un libro sobre su itinerario con Edith Stein. Entre Goethe, Husserl y el Talmud “En mis sueños, veía siempre ante mí un brillante porvenir. Soñaba con la dicha y la gloria pues estaba convencida de estar destinada a algo grande y de que no estaba hecha en absoluto para el estrecho marco de pequeñoburgués en el que había nacido”, cuenta Edith en su autobiografía (traducida al español con el título Estrellas amarillas). Era la menor en un hogar de siete hijos (otros cuatro murieron prematuramente) a cargo de su madre, Auguste Courant. El papá, Siegfried Stein, había muerto cuando Edith aún no había cumplido dos años y la casa, los chicos y el negocio familiar de maderas y carbón quedaron a cargo de la viuda. La más pequeña nació el 12 de octubre de 1891, fecha que coincidió con Yom Kippur, el Día del Perdón, una marca de especial predilección para una Auguste tan orgullosa de las tradiciones de su pueblo como de pertenecer a Alemania. Vivían en Breslau, capital de Silesia, Prusia (hoy es Wroclaw, Polonia), de manera sencilla, rodeados de los rituales de la madre y de

los libros e inquietudes de los hermanos mayores. En la casa, el shabat se respetaba con descanso pero en lugar del Talmud, a Edith le leían a Goethe o Schiller. La escena era repetida en la época y convirtió al judaísmo en vehículo de la cultura alemana. “Golpead la piedra (stein en alemán) y brotará la sabiduría”, dijo el director cuando le entregó premios y honores al término de su bachillerato en 1911. No fue una alumna convencional. Había dejado el liceo por dos años, cansada de la enseñanza escolar (“necesitaba otra cosa distinta”, escribe), y se fue a Hamburgo a visitar a su hermana Elsa, casada y madre, con total apoyo de Auguste. Era por poco tiempo, pero se quedó diez meses durante los cuales no estudió formalmente aunque leyó sobre maridos de doble moral que contagiaban sífilis a las esposas. Su cuñado era médico especialista en enfermedades de la piel y venéreas. En ese hogar, tan cerca del ateísmo y tan lejos de la autoridad materna, Edith dejó de rezar “consciente y voluntariamente”: la fe de la infancia la había abandonado. Con ese espíritu volvió, terminó el liceo e ingresó en la Universidad de Breslau para estudiar psicología (uno de sus maestros fue William Stern, el que empleó por primera vez el concepto “coeficiente intelectual”) pero cambió a la de Gotinga, donde enseñaba Edmund