Sumario - Revista Horizontes del Sur

una dictadura radical islámica. El gobierno de Obama debió desmontar la escalada publicitaria de la “intervención humanitaria” y aceptar un atajo diplomático ...
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Sumario Perspectivas de los procesos transformadores en Sudamérica MUNDO La crisis capitalista y el ocaso democrático en los países centrales.



14 Desorden global: causas y consecuencias, por Ricardo Aronskind



22 La Gran Ofensiva: deshaciendo el encanto, por Bernat Riutort



32 “Podemos representa la vuelta del Pueblo a la política en España”. Entrevista a Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón



44 “Latinoamérica se ha convertido en el centro universal de las políticas más progresistas”. Entrevista a Baltasar Garzón



54 La decadencia de la izquierda socialdemócrata europea, ¿un laberinto sin salida? por Sebastián Etchemendy

REGIÓN La agenda de los procesos transformadores para los próximos años.

64 Algunas reflexiones sobre izquierda y democracia a la luz de los procesos populares en América Latina, por Mario Toer, Federico Montero y Santiago Barassi



78 “Tenemos que construir urgentemente nuevas instituciones, una nueva arquitectura financiera”. Entrevista a Pedro Páez



84 Del Estado aparente al Estado integral, por Álvaro García Linera



94 La coyuntura política venezolana, por Francisco González



98 El tercer gobierno de Correa: repliegue hegemónico y agotamiento de las energías utópicas, por Franklin Ramírez Gallegos

ARGENTINA El futuro del kirchnerismo. 110 Apuntes para una agenda teórica para este tiempo. Acerca de los derechos, de la libertad y del Estado, por Eduardo Rinesi 116 El kirchnerismo que viene, por Martín Sabbatella 124 El modelo K como proyecto nacional y popular, por Aldo Ferrer 132 Transiciones, por Nicolás Tereschuk 138 El mal de la banalidad, por Ariel Colombo

COORDENADAS Horizontes en discusión. 146 Realidades digitales: crítica aristocrática o crítica intelectual, por Horacio González

RESEÑAS 156 Para jerarquizar el debate sobre la década ganada, por Sebastián Mauro 158 La fuerza de la juventud organizada, por Mariana A. Altieri 160 Conversaciones con Maquiavelo, por Constanza Iselli 162 Paralelismos insospechados, por Antolín Magallanes 164 Las artes en el siglo XX, por Silvina Mohnen

Nro. 1 Director Edgardo Mocca Consejo editorial Ricardo Aronskind Hernán Brienza Leandro Caruso María Esperanza Casullo Ariel Colombo Sebastián Etchemendy Max Fernández Sebastián Fernández Ricardo Forster Horacio González Antolín Magallanes Alberto Quevedo Damián Paikin Eduardo Rinesi Nicolás Tereschuk Mario Toer Gabriel Vommaro

Equipo de redacción Gabriel Diner Constanza Iselli (edición) Sebastián Mauro (edición) Gabriela Mocca (edición) Silvina Mohnen Federico Montero Eliana Persky

Diseño Carlos Fernández Corrección Alejo Hernández Puga Impresión y distribución Editorial TREINTADIEZ

Dirección: Céspedes 3550 PB, Ciudad de Buenos Aires, Argentina CUIT: 30-70792858-8 | Teléfono: (54 11) 4555.3999 Mail: [email protected] Sitio web: www.horizontesdelsur.com.ar ISSN: 2408-4069 Este ejemplar se terminó de imprimir en noviembre de 2014

Horizontes del Sur por Edgardo Mocca La palabra política fluye en estos días con ritmos vertiginosos, disuelta en imágenes y en grandes titulares, mezclada con géneros aparentemente ajenos a su materia, a veces sostenida por creencias leves y fugaces. Claro, en democracia, la política no puede permitirse la reclusión en cenáculos de elegidos porque la suerte de sus andanzas la termina decidiendo un ritual de discursos, publicidades y urnas a las que llamamos, con razón, elecciones libres. Una cosa es la crítica de la espectacularización de la política, otra es la queja que siente nostalgia por una época que nunca existió, la de la política como razón pública que se discute en el foro al margen de las pasiones individuales y de las trincheras sectoriales. Antes de aplaudir o rechazar la contaminación de la política por todas las prácticas en las que se involucra el pueblo – incluso las aparentemente más alejadas de la racionalidad política– hay que reconocer esa contaminación, aprender sus reglas, dominar sus técnicas, porque no se trata de cruces contingentes ni poco importantes: son la trama misma de la política de nuestros días. Una revista es una manera de intervención en ese flujo a veces caótico de mensajes políticos. Un “caos”, hay que decirlo, que no es mera acumulación aleatoria e inorgánica, que está cruzado de interferencias y grietas de poder. Una red cuyos nodos hegemónicos inciden en ese vaciamiento, en esa reducción a “una cáscara vacía capaz de ser llenada con cualquier sentido y cuya única utilidad es la de obtener simpatías electorales” de la que habla Sabbatella en su artículo para este número inaugural. La revista es una manera de intervenir que se identifica por su tiempo y por su materialidad. Su temporalidad específica es una periodicidad –tres ejemplares por año– que la sitúa entre la reflexión con pretensiones de larga duración y la respuesta urgente a las demandas e impulsos del día. La revista tiene tiempo para pensar y para pensarse; el suelo de hechos e interpretaciones sobre el que se apoya no es el de la revelación o el de la primicia, es el de una mirada con alguna pretensión abarcativa, con algún sentido de proyección estratégica. Claro que cuando el lector se encuentre con Horizontes del Sur, ya el suelo se habrá estremecido y modificado desde que la revista entró en la imprenta, habrán cambiado algunos

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6 registros coyunturales y hasta podrán haberse develado, o empezado a develar, algunas de las cuestiones que eran enigmas mientras se escribía. Sabrá el resultado de importantes batallas políticas que tienen mucha importancia para el futuro nacional y regional, como los resultados de las elecciones de Brasil, de Uruguay y de Bolivia. También en este caso, la clave del análisis será el significado de esos guarismos para el proceso general de transformaciones en la región, que abordaremos pormenorizadamente en el próximo número. Hay razones para hablar a favor de este modo de intervención: la política –particularmente la política que se pretende transformadora– está obligada a internarse en los tiempos del análisis y del pensamiento crítico. No puede prescindir del tiempo de la práctica cotidiana, de la organización y de la discusión bajo el fuego diario de la guerra mediática; sin ese frente de batalla, cualquier movimiento político se degrada en secta doctrinaria. Pero está obligada a trabajar en otros terrenos, a darse las condiciones para una mirada más compleja, capaz de sostener una navegación de largo aliento. Y la calidad de esa navegación es tributaria del mapa del que dispone, un mapa que se rehace a cada minuto pero que puede tener consistencias que le permitan absorber esos cambios y con ellos mejorarse a sí mismo. Los tiempos de Horizontes del Sur no son, entonces, los de las teorías generales de la política; tampoco son necesaria ni exclusivamente los de interpretaciones teóricas que pretenden explicar de modo completo una época o la historia de un país. Sin embargo, los artículos con los que aquí se va a encontrar el lector no son amontonamientos de datos o de episodios aislados; los subyace y los justifica una intención militante y un esfuerzo por darle a esa militancia un sustento de ideas y una pretensión de sentido. La revista tiene también una materialidad específica. Es un volumen. Ocupa un sitio en el estante de alguna librería, en las manos o en el bolso de alguna persona. Puede viajar en la valija de un militante que la acerca a sus compañeros que viven en sitios en los que es inaccesible de otras formas. Está en una pila cercana a una mesa donde se habla de política. Tiene, eso sí, una materialidad periódica. Como tal, marca el calendario, genera rituales internos y externos, presentaciones que sirven como actos militantes, reuniones de discusión de un artículo o de una sección. Lejos de contraponerse a otras formas de comunicación propias de la época, la revista se propone convertirse en el centro de un dispositivo múltiple en el que se integren, entre otras formas, las herramientas digitales y los

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encuentros periódicos en el espacio público. La revista tiene, pues, una vida propia, pero esta vida se alimenta recíprocamente del proyecto del que forma parte, con la práctica de las mujeres y hombres para hacer avanzar un proyecto de país. La revista –esta revista– es una materialidad no neutral, una materialidad “de partido”. Claro está, no de un partido en los confines de una estructura y de un sistema de intereses. De un partido en un sentido no formalista, en el sentido de conjunto social relativamente unificado alrededor de un proyecto de poder, de una idea de país y de un sentido de la política. A ese partido –que todavía no tiene forma ni estructura definida, no sabemos si las tendrá, y no estamos unánimemente seguros de que es mejor que alguna vez llegue a tenerlas– pertenece Horizontes del Sur. No hay muchas maneras de llamar a ese partido-movimiento real aunque no institucionalizado que hoy gobierna la Argentina. Es kirchnerismo. No es un partido político. No se agota tampoco en una coalición de partidos políticos. Es un colectivo difuso y en buena medida inorgánico. Tiene los genes del movimiento popular más importante de la historia argentina, el peronismo, recoge sus banderas y su mejor historia, venera sus próceres y su épica. Y al mismo tiempo, nacido en la circunstancia crítica de la historia de nuestro país producida por el derrumbe neoliberal y la más profunda de sus crisis de representación, el kirchnerismo se fue cargando de formas y contenidos nuevos, que no nacieron en laboratorios politológicos sino en la arena misma de los grandes conflictos políticos que jalonaron la recuperación nacional después de haber estado al borde de la disolución como comunidad política en aquel aciago final de 2001. El kirchnerismo es un cruce de experiencias históricas; de las luchas de nuestro pueblo contra la dictadura cívico-militar, de la resistencia de las Madres, las Abuelas, los movimientos de derechos humanos; de los que resistieron la implantación, ya en democracia, del proyecto neoliberal y también de aquellos que reconocieron su esencia antipopular y regresiva cuando la promesa de prosperidad primermundista desembocó en el derrumbe general. Es el nombre del movimiento popular de esta etapa del país y como tal repele todo intento de reducción sectaria a una pertenencia histórica inmutable e impermeable a la historia y a sus transformaciones. Mucho se discute sobre el lugar de Argentina en el mundo. La contraseña que usa el neoliberalismo –tanto el sincero como el vergonzante– para caracterizarlo es el de “aislamiento”. Tal vez sea el menos feliz de los

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8 recursos de la derecha mediático-política en nuestro país. Porque el aislamiento solamente puede predicarse como un deseo inconsciente de las clases dominantes que brota atrevidamente en su discurso. Efectivamente para quienes defienden el statu quo político del país, lo mejor sería que estuviéramos aislados del mundo, de sus crisis, de sus contradicciones, de sus promesas y amenazas. Con lógica modestia, decimos que estas páginas ilustran bien la cuestión. Ricardo Aronskind afirma que “desde el propio centro organizador del orden unipolar se está generando el desorden económico y político global”. El fracaso de las aventuras militares geopolíticas y la crítica incertidumbre económica que caracteriza de modo creciente el orden económico piloteado por el capital financiero son dos fases de una misma crisis civilizatoria que afecta al paradigma capitalista nacido en la década del 70. Es una crisis que está cambiando el propio mapa del capitalismo, afectando profundamente a vastas zonas del llamado mundo desarrollado. Las consecuencias políticas de la crisis están en pleno desarrollo. Las recientes elecciones para el parlamento europeo han insinuado las dos líneas de desarrollo que se van gestando. Frente al vaciamiento neoliberal de la integración europea renace la contestación del nacionalismo xenófobo y autoritario, bajo la forma de un avance electoral notable de distintas variantes del neofascismo europeo. No se puede dejar de anotar con preocupación el hecho de que Inglaterra y Francia –dos de los tres países históricamente más importantes de Europa– conocieron la victoria electoral de la ultraderecha. Al mismo tiempo, con formas y volúmenes diferentes han emergido un conjunto de experiencias –Syriza en Grecia, Podemos en España, el Frente de Izquierda en Francia– que señalan una nueva ruta alternativa: la de una reapropiación de lo popular y lo nacional desde la tradición democrática y de izquierda europea. Es imposible prescindir en este análisis del proceso de múltiple crisis de la socialdemocracia europea –electoral, de políticas públicas e ideológica– que Etchemendy analiza en su génesis histórica, en íntima relación con la decadencia del estado de bienestar europeo. La izquierda tradicional europea ha unido su suerte, en lo fundamental, a la del capitalismo de los “mercados autorregulados” en lucha contra el cual protagonizó, a partir de la segunda posguerra, los mejores capítulos de su historia y construyó su prestigio político. Habrá que volver muchas veces sobre este tema porque no se trata de cuestiones ajenas a la realidad y a la historia de nuestro país y de nuestra región. También entre nosotros el derrumbe del socialismo

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soviético y el avance entonces imparable del neoliberalismo, en medio de un clima de época signado por la derrota popular de los setenta y el terrorismo de Estado que la sucedió, dieron lugar desde la década del ochenta a un giro político-ideológico hacia el liberalismo democrático que primero se propuso la legítima tarea de reparar la incomprensión de la cuestión democrática por parte del nacional-populismo y la izquierda, y después terminó confundiendo la defensa de la democracia con una retahíla institucionalista, sin actores y sin conflictos, hasta la confluencia política objetiva con las fuerzas que pugnan por la restauración conservadora. Quien lea los reportajes a Monedero y a Errejón, dirigentes de Podemos, y al juez Garzón, así como el artículo de Riutort, difícilmente deje de sentir la comunión de ideas que hay entre lo más dinámico y transformador de la política europea y la experiencia política que estamos haciendo los argentinos. Eso es lo que explica el sueño de que la Argentina esté “aislada del mundo”. La convulsión geopolítica, la crisis del capitalismo global financiarizado y los nuevos vientos europeos sitúan en otra dimensión las peripecias políticas de nuestra América del Sur. La más rica, interesante y consistente de las contestaciones populares a la crisis habita en estas tierras. Es heterogénea políticamente y reconoce tradiciones ideológicas y culturales no solamente diversas sino –en muchos lugares y en muchas ocasiones– antagónicas. Sobresale la vieja cuestión de las relaciones entre el nacionalismo popular y la izquierda de cuño socialista que en estos años ha vivido un viraje de reencuentro y de síntesis de grandes alcances y proyecciones. El relato de Francisco González sobre el curso de los primeros pasos del comandante Chávez en el gobierno venezolano ilustra al máximo un proceso que puede verificarse en varias de las experiencias transformadoras de nuestra región. Es la política, el choque contra los intereses de un bloque social indispuesto a la mínima concesión respecto a sus privilegios la fuente del desarrollo político, el motor de esta nueva síntesis política. Nacionalistas que inscriben el socialismo en sus banderas, e izquierdas que reconocen lo nacional-popular como el lenguaje en el que se expanden las condiciones emancipatorias de nuestras sociedades, acaso constituyan el signo más sobresaliente de la época. Una época, por otra parte, nada sencilla para las experiencias transformadoras latinoamericanas, insertas como están en un mundo en que el neoliberalismo en crisis, lejos de retroceder tiende a hacer más duras sus respuestas penalizadoras para los proyectos alternativos. La propia crisis del capitalismo global sigue

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10 constituyendo una amenaza para procesos políticos que –como explica el maestro Aldo Ferrer en el caso argentino– han reparado socialmente y reorientado el rumbo nacional pero no han modificado con la suficiente profundidad sus estructuras productivas. La cuestión sigue siendo la dialéctica entre las transformaciones y la sistemática reproducción del poder que hace falta para asegurar la continuidad de esas transformaciones. Existen tensiones entre las utopías fundantes de los proyectos populares latinoamericanos y las estrategias de conservación y reproducción de las estrategias de poder que los hacen viables, tal como plantea Ramírez para el caso de Ecuador. No hay recetas que puedan solucionar esas tensiones; es la política y su capacidad de explicar y compartir los obstáculos y los giros tácticos a los que obligan, la que tiene la última palabra. Horizontes del Sur nace en una etapa política de fuertes tensiones políticas en nuestro país. Nos acercamos a una instancia electoral de enorme importancia en la que, más allá de sellos partidarios e imágenes públicas de candidatos, estará en juego la continuidad del rumbo adoptado por el país hace once años, después de atravesar peripecias que nos pusieron al borde de la disolución como comunidad política nacional. La mención de la continuidad tiene, entre otras, dos significaciones principales. Hay una significación que alude a lo que se juega en cada elección democrática: es el “grado” de continuidad que puedan expresar diversas fórmulas electorales, partidos o coaliciones respecto de un conjunto de políticas públicas que se han aplicado o están en desarrollo. Esto atañe a la política “normal”, a aquellas circunstancias en las que en un país funciona un discurso claramente hegemónico y la disputa se recluye en cuestiones que no desafían esa hegemonía y permiten fundamentar por qué unos están en mejores condiciones que otros de conducir políticamente. La segunda significación posible de la idea de continuidad y cambio remite a situaciones en las que se ha trastornado ese orden “normal” y tanto quienes apoyan como quienes rechazan ese trastorno lo reconocen y construyen su lugar político en base a la posición que tienen frente a él. Naturalmente, la política “normal” y la anomalía son polos útiles para el análisis pero no suponen que una excluya a la otra. Por eso es oportuno el planteo de Tereschuk respecto del dilema sobre cuánto de continuidad y cuánto de cambio proponen las oposiciones y también el propio gobierno. Hay que apuntar aquí que el cambio y la continuidad no puede reducirse a un mensaje de campaña: las posiciones públicas en un momento de fuertes tensiones como el que atravesamos colocan claramente a los actores

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políticos ante la necesidad de poner esos planteos de futuro en los actos presentes. Visiblemente las oposiciones han decidido, con sus posiciones ante el conflicto del país con los fondos buitre y las medidas de regulación del mercado lanzadas por el gobierno, radicalizar una conducta a la que se vienen ciñendo, por lo menos desde el conflicto con las patronales agrarias, y que consiste en la negación de apoyo a todas y cada una de las decisiones estratégicas del gobierno. Será muy difícil la inserción de un mensaje electoral de continuidad relativa en el contexto de una trayectoria que más bien dibuja la promesa de un drástico cambio general de orientación. De manera que la dialéctica continuidad-cambio necesita ser incorporada a una mirada más totalizadora, a una reflexión sobre la innegable transformación cualitativa operada en la política argentina a partir de mayo de 2003. Para eso es particularmente útil el artículo de Ferrer, quien arranca su reflexión con la instalación de una totalidad orgánica, el “proyecto nacional y popular”, con la promoción social, la reafirmación de la soberanía y el protagonismo de las políticas públicas como sus notas constitutivas. Por supuesto, esa totalidad orgánica puede reconocer formas, tiempos y estilos diferentes. Pero no cualquier cosa que se haga en su nombre resiste un análisis serio acerca de su efectiva pertenencia a esa totalidad y de la “continuidad” que exprese. La defensa de la continuidad y profundización del proyecto en curso incorpora necesariamente una dimensión crítica acerca de sus dispositivos, de sus instrumentos y de sus lenguajes. Presupone hacerse preguntas sobre sus alcances y sus límites, admitir sus contradicciones y reconocer sus errores. Todo eso que habitualmente nombramos con la expresión un poco lineal de “las deudas pendientes” obliga a generar ambiente y condiciones para una discusión profunda a realizar con más pasión y franqueza cuanto mayor sea el compromiso con el proyecto general; es esa invocación a “pensar mejor” que Rinesi hace a propósito del Estado y que puede extenderse a la acción política transformadora en su conjunto. Dicho de otro modo, el cambio forma parte de la continuidad; de hecho la experiencia de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner no es la de la lisa y llana “continuidad”, más bien por el contrario ha tenido como principal activo el de desarrollarse en medio del conflicto y a partir del conflicto. No es al despliegue de una prolija plataforma previa a lo que hemos asistido, sino a la historia de un conjunto de luchas en las que siempre estuvo en el centro el problema del poder. Hubo giros, cambios, marchas hacia atrás, negociaciones, rupturas, reconciliaciones: todo lo contrario de la

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12 pureza principista con las que algunas sectas creen estar haciendo política revolucionaria. No funciona el catálogo de los aliados tácticos y los enemigos principales; las alianzas y las enemistades son el resultado de las luchas políticas concretas y no de las imaginarias. Sin embargo, no fue un desarrollo azaroso y sin brújula; la inclusión social con el empleo en el centro y con políticas de ingreso que la refuerzan, la política económica sostenida básicamente en la expansión del mercado interno, el desarrollo de una dinámica de desarrollo de nuevos y viejos derechos concentrada en los sectores más desprotegidos y discriminados, una política de soberanía nacional enlazada con la integración regional y una definición muy acentuada a favor del multilateralismo y el rechazo a la prepotencia imperial, fueron notas permanentes del discurso y la acción política de estos años. Si hablamos de continuidad y cambio, entonces, hablamos de la continuidad y de los cambios que hagan falta para profundizar este rumbo general y no de una especie de menú sobre el que decidimos qué es lo bueno y qué es lo malo. Como dice Colombo, “no hay legado sino un hierro caliente”. A los argentinos, después de haber vivido la experiencia neoliberal, no nos va a resultar muy difícil saber, en este sentido, qué es continuidad y qué es cambio.



La crisis capitalista y el ocaso democrático en los países centrales El mundo globalizado atraviesa una crisis de doble aspecto: el equilibrio geopolítico se conmueve con la emergencia de nuevos actores y balances de fuerza mundial, mientras que el orden capitalista hegemonizado por el capital financiero está atravesado por una profunda incertidumbre que recorre a varios países del mundo desarrollado. El proceso de reconfiguración del orden mundial abre grandes interrogantes respecto del consenso democrático-liberal consolidado después de la última guerra. El sistema político europeo, en particular, revela los límites de una democracia constituida en torno a un sistema de partidos que permite la alternancia de diferentes fuerzas en el gobierno, pero que no abre alternativas a un orden hegemonizado por las tecnoburocracias que siguen aplicando recetas de “austeridad” que expresan la voluntad del capital concentrado y avanzan sobre viejas conquistas de los trabajadores. La socialdemocracia ha completado un viraje hacia una conciliación con el capitalismo, aun en las formas más degradadas propias de la contrarrevolución neoliberal, pero nuevas experiencias populares abren la esperanza de que la crisis no tenga como exclusivo correlato el crecimiento de las fuerzas de la ultraderecha.

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Desorden global: causas y consecuencias por Ricardo Aronskind El autor analiza la descomposición del mundo unipolar consolidado en la década del 90. La proliferación de conflictos, el vaciamiento de los organismos internacionales y la autonomización de los actores regionales son indicadores de un desorden producido por las propias contradicciones del centro del poder mundial. Proliferación de conflictos civiles y confrontaciones militares Diversas zonas de violencia han surgido en los últimos tiempos en el escenario mundial, con la peculiaridad de que los enfrentamientos que estallan no terminan de cerrarse y que proliferan bajo la forma de otros choques más irregulares de menor tamaño, sin que se resuelvan los principales. Así, por ejemplo, la intervención de países de la OTAN para lograr el derrocamiento de Kaddafi en Libia terminó provocando una situación de caos en ese país, y también tuvo impacto en el vecino Mali –que sufrió un fuerte movimiento secesionista–, lo que a su vez obligó a una apresurada intervención francesa para contener la situación. La “vieja” intervención norteamericana en Afganistán, con amplio respaldo occidental, está fracasando en construir un “orden” sostenible en ese país, y crecen las voces norteamericanas que instan a un “diálogo de gobernabilidad” con los propios talibanes a los cuales Occidente fue a expulsar del poder. En Irak –un sistema político construido por Estados Unidos luego de derrumbar por la fuerza al régimen de Saddam Hussein–, la pésima gestión del primer ministro chiita Maliki terminó con buena parte del norte del país ocupado por milicias islámicas sunnitas extremistas del grupo Estado Islámico, que creció en el combate contra el gobierno de Assad en Siria. Luego de haberse retirado oficialmente de ese país, Estados Unidos debió comenzar a bombardear apresuradamente el norte de Irak para reforzar a los grupos kurdos y chiitas que intentan contener a los fundamentalistas. Como sabemos, en Siria no pudo ser derrocado el gobierno del partido Baas, que contra la apuesta de Occidente, de Turquía y de los países petroleros árabes, no

Creciente autonomía de actores regionales El aflojamiento de la capacidad norteamericana para modificar establemente las realidades geopolíticas en su propio beneficio no se observa sólo en Medio Oriente. Ya son un tópico habitual los roces y cruces con

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cayó y aguanta ya tres años de una brutal guerra civil. La idea de una intervención “humanitaria” de la OTAN perdió fuerza, debido a la extrema heterogeneidad de las fuerzas opositoras al gobierno, que incluían la posibilidad de que el embate de las “fuerzas de la libertad” desembocara en una dictadura radical islámica. El gobierno de Obama debió desmontar la escalada publicitaria de la “intervención humanitaria” y aceptar un atajo diplomático ofrecido por los rusos. El conflicto palestino-israelí hizo erupción nuevamente entre el gobierno derechista israelí y la conducción del movimiento islámico Hamas. Mientras este último contó con el apoyo de Qatar, Turquía e Irán, el ataque israelí fue visto con benevolencia por Egipto, Arabia Saudita, Jordania y los Emiratos Árabes. Debe recordarse que la escalada violenta se produce luego del reciente fracaso de la diplomacia norteamericana en impulsar un acuerdo de paz entre el gobierno israelí y la Autoridad Nacional Palestina, y en frenar la política de asentamientos del gobierno israelí, que ha boicoteado sistemáticamente las opciones políticas hacia la solución de “dos pueblos, dos estados”. En esa región, múltiples cruces se están dando entre viejos y nuevos conflictos, que al tiempo que tienden a realimentarse e implicar crecientemente a nuevos actores, muestran alineamientos impensables hace no mucho tiempo. El problema parece ser mayor a la evidente incapacidad del orden global para procesar conflictos y resolverlos. El polo norteamericano-europeo ha mostrado capacidad para intervenir en diversas regiones, desestabilizar gobiernos e incluso empujar a países al borde del desmembramiento, pero se está revelando impotente para construir órdenes políticos sostenibles, por lo que, de hecho, se ha transformado en un factor de creación de caos y de creciente desequilibrio global. El poder que mostraban norteamericanos y soviéticos durante la Guerra Fría para controlar sus áreas de influencia, regular la intensidad de conflictos entre los respectivos aliados y disciplinar actores “díscolos” ha desaparecido. El enorme poderío bélico estadounidense no parece hoy tener capacidad para traducirse en influencia política en regiones que muestran una creciente autonomía.

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China en el terreno económico y diplomático (represalias económicas, “hackeos” informáticos). La interdependencia chino-norteamericana atraviesa por fluctuaciones que reflejan las tensiones entre las lógicas de sus respectivos estados nacionales (confrontativas) y las estrategias de las corporaciones multinacionales occidentales presentes en ambos países (asociativas). Se está ampliando la más abierta hostilidad mutua con el gobierno de Vladimir Putin, que sostiene una postura más nacionalista que su antecesor Yeltsin en la definición de las políticas globales de ese país. Rusia mantiene hoy una política de confrontación con Estados Unidos en diversos planos, como resultado de la propia estrategia norteamericana Las tensiones que de degradación sistemática del poderío ruso, desde la enfrenta la región caída de la URSS. Situaciones de conflicto político larlatinoamericana vado, por obra de las enormes presiones internacionaestán vinculadas les, se transforman primero en enfrentamientos civiles a un período de y luego escalan a conflictos armados, como ha ocurrido en Ucrania. Desde el desmembramiento de la URSS, intensa presión por ese país es una pieza en disputa entre Rusia, país con parte de Estados quien tiene evidentes afinidades históricas y culturales, y Unidos y Europa Occidente, que busca acoplarlo al sistema económico-fipara subordinar nanciero-de defensa de la UE y Estados Unidos. En Asia, numerosos países tienen “juego propio”, muy la economía alejado de las estrategias globales occidentales. En India, el regional en forma ascenso de un gobierno que refleja el nacionalismo hindú más estrecha a las –con una relación compleja con la minoría musulmana– necesidades de puede provocar tensiones que tienen proyección regional estos dos fuertes (Pakistán). Si bien el nuevo gobierno de Narendra Modi actores. es saludado por Occidente por su mayor predisposición hacia “los mercados”, India ha sido recientemente el principal responsable de que la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio fracase nuevamente, dada su –lógica– resistencia a liberalizar actividades que pueden ser disruptivas para la sociedad india. No parece casual que el espacio heterogéneo de los BRICS esté conformado por un grupo de países que no forman parte del “club de Occidente” y que sostengan diversos niveles de malestar con la imposición de la hegemonía occidental en todo el planeta. No representan un régimen social alternativo, sino que expresan difusamente el malestar con lo que la globalización neoliberal centrada en las multinacionales occidentales le ofrece a buena parte del planeta.

Latinoamérica En relación a este clima global, las tensiones que enfrenta la región latinoamericana están vinculadas a un período de intensa presión por parte de Estados Unidos y Europa para subordinar la economía regional en forma más estrecha a las necesidades de estos dos fuertes actores. América del Sur debería mirar con atención la experiencia que ha llevado adelante un gran país latinoamericano: México está cumpliendo veinte años de haber firmado el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) sin poder mostrar ninguno de los logros que en materia de desarrollo económico y social traería la asociación a la “mayor economía del mundo”, pero constatando el incremento casi irreversible de sus niveles de dependencia de la economía estadounidense. El auge de la gravísima violencia asociada al narcotráfico (decenas de miles de víctimas en los últimos años) no puede entenderse separadamente de la desarticulación social provocada por la aplicación de las políticas de “apertura y libre mercado” en condiciones tan asimétricas. América del Sur aparece dividida entre dos opciones político-económicas: una que apuesta a articularse pasivamente con los mercados del

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África La región africana, salvo en sus extremos norte y sur, muestra persistentes signos de desestabilización política y social, en la cual episodios como la extensión del virus ébola reflejan la debilidad de los estados locales y su incapacidad para garantizar mínimamente la reproducción de la vida social. La emergencia de grupos extremistas violentos, como el grupo Boco Haram en Nigeria, también crea incertidumbre sobre la capacidad de las fuerzas gubernamentales para lidiar con grupos fanáticos apoyados financieramente desde otras regiones y aprovisionados en un extenso mercado negro de armas en el cual se puede adquirir todo lo necesario para derrotar a ejércitos mal entrenados y desmotivados. La responsabilidad de las potencias occidentales en este estado de cosas es enorme, ya que la extrema debilidad institucional les ha permitido intervenir de múltiples formas para beneficiarse de las riquezas africanas. Tanto la debilidad productiva de esas naciones como la difusión de armamento para apoyar las más diversas aventuras de rapiña tienen la marca de la hegemonía occidental. Sobre este escenario, se verifica una creciente presencia china, ajustada a la búsqueda de suministros energéticos, minerales y alimentarios para sostener su expansión productiva.

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18 norte, alineando sus instituciones económicas y posiciones políticas con esos países, y otra que propone un proyecto de mayor autonomía política y de desarrollo más complejo. Sin embargo, en este segundo grupo, también se observa la presión de las fuerzas internas “pro globalización”, entre cuyas metas está el debilitamiento del Mercosur, y el avance hacia tratados de libre comercio bilaterales con Estados Unidos y multilaterales con la Unión Europea, que implicarían, de hecho, transformar a las economías locales en apéndices de las necesidades de acumulación de los países centrales. Estados Unidos Sin duda, Estados Unidos parece ser un protagonista principal en casi todos estos escenarios internacionales, directamente mediante el uso de su poderoso aparato diplomático y militar o a través del entramado económico global, en el cual tiene una presencia destacada en el capital de grandes firmas multinacionales, en los actores financieros clave y en las empresas de vanguardia tecnológica global. Sin embargo, la enorme potencia parece tener problemas internos con los cuales tiene menor capacidad de lidiar que con los conflictos externos. La actual administración es la representación de las tensiones severas que recorren las opciones políticas de ese país. La gestión de Barack Obama se inició en pleno desastre financiero, y se ocupó prioritariamente del salvataje de los grandes bancos, compañías inmobiliarias y de seguros, y la industria automotriz. Sin embargo, no atendió debidamente el daño provocado por la crisis a los ciudadanos comunes, que vieron afectados severamente sus ingresos, puestos de trabajo y posibilidades de progreso. La derecha estadounidense logró mantener un peso social enorme, pudiendo boicotear las iniciativas demócratas en materia de políticas de estímulo keynesianas a la producción. Las restricciones políticas impuestas por el Tea Party a través de la bancada republicana en el Congreso norteamericano dejaron constreñida la política pública a la expansión monetaria mediante la sistemática compra de bonos del Tesoro por parte de la FED. Esta muy limitada política expansiva tuvo el extraño mérito de impulsar al alza las acciones de la Bolsa –hasta generar, de hecho, una nueva burbuja en la actualidad– pero tuvo escasas repercusiones en la vida de la inmensa mayoría de la población, que siguió perdiendo sus viviendas, teniendo crecientes dificultades para pagar sus estudios o para sostener el ritmo de consumo al que

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estaban acostumbrados. La infraestructura de los Estados Unidos, según diversos informes, muestra signos preocupantes de deterioro que no son atendidos por la cerrada negativa de la derecha parlamentaria a ampliar el gasto público. Cuando se analiza el enorme presupuesto norteamericano, se observa que dos de las partidas más significativas son las de salud pública y defensa. En ambas se observa la presencia de enormes lobbies empresariales asociados al gasto público. En ambos se podrían pensar significativos recortes –reduciendo los subsidios implícitos a la enorme rentabilidad privada– para redireccionar recursos hacia otras áreas prioritarias (pobreza, infraestructura), pero la interconexión creciente entre el sistema partidario La derecha y los intereses corporativos dificulta cualquier estadounidense movimiento en esa dirección. El inconsistente logró mantener un programa económico que el capital financiero peso social enorme, ha logrado imponer establece que es aceptable pudiendo boicotear las ser heterodoxo en la política monetaria –para apuntalar la rentabilidad financiera– pero se iniciativas demócratas debe ser ortodoxo en política fiscal –para sos- en materia de tener la credibilidad del dólar y de la deuda políticas de estímulo externa norteamericana–. keynesianas a la La complejidad imperial de los Estados producción. Unidos hace que muchos procesos en marcha sean de muy difícil diagnóstico. Entre los elementos a considerar, figura la ambigua relación que mantienen las corporaciones norteamericanas con su propio país de origen. Si bien asientan en el poderío estadounidense las redes jurídicas e institucionales que les garantizan respetabilidad e intangibilidad globales, crecientemente retiran sus casas matrices del territorio norteamericano para radicarlas en guaridas fiscales, por lo que evitan pagar los impuestos al erario norteamericano. Además, en un fenómeno que ya ha formado parte de la agenda electoral en varias elecciones, tienden a desplazar tramos de la actividad productiva a otras regiones del planeta que les permitan maximizar sus ingresos, “exportando” puestos de trabajo que faltan en la economía del norte. Según el ex ministro de Trabajo de Bill Clinton, Robert Reich, la tasa de participación de la fuerza de trabajo es la más baja desde 1978, y cerca del 20% de los puestos de trabajo son hoy de tiempo parcial. Estados Unidos tiene un 15% de la población bajo la línea de pobreza y mantiene encarcelados a casi dos millones de personas, que no entran en las estadísticas de desempleo.

