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EL MUNDO. VIERNES 28 DE DICIEMBRE DE 2018
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La escena del ‘El resplandor’ en la que Jack Nicholson mira a la cámara y suelta una carcajada enloquecida es uno de los momentos más perturbadores de la historia del cine. POR ISMAEL MARINERO MADRID Supervillanos, científicos locos, mentes criminales, muñecos diabólicos y genios malvados comparten, además del genuino placer de hacer el mal, algo que los define por encima de su aspecto o sus oscuras intenciones: la risa malévola, esa carcajada estruendosa y retorcida que forma parte de la cultura universal. Es algo que nuestro cerebro decodifica al instante, permitiéndonos saber en cuestión de segundos quién es el antagonista y hasta qué desorbitado horizonte llega su maldad. Ya sea Cruella de Vil haciéndose un abrigo con piel de dálmata, Predator a punto de inmolarse o el Drácula de Coppola frotándose las manos, es algo que forma parte de nuestro imaginario colectivo. Mi hija de seis años, que se tapa los oídos y pone cara de terror cada vez que oye
SUPERVILLANOS
la risotada de Vincent Price en el Thriller de Michael Jackson, puede dar buena fe de ello. En Señales sociales y esencias antisociales: la función de la risa malvada en la cultura popular, un ensayo publicado en The Journal of Popular Culture, el experto en Artes Visuales y Psicología de los medios Jens KjeldgaardChristiansen explora las causas de este símbolo cultural. Es un elemento
POR QUÉ NOS DAN MIEDO SUS RISAS MALÉFICAS Cine. Una carcajada es la forma más simple de que sepamos quién es el malo... y si está muy loco
expresivo que se manifiesta principalmente en el cine, pero que también se ha utilizado a menudo en la radio, los cómics y los videojuegos para identificar la perversidad de quien intenta subvertir el orden social establecido. La cita de Schopenhauer que abre el texto es inequívoca: «No hay señal más infalible de un corazón enteramente malvado y de una profunda falta de valor moral que el disfrute abierto y sincero de ver sufrir a otras personas». La cultura clásica no veía la risa, respuesta física y psicológica que los humanos compartimos con algunos primates, como algo bueno o positivo. Platón y Aristóteles la relacionaban con la victoria de las pasiones sobre lo racional, y desde entonces hasta la Ilustración la risa tuvo ese matiz negativo: un paroxismo violento que elimina la voluntariedad y expresa lo visceral. En la tragedia griega clásica, la carcajada malévola que hoy exhiben con fruición los
villanos de la factoría Disney ya estaba ahí: marcaba a la némesis del protagonista y era un vehículo perfecto para alimentar la idea de que el enemigo del héroe debía ser castigado por su maldad. El psicólogo social Floyd H. Allport escribió en 1932 que «el mayor obstáculo para una explicación satisfactoria de la risa ha sido que, a diferencia de otras formas básicas de comportamiento, no sirve a ningún propósito biológico conocido». Su motivación radica, por tanto, en lo social, y recientes investigaciones, como la Robert Provine, psicólogo de la Universidad de Maryland, confirman que lo que de verdad nos hace reír, mucho más que los chistes, las bromas o los vídeos de gatitos, es hablar con nuestros amigos. De hecho, según Provine, estar en compañía de otras personas multiplica por 30 la probabilidad de que nos riamos.
Pero aquí no hablamos de esa risa natural (o forzada) de las interacciones sociales de nuestro día a día o de los supuestos beneficios de la risoterapia, sino de Jack Nicholson convirtiendo la risa malévola en una de las bellas artes. «El villano es la antítesis del héroe, y la inversión funcional de la risa en los villanos marca, visual y fonéticamente, su corrupción moral», nos dice KjeldgaardChristiansen. El poder expresivo de las risotadas maléficas suele aparecer en dos momentos clave: cuando el villano de turno planea sus oscuras maquinaciones, exhibiendo su intención criminal o mens rea (mente culpable), y cuando consigue llevarlas a cabo o tiene al héroe a su merced. Este segundo momento marca e identifica el acto culpable o actus reus. El resultado, explica el ensayista danés, «es un circuito psicológico cerrado, un esquema
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completo que vincula claramente la conducta maliciosa con el dolo», en lenguaje jurídico, «voluntad deliberada de cometer un delito, a sabiendas de su carácter delictivo y del daño que puede causa». El tercer caso en el que se suele utilizar ese obsceno disfrute con las desgracias ajenas es con personajes que han perdido el contacto con la realidad o que están completa e irremediablemente majaras. Volvemos a Jack Nicholson y a ese plano en el que mira fijamente a cámara (y, por tanto, al espectador) en El resplandor: sus labios se ensanchan, en sus ojos brilla la enajenación
EN LA TRAGEDIA GRIEGA CLÁSICA, LA RISA MALÉVOLA YA SERVÍA PARA SEÑALAR A LA NÉMESIS DEL PROTAGONISTA mientras de su garganta surge un sonido de inconfundible locura. Según ciertas interpretaciones históricas y psicológicas, como la de Michel Foucault, «el libre albedrío de un sujeto está acosado por impulsos irracionales que amenazan con destronarlo». El uso de la risa diabólica suele ser maniqueo, un perfecto síntoma de la escasa profundidad del personajes en cuestión. Y, sin embargo, demuestra su efectividad una y otra vez. Al fin y al cabo, siempre existe ese secreto regocijo en saber que los malos son los otros, sus violentas carcajadas los señalan como antisociales y justifican nuestro resentimiento. ¿Nuestros propios fracasos morales? Nada tienen que ver con eso, son las circunstancias externas las que nos obligan a actuar de determinada manera y jamás nos reiríamos de las desgracias ajenas. Ja.
La Asamblea extraordinaria de socios de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) no ha aprobado los nuevos estatutos de la entidad de gestión de derechos de autor. Aunque la propuesta consiguió ayer un 58% de votos positivos de los 22.536 totales, esta cantidad no fue suficiente para alcanzar los dos tercios necesarios para dar luz verde a la reforma exigida por ley. La aprobación de los estatutos era uno de los tres puntos requeridos por el Ministerio de Cultura y Deportes en el apercibimiento remitido a finales del mes de septiembre y cuyo plazo de cumplimiento expira hoy. Los otros dos se refieren al voto electrónico y al reglamento del reparto de las liquidaciones (ratificado éste por el 54,74% de los votos, ya que en este caso bastaba con mayoría simple, aunque el reparto correspondiente a diciembre ha sido rechazado por un 53,23% de votos negativos). La pelota pasa ahora al tejado ministerial. El gabinete de José Guirao tiene tres opciones: retirar la licencia para que opere la SGAE, iniciar un proceso para la intervención de la misma (previa autorización judicial) o dar más tiempo a la entidad. Fuentes de SGAE subrayan el hecho de que los resultados de la votación experimentaron un vuelco respecto al interior intento de sacar adelante la reforma estatutaria. El pasado junio, siendo aún presidente José Miguel Fernández Sastrón, la asamblea de socios los tumbó por el 66,61% de los votos. En un comunicado remitido al término de las votaciones, el Ministerio anunció que «tomará una decisión acorde con la ley» (Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual [TRLPI. art. 149 y 192.9]) «en aras de la preservación del interés
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Muere Jorge Grau
DE LA ESCUELA DE BARCELONA AL ‘FANTATERROR’ PATRIO JAVIER MEMBA MADRID
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Derechos de autor. La asamblea de socios de la entidad rechaza la reforma exigida por el Ministerio de Cultura y éste anuncia que actuará conforme a la ley
EL “NO” A LOS ESTATUTOS FACILITA UN ‘155’ EN LA SGAE POR DARÍO PRIETO MADRID general de los asociados para proteger los legítimos derechos de los autores y demás titulares de derechos que son miembros de la SGAE». Para ello requerirá hoy que, «en el plazo máximo de cinco días hábiles, envíe el acta de la reunión de la Asamblea para poder comprobar fehacientemente el desarrollo de la misma». En el texto, el gabinete de Guirao dice estar
«preocupado por los resultados de las votaciones que ha conocido a través de la prensa». Los artículos periodísticos, prosigue, «parecen reflejar que no se han subsanado los aspectos que solicitó el Departamento a través de un apercibimiento» cuyo plazo vence este viernes. Todo ello hace pensar que la opción más posible es la intervención, que ha de ser argumentada ante un juez de la sala de lo civil y autorizada por éste. En esta ocasión, a pesar del empeño del presidente, José Ángel Hevia, por evitar un voto negativo «autodestructivo», la tensión por el caso Rueda terminó marcando la votación. En declaraciones a la salida de la asamblea, Hevia tendió la mano a las autoridades: «No solo acatamos las decisiones del Ministerio sino que lo invitamos a que ejerza esa potestad que tiene de tutela. No esperamos un ministerio fiscalizador y castigador, sino un ministerio que va a apoyar a la entidad de gestión más importante de este país y a un verdadero
patrimonio cultural, esperamos que haga una lectura muy responsable y muy razonable del resultado de esta tarde». De nada sirvió la campaña apocalíptica lanzada por la entidad en redes sociales: «La SGAE que has conocido, con la que has crecido, con la que has convivido y con la que quizá te hayas formado, desarrollado y, por qué no, discutido a veces, tiene un serio riesgo de desaparecer», rezaba uno de los anuncios que llamaban a votar. «El próximo 28 de diciembre los autores, editores y trabajadores de nuestra SGAE podemos amanecer sin casa, sin un lugar común donde encontrarnos, convivir y trabajar juntos». Durante la presentación de la propuesta, Hevia y los vicepresidentes de SGAE confesaron que estos eran «unos estatutos de mínimos» que «contemplan estrictamente lo que nos exige la transposición de la directiva de la Unión Europea», según palabras de Antonio Onetti, portavoz del Colegio Audiovisual.
Una de las últimas noticias que tuvimos de Jordi Grau fue ver su nombre entre el millar de «intelectuales de izquierdas» que en septiembre de 2017 llamaron a no participar el referéndum sobre la determinación de Cataluña, convocado por la Generalitat el 1 de octubre. Barcelonés de pro, nació en la capital catalana -a la que dedicó una buena parte de sus primeros cortometrajesen 1930. Pero la grandeza de sus cintas, algunas tan sobresalientes como Noche de verano (1963), Ceremonia sangrienta (1973) o No profanar el sueño de los muertos (1974), jamás podrá verse afectada por una actividad menor como la política. Bien es cierto que para el común de los espectadores cuenta más ese desnudo integral de María José Cantudo en La trastienda (1976), el primero en la historia del cine español, que el papel que Grau jugó en la Escuela de Barcelona. Pero no hay duda de que con su reciente óbito se va uno de los mejores de aquel grupo de cineastas catalanes que tanto lustre dio al cine de autor español de los años 60. Su primer largometraje, Noche de verano, se muestra en la estela de la «incomunicabilitá» del gran Michelangelo Antonioni y, con el tiempo, ha quedado como la gran obra maestra del cineasta, seguida de Ceremonia sangrienta, coproducción italoespañola cumbre del fantaterror patrio junto a No profanar el sueño de los muertos. Tras ese pórtico al destape que fue La trastienda, el tiempo del cine de Jordi Grau pasó.