Uno
Te gustaría esta ciudad, Clara. Acá no hay garúa (pila de ángel, le decías) como en Lima, sino lluvia de verdad; llueve a mares, Clara, es como si te estuvieran tirando un balde de agua en esos domingos de carnaval que nos quedábamos tan encerrados y felices en nuestro departamento de Barranco. Se te vería preciosa con tu paraguas y tu impermeable amarillo saliendo a caminar por las calles de Washington, sí, preciosa. Y nieva, Clara, no te imaginas. Igual que en las postales. Aunque después es feo, porque la nieve se pone negra, y se convierte en hielo y corres el riesgo de resbalarte y sacarte la ñoña. Pero mejor no te cuento eso, no te vayas a desanimar. Así que tampoco te voy a decir que hace un frío de los mil diablos y que cuando hace viento sientes que las orejas se te caen a pedazos. Ni que en verano el sol es insoportable y se suda como en baño turco. Pero no, sé que me engaño. Tú nunca vas a venir, Clara. Ya me lo dijiste bien clarito. Por mail, por teléfono: Se acabó, lo siento, chau, Carlitos. Si estuvieras acá todo sería diferente, Clara, hasta quizá la nieve no se pondría http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002
negra. Y nos reiríamos tanto mojándonos en la lluvia. Pero no. Y ni siquiera me diste una explicación, por qué carajo me dejaste, Clara. Si todo iba tan bien; al menos entre nosotros, porque todo lo demás era una mierda. Yo estaba harto de escribir y tomar fotos para las páginas sociales de El Comercio y tú harta de diagramarlas, pero lo importante era que estábamos juntos compartiendo nuestros sueños, nuestros cuerpos. Con la gratificación de diciembre nos vamos a Aruba o Santo Domingo, y claro, al final, nos quedábamos viendo las fotos de los folletos en Barranco, imaginándonos en esas playas de arenas tibias y blancas, aunque a veces sí nos íbamos a Cerro Azul o de campamento a Chocaya, tan lejos y tan cerca, y volvíamos bronceadísimos en un bus que se demoraba toda una vida para regresar a nuestras páginas sociales, el matrimonio Figueroa-Vásquez de Velasco, la fiesta de 15 años de la hija del presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, el almuerzo-reencuentro de la promoción 32 del Colegio San Silvestre, y, sí, era una chamba de mierda, pero era una chamba y, como están las cosas, Carlitos, aguanta nomás, y aguanté o, mejor dicho, aguantamos, Clara, meses y meses, hasta que eso, la recesión, la caída de la bolsa, la reducción de personal, y chau matrimonios figueroas y presidentes de sociedades nacionales. Debí haber sido el despedido más feliz del año, Clara, libre y con un cheque de casi dos mil dólares. A ti te pasaron a la página de espectáculos, doble motivo para celebrar. No te gustaba del todo, pero cualquier cosa mejor que sociales, eso era claro. Yo necesitaba unas vacaciones, así que después sería lo de buscar trabajo. Me quedaba panza arriba leyendo novelas de Capote (Cabrote), mientras tú salías a esperar la combi que te llevaría al centro. Y entre capítulo y capítulo te imaginaba delante de tu computador moviendo http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 10
un titular, retocando una foto de Shakira, pensando en regresar a mí. Y regresabas, extrañamente más hermosa, y hacíamos el amor sobre la alfombra y me decías mi gato mi gatito, y, cansados, nos bañábamos juntos hasta que se acabara el agua de la terma, y cuando salíamos me gustaba besarte los pies y ponerte las medias, muñequita linda, y nos íbamos a la cocina a comer cualquier cosa, macarrones, por ejemplo, una caja era suficiente para los dos, ahora en cambio me como una entera, Clara, debo haber engordado como diez kilos, pero dime qué hago con tu parte entonces. Y dime por qué nunca viniste. Dime qué mierda estoy haciendo solo en Washington, Clara. Si ya lo teníamos todo decidido. Tú sabes que cuando se acabaron las novelas de Capote salí a buscar trabajo en serio. Busqué en todos los periódicos y revistas, hasta en los suplementos de automóviles (¡yo que nunca aprendí a manejar!), pero nada. Profesor de redacción en el instituto tal y tal, y no nos llame, nosotros lo llamaremos. Y, claro, era la caída de la bolsa, la crisis, la puta economía, el túnel en el que nunca se ve la luz. Solo quedaba irse, probar suerte en Estados Unidos, allá la cosa es más fácil y hay trabajo para todos, lo máximo, Carlitos. Mi primo Foncho se había ido en el 96 y le iba superbien, él me ayudaría, claro. Yo me iría primero, y de ahí, cuando ya estuviera instalado, tú mandarías a la mierda a Shakira y Michael Jackson y vendrías conmigo, Clara, y seríamos más felices que en Barranco, si acaso eso fuese posible. La cosa era escapar de esa ciudad que cada vez nos quería menos. Por eso no fue una despedida muy triste, sabía que en uno o dos meses nos comeríamos a besos. Me ayudaste a hacer la maleta, ¿te acuerdas? Metimos dos pantalones, ropa interior, discos, libros, unas camisas, la foto en la que sales del mar con tu bikini rojo que tanto me gusta, la camiseta de la http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 11
selección peruana de fútbol (para qué, Carlitos), sobres de chicha morada, y ya está, el taxi, el aeropuerto, el beso final. Nos habíamos prometido no llorar, pero, claro, unas lágrimas se escaparon, te amo, Clara, y todo el viaje fue pensar en ti. Pasaron una película cómica, pero yo no estaba para reírme de nada, aeromoza, sírvame otra copa. Pero después sí que fue para reírse. Me hubieras visto en el aeropuerto de Miami, Clara, el oficial de inmigración preguntándome por el motivo de mi viaje y yo, claro, diciéndole muy serio que vacaciones, que andaba muy estresado por mi trabajo y me iba donde mi primo a relajarme unas semanas, y el negro (perdón, el samborja) se tragó todo, me selló el pasaporte, y ya en el avión a Washington pude reírme tranquilo, igual que el Mickey Mouse estampado en mi polo. Y ya estaba viendo desde arriba el río, el Capitolio, la aguja, impresionante. Recoger la maleta y esperar a Foncho, ¿Foncho?, cómo has cambiado, compadre. Tenía el pelo rubio, pantalón de cuero y un arete en la oreja derecha, uyuyuy; si te viera mi tío, la que se armaría. Quién lo hubiera imaginado, Foncho, Fonchochochocho. Fuimos a su carro, mucha lata para tan poca sardina, sí, le iba bien, y llegamos rápidamente a su departamento en Dupont Circle, te puedes quedar acá los días que quieras, Carlitos. Foncho era administrador de un supermercado, había un puesto de cajero y claro que aceptaba, necesitaba pagar el alquiler del efficiency de Adams Morgan adonde tú ibas a llegar, Clara, además lo del Safeway era solo para comenzar, ya había dejado mi currículum en varios periódicos latinos y que me llamaran era cosa de tiempo. Pero nunca llegaste, claro. Te llamé, amor, compra el pasaje para el 25, y tú no, Carlitos, me quedo y tú quédate allá, es mejor así para los dos. ¿Me dejaste de querer, Clara? ¿Qué fue lo que pasó? Tú siempre soñabas con viajar, y http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 12
justo ahora que podíamos estar a nosecuantosmil kilómetros de esa ciudad que tiene el cielo más feo del mundo, decides quedarte. ¿Y las promesas? ¿Y los besos? Yo ya me harté de estar solo, Clara. Ya me harté de buscar en las clientas del supermercado una sonrisa parecida a la tuya, una voz parecida a la tuya. Si tan solo estuvieras acá, no me importaría estar sentado ocho horas al día pasando por el escáner Coca-Colas, botellas de leche, productos de limpieza. Sí, pues, nunca me llamaron del Washington Hispanic ni del Tiempo Latino ni de nada, pero es cosa de unos meses, me dicen; no nos llame, nosotros lo llamaremos, en fin. He pensado en regresar, claro, con mi fracaso y mi camiseta de la selección peruana a cuestas, pero qué haría en Lima, sin trabajo y sin ti. Porque tú ya no vas a volver conmigo, eso es claro. Si te llamaras Esperanza, quizá fuera distinto, sabría que la Esperanza es lo último que se pierde, y que entonces te perdería solo antes del final. Pero, claro, te llamas Clara y tu nombre solo permite juegos de palabras un poco tontos, pero las palabras han dejado de jugar, las palabras hacen el amor (Breton), las palabras no hacen el amor (Pizarnik), yo no hago el amor (Carlitos), y me avergüenzo un poco diciéndote-diciéndome que en estos meses no ha pasado nada, una paja de vez en cuando para no volverme loco, pero nada más. ¿Te estoy esperando, Clara? No lo sé. Lo que sí sé es que te quiero y que te extraño como la puta madre. Y extraño esas noches en que nos quedábamos en el departamento tomando un vino barato (más de uno), conversando y leyendo poemas. Recuerdo uno buenísimo de Rilke que, en medio de no sé qué guerra, un soldado le dice a otro si en su casa lo espera una mujer, y él responde que sí, y entonces para qué has venido hasta aquí para luchar contra el perro turco, vuelve a preguntar, he venido para volver, dice, http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 13
¿recuerdas que lloraste, Clara? Pero yo no he venido para volver. Yo vine para quedarme contigo en una ciudad distinta, con cielo y esperanzas. Y sé que te gustaría Washington, en serio. Las casas (las otras) son preciosas, viejísimas, de hace más de cien años, pero preciosas. No sabes cuántas veces me he imaginado paseando contigo por las calles de Georgetown, saludando a las viejitas que pasean sus perros, tomando un café en el Starbucks o en donde sea pero contigo, Clara, contigo. Si supieras esto quizá creerías que estoy loco, pero algunos domingos iba al aeropuerto y me quedaba un buen rato mirando a la gente que llegaba, los besos, los abrazos, imaginando que era yo ese tipo pelirrojo que abrazaba hasta la asfixia a su mujer de ojos casi verdes, como los tuyos. Foncho me dice que estoy mal de la cabeza y lo que necesito es salir, relajarme, tomarme unos tragos, conocer a alguien. Y quizá tiene razón, porque la mayoría de fines de semana me quedo solo en mi efficiency tomando ese mismo vino barato que tomábamos, cantando, recordándote. No sabes qué buen tipo resultó ser Foncho. Me ha ayudado un montón. No solo por lo del trabajo, eso es solo una parte. Cuando llegué me quedé tres semanas en su departamento, toma lo que quieras, Carlitos, aquí hay cerveza, acá Coca-Cola. Y me pude quedar más tiempo, pero yo quería alquilar algo de una vez para que tú pudieras venir. Aunque también es verdad que me sentía un poco incómodo, porque Foncho llegaba con un tipo distinto cada día, un francés el viernes, un gringuito el sábado, un chino con cara de plato la siguiente semana, y así. Bien puto resultó ser mi primo, pero buena gente. Ahora se ha tranquilizado un poco, me dice que lo que quiere es una pareja (un parejo), algo serio, Carlitos. Algunas veces, pocas, he salido con él y sus amigos (amigas) o he ido a su depa para http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 14
tomar unos tragos. Muy pocas. Como te digo, la mayoría de fines de semana me quedo solo, con una botella de vino (más de una) y tu recuerdo, mirando la foto en la que sales con tu bikini rojo que tanto me gusta. De vez en cuando voy al cine también, muy de vez en cuando, porque aquí es carísimo, y no hay dos por uno como en Lima. El domingo vi Talk to Her, la de Almodóvar, no sé si la has visto, buenísima. Y lloré porque yo tampoco puedo compartir la belleza contigo, y lloré también porque te hablo aunque tú no me escuchas, pero sé que me escuchas. Sufrí mucho, Clara, y sufrí más, porque en ese cine de Dupont Circle se habían juntado todas las pulgas del mundo, y me despertaba rascándome los brazos, las piernas, todo. Y con lo que me cuesta dormir. Porque aquí se acabó el Carlitos que ponía la oreja en la almohada y a los cinco minutos ya estaba roncando. Ahora doy vueltas y vueltas en la cama, esperando un sueño que parece no llegar nunca. Lo que daría por un Xanax, un Urbadán. Pero acá todo es con receta, así que me tengo que conformar con unas cápsulas de valeriana que huelen a desagüe de manicomio. Un asco. Y no son muy efectivas, porque igual doy vueltas y pasan dos horas, y yo sigo echado en la oscuridad contando ovejas blancas, rosadas, amarillas, pensando en ti y en tu bikini rojo. Y claro, al día siguiente en el trabajo estoy con unas ojeras de oso panda, qué tal cara, Carlitos. Así vivo mi sueño americano, casi durmiéndome sentado mientras cobro un litro de leche, sopas de sobre, aspirinas. ¿Con quién vas al cine ahora, Clara? ¿Quién besa tu espalda llena de pecas? Porque por más que no me hayas dicho nada, sé que tiene que haber alguien. ¿El gordito de la página cultural que siempre te sonreía? ¿El marciano de deportes? No saber a veces es peor. Es como si de pronto tu cuerpo hubiera desaparecido, y pese a todas las http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 15
búsquedas (tu foto ampliadísima en el programa America’s Most Wanted) no puedo llegar a saber qué pasó. A Foncho le he hablado un montón de ti, y trata de ayudarme diciéndome que te olvide, que un clavo saca otro clavo y eso. A mis amigos salvatrucos del Safeway no, no les he dicho nada. Si les dijera que después de tantos meses sigo enamorado de ti pensarían que soy un huevón. Con ellos voy a veces a jugar fulbito, me pongo la camiseta de la selección peruana, y voy al arco a tapar. Pero en mis ratos libres prefiero quedarme en casa o pasear por ahí. Por mi barrio hay ratas que se pasean conmigo en las noches; al principio da un poco de miedo, pero después como que te acostumbras. En los barrios más alejados del centro no hay ratas, sino ardillas, lindas ardillas que se escapan y no se dejan acariciar, como tú. Pero, claro, eso no siempre fue así, o sea me refiero a ti. Porque antes cómo tocaba tus piernas, tu espalda, mis dedos recorrían todo tu cuerpo tibio y tú cerrabas los ojos para sentir aún más mis caricias. Y te besaba, te besaba siempre, tus labios sabían a fresa, y nos abrazábamos como si tuviéramos miedo, y en verdad yo sí tenía miedo de perderte. Siempre recuerdo la primera vez que te besé, Clara, en plena avenida Pardo, borrachos, felices, tardísimo. Recién comenzábamos a salir, habíamos ido al Gatopardo, era la noche del gato ron ron, así que los cubalibres estaban a dos por uno, y tomamos no sé cuántos rones, y conversamos de tantas cosas, y pusimos «Light My Fire» en la rocola, y cuando salimos te besé sin miedo, nos besamos, y qué importaba la gente y los carros, si te estaba besando, no podía creerlo, te estaba besando. Al día siguiente te llamé para ir a la calle de las pizzas, y me dijiste que, claro, perfecto, y comimos en el Tockyn, y tomamos ¿tres?, ¿cuatro? jarras de sangría y nos besamos otra vez y nuestros dientes tenían http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 16
pedacitos de orégano, no importa. Dicen que recordar es volver a vivir, pero eso es pura mierda, Clara, una frase para vender cámaras fotográficas o rollo de película, porque yo acá me estoy muriendo de pena recordando tus besos y tus ojos casi verdes. Pero solo me queda recordar, porque olvidar no puedo. Mira las cosas que pienso, Clara, si ya parece mala letra de vals criollo, perdón, señor Pinglo, perdón, señora Chabuca. Y te recuerdo feliz, con tu sonrisa enorme de Gato de Cheshire. Yo en cambio he perdido la risa, y eso suena un poco a poema de quinceañera. No puedo dormir, Clara, ya me he tomado seis cápsulas de valeriana y sigo con los ojos abiertos como platos. Si tan solo pasaras tus dedos por mi pelo, pero no. ¿Con quién duermes ahora, Clara? Mira, esta cama es muy grande para mí, dos plazas, un solo cuerpo. Necesito un cigarro. Necesito dormir. Necesito tu voz a mi costado, y nada se puede hacer. Fuiste un hermoso paréntesis en mi vida, Clara. Antes de ti y después de ti. Antes de tenerte y después de haberte perdido. Mi vida ha recobrado ese sabor agrio y gris que tiene la soledad. En los dos años que estuve contigo no tuve necesidad de escuchar The Wall, y mira ahora, escuchando todos los días «Does anybody here remember Vera Lyna, remember how she said that we would meet again some sunny day», todas las noches escuchando y fumando hasta que el asma se me escapa por la boca. Estoy solo, Clara. Y a veces la soledad lleva a hacer cosas que normalmente no harías. No es que me piense matar ni nada de eso, no soy tan dramático. Pero tampoco es que me interese mucho vivir, si es que acaso estoy viviendo. Hace unos meses fui a misa, Clara. ¿Te imaginas? Yo que dejé de creer hace tanto tiempo en tantas cosas, fui a misa. No entendí mucho de lo que dijo el padre, pero no importa, porque fui más que todo a rezar, por ti, por http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 17
mí, y esto ya suena a una canción de Ramazzotti que nunca me gustó. Y me sentí un poco mejor, un poco nomás. Días después fue tu santo, y otra vez me caí en un pozo vacío para salir luego a una superficie vacía. Te llamé, Clara, y gracias por tus saludos, pero te he dicho que ya no me llames. Me emborraché como nunca, o como siempre. Y ese día no canté ninguna canción que cantábamos, y rompí la botella de ron y la foto en la que sales con tu bikini rojo que al día siguiente, casi llorando, pegué con cinta scotch. Pero mejor no pensar en esas cosas, mejor pensar en tu pelo castaño, en tus ojos casi verdes. Mañana será otro día, aunque también el mismo. Nada cambia, parece que el tiempo hubiera engordado y no pudiera andar. Los mismos clientes, los mismos productos, el mismo sueldo. Es una mierda la chamba. Si Foncho no fuera el administrador, quizá ya me hubieran botado, porque hace tiempo que dejé de falsificar sonrisas. Cumplo con mi trabajo, nada más; no aspiro a ser el empleado del mes, como los salvatrucos y los samborjas que saludan y sonríen a los clientes, have a nice day y eso. Pero es una chamba, y hay que pagar la renta y la comida, ahorrar lo que se pueda, así que ni modo. Peor sería trabajar en un Mc Donald’s, por ejemplo, en un Burger King, con el olor a grasa que se te pega en el cuerpo, ni de a vainas. Además, tú sabes que nunca me gustaron las hamburguesas ni las papas fritas, solo la pizza, la lasaña, la comida criolla, los helados que acá son buenazos. Estoy hecho un cerdo. La ropa que traje de Lima ya no me queda, Clara, el pantalón que me regalaste está en la maleta durmiendo el sueño de los justos. Pero no pienso hacer ninguna dieta, para qué, si no te voy a ver, si no me vas a ver. No sabes cómo extraño un buen cebiche, una causa rellena. Hace una semana fui a un restaurante peruano, el Costa Verde, más o menos. http://www.bajalibros.com/Entre-el-cielo-y-el-suelo-eBook-49609?bs=BookSamples-9786123091002 18