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El reciente estallido de violencia racial en la localidad de Ferguson muestra la persistencia y rebrote de situaciones de desigualdad social cruzadas con rémoras racistas que mantienen su potencial disruptivo. Las crecientes tensiones en la frontera mexicana por la irrupción del problema de los niños migrantes centroamericanos revela la ceguera estadounidense a la hora de tratar a sus vecinos del sur imponiéndoles el recetario neoliberal. La migración y el subdesarrollo son dos caras de la misma moneda, y Estados Unidos no logrará –como tampoco lo logra la Unión Europea con sus propios migrantes africanos o este-europeos– resolver el “problema migratorio” con medidas Los resultados de punitivas y represivas. las elecciones al Sin embargo, el sistema político se manParlamento Europeo tiene trabado y no parece dar cuenta de las han reflejado un necesidades sociales, más allá de la limitada malestar creciente que sensibilidad de “los mercados” por sus prose expresa en los países pios negocios. La Corte Suprema, en una del sur afectados por reciente acordada, ha señalado que no acepta que se pongan límites a los aportes privados a el ajuste impuesto con las campañas de los partidos políticos, lo que un desplazamiento refuerza el proceso de cooptación por parte hacia la izquierda del del “gran dinero” sobre la agenda pública.

electorado, pero con el incremento de partidos xenófobos en el norte y el este europeos.

Europa En Europa, el férreo control del neoliberalismo sobre las principales instancias políticas de la Unión Europea, cuyo apoyo central se encuentra en el gobierno de Ángela Merkel, ha logrado llevar a la región a una situación de estancamiento económico y deterioro social. Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo han reflejado un malestar creciente, que se expresa en los países del sur afectados por el ajuste impuesto, con un desplazamiento hacia la izquierda del electorado (gran debut del partido Podemos en España, continuo avance del partido Syriza en Grecia, reducción del peso de los partidos de la derecha italiana), pero con el incremento de partidos xenófobos en el norte y el este europeos. La frazada neoliberal cubre cada vez menos partes de la sociedad europea. Sorprende la política de inmovilismo impuesta desde Bruselas, ya que no ha sido utilizada para reforzar la solidez financiera de la región. A

Conclusiones A pesar de lo diverso de la situaciones revisadas en este artículo, aparecen algunos elementos comunes que merecen ser destacados. Quizás el más importante sea que desde el propio centro “organizador” del orden unipolar se está generando el desorden económico y político global. El predominio global norteamericano, junto con su socio europeo, incontestado desde el derrumbe soviético, es socavado por las propias políticas que estos factores de poder generan y promueven. Las aventuras de reorganización geopolíticas terminan en grandes fiascos que oscurecen el horizonte civilizatorio. El orden económico centrado en el capital financiero genera crisis, estancamiento e incertidumbre. Y el orden productivo asentado en las firmas multinacionales, con su lógica de consumo irresponsable y depredación medio-ambiental, provoca tensiones crecientes y daños concretos en todo el globo. La institucionalidad internacional queda vaciada y cuestionada cuando sólo refleja los intereses inmediatos de los estados más poderosos. Muchas de las imágenes prevalecientes en la actualidad responden a un mundo del cual nos vamos alejando progresivamente. La desorganización del orden que se cristalizó en los años 90, la creciente obsolescencia de las prácticas y comportamientos aprendidos en la política internacional reciente, obligan a estar muy atentos a las nuevas configuraciones que están surgiendo, impulsadas por las contradicciones profundas de los actores que fueron hegemónicos en las décadas precedentes.



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seis años del inicio de la crisis, todos admiten la fragilidad de las grandes casas bancarias, la concentración del crédito exclusivamente en las grandes corporaciones, la persistencia del ahogo de las economías más endeudadas. Portugal, por ejemplo, proclamó pomposamente que estaba en condiciones de prescindir de la “ayuda” financiera europea –que implicaba dolorosas políticas de recorte– y pocos meses después presenció la caída del Banco Espíritu Santo, una de las principales casas bancarias del país. La deuda pública española no cesa de crecer desde 2008, y equivale actualmente al 98,4% del PBI del país. Sin embargo, en las cúpulas gobernantes continúa prevaleciendo el consenso neoliberal que sostiene que el problema para la recuperación son los déficits fiscales, y que lo que debe mejorarse es la productividad.

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La Gran Ofensiva: deshaciendo el encanto por Bernat Riutort Teniendo como referencia su último libro, La gran ofensiva. Crisis global y crisis de la Unión Europea, Riutort analiza las relaciones de poder intrínsecas a los procesos económicos, poniendo el foco en la construcción de la Unión Europea y la doble crisis en la que se halla inmersa, la institucional y la económica, en un contexto de transición del capitalismo regulado al capitalismo financiarizado. Poder y teoría económica Los textos que integran el libro La gran ofensiva. Crisis global y crisis de la Unión Europea,1 como base del análisis, sostienen que las relaciones de poder son intrínsecas a la gran mayoría de los procesos económicos y que la ciencia económica con pretensión de cientificidad ha de incluir dichas relaciones en el núcleo disciplinar de la teoría. En concreto, en las economías capitalistas, los procesos de producción, los distintos mercados, la financiación, las relaciones de propiedad, las empresas, los procesos de trabajo, la estructura social de la tecnología, los estados y otras instituciones asociadas a los procesos económicos capitalistas incluyen relaciones de poder en su estructura institucional. Las relaciones capitalistas no pueden existir sin fuertes desigualdades en las mismas. Por otra parte, los agentes que participan en tales relaciones disponen de distintas posiciones de poder en ellas y las representan según su posición, intereses, narraciones e interpretaciones, sean estos agentes individuos, clases sociales, fracciones de clase, categorías sociales u otras formas de colectividad que realizan funciones económicas, razón por la cual resulta de importancia crucial para el decurso de las relaciones económicas capitalistas la construcción político-social de la hegemonía. 1  Bernat Riutort, La gran ofensiva. Crisis global y crisis de la Unión Europea, Icaria Editorial, Barcelona, 2014.

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No obstante, en la actualidad, para el establishment académico en la economía y para las élites de la gestión privada y pública del capitalismo, las relaciones de poder corresponden al ámbito de competencia de la ciencia política, pero en absoluto a la teoría económica. La teoría económica convencional ha construido un cinturón de seguridad ad hoc para que el núcleo disciplinar de la teoría y los teoremas y proposiciones que se derivan de él aparezcan como si fueran neutrales respecto de las relaciones de poder, las cuales son interpretadas como externas a la razón económica. Los agentes económicos del núcleo disciplinar son considerados como si fueran individuos racionales perfectamente consistentes e informados en sus actos, cuyo objetivo es optimizar sus recursos y sus ganancias en los mercados perfectamente competitivos. Como los análisis aplicados a la interpretación de la realidad y las propuestas de política económica elaboradas sobre la base de tales supuestos disciplinares son cubiertos por el marchamo de la razón calculística y de la modelización matemática de sus interacciones, se presentan como ejercicios de la ciencia económica normal, lo que implica rechazar como no científico cualquier otro paradigma de la economía. Con tal dispositivo ideológico e intelectual, ampliado por la gran red de instituciones ocupadas en la reproducción y difusión social masiva de esta visión del mundo económico y social, han conseguido, hasta ahora, impregnar el sentido común y la cultura de las grandes mayorías ciudadanas. El contraste entre ambas posiciones hace que los textos que forman el libro, que parten del primer enfoque, sean muy críticos respecto del paradigma económico convencional, sus interpretaciones y las propuestas hegemónicas sobre el desarrollo del capitalismo global y la crisis del mismo, así como, en particular, sobre la construcción e integración de la Unión Europea y la doble crisis en la que se halla inmersa, la institucional y la económica. De hecho, los textos presentan una interpretación alternativa de ambos procesos y tienen a las relaciones de poder en el foco del análisis económico e institucional y a la democracia y a la igualdad como objetivo de las mismas. Además, sugieren la implementación viable de otras políticas económicas y el cambio democrático del marco institucional establecido, rastreando la pluralidad de posiciones y agencias movilizadas en este sentido a través de las cuales poder articular acciones y proyectos alternativos y contrahegemónicos. Por otra parte, el último capítulo

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24 del libro plantea la discusión teórico-epistemológica específica sobre los paradigmas en la economía con el fin de poner a disposición del lector los conceptos que se hallan en ejercicio en los análisis de los procesos.

La gran ofensiva y la crisis Hasta el presente, la dinámica de la acumulación ampliada del capital ha tenido una enorme capacidad para desarrollar las fuerzas productivas e incluir en su proceso cada vez más elementos de la naturaleza y de las distintas sociedades, llegando en la actualidad a la globalización de sus formas de relación. Mientras, ha desencadenado consecuencias colaterales en forma de guerras, colonialismo, dominación, explotación, migraciones masivas, catástrofes ecológicas, etcétera. En particular, en el curso de la historia, su dinámica ha presentado períodos de expanPara el establishment sión de la acumulación seguidos de crisis y de académico en la reestructuraciones en la forma de acumulación, economía y para las secuencia repetida hasta el día de hoy. Durante élites de la gestión los procesos de grandes crisis-reestructuraciones, con sus malas consecuencias, las mayorías sociaprivada y pública les han sido castigadas duramente, tanto más del capitalismo, las cuanto menos capaces han sido de resistir el relaciones de poder poder del capital para cargarlas con los costes, corresponden al ámbito al mismo tiempo que los agentes del capital perde competencia de la seguían reforzar su propia posición de poder y ciencia política, pero, desarrollar sus intereses. En esta perspectiva, los textos del libro esboen absoluto, a la teoría zan el análisis del capitalismo regulado posteeconómica. rior a la Segunda Guerra Mundial y del capitalismo global financiarizado, que se desarrolla a partir de mediados de los 80 hasta hoy, asentados ambos en correlaciones de fuerza diferentes y en modalidades de conflicto entre los agentes y los distintos bloques de agentes. Asimismo, esbozan las principales sendas por las que ha transcurrido la transición de un tipo de acumulación hacia otro mediante su transformación estructural. El capitalismo regulado entró en crisis en los 70 y 80 lo que supuso un período de gran incertidumbre e incremento del conflicto social y político, proceso en el que la articulación por los agentes del capital de la gran ofensiva para incrementar sus posiciones de poder, iniciada en los 70, ha tenido continuidad hasta ahora. A su vez, en la medida que

La crisis del capitalismo global La crisis económica iniciada al estallar la burbuja de las hipotecas subprime devino en una crisis del capitalismo global financiarizado cuyo epicentro se localizó en Estados Unidos y en la Unión Europea, sin que, hasta ahora, se haya superado. Dicha crisis fue gestionada siguiendo duras políticas de estabilización y aplicando sistemáticos programas neoliberales de contrarreforma que han

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tenía éxito, deterioraba las posiciones de poder de las mayorías ciudadanas, asediadas y desconcertadas. Decisivo en el curso del retroceso de estas últimas fue el hecho de que sus representaciones institucionales de izquierda, políticas y sociales, adoptaron la política del mal menor y, gradualmente, perdieron sus posiciones de poder. Tal ofensiva continuada en el tiempo fue decisiva para el curso seguido por el proceso de crisis-reestructuración. Las ideas y los instrumentos económicos, ideológicos y políticos de tal ofensiva fueron el neoliberalismo y el neoconservadurismo, que ganaron la disputa por la hegemonía a las ideas, valores y políticas progresistas y democráticas. La nueva estructura social de acumulación del capitalismo global financiarizado propició un nuevo período expansivo, más corto y con menor crecimiento relativo que el anterior, y aumentó sobremanera la desigual distribución de la riqueza entre la pequeña minoría cada vez más rica y las grandes mayorías afectadas por un notable empobrecimiento relativo, mientras la precariedad de sus condiciones de trabajo y de vida se agudizaba y los cada vez más numerosos segmentos vulnerables de la sociedad sufrían condiciones de pobreza y de pérdida de dignidad, en muchos casos en forma extrema. En este marco del paso del capitalismo regulado al capitalismo global se interpreta la prolongada integración del “pilar” económico europeo-comunitario, al mismo tiempo que, a través de sucesivas tentativas reactivas a los cambios externos del capitalismo global financiarizado, se procede a su peculiar, compleja y posdemocrática construcción institucional y competencial político-administrativa. Dinámicas que muestran sus debilidades y divisiones en la crisis del final de la primera década del milenio. En particular, es notoria la incapacidad estructural de la Unión Europea de dotarse de una política internacional, pues la toma de decisiones en esta materia es excéntrica a las instituciones europeas; se halla fuera, en Washington.

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26 cargado los costes sobre la gran mayoría de los asalariados y sobre la ciudadanía en general, incrementando aún más la desigualdad socioeconómica. La capacidad de llevar a cabo semejantes medidas ha gravitado sobre la pronunciada asimetría de poder lograda en el período de formación y expansión del capitalismo global que le precedió. Este proceso ha sido más duro y convulso en la Unión Europea, dado el arraigo de las instituciones del capitalismo regulado en el período de formación y anterior a la reestructuración y a la gran diferencia de poder entre unas zonas y otras de la Unión. Dicha crisis ha pasado por diversos momentos. El primero y más corto fue el del impresionante impacto de la gran crisis financiera de Wall Street y su inmediata difusión en el resto del mundo, en particular, la Unión Europea. Como consecuencia, entró en crisis la economía real. Para salvar a los capitales financieros de la debacle total de sus mercados y a la economía real del colapso, los estados activaron una vasta operación de socialización de las pérdidas financieras. El segundo y más largo contó con la implementación de dos formas diferentes de abordar la crisis. Por una parte, los Estados Unidos insuflaron abundante liquidez en los mercados mientras reducían a cero los tipos de interés e introducían moderados estímulos económicos, al tiempo que, en la Unión Europea, por el dictado de sus estados más ricos, se imponían estrictas políticas de austeridad y duras reformas estructurales en las economías más afectadas. Como consecuencia, los Estados Unidos iniciaron una leve recuperación y la Unión Europea se instaló en el estancamiento y el empobrecimiento de sus economías más frágiles. Por otra parte, tanto las economías de los países del BRICS como las economías de reciente industrialización o de abundantes recursos naturales, no contaminados por la burbuja especulativa, con balanzas de pagos favorables o equilibradas, y recursos fiscales disponibles, aplicaban políticas de estímulo, logrando mantener notables tasas de crecimiento en este período y contener los malos efectos de la crisis. El tercer momento se caracteriza en la actualidad por la progresiva retirada de liquidez de la Reserva Federal mientras continúa la débil reactivación de los Estados Unidos y el estancamiento y la deflación de precios en la Unión Europea, lo que genera una mayor deriva de flujos de capitales hacia los Estados Unidos y un estancamiento de la demanda global, lo cual ralentiza el hasta ahora fuerte crecimiento de los BRICS, los países de reciente industrialización y las economías exportadoras de materias primas. El escenario mundial se caracteriza por la incertidumbre y la

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falta de estímulos a la inversión productiva y de impulso al crecimiento global, a lo que se añade la complejidad y el aumento de los conflictos geopolíticos. La crisis del capitalismo global financiarizado continúa.

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La Unión Europea, una integración-construcción pasiva Los Tratados de Roma crean una unión aduanera de seis países europeos que desarrollan sus economías y estados de bienestar y aplican políticas keynesianas. En los 70, el éxito de la operación atrae a tres estados más. No obstante, la El neoliberalismo y crisis del capitalismo regulado crea problemas el monetarismo se inéditos que conducen a reforzar el poder inter- convierten en las gubernamental en la Comunidad Europea. En políticas “inevitables” los 80 entran tres nuevos estados. que constriñen las Los estados económicamente más fuertes posibilidades políticas –Alemania, Francia y Reino Unido– devienen los tres jugadores estratégicos que negocian los com- de los estados de la promisos clave y las estrategias a seguir por la UE. Unión. Ya sea que La crisis del capitalismo regulado y el comienzo del gobiernen coaliciones capitalismo global financiarizado impulsado por los conservadoras o Estados Unidos y el Reino Unido en los 80, sitúan a socialdemócratas, la defensiva a la Comunidad. Su reacción es el Acta el camino a seguir Única Europea que abre la puerta a la transformación del capitalismo regulado europeo en su propia está trazado en congruencia con versión del capitalismo global financiarizado. Los tratados de Maastricht, el Plan de los intereses y Estabilización y Crecimiento, el Tratado de orientaciones Lisboa y otros tratados continúan el proceso y propugnadas por los sientan las bases de la actual Unión Europea. grandes capitales Durante el período la Unión pasa de 16 estados financieros y hasta los actuales 28. Las políticas de la Unión son gestionadas por corporativos. la Comisión Europea bajo la tutela del Consejo Europeo que fija los compromisos y estrategias de la UE. En dicho organismo intergubernamental los tres jugadores estratégicos ejercen de grandes formadores de alianzas al arbitrio de sus intereses. En este marco institucional y normativo, el neoliberalismo y el monetarismo se convierten en las políticas “inevitables” que constriñen las posibilidades políticas de los estados de la Unión. Ya sea que gobiernen coaliciones conservadoras o

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socialdemócratas, el camino a seguir está trazado en congruencia con los intereses y orientaciones propugnados por los grandes capitales financieros y corporativos. En este proceso, hasta ahora, el Parlamento Europeo ha sido hasta ahora el convidado de piedra. La forma posdemocrática de las instituciones europeas y el mantenimiento de las ciudadanías al margen de los procesos de toma de decisiones ha sido la tónica, conduciendo al alejamiento y a la reclusión de las ciudadanías en el ámbito de la política de sus respectivos estados. Ha faltado un espacio público y un demos europeo. En cuanto a la integración de los mercados y la construcción de las instituciones, estas representan, por una parte, un gran logro, ya que ha alejado la perspectiva de las terribles guerras intraeuropeas; por otra, han significado un proceso dirigido La forma desde arriba, evitando cuidadosamente la parposdemocrática de las ticipación democrática. La europea ha sido instituciones europeas y una integración-construcción pasiva. Con ello el mantenimiento de las se ha buscado y logrado construir un régimen ciudadanías al margen europeo de gobernanza posdemocrático bajo de los procesos de toma supervisión de sus tres potencias estratégicas. La tendencia ha sido la de desactivar y revertir de decisiones ha sido una tras otra las posiciones sociales y políticas la tónica, conduciendo de la era progresista, institucionalizadas en los al alejamiento y a estados del bienestar. Este proceso ha deteriorado las relaciones la reclusión de las de reconocimiento recíproco entre las partes que ciudadanías en el ámbito de la política de posibilitaron las políticas y normativas de la era progresista del capitalismo regulado europeo, sus respectivos estados. sustituida por la relación de dependencia por Ha faltado un espacio deudas de los ciudadanos, las empresas y estapúblico y un demos dos respecto de los grandes capitales financieroeuropeo. corporativos europeos y norteamericanos. Este proceso, desde sus comienzos hasta hoy, ha contado con la tutela y la intervención de los Estados Unidos: en la era de la Guerra Fría, para facilitar la expansión de sus capitales y para consolidar bajo su dirección el bloque occidental; con posterioridad, para reestructurar las economías y sociedades europeas bajo su nuevo liderazgo neoliberal financiero, al mismo tiempo que ofrecía un marco de anclaje económico-institucional para los estados de la Europa del este, prestos a

La crisis económica en la Unión Europea Al estallar la crisis financiera en Estados Unidos, la imbricación de los mercados financieros europeos con aquellos tiene la consecuencia inmediata de extender la crisis financiera a estos, y la consecuente crisis de su economía real. En un primer momento, como sucedió en los Estados Unidos, en la UE, los bancos centrales y el BCE inyectan masivamente liquidez al sistema. Después, la dirección que imprimen los tres grandes estados europeos –Alemania, en particular–, es una política de estricta austeridad y reformas estructurales. Para garantizar esta línea de actuación una vez que ha estallado la crisis, cuando sus consecuencias se dejan sentir de manera brutal en los países debilitados, se ata férreamente la “ayuda” financiera al cumplimiento estricto de las normas de austeridad y la reforma estructural, aprobando fuera de cualquier publicidad y participación democrática una serie de tratados vinculantes al efecto. La plutocracia europea es la encargada de gestionar el proceso, conducido por sus instituciones: el Consejo Europeo hace el guión, establece los objetivos y la hoja de ruta estabilizadora; la Comisión Europea pilotea la estabilización y controla el ajuste estructural; el BCE aplica la ortodoxia monetarista; y el Tribunal de Justicia Europeo es la última instancia que garantiza el cumplimiento de las normas de austeridad que fijan los tratados. Cuando un país atraviesa graves problemas de liquidez y de deuda soberana –privada más que pública– el tratamiento siempre es el mismo: a la estabilización anterior se aplica otra cura de estabilización. Cuanto más débil es la economía, con este tratamiento, los efectos depresores de una dosis mayor de estabilización se añaden a la anterior y agravan la crisis, dejándoles exhaustos. Ha tenido que llegar el tercer período de la crisis en el cual el peligro de deflación pende sobre toda la UE, la contracción de la demanda se deja sentir en las economías más ricas de la UE, hasta en Alemania, y el conjunto de la economía europea se halla instalado en el estancamiento, para que se haya atenuado la dinámica de austeridad y permitido al BCE una relativa flexibilidad monetaria que ha parado la salida de algunos de los países más castigados del euro. El objetivo perseguido por el shock estabilizador ha sido doble: en primer lugar, equilibrar las cifras macroeconómicas de los países al estándar monetarista; en segundo, a cambio de “ayuda” financiera, aplicar las

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entrar en la UE, y ampliaba y rediseñaba los objetivos y la proyección de la Alianza Atlántica en el área euroasiática y en el próximo oriente.

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30 condiciones impuestas por la troika a los países intervenidos, o en peligro de ser intervenidos, lo que supone cambiar la estructura de sus economías y sociedades contra la voluntad de sus ciudadanos afectados. Las reformas estructurales consisten en desregular, liberalizar, privatizar, remercantilizar, recortar el gasto público y los derechos sociales y, en particular, inducir un fuerte incremento del paro que precariza el trabajo, deprime los salarios de la gran mayoría y debilita la capacidad de resistencia de los trabajadores. Con la puesta en marcha de tales medidas, con mayor o menor intensidad, en las economías europeas se ha incrementado la desigualdad entre los más ricos, que han aumentado sus rentas, y la gran mayoría de los ciudadanos, en particular, de grandes segmentos de asalariados cuyo trabajo se ha precarizado. Por otra parte, las economías y sociedades del “Sur” de la UE se han vuelto cada vez más pobres y dependientes de la sociedades más ricas del “Norte” de la UE, aumentando la división del trabajo entre dichas zonas y el desarrollo desigual, lo cual supone que las más débiles se han convertido en mercados de consumo de productos de alto valor añadido de las más desarrolladas, mientras en ellas se generaliza la fuerza de trabajo sin cualificar, precaria y con salarios bajos. El conflicto político-económico En el curso del proceso de la globalización neoliberal financiarizada, las grandes corporaciones, los mercados financieros, las instituciones económicas transnacionales y los bancos centrales se han “independizado” de los controles democráticos y son presentados como lugares técnicos de gobernanza de la complejidad del sistema, neutrales respecto del poder y de las ideologías. No obstante, de hecho, son los centros de poder de la plutocracia económica global los que condicionan en su interés, de manera estricta, las políticas de los estados y la reestructuración neoliberal de las sociedades. Las fuerzas organizadas de las izquierdas institucionales, con la gran ofensiva del capital, una vez que fueron perdiendo poder y fueron captadas en el círculo de las ideas hegemónicas para lograr la aceptación por los poderes económicos, políticos y mediáticos, pretendieron justificar su función consiguiendo la consideración como fuerzas “responsables”, comprometidas con la estabilidad sistémica. Perdida la disputa por la hegemonía, las izquierdas institucionales pasaban a formar parte subsidiaria del bloque hegemónico, dejando de facto la representación de grandes mayorías completamente desatendidas. Fuera de la política

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instituida, durante este proceso, lo político no había dejado de generar manifestaciones plurales de descontento y de reivindicación, nuevos movimientos sociales y movimientos alterglobales. La contrapartida es que esta izquierda institucional se ha extrañado respecto del sufrimiento y las necesidades de grandes mayorías sociales, muy dañadas por las contrarreformas promovidas por los grandes capitales, así como de los movimientos sociales de rechazo a las mismas que defienden el mantenimiento de los derechos sociales y reivindican la dignidad y la participación democrática real. El durísimo efecto de la crisis en la ciudadanía y su gestión plutocrática que carga los costes sobre las mayorías ciudadanas ha ampliado el espectro de las respuestas y ha provocado la apari- Perdida la disputa ción de múltiples expresiones del rechazo, dignipor la hegemonía, dad, democracia e iniciativas alternativas que han adquirido un amplísimo eco social e incluso han las izquierdas dado lugar a la formación de importantes núcleos institucionales de nueva cultura política de izquierda, más allá pasaron a formar de la instituida, mientras, por otra parte, han parte subsidiaria del estimulado la aparición de respuestas defensivas bloque hegemónico, chovinistas de extrema derecha y la formación de dejando de facto la partidos políticos de este signo. representación de La recuperación de la democracia por las grandes mayorías es una precondición necesaria para grandes mayorías una salida más justa e igualitaria de la encrucijada completamente en la que nos hallamos. En la Unión Europea, tal desatendidas. perspectiva requiere el avance desde lo político de la nueva cultura política de la izquierda y la apertura de un proceso constituyente democrático de las instituciones europeas. Las corrientes, expresiones y manifestaciones de los diversos movimientos democráticos y emancipadores que surgen desde lo político se han de articular y han de proyectar su poder democrático y cultural hacia la acción social y política organizada de manera que conecten el potencial democrático que existe en la sociedad civil con la acción en la sociedad política organizada con el objeto de reconstruir el poder democrático que condicione y controle la política de las instituciones y de las administraciones y transforme de manera congruente las demandas de equidad, igualdad, libertad, solidaridad y reconocimiento efectivo de los derechos sociales, políticos, culturales y medioambientales.



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“Podemos representa la vuelta del pueblo a la política en España” Entrevista a Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón Horizontes del Sur entrevistó a Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón, miembros del partido español Podemos. Las perspectivas de una experiencia política novedosa, su relación con las movilizaciones sociales en España, su interpretación sobre las raíces de la crisis económica y la potencia de las experiencias alternativas en Europa y América Latina. ¿Cómo podrían describir el contexto en el que surge la experiencia de Podemos en España? IE: Hay que situarse en un momento de descomposición política en España, en el que, si se observa el discurso de los medios de comunicación, se muestra un mapa político estable y podría decirse que no hay nada. Por debajo, sin embargo, ha habido un movimiento muy importante que tiene por lo menos tres vectores. Por una parte, evidentemente, la crisis y las políticas de empobrecimiento. La crisis no sólo golpea sino que también revela lo endeble de algunos elementos fundamentales del modelo de país español, basado en una división del trabajo de la Unión Europea que nos relegaba a la especulación inmobiliaria y al turismo. Por otra parte, la conducción de las políticas de ajuste para enfrentar la crisis, que en la práctica empeoran las condiciones de vida de la mayor parte de la población, pero que son muy beneficiosas para las élites financieras en Europa y, en particular, para los sectores económicos dominantes en Alemania. Estas políticas tienen un efecto muy importante en la crisis de expectativas para toda una generación que, según la narrativa oficial, era la generación española más privilegiada. Esta crisis de expectativas afecta a sectores muy amplios, entre ellos sectores medios rápidamente empobrecidos, que no son mayoritarios pero que tienen alto impacto en

JCM: Nosotros veníamos haciendo un análisis social con dos grandes patas que después iban a expresarse en el 15-M. Por un lado, observábamos el agotamiento de la democracia representativa, que tiene hitos en la ciencia política cuando hablamos de la cartelización de los partidos políticos, es decir, cuando señalamos la conversión de los partidos políticos prácticamente en empresas desideologizadas, y también en el vaciamiento ideológico acompañado en la academia por la idea del fin de la historia de Fukuyama, o en interpretaciones más sutiles como la discusión sobre los valores posmateriales de Inglehart. Por el otro, recogíamos también una crítica que se expresaba en algunos lugares, pero que por lo general venía de América Latina. Leíamos lo relativo a la democracia delegativa de O’Donnell y hablábamos de desafección democrática, de un alejamiento creciente de la ciudadanía respecto de la capacidad de hacer política. Al mismo tiempo, hacíamos un análisis económico, que en nuestro caso incorporaba una mirada al sistema-mundo, veíamos cómo el bienestar del Norte era el malestar del Sur, cómo el capitalismo estaba ajustándose en tres lugares muy perversos: cómo estaba recuperando la tasa de ganancia transfiriendo el costo a las generaciones futuras, a la naturaleza y a los países del Sur. Todo ese tipo de reflexiones nos iba llevando a señalar el vaciamiento de la democracia a partir de un acuerdo de larga data en España entre los dos grandes partidos para alternar y no para realmente responder a las necesidades populares. Claro, cuando viene la crisis se rompe el pacto principal de la transición española, que era ofrecer obediencia a cambio de ascenso social… ¿Cómo es que de ser un grupo de gente en la calle se convirtieron en una fuerza política consistente en España? IE: El 15-M supone un momento de deslegitimación de los actores políticos tradicionales y luego, de las élites económicas, pero ahí hay una posibilidad de lectura conservadora de la crisis, porque los primeros en ser golpeados son los políticos. Es decir, el descontento podría haber sido también hegemonizado desde una postura regeneracionista conservadora, antipolítica, con la idea de que gobiernen los técnicos y que se vayan los

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la opinión pública. El tercer punto tiene que ver con la deslegitimación de toda la élite política española, que ha reducido mucho sus diferencias y por tanto ha dejado sin representar a toda una serie de demandas.

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Entrevista a Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero

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34 políticos que son todos unos ladrones. No estamos a salvo, pero hemos librado una primera batalla exitosa. Podría haber sido algo peor o podría haberse hegemonizado –como en muchos países de Europa– a la extrema derecha, en contra de los políticos, la democracia y los inmigrantes. En ese contexto, sin embargo, el 15-M cambió elementos fundamentales de nuestra cultura política, hizo intolerables cosas que antes eran normales y que eran percibidas como problemas individuales; se había creado un nuevo umbral de tolerabilidad. Esto empieza a modificar elementos de nuestro sentido común de época. En Podemos –que parte como idea inicial del sector universitario– nos preguntamos: “¿Cómo es posible que haya un 70% de simpatía hacia el 15-M y, a la vez, en el plano político-electoral ganen los mismos?, ¿cómo es posible que esas dos cosas engarcen?”. Y engarzan porque el 15-M opone una frontera diferente, que aglutina a la ciudadanía de un lado, y a los partidos políticos tradicionales y a las élites políticas, del otro. El 15-M no llena esa frontera de carga ideológica, incluso ni siquiera se orienta como una voluntad de poder nueva. Podemos no es la representación del 15-M, no podría serlo, nadie puede ser la representación de un movimiento tan heterogéneo, tan autónomo, con componentes de espontaneidad y que luego se ha ido ramificando en cosas muy diferentes. Lo que Podemos sí es, es una apuesta política que ha leído que mucha gente viene del 15-M, y ha leído algunos de los cambios que el 15-M generó en la conciencia colectiva durante el ciclo de tres años desde que nace en el 2011. En el contexto de la crítica a las élites partidarias se produjo la sucesión en la monarquía española. ¿Puede encontrarse en la España de la Moncloa una raíz de lo que se está viviendo actualmente? ¿Qué análisis hacen en este marco de la conducta de la socialdemocracia y del PSOE en particular? IE: En España estamos viviendo una crisis del régimen de 1978. Eso no significa que vaya a ser superado, sino que tiene que cambiar –muy posiblemente por una reforma desde arriba– el conjunto del orden del 78, cuyo antecedente principal son los pactos de la Moncloa del 77. Los consensos que nutrieron a ese país ya no tienen vigencia, ni el modelo de desarrollo, ni el modelo de acuerdo. Hay que recordar que quien ha roto ese pacto social y político no ha sido la gente protestando, han sido las agencias financieras. Quiero decir, asistimos a una ruptura del pacto social a la ofensiva y a una modificación del modelo de Estado en un sentido regresivo, en un sentido

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más favorable a las élites políticas y económicas que a la ciudadanía. Con la excusa de la crisis, la destrucción de los tímidos contrapesos sociales o populares en el Estado llevan varios años sufriendo una ofensiva que apunta a modificar el modelo de país. Para nosotros es una ofensiva similar –aunque en condiciones diferentes– a la de Thatcher en Inglaterra, que aspira, no sólo a aplicar medidas de ajuste o distribuir la riqueza en sentido regresivo, sino a modificar el modelo de país y el pacto con el que vivimos; y por eso el ajuste puede triunfar y puede acostumbrar al 20% de los españoles a la pobreza, puede destruir nichos sociales del asociacionismo, del sindicalismo, de las universidades públicas, de En España asistimos los servicios nacionales de educación, de salud o de a una ruptura del pensiones o puede modificar nuestro Estado. Por pacto social y a una otra parte, la crisis del régimen de 1978 es la crisis modificación del del PSOE. Son dos fenómenos que no se explican modelo de Estado en el uno sin el otro, porque el PSOE ha sido el parun sentido regresivo, tido de la integración de los sectores populares y subalternos al orden del 78 y, en un rol en el que en un sentido más supera al Partido Comunista, de la integración a favorable a las élites las estructuras modificadas del Estado tras la dic- políticas y económicas tadura. Se pasa de la dictadura a la democracia sin que a la ciudadanía. cambiar a nadie, cambiando sólo el escudo de los edificios. También es verdad que para los sectores populares esto no es un engaño ni una compra, claramente hay contraprestaciones: el estado de bienestar más desarrollado que hemos tenido nunca en España, las libertades, la posibilidad de ascenso social y una promesa de que los sacrificios presentes se van a recompensar en las siguientes generaciones. Pero todo eso ha entrado en crisis, porque el partido socialdemócrata ya no es socialdemócrata. ¿Cuál es la nueva mirada que traen procesos como el de Podemos, el de Europa y también el de América Latina, en diálogo crítico con lo que terminó siendo la socialdemocracia, en relación al antagonismo y a la idea de que la política no es solamente un acuerdo de una representación lineal sino que entraña proyectos de país diferentes? JCM: Nosotros impugnamos lo inimpugnable. Había tanta autosatisfacción de la democracia en Europa que no se percibían las grietas en el muro. Es verdad que también nosotros, en términos teóricos,

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36 reclamábamos otra lectura de la política. Si no hubiera conflicto no haría falta política. Eso no significa –como se ha criticado a toda esa tradición de pensamiento sobre la política como conflicto que está en Weber, Schmitt, Marx, Maquiavelo y Hobbes– que tengas que estar generando conflicto todo el tiempo. Desde nuestra lectura, empezamos a enfrentar la mentira académica de la idea de consenso, que era funcional para la mentira política de este modelo neoliberal y de este modelo de la democracia representativa. Es decir, había que dinamitar esa idea de consenso que se había convertido en un mantra donde cualquiera que señalase los problemas del sistema se convertía en un antisistema. ¿Qué es politizar? Inyectar conflicto. ¿Y qué es despolitizar? Sacar el conflicto. Al volverse todos los partidos políticos de centro, tenían que quitarle el fuego a todos los conflictos. El funcionamiento de una sociedad desconflictuada deja que bulla por dentro una rabia contenida que en algún momento tiene que estallar de manera espasmódica; tiene que estallar por las costuras, que es lo que pasó con el 15-M.

IE: Ese es el espacio que se abre con la crisis del PSOE y la crisis de la socialdemocracia en Europa; es la crisis que abre la posibilidad de postular que hay alguna diferencia sustancial entre los adversarios electorales por la que merezca la pena votar con pasión. La gran diferencia con la matriz de la Nosotros hemos izquierda es que para nosotros la clase como representado la sujeto no juega un papel central. Existe, pero vuelta del pueblo a en un cierto sentido nosotros hemos represenla política en España, tado la vuelta del pueblo a la política en España, no como un conjunto predeentendiéndolo no entendiéndolo terminado sino como la reunión posible de un como un conjunto conjunto de gentes que juegan un rol subordipredeterminado sino nado en el reparto de roles, de bienes simbólicos como la reunión posible y de bienes materiales en la política española. de un conjunto de Y en ese sentido la pérdida de centralidad de la gentes que juegan un clase trabajadora tiene que venir de la mano de rol subordinado en la pérdida de centralidad de los proyectos unificadores. Cuando digo que nosotros hemos signiel reparto de roles de ficado un cierto retorno del pueblo a la política, bienes simbólicos y de me refiero a nosotros en términos electorales. El bienes materiales en la 15-M ya había puesto sobre la mesa que la idea política española. de pueblo era un término que en los procesos de

JCM: Hay una idea que es sutil pero que creo que es muy relevante y es que han habido cambios en los últimos cincuenta años. Es decir, tenemos que hablar de la posmodernidad, porque están pasando cosas que ya no las puedes explicar con las categorías tradicionales. Y resulta que hay cambios en los partidos políticos, en los Estados Nacionales y cambios en la economía, y hay cambios en las ideologías, en la familia, en la emancipación de la mujer, en el mundo del trabajo. La diferencia central –y sutil– es que todas estas transformaciones, el establishment las interpreta en forma de fin de los conflictos y por eso se pone de moda, primero, el concepto de gobernabilidad y después el de gobernanza. Dos conceptos que implican que ya no hay conflictos y que todo se puede discutir, todo se puede arreglar porque ya se ha renunciado a los conflictos de fondo que son realmente antagonizadores. ¿Cómo se relaciona la acumulación política futura de Podemos con la evolución de la crisis económica? Es decir, si hoy el capitalismo europeo encontrara alguna fórmula, aunque sea provisoria, de estabilización, ¿qué pasaría con Podemos? JCM: Nosotros somos pesimistas esperanzados. Es decir, no creemos que la última crisis es la definitiva, pues es una mala lectura. Una lectura correcta de Marx es que el capitalismo sale de cada crisis con un abanico menor de respuestas para la siguiente crisis, estrechando su marco de respuestas. Pero llevamos cincuenta años de hegemonía neoliberal, una hegemonía del orden del relato. Y ahora, en sociedades saturadas audiovisualmente, estamos luchando contra el deseo. Es decir, la izquierda se incorpora como trabajadora en el siglo XIX y parte del XX, luego se incorpora como consumidora, y ahora se incorpora como alguien que desea consumir; por tanto, estamos luchando contra un deseo. Más allá del discurso electoral, que tiene que generar emoción y posibilidad de cambio, la lectura es que hay grietas en la pared pero todavía hay mucha pared.

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construcción del Estado Moderno había quedado relegado a un costado frente al concepto de ciudadanía. La gente se identificaba más como ciudadana, arrastrada por cuarenta años de uso del término “pueblo español” por el franquismo. Sin embargo, me parece que nosotros, sin darle centralidad a la clase, proponemos una devolución de las diferencias radicales al centro de la política a partir del retorno de la palabra “pueblo”.

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38 IE: En España hay crisis de régimen, pero no hay crisis de Estado. El Estado sigue funcionando y sigue asegurando certezas para la mayor parte de la población que, aun si está muy mal, tiene muchas razones para confiar en el orden y para compartir el desorden. Por tanto las posibilidades de que todo siga igual son siempre muy altas: la posibilidad de que desde arriba haya algún tipo de recomposición del orden que satisfaga una parte de las demandas que la gente está expresando en la calle y cierta renovación que oxigene el sistema político manteniendo los núcleos duros de poder a salvo de esta irrupción, que viene y va, pero que es insalvable del tiempo de la crisis. Hay una especie de grieta en su discurso. Ustedes plantean que la promesa del orden y de lo conocido tiene un atractivo. Pero de todos modos hay un crecimiento cualitativo de la expectativa electoral de Podemos. ¿Cómo se concilian ambos fenómenos? JCM: El 15-M planteó una frase; de repente la gente dijo: “Es verdad que el Emperador está desnudo”. Pero ahí ocurre una cosa muy terrible y es que, si no surge una alternativa, la reacción del Emperador es: “Sí, estoy desnudo, ¿y qué?”. Es un poco donde estamos ahora y el planteo de Podemos es construir esa alternativa. Y cuando surge la alternativa empieza a haber política. Esa es una novedad que proviene de Latinoamérica, donde vuelve a haber política, a aparecer la oposición de dos modelos alternativos, donde uno significa la continuidad, sea en su expresión socialdemócrata o liberal, y el otro es la subversión de esa lógica. ¿Cómo ven la correlación entre la experiencia de Podemos con las experiencias que emergen en otros países de Europa, y particularmente en países del sur muy afectados por la crisis? ¿Hasta dónde se puede establecer una alternativa contrahegemónica de alcance supranacional? ¿Comienza a abrirse paso una agenda programática? IE: Si quieres te lo expreso en una imagen que yo creo que es muy gráfica: el primer viaje político que hacemos como Podemos, después de los resultados del 25 de mayo, es a Atenas con Syriza, y el segundo es a París con el Front de Gauche. Hay voluntad y hay un avance, pero que

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sin embargo es muy lento porque en realidad la esfera política europea no es una esfera política para la ciudadanía. La gente no se identifica a escala europea, no vota pensando en Europa, vota pensando en su país. No hay proceso de identificación a escala europea y no hay instituciones democráticas que puedan ser la plataforma sobre la que se conformen identificaciones o procesos de agregación.

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JCM: Todas las fuerzas políticas han hecho una lectura del agotamiento del modelo neoliberal y de la democracia representativa. Tanto el Frente de Izquierda como Syriza hacen una lectura diferente de América Latina, mientras que las fuerzas políticas de la izquierda tradicional la critican con ese adjetivo tan ambiguo y convertido prácticamente en un insulto más que en una categoría analítica, que es La lectura que hacen el de populismo. La lectura que hacen Syriza, el Frente de Syriza, el Frente de Izquierda y otros es que ahí hay una corriente de fondo, Izquierda y otros que señala algo que también plantean los Indignados: el es que ahí hay una agotamiento del capitalismo neoliberal, que genera una corriente de fondo: exclusión brutal, y la ausencia de representación de la democracia representativa. Boaventura de Sousa Santos el agotamiento –un autor al cual yo considero mi maestro– habla de del capitalismo “fascismo social”, señalando que vivimos en sociedades neoliberal. formalmente democráticas pero socialmente fascistas, no en el sentido de la situación de los años 30, sino por la exclusión y la violencia que genera la propia sociedad, por su capacidad de expulsar a los márgenes a muchísima ciudadanía. ¿Cómo reacciona el establishment político-económico frente a la emergencia de Podemos? IE: Se produjeron dos reacciones, esquizofrénicas y muy virulentas. Por una parte, una ofensiva mediática permanente con acusaciones de todo tipo, hasta nos han acusado de tener vínculos con ETA. También nos han vinculado con Venezuela, implicando que su régimen sintetiza el peor de los peligros del populismo, término que nunca se animan a definir, pero que es usado como sinónimo de “El Mal”, de lo peor de lo que nos puede pasar. Ello sucede porque las élites políticas no pueden referirse a los temas fundamentales de España (corrupción, empleo, vivienda, derecho a la salud) y apuestan al ataque contra Podemos como forma de

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excluir estos temas del debate. Por otro lado, desde las elecciones europeas del 25 de mayo todo el mundo tiene que parecer nuevo, diferente. El Partido Socialista elige como principal referente a un hombre del aparato de toda la vida, pero que tiene que parecer nuevo, se tiene que quitar la corbata. En el transcurso de tres o cuatro semanas vertiginosas tras el 25 de mayo, se cae el Rey, y los partidos tradicionales organizan una sucesión acelerada, y empieza toda una operación mediática contándonos que el Rey es joven, que simpatiza con los problemas de una parte de la sociedad. De repente, Mariano Rajoy tiene que hablar de la renovación democrática. El 24 de mayo todo estaba bien en la democracia española; el 25, todo el mundo dice que hay que hacer cambios, pero controlados. Y empieza a haber una aceleración en la que por una parte todo el mundo ataca a Podemos, pero por otra parte todo el mundo tiene que hablar con los términos de Podemos. Los medios de comunicación tienen que incorporar rápidamente a la gente que expresa algunas de las cosas que se oyen mucho en la calle, en el país real, y nada en los espacios del país oficial. La televisión empieza a admitir a estos sectores y ahí es donde juega un papel crucial Pablo Iglesias, nuestro primer candidato en las elecciones europeas. Un liderazgo que ha sido construido a través de la televisión, que puso en común a gentes que no se conocían y que no compartían espacios de socialización, y que se reconocieron en un El 24 de mayo todo discurso que rebajó considerablemente el nivel estaba bien en la de complejidad, simplemente para ponerle democracia española; voz en la tele a cosas que ya eran un acuerdo generalizado en la calle.

el 25, todo el mundo dice que hay que hacer cambios, pero controlados. Y empieza a haber una aceleración en la que por una parte todo el mundo ataca a Podemos, pero por otra parte todo el mundo tiene que hablar con los términos de Podemos.

¿Cuál es la amenaza real de Podemos, en términos electorales, que despierta esta reacción virulenta y esquizofrénica en el establishment político y mediático? IE: Ahora estamos en el 16% de las encuestas, mucho más cerca del PSOE, que está segundo. Esto provoca mucho nerviosismo porque toda la pelea es relegar a Podemos a un lugar simbólico, al extremo izquierdo del escenario político. Mientras que

¿Qué lugar ocupan los fenómenos políticos posneoliberales que se dan en Sudamérica en el discurso político de Podemos? JCM: Nosotros no pensaríamos como pensamos si no fuera por la experiencia latinoamericana. Somos de un país semiperiférico, que es España, hemos estudiado en países centrales, pero después, hemos conocido las delicias de la periferia latinoamericana. Y luego hemos conocido la periferia, en términos de sistema-mundo, lo cual nos permite una mirada más amplia. La experiencia latinoamericana hizo carne cosas que nosotros incorporábamos como académicos en el discurso. Tenemos que entender que el sujeto político ha cambiado. Es evidente que ya no funciona un discurso de clase obrera, sino de crear frentes populares más amplios, por eso vemos el discurso hecho realidad aquí. La necesidad de superar el contínuum izquierda-derecha y la ruptura con la escolástica clásica del izquierdismo aquí igualmente se supera. Aquí también vemos la necesidad de recuperar la pasión como parte de la política, en Europa citando a Spinoza, y aquí directamente haciéndolo. También la resignación frente al modelo neoliberal, aquí rompiéndolo con la gente en la calle y volviéndose a emocionar por la política. Entonces todo eso a nosotros nos da la idea de un Pueblo. Yo por ejemplo ayer estuve como tres horas leyendo sobre el tema de los fondos buitre porque creo que ahí se está esgrimiendo, de alguna manera, nuestro propio futuro. Estáis librando una pelea que directamente apunta a nuestra posibilidad también en España de hacer algo. IE: Y está habiendo todo un uso conservador en los medios de comunicación del caso de los fondos buitre, diciendo aquí: “Sí, lo que ustedes dicen está muy bien, ¿cómo no estar de acuerdo con eso?, pero es

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el principal afluente de votantes de Podemos –el 32%– proviene del Partido Socialista. Lo fundamental no es que crece el voto tradicional opuesto al orden del 78, es que se crea una noción de ruptura, que dice: “No sé lo que me está contando usted de Venezuela, lo que sé es que no pueden seguir echando a las familias de las casas”, algo que tiene mucho que ver con nuestra apuesta discursiva y narrativa de subvertir la metáfora de izquierda y derecha. Es decir, el problema de este país no es de izquierda-derecha, es el conjunto de la ciudadanía contra eso que hemos llamado “la casta”.

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42 irrealizable, la prueba es Argentina, van a acabar ustedes como Argentina”. Uno no puede construir soberanía oponiéndose a las élites financieras porque acaba como acaba. JCM: Entonces fíjate, para nosotros América Latina ha sido en esos aspectos un referente pero es necesario señalar dos matices. Primero, es evidente que el error que cometió América Latina importando los modelos europeos aquí no vamos a cometerlo de vuelta. Es absurdo querer trasladar a Europa las soluciones que se ha dado América Latina en virtud de su historia, su estructura social y económica, su tradición constitucional, que son diferentes. Y luego, hay otro elemento que tiene que ver con el reflujo real que están teniendo las experiencias de transformación ahora mismo en América Latina, donde es muy importante que acertemos en entender qué está pasando. En mi interpretación, creo que se está produciendo un reflujo. Se ha desarrollado una década de impulso muy fuerte y tengo la sensación de que ahora se está a la defensiva, y en términos históricos, la defensiva es el paso previo para la derrota. Entonces, o hay un reimpulso o creo que todas estas fisuras que se están produciendo dentro del propio campo popular pueden pasarte factura. Me refiero a la discusión en Venezuela con algunos sectores que estaban con el chavismo y que se han salido; la posibilidad en Argentina de que el peronismo más conservador desplace al peronismo más progresista; la asunción en Ecuador de que el extractivismo es la única salida posible para poder pagar la deuda social. Hay una serie de elementos que los están situando a la defensiva y que nos enfrentan a la siguiente pregunta: ¿en qué medida el éxito en construir la agenda posneoliberal no basta para construir el después? Y en América Latina la agenda posneoliberal ha frenado los excesos del modelo neoliberal, pero llega a callejones sin salida que los enfrentan a un problema que es central en la región, heredado también de España, que son las dificultades de construir una esfera pública virtuosa, es decir, construir el “nosotros” colectivo donde el Estado no sea el espacio de nadie, sino que sea el espacio de todos; y que esa construcción sirva para dar el siguiente paso que es la construcción de un sector público no estatal. IE: No sólo para Podemos, sino para el conjunto de la gente que no se resignaba a decir que estaba todo terminado, América Latina representa el regreso de la política, de la apertura del horizonte a hacer cosas que no son sólo administración, sino cambios sustanciales en el reparto de las

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cartas, y también es la desnaturalización e impugnación de un orden, que en un momento dado parecía ser “el” orden. Por otro lado, para nosotros es lo que nos permite imaginar una mayoría política diferente en España. Es decir, si no hubiéramos conocido de primera mano y estudiado procesos en los que surgieron actores políticos no a partir de su enraizamiento en una fuerza social mayoritaria, sino por su capacidad de articular con sectores muy diferentes una mayoría política nueva, no nos habríamos lanzado. Porque no éramos una fuerza social que se presentaba a elecciones; somos una iniciativa política que no sólo escucha, sino que se propone articular un descontento que está fragmentado. Así que para nosotros el momento de ruptura popular es un momento fundamental para recuperar la esperanza de que se puede. Es verdad que nos da la impresión de que se Para nosotros el momento llega al segundo momento del péndulo, al de ruptura populares un momento en el que un nuevo equilibrio momento fundamental de fuerzas tiene que ser institucionalizado para recuperar la y convertido en normalidad, en vida cotiesperanza de que se diana. Y que eso siempre es más difícil y que además al hacer eso pierdes pasión puede. Es verdad que nos y al perder pasión pierdes elecciones. En da la impresión de que en esa parte del reverso del péndulo es difícil América Latina se llega mantener las identidades populares muy al segundo momento del fuertes, que para eso necesitan un cierto péndulo, al momento en nivel de antagonismo, a la vez que quieel que un nuevo equilibrio res normalizar y reconciliar la comunidad, de fuerzas tiene que ser construir institución y cotidianeidad.



institucionalizado. En esa parte del reverso del péndulo es difícil mantener las identidades populares muy fuertes, que para eso necesitan un cierto nivel de antagonismo.

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“Latinoamérica se ha convertido en el centro universal de las políticas más progresistas”

Entrevista a Baltasar Garzón

Horizontes del Sur dialogó con el juez español y referente global en la lucha por los derechos humanos, Baltasar Garzón. Su mirada sobre los momentos diferentes que atraviesan Europa y América Latina. Las elecciones parlamentarias europeas, la crisis económica y las alternativas políticas en el viejo continente. Baltasar, nos interesa conocer tu mirada sobre el proceso que atraviesa América Latina, pero desde la perspectiva de la situación política europea, de España en particular. Por ejemplo, los comicios celebrados en mayo último para elegir representantes al Parlamento Europeo, con resultados muy llamativos y nuevas experiencias que comienzan a emerger. ¿Cuál es tu interpretación de este fenómeno? En Europa todavía estamos bajo los impactos de la crisis. Específicamente en países como Grecia, Portugal y España, sin que todavía aparezcan otros, como Francia e Italia, que están en una situación también delicada. En ese contexto, de alguna forma, se esperaba que las elecciones al Parlamento Europeo respondieran al impacto de las políticas europeas, la austeridad impuesta por Alemania, la exigencia a ultranza de uniformidad política impuesta desde el norte hacia el sur de Europa, con unos rescates bancarios que en algunos casos no estaban justificados y en otros no han servido realmente para superar la desigualdad social; y en el ámbito político, el descrédito de la propia función pública, de la clase política (a mí no me gusta llamarla clase política pero ya es casi

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una acuñación). Es decir, las elecciones europeas debían responder a esa frustración real y al desánimo de los ciudadanos. Y lo cierto es que por una parte ha sido así, porque la participación no ha superado el 46%, pero, por otra, ha habido mensajes muy potentes, aparentemente contradictorios. Han aumentado los planteamientos xenófobos y antieuropeos en algunos países como Francia o Gran Bretaña y ha habido un resurgimiento de la izquierda en Italia y en España, una fuerte crítica al sistema político tradicional. Los ciudadanos estamos cansados de determinadas formas de hacer política, en las que prima el interés particular o corporativo por encima del interés común y general de la ciudadanía. Por ejemplo, en materia de inmigración se ha reproducido una especie de sentimiento xenófobo en gran parte de Europa que ha hecho resurgir a partidos de ideología neonazi, de extrema derecha, hasta el punto de que en Francia ganó las elecciones el Frente Nacional. Curiosamente, en otros países, como Italia, se ha reafirmado la tendencia de centroizquierda. En países como Francia, Alemania, Grecia o Gran Bretaña se ha visto la deformación de las causas de la crisis, pretendiendo hacer responsables de la misma a quienes menos culpa tienen. Pero es cierto que ese falso discurso ha calado en ciertos sectores golpeados por la crisis que, pretendiendo castigar a los políticos tradicionales, ponen en riesgo logros fundamentales en políticas sociales consolidadas que la Unión Europea, rígida en materia de austeridad, no ha sabido defender para salir del desastre económico-social en el que estamos. El problema no son los extranjeros, no son los inmigrantes, sino una política de inmigración caótica y contradictoria que de común solamente tiene el nombre; que es miedosa, dispersadora y que, además, contradice la propia idea integradora de Europea que cada vez es más económica y menos política y social. En España hemos experimentado otro fenómeno. La situación de crisis ha producido, como apuntaba antes, el rechazo a la forma tradicional de hacer política –la política representativa– y se ha constatado la exigencia de una democracia participativa y de repudio a los partidos tradicionales. Se les ha considerado responsables por su mecánica hueca en la que todo lo controla el “aparato” del partido y no los ciudadanos, que se sienten ajenos y excluidos. Esta disociación entre sociedad y política era evidente, si bien los únicos que no la veían eran los partidos mayoritarios. Se decía: “Bueno, las mareas ciudadanas, los movimientos ciudadanos, las plataformas participativas responden a segmentos de la población inconformistas, jóvenes descontrolados, antisistema, etcétera”. Pensaban que el

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pueblo no iba a responder y que todo sería como otras veces. Con ello han demostrado lo ajenos que estaban a la verdadera realidad del país, y esa cruda realidad les ha estallado en plena cara. El Partido Socialista, que sigue en caída libre, el Partido Popular, que ha gestionado esta crisis de forma soberbia e insolidaria contra los más desfavorecidos, agrandando, como jamás hasta ahora, las diferencias y desigualdad social, han perdido cinco millones de votos. Por el contrario, partidos minoritarios y movimientos ciudadanos han emergido de una forma que ha generado terror en el star system de la política española y del poder económico. Ante el fenómeno de Podemos, por ejemplo, se ha desencadenado un ataque nada disimulado desde los medios de comunicación, desde los estamentos políticos tradicionales y desde los centros económicos de poder, como si fuese el diablo, y lo que esta formación representa es el deseo del pueblo de una mayor y más efectiva participación política. De lo que estamos cansados es En España, frente a los de que nos engañen, de que se tomen las decicentros económicos, siones a espaldas de los ciudadanos, de que no se la especulación, expliquen las políticas, de que haya una política de empleo que precariza y denigra a los trabalos ciudadanos han jadores con empleos basura, que ha aumentado dicho: “No puede ser, la pobreza y que los únicos beneficiados por la no queremos esto, crisis sean los que la provocaron. En España no estamos tan mal como para queremos otra cosa”. que no pueda haber una solución diferente, alternativa. Frente a los centros económicos, la especulación, el desarrollo voraz de las agencias de calificación que nos tienen prácticamente asfixiados, en función de intereses especulativos, los ciudadanos han dicho: “No puede ser, no queremos esto, queremos otra cosa”. Y ahí es donde se ha producido un quiebre, se está fortaleciendo la confrontación y emergen movimientos como el de antihipotecas de Ada Colau en Barcelona,1 que probablemente va a revolucionar todo el panorama político de esa ciudad en las próximas municipales, como el ya citado de Podemos, que se consolida y expande momento a momento; y como Convocatoria Cívica, 1  Se refiere al movimiento Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), fundado en 2009 en la ciudad de Barcelona y que ha desarrollado en España una creciente actividad contenciosa, de organización de redes de contención y de formulación de propuestas en políticas públicas. Ada Colau Ballano es una de sus fundadoras y fue la vocera del movimiento hasta mayo de 2014.

¿Considerás que estas condiciones, en las que podría señalarse una indiferenciación programática de los partidos mayoritarios, conllevan un empobrecimiento de la democracia en Europa? Creo que hay una clarísima falta de conciencia por parte de los grupos políticos tradicionales de lo que realmente interesa a la sociedad y de las necesidades de la misma. Es cierto que no valen las generalizaciones, pero mucha gente –y yo con ellos– no comprendemos cómo pueden perder el tiempo los grupos políticos mayoritarios en una mutua confrontación banal y hueca de temas absolutamente accesorios en lugar de hacer un análisis de las causas de lo que está pasando y, además, ocultarlas. Luego, por un interés político inmediato de los votos, decir: “No, es que estamos saliendo de la crisis”, cuando tienes colas de gente que está yendo a los comedores comunitarios, cuando tienes jóvenes que no tienen dónde trabajar y se están yendo fuera, donde estás convirtiendo una política de inmigración –que siempre fue en España inclusiva– en una política xenófoba, donde estás negando y retrotrayendo a épocas de infausto recuerdo determinado ejercicio de derechos que estaban perfectamente consolidados. Esto muestra que algo está fallando entre esa estructura de dirección política y la sociedad. Y es que no se analizan las causas, no se profundiza en las mismas, atendiendo sólo a los efectos, lo cual no deja de ser una solución relativa y coyuntural. Esto ocurre también en Europa. Estamos viviendo todavía de las rentas de lo que Europa ha representado en determinados ámbitos de promoción de derechos, de exportación de democracia, de consolidación de la misma, cuando realmente tenemos una Unión que es incapaz de definir políticas

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que busca una convergencia de fuerzas que están por el cambio social para presentar una iniciativa común frente a aquellas políticas oligárquicas y neoliberales que patrocinan los centros oficiales del poder económico. España amerita un proceso constituyente y plantearse determinadas cuestiones como la forma de gobierno, la participación política, el contrato electoral entre políticos y electores, la transparencia absoluta en la gestión pública; una mayor y más específica rendición de cuentas, unas elecciones primarias directas, abiertas, universales; una mayor participación popular en la administración de justicia. En fin, una serie de mecanismos que se están desarrollando en otros países, que son efectivos y que otorgan credibilidad al sistema.

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48 comunes en los temas más sensibles, perdiéndose en un mar de mecanismos burocráticos asfixiantes. No se han reforzado las estructuras políticas y jurídicas de la Unión Europea, y las que hay o no se aplican o no se desarrollan en toda su extensión. No se ha desarrollado la unión social, la unión de integración real con políticas sociales proactivas; solamente el ámbito económico. Ese es mi punto de vista: si a la economía no la dotas de alma se convierte en un mecanismo represivo y favorecedor de los que más tienen. La prueba está en que la crisis económica en España y en el resto de Europa ha beneficiado a la minoría del 1% que se ha enriquecido con la crisis. Y en el caso de España, ha reducido a una pobreza extrema a más de un 13%. Plantearse que hay gente en el margen de la pobreza extrema cuando hace apenas seis o siete años se estaba pidiendo, en el último gobierno de Aznar, entrar en el G8 es vergonzoso. ¿Qué ha pasado aquí? Yo no libro ni al Partido Socialista ni al Partido Popular porque ambos, uno detrás del otro, han sido patrocinadores de unas políticas caóticas que han servido estrictamente al poder monetarista de una economía que está demostrando que no responde a las necesidades del pueblo. Por tanto, ¿por qué no hacer algo alternativo? Y ahí es cuando entra la guadaña oligárquica e inmovilista. Si alguien se mueve, se exhibe la espada y se corta porque aquí no se puede cambiar ni se debe cambiar nada que atente al sistema establecido en el ámbito económico y financiero. Y tienes ejemplos como el de las opciones preferentes, sistema diseñado por algunos bancos –con el beneplácito de las autoridades económicas–, que ha llevado a la ruina a cientos de miles de pequeños ahorristas, personas de 70 u 80 años que lo han perdido todo y los responsables, apenas están rindiendo cuentas ante la justicia. De nuevo se demuestra que la justicia no es igual para todos. Esa política, la política de desahucios, la política de las hipotecas, de todo orquestado para proteger a la banca y nada hacia una política verdaderamente reparadora de la sociedad. Has señalado dos expresiones del nacionalismo que podrían identificarse en la crítica al rol de Alemania en la dirección política de la Unión Europea y en la reacción adversa al fenómeno migratorio. ¿Podrías decir que hay una reaparición del problema nacional en España o en Europa? Creo que hay una especie de acusación hacia el otro, al que viene de fuera, y por tanto una reacción xenófoba, que es equivalente a la propia

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incapacidad para resolver los problemas económicos, políticos y de valores en Europa. Porque, desde mi punto de vista, la crisis que Europa está sufriendo es una crisis profunda de valores, una crisis política de dimensiones históricas, y además económica, pero esta segunda es consecuencia de la primera. Y la primera, a su vez, es consecuencia de la prostitución del sistema democrático en los últimos años a través de mecanismos de corrupción, de mecanismos de falsedad permanente en lo que se refiere a la función pública, de una patrimonialización de lo público en beneficio de lo privado. No hay más que ver los casos en todo el panorama europeo, con un expresidente como Nicolás Sarkozy detenido en una comisaría, por ejemplo. O Silvio Berlusconi, condenado por fraude, o importantes políticos españoles acusados de corrupción, o el Partido Popular en mi país, cuyos tesoreros nacionales, La crisis que Europa o los propios componentes del Gobierno están está sufriendo es con serios indicios o denuncias de corrupción o una crisis profunda de haberla consentido; o incluso la propia famide valores, y lia real. Es decir, eso es una evidencia y mucho más que un síntoma de la degradación del sis- además económica, tema en el que no da miedo ser corrupto. Por pero esta segunda ello, no debe extrañar que al no ser capaces de es consecuencia de consolidar o de desarrollar las propias respon- la primera. sabilidades, se buscan otros responsables, y ahí el rechazo a lo extranjero adquiere plena relevancia y ello incide en la presencia y aumento de un hipernacionalismo corrosivo. En sí mismo el nacionalismo no es malo. No es malo si tú resaltas tus valores nacionales pero en forma integradora con los que vienen de afuera. En Alemania, desde mi punto de vista, lo que se ha producido es un fenómeno exactamente contrario, es decir, una posición de que “somos los únicos capaces de hacer lo que estamos haciendo y los únicos que hacemos lo correcto”. Eso genera también una exaltación nacional nociva para todos los demás. Ahora, también hay un fenómeno diferente en Europa que es la reconsideración de los modelos de Estado y de las propias fronteras. España está viviendo el proceso de reclamación de independencia por parte de Cataluña. Entonces, si esa exigencia, esa petición se afronta con una confrontación por parte del Estado español y por parte del Gobierno, pues vamos a ir a una situación extrema. La propia configuración del resultado electoral producido en Cataluña es prueba de ello. Por primera vez

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50 ha ganado Esquerra Republicana –una fuerza claramente partidaria de la independencia–. Frente a esa realidad hay que repensar la forma de Estado, hay que evolucionar, desde mi punto de vista, hacia un Estado federal, donde los lazos de interés, de unión y de convergencia sean los que primen y no los de imposición o amenaza. En este contexto, no ha habido un debate serio, no ha habido un abordaje de los propios fenómenos que están ocurriendo en Europa, por ejemplo con Rusia en el conflicto ucraniano. El seguidismo de EE.UU. ha sido clamoroso, con resultados más que dudosos y que nos ponen en el límite de una posible confrontación más generalizada; o en la falta de respuestas a la guerra en Siria o al conflicto palestino-israelí, escenificado, por enésima vez en miles de muertos y ataques terroristas. El caso es que el propio desarrollo de estas crisis demuestra la ineficacia de la política exterior de la propia Unión Europea. En ningún momento la UE se ha planteado buscar los verdaderos responsables de la crisis. Se han permitido cosas y políticas que prueban el estoicismo de la sociedad, que llega a unos límites casi insoportables y a veces rompe por el sitio peor, como acontece en Grecia con Amanecer Dorado u otros partidos de extrema derecha. La indiferencia mezclada con la desesperación puede ser caldo de cultivo idóneo para que anide de nuevo el huevo de la serpiente: el fascismo. ¿Es posible que los partidos tradicionales de izquierda no terminen de captar estos fenómenos de exclusión social y de problema nacional? Yo creo que en Europa hay un problema grave con la izquierda. Es decir, la derecha es monolítica, puede ser extrema pero es monolítica y a la hora de ponerse en marcha es como una topadora, plancha todo. La izquierda sigue inmersa en una serie de planteamientos de confrontación interna y repensando cuál será el modelo de Estado y al final no diseña ninguno. Y el que teníamos casi lo perdemos por esa falta de cohesión. A mí, a estas alturas, me cuesta mucho entender que partidos progresistas, que movimientos que están por el cambio social sigan convencidos de que cada uno por su parte va a conseguir ese cambio, cuando es evidente que enfrente tenemos un bloque y la única forma de superar esa barrera es la convergencia. Hay un estudio hecho por un sociólogo catalán que señala que las veinticinco formaciones políticas de España de tendencia

¿Incluís al PSOE en esa definición? El PSOE tiene que darse cuenta de que no puede continuar en una posición de partido que se muestra insensible a todos esos movimientos ciudadanos. Ha estado demasiado tiempo mirando hacia sí mismo, a lo que es una estructura interna de aparato, y está pagando esa falta de referencias, esa falta de contestación a la situación, pues la gente, que no es tonta, lo percibe y lo ha dejado en una caída permanente. Entonces, es tiempo de que el Partido Socialista se dé cuenta de que para evitar la caída permanente tiene que cambiar de política, tiene que mirar más hacia las fuerzas y los movimientos que están por el cambio y no hacia una política cada vez más próxima al Partido Popular. Desde mi punto de vista, eso es un grave error porque los ciudadanos y las ciudadanas necesitamos ese cambio posible, ese cambio de planteamientos y convicciones. Necesitamos volver a confiar en los representantes de la función pública, en los representantes del Estado, en los representantes de los grupos políticos. ¿Qué mensaje está dando América del Sur frente a la problemática que has desarrollado? Yo contestaría pero enfocándolo a la inversa, es decir, ¿qué supone hoy día Europa para Latinoamérica? ¿Y qué ha perdido Europa respecto de Latinoamérica, y España en particular? Quizá podamos hacer un aparte respecto de los países nórdicos porque ellos no han perdido la visión de apoyo y de presencia en Latinoamérica y tienen una posición bastante ventajosa. España sencillamente volvió la espalda a Latinoamérica. Es uno de los déficits gravísimos de este Gobierno y, en parte, del último gobierno del Partido Socialista. Al final no somos ejemplo de casi nada. Es decir, las críticas a Latinoamérica por la presencia de gobiernos populistas como una especie de mancha extraña me llevan a pensar que es preferible un gobierno elegido por el pueblo y que tiene la confianza

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progresista o de izquierda sólo discrepan en sus programas electorales al Parlamento Europeo en dos puntos; solamente dos propuestas eran diferentes entre los veinticinco, de los cuales sólo Podemos consiguió escaños en el Parlamento Europeo. Unidas todas las opciones hubiesen sido la fuerza más votada.

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del mismo que un gobierno en el que se prescinde absolutamente de los derechos de los ciudadanos y se dedica a hacer una política contraria a esos intereses, como ha ocurrido. Eso ha hecho que Latinoamérica, que en un momento recibía ese input para vertebrar la situación y la gobernabilidad de los propios Estados o mecanismos de justicia, de defensa, derechos humanos o de gobernabilidad, con una serie de decisiones soberanas de sus pueblos, se ha convertido en el centro universal de las políticas más progresistas; que sea un ejemplo de cómo hay que hacer las cosas. Por supuesto que siempre hay que mejorar, y que hay graves problemas, claro que sí. Pero yo creo que se están implementando políticas que quieren liberarse del tutelaje impuesto desde el continente europeo Latinoamérica, con o desde Estados Unidos, buscando una propia una serie de decisiones identidad y encontrando esos mecanismos para soberanas de sus hacerlo. Además, se ha convertido un poco en pueblos, de alguna punto de referencia en inversiones y en desarroforma se ha convertido llo, y de alguna forma en salvadores de la debaen el centro universal cle europea. Es decir, todo el sector empresarial o gran parte del sector empresarial se ha venido de las políticas más a Latinoamérica a buscar mejor espacio para progresistas. Que sea invertir. ¿Qué ha ocurrido? Que muchas veces un ejemplo de cómo hay han llegado creyendo que esto era una segunda que hacer las cosas. colonización y se han encontrado con que no es así, que aquí hay que respetar las reglas. Nos hemos dado cuenta de que aquí se está construyendo ciudadanía, se están construyendo sociedades que pretenden ser más igualitarias, que están luchando contra la enorme desigualdad existente, pero también buscando en forma integradora hacia sí mismos. La visión Sur-Sur es una realidad muy ilusionante. Desde allá da la impresión de que el establishment mediático y político mira lo que está ocurriendo en Argentina como una especie de anexo de lo que ocurre en Venezuela, todo englobado bajo una idea bastante tenebrosa. Realmente lo que ocurre es que hay mucho desconocimiento y mucha ligereza a la hora de afrontar los problemas que puede tener un país o el conocimiento que tienen de un país. Aceptamos la fachada que quienes

Bueno, Baltasar, queda agradecerte una vez más. El placer ha sido mío y el agradecimiento mayor por este rato compartiendo ideas y planteamientos que nos deben unir y hacer más conscientes de que es un sociedad civil fuerte, exigente, responsable y participativa la que hace cambiar la realidad de las cosas y la que verdaderamente cohesiona a un pueblo.



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más poder tienen –me refiero al poder económico y al poder mediático– deciden y asumimos lo que dicen que pasa en un país u otro, no consultan a la otra parte que probablemente sea la mayoritaria y que hace verdaderos esfuerzos por mejorar. Se ponen de manifiesto las falencias o los posibles déficits o errores y se anulan los esfuerzos y los éxitos. Y hay un juicio muy fatuo, muy fácil, falso por tanto, de algunos medios europeos a la hora de analizar a gobiernos, a mandatarios y a iniciativas que se llevan a cabo en Latinoamérica porque, en el momento que contradicen a las grandes empresas y corporaciones, ya están mal. Así resulta que Argentina lo hace mal porque hay un juez que se llama Griesa en Manhattan que dice que hay que pagarle a los fondos buitres que casi deberían ser perseguidos por delictivos. En vez de poner en valor el esfuerzo de un país que, saliendo de una crisis impresionante, trata de cumplir y paliar, los que generaron el problema se alían con esa decisión judicial y los fondos buitres y festejan en contra de los esfuerzos del Gobierno. Es decir, es el mundo al revés, es incomprensible. Por tanto, si eso es así, ¿por qué sucede? Pues porque están poniendo por encima de cualquier otro interés aniquilar al contrario, por encima del interés de los ciudadanos, de las necesidades de los mismos, y sólo es obtener el poder. ¿Por qué? Por sí mismo, sin ningún otro elemento coadyuvante que es el que humaniza el poder.

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La decadencia de la izquierda socialdemócrata europea, ¿un laberinto sin salida?

por Sebastián Etchemendy

El autor analiza la trayectoria histórica de la izquierda socialdemócrata hacia el hundimiento en la Europa del desempleo. Sostiene que el origen de dicha claudicación hay que buscarlo en la decisión consciente y deliberada de sus políticos de aceptar, cuando no impulsar, una arquitectura europea supranacional que terminó socavando la base de autonomía en las políticas públicas de los estados, hasta hacer casi imposible cualquier defensa de la política frente a los mercados. La estrepitosa caída de una venerable tradición Cuando uno ve el actual presente de lo que fueron los grandes partidos socialistas y comunistas en Europa Occidental, cuesta mucho ligarlo a una venerable tradición, aquella que simbolizan padres fundadores como Karl Kautsky o Antonio Gramsci. La decadencia se refleja a la vez en los planos electoral, de la política pública y de la ideología. La izquierda socialdemócrata gobierna sólo en Francia e Italia entre los países más grandes. En países en los que alguna vez reinó, como Gran Bretaña, Alemania, Portugal y España, actualmente es una caricatura de lo que fue. Su monumental retroceso en casi todos los países ha sido patente en las últimas elecciones europeas. Las clases populares en todas partes se vuelcan a las derechas extremas o anti-inmigrantes, lo que es evidente en el ascenso del Frente Nacional en Francia, que en esta elección se convirtió en primera fuerza doblando en votos a los socialistas, o de la UKIP en Gran Bretaña. Sólo muy de a poco –­por lo menos por ahora– avanzan opciones de izquierda que están por fuera del tronco histórico de los

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partidos socialistas y (ex) comunistas, como Syriza en Grecia o Podemos en España. Sin embargo, la crisis no es sólo electoral. Quizás es aun más profunda en el plano de las ideas y en el de las políticas públicas. Es triste ver a los líderes socialdemócratas de Europa como comparsa de la troika (Comisión Europea, FMI y Banco Central Europeo) que impone recortes fiscales a los países del sur de Europa, revisa sus cuentas o a lo sumo planifica “rescates” bancarios. Cuanto mucho, políticos como Hollande se diferencian en pedir a los organismos decisores de la Unión metas fiscales más leves o “políticas de crecimiento” que nunca llegan. Pero incluso el supuesto aire nuevo que traía Hollande para condicionar la Alemania de Merkel –verdadero demiurgo detrás de la troika– se diluyó junto con sus políticas internas. Sólo el italiano Renzi parece querer tomar la posta de una nueva política, aún muy difusa. En términos de políticas públicas, la izquierda tradicional europea no es hoy ni siquiera una mala copia de lo que fue: avala o impulsa políticas que provocan desempleo rampante y flexibilización laboral, sólo atina a contener algunos recortes en el estado de bienestar y en el olvido están las políticas de ingreso y de distribución de la renta sostenidas por los sindicatos, que fueron su marca registrada. Desde luego, el seguidismo servil a la troika y a Alemania no es el único signo político de la decadencia ideológica y política socialdemócrata. Son ejemplos del mismo fenómeno la proliferación en estos años de “gobiernos técnicos” o grandes coaliciones con los partidos conservadores, por ejemplo en Italia, Alemania, Austria o Grecia, donde la izquierda socialista funge como una parte casi indiferenciada de una tecnocracia liberal uniforme. La última elección de Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea (el “gabinete” de los puestos de decisión en la UE) por el Parlamento Europeo fue otro signo ominoso: un tecnócrata conservador de larga trayectoria en todos los niveles de decisión de la UE, y por lo tanto figura importante en la construcción del actual statu quo, que fue apoyado por conservadores, liberales y socialdemócratas (con algunas excepciones) detrás de vagas promesas de adoptar “políticas de crecimiento”. En resumen, los gobiernos “técnicos” o indiferenciados son la otra cara de la debacle de la vieja izquierda. Por supuesto, la pregunta sobre la adaptación de la izquierda tradicional europea en tiempos de globalización financiera ya lleva al menos tres décadas. La cuestión central es, sin embargo, que el descalabro actual en los tres planos mencionados –el electoral, de políticas públicas e ideología– nunca había sido tan coincidente y profundo. Resulta obvio que

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no se construyó de un día para el otro. Es pertinente, entonces, preguntarnos cómo se llegó a la actual situación que en muchos casos pone en juego la mera subsistencia de la izquierda tradicional como estructura política relevante. Después de todo, las fuerzas originales de la Segunda Internacional (aquella que unió las primeras fuerzas socialistas de masas en la Europa de fines del siglo XIX) fueron arquitectas centrales del estado de bienestar más extendido y del capitalismo más justo que conoció el mundo en el siglo XX. ¿Cómo fue, entonces, la transición de los partidos del compinche de Engels y teórico del SPD alemán, Karl Kautsky, de los socialistas fabianos ingleses, del republicano y revolucionario Largo Caballero y de Jean El origen de la claudicación Jaurés, a los partidos del actual empresario del gigante energético Gazprom Gerhard de la izquierda tradicional Schröder; del impulsor de la invasión a Irak europea hay que buscarlo y lobista de Israel Tony Blair, del lobista de en una decisión consciente los grandes grupos empresarios españoles y deliberada de sus Felipe González, o del director del FMI políticos en el cambio de Strauss Kahn, aportado por las filas de los siglo: aceptar, cuando no socialistas franceses? Por supuesto, ya en impulsar, una arquitectura la posguerra, Willy Brandt, Olof Palme, Enrico Berlinger o François Mitterrand europea supranacional que habían relegado las banderas de la revoterminó socavando cualquier lución o la construcción del socialismo al base de autonomía en las menos en el mediano plazo. Pero nunca políticas públicas de los se convirtieron en lobistas de las grandes estados, hasta hacer casi multinacionales o en cuadros de las orgaimposible cualquier defensa nizaciones del establishment financiero internacional ¿Qué pasó en el medio? de la política frente a los En esta nota me propongo hacer un mercados. recorrido para analizar la trayectoria histórica socialdemócrata hacia el hundimiento en la Europa del desempleo. La tesis que intento defender es simple: no hay que buscar en los factores estructurales o culturales alguna vez pensados, como la desestructuración de la clase obrera, la crisis de los modos de producción fordistas o en la caída del muro, la causa central de la claudicación de la izquierda tradicional europea. Las históricas fuerzas de la Segunda Internacional habían capeado relativamente bien esos temporales en el último cuarto del siglo XX. El origen hay que buscarlo, más

De la revolución a la estabilización capitalista La socialdemocracia europea nació como una fuerza revolucionaria. Más allá de las ambigüedades de Marx respecto de la cuestión electoral, para los líderes de la Segunda Internacional, la construcción del socialismo nunca estuvo en cuestión. Es decir, no se la vio como contradictoria con la vía de la democracia parlamentaria. Karl Kautsky o Jean Jaurés creían en la inevitable polarización final entre una clase obrera mayoritaria y una minoría de capitalistas. Incluso las reformas que empezaban a perfilar el futuro estado de bienestar y mejoraban la calidad de vida de los trabajadores, en el final del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, no eran tomadas como “reformismo”, sino más bien como pasos en una gradual pero inexorable transición al socialismo. La polémica entre Lenin y los “revisionistas” occidentales era esencialmente sobre el método, no sobre el puerto de llegada final. Después, en las primeras décadas del siglo XX ocurrió lo que Adam Przeworski explica en sus libros clásicos sobre la historia del socialismo1: estructuralmente, la clase proletaria nunca se transformó en mayoría y los socialistas, aun en sus bastiones, orillaron a lo sumo el 50% del electorado. Entonces, las respuestas a los imperativos de la política fueron las 1  Ver especialmente Paper Stones: A History of Electoral Socialism, Cambridge University Press, 1985, y Capitalismo y Socialdemocracia, Alianza, 1991.

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bien, en una decisión consciente y deliberada de sus políticos en el cambio de siglo: aceptar, cuando no impulsar, una arquitectura europea supranacional que terminó socavando cualquier base de autonomía en las políticas públicas de los estados hasta hacer casi imposible cualquier defensa de la política frente a los mercados. Los líderes socialdemócratas europeos apostaron a una cuadratura del círculo: abonar una integración económica en clave neoliberal que fue quitando herramientas de política a los estados (especialmente en el plano fiscal, cambiario y monetario), a la vez que proclamaban proteger la Europa social. Todo indica que salió mal. El problema está menos relacionado con los trabajadores de cuello blanco y la heterogeneidad de la clase obrera, con las formas de producción posfordista, las demandas sociales posmateriales, el auge de la ecología, con la internacionalización financiera en sí misma, y más relacionado con una elección de políticas de integración económica al calor de la presión de actores, ideologías e instituciones de corte neoliberal.

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58 alianzas, especialmente con los partidos de la pequeña burguesía campesina. En ese contexto, el apelativo de clase se transforma en el de “pueblo” y la concesión a los aliados, por ejemplo, el respeto de ciertos aspectos de la propiedad privada, en una necesidad. Allí donde armó alianzas estables con la pequeña burguesía campesina, como en los países nórdicos (o, a su manera, el New Deal norteamericano), la socialdemocracia triunfó. Allí donde no lo hizo, como en Italia, España y Alemania, se consolidó el fascismo. Saltsjobadem, el suburbio de Estocolmo donde los otrora revolucionarios suecos, aliados con el partido campesino, pactan en 1938 con la clase empresaria una economía abierta que respete la propiedad privada, sostenga los precios agrarios, pero también el pleno empleo y las políticas sociales de bienestar; y Bad Godesberg, la ciudad alemana donde el SPD, en su congreso de 1959, entierra las metas revolucionarias para adoptar la reforma dentro del capitalismo, son los dos mojones en la conformación de lo que sería la socialdemocracia moderna. Sin embargo, la edad de oro de la socialdemocracia europea en el plano electoral va a llegar a inicios de los años 70 en el momento de la gran crisis del capitalismo de posguerra. A los bastiones nórdicos se agrega la hegemonía en países como Austria, Alemania y Gran Bretaña. Especialmente en los primeros casos, y merced al control de sus sindicatos “hermanos”, los gobiernos socialdemócratas en medio de la crisis de petróleo logran estabilizar las economías y consiguen mejores combinaciones de desempleo e inflación, a la vez que apuntalan su gran logro de la posguerra: el estado de bienestar extendido, en sus tres facetas esenciales de políticas de jubilación, salud y empleo. Las transformaciones de los años 80 y 90, ¿el pecado original? En ascenso del neoconservadurismo de Reagan y Thatcher en los años 80, con su componente de privatizaciones, desregulación financiera y suba de tasas, parecía poner en jaque la famosa “edad de oro” socialista de posguerra. Sin embargo, lo que ocurrió fue una suerte de “trasvasamiento electoral”: mientras la socialdemocracia del norte europeo naufragaba en Alemania, donde la caída del SPD anunciaba la larga hegemonía de la CDU de Kohl, y en Gran Bretaña los laboristas eran arrasados por Thatcher, en el sur de Europa, en la Francia de Mitterrand, en la España de Felipe González y en la Portugal de Soares, el socialismo democrático tomaba el gobierno después de su ostracismo de posguerra. La explicación había que buscarla en factores estructurales, además de en los nuevos liderazgos. Los

2  The Transformation of European Social Democracy, Cambridge University Press, 1994. Una versión menos sofisticada en esta perspectiva es la de Anthony Giddens, La tercera vía, Taurus, 1999.

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gobiernos socialdemócratas del norte sucumbían en el “fuego amigo” de las demandas y las huelgas de los sindicatos aliados que ya no podían ser contenidas por políticas de ingresos concertadas en contextos de fugas de capitales, mayor apertura y desregulación financiera. Los partidos socialistas del sur de Europa, en cambio, mucho menos ligados histórica e institucionalmente a los sindicatos, proponían una nueva estrategia: políticas monetarias y de ingresos unilaterales (cuando no directamente antisindicales) mientras seguían manteniendo la impronta de apoyo al estado de bienestar. Comenzaban a aparecer en el discurso socialista, además, las “políticas del lado de la oferta”, es decir aquellas que hacen más atractiva la inversión empresarial, en el lugar del discurso tradicional keynesiano por el lado de la demanda. Quienes respaldaban esta vía política o intelectualmente sostenían que seguía habiendo una identidad socialdemócrata más allá de la política de ingresos y el apoyo a los sindicatos, que consistía precisamente en mayores impuestos para financiar el estado de bienestar y el mayor gasto público en infraestructura y educación para sostener la inversión. La socialdemocracia que retoma el poder en los años 90, de la mano de Tony Blair en Gran Bretaña y Gerhard Schröder en Alemania toma la posta de sus contrapartes del sur. La flexibilización laboral y la descentralización de la política de ingresos conviven con la apertura, la integración financiera en Europa y el auge de la llamada “tercera vía”. Como señala Kitschelt en otro libro clásico,2 en los años 90, la socialdemocracia consolida su mutación en las políticas, pero, contra lo que aventuraban muchos autores a izquierda y derecha en la literatura de los años 70 sobre la “crisis fiscal del Estado”, la vieja familia de la Segunda Internacional emergió de todas formas como una fuerza electoralmente saludable en la Europa del fin de siglo. La socialdemocracia podía mostrar su apoyo al estado de bienestar después de la tormenta neoconservadora, y a ello le agregaba la seducción de nuevos grupos (trabajadores de cuello blanco en el Estado, o los grupos feministas) y su cambio de discurso para hacerse eco de las demandas posmateriales como la ecología o el género. Los socialdemócratas ya no eran el partido de masas uniforme de los trabajadores manuales fordistas que alumbraron los padres fundadores señalados mas arriba pero, para muchos, aún conservaban una base de ideas, de políticas públicas y electorales definidas, y seguían erigiéndose como el fiel de la balanza en la política europea.

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60 Por abajo de esas transformaciones estructurales y electorales se incubaba, no obstante, otra realidad que los socialistas reconvertidos empujaban fervorosamente, aunque no siempre a la luz del día: una integración europea en clave financiera y decididamente neoliberal. La institución política principal en ese proceso de integración, cuyos hitos principales fueron el Acta Única Europea de 1985, el Tratado de Maastricht de 1992 y la integración en el Euro de 1999, no fue el Parlamento Europeo o ni siquiera el Consejo de (Primeros) Ministros, donde mal o bien los grandes partidos socialistas estaban más directamente representados, sino la Comisión Europea y sus distintos “comisariados” o ministerios. La Comisión y sus comisariados son los órganos menos electivos de la Unión; su presidente es en teoría elegido por el Parlamento Europeo, pero los nombres nunca salen de acuerdos de “consenso” dentro de una tecnocracia europea casi desconocida para la población de los estados nacionales. La Comisión fue paulatinamente colonizada por tecnócratas universitarios muy ligados a la gran empresa y educados en el liberalismo económico dominante en el sistema universitario del primer mundo, y acometió una tarea desreguladora en los diferentes sectores económicos, en marco de una burocracia muy alejada de cualquier proceso político popular a nivel continental o nacional. Como sostiene Nicolas Jabko, la Comisión “inventó”3 la bandera de la desregulación de mercado como la fórmula e idea fuerza para la integración europea. Todo ante la mirada de una socialdemocracia encandilada por la “tercera vía” que o dejó hacer, o directamente se convirtió en cómplice del desmantelamiento de la capacidad de regulación pública de los diferentes mercados. El actual callejón sin salida Por supuesto, primero vino la euforia en el cambio de siglo. Las victorias socialdemócratas de Blair, Schröder o Jospin coincidieron con un boom económico potenciado por la inversión financiera y la baja de tasas que trajo el euro, sumado al momento de liquidez internacional originado en las políticas monetarias de los emergentes como China. Europa se ampliaba hacia el este y los tradicionales diarios “progresistas” como Le Monde o El País saludaban la convergencia hacia el mercado de la Europa ilustrada, a la vez que esos mismos medios protagonizaban una monumental concentración empresarial. La Europa a la vez liberal y social se encarnaba en el nacimiento del euro. 3  Nicolas Jabko, Playing the Market, Cornell University Press, 2006.

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Sin embargo, hacia 2008, la crisis de las hipotecas subprime, la caída de Lehman, la consiguiente suba de las tasas de interés y la especulación inmobiliaria y financiera marcaron el fin de la fiesta de la deuda. La crisis y la lenta deflación mostraron al rey desnudo: estados incapaces de recurrir a la política monetaria o cambiaria en el marco de la integración en un euro fuerte, una política fiscal diezmada por la crisis de la deuda soberana, una base industrial trasladada a los países del este con salarios más bajos. La crisis no hizo más que poner la ingenuidad de la izquierda europea frente a su espejo: la Europa social y la integración en clave neoliberal ahora no parecen entrar en el mismo barco. Una integración que fue sólo económica y nunca política: un BCE poderoso y colonizado por la ortodoxia alemana combinado con órganos políticos de la Unión anémicos para impulsar cualquier política fiscal común. Ni siquiera capaces de impulsar políticamente medidas más modestas como el lanzamiento de un bono europeo. Los La crisis no hizo últimos rescates en Grecia y España o la crisis del euro en junio-agosto de 2012 reflejan la ver- más que poner la dadera naturaleza de la política europea actual: ingenuidad de la los socialdemócratas europeos apoyando el izquierda europea ajuste que impone la troika en Grecia, o implo- frente a su espejo: rando a Alemania y al BCE que intervenga en la Europa social y la el último minuto para salvar el euro mediante integración en clave el “rescate” a la banca española y la promesa de recompra de los bonos hundidos de los países neoliberal ahora no del sur. Pero mayores estímulos monetarios a parecen entrar en el la demanda o alguna política fiscal concertada mismo barco. brillan por su ausencia. Irónicamente, Estados Unidos, país en cuyo casino financiero se originara la crisis, mostró mas herramientas políticas para salir de ella: los paquetes de estímulo de Obama, su intervención directa en varias empresas y bancos quebrados y su política monetaria expansiva suenan a keynesianismo al lado del la ortodoxia del BCE de los últimos años. Es necesario, sin embargo, eludir visiones conspirativas y pensar que había otras salidas posibles. Por ejemplo, una integración económica sin moneda común y más parecida al viejo Sistema Monetario Europeo, donde los países retienen sus monedas y pueden corregir su valor. O pensar que un mayor control a los capitales especulativos o al dumping social en el este, junto con una integración política capaz de contrapesar el poder de

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países individuales como Alemania, no implicaba una utopía. En definitiva, conservar cierta capacidad y autonomía de política económica en los estados nacionales parece ser un requisito no sólo en la América Latina de la última década, donde fue y es inherente a la capacidad de la izquierda y las fuerzas nacional populares de cuestionar el poder del centro capitalista, sino también en los países europeos que no quieran ser víctimas de la ortodoxia del BCE hegemonizado por Alemania. No en vano, países que quedaron fuera del euro, como Gran Bretaña o Suecia, atraviesan mejor la crisis de los últimos años, con casi dos puntos de crecimiento del PBI en 2013 frente al nulo o negativo crecimiento de Francia y el resto de los países del sur de Europa. En resumen, en medio de esta orfandad de herramientas de política económica, la socialdemocracia parece haber Conservar cierta colapsado. Ya no puede mostrar ni siquiera su capacidad y vocación de sostener el estado de bienestar o un autonomía de política mayor gasto fiscal en “las políticas del lado de económica en los la oferta” que parecían ser las banderas de fin de siglo. Su base social en las clases populares, estados nacionales que sufre los estragos del desempleo, muta a la parece ser un requisito derecha más reaccionaria. Las políticas cultuno sólo en la América ralmente más progresistas o de género pueden Latina de la última ser representadas por partidos liberales como el década, sino también FDP alemán o los liberaldemócratas ingleses. en los países europeos Naturalmente, la historia nunca está escrita: el que no quieran ciclo económico europeo puede resurgir, y con él los partidos tradicionales que sostienen el ser víctimas de la establishment europeísta, que es, al fin y al cabo, ortodoxia del BCE el único rol que tiene la socialdemocracia hoy. hegemonizado por No obstante, si la crisis y el desempleo persisten Alemania. y se consolida esta década perdida en el viejo continente, si los líderes socialdemócratas continúan mimetizándose con el liberalismo de la tecnocracia europea, y más aún, con su clase empresarial, una tradición partidaria que fundaron pensadores como Kautsky y Gramsci puede marchar definitivamente hacia la irrelevancia o el ocaso.



La agenda de los procesos transformadores para los próximos años. Sudamérica se ha convertido en la región más dinámica en la exploración de alternativas posneoliberales con un sentido de reparación social y afirmación de la soberanía nacional de sus países. El proceso de ascenso y consolidación de fuerzas populares en el gobierno de varios de sus países traspasa en su importancia los límites geográficos y proyecta su influencia mundial en el contexto de la crisis del capitalismo global. Sin embargo, viejos y nuevos problemas envuelven estas experiencias políticas en una creciente complejidad. Los gobiernos populares enfrentan el desafío de actualizar sus propuestas transformadoras en medio de las dificultades propias de la crisis mundial y de los propios límites de su estructura productiva que sobreviven a los evidentes cambios de rumbo de la última década. De diferentes maneras, estos proyectos afrontan el doble desafío de mantener vivas y activas las fuerzas y los valores que alentaron la transformación y, al mismo tiempo, asegurar relaciones de fuerza y condiciones económicas y sociales que hagan viable el rumbo emprendido.

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Algunas reflexiones sobre izquierda y democracia a la luz de los procesos populares en América Latina 1

por Mario Toer, Federico Montero y Santiago Barassi Los autores realizan un balance de los procesos políticos transformadores en la región. Señalan dos denominadores comunes de los distintos gobiernos, la construcción de una perspectiva “huérfana” de modelos preestablecidos en los países centrales y la formulación de un horizonte político basado en la ampliación de la democracia. Transcurrida ya más de una década de gobiernos posneoliberales en la región, un tiempo de necesarios balances y evaluación de nuevos desafíos se abre en torno a estas novedosas experiencias. A diferencia de décadas anteriores, el siglo XXI encontró a la izquierda latinoamericana sin recetas, libretos o programas definidos que pudieran orientar la práctica de fuerzas potencialmente contrahegemónicas en la región. Esta orfandad teórico-política reactualizó la pertinencia de la célebre proclama del venezolano Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”, dando lugar, consecuentemente, a una búsqueda que debió partir de una variedad de postulados, la más de las veces eclécticos, propios de la heterogeneidad de liderazgos y fuerzas políticas que fueron irrumpiendo en la escena actual.  Más allá de la diversidad de sus políticas y modos de impulsarlas, el proyecto de integración y transformación en curso indica que, en ciertos planos relevantes, se ha ido fraguando una lógica común en la cual 1  Este artículo está basado en las reflexiones publicadas en la ponencia “La profundización de la democracia en los procesos Nacional Populares en América Latina” presentada en el 11° Congreso Nacional de Ciencia Política, Paraná, Argentina.

La tradición de izquierda y la recuperación de lo democrático Si algo caracteriza a la irrupción de la izquierda es su intervención en el conflicto no resuelto entre la apertura democrática de la mano de las revoluciones burguesas y la creciente restricción con que las formas de acumulación capitalista determinaban los regímenes políticos realmente existentes. Al irrumpir las expresiones de los trabajadores en los principales escenarios políticos del siglo XIX, lo hicieron bajo la consigna de llevar el principio democrático consagrado a nivel institucional a las esferas de la producción y distribución de la riqueza, entendiendo que eran estas las que determinaban las características más generales de las sociedades capitalistas. Apelando a una antigua figura romana que irrumpía temporalmente para reordenar el régimen político en momentos de crisis, Marx llamó “dictadura del

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confluyen elementos de diversas tradiciones, y en la que la democracia y su profundización aparece como uno de sus pilares fundamentales. En respuesta a este ímpetu democratizador, la derecha tradicional y sus aliados, reagrupados en torno a los grupos mediáticos concentrados, entran en abierta confrontación con los gobiernos, extremando la virulencia de su discurso, aludiendo a presuntos principios republicanos vulnerados. Estos escenarios de alta polarización, resultado de la profundización democrática y la radicalización de las posturas opositoras, plantean nuevos desafíos estratégicos y teóricos: la propia idea de democracia se tensiona a la luz del sentido que adquiere como parte de la disputa política y de la pretensión de expandir lo democrático más allá de las esferas estrechas, propias de la institucionalidad heredada de las reformas neoliberales. Entendemos así que la voluntad de expandir el principio democrático al conjunto de las relaciones sociales es una clave de interpretación productiva que unifica estas experiencias. Más importante aún, esta perspectiva reubica en el plano estrictamente político el eje de las discusiones sobre la caracterización de estos procesos ante los criterios clasificatorios de tipo ideológico (izquierda-centroizquierda), voluntarista (reformistas-revolucionarios). Por último, el énfasis en lo democrático permite retomar la cuestión del horizonte estratégico de las transformaciones en curso. En las condiciones de periferia en las que nos encontramos, y dadas las características de la época actual, lo “nacional popular y democrático” puede ser la manera de concurrir al cuestionamiento generalizado del capitalismo, en su actual fase neoliberal, y de darle también un nuevo sentido al retorno del debate sobre el socialismo.

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66 proletariado” a la aspiración a una genuina democracia de las mayorías. Se trataba, como Lenin lo remarcaría, del régimen más democrático que podía concebirse, mediante el cual se desmontarían los mecanismos que hacían posible la explotación del hombre por el hombre. Pero en tanto fracasaron las ansiadas insurrecciones europeas al concluir la Primera Guerra Mundial, se reforzaba el acuartelamiento de la URSS, y a continuación emergían los regímenes fascistas, el tema de la democracia posible quedaba subsumido en la militarización a ultranza de los escenarios que habría de desembocar en los horrores de una nueva guerra casi planetaria. Por un período, las resoluciones del VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935 alentaron a repensar lo democrático en el marco de los frentes antifascistas. El giro táctico del PCUS y sus directrices a los comunistas en los países latinoamericanos, en el contexto del avance del fascismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, generaron un desencuentro histórico entre las nacientes expresiones de regímenes nacional-populares en Sudamérica –portadores de una concepción de la democracia que tensionaba los valores liberales– y las expresiones mayoritarias de lo que podríamos denominar la izquierda de tradición socialista. En el momento de la irrupción de los “populismos”, las diferencias ideológicas, la disputa por la conducción del movimiento obrero y, en algunos casos, por los alineamientos geopolíticos a la luz de la Segunda Guerra, posicionaron a estos sectores de la izquierda en la vereda de enfrente. Pero durante varias décadas, las distintas formas de democracia restringida y las dictaduras, junto a la estela de la Revolución Cubana, fueron minando la confianza sobre las posibilidades reales de avanzar en cambios sociales en el marco de la democracia posible. Las breves experiencias de democracias populares con participación de la izquierda, como la de los gobiernos de Goulart en Brasil, Cámpora y Perón en Argentina o el Chile de Allende fueron rápidamente aplastadas por la derecha a través de las Fuerzas Armadas. Recién vamos a encontrarnos con un paulatino avance de garantías, que permiten pensar lo democrático en nuevos términos, cuando retroceden los regímenes que amparó en América Latina la doctrina de “Seguridad Nacional”, con toda su crueldad y cinismo, y después al producirse la implosión de lo que fuera el bloque liderado por la URSS. A partir de esto, los escenarios políticos propiamente dichos adquieren mayor entidad, en tanto la Guerra Fría se amortigua considerablemente y

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en cierta medida se desplaza, y el militarismo, que se enseñoreara durante casi todo el siglo XX, evidencia un retroceso, al menos parcial, en regiones como la nuestra. En esta nueva época que estamos transitando emerge en la escena latinoamericana el descontento y la rebeldía frente a las políticas neoliberales, lo que habrá de permitir, a su vez, el surgimiento de los liderazgos que irrumpen sucesivamente en nuestros países. Los liderazgos y las fuerzas políticas que se encuentran en mejores condiciones para ponerse a la cabeza de este extendido malestar reclaman garantías para disputar en el plano electoral la representación de las mayorías. Las revaloraciones y críticas nos conducen a En esta nueva los actuales emprendimientos en los que los rasépoca que estamos gos de la época actual, distante de las insurrecciones, los posibles “cercos” y la disipación de transitando, la Guerra Fría a posteriori de la caída del muro, emerge en la escena colocan a la perspectiva de profundizar la pro- latinoamericana mesa democrática en el centro de la escena. el descontento y Es en este momento que se instala en nues- la rebeldía frente tro medio continental el reclamo por una a las políticas Patria Grande, vanamente invocada en un lejano pasado, asociado a este ensanchamiento neoliberales, lo que de las garantías democráticas que muy par- habrá de permitir, a cialmente habían tenido alguna presencia con su vez, el surgimiento anterioridad. de los liderazgos Llegará un momento, entonces, en el que la que irrumpen implacabilidad de las dictaduras en los 70, de sucesivamente en una parte, y a posteriori, el aprendizaje sobre nuestros países. la marcha que supone la llegada al gobierno de distintas expresiones populares, habrán de producir una expansión de los horizontes de lo posible en cuanto al sentido de lo democrático. No debe olvidarse que el “chavismo” en sus primeros pasos, todavía aislado allá por 1998 y 1999, invocaba una “tercera vía” donde resonaba Tony Blair. La implacabilidad de quienes se encuentran ubicados en el sitial de la dominación y el privilegio y la llegada de nuevos compañeros de ruta a nivel regional fue radicalizando los discursos. De alguna manera, retomando la comparación que hicimos, si la fallida invasión en Bahía de los Cochinos abrió curso a la proclama “socialista” en Cuba, el golpe del 2 de abril de 2002 en Venezuela también endurece

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68 el discurso en términos análogos, pero con la decisiva diferencia de que ahora la denuncia de la naturaleza “antidemocrática” de la llamada oposición estará en el centro. De este modo, derrotar un plebiscito revocatorio y marchar hacia plebiscitar también una nueva constitución, será el nuevo objetivo chavista. También estará en el centro de los objetivos una nueva constitución en Bolivia y Ecuador, donde, como en Venezuela, el surgimiento de lo nuevo ha sido concomitante con la implosión del escenario político previamente existente. Como bien lo argumenta Marco Aurelio García, en aquellos países donde los sectores dominantes habían transitado por modalidades que implicaron un cierto desarrollo industrial, con la consiguiente ampliación del escenario político hacia buena parte de los trabajadores de la ciudad y el campo, no se produce una implosión análoga. Se trata sí de una crisis, pero donde permanecen numerosas mediaciones que hacen de la disputa política una trama mucho más trabada y compleja. Los procesos de democratización entonces no son los mismos. Mientras en la región andina se parte de más atrás y se transita un verdadero “cambio de época”, en el Cono Sur nos encontramos con una “época de cambios” en la que, paradójicamente, se trata de recuperar, social e institucionalmente, cursos democráticos que ya habían tenido algún desarrollo en épocas previas y que implacables dictaduras, y más tarde las diversas maneras que adquiere la implementación de los postulados del Consenso de Washington, habían procurado conculcar. Convergencia que inaugura una nueva lógica de producción política Los propios procesos de construcción política que le dieron carnadura a estas convergencias, en casi todos los casos, ya habrán de suponer un ejercicio de la práctica democrática que no se encontraba previamente instalado con claridad en la experiencia de las fuerzas populares. De este modo, encontramos en Venezuela la irrupción de un caudillo militar que recoge la tradición bolivariana y busca acercarla a las distintas corrientes de la izquierda venezolana. Así lo observó Chávez en 1998: Al frente nacional le gustaría contar con muchos marxistas… siempre y cuando no caigamos en el radicalismo político. Creo que se impone la unidad de esas corrientes que son revolucionarias

La convergencia no será sencilla. Tanto del tronco militar como en el interior de los partidos de izquierda preexistentes habrá quienes no acepten el estilo de conducción del nuevo comandante. Pero quienes acaban concurriendo le darán un amplio sustento a la fuerza que desde entonces habrá de triunfar en catorce de los quince procesos electorales que protagoniza el chavismo. El propio surgimiento del PT en Brasil recoge una amplia variedad de corrientes y sectores que van desde distintos grupos de izquierda, entre los que no faltan algunos partícipes de la resistencia armada a la dictadura militar, hasta los nuevos sindicatos de la industria metalúrgica y las comunidades de base ligadas a la Iglesia católica. Esta convergencia habrá de requerir, desde un inicio, de una ardua e intensa vida democrática a su interior que será correlato y rasgo distintivo en su proyección como fuerza en la escena política nacional. Diez años después de su fundación, uno de sus principales dirigentes, Marco Aurelio García, anticipaba conceptos que nos parecen sustantivos y que conservan plena vigencia: Articulando la lucha por la democracia política con la lucha por la democracia social, el PT busca brindar actualidad al socialismo y sacarlo del campo de la mera utopía. Esta articulación se desdobla en una intervención que recupera múltiples espacios en el plano social y en el plano institucional, sabiendo que estos dos dominios no son estancos y se interpenetran todo el tiempo (Marco Aurelio García, Teoría y Debate Nº 12, 12/90). De manera creciente, la lógica de la lucha política habrá de llevar al PT a procurar definiciones y alianzas que harán posible tanto su triunfo electoral como la búsqueda del voto mayoritario en el parlamento, en donde siempre careció de fuerza propia suficiente. La singularidad del caso argentino tiene que ver con los antecedentes de algunos protagonistas y la profundidad de la crisis de la que emerge lo que constituirá el kirchnerismo. El triunfo de Néstor Kirchner en el 2003,

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marxistas, marxistas cristianas revolucionarias, bolivarianas revolucionarias, para buscar un camino auténticamente revolucionario pero propio a nuestra realidad, propio a nuestra idiosincrasia, a nuestras metas y posibilidades.

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70 con sólo un 22% de los votos, ya habrá dejado afuera a dos vertientes del peronismo que concurren con sus propios candidatos. Entre ellos el propio Carlos Menem, adalid de la irrupción neoliberal en Argentina. A la vertiente, que recupera lo mejor de las tradiciones justicialistas, habrán de sumarse expresiones de izquierda y otros referentes que le darán a esta nueva presencia rasgos amplios y singulares a una convergencia cuyos antecedentes pueden rastrearse en el frente político que aglutinó al justicialismo y sectores de izquierda tras la candidatura de Héctor Cámpora en 1973. En cualquier caso, la nueva índole de las contradicciones y el contexto general del país y la región, así como los balances sobre la experiencia de los 70 y el duro aprendizaje tras la dictadura militar, las ilusiones de la primavera alfonsinista y la herencia neoliberal fueron forjando una experiencia novedosa de lo que hasta entonces suponía lo conocido en el campo nacional popular. Entre las diferentes medidas que impulsan los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, cobran relevancia los esfuerzos por democratizar los medios de información a través de la “ley de medios” y la consagración del matrimonio igualitario, que supondrá una notable y precursora ampliación de esta institución, saliendo al cruce de antiguas pautas discriminatorias. La lógica que sustenta a estas y otras iniciativas, como la Asignación Universal por Hijo y las internas partidarias abiertas y simultaneas, pone de manifiesto no sólo el afán democratizador, sino las especificidades de una concepción de la democracia popular, con sus potencialidades y sus enemigos, que supo esbozarse en el 73-74, retomarse en el 83-85 y afirmarse recién desde el 2003, bajo este nuevo “mestizaje” que aludiéramos, presente en la propuesta de los llamados K. El Frente Amplio uruguayo ha sido desde sus inicios un modelo de convergencia democrática, reuniendo desde su fundación a comunistas, socialistas, socialcristianos y disidencias de los tradicionales partidos Blanco y Colorado. Este rasgo se acentúa, si se quiere, en el período que consideramos con la incorporación al mismo de la fuerza política que nuclea a quienes fueran la organización político-militar Tupamaros en los años 70. La perseverancia en las prácticas plebiscitarias, aun con sus resultados adversos, ratifican la evidente perspectiva democrática que supone la propia impronta del Frente Amplio. La profundidad de las transformaciones que vive Bolivia pueden observarse en las palabras de su vicepresidente, Álvaro García Linera:

Imposible imaginar un proceso democratizador más profundo en lo social, reafirmado también en lo político institucional a partir de los principios constitucionales aprobados y los intensos debates en curso a los que García Linera alude como “tensiones creativas”, remembrando a lo que se diera en llamar “contradicciones en el seno del pueblo”. La singular construcción política que lidera Rafael Correa en Ecuador tuvo como rasgo distintivo desde un inicio el haberse puesto a la cabeza del extendido hartazgo popular ante las falencias de la llamada partidocracia. El principio de poner al “ciudadano” como referencia aglutinadora de muy diversos sectores resultó el basamento de un proceso de reconstrucción política tras la implosión del escenario previamente existente. La nueva constitución, ampliamente plebiscitada, y los sucesivos triunfos electorales muestran que la convergencia que ha dado en llamarse Alianza País se encuentra sólidamente instalada en la nueva realidad política del Ecuador. La insistencia en los derechos ciudadanos presentes en la invocación, precisamente, a una “revolución ciudadana” hace que esta refundación se sitúe conjugando tanto la profundidad de las transformaciones en curso –“cambio de época”, al decir del propio Correa–, como la referencia a quienes constituyen el basamento soberano de esta revolución, la propia ciudadanía. Hemos aludido a las experiencias más sobresalientes de los procesos en curso. Lo que ocurre en otros países, que de una u otra manera se sitúan como a mitad de camino –el Paraguay truncado con el derrocamiento de Lugo, el candado parlamentario al que se ve sometido Ollanta Humala en Perú, los afanes de la Concertación en Chile bloqueados por una derecha

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… el concepto de revolución democrática y cultural es bastante preciso, el más preciso en mi opinión. Una revolución política y descolonizadora, para mí sería la manera más académicamente precisa para definir lo que está en marcha actualmente en Bolivia. (…) Es un cambio irreversible de la historia. Venga lo que venga para los siguientes siglos, los indios han tomado el poder, los indígenas se han vuelto poder y lo viven no sólo en el palacio, en los ministerios, el parlamento, la justicia y las leyes; lo experimentan también en cosas tan sencillas como caminar en la calle, que es un modo también de ciudadanía plena expansiva. El saber que tienes derechos, antes prohibidos por el color de tu piel o por tu pollera o por tu apellido (Álvaro García Linera, “Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del proceso de cambio”, La Paz, 2011).

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72 social y política de envergadura y los limites en los que transcurren las experiencias centroamericanas, tan cercanas al coloso del norte–, no contradicen los lineamientos del curso democratizador que atraviesa la región. Es posible así que, a pesar de la diversidad de la cual provenimos, el acontecer de nuestro tiempo desustancialice las posiciones políticas de otrora, abriendo nuevos caminos a partir del reclamo de la práctica, sin dejar de procurar una reflexión que oriente este devenir.

La disputa con la derecha en el terreno democrático Esta nueva lógica de acción política que los gobiernos han logrado imprimirle a sus gestiones se ha mostrado eficaz a la hora de agrupar mayorías en torno a sus proyectos. La derecha, en cambio, pareció inicialmente desorientada ante este nuevo escenario en el que la ampliación democrática se da conjuntamente con una eficaz gestión económica que atiende a las necesidades de las mayorías. Paulatinamente ha ido recomponiendo su disEs posible que a pesar curso. Se ve obligada a reconocer la necesidad de de la diversidad de la salvaguardar lo democrático, lo que le había sido cual provenimos, el muchas veces ajeno, al tiempo que se esfuerza por intentar mostrar como inconsecuente el comproacontecer de nuestro miso con estos principios de los nuevos gobiernos, tiempo desustancialice recurriendo al cuestionamiento de cuanta formalas posiciones políticas lidad se encuentre presuntamente alterada en la de otrora, abriendo gestión oficial. Para estas variantes, se trata de neutralizar nuevos caminos a partir del reclamo políticamente el sentido de la democracia y mantenerlo encorsetado en la institucionalidad de la práctica, sin heredada de las dictaduras y el neoliberalismo. dejar de procurar una En contra de la propia tradición republicana reflexión que oriente clásica, que planteaba la necesidad de encontrar este devenir. reformas institucionales ante la configuración de nuevos conflictos de tipo social o político –¿qué son sino esto, las reflexiones de Maquiavelo sobre los Discursos de Tito Livio o las propuestas de Montesquieu sobre la división de poderes?–, enarbolan un conservadurismo remozado con ribetes republicanos invocando un inexistente pasado de respeto a las instituciones y canalización ordenada del conflicto que se da de bruces con la experiencia real de los procesos históricos de nuestros países.

Hablan de criticar al poder, pero ellos mismos son unos de los mayores poderes. Poder más invulnerable que el poder financiero, porque han tenido la habilidad de identificar sus negocios, dedicados a la comunicación, con la libertad de expresión. Criticar a un medio de comunicación es criticar la libertad de expresión. Eso es tan brillante como decir que criticar al presidente es criticar a la democracia. Prácticamente en ningún caso se ha generado un proceso de censura evidente a los medios existentes, que siguen en su mayoría en manos de sectores del establishment. Si bien se ha avanzado, y hoy amplios sectores de la población no dan por sentada la veracidad de un hecho por provenir de un diario de gran circulación o un preponderante medio televisivo, sigue vigente el notable poder que estos medios disponen para imponer la agenda pública y generar desasosiego y desconfianza en amplios sectores de la población. Así habrán de encargarse de ejercer una fiscalización implacable de las prácticas gubernamentales, proponiéndose como cajas de resonancia de cualquier descontento, producto de sus propios límites o de lo considerable de lo que aún queda pendiente.

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Los medios de comunicación, nuevos voceros y estrategas de la defensa del establishment y sus intereses ante el deterioro de los partidos tradicionales, son los primeros en utilizar estas falacias. Resulta altamente significativo el extremo parecido de las líneas editoriales que se reiteran más allá de las fronteras. Pero la confrontación con los medios revela que, si existe una agenda en la que este tipo de contradicciones entre el “deber ser” de una agenda liberal-republicana y su enarbolamiento por parte de las fuerzas conservadoras se muestra en toda su extensión, es en la ampliación de ciertos derechos tradicionalmente asociados a la tradición liberal que, sin embargo, se producen de la mano de los regímenes democrático-populares. Pretendiendo amenazas a la libertad de prensa, donde a lo sumo podrían invocarse riesgos a la “libertad de empresa”, estos medios dirigen virulentas críticas contra los gobiernos sin datos consistentes, y en cuanto reciben réplicas alegan avances sobre la libertad de expresión. Lo sintomático es que los supuestos gobiernos autoritarios no pretenden monopolizar la prensa en nombre del pueblo, sino combatir el monopolio privado que existe para garantizar la pluralidad de voces. En su nueva asunción presidencial, Rafael Correa señalaba:

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74 Los intentos de los gobiernos por balancear el poderío mediático, como es el caso de la llamada ley de medios en Argentina, o intentos en esa dirección en Ecuador, Venezuela y Uruguay, se ven entorpecidos por un sinfín de obstáculos a partir de impedimentos desde el sistema jurídico imperante. En otros contextos, como el caso brasileño, no se ha podido aún dejar atrás la prudente transacción con estos medios, lo que obliga a renovados equilibrios de parte del accionar gubernamental. De este modo puede percibirse que la estrategia por recuperar el terreno perdido por parte de los sectores dominantes se centra en procurar capitalizar el desencanto que proviene del desgaste propio de la función gubernamental, particularmente, el producido en el desfasaje entre la retórica y la sustentabilidad de las transformaciones que gravitan en la vida cotidiana. La campaña electoral venezolana tras la desaparición física de quien fuera el líder indiscutible del chavismo puso en evidencia la presencia de flancos que pudieron ser aprovechados por el frente opositor. Al decirle Capriles a Maduro “tú no eres Chávez”, se mostraba como posible garante de una más efectiva puesta en práctica de aquellas transformaciones que el dirigente desaparecido había alentado. Esto encuentra asidero en la medida en que las dificultades denunciadas por la oposición encuentran correlatos con la experiencia de la población. Paradójicamente esto tiene un doble carácter, ya que supone la aceptación de transformaciones en curso que será muy difícil retrotraer, como lo señalaba Álvaro García Linera en la cita que mencionáramos anteriormente. Pero, en cualquier caso, la intención última es revertir el proceso de las transformaciones en curso. De la capacidad para conservar la iniciativa y la legitimidad afirmada en los cambios que la propia población asume como suyos, dependerá la continuidad y consolidación de las conquistas alcanzadas. En palabras de Cristina Fernández, “… quiero decirles algo: si no se organizan, si no participan, si no cuidan ustedes mismos lo que es de ustedes, van a venir otra vez por todos ustedes como lo han hecho a lo largo de toda la historia” (Cristina Fernández de Kirchner, discurso en ocasión de los festejos del 25 de mayo de 2013). La democracia: cuestión de mayorías La modulación de las transformaciones, atendiendo a los requerimientos democráticos, tiene que servir como garantía para no incurrir en pasos en falso tras afanes voluntaristas que ofrezcan flancos a la restauración conservadora de la derecha, siempre atenta a generar convocatorias

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que permitan recuperar su gravitación a partir del descontento popular. El proceso venezolano ha permitido el desarrollo de este debate y, sin que sean claramente excluyentes, aparecen perfiles que Steve Ellner llama voluntaristas vs. realistas, que dicho autor relaciona con la polémica que mantuvieran Ernesto Guevara y Carlos Rafael Rodríguez a mediados de la década del 60 sobre el curso de la economía cubana. Sin entrar a profundizar en las disyuntivas La modulación de las que hoy están planteadas en el devenir del pro- transformaciones, ceso bolivariano, en las particulares condiciones atendiendo a los posteriores a la muerte de Hugo Chávez, citarequerimientos mos las consideraciones del propio Ellner un tiempo antes de estos sucesos. Tras hacer una democráticos, tiene elocuente descripción de las virtudes y limita- que servir como ciones de unos y otros, Ellner nos dice: garantía para no El gobierno revolucionario puede hacer mejor su llamado mediante la formulación de eslóganes y políticas igualitarias que hagan énfasis en la solidaridad en concordancia con la estrategia optimista cultural. El proceso subsecuente de consolidación pone mayor énfasis en la producción, que al menos por cierto periodo de tiempo es favorecida por un incremento en el peso de los incentivos materiales (enfoque realista). Pero en ningún momento las dos estrategias son contradictorias, o representan una proposición de “una u otra” (Steve Ellner, “El debate histórico sobre las metas socialistas: el caso venezolano”, Rebelión.org, 2013).

incurrir en pasos en falso tras afanes voluntaristas que ofrezcan flancos a la restauración conservadora de la derecha, siempre atenta a generar convocatorias que permitan recuperar su gravitación a partir del descontento popular.

Sin pretender situarnos en una formula ecléctica, lo que queremos es llamar la atención sobre la índole de los dilemas aludidos que en cada caso sólo pueden ser resueltos según las condiciones concretas de que se tratan. En otros términos, nos encontramos en el caso boliviano con enfrentamientos que no dejan de ser duros y que adquieren sustento en reclamos de algunos sectores de obreros y campesinos. A estos conflictos, el vicepresidente Álvaro García Linera los considera como propios de la quinta fase del proceso de cambio.

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76 Surgen en esta nueva etapa de la Revolución Democrática y Cultural –y es necesario que lo hagan– tensiones secundarias y no antagónicas al interior del bloque popular revolucionario, en el seno del pueblo. Una de estas tiene que ver con el debate fructífero, democrático y creativo respecto de la velocidad y de la profundidad del proceso de cambio (García Linera, 2011).

Esta vocación de búsqueda de entendimientos no quita que el gobierno del MAS asuma posturas firmes ante iniciativas que estima ponen en riesgo los intereses del conjunto de sectores a los que representa. Estos dilemas de cómo conjugar la profundización de los cambios en curso sin abandonar la lógica democrática conPuede darse el caso de llevan el interrogante de cómo acceder a fases que las limitaciones más avanzadas, lo que de por sí no es un devenir que impone el propio ineludible. Por el contrario, puede darse perfectamente el caso de que las limitaciones que accionar de las impone el propio accionar de las fuerzas confuerzas conservadoras servadoras fuerce a un paulatino desgaste de la fuerce a un paulatino vocación democrática y transformadora. En este desgaste de la sentido refiriéndose al caso brasileño, el dirigente vocación democrática y del ala izquierda del PT, Valter Pomar, nos dice transformadora. que de no conseguir sostener una propuesta consistente de más largo plazo, ... el peligro no es tanto que seamos derrotados en el 2014, no creo que sea posible, sino que nos veamos forzados a implementar nosotros mismos el desarrollismo conservador. Lo que creo más peligroso en el escenario no es que seamos víctimas de una derrota electoral sino de una derrota política, en la que pasemos de sepultar al neoliberalismo a revivir el desarrollismo conservador tradicional en el país (Valter Pomar, “Una radiografía del PT”, en Página/12, 01/04/2013). En cualquier caso, la retórica que se aferre a cualquier presupuesto dogmático para encarar estas disyuntivas no hace más que retornar a la sustancialización de la concepción de la política que, cualquiera sea su pretensión, no hace más que alejarnos de la política misma, y que tiene como invariable consecuencia el distanciamiento de las mayorías a las que se pretende representar. Se estaría, de este modo, abandonando el proceso de “mestizaje” al

Chávez no consiguió construir el socialismo del siglo XXI, al que llamó socialismo bolivariano. ¿Cuál sería su modelo de socialismo, teniendo en cuenta que siempre mostró una reverencia por la experiencia cubana que muchos consideraron excesiva? Me consuela saber que en varias ocasiones Chávez se refirió con aprobación a mi definición de socialismo: el socialismo es la democracia sin fin (Boaventura De Sousa Santos, “Chávez, el legado y los desafíos”, en Página/12, 8/03/2013).



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que aludiéramos para regresar a fórmulas genéricas usualmente provenientes de aconteceres que han quedado en el pasado. Algunos de los debates que atraviesan la realidad latinoamericana de nuestros días tienen que ver con la índole de las transformaciones que se vienen planteando. Muchas veces estos conceptos se vinculan con la dinámica de los procesos políticos y las tradiciones que han marcado a los protagonistas. Quizás no sea necesario entrar a considerar las implicancias de las denominaciones con que se alude a los procesos en cuestión, siempre y cuando se tenga claridad suficiente en la dinámica que venimos planteando. Ha quedado en todo caso claro que no se trata de encarar el control burocrático estatal del proceso productivo. Eso queda para el desestimado “socialismo del siglo XX”. Y está quedando claro también que la profundidad de las transformaciones democráticas requeridas supone una verdadera revolución. Si volvemos a Carlos Marx, las tareas del socialismo serán propias del momento en que el capitalismo haya dado todo de sí y los trabajadores de los países más avanzados, en primer lugar, se hagan cargo de lo más desarrollado de las transformaciones científico-tecnológicas para encarar el nuevo curso. Esto no quiere decir, de modo alguno, que las tareas de profundo cuestionamiento a la fase neoliberal del desarrollo capitalista que tiene lugar en nuestra región no supongan una transformación de enorme envergadura o que los cuestionamientos en la periferia no sean convergentes con los que puedan madurar en las principales metrópolis. Quizás la manera de considerar la significación de lo socialista en nuestro tiempo por parte de Boaventura de Sousa Santos nos brinde un recurso conceptual a partir del cual podemos encontrar un cauce compartido. Refiriéndose a este tema, el autor nos dice en una nota con motivo de la muerte de Hugo Chávez:

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“Tenemos que construir urgentemente nuevas instituciones, una nueva arquitectura financiera”

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Horizontes del Sur dialogó con el economista ecuatoriano Pedro Páez sobre las posibilidades de transformación y las debilidades que enfrentan las economías sudamericanas en el marco de los procesos que habitan la región. ¿Cómo caracterizaría la situación actual en América Latina? Asistimos a un proceso de despertares de distinta naturaleza en América Latina. Luego de ese laberinto que significó la búsqueda individualista que está anidada en la utopía neoliberal, los pueblos desde distintas trayectorias culturales empiezan a reencontrarse a sí mismos, primero en sus mejores tradiciones desde la comunidad, desde las luchas por la independencia, por la justicia social, y luego, a encontrarse en la hermandad latinoamericana como un destino ineludible. Creo que es muy importante que esto se de con la frescura que se está dando, sobre todo luego de las frustraciones de los procesos revolucionarios en los últimos cien años. Aquí se trata de un proceso de construcción colectiva, de mucha creatividad, en el que es necesario descubrir nuevos caminos que hagan factible que los sueños de la gente empiecen a concretarse, que den espacio para que la gente pueda desplegar sus iniciativas en un marco en el que el bien común organice la perspectiva general. El problema es que este proceso se desarrolla en un momento muy paradójico de crisis estructural del sistema, en el que, por un lado, se proveen ciertas condiciones auspiciosas como son los precios internacionales relativamente altos, pero, por otro lado, se vive sobre la base de una acumulación de amenazas sobre el

¿Cómo ve las estrategias que los distintos países de la región fueron construyendo frente a la crisis internacional y frente a la necesidad de redefinir el modelo de acumulación? Los distintos gobiernos progresistas han formulado respuestas muy pragmáticas de tratar de crear espacios, con la línea de menor resistencia posible respecto a los poderes establecidos. Recordemos que estamos hablando de un proceso de cambio sobre la base de treinta años de neoliberalismo que han implicado una destrucción sistemática del aparato productivo, un desmantelamiento institucional y, por tanto, una transformación de las propias clases sociales. La dispersión y la diferenciación interna de las clases trabajadoras tienen un poderoso efecto subjetivo e ideológico, generando el campo para posiciones de lo que se denomina posmodernismo, por el cual la politización se construye desde la diferencia, lo que dificulta procesos de convergencia y construcción de alternativas y conduce a la formulación de demandas desde la “microfísica del poder”. También, esta fragmentación de las clases trabajadoras se vincula con la centralidad del consumo como forma de diferenciación social. Y, por otro lado, se produjo también una transformación de las clases dominantes. Si en América Latina siempre hubo una falencia por parte de la burguesía nacional de un proyecto para desarrollar el sistema productivo y construir nación, con el proceso de globalización, de tercerización y de financiarización se genera un proyecto social rentista y parasitario. Por esta razón es tan importante la creatividad con la que desde lo político se empieza a jalar al conjunto de la sociedad hacia esos reencuentros. El problema es que la correlación de fuerzas no habilita avanzar hacia procesos más profundos y más sostenibles todavía. Entonces, lo que se ha logrado es una recuperación de terreno en el plano intersticial, en aquello que nos dejan hacer los compromisos establecidos previamente con la Organización Mundial de Comercio y otros tratados internacionales, con la propia inercia de las instituciones. No estoy negando, obviamente, el hecho de que se han producido reversiones importantes, procesos de reindustrialización que empiezan a encontrar coherencia en

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proceso de transformación. Nos enmarca una coyuntura muy frágil de relativa prosperidad respecto del eje fundamental de nuestros problemas, la restricción externa, pero puede deslizarse rápidamente a una situación de tremendas restricciones.

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el marco de la promesa de unidad continental que permita armar un aparato productivo al menos en toda Sudamérica. Pero es todavía un desafío, entre otras cosas porque el neoliberalismo no es solamente una ideología, un conjunto de políticas económicas, sino que constituye una estructura de poder que opera a escala global. Esa estructura de poder está en crisis. El grado de hipertrofia y de autonomización que ha adquirido el mundo financiero en oposición a la economía real, genera tal nivel de contradicciones que, más que cumplir una función de facilitar los procesos productivos, el mercado financiero se ha convertido en un elemento que asfixia la producción. Ése es el verdadero carácter de la crisis estructural que estamos Necesitamos viviendo: la erosión de las bases del funcionaurgentemente crear miento de los mercados, de la coherencia dinálas condiciones básicas mica entre los distintos ritmos de acumulación. que den garantías en Este callejón sin salida de la forma de existencia la gestión de nuestras de los grandes monopolios que se reproducen en el ámbito especulativo genera la necesidad economías para el de destrucción de capitales. Hay un problema cambio del régimen de sobreproducción no sólo de mercancías sino de acumulación. también de capitales. Se genera una necesidad de destruir capitales en la que ninguno quiere ceder. No hay un equilibrio que permita decidir sensatamente con criterios de sustentabilidad; es necesario cambiar de régimen de acumulación. La capacidad científica y tecnológica que ha acumulado la humanidad es formidable y habría condiciones para lo que en Ecuador y en Bolivia se llama “buen vivir” de los siete mil millones de seres humanos. América Latina está en el corazón de esta situación mundial, ofreciendo tal vez las mejores condiciones para un derrotero distinto, inclusive en la misma lógica del capital y en la misma lógica de la inversión. ¿En qué otro lugar del mundo hoy existen las condiciones de inversión de largo plazo y de inversión productiva de largo plazo que puede ofrecer América Latina? Necesitamos urgentemente crear las condiciones básicas que den garantías en la gestión de nuestras economías para el cambio del régimen de acumulación. Estamos en esta bifurcación histórica, tenemos todo lo que se requeriría: la decisión política, la voluntad de los pueblos, inclusive una coyuntura internacional favorable y sin embargo no terminamos de dar el salto para concretar la viabilidad de estos procesos, por lo que podría generarse

¿En qué medida la correlación de fuerzas a nivel regional permite ese salto cualitativo? Sin duda es un proceso complejo, difícil e incierto, por eso el liderazgo político tiene una importancia enorme, porque las bifurcaciones históricas se presentan a todo nivel. Esta no es una crisis financiera, es una crisis de civilización, y en ese sentido yo creo que es importantísimo hacer que la crisis juegue a favor de los pueblos. Las crisis normalmente son instrumentos aprovechados precisamente por las grandes oligarquías. Eso nos lleva a mirar la conducta de los gobiernos de derecha en América Latina. ¿Cómo analiza su reacción frente a esta crisis? Cuando muchos especialistas caracterizan a los procesos de transformación contemporáneos como “posneoliberales”, señalo que se trata de un error. Esa caracterización nos hace poner atrás un peligro que todavía está vigente, porque el neoliberalismo está vivito y coleando. Sirve de ejemplo lo que se está haciendo a nivel internacional. La Organización

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una situación en la que todo eso se desmorone. Una caída de los precios del petróleo, de la soja, una situación en la que la transnacionalización del sistema financiero latinoamericano termine evidenciando la vulnerabilidad que significa la relación centro-periferia cuando el centro está en una crisis de insolvencia estructural. Entonces, tenemos que construir urgentemente nuevas instituciones, especialmente una nueva arquitectura financiera. El Banco del Sur, el sucre, una moneda común latinoamericana que no sea una perspectiva del euro, un total que sacrifique las soberanías nacionales en aras de esta quimera supranacional construida sobre bases neoliberales. Al contrario, se trata de una moneda que viabilice las condiciones de intercambio de los pueblos, de movilización del sistema productivo. Finalmente, un Fondo del Sur, un sistema de seguridad financiera continental que no pase por el Fondo Monetario Internacional ni por el monopolio de la liquidez mundial que tiene el dólar. Todos los elementos están dados para que América Latina pueda manejarse en esos términos, generando mayor libertad en el manejo de las políticas internas y permitiendo la generación de un combustible endógeno para poder avanzar rápidamente hacia esa construcción nacional que tanto tiempo hemos postergado.

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Entrevista a Pedro Páez

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82 Mundial del Comercio no ha hecho ninguna corrección de todos los errores, no solamente de la teoría sino de la aplicación práctica de esa supuesta libertad de comercio, que en los hechos está favoreciendo a las grandes transnacionales y devastando fuerzas productivas nacionales a nivel mundial. El neoliberalismo sigue avanzando, el Fondo Monetario Internacional sigue aplicando las mismas recetas que se probaron catastróficas en el caso de América Latina, su verdadero propósito no es resolver el problema fiscal, el problema macroeconómico, sino generar una nueva correlación de fuerzas, generar una guerra de clase en contra de los trabajadores, de los sectores populares y de las conquistas sociales. Y eso va a pasar en todos lados, el neoliberalismo está vigente en todos lados. Más allá de eso, hay una agenda escondida en el plano geopolítico de generar una subversión de este proceso que no solamente trasciende Unasur y que se ha aplicado en términos de la CELAC. Entonces, yo creo que es muy importante el hecho de que los pueblos y los gobiernos progresistas de América Latina concreten la viabilidad del otro proyecto de construcción nacional, de construcción de infraestructura, de soberanía y de ciudadanía, que son elementos que van de la mano. Y tenemos que hacerlo rápido a partir de tres pilares básicos: un nuevo tipo de banca de desarrollo y moneda común, no única ni excluyente (como en el caso del euro), que facilite transacciones; y una red de seguridad financiera que permita proteger a América Latina frente a los ataques especulativos a la hostilidad de la coyuntura internacional. En el argumento que plantea puede entenderse que hoy está en disputa la concepción misma de “lo económico”, que durante años había borrado de su campo de acción las decisiones políticas y se había limitado a una supuesta gestión técnica. Ese pensamiento neoliberal entró en crisis, pero en cierta medida también hay un desafío para el pensamiento político y económico sobre una nueva concepción. ¿Cómo interpreta la discusión sobre estos nuevos paradigmas? Terrible, porque, insisto, el neoliberalismo no está muerto. Está en todos los planos, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, pero también los bancos regionales de desarrollo. Recuérdese que el Banco Interamericano de Desarrollo perdió un quinto de su capital por hacer inversiones



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especulativas. Algunas bancas y fondos latinoamericanos multilaterales tienen buena parte de sus recursos precisamente en los bancos que han sido los focos de infección, incluyendo el JP Morgan, que después de los billones de dólares que han recibido de parte de la Reserva Federal norteamericana tuvieron que declarar pérdidas. La lógica en general de los propios bancos centrales nacionales sigue todavía prisionera de esa forma de pensar, del pensamiento neoclásico, con una cantidad de mitos que se han demostrado falsos, pero que todavía sigue organizando el pensamiento tecnocrático en América Latina. Tenemos todas las condiciones ahorita para rápidamente cambiar esos mecanismos de circulación de las distintas formas productivas y establecer desde los territorios y las comunidades otras lógicas de desarrollo mucho más sostenibles. A eso hay que sumarle la discusión dogmatizada en torno al tema de las reservas internacionales y a la forma en que nuestros países deben recuperar soberanía, no solamente en el marco de esta crisis mundial sino en el marco de esta transnacionalización de las finanzas que vuelve porosas nuestras fronteras macroeconómicas y que hacen vulnerable la situación interna de nuestros países frente a una coyuntura internacional que se vuelve cada vez más hostil. El déficit de pensamiento nuevo, riguroso y responsable en el campo de la economía es uno de los talones de Aquiles en el proceso que estamos viviendo. Nuestros pueblos merecen mucho más, nuestros pueblos están exigiendo respuestas innovadoras en este plano.

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Del Estado aparente al Estado integral 1

por Álvaro García Linera2 En respuesta a la convocatoria de Horizontes del Sur a debatir sobre el futuro de los procesos de transformación en la región, el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia compartió con la revista un ensayo fundamental, que reflexiona sobre la experiencia boliviana de transformación de la comunidad política. La solidez de los estados modernos radica en el acuerdo y aceptación activa que la sociedad brinda a la existencia de la institucionalidad política y a los monopolios (de la coerción, de la administración de una parte de las riquezas públicas y de la legitimidad) que caracterizan a la organización estatal. Eso significa que el Estado es una síntesis connotada y aceptada de las fuerzas, los pactos, las jerarquías y los horizontes compartidos, en torno a una hegemonía social, al interior de una comunidad política territorializada llamada nación o país. Esta solidez estatal no es un tema de acatamiento de la norma (ilusión juridicista) ni tampoco de hábito cultural (ilusión pedagogista), sino de consistencia estatal, esto es, del modo en que la sociedad construye su pertenencia o externalidad al Estado y del modo en que se produce la adhesión social a las acciones del Estado. Si la sociedad civil-extensa produce su condensación política en el Estado, estamos ante una relación orgánica óptima entre Estado y sociedad. Y si a ello sumamos un bloque de clases que ha logrado exitosamente constituirse como poder estatal, con la capacidad de promover su liderazgo político-cultural, el consenso y los compromisos prácticos del resto de las clases sociales en torno a sus acciones, estamos ante un Estado fundado en el principio de hegemonía histórica. 1  El presente texto fue publicado en el libro Miradas. Nuevo texto constitucional, coeditado por International IDEA, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia y Universidad Mayor de San Andrés, 2010 (disponible en www.idea.int). 2  Vicepresidente Constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia.

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La suma de ambos componentes de estatalidad, la relación orgánica óptima y la hegemonía histórica, son lo que, siguiendo a Gramsci, podemos denominar como Estado integral, que no sólo habilita la solidez de los estados democráticos sino el mejor escenario para que las clases sociales laboriosas puedan impulsar una expansiva socialización de la democratización de los bienes públicos (materiales e inmateriales). La ausencia de una relación orgánica óptima entre sociedad civil y Estado, es decir, cuando el Estado es y se presenta abiertamente como organización política exclusiva de una parte de la sociedad en apronte, contención y exclusión de otras partes mayoritarias de la sociedad civil, da lugar a lo que, siguiendo a Zavaleta, se puede denominar un Estado aparente. En Bolivia, hasta el año 2006, el Estado nunca se había constituido como condensación jerarquizada de las fuerzas sociales ni fue asumido como “comunidad política”, sino que siempre se presentó como “parte”, como pedazo político externo al resto de la sociedad y, por ello, como impostura de comunidad política, como apariencia, esto es, como patrimonio de abolengo o “billetera” de una parte reducida de la sociedad enfrentada a la inmensa mayoría de la sociedad civil. Independientemente de cuál haya sido el régimen político prevaleciente, democrático o dictatorial, desde su fundación, la estructura estatal boliviana se caracterizó por la parcialidad, su patrimonialización e incompletitud hegemónica. El Estado siempre fue visto y utilizado como mecanismo de un bloque social minoritario para imponer, dominar, excluir y contener a la mayoría social. De ahí que se puede decir que las clases dominantes tuvieron una visión “instrumental” del Estado y nunca pudieron construir hegemonía histórica. Esto ha llevado a que, desde la fundación de la República, una porción mayoritaria del país –los indígenas y las clases laboriosas– se haya sentido excluida y haya vivido gran parte de su actividad política al margen de la institucionalidad pseudo modernizante con la que las élites adornaban al Estado. Paradójicamente, mientras las clases dominantes recubrían el Estado aparente con una retórica pseudo modernista que encubría un Estado patrimonial y encapsulado en la coerción, como modo regular de lograr el acatamiento a las normas, las clases sociales subalternas eran las que reivindicaban una modernidad de la participación y la adhesión voluntaria de la sociedad a instituciones compartidas. De ahí que haya una característica histórica del país: no sólo el recurrente desborde y bloqueo de la sociedad sobre el Estado, sino también la

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continua producción de comportamientos y demandas políticas al margen de la institucionalidad oficial, por vía de los sindicatos, comunidades agrarias, juntas vecinales y comités cívicos, en los que la sociedad civil construyó sus prácticas políticas. Es como si institucionalidad estatal y sociedad civil hubieran vivido en mutuo acecho y hostilidad permanente, rotas de vez en cuando por pequeños periodos de estabilidad política que, más que resultar de una conciliación de intereses, surgieron del autoritarismo (1971-1977) o del adormecimiento social (1987-2000). Acá, la excepción no fue la crisis política-estatal, sino la estabilidad, pues el Estado presentó, desde sus raíces formativas, una falla de incompletitud social, de inorganicidad óptima, irresuelta desde el nacimiento de la República hasta principios del siglo XX. De ahí que a lo largo de la historia, cada vez La insurgencia que la sociedad civil se revitalizaba, como en los democrática de inicios últimos años, se abalanzaba inmediatamente de esta década va más por múltiples lados y con diversas demandas estructurales irresueltas, sobre un Estado que allá de las críticas estaba incapacitado de articular, canalizar y al “neoliberalismo” resolver estas deudas históricas. Así, la insuro al “centralismo”; gencia democrática de inicios de esta década, estas fueron querellas desde la “guerra del agua”, la “guerra del gas” y hacia la propia las marchas y bloqueos de caminos que reivinestructura patrimonial- dicaron el reconocimiento de los derechos indícolonial del Estado genas, la soberanía sobre los recursos naturales, las autonomías departamentales o la ciudadanía aparente (centralista, social con bienestar material, va más allá de las monocultural y críticas al “neoliberalismo” o al “centralismo”; excluyente). estas fueron querellas hacia la propia estructura patrimonial-colonial del Estado aparente (centralista, mono-cultural y excluyente) que nunca incorporó a la sociedad civil-plena y a las regiones, como fuerza constitutiva de su existencia. Por eso, uno no puede dejar de destacar la lucidez histórica de los movimientos sociales de inicios del siglo XXI que, al tiempo de resistir las estructuras de dominación, se plantearon la revolución del Estado, esto es, la abolición del Estado aparente, la superación del desencuentro catastrófico entre formación social y formación estatal. Ese programa de refundación estatal es lo que se llamó Asamblea Constituyente. La propuesta de Asamblea Constituyente surgió en este inicio de siglo como una exigencia de incorporación de la inmensa mayoría de la sociedad

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civil laboriosa, anteriormente excluida del Estado, en el ejercicio de derechos, de reconocimientos y usufructo de los bienes públicos; ello se canalizó como irrupción en la composición real del Estado. Pero la sociedad plebeya, obrera e indígena, barrial y estudiosa se planteó simultáneamente la presencia de su ser colectivo, clasista y nacional, como fuerza directriz y dirigente de la sociedad civil en el Estado. De esa manera, óptimo orgánico entre Estado y sociedad y hegemonía histórica de un nuevo bloque social de Estado emergieron como agenda de las grandes sublevaciones entre 2000 y 2005. Voluntad de poder y voluntad de conducción nacional-popular bajo la forma de un nuevo Estado fueron las fuerzas estructurantes del proceso estatal constituyente y de la Asamblea Constituyente de 2006. Y es la articulación virtuosa de estos dos componentes en la acción movilizada de la sociedad, la que diferencia este momento revolucionario de todos los otros momentos revolucionarios precedentes de la historia de Bolivia. La fundación de la República la condujeron los realistas reciclados como independentistas, tras el debilitamiento y dispersión de la verdadera sociedad civil luego de quince años de extenuante lucha armada (los guerrilleros de la independencia y las milicias indígenas sublevadas). Por ello fue que el Estado republicano nació como mutación simbólica, pero no material, del Estado colonial. Un segundo momento de redefinición de la ecuación estado/sociedad fue la Revolución de 1952, que llevó a una redistribución de algunos bienes materiales públicos (la tierra en el occidente y el excedente minero), pero reforzó la exclusión de los derechos colectivos de las mayorías indígenas y preservó el uso patrimonial del Estado, con lo que la base material del Estado colonial se reforzó. Acá hubo ímpetu social de incursionar en el Estado (óptimo orgánico), pero no hubo estrategia de hegemonía histórica de los insurrectos que delegaron la conducción de su proyecto a una clase social diferente y heredera de la vieja dominación señorial. Con el tiempo, la abdicación del mando sobre el Estado (1952-1957) llevó a su gradual expulsión y, a la larga, a la pérdida del usufructo de los bienes del Estado que se consumó durante el régimen neoliberal de privatización de las empresas públicas (1985-2005). El inicio del siglo XXI vino con la irrupción democrática de una sociedad civil laboriosa no sólo apetente de construir Estado, sino de conducirlo, esto es, de ser soberana en el Estado. A esto es lo que se llama un cambio de forma histórica y de contenido material del Estado.

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88 El ámbito de escenificación democrática de esa revolución de forma y contenido fue la Asamblea Constituyente. Esto no significa que la Asamblea haya sido el lugar político de esa revolución. No. El campo real y territorial de esta lucha de clases abierta y generalizada de estos años fue el país en su conjunto; en tanto que su momento de condensación territorial fue desplazándose de occidente a oriente. Pero el lugar planteado como el escenario donde transmutar la fuerza social en fuerza electoral y la confrontación social en confrontación política discursiva y argumental, fue la Asamblea Constituyente. Se planteó que la Asamblea sea el lugar donde la correlación de fuerzas políticas culturales de la sociedad civil quede condensada como instituciones y derechos; en tanto que el liderazgo indígena-popular devenga en naturaleza social del Estado, y los consentimientos y compromisos de las clases desplazadas queden como momento de la composición material del Estado. Todo ello, bajo la forma de una nueva Constitución Política del Estado. Bajo esta lectura, se puede decir entonces que los movimientos sociales plantearon a la sociedad civil-ampliada, representada en la Asamblea Constituyente, esto que se puede llamar un armisticio histórico (nueva Constitución Política del Estado) como modalidad de la construcción de un Estado integral. Sin embargo, la respuesta de las clases políticas desplazadas del mando estatal fue la conspiración contra el gobierno revolucionario, el sabotaje a la Asamblea Constituyente, la confrontación y el intento de golpe de Estado cívico-prefectural (2007-2008). Buscaron recuperar, por la fuerza, lo que habían perdido por el voto, sin comprender que cuando la voluntad de soberanía estatal se apodera del espíritu colectivo de las clases subalternas, el regreso a la sumisión es una ilusión imposible. En una apuesta que develó la decadencia política de unas clases sociales acostumbradas a gobernar no por la convicción de los gobernados, sino por su propia compulsión, abandonaron el escenario de la Asamblea Constituyente, donde podían lograr un mejor reconocimiento dialogado de sus expectativas colectivas, y optaron por el escenario de la confrontación en las calles, allá donde los movimientos sociales son y han sido siempre soberanos territorialmente. De allí vino una seguidilla de batallas y derrotas de las antiguas clases dominantes: derrota electoral en el Referendo Revocatorio (agosto de 2008); derrota militar en el intento de golpe civil prefectural (septiembre de 2008); derrota política en el diálogo gobierno-prefectos y los acuerdos congresales (octubre de

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2008); derrota de los preparativos de guerra civil y separatismo (abril de 2009). La suma de ello dio como resultado una derrota histórica-moral y política-cultural de las antiguas clases dominantes, y la consolidación de un nuevo bloque de poder Estatal integral. La posterior aprobación, en referendo, de la nueva Constitución Política del Estado y la reelección con mayoría universal (64 por ciento) del Presidente Evo Morales Ayma, cierran el ciclo de transición estatal y dan inicio a la construcción del nuevo Estado. Lo decisivo de estas victorias del bloque de La nueva Constitución poder indígena-plebeyo es que no se han tra- Política del ducido en una exclusión material de las antiEstado no sólo es guas clases dominantes del Estado, de la economía o de la política; esto podía haberse dado, la consagración tomando en cuenta el escenario golpista, sepa- institucional de un ratista y de fuerza por el que optó una parte nuevo bloque de activa de las clases desplazadas del gobierno del poder histórico; es, Estado. Pero ello hubiera reproducido hacia las a la vez, el proyecto minorías, la acción de exclusión y extraestatapolítico-material de lidad de la que antiguamente fueron objeto las superación de esas mayorías, volviendo a imposibilitar la ecuación del óptimo orgánico del Estado y, peor aún, la fallas tectónicas posibilidad de hegemonía histórica de las clases de larga data que indígenas-populares. hicieron del Estado De ahí que la nueva Constitución Política boliviano un Estado del Estado, al momento de reconocer los dere- aparente, sin chos y presencia material de las formaciones hegemonía histórica económicas, sociales y políticas de las clases laboriosas anteriormente excluidas, haya garan- ni óptimo orgánico tizado los derechos y la base material del resto de con la sociedad civil. las clases componentes de la sociedad civil-ampliada, todo ello en el marco de la pluralidad de las estructuras económicas, políticas y culturales que caracterizan la sociedad boliviana. Y en una nueva muestra de voluntad de liderazgo político-moral, fue el bloque de poder indígena-plebeyo el que decidió, en ausencia y derrota de las clases anteriormente gobernantes, incorporar un nuevo conjunto de derechos, garantías y posibilidades para la totalidad de la sociedad, incluidas las clases dominantes desplazadas. Al final, la hegemonía, entendida como liderazgo político, consenso cultural y compromisos materiales, se

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90 presenta en su doble composición real: como consagración e inversión de un hecho de dominación (momento de fuerza histórica de la voluntad de poder) y como incertidumbre estratégica (momento de indeterminación del devenir histórico), por tanto, fruto de una construcción siempre inacabada e inestable a largo plazo que debe ser producida por la política y con política. Esta posibilidad actual de una ecuación de óptimo orgánico entre Estado y sociedad, más hegemonía histórica, ha sido posible por la emergencia de un nuevo punto de vista de Estado y en el Estado que ha llevado a plantearse, como problema a superar, lo que para el antiguo bloque de poder era un privilegio a preservar: la colonialidad del Estado, la centralización territorial del poder y la patrimonialidad de la riqueza pública. Estos tres componentes estructurales que atraviesan el Estado neoliberal, el Estado nacionalista, el Estado liberal, desde tiempos coloniales, pasando por la fundación de la República, y que formaron el basamento invariable de la estatalidad en Bolivia, de su debilidad, de su pre-modernidad y sus límites, fueron las fuentes de las que se nutrió la clase dominante a cambio de nunca poder constituirse en clase dirigente. Y es que la única manera para que las clases dominantes se hubieran podido constituir como clases dirigentes era si asumían el liderazgo político histórico de todas las clases y naciones-culturales de la sociedad boliviana. Pero ello hubiera supuesto autodestruirse a sí misma en su base material, formada a partir de la patrimonialización de los bienes públicos y la preservación de las discriminaciones y exclusiones de las mayorías indígenas. A las anteriores clases dominantes, durante toda su existencia, se les presentó un dilema: o dominación dura asegurada a corto plazo sobre la colonialidad estatal, o hegemonía a largo plazo, sobre el desmontamiento de la patrimonialidad, colonialidad y centralismo territorial del Estado. Ellas optaron por la primera opción, por la seguridad a corto plazo y la defensa de su origen colonial-patrimonial, y con eso imposibilitaron su conversión en clase moderna y dirigente. Con el tiempo, les tocó a las clases subalternas, en la resistencia a las relaciones de dominación colonial-patrimonial, visibilizar las fallas estructurales y tectónicas del Estado, que eran las que sostenían esa dominación: la exclusión colonial (la colonialidad del Estado); la expropiación privada de los bienes públicos (la patrimonialidad del Estado); la discriminación territorial en el uso de las arcas públicas (la concentración burocrático-territorial del Estado).

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De esta manera, la resistencia a las estructuras de dominación estatal fue simultáneamente la visibilización de las fallas estructurales de la formación del Estado, de su apariencia, de su divorcio con la sociedad y su debilidad política. Por ello la tarea de la revolución del Estado, de su ampliación social, de su democratización y su fortalecimiento institucional, no podía venir del lado de las clases dominantes. Había una imposibilidad histórica, de conocimiento, pues su comprensión y superación hubieran significado la autodisolución de la base material de las clases dominantes. Sólo unas clases indígenas-populares que no Sólo puede tenían ningún privilegio a preservar en esa for- construirse Estado mación del Estado patrimonial-colonial podían democratizando, plantearse el conocimiento de estas fallas tectónisocializando y cas del Estado. Y sólo unas clases que vivieran esas fallas tectónicas (colonialidad, patrimonialidad universalizando la y centralismo territorial estatales) como domi- decisión y la gestión nación, exclusión, agobio e infortunio, podían de lo público; las plantearse la superación real de esas fallas. Y así clases plebeyas sólo fue. La nueva Constitución Política del Estado pueden ampliar no sólo es la consagración legal e institucional derechos en el de una nueva correlación de fuerzas sociales en el Estado y ampliar la Estado y de un nuevo bloque de poder histórico; es, a la vez, por la naturaleza clasista y cultural base material de los del bloque de poder constituyente nacional-po- bienes públicamente pular, el proyecto político-material de resolución usufructuados real, de superación de esas fallas tectónicas de si socializan larga data que hicieron del Estado boliviano un crecientemente esos Estado aparente, sin hegemonía histórica ni óptimo bienes públicos. orgánico con la sociedad civil. Las antiguas clases dominantes no pudieron ser hegemónicas porque no podían integrar en el Estado ni liderizar a la sociedad civil-extendida. Y no lo pudieron hacer porque ello hubiera supuesto la extinción de su naturaleza de clase dominante (colonial-patrimonial), obligarse a cambiar y a construir una nueva base de su dominación política, económica y cultural, lo que no estaban dispuestas a hacer. Así, si algo ancló a Bolivia en la colonialidad patrimonial del siglo XVIII fueron sus clases dominantes, hasta que tuvieron que ser desplazadas del poder en 2005. Y si algo es fuente de renovación y

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modernización estructural de la formación estatal boliviana son sus clases plebeyas y naciones indígenas. Pero el que sean las clases populares y naciones indígenas las que asuman el reto, por necesidad material, emancipación política y convicción cultural, de la construcción de un óptimo orgánico entre Estado y sociedad (composición social ampliada del Estado) y la construcción de una hegemonía histórica (nuevo núcleo articulador del Estado), tiene su carga y sus efectos prácticos en lo que debemos entender por modernidad estatal y por naturaleza del Estado. Claro, y es que por la naturaleza social de la materialidad actuante y masiva de las clases populares y naciones indíLa “modernización” genas, sus acciones en el Estado, su devenir del Estado a cargo de Estado, en tanto se mantenga su movilización las clases nacionales- política colectiva, sólo puede construirse Estado populares sólo puede democratizando, socializando y universalizando realizarse como la decisión y la gestión de lo público, esto es, creciente disolución todo lo contrario de la monopolización de lo del Estado monopolio- público que caracteriza a los estados modernos. Igualmente, las clases plebeyas sólo pueden coerción y una ampliar derechos en el Estado y ampliar la base creciente expansión material de los bienes públicamente usufrucy democratización tuados, si socializan crecientemente esos bienes del Estado-gestión y públicos en vez de privatizarlos o apropiarlos en del Estado-decisión pocas manos, como sucede en los estados conen la sociedad civil temporáneos. La modernización estatal, hecha de la mano de las clases populares y naciones indíy de la sociedad civil genas, es pues otro tipo de modernidad diferente en el Estado. ¿Acaso, a las hasta ahora conocidas. Si bien buscan consen el horizonte, eso truir un óptimo orgánico entre Estado y sociedad, no es la producción por fuerza de su condición clasista y nacional, lo democrática del hacen no como ensamble de dos componentes socialismo, entendido disociados (Estado y sociedad), sino como disolucomo radicalización ción creciente de lo político (el Estado-gobierno de Gramsci) en la sociedad civil-ampliada que y socialización de la deviene simultáneamente en sociedad política. democracia en todos Por ello, la “modernización” del Estado a los terrenos de la vida, cargo de las clases nacionales-populares, en incluida la economía? perspectiva histórica, sólo puede realizarse



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como creciente disolución del Estado monopolio-coerción (el Estadogobierno) y una creciente expansión y democratización del Estadogestión y del Estado-decisión en la sociedad civil y de la sociedad civil en el Estado. ¿Acaso, en el horizonte, eso no es la producción democrática del socialismo, entendido como radicalización y socialización de la democracia en todos los terrenos de la vida, incluido la economía? Vistas así las cosas, el concepto gramsciano de Estado integral, como suma entre una relación óptima entre sociedad civil y Estado político, más la construcción de la hegemonía histórica de las clases conducentes de la sociedad, tiene una variante. Cuando el Estado integral lo realizan las clases sociales laboriosas y autoorganizadas de la sociedad civil es el tránsito largo pero posible a una naturaleza social del Estado al que los clásicos del marxismo le llamaron socialismo. La nueva Constitución Política del Estado es el programa de toda una generación para un Estado integral posneoliberal. Y en el horizonte a largo plazo, determinar si a la vez es el tránsito hacia una sociedad poscapitalista dependerá de la vitalidad, de las luchas y de la cohesión de las clases laboriosas y naciones indígenas.

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La coyuntura política venezolana

por Francisco González

El autor contextualiza la coyuntura política venezolana, caracterizada por el “sacudón” que el presidente Nicolás Maduro promovió en todos los niveles del poder político, en el marco del proceso de transformaciones iniciado en 1998 con el acceso de Hugo Chávez a la presidencia de la República. Para entender la situación actual de Venezuela es necesario remontarse a la asunción de Hugo Chávez ante el parlamento en 1998. Durante aquel acto, Chávez señaló que era impensable una revolución dirigida por una única persona, que cualquier proceso constituyente debía ubicarse en un articulado social. Las ideas de revolución y de proceso constituyente para transformar a Venezuela se convertirían en las banderas de su campaña electoral a lo largo de aquel año. Su proyecto se basó en lo que luego llamaría el poder popular: en otras palabras, la participación del pueblo organizado en las decisiones políticas trascendentales de la República a nivel local, regional y nacional. Según Chávez, la única manera de acabar con la exclusión y la marginación de la mayoría del pueblo venezolano por parte de las élites políticas y económicas, vigente desde la época de emancipación bolivariana del imperio español, era dándole el poder a los pobres. De allí viene su idea de este nuevo poder popular, que se plasmó en la Constitución de 1999. Venezuela pasaría, entonces, en términos jurídicos, de una democracia representativa a una participativa. Ello jerarquizaría a la organización popular como una nueva forma de poder dentro del Estado, distinta a la división clásica del poder en ejecutivo, judicial y legislativo, controlados tradicionalmente desde los grupos económicos y los partidos tradicionales. La política venezolana giró radicalmente al colocar en el centro de la toma de decisiones a aquellos que habían sido marginados históricamente por los partidos políticos dominantes en Venezuela –Acción Democrática y COPEI– desde el Pacto de Punto Fijo en los años 60. A partir de este giro en la política venezolana, distintos actores comenzaron a estructurarse, con apoyo de intereses foráneos, en oposición a la

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política inclusiva, al percibir amenazados sus intereses y los de los grupos económicos nacionales y extranjeros que se habían beneficiado de la explotación del petróleo, el mayor recurso natural del país. Así fue como se montaron golpes de estado, paros petroleros y golpes mediáticos contra un gobierno que tomaba como orientación los ideales bolivarianos de unidad continental, lucha antiimperialista y solidaridad entre los pueblos. Esta idea de revolución que propuso Chávez tuvo su corolario en la expresión que acuñara en diciembre de 2004: el “socialismo del siglo XXI”. Si bien no se definió claramente cómo debería ser tal socialismo, en la práctica política este era entendido como la participación del pueblo en la política de manera pacífica y profundamente democrática. Ello generó un debate que continúa actualmente en Venezuela, en América Latina y en el mundo sobre si es posible una revolución por vía pacífica. El debate ha generado profundas contradicciones en el campo político venezolano. Por un lado, despertó una reacción inédita de los partidos tradicionales, quienes, si bien en sus orígenes habían pertenecido a corrientes socialdemócratas o socialcristianas, con la aparición en la escena política de Chávez, mutaron a posiciones de derecha o ultraderecha. Por otro lado, dentro del chavismo, promovió la emergencia de corrientes comprometidas con dicha transformación revolucionaria, quienes convivieron con otras líneas, más burocráticas y oportunistas. Esta disputa política se ha desarrollado según el devenir de los acontecimientos que se sucedieron desde que Hugo Chávez anunció la aparición de un cáncer en su cuerpo, en junio de 2011. Desde ese momento, comienza un periplo de Chávez por recuperar su salud, y al mismo tiempo, estas corrientes políticas empiezan la lucha por hacerse del poder en Venezuela. Paralelamente a estos acontecimientos, comenzaba en el país la desaparición selectiva en los mercados populares y grandes supermercados de los bienes que cubren las necesidades básicas de los ciudadanos. Un fenómeno similar se había registrado durante del paro petrolero que intentó derrocar al gobierno en el año 2002, durante el cual se registró un lockout patronal en solidaridad con la medida. En octubre de 2012, a días de triunfar en las elecciones presidenciales, Chávez realizó profundas críticas a su propio gabinete, señalando la necesidad de un golpe de timón o un nuevo ciclo en el proceso de transición. Luego de su desaparición física y del inicio de la presidencia de Nicolás Maduro, las ideas de Chávez están más vigentes que nunca ya que ponen sobre la mesa el mismo debate que señalamos en líneas anteriores:

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la posibilidad de una revolución pacífica en el contexto capitalista de Venezuela en América Latina y el mundo actual. Los problemas sobre los cuales Chávez advertía incansablemente, se han incrementado durante el gobierno de Maduro. Si bien el actual presidente busca defender el legado de Chávez y sostener la idea de transición al socialismo, algunas de las circunstancias que se viven en Venezuela han variado. No podemos entender la coyuntura actual del país si no hacemos estas reflexiones históricas acerca de la situación heredada por Chávez; y a pesar de que la transformación de esta Venezuela excluyente en otra más democrática fue el objetivo de su vida, muchos problemas sociales y económicos se han profundizado en la coyuntura actual. Las oligarquías Las oligarquías nacionales y foráneas siguen nacionales y foráneas arreciando a través de la llamada guerra ecosiguen arreciando a nómica, que no es otra cosa que una estrategia través de la llamada para asfixiar el proceso venezolano. Y ha sido el mismo presidente Nicolás Maduro, en su disguerra económica, curso público en cadena nacional del día 2 de que no es otra cosa septiembre, conocido como el “sacudón”, el que que una estrategia ha descrito detalladamente la raíz de los problepara asfixiar el mas históricos del país. El presidente comenzó su exposición con una proceso venezolano. síntesis histórica del tipo de Estado rentístico petrolero que había caracterizado a Venezuela desde la época del dictador Gómez, a principios del siglo pasado, y el proceso por el cual esta explotación del oro negro había despertado el interés de las transnacionales petroleras estadounidenses desde antaño, lo que había provocado que nuestra economía fuera sumamente dependiente, permeando todas las estructuras de poder, en las cuales los distintos partidos políticos no hacían sino disputarse el manejo de estos intereses como un botín. En la autocrítica a su gobierno, Maduro también hizo referencia a las corrientes con tendencia a la burocratización y al oportunismo. Como solución, además de la renovación de su gabinete, propuso cinco nuevas instancias del gobierno popular en consonancia con el Plan de la Patria, formulado por Chávez. Frente estos anuncios, los sectores de oposición han criticado desde distintas perspectivas las medidas implementadas por el presidente Maduro, aunque todos coinciden en señalar que la renovación ministerial no ha pasado de cambiar funcionarios de un lugar a otro. Entre sus discrepancias podemos encontrar, por parte de corrientes de derechas,



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que el “sacudón” no abrirá la posibilidad de adquisición de divisas para la importación de bienes que reactiven la economía, y por parte de los grupos más izquierdistas dentro del chavismo, que dichas medidas no profundizarán la transición al socialismo del siglo XXI por mantener el statu quo y los mismos grupos en el poder. La crisis económica y la carencia de artículos de primera necesidad hacen pensar que el presidente Maduro nada entre dos aguas turbulentas y trata de buscar un nuevo margen de maniobra, dándole, por un lado, participación a sectores económicos poderosos a través de mesas de acuerdos, y por otro, encauzando los intereses del pueblo que se politizó en los años de Chávez. Lo cierto es que muchos de estos empresarios que participan en la renta del país son los que solicitan el mayor margen de divisas para importaciones; muchas veces tras un chantaje el gobierno cede y les confiere dólares, pero la carencia de productos en todas las ramas de la producción continúa, y la tendencia es creciente. Esta situación, que no ha parado desde la partida de Chávez, ha generado una de las inflaciones más altas del continente, y hace difícil la estabilidad y el crecimiento. Es por estas razones que el presidente ha llamado al “sacudón” de todas las estructuras políticas. Al mismo tiempo, sectores populares organizados del chavismo presionan para defender lo que han denominado el legado de Chávez. En cada reunión política en la cual uno se integre en Venezuela, a cualquier nivel, este es el espíritu que se recoge. El cuadro es complejo y la derecha trata de aprovechar esta coyuntura con el ofrecimiento de salidas, en el marco de la Constitución y fuera de ella, como los hechos acaecidos entre febrero y marzo de 2014. Lo cierto es que dentro de la oposición también vemos una pugna por encauzar el descontento de las bases populares identificadas con el chavismo y la propia oposición, pero no termina de cohesionar una propuesta unificada o alternativa coherente. Si en algo coinciden tanto el chavismo como las oposiciones de base es en evaluar una crisis de liderazgos. Nuevas propuestas, tanto de un bando como de otro, van asomando la cara lentamente en esta época difícil y convulsionada de la República Bolivariana de Venezuela. Nuevos escenarios electorales del parlamento se vienen para el próximo año, y la lucha por mantener el legado del Comandante Chávez está en el ojo del huracán.

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El tercer gobierno de Correa: repliegue hegemónico y agotamiento de las energías utópicas por Franklin Ramírez Gallegos El autor analiza la dinámica política que emerge en Ecuador luego del triunfo de Rafael Correa en 2013, destacando la paradójica combinación entre el mayor nivel de apoyo popular al proyecto de cambio y el repliegue hegemónico por parte de la fuerza gobernante en relación a sus modos de gestionar los conflictos sociales, advirtiendo que ello puede poner en crisis la concreción de las más audaces iniciativas de transformación de la Revolución Ciudadana. El arrollador triunfo de Rafael Correa y Alianza País (AP) en las elecciones generales de febrero de 2013 alteró el escenario político ecuatoriano abierto con el acceso al poder de la Revolución Ciudadana en 2007. En la modificación del campo político se combinan, de modo quizás paradójico, el punto más alto de sostenimiento popular al proyecto de cambio con un estancamiento del trabajo de construcción hegemónica de parte de la fuerza gobernante. Dicho entorno acota la absorción de nuevas demandas sociales y pone en crisis, incluso, la puesta en marcha de las más audaces iniciativas de transformación de la Revolución Ciudadana. En el refugio sobre lo ya conquistado el gobierno pierde sintonía con extensos segmentos de una sociedad que no es ya la misma luego de siete años de acelerada modernización. En febrero de 2014 dicha distancia tomó forma política cuando se verificó la primera derrota electoral importante de AP.

1  Leyes de alta relevancia política, como la Ley de Medios y la Ley del Sector Hídrico, no pudieron ser votadas en la legislatura 2009-2013 por ausencia de mayoría parlamentaria. En el nuevo ciclo fueron aprobadas fácilmente en el curso del primer año de trabajo parlamentario.

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Triunfar y replegarse La reelección presidencial en primera vuelta –con un aplastante 57% de los votos válidos– ratificaba la legitimidad popular del proyecto gubernativo mientras dejaba paralizada cualquier aspiración de consolidación política en el corto plazo de las dos corrientes de oposición al gobierno nacional. La primera, por derechas y surgida desde el epicentro del capital financiero, se presentó a las elecciones bajo la figura de un poderoso banquero, Guillermo Lasso, que obtuvo 22,6% de los votos. Aunque se configuró como la segunda fuerza política del Ecuador, no alcanzó ni de lejos a forzar el ballotage y, al día de hoy, no termina de configurarse como eje articulador de la oposición. La segunda corriente, anclada más bien hacia la izquierda y sostenida en una alianza entre partidos, organizaciones y gremios, lanzó a la contienda presidencial a Alberto Acosta, uno de los fundadores de AP y ex presidente de la Asamblea Constituyente. Acosta y otras ex figuras del oficialismo, junto con Pachakutik –brazo electoral del movimiento indígena– y el filo maoísta MPD (Movimiento Popular Democrático) tejieron arduamente esta alianza que, no sin sorpresas, sólo alcanzó 3,26% de respaldo popular. Su invocación a la recuperación del “sentido original” del proyecto de cambio –con fuertes referencias al “buen vivir post crecimiento”– no consiguió interpelar a una sociedad largamente impregnada por los alcances del neodesarrollismo de AP. La derrota de las dos líneas de oposición al gobierno –ambas con candidaturas en apariencia fuertes– se verificó sobre todo en el nivel legislativo, donde tienen una representación casi simbólica. Así, de modo contrario a la elección de 2009 en la que Correa obtuvo una amplia victoria electoral pero su bancada no alcanzó la mayoría parlamentaria, el 17 de febrero de 2013 el oficialismo alcanzó 100 de los 137 curules de los que está compuesta la Asamblea Nacional –con sus aliados, puede llegar a 110–. Así, luego de una legislatura (2009-2013) en la que el gobierno bregó en cada votación para obtener una coalición de mayoría que le permitiera avanzar en el procesamiento de la transición post constituyente1, para el ciclo 2013-2017 cuenta con una mayoría calificada (dos tercios) que le permite incluso reformar la Constitución.

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Más allá de la reelección y de la mayoría parlamentaria de AP, un tercer rasgo de la fuerza del oficialismo ha sido la reconfiguración territorial del voto. El sistema político ecuatoriano se ha estructurado históricamente en torno a clivajes regionales que han impedido a los actores políticos emplazarse como fuerzas de alcance nacional. Así, grosso modo, entre 1979 y 2002 los grandes partidos nunca pudieron irradiar sus reservas de votación más allá de sus “bastiones naturales”: el Partido Social Cristiano (derecha oligárquica) limitó su influencia a las provincias del Litoral –en particular Guayas– mientras que la Izquierda Democrática (socialdemocracia) y la Democracia Popular (centro derecha cristiana) tuvieron estables bases electorales en la Sierra. Más allá de la Entre 2002 y 2009, por su parte, el coronel reelección y de la Lucio Gutiérrez se hizo fuerte en la sierra cenmayoría parlamentaria tral y en Amazonía2 –desplazando incluso al de AP, un tercer voto indígena que hacia fines de los noventa rasgo de la fuerza del había capturado Pachakutik. Con la aparición oficialismo ha sido de AP tales fracturas regionales se han disuelto progresivamente; para 2009, obtiene un caula reconfiguración dal de votación bastante homogéneo en todo territorial del voto, que el país, aunque la derecha continúa imponiénno tiene precedentes dose en Guayas –la provincia más poblada del en el vigente ciclo Ecuador– y Gutiérrez, en la sierra central y en democrático. Amazonía. Los últimos resultados electorales redibujan semejante geografía electoral. Correa ratifica su anclaje popular en la Costa, triunfa por primera vez en las provincias de la sierra central y vence en cinco de las seis provincias amazónicas: AP sólo es derrotada en una de las veinticuatro provincias. Tal implantación no tiene precedentes en el vigente ciclo democrático. El ocaso del sistema político regionalizado se corresponde con un proceso que ha sostenido buena parte de su legitimidad en la capacidad del movimiento gobernante para hacer que su plataforma programática interpele a la sociedad como “proyecto nacional”. Semejante encumbramiento político fragua, no obstante, un largo repliegue de la fuerza gobernante sobre sí misma. Con adversarios casi espectrales y ya sin necesidad de ampliar sus alianzas, Correa parece reducir la proyección del trabajo político al cumplimiento de las tareas 2  Se trata de territorios que concentran un alto porcentaje de cantones con predominio étnico.

3  En los últimos años el reelecto mandatario ha colocado en el centro de su discurso político la cuestión del rendimiento de la administración al insistir a los servidores públicos sobre el imperativo de “hacer las cosas extraordinariamente bien y extraordinariamente rápido” (sic).

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gubernativas. Para el efecto, supone, alcanza con gestionar el extenso, heterogéneo y muchas veces faccioso movimiento oficial. Los dos tercios en el legislativo y el 57% de apoyo al presidente lo contienen todo. Son tiempos de pura administración de la cosa pública. La acción política trasmuta en imperativo de gobernabilidad y cesa su configuración como instrumento de articulación y cambio. Así, con la ilusoria certeza de que la mayoría está con el proceso y de que el gobierno expresa ya a esas mayorías, la Revolución Ciudadana debilita en extremo su capacidad de escucha y deliberación política con aliados y adversarios. Se atrinchera en su propia fuerza, desoyendo viejas y nuevas reivindicaciones. La sociedad contempla desde lejos –televisión mediante– las realizaciones gubernativas y la potencia decisionista del Presidente. La conflictividad social no es menor pero no desemboca en ejercicios de diálogo público con capacidad de generar interfaces socio-estatales que evidencien cierta voluntad gubernativa de dar cabida a la participación popular y acercarse a los descontentos. Correa, por el contrario, para dirigirse a ellos sólo vocifera. Como si su legitimidad dependiera únicamente de afirmar la fuerza de la mayoría que encarna y que toma como asegurada. Ahí la parálisis del trabajo hegemónico: en la pesada ausencia de interlocución se verifica el desconocimiento de agentes susceptibles de interpelación y, por tanto, la negativa a ampliar las propias bases y fronteras del proyecto político. O quizás –habida cuenta de la preponderancia del Correa administradorejecutor-eficaz3– más que de una atrofia hegemónica se trate de una lógica política que supedita la construcción de poder social a una gestión pública exitosa y que otorga un lugar periférico a la política como interlocución y diálogo público. En tal perspectiva, aunque la eficacia de la acción pública asume un valor político –con efectos en la construcción hegemónica– en cuanto resorte fundamental para procesar un cúmulo de demandas populares que son filtradas hacia el Estado como reivindicación general de derechos, no contiene la específica dimensión de la construcción de poder asociada con el reconocimiento, la participación y la negociación política. Si tal tendencia se venía verificando desde el cierre del proceso constituyente, cuando AP no contaba con mayoría política, en el primer año del

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102 tercer de gobierno de Correa adquiere un carácter dirimente en relación a la configuración de la escena política y al cierre del espacio para el procesamiento democrático de las reivindicaciones sociales. Utopías-no-más Dos momentos marcaron a fuego el ciclo gubernativo inaugurado en febrero de 2013. Ambos dejaron ver la atrofia hegemónica del gobierno en relación a sus modos de gestionar los conflictos sociales y permitieron constatar el implacable realismo político con que Correa conduce su nuevo mandato. El primer momento se configuró en torno el anuncio presidencial del fin de la iniciativa Yasuní-ITT (agosto de 2013). Se trataba del proyecto más emblemático de la Revolución Ciudadana en consonancia con los postulados del “buen vivir” y del horizonte de un ciclo económico post petrolero. La no explotación del parque nacional Yasuní –localizado en la Amazonía– permitía mantener el 20% de las reservas de petróleo del país bajo tierra a cambio de una contribución financiera internacional del 50% de lo que hubiera obtenido en caso de explotarlo. La otra mitad sería asumida por el Ecuador constituyéndose así en el principal contribuyente de una inédita iniciativa global conducente a contribuir a la mitigación de los efectos del cambio climático, la conservación de la biodiversidad y el respeto a los pueblos indígenas que tienen asiento en torno al Parque Nacional, una de las mayores reservas naturales del planeta. La decisión de dar por terminada la iniciativa provino de la casi nula contribución financiera de la comunidad internacional: luego de seis años de vigencia de la propuesta, no se recaudó ni el 3% del monto esperado. La suspensión de la iniciativa fue vista como un triunfo del sector más “pragmático” del gobierno y supuso un golpe para el ala “programática” –más a la izquierda– que había hecho del ITT un ícono de la batalla por el cambio de la matriz productiva y el “buen vivir”. Así había sido tomada además la iniciativa por amplios sectores sociales que aun si mantenían distancias con el gobierno respaldaron en todo momento la tesis de conservar el petróleo bajo tierra. En tal escenario, apenas anunciada la decisión presidencial en cadena nacional de radio y televisión –Correa sostuvo ahí que era una de las decisiones más dolorosas que había tomado, pero que debía ser consecuente con las necesidades fundamentales que aún tienen sin cubrir las grandes mayorías– se registraron episodios de movilización social por parte de ciudadanos

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de clases medias, colectivos ecologistas, jóvenes universitarios, organizaciones campesinas, indígenas y de diverso tipo (incluso afines a la Revolución Ciudadana), en procura de forzar al gobierno a dar marcha atrás en su decisión. Aunque sin mayor anclaje popular ni masividad, las movilizaciones se mantuvieron más o menos frecuentes –sobre todo en Quito, capital de la República– hasta mayo de 2014. Ante tal escenario, Correa no Dos momentos atinó más que a reiterar su guion de descono- marcaron a fuego cimiento de los actores en conflicto a pesar de el ciclo gubernativo que sus demandas no hacían más que retomar inaugurado en febrero el discurso que el propio gobierno había sos- de 2013 que dejaron ver tenido desde 2007 en defensa de la naturala atrofia hegemónica leza y por la no explotación del Yasuní. No hubo el más mínimo gesto político hacia los del gobierno en movilizados que, además, portaban algunas relación a sus modos de alternativas para alcanzar las cotas de finan- gestionar los conflictos ciamiento público que la explotación del sociales: el fin de la ITT aportará al fisco en los próximos años. iniciativa Yasuní-ITT y La propaganda oficial simplemente colocó la discusión política en sus demandas en las antípodas del proyecto torno a la reforma del nacional de combatir a la pobreza y alcanzar el desarrollo, que fueron los tropos con que Código Penal sobre los Correa enmarcó su decisión de no continuar derechos sexuales con la iniciativa.4 Ante el cierre del espacio y reproductivos de político, se incrementaron las voces a favor las mujeres. de la participación ciudadana para dirimir la explotación petrolera en el ITT. Se inició así un proceso de recolección de firmas –liderado por colectivos de jóvenes– para llamar a una consulta en la que el pueblo decidiera sobre la conveniencia o no de la 4  La iniciativa debía durar un año (2007-2008). Correa, comprometido con la idea, la prolongó hasta 2013. A pesar del buen momento de la economía, durante el nuevo ciclo las necesidades fiscales crecieron de la mano con la apuesta por cambiar la matriz productiva (megainversiones públicas en refinería e hidroeléctricas). La decisión de explotar el ITT está largamente ligada a tal problemática. Años atrás ya diversos sectores ecologistas se habían pronunciado contra la idea de financiar la reconversión productiva con los recursos provenientes de la minería –extractivismo para salir del extractivismo–. El caso es que las inversiones mineras tampoco acaban de llegar y, ya en 2013, el presidente no quiso ver otras salidas de financiamiento que la ampliación de la frontera petrolera hacia el parque Yasuní.

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explotación petrolera. Aunque tal objetivo fue alcanzado, el Consejo Nacional Electoral, luego de un proceso de verificación, invalidó 60% de las firmas debido a vicios de procedimiento. El proceso quedó bloqueado. Se amplificó entonces la sensación del carácter inconsulto de una decisión que el propio gobierno había construido como seña de su identidad revolucionaria y horizonte de cambio histórico. Hoy en día, no queda ninguna otra cuestión en el programa de gobierno con la capacidad de movilización utópica que tuvo en su momento el ITT. La decisión de agosto de 2013 de marcó entonces un punto de inflexión en el vigente proceso político. De algún modo, luego de ella, el gobierno se volvió “normal” y ciertos sectores sociales –los jóvenes clasemedieros en particular– ven con mayor escepticismo al desempeño presidencial. El segundo momento conflictivo está asociado con la discusión política –hacia fines de 2013– en torno a la reforma del Código Penal en sus capítulos correspondientes a los derechos El sentido de diversas sexuales y reproductivos de las mujeres, el decisiones –el fin de aborto, el feminicidio, entre otros. El debate la iniciativa ITT y la reactivó un conflicto represado desde los días continuidad de la de la Asamblea Constituyente. Diversas orgapenalización del aborto nizaciones sociales, colectivos de género y lucen emblemáticas al de mujeres, e incluso asambleístas del oficialismo se pronunciaron, en particular, contra respecto– advertía la la penalización del aborto en casos de violenpérdida de influencia cia sexual, tal como se proponía en el Código de las facciones que contaba con directo apoyo del presidente. programáticas y Demandaban además penas diferenciadas progresistas de la para el feminicidio. Correa irrumpió entonces Revolución Ciudadana, en el espacio público y amenazó con renunciar al cargo si los asambleístas de AP votaban en mientras sugería que el contra del Código en este apartado. Tildó de tiempo refundacional “desleales”, “traidoras” e “impulsoras de agenen la política das particulares” a tres parlamentarias de su ecuatoriana bancada que abogaban por la completa desse comprimía. penalización del aborto y por la ampliación de los derechos sexuales de las mujeres. Fueron, de hecho, sancionadas por indisciplina partidaria. Aquello amplificó las voces críticas no sólo en relación al conservadurismo del presidente –que a este respecto piensa como la gran mayoría de los ecuatorianos– sino

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contra sus lógicas de gestión política, su unilateralismo y la inexistencia de espacios de discusión política incluso al interior de la fuerza gobernante. El movimiento de mujeres fue particularmente frontal al respecto. Aunque diversos ministros se pronunciaron en redes sociales a favor de sus demandas, el entorno presidencial no dio paso a ninguna discusión pública al respecto y dio por finalizado el asunto con la aprobación del nuevo Código Penal. Este, lógicamente, no despenalizó el aborto y apenas afirma su carácter no punible cuando está en peligro la vida de la mujer y en circunstancias de violación a mujeres “que padezcan de discapacidad mental”. El feminicidio, en cambio, sí fue tipificado como nuevo delito. Para fines de 2013, entonces, se extendía la percepción entre actores y movimientos sociales respecto al estrechamiento del espacio del conflicto político y de la nula voluntad del Poder Ejecutivo de encarar algún tipo de intercambio político con agentes y reivindicaciones ajenas a los circuitos del oficialismo. La línea presidencial restringía, a su vez, la ampliación del debate al interior de la heteróclita fuerza gobernante. El sentido de diversas decisiones –el fin de la iniciativa ITT y la continuidad de la penalización del aborto lucen emblemáticas al respecto– advertía la pérdida de influencia de las facciones programáticas y progresistas de la Revolución Ciudadana, mientras sugería que el tiempo refundacional en la política ecuatoriana se comprimía. El nuevo realismo de Correa parece asumir que para dar continuidad al vigente ciclo político alcanza con cumplir con las expectativas de aquellos que en febrero de 2013 expresaron su conformidad con la orientación y los desempeños del previo período gubernativo (voto ratificador/conservador), congelando así las aspiraciones de aquellos (voto combativo) que veían al ciclo 2013-2017 como el tiempo propicio para profundizar los cambios y concretar reivindicaciones aún frustradas. Evidente dinámica de contracción hegemónica que pierde de vista incluso la necesidad de preservar los espacios de sustentación política ya configurados. Al amparo de una lectura que reduce la legitimidad popular al apoyo electoral, la única operación política en funcionamiento reitera en la polarización del espacio de lucha e invoca a una lealtad desprovista de cuestionamientos. No se trata, sin embargo, de un simple estancamiento de la impronta reformista radical de la Revolución Ciudadana –en 2013, de hecho, se tomaron algunas medidas que proseguían en la lógica de diezmar poderes fácticos, afirmar la

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106 soberanía nacional o controlar los mercados5– sino del modo en que la lógica decisional funciona para afirmar la pura autonomía de una cúpula gubernativa que se desacopla de sus propias estructuras político-organizativas y de las más amplias arenas sociales. En tal desacoplamiento, que se corporiza en ausencia de interlocución socioestatal y control popular, la política se desliza hacia el imperio de pequeños y grandes intereses que bloquean toda posibilidad de sostener amplios bloques políticos que disputan el cambio. Derrota e incertidumbre estratégica Febrero de 2014. Sin Correa como candidato, el oficialismo sufre su primera derrota parcial en las elecciones para autoridades locales – gobierno provincial, municipal, parroquial (ver “Ganar perdiendo”)–. La señal más nítida de la contracción de la fuerza gobernante alude a la pérdida de los gobiernos municipales en 17 de los 20 cantones más poblados del país, entre ellos dos de sus bastiones “históricos”: Quito y Cuenca. Las secuelas de tales resultados lucen contundentes: una cierta reanimación de la derecha criolla (que gana en Guayaquil y Quito) y, ante todo, la propuesta oficial de enmendar la Constitución para posibilitar la reelección de todas las autoridades nombradas por el pueblo. AP confiesa así su plena dependencia del liderazgo presidencial. Ante el repliegue utópico y la atrofia hegemónica, siempre queda la carta del aún inmenso anclaje popular de Rafael Correa. La propuesta no ha caído bien, sin embargo, ni entre los actores políticos –se escuchan voces de disconformidad al interior de la propia fuerza gobernante– ni en la sociedad civil –los sondeos de opinión indican que más de 65% de la población se opone a la figura de la reelección indefinida–. Los primeros han anunciado ya la opción de recoger firmas para convocar a una Consulta Popular. El presidente 5  En mayo se expropió la hacienda más grande del país –la “Clementina”, propiedad del magnate bananero Álvaro Noboa, debido a la cuantiosa deuda tributaria que mantenía con el Estado– para traspasarla a los dos mil trabajadores de dicha unidad productiva; en junio, el gobierno renunció de manera unilateral a la Ley de Promoción Comercial Andina y Erradicación de Drogas –con dicha ley Ecuador se beneficiaba, por su cooperación en la lucha antinarcóticos, de la exención de algunos aranceles para la comercialización de productos a los EE.UU.– por considerar dicho instrumento un mecanismo de amenaza norteamericana ante la posibilidad de que Ecuador concediera asilo político al ciudadano Edward Snowden; en diciembre, Correa anunció un recorte y reorganización de los cuerpos militares, que activó un automático malestar en la cúpula militar. La fuerte política de regulación de las importaciones confrontó a su vez al gobierno con uno de los más fuertes sectores del empresariado nacional.

Ganar perdiendo Los resultados de las elecciones locales de 2014 son paradójicos y no pueden ser leídos de modo lineal. AP sigue siendo la primera fuerza a nivel nacional –tanto en el total de votos como en el número de alcaldías y prefecturas ganadas–, pero sus derrotas en territorios claves no pueden ser subestimadas. Votos y alcaldías de las cinco primeras fuerzas políticas del país: Partido/ movimiento

Total de votos

Votos válidos (porcentajes)

Número de alcaldías

AP

2.253.557

26%

68 alcaldías

Mov. provinciales*

2.134.869

24,9%

53 alcaldías

AVANZA

916.729

10,7%

37 alcaldías

SUMA

847.667

9,9%

17 alcaldías

PSC

670.459

7,8%

11 alcaldías

* Se trata de varios movimientos que sólo tienen presencia provincial.

Así, aunque no existe ningún movimiento/partido nacional que haya obtenido al menos la mitad de los votos que obtuvo AP a nivel nacional, perder 21 de 24 municipios de las capitales provinciales y perder 17 de los 20 cantones más poblados del país no puede ser leído sino como una contracción de la fuerza política del movimiento. Al mismo tiempo, y a pesar de este entrampamiento, no se puede decir que alguna otra fuerza política gane de modo nítido lo que AP ha perdido. En las 17 capitales que no ganó AP, las fuerzas triunfadoras están muy repartidas y nadie capitaliza de modo concentrado los relativos retrocesos del oficialismo.

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rehuye de tal opción y apuesta a reformar la Carta Magna desde el parlamento. En caso de configurarse tal escenario, durante el primer semestre de 2015 podría ponerse en juego la continuidad de la vida política de Correa. La sola posibilidad de tal desenlace abre, desde ya, un entorno de enorme incertidumbre estratégica entre los actores políticos fundamentales, del que no es ajeno el propio Correa. Arrighi y Wallerstein han sugerido –para el análisis de los sistemas internacionales– que dichos entornos se corresponden con momentos de crisis y transición hegemónica.

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108 El sentido de diversas decisiones –el fin de la iniciativa ITT y la continuidad de la penalización del aborto lucen emblemáticas al respecto– advertía la pérdida de influencia de las facciones programáticas y progresistas de la Revolución Ciudadana, mientras sugería que el tiempo refundacional en la política ecuatoriana se comprimía. Al amparo de una lectura que reduce la legitimidad popular al apoyo electoral, la única operación política en funcionamiento reitera en la polarización del espacio de lucha e invoca a una lealtad desprovista de cuestionamientos. Ante el repliegue utópico y la atrofia hegemónica, siempre queda la carta del aún inmenso anclaje popular de Rafael Correa.



El futuro del kirchnerismo Argentina entra en un período electoral de gran trascendencia. En la práctica está en discusión el balance de una década en la que el país formó parte importante de una corriente regional de profundas transformaciones. Las propuestas electorales tendrán que dar cuenta de la pregunta sobre el grado de continuidad y de cambio que proponen para el futuro inmediato. Más allá de las propuestas sobre políticas públicas específicas, está el hecho de que los gobiernos kirchneristas generaron un cuestionamiento raigal del rumbo que el país transitó desde su recuperación democrática y particularmente desde la reestructuración neoconservadora en 1989. Es la continuidad o no de ese rumbo asumido después de la crisis terminal de 2001 lo que estará en juego en la elección de octubre de 2015. En ella se dirimirá el futuro inmediato de una experiencia transformadora que modificó profundamente la política argentina.

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Apuntes para una agenda teórica para este tiempo. Acerca de los derechos, de la libertad y del Estado por Eduardo Rinesi El autor señala que las transformaciones de la sociedad argentina en la última década comportan un desafío para los esquemas con los que pensamos y describimos la política, lo que exige revisitar las tradiciones de la política moderna en búsqueda de nuevos significados. Es más o menos evidente que uno de los desplazamientos fuertes que ha operado el kirchnerismo sobre el campo de nuestros discursos políticos actuales, sobre todo si uno compara el modo en que hoy se configuran las conversaciones que sostenemos dentro de ese campo con el modo en que lo hacían las que sosteníamos tres décadas atrás, es el desplazamiento desde la centralidad de la preocupación por (y de las discusiones sobre) la cuestión de la libertad hacia la centralidad del interés por (y de los debates sobre) la cuestión de los derechos. En efecto, si hace treinta años pensábamos la democracia como una especie de utopía o de punto de llegada de un proceso, de una “transición” (esa vieja palabrita que el hablar político de los 80 había tomado en préstamo de las viejas historiografías marxistas y de las más modernas sociologías del desarrollo), y nos representábamos la escena de ese puerto de arribo finalmente conquistado como la de una realización plena de aquello que de manera más ostensible y más brutal nos había arrebatado la dictadura, a saber, la libertad, hoy tendemos en cambio a pensar menos en términos de “democracia” que de democratización, o mejor, tendemos a pensar la democracia menos como un horizonte final que nos espera al cabo de un camino que como aquello que en ese camino se va profundizando, y nos representamos esa profundización

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como un proceso de conquista no tanto de un conjunto de libertades de las que, por cierto, nunca gozamos tanto como hoy, sino de un número y una variedad creciente de derechos. De la libertad a los derechos, pues. O del énfasis en la libertad al énfasis (ahora que de esa libertad gozamos en una medida que nunca habíamos imaginado) en los derechos. Este desplazamiento representa un desafío muy interesante para nuestra teoría social y nuestra filosofía política que, del mismo modo que treinta años atrás estuvieron a la altura del desafío que representaba tratar de acompañar la tarea colectiva de construir una sociedad más libre buscando inspiración en los viejos textos y planteando toda una serie de interesantes discusiones (como las que proponían las contraposiciones entre “la libertad de los antiguos” y “la libertad de los modernos”, la libertad positiva y la negativa, la libertad “para” y la libertad “de”, la libertad liberal y la libertad democrática), tienen hoy que ponerse a la altura de los desafíos que les plantea una agenda política que una vez más parece adelantarse a las agendas académicas y que les exige tratar de responder a una nueva y apasionante serie de preguntas. Como la pregunta por el concepto mismo de derecho, que es cualquier cosa menos obvio, sobre todo porque en general no tendemos a decir que tenemos un derecho cuando, de hecho, lo tenemos (¿quién que puede comer dos veces por día anda por ahí levantando el índice y diciendo “Yo tengo derecho a comer dos veces por día”?), y en cambio tendemos a decir que lo tenemos cuando, de hecho, no lo tenemos: la tensión entre el hecho y el derecho, entre el ser y el deber ser, es constitutiva de la naturaleza misma del derecho, y esa circunstancia acarrea importantes consecuencias teóricas y políticas. O como la pregunta por qué es lo que pasa cuando, en un contexto de expansión general de una cantidad muy grande de derechos, el ejercicio de alguno de esos derechos por parte de ciertos ciudadanos empieza a colisionar con el ejercicio de otro derecho por parte de otros ciudadanos. No es fácil tener una teoría general sobre cómo deben tratarse estos casos, más allá de la más o menos evidente sugerencia de que los derechos que con más fervor deben protegerse son los de los sujetos más débiles y con menos poder para imponerse por sus propios medios. O como la pregunta por los derechos de aquellos sujetos que, para decirlo rápido, no están allí para reivindicarlos y para clamar por ellos, sea que no estén ahí porque ya han muerto (sobre todo cuando han muerto víctimas de la violencia del Estado), pese a lo cual, o mejor, justamente por lo cual son titulares de un conjunto de derechos que el Estado y que nosotros mismos, los vivos, les

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112 debemos (es obvio, por ejemplo, que el derecho a la memoria, a la verdad y a la justicia no es apenas un derecho de los sobrevivientes), sea que no estén ahí porque todavía no han nacido, pese a lo cual, o, mejor, justamente por lo cual, son titulares de un conjunto de derechos, como por ejemplo el de heredar un planeta habitable, que el Estado y que nosotros les tenemos que garantizar. Todas estas discusiones, me gustaría decir, son fundamentales, y nuestras ciencias sociales y nuestra filosofía política deben encararlas con urgencia, a riesgo de profundizar su ya marcado desfasaje con las primicias de esta hora política tan interesante. Pero no querría que la fuerza y la importancia de este desplazamiento –que ya hemos apuntado: el que nos conduce de un énfasis fuerte, en nuestras discusiones de tres décadas atrás, en el problema de la libertad, a un énfasis igualmente fuerte, en nuestra agenda política presente, en la cuestión de los derechos–, nos lleve a concluir que no tenemos que seguir discutiendo, también, sobre ese viejo y siempre actual problema de la libertad, que no ha perdido nada de su importancia y de su centralidad y que además asume ante nuestros ojos, en estos días argentinos, una nueva fuerza o una nueva entonación particularmente interesante. Dos palabras sobre lo primero que acabo de apuntar, que me parece que tiene un interés muy grande para la discusión, no sólo sobre el problema de la libertad, sino también y sobre todo sobre ese viejo “problema” de nuestras ciencias sociales y políticas que es el “problema” del populismo. Porque si hace un momento observé que hoy la cuestión de la libertad se había desplazado del centro de nuestras obsesiones y que ya no soñábamos con ella como lo hicimos en otros momentos de nuestra historia más cercana, agregué que eso era así como consecuencia de que nunca como hoy hemos gozado, en Argentina, de la libertad de la que hoy gozamos, y añado ahora, adicionalmente, que esto es así como consecuencia de un conjunto de decisiones de un gobierno que nunca se dio a sí mismo ni recibió de nadie el apelativo de “liberal”, pero que sin duda es el más atrevidamente liberal que haya conocido nuestro país a lo largo de sus dos siglos de historia. Porque, en efecto, no fue ninguno de los gobiernos que sí se dieron el rótulo de liberales a lo largo de estos dos siglos de historia los que eliminaron las figuras de las calumnias y de las injurias del mapa de las posibilidades de censura estatal a la libertad de prensa en el país. Ni fue ninguno de los gobiernos que se llamaron liberales los que ordenaron a sus fuerzas de seguridad garantizar el orden en las manifestaciones

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públicas sin portar armas que pudieran servir para reprimir la más irrestricta libertad de expresión que jamás hayamos conocido. La paradoja que quiero señalar es que los gobiernos que a lo largo de las décadas se llamaron entre nosotros “liberales”, o bien no lo fueron en la medida en que esa denominación permitía esperarlo o bien no tuvieron la voluntad o la capacidad para garantizar, contra los muchos factores de poder contra los que deben levantarse hoy las banderas de un liberalismo verdadero, la libertad que proclamaban defender. Forma parte de los lugares comunes de la literatura que ha pensado de manera menos prejuiciosa el fenómeno del populismo sostener que en América Latina los avances de la democracia han venido de la mano, en general, de experiencias de gobierno de ese tipo: que el populismo ha tendido a ser, entre nosotros, la vía para el desarrollo y la consolidación de la democracia. Del mismo modo me gustaría sugerir que esta precisa y original modulación del populismo argentino que Esta precisa y es el kirchnerismo ha sido entre nosotros la vía original modulación más decidida y eficaz para el desarrollo y la con- del populismo solidación de la libertad. argentino que es el Pero hay además, decía, otra transformación kirchnerismo ha sido que el kirchnerismo ha operado en nuestros entre nosotros la vía modos de pensar este tema fundamental de la libertad, que no ha sido pensado siempre, a lo más decidida y eficaz largo de la historia del concepto y de sus for- para el desarrollo y mulaciones, de la misma manera o para signi- la consolidación ficar con él la misma cosa, y del cual es posible de la libertad. identificar distintas acepciones. Una de ellas, a la que podemos calificar de “liberal”, tiende a pensar la libertad como la libertad de los individuos frente a los poderes que los exceden en general, y frente al poder del Estado en particular. Otra, a la que podemos calificar de “democrática”, se la representa como la libertad de los individuos para participar junto a los otros en las discusiones colectivas en las que se decide su futuro. En cierto sentido, decíamos más arriba, las discusiones sobre la libertad que todos protagonizamos en los años de nuestra “transición a la democracia” eran las discusiones en torno al peso relativo que tenía que tener cada una de estas acepciones –es decir, cada una de estas tradiciones– en nuestra representación de la libertad que queríamos conquistar. Pero hay también un tercer modo de pensar la libertad, más allá o más acá de los modos liberal y democrático de hacerlo, que es un modo

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que voy a llamar, siguiendo en esto a Quentin Skinner, “republicano”, que es una idea sobre la libertad que parte del principio de entender que nadie puede ser libre en una comunidad que no es libre, y que piensa en consecuencia esa libertad de todo el pueblo como parte de esa “cosa pública”, de esa res publica, que es necesario defender. ¿Defender de quién? Pues de las fuerzas exteriores a esa comunidad (un poder imperial, un ejército de ocupación, un organismo financiero internacional) que pueden, esclavizando o sojuzgando a un pueblo, volver abstracta o absurda la pregunta por la libertad individual de sus ciudadanos. A mí me parece que algo de esta representación sobre la libertad como libertad colectiva de todo un pueblo es la que hoy se nos vuelve evidente que debemos defender cuando asoman en el horizonte ameNo regalemos la nazas a las conquistas de todos estos años como preciosa palabra la que representa la conjunción entre la despreorepública a la manga cupada codicia de los titulares de los llamados de conservadores que “fondos buitres”, el arrogante desprecio del juez en Argentina se han Thomas Griesa y la irresponsable complicidad de sus entusiastas adláteres locales. Y está bien llaapropiado de ella para mar republicana a esta forma de la libertad que nombrar apenas una hoy más que nunca es preciso defender, porque organización de los es de eso, de la cosa pública, del bien común, del poderes destinada a bienestar general, del patrimonio colectivo, de preservar los privilegios lo que se trata. No regalemos la preciosa palabra de una minoría. república a la manga de conservadores que en Argentina se han apropiado de ella para nombrar apenas una organización de los poderes destinada a preservar los privilegios de una minoría. Forma parte de la mejor tradición política occidental la distinción entre la idea de una república de pocos y la idea de una república de todos. Ésta es la que queremos y la que defendemos, y de esta el populismo no es la antítesis ni la negación, como pretende un consignismo ideológico y banal, sino la garantía y la expresión más acabada. Por eso es que es necesario también, y finalmente, incorporar a esta agenda de cuestiones que nuestras ciencias sociales y nuestra filosofía política deben asumir, al menos si quieren poder acompañar la originalidad de esta hora y de sus desafíos, el problema, nunca como hoy tan decisivo, del Estado. Que es uno de los temas centrales de la gran tradición republicana –que siempre fue una tradición estatalista, que siempre, de Aristóteles a Hegel, digamos un poco brutalmente, o de Cicerón a Mariano Moreno,



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puso al Estado del lado de las condiciones mismas de la libertad–, y que es también uno de los temas principales de la gran tradición democrática moderna, en la medida en que es sólo el Estado el que puede garantizar los derechos que las luchas democráticas de los ciudadanos van estableciendo. Hay libertad, y hay derechos, justo porque hay Estado: la conquista de esta doble comprensión nos separa del clima de las discusiones teóricas y políticas de nuestros 80 y 90, en los que el Estado se nos aparecía, casi a priori y por principio, del lado de las cosas malas de la vida y de la historia. Pero tampoco se trata de desplazarnos sin ninguna reflexión del antiestatalismo ingenuo de esos años a un estatalismo simétricamente candoroso: sabemos bien que, como nos lo ha enseñado una abundante literatura que no podemos ni debemos olvidar, el Estado es también un garante y un reproductor de relaciones sociales asimétricas e injustas, que es también un disciplinador de las sociedades y de sus poblaciones, que es también, y todavía hoy, un violador serial de los derechos humanos. Que es todo eso, en efecto, pero que tampoco es posible imaginar que sea fuera de él o contra él que vayamos a encontrar, como se pretendió no hace tanto tiempo en Argentina, la libertad o la autonomía finalmente realizadas, porque lo que hemos aprendido, y por cierto que dolorosamente, es que del otro lado del Estado, lo que más bien suele aguardar es la inclemencia de la desprotección más absoluta, la ausencia más desoladora de cualquier forma de derecho. Hay derecho, insisto (e insisto también: hay libertad), sólo en el Estado y gracias al Estado. Por eso, es necesario que de ese Estado tengamos una teoría más compleja que las que hasta aquí han dominado nuestras discusiones, porque una parte importante de lo que hoy ocurre en Argentina como disputa entre proyectos y entre orientaciones políticas distintas y enfrentadas ocurre en el interior del propio aparato de ese Estado que tenemos que poder pensar mejor. De eso han querido apenas tratar estos rápidos apuntes: de lo que tenemos que poder pensar mejor. Es fácil tener la sensación, hoy, en Argentina, de que vivimos un tiempo excepcional, un tiempo de renovación de las cosas y de los horizontes, de reapertura de la historia hacia nuevas alternativas y posibilidades. Pero también lo es advertir la distancia a la que el pensamiento de nuestras ciencias sociales y de nuestra filosofía política viene siguiendo, cuando lo hace, los movimientos más dinámicos de la vida nacional. Aquí he tratado de sugerir una agenda posible de cuestiones sobre las que deberíamos pensar si quisiéramos poder acompañar estos movimientos tan interesantes un poco más de cerca.

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El kirchnerismo que viene

por Martín Sabbatella

El autor avanza en la caracterización del kirchnerismo como una identidad fundante del proyecto nacional, popular y democrático en el siglo XXI. En este sentido, describe sus factores constitutivos: las cualidades del activo militante, la conjugación de las tradiciones políticas que lo integran, y los ideales puestos en práctica a través de once años de gobierno. Finalmente, aborda los desafíos de cara a la continuidad de esta experiencia política. Si se detiene la atención en el presente político del país, lo primero que salta a la luz es que no existe un colectivo militante con la organización, la identidad ideológica, la acción territorial y la incidencia institucional que se parezca siquiera a la construida por el kirchnerismo. La extensión y fortaleza de las fuerzas comprometidas con la defensa y continuidad del proyecto nacional y popular, conducidas y conmovidas por la presidenta Cristina Kirchner, no se compara con las que han podido desarrollar en esta etapa democrática otras organizaciones o espacios partidarios. Ni siquiera quienes exhiben candidatos presidenciales con buena intención de voto han logrado sustanciar o al menos insinuar un activo militante del volumen y la densidad como el generado y movilizado por el kirchnerismo a partir de 2003. Algunos de esos espacios no tienen posibilidades de generarlo; otros no lo harán porque su política es la antipolítica y el desprecio a la militancia. La incapacidad de entender este fenómeno de participación política puesto en valor y en acción por Néstor y Cristina es uno de los grandes déficits de las oposiciones mediáticas, económicas y políticas (según el orden de incidencia que tienen en la sociedad) y, posiblemente, una de nuestras principales ventajas. Eso que algunos medios de comunicación desacreditan como “clientela” o “patotas” no es sino la expresión de una juventud –contemporánea y debutante en la escena política, pero también pretérita y vuelta a ilusionar– que se enamoró de la actividad política al descubrir que esta, lejos de ser el corral de la prebenda, la mentira y la

Palabra política y tradiciones Interpretar a nuestra militancia como producto derivado de la satisfacción de materialidades puramente individuales o desencajarla del contexto social del que emerge, es propio de una concepción reaccionaria y antipolítica. Pero no es el único error que repiten muchos opositores al kirchnerismo (la derecha explícita, la derecha edulcorada o la derecha progresista). Además, ignoran la fibra histórica que han logrado tocar Néstor y Cristina

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especulación individual, es el terreno abierto en el que es posible consagrar los derechos de las grandes mayorías populares. Compromiso que quedó visibilizado en los varios actos que realizamos las distintas organizaciones kirchneristas. Tras una larga y fría noche neoliberal en la que la Democracia se empañó con la frivolidad, la corrupción y el desamparo, Néstor Kirchner puso el cuerpo para sacar al pueblo argentino del barro de la pobreza, el desempleo y la desintegración y demostrar que nuestra Patria puede estar de pie, soberana, independiente, desarrollada, inclusiva, integrada y democrática. Es en esa decisión política transformadora, que enterró la cultura de la resignación, en la que hay que encontrar la chispa que encendió la pasión de cientos de miles de compañeros y compañeras en todo el país, y que hoy arde con la potencia que le inflama el coraje de Cristina. Abstraer este activo militante –el que está en los barrios codo a codo con los más pobres, el que sale a la calle a defender lo conseguido o el que interpela al Pueblo a ir por más en todos los rincones de la Patria– de lo que ocurre en el seno de la sociedad y sobre todo entre los trabajadores y trabajadoras, es otro de los enormes deméritos que nos regala la oposición. En lugar de comprender que nos motiva un entusiasmo arraigado en una parte mucho más grande de la sociedad, los opositores borrachos de soberbia prefieren convencerse de que están ante una especie de milicia alienada, cuyo incentivo es obtener beneficios personales a partir de la administración circunstancial del Estado. En su lógica, la militancia kirchnerista se escurrirá por las rejillas del Patio de las Palmeras, a más tardar, el 10 de diciembre de 2015, cuando Cristina deje el sillón de Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, para que lo ocupe quien haya sido electo por la sociedad. En nuestra lógica, Cristina deja de ser presidenta pero no deja de ser la líder del proyecto que fundó junto a Néstor y que tiene, en el protagonismo de la militancia, uno de sus rasgos constitutivos.

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con sus audaces acciones de Gobierno y con las referencias y el modo de su apelación discursiva; es decir, con su palabra política. No es raro que los sectores reaccionarios desconozcan este vínculo emocional que reconstruye el kirchnerismo a través de la palabra política, porque para ellos esta no es más que una cáscara vacía capaz de ser llenada con cualquier sentido y cuya única utilidad es la de obtener simpatías electorales. El desprecio a los discursos intensos y profundos de la presidenta o a los maravillosos intercambios que realiza con la juventud desde los balcones internos de la Rosada, son una muestra clara del malestar que les genera percibir esa cáscara llena de ideología y sentimiento sinceros, a sus ojos, insustanciales. Una porción grande de la sociedad y, En palabras y en políticas por supuesto, quienes abrazamos la milipúblicas concretas y tancia desde hace décadas nos sentimos cotidianas, este proyecto interpelados y convocados a ser parte de político ha logrado conjugar este proyecto político, cultural, económico y social que es el kirchnerismo, porque lo mejor de los procesos entendemos que el presente amalgama, emancipatorios y los gritos sintetiza, resume y expresa gran parte de las libertarios de América mejores tradiciones populares de Argentina Latina, del yrigoyenismo, y el continente. En palabras y en políticas del peronismo, de la públicas concretas y cotidianas, este proizquierda igualitarista, de yecto político ha logrado conjugar lo mejor los sueños rebeldes de los de los procesos emancipatorios y los gritos libertarios de América Latina, del yrigoye60 y 70, de la resistencia a nismo, del peronismo, de la izquierda, de la dictadura, del reverdecer los sueños rebeldes de los 60 y los 70, de democrático, la resistencia la resistencia a la dictadura, del reverdecer a los 90 y las movilizaciones democrático, la resistencia a los 90 y las populares de 2001. movilizaciones populares de 2001. Además, el kirchnerismo ha puesto esa apelación a la historia en una perspectiva de ideales y de futuro. La reivindicación de las luchas independentistas, el festejo del Bicentenario o el recordatorio de la Vuelta de Obligado, por ejemplo, adquieren una potencia de gran proporción cuando se dan en sintonía con la integración regional, la defensa de la soberanía territorial y económica, la ruptura de los lazos condicionantes que ataron al país con los organismos de financiamiento internacional o la actual batalla contra los fondos buitres, sus servidores judiciales y sus voceros internos.

Desde dónde y hacia dónde Todos estos avances logrados por el kirchnerismo en una década –tanto en lo que hace a la recuperación de los derechos que habían sido avasallados, como en la concreción de lo que fuera soñado por generaciones pero no había logrado alcanzarse–, se produjeron inmediatamente después de que el país cayera en un abismo enorme de desilusión, corrupción y

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El reconocimiento a quienes, a principios del siglo pasado, construyeron las bases de la democracia y lucharon por la consagración de derechos civiles, se revitaliza en esta década con el fortalecimiento de las instituciones de la República o la aprobación de normas que condenan cualquier tipo de discriminación y violencia contra las minorías y garantizan la inclusión y la igualdad de todos y todas. El desarrollo de la infraestructura y la industria nacional, así como el crecimiento autónomo, inclusivo y distributivo, mediante la generación de fuentes de trabajo y la conquista de derechos laborales, que fueran baluartes de los gobiernos de Perón y pilares de su movimiento político y social, son sin dudas el principal rasgo de identidad de este presente, en el que millones de trabajadores recuperaron el empleo, se garantizó la casi plena inclusión previsional, se aumentó la presión fiscal hacia los sectores más concentrados de la economía, se reactivó la obra pública de infraestructura sanitaria, vial, de energía o de viviendas, y se reabrieron fábricas y parques industriales en todo el país. Del mismo modo, el mejor homenaje a las víctimas de la proscripción y la represión, habitualmente rememoradas en discursos y celebraciones, es la concreción de los sueños de justicia, de libertad de aquellos luchadores y luchadoras, así como la consagración de los derechos avasallados por los genocidas, la reapertura de las causas por delitos de lesa humanidad, la creación de espacios de la Memoria o el impulso a la búsqueda de los nietos y nietas apropiados durante la dictadura cívico-militar. Asimismo, la participación ciudadana en los asuntos públicos, la movilización social y la consolidación de los resortes democráticos y los espacios de representación política que fueron las banderas más fuertes tras la salida de la oscura noche de tortura, miedo, desaparición y muerte, se ven consagradas hoy en un protagonismo popular enorme, en el ejercicio constante y sin condicionamientos de todas las libertades constitucionales, en el funcionamiento pleno de las instituciones y en el intenso y enriquecedor debate público y parlamentario.

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120 violencia, en el medio de una crisis económica en la cual uno de cada tres trabajadores estaban desocupados y la mitad de los argentinos y argentinas no superaban la línea de pobreza. Es necesario repasarlo, porque el futuro habita en la memoria. El establishment económico, aquel que durante el siglo XX había impuesto a punta de pistola a gobernantes fraudulentos y dictadores que ejecutaron desde el Estado políticas a favor de la concentración de la riqueza y exclusión social, cerró el milenio con una panzada de acumulación obscena servida por dos mandatarios constitucionales: Carlos Menem y Fernando De la Rúa. Las diez recomendaciones que en 1989 el economista John Williamson extrajo de la cabeza y los balances contables de los poderes económicos y políticos estadounidenses para elaborar el borrador del llamado Consenso de Washington fueron aplicadas con empeño y audacia tanto en nuestro país como en casi toda América Latina. El enriquecimiento de unos pocos se correspondió con el derrumbe de una sociedad que tardó en comprobar que la exuberancia de los de arriba no iba a derramarse nunca, menos aún desde las copas con champán con las que festejaban la ruina del pueblo trabajador. La democracia, que tanto había costado conseguir, se mostró cruel y condescendiente de la mano de esos gobiernos que terminaron el festín neoliberal con casi 40 muertos en las calles y millones de desocupados, pobres y hambrientos en todos los rincones de la patria. De ese país incendiado y escéptico surgió una verdadera alternativa política, económica, social y cultural; un proyecto que hizo propias las luchas de los movimientos populares y se erigió en un proceso transformador, rupturista, nacional, popular y profundamente democrático. Muy pronto, la promesa de no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada, que podría haber sido el prólogo demagógico de una nueva frustración, se volvió alegría y esperanza para las mayorías populares y, al mismo tiempo, odio e impotencia para las minorías que habían especulado con volver a tener un servidor en Balcarce 50. Tras once años de gobierno, el kirchnerismo es mucho más que tres mandatos en el Estado nacional. Es un inmenso colectivo militante, diverso y plural, pero sobre todo es el nombre de una identidad que llegó para quedarse, una identidad fundante de un nuevo momento histórico en el país. Es el nombre de la esperanza por un país más justo y soberano, y el nombre del camino que recorremos para alcanzarlo. Un proceso político, social, económico y cultural, iniciado por Néstor y liderado por

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Cristina, que dialoga y se nutre con lo mejor de la historia nacional y latinoamericana; que recupera, actualiza y consagra conquistas sociales enterradas por quienes gerenciaron en el Estado el poder privado y que instaura nuevos derechos, poniéndose a la vanguardia regional en la generación de una sociedad más integrada, solidaria y democrática; que motoriza el avance del proceso de integración de nuestra Patria Grande (con algunos de sus principales miembros atravesando procesos eleccionarios tan cruciales como el que se avecina en nuestro país) y que, en diálogo con otros bloques de poder emergentes, genera caminos alternativos en un mundo cuya unipo- El carácter fundacional del laridad está como mínimo en crisis. Desde el establishment económico aspiran a kirchnerismo está erigir otra variante política similar a las que logra- en debate. Para ron imponer en la última década del siglo XX. nosotros, este Se ilusionan con un próximo presidente aggiorproceso que nació nado, moderno, desapasionado, racional, dotado de la moderación que no encontraron en Néstor de las entrañas ni Cristina, que les reabra las puertas del Estado del peronismo y para reducir la inversión pública, enfriar el con- su historia, que sumo, desregular sus negocios, atraer inversiones lo representa y lo vía endeudamiento y dar rienda suelta al resto de continúa, rompió a la las estrategias que aplicaron y recomiendan desde vez sus fronteras para las usinas internas y externas del pensamiento ortodoxo. Son los derrotados de la década y anhe- representar también lan, sirviéndose de medios y dirigentes cómplices, otras historias y tradiciones políticas, poder recuperar el tiempo y el dinero perdido. La desmemoria es su recurso para regresar, es sociales y culturales. la condición que necesitan para el retorno, para Al hacerlo, parió una que eso que desean y pronostican se vuelva realinueva identidad. dad. Hubieran preferido que el kirchnerismo no naciera. Pero como nació, lo que buscan es clausurarlo definitivamente; que haya sido, para ellos, un mal trago de la historia, y para nosotros, algo positivo guardado en la memoria. El carácter fundacional del kirchnerismo está en debate. Para nosotros, este proceso que nació de las entrañas del peronismo y su historia, que lo representa y lo continúa, rompió a la vez sus fronteras para representar también otras historias y tradiciones políticas, sociales y culturales. Al hacerlo, parió una nueva identidad.

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Para otros, en cambio, lo ocurrido en estos años fue un momento y punto, un segmento, temporal en el que el péndulo del PJ se recostó del lado izquierdo del reloj de la historia. Esta última mirada, la que ubica al kirchnerismo como una identidad transitoria, se encuentra presente tanto entre los que están enfrentados a nuestro gobierno, como en algunos sectores partícipes de lo que ocurre desde hace once años. A diferencia de otras identidades políticas, que explican mucho en términos históricos –algunas de ellas responsables de los capítulos más interesantes de nuestra historia– pero que en su nombre y con el correr de los años han afirmado cosas absolutamente distintas, el kirchnerismo expresa hoy con clariQue la profecía dad una forma de entender el Estado, reaccionaria del fin de lo público, el desarrollo, la igualdad, ciclo no se vuelva realidad los derechos humanos, la soberanía, la también depende de justicia, la sociedad, la integración en el nosotros. Un proyecto mundo, etcétera. Hoy, cuando alguien se define kirchnerista se sabe con precisión económico, social y de qué se trata. Y eso, lamentablemente, cultural de la dimensión y no ocurre con otras identidades popula profundidad que tiene lares, cuyas principales banderas fueron el kirchnerismo, necesita recogidas en este presente. Hoy no hay estructurar y contener nada más peronista que ser kirchnerista, en un espacio común y porque el kirchnerismo es el peronismo organizado esos rasgos del siglo XXI; como tampoco hay nada más yrigoyenista que ser parte de este identitarios, para seguir proyecto, ni nada más de izquierda que representando la defensa y ser K, porque a la izquierda de Cristina los destinos de los intereses está la pared. El kirchnerismo expresa la populares por los próximos continuidad de la potencia plebeya de largos años. los movimientos populares de nuestra historia y es el nombre del pensamiento nacional, popular y democrático del siglo XXI. Que la profecía reaccionaria del fin de ciclo no se vuelva realidad también depende de nosotros. Un proyecto económico, social y cultural de la dimensión y la profundidad que tiene el kirchnerismo, necesita estructurar y contener en un espacio común y organizado esos rasgos identitarios, para seguir representando la defensa y los destinos de los intereses populares por los próximos largos años.



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Contamos con excelentes condiciones para vertebrar y fortalecer esta identidad, este ser kirchnerista. Tenemos viva la memoria de nuestros mejores cuadros, la de los compañeros y compañeras que soñaron una sociedad justa, libre, igualitaria y la de Néstor Kirchner, que transformó esos sueños en realidad. Tenemos a la dirigente política más capaz y con más coraje, llevando adelante una gestión transformadora y avanzando cada día más y más, a pesar de las durísimas resistencias que intentan imponerle quienes perdieron privilegios. Tenemos una gran parte de la sociedad que no quiere retroceder y abraza el nuevo piso de dignidad construido. Y tenemos, además, a la militancia más maravillosa y comprometida, dispuesta a cerrarle el paso a quienes quieren retroceder, defendiendo en la calle, en los barrios, en las escuelas o en las fábricas este presente de derechos para todos y todas. A la par de fortalecer este proceso, nuestra tarea militante consiste en unir y organizar a esas miles y miles de personas que esta identidad volvió a enamorar, construir esa gran fuerza política, social y cultural, para anclar territorial y socialmente el kirchnerismo y el liderazgo de Cristina en cada rincón de la Patria. De eso se trata, de construir la dimensión fundacional del kirchnerismo.

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El modelo K como proyecto nacional y popular

Por Aldo Ferrer

El autor caracteriza a la política económica de Néstor y Cristina Kirchner, denominada “modelo K”, como un proyecto “nacional y popular” (PNP), cuyo antecedente histórico es el primer peronismo. El artículo aborda sus posibilidades de éxito, los desafíos que implica el “pecado original” de la estructura productiva –la restricción externa– y propone una estrategia de desarrollo para encarar su transformación y la consolidación del PNP. 1. La política económica bajo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, frecuentemente denominada “modelo K”, puede caracterizarse como un proyecto “nacional y popular” (PNP). Sus principales elementos constitutivos son la promoción social, la reafirmación de la soberanía y el protagonismo de las políticas públicas. El principal antecedente histórico del actual PNP es el primer peronismo. La propuesta de Perón se fundaba, también, en el impulso a la justicia social y la defensa de la soberanía, con un fuerte protagonismo del Estado para impulsar la transformación productiva y la inclusión social. Asimismo, en aquel entonces, existían fuertes demandas sociales y la necesidad de transformar la estructura productiva en un contexto mundial –la temprana posguerra– signado por la independencia de las colonias de Asia y África y la Guerra Fría. La “tercera posición”, fue la fórmula aplicada para perseguir los objetivos nacionales propuestos, sin quedar atrapados en el conflicto de las dos superpotencias de la época. En la actualidad, el PNP se despliega en el marco de la emergencia de China y una nueva geografía económica mundial. Debe alcanzar sus objetivos en el marco de la economía de mercado y la participación de las empresas privadas. Hasta ahora no hay experiencias, históricas o actuales,

2. En la presidencia de Néstor Kirchner, la economía argentina comenzó a operar con un sustantivo superávit de los pagos internacionales. Contribuyeron, en tal sentido, la fuerte caída de las importaciones resultante de la depresión de la actividad industrial, el aumento de la producción exportable de cereales y oleaginosos y sus manufacturas, la mejora de los precios internacionales de la producción primaria, el superávit en el comercio de energía, la reducción de los servicios de la deuda externa y un tipo de cambio competitivo. La abundancia de dólares genuinos y el superávit primario del presupuesto conformaron el “período dorado” del “modelo”. Sin acceso al crédito internacional, la economía creció fuertemente, afianzada en sus propios recursos. 1  Aldo Ferrer, El empresario argentino, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2014.

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de desarrollo, fuera de la economía de mercado. Se trata de afirmar una fuerte presencia de las políticas públicas que impulse los objetivos del PNP y corrija las inequidades del mercado, aprovechando, al mismo tiempo, su impulso innovador y de creación de riqueza. El actual PNP provocó fuertes repercusiones políticas en el frente interno y consecuencias importantes para las relaciones internacionales. Los actores e intereses internos afectados por el cambio de rumbo, constituyen un frente opositor al modelo. Asimismo, la vía heterodoxa que Argentina emprendió para resolver su problema de deuda y decisiones como la renacionalización de YPF y del sistema jubilatorio y la reforma del Banco Central contradicen criterios dominantes en los mercados financieros y provocan notas negativas de las agencias calificadoras de riesgo y la falta de acceso al crédito internacional. El modelo heredó obstáculos generados durante la hegemonía neoliberal, como las demandas de los fondos buitre, los pleitos en el CIADI derivados de los acuerdos bilaterales de garantía de inversiones, y la extranjerización de YPF. Sin embargo, no impidieron la recuperación económica ni el mantenimiento de relaciones normales con los mercados mundiales, con excepción del financiero. Las posibilidades de éxito del actual PNP se sostienen sobre la fortaleza de la densidad nacional. Vale decir, la cohesión social para incorporar a la mayoría de la población al proceso de cambio, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y la existencia de un pensamiento crítico capaz de observar la realidad desde las propias perspectivas. En ausencia o debilidad extrema de estos factores, el PNP no es viable.

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En la transición entre Néstor y Cristina Kirchner, la estructura productiva desequilibrada volvió a revelar su “pecado original”: la restricción externa. A partir de 2007, se duplicó el déficit del comercio de manufacturas de origen industrial, concentrado en autopartes, complejo electrónico, bienes de capital, productos químicos. Al mismo tiempo, el superávit energético se transformó en déficit. El del turismo con el exterior agregó su aporte al problema. En ese escenario, la progresiva apreciación del tipo de cambio y la inyección de gasto público en una situación cercana al pleno empleo de la capacidad productiva y la mano de obra generaron un escenario de incertidumbre y el deterioro de las expectativas. Esto se reflejó en el aumento de las presiones inflacionarias y la fuga de capitales. Los controles adoptados para enfrentar la insuSubsiste la ficiencia de divisas determinaron la aparición de un debilidad histórica mercado paralelo y un escenario propicio a la espede la industria culación. La intervención del Indec agravó la incerargentina y el tidumbre. En enero de 2014, la fuerte devaluación peso y el aumento de la tasa de interés, junto financiamiento de del con el objetivo de aumentar el superávit primario, su déficit externo indican un cambio en la estrategia para enfrentar la con los excedentes insuficiencia de divisas y las presiones inflacionarias. de la producción El manejo de estas dificultades cuenta con primaria. varios factores a favor. Por una parte, el desendeudamiento, la solidez del sector financiero e, históricamente, un nivel alto de exportaciones y recursos fiscales. Por la otra, la consolidación de las instituciones democráticas, dentro de las cuales necesariamente se procesará el desempeño de la economía argentina. Son circunstancias radicalmente distintas a las que imperaron en el pasado y culminaron en crisis terminales en 1989 y 2001. 3. El crecimiento de la economía se produjo dentro de los moldes de la estructura productiva preexistente hasta el inicio de la hegemonía neoliberal, con el golpe de estado de 1976. El principal indicador en la materia es el creciente déficit en el comercio internacional de manufacturas de mayor contenido tecnológico y valor agregado. Subsiste la debilidad histórica de la industria argentina y el financiamiento de su déficit externo con los excedentes de la producción primaria. La valorización de los recursos naturales, por la demanda de

4. La sustentabilidad del PNP en Argentina depende de la transformación de la estructura económica para acumular conocimientos y capacidad productiva y establecer, a niveles crecientes de productividad y bienestar social, una relación simétrica no subordinada con el orden mundial.

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Asia de alimentos y materias primas, nos amenaza con la reprimarización, el subdesarrollo industrial y el establecimiento de una relación subordinada centro-periferia con China y las economías emergentes de Oriente. Este régimen es un obstáculo fundamental al protagonismo de la tecnología y la innovación como actores fundamentales del crecimiento y la transformación. Es también el principal factor determinante de la restricción externa del desarrollo y de la inexistencia de espacios de rentabilidad en las actividades de frontera, capaces de retener el ahorro argentino y evitar la fuga de capitales. La creación del Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva y el énfasis en la relación entre las políticas públicas, la producción y el sistema científico y tecnológico (el “triángulo de Sábato”) constituyen el aporte más significativo en la materia que, comprensiblemente, es, sin embargo, insuficiente para erradicar las debilidades de la estructura productiva. La aparición de un fuerte déficit en el sector de hidrocarburos agrava la restricción externa pero es un factor secundario del problema y del subdesarrollo de la economía argentina. En efecto, economías avanzadas, como Alemania y Japón, y emergentes, como Corea, registran fuertes déficits energéticos en su comercio exterior. Sin embargo, no generan restricción externa porque pagan el déficit con los excedentes generados en el comercio de manufacturas, no con productos primarios como Argentina. El déficit energético y las variaciones de los precios del petróleo no han impedido, en esas economías industriales, la acumulación de capital y el proceso de transformación vinculado al progreso científico y tecnológico. El sistema subindustrializado se refleja también en otras debilidades de la estructura productiva, como los desequilibrios entre las economías regionales del territorio nacional, las asimetrías de productividad entre los diversos sectores industriales y dentro de cada uno de ellos y la elevada participación de la informalidad del mercado de trabajo. La subindustrialización es, asimismo, un factor explicativo de la supuesta antinomia campo-industria.

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128 La transformación de la estructura industrial es indispensable no sólo para cerrar la brecha en el comercio de manufacturas complejas y remover la restricción externa; lo es también para alcanzar los siguientes objetivos fundamentales: • Lograr el pleno desarrollo de todas las regiones del territorio argentino y erradicar las asimetrías históricas que caracterizan la geografía económica y social del país. • Erradicar definitivamente el falso dilema campo-industria, integrando el desarrollo industrial con la incorporación de valor agregado, la formación de cadenas de valor agroindustriales con participación creciente de actores, tecnología e insumos argentinos, elevando el valor agregado de las exportaciones de origen agropecuario. La elevación de la competitividad de la industria resultante de la transformación permitiría eliminar la ventaja relativa que, históricamente, tiene el agro en virtud de la extraordinaria existencia de recursos naturales del país. Desaparecería así la necesidad de operar con tipos de cambio diferenciales para el campo y la industria, destinados a compensar las consecuencias de, en palabras de Marcelo Diamand, la “estructura productiva desequilibrada”. Es decir, serían innecesarias las “retenciones” y se operaría con un solo tipo de cambio para toda la producción argentina sujeta a la competencia internacional. • Establecer una nueva relación con las filiales de empresas extranjeras. Las mismas ocupan una posición dominante en la industria argentina, producen principalmente para el mercado interno y son causa principal de la brecha en el comercio internacional de manufacturas complejas. Como sucede en China y en otros países emergentes de Asía, es preciso orientar la inversión privada extranjera a la apertura de nuevos mercados, la innovación y la participación en los segmentos de mayor densidad tecnológica de las cadenas transnacionales de valor. 5. El actual PNP produjo resultados notables en el campo social y en la capacidad del Estado para defender la soberanía pero insuficientes en la transformación de la estructura productiva y el desarrollo económico. Corremos el riesgo de la “enfermedad holandesa”, es decir, la apreciación del tipo de cambio. Enfrentamos dilemas no resueltos, incertidumbres y desequilibrios

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que complican el escenario macroeconómico y debilitan el proceso de acumulación inherente al desarrollo. No ha consolidado todavía un régimen macroeconómico capaz de impulsar la inversión privada y el proceso innovativo, vincular la estabilidad de los precios con el crecimiento, abrir espacios de rentabilidad atractivos (en primer lugar, en los sectores dinámicos) para la expansión de los empresarios nacionales y regionales, afianzar la solidez de las políticas públicas sobre la base de regímenes impositivos equitativos y de gastos focalizados en la equidad, el incentivo a la inversión y la tecnología. Todo esto en un contexto de equilibrio fiscal, regímenes monetarios movilizadores del ahorro a los fines del desarrollo y blindados frente a las amenazas de la especulación financiera del orden global. El desarrollo es imposible sin inclusión social, pero esta tiene posibilidades escasas sin desarrollo. La transformación debe proponerse la redistribución progresiva de la El desorden es el riqueza y el ingreso y, al mismo tiempo, atender peor enemigo de a las condiciones del desarrollo en una economía las políticas de de mercado. Es inconcebible la justicia social en transformación y los el marco del subdesarrollo. Cuando prevalecen propios errores, más desequilibrios macroeconómicos y ausencia de que los obstáculos crecimiento, las tensiones distributivas agudizan el conflicto social y pueden culminar en el retorno planteados por los de las políticas neoliberales. El desorden es el peor beneficiarios de la enemigo de las políticas de transformación y los vieja estructura, la propios errores, más que los obstáculos plantea- causa principal de las dos por los beneficiarios de la vieja estructura, la frustraciones. causa principal de las frustraciones. Cuando los sectores retardatarios tienen capacidad de impedir la transformación es por la debilidad del campo nacional y porque ha fallado la estrategia política de la transformación. Es preciso tener en claro que la línea divisoria de las aguas entre la transformación y el pasado pasa por las alternativas de desarrollo o subdesarrollo, soberanía o dependencia. 6. La estrategia de desarrollo incluye las siguientes cuestiones principales: • Solidez de la macroeconomía. La misma requiere solvencia fiscal, superávit en la cuenta corriente del balance de pagos y política monetaria que responda a la demanda de dinero generada por el aumento de la actividad económica y el crédito para la ampliación de la actividad económica. Se

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130 trata de lograr que la economía opere con el pleno empleo de su capacidad instalada y mano de obra disponible, bajo niveles de deuda externa financiables con recursos propios y estabilidad razonable de precios. La existencia de espacios de rentabilidad atractivos para la inversión del ahorro interno y la captación de recursos complementarios del exterior evita la fuga de capitales, promueve la innovación y aumenta la inversión.

• La tasa de ahorro interno, cercana al 30% del PBI, permite tasas de crecimiento anual acumulativas superiores al 5%. El crecimiento de la productividad y del empleo facilita la elevación de los salarios reales y administrar la puja distributiva con necesaria flexibilidad de los precios relativos y razonable estabilidad del nivel general de precios. La respuesta a la estrategia neoliberal de estabilización, a través de las metas de inflación y el ajuste recesivo, consiste en la solidez de los equilibrios macroeconómicos y las políticas de ingresos derivadas del pacto social en un contexto de crecimiento de la producción y el empleo. La existencia de tipos de cambio desarrollistas que atiendan a las condiciones operativas de los diverLos desvíos de sos sectores sujetos a la competencia internacional es los equilibrios condición necesaria del crecimiento del sistema. Los macroeconómicos desvíos de los equilibrios macroeconómicos son un son un camino camino seguro para el fracaso del PNP.

seguro para el fracaso del PNP.

• Acumulación de capital y tecnología. Es esencial, para aumentar el empleo y los salarios reales, elevar el nivel de bienestar, multiplicar las oportunidades de progreso y generar los recursos necesarios para ampliar y transformar las bases productivas y la inserción en el orden mundial. Para tales fines, es necesario el aumento de la inversión y la aceleración del cambio tecnológico. Se plantea así el problema que Michal Kalecki destacó en su ensayo sobre “aspectos políticos del pleno empleo”. Vale decir, la resistencia de actores económicos principales (que originan buena parte del ahorro, la inversión y la innovación) a las políticas que amenazan sus posiciones dominantes y acrecientan el poder negociador de los trabajadores. Esto explica el apoyo de aquellos actores a las políticas neoliberales que achican el mercado y las ganancias pero preservan el orden establecido. • La inversión pública y la correspondiente a las pequeñas y medianas empresas son fundamentales para la acumulación de capital y tecnología.

• Sinergia público-privado. Es condición necesaria de la viabilidad del PNP, que se despliega en el contexto de la economía de mercado. Los intereses dominantes en la estructura establecida y la posición subordinada en el orden mundial resisten el protagonismo del Estado y los cambios inherentes al PNP. Al mismo tiempo, esos sectores ejercen una fuerte influencia en la opinión pública y son protagonistas principales de la innovación y la acumulación de capital y de la inserción de la economía en el orden mundial. Son, potencialmente, por lo tanto, agentes importantes de la transformación. La resolución del dilema y la construcción de una sinergia dinámica y creativa entre las esferas privada y pública descansa en varias cuestiones fundamentales. Primero, la vigencia de la división de poderes y del estado de derecho para resolver los conflictos. En las transacciones con agentes económicos del exterior, evitar subordinar la resolución de diferendos a instancias internacionales y someterlas a la jurisdicción del estado de derecho argentino. Segundo, la autonomía del Estado y de las políticas públicas respecto de los intereses dominantes en la esfera privada. Tercero, la capacidad de la conducción política de defender con firmeza el interés público y, al mismo tiempo, potenciar las convergencias y administrar los conflictos sin estridencias. Cuarto, reforma del Estado para desplegar con eficiencia sus funciones esenciales en el PNP. Estos son, nada menos, algunos de los desafíos de la ingeniería política de la democracia, capaz de encausar definitivamente el PNP, fuera del cual es imposible el desarrollo nacional.



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La cooptación de los mayores operadores privados al proceso de transformación es también importante y reclama la atención de las políticas públicas. La respuesta al dilema puede encontrarse en la experiencia de China, Corea del Sur, Taiwán y otras economías emergentes de Asia. En las mismas, la apertura de espacios de rentabilidad en los sectores estratégicos vinculados a las tecnologías de frontera promovió la alianza entre las políticas públicas y los titulares de los mayores intereses privados. En el mismo escenario, se atrajo la inversión de corporaciones transnacionales destinada a la incorporación de tecnología y la apertura de nuevos mercados, manteniendo la posición dominante de los intereses –públicos y privados– nacionales. Estas experiencias son útiles para responder a la demanda de inversiones y cambio tecnológico que debe resolver el PNP en Argentina.

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Transiciones por Nicolás Tereschuk El autor analiza una serie de “transiciones” que atraviesa la Argentina de cara a las elecciones del 2015, en las que ni Néstor ni Cristina Kirchner serán candidatos a la presidencia, lo que genera debates y disputas entre propios y ajenos: ¿cuánto de cambio?, ¿cambio en qué?, se pregunta. La centralidad del liderazgo presidencial exitoso que se ha dado en Sudamérica abre el interrogante sobre las características que tendrá el próximo presidente argentino: ¿será fuerte y con autonomía o ejercerá un liderazgo más “light”? Se superponen también la transición que debe encarar la región en una segunda etapa que demanda el cambio en la estructura productiva y la articulación con el sector empresarial para cumplir con la función social que les es propia: invertir. La forma en que se vayan desplegando estas “transiciones” comenzará a delinear el futuro político a partir del año próximo en el país. Argentina parece atravesar, desde mediados de 2014, una serie de “transiciones” superpuestas que no sería correcto ni demasiado fructífero analizar por separado: unas impactan sobre otras; donde algunas comienzan, otras terminan. Habrá que apelar a cierta imaginación entonces para pensar en posibles escenarios. Por un lado, está la más obvia de todas: el año próximo, luego de doce años de kirchnerismo en el poder, ni Néstor ni Cristina Kirchner serán candidatos a la presidencia. Se completará así un ciclo de una extensión desconocida hasta el momento en la renovada democracia argentina. Un año y medio más que lo que gobernó Carlos Menem. Prácticamente el doble del tiempo que gobernaron los radicales Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa juntos. Esto genera algún tipo de “transición” para todo el sistema político –los candidatos y el juego que se dé en el cuarto oscuro no será el mismo sin un Kirchner en carrera–, pero también muy en particular para el oficialismo, que ingresa en un nuevo terreno de debates y de disputas sobre quién es, para qué actúa y hacia dónde va.

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Aquí, una vez más, sobre todo para los oficialistas que no provienen del peronismo, la discusión vuelve a centrarse –justamente– en el peronismo. ¿Es el kirchnerismo una etapa del peronismo? ¿Con esa idea debe conformar sus programas y estrategias electorales? ¿El kirchnerismo es, aquí y ahora, el peronismo? ¿El kirchnerismo es una anomalía y el peronismo de los años 80 –tumultuoso, cambiante– y el de los 90 –olfateador del poder, en buena medida gerenciador de “lo político” entregando el manejo de “lo económico”– es lo que permanece? ¿Qué horizonte de mediano plazo debería guiar entonces a los sectores que se volcaron o que volvieron a la política con el kirchnerismo? Por otra parte, Argentina enfrenta una transición que le es común a toda la región de la que es parte, Sudamérica. El actual período de crecimiento económico con mejora de los indicadores sociales ha entrado hace algún tiempo en una “segunda etapa” donde se acumulan desafíos y se requieren nuevas herramientas. Brasil y Argentina son experiencias diferentes en algunos aspectos pero que también tienen algo en común. Los indicadores de recuperación de estas economías durante los gobiernos de Lula Da Silva y Néstor Kirchner fueron impresionantes. Una dinámica de crecimiento acelerado y de creación de puestos de trabajo, de consumo y de engrose de las clases medias (claro que desde un piso bajo). Con los años, la situación se hizo más lenta, más trabajosa en varios momentos de las gestiones de Dilma Rousseff y Cristina Kirchner. Un relato muy común de este proceso indica que la región se benefició de una especie de crecimiento “fácil” impulsado por los precios de los commodities que exporta. Un “viento de cola” que la depositó en un sendero de crecimiento con inclusión social. Que, a su vez, ese impulso se agota y que, por lo tanto, es hora de dejar atrás cualquier tipo de extravagancia en las políticas públicas para volver a lo “usual” en la región. La situación es diferente a esa caricatura: durante los últimos años algunos países sudamericanos se apoyaron más en las exportaciones de commodities y otros menos, en algunos casos se dio más o menos peso al mercado interno como motor del crecimiento, en algunos esquemas la incorporación de sectores de la población a niveles más altos de consumo se dio con distintas velocidades. Aun así, parece adecuada la caracterización que suele hacer la CEPAL en cuanto a que las economías sudamericanas crecieron y mejoraron distintos indicadores sociales con mayor éxito que en otras décadas, aunque sin encontrar aún la forma de avanzar en un objetivo que le fue esquivo también durante la segunda mitad del siglo XX.

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Se trata del tan mentado “cambio estructural”: aquellas modificaciones en la estructura productiva que deriven en más innovación y más eslabonamientos entre actividades y sectores. Dicho de otra forma, ese arduo camino que lleve de un crecimiento siempre acechado por vientos externos a un desarrollo con mayores niveles de solidez, más sustentable por sí mismo. Pero claro, como suele ocurrir en estas coyunturas para Argentina, se acumulan más dilemas, más cambios que atravesar. No por nada, en términos económicos, se trata del país más volátil de la región, seguramente uno de los más volátiles del mundo. Sin temor a equivocarse, cuando la región experimenta crecimiento económico, seguramente Argentina muestre un crecimiento más exacerbado, situación que se replica cuando viene alguna caída, que en el caso de nuestro país bien puede convertirse en una crisis. Así, en un país con sectores empresarios y sindicatos lo suficientemente fuertes como para pujar por parte del excedente pero no para definir por sí el rumbo económico y social o para influir de manera determinante en el terreno electoral, asoman las disputas por otras transiciones: las que se relacionan con cómo y qué se produce, con qué niveles salaria¿Los actores les, con qué mecanismos de distribución del ingreso. políticos, económicos ¿Se avecina entonces algún gran cambio en este y sociales optarán y otros aspectos? ¿O veremos reformas y giros grapor ir a lo seguro, duales, más bien acumulativos? ¿Los actores políllegando a acuerdos, ticos, económicos y sociales optarán por ir a lo logrando consolidar seguro, llegando a acuerdos, logrando consolidar parte de lo que han obtenido, o entrarán en juegos parte de lo que han de suma cero, a todo o nada? obtenido, o entrarán Un posible escenario de cambios bruscos no en juegos de suma parece descabellado si la sociedad le abre la puerta cero, a todo o nada? a una alternativa de ese tipo. Hay ejemplos históricos que así lo marcan. A mediados de la década del 70, en un escenario político conflictivo, violento, se impuso –a fuerza de represión– la clausura del período de sustitución de importaciones que había dado sus frutos en términos de crecimiento e integración social. Como aquel “modelo” tenía efectivamente problemas, algunos sectores aprovecharon para tirarlo por la ventana sosteniendo que estaba por completo “agotado”. Irrumpió la desindustrialización para intentar poner fin a “limitaciones” del período anterior, aunque también dejar de lado las virtudes, en una secuencia que no fue para nada inocente. En este contexto, otra transición tiene que ver con la actual decisión

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de distintos sectores empresarios de mostrarse con renuencia a cumplir con la función social que les es propia: invertir. Como en cada coyuntura que aparece esta dinámica, habrá que preguntarse entonces cuáles son las condiciones que buscarán los hombres de negocios para ampliar la capacidad productiva del país. Es decir, si con estos márgenes de ganancia, con estos niveles salariales, con estos niveles de empleo, con estos niveles de impuestos, no invierten, sería bueno preguntarse con cuáles estarían dispuestos a hacerlo. O, mejor dicho, accediendo a qué beneficios. En todo el período democrático iniciado en 1983, los grandes empresarios tuvieron dos momentos de “entusiasmo” para invertir, o más bien para repatriar algunos de los capitales que guardan en el exterior o fuera del sistema formal. Uno se registró cuando salieron a la venta a precios de remate las empresas del Estado, al inicio del gobierno de Carlos Menem. El segundo fue luego de la maxidevaluación implementada durante el gobierno de Eduardo Duhalde. ¿Se impulsará ahora una transición hacia una nueva etapa con cambios bruscos en ese sentido? Se podrían agregar algunas transiciones más. En todo lo que va del período kirchnerista, el Estado retomó protagonismo, capacidad de regulación de ciertos mercados, mayor cobertura –la seguridad social es un ejemplo claro– y presencia. Esa dinámica se aceleró en los últimos años con el cambio en la Carta Orgánica del Banco Central y la nacionalización de la mayor empresa del país, YPF. ¿Esto implicará en los próximos años que esta situación se mantendrá y se ampliará o se avanzará en cambios, reversiones? Aquí aparece (nuevamente) la necesidad de pensar en la dirigencia política. Pero también en la sociedad, en un baile que necesariamente se baila de a dos. En las próximas elecciones, los candidatos, cada uno a su modo, planteará algún grado de cambio y otro de continuidad. Podríamos ubicar ahora a cada uno de los postulantes en una línea que ubique a algunos más cercanos a una continuidad casi total de las políticas de los últimos años y otros en torno a la idea de un cambio de 180 grados. En el medio habrá necesariamente matices. La sociedad –las mayorías sociales– necesariamente así lo marcan. Y de ahí la dificultad del espectro opositor para determinar cuánto de “cambio” están efectivamente en condiciones de plantear al electorado, más allá de los gestos y mohines que suelen mostrarse en los sets de televisión cuando se habla de la idea de un “ciclo agotado”. ¿Cuánto de cambio? ¿Cambio en qué? Se habla de cambio en “formas”, se plantean escenarios de “consensos” con sectores de lo más

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136 disímiles –desde trabajadores sindicalizados hasta grandes terratenientes; desde grandes bancos hasta acreedores internacionales–, pero ¿qué cambios de fondo, qué cambios en cada una de las políticas públicas expone la oposición? Parte de este debate –bueno es decirlo– también atraviesa a un oficialismo que se muestra algo más homogéneo, pero en el que corren por lo bajo suspicacias y diferencias sobre qué intensidad podrían tener las reformas que, necesariamente, un nuevo período de gobierno a partir de 2015 requerirá. Después de todo, esto es Sudamérica, una región que parece estar lejos de un punto en el que las demandas ciudadanas se aquieten o no se renueven. Un concepto interesante para hacer foco y tratar de pensar este conjunto de transiciones tiene que ver con la noción de liderazgo presidencial, sobre el que ha trabajado en los últimos años, entre otros, la politóloga María Matilde Ollier. La política –la democracia– en Sudamérica no tiene las mismas características que en otras latitudes. Se trata de democracias presidencialistas, pero donde los niveles de institucionalización que pueden verse en los países desarrollados son menores. Priman otro tipo de acuerdos y arreglos, las normas escritas no son lo que marcan el paso de la política sino otro tipo de relaciones más “informales”, si se quiere. Democracias Presidenciales de Baja Institucionalización, les llama Ollier. Aquí, los sistemas políticos encuentran en cierto tipo de liderazgos presidenciales exitosos –la interpretación es mía– una especie de “ancla” contra la notoria tendencia a la inestabilidad presidencial que se registró sobre todo en las décadas del 80 y 90 (la suerte corrida por Fernando Collor de Mello, Abdalá Bucaram, Gonzalo Sánchez de Losada o Fernando de la Rúa estuvieron lejos de ser casos aislados). Aparecen así presidentes que concentran prerrogativas y recursos de poder. Ejercen el liderazgo de cierta forma que vuelve más sólida y mejora su posición político-institucional en todo el sistema. Logran no sólo contar con mejores maneras de llevar adelante políticas públicas y comunicarse con la sociedad sino también vínculos que les permiten apalancar su poder en otros que también lo tienen y que no sólo son los partidos políticos: gobernadores, sindicalistas, líderes sociales. Ejercer un liderazgo, de más está decirlo, no es imponer sino lograr que un conjunto de actores se conduzcan de una forma que coincida con los objetivos de quien lidera. Pensar la centralidad del liderazgo presidencial en Sudamérica, y por lo tanto también en Argentina –no vista como una “anomalía” sino como

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una realidad inherente a determinado contexto sociopolítico–, ayuda también a imaginar, a su vez, cómo se moverá el resto de los actores. ¿Necesariamente el próximo presidente buscará ser fuerte, contar con autonomía para acumular recursos de poder que le permitan avanzar con su programa desde una posición más sólida? ¿U optará por un estilo de liderazgo más light en el que de por sí la política limite su rango de acción, opte más bien por gerenciar lo político, lotee áreas de influencia a sectores empresarios, corporativos o incluso de la ¿Necesariamente el propia dirigencia política? ¿En qué medida próximo presidente una estrategia de menor protagonismo, que deje hacer a otros actores sociales con poder buscará ser fuerte, le deparará al presidente una situación más contar con autonomía estable? Dicho de otro modo: imaginemos para acumular recursos un presidente que en pos de un cierto con- de poder que le senso y para evitar la consiguiente crispación permitan avanzar con opte por no liderar su propia fuerza política, su programa desde una permita que jefes territoriales locales diseñen listas legislativas a su gusto, deba negociar posición más sólida? con múltiples actores de su partido la apro- ¿U optará por un estilo bación de determinadas leyes en el Congreso, de liderazgo más light diseñe su gabinete más en función de con- en el que de por sí la tentar a determinados grupos de poder eco- política limite su rango nómico o político que de enfocar mejor sus de acción, opte más bien políticas, encare su política exterior pensando por gerenciar lo político, más en los objetivos de otros países que en el interés nacional… Así podríamos seguir lotee áreas de influencia e imaginar múltiples combinaciones, más o a sectores empresarios, menos “concentradoras de poder” por parte corporativos o incluso del próximo presidente a la hora de ejercer (o de la propia dirigencia no) su liderazgo. política? La forma en la que se vayan desplegando cada una de estas transiciones comenzará a delinear el futuro político a partir del año próximo en el país. Pero no todo es futuro y el grado de efectividad que pueda mostrar el liderazgo de Cristina Kirchner en la última etapa de su gestión será seguramente un elemento de gran influencia sobre los años por venir. En parte, es esa tarea la que comenzarán a delinear las proporciones de cambio y continuidad que propongan los candidatos y que impulse o acepte la ciudadanía.



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El mal de la banalidad por Ariel Colombo El autor analiza el significado del kirchnerismo y sus posibilidades futuras, en el marco de la cultura política argentina y del sistema político existente. Las tendencias profundas en la conformación de la subjetividad popular y los problemas de la derecha y la izquierda para comprenderla son historizados para discutir las posibilidades futuras del movimiento kirchnerista. Desde el surgimiento del kirchnerismo, el campo político argentino parece dividido entre dos alternativas. Por un lado, los gobiernos kirchneristas han implementado un conjunto de decisiones políticas que configuran una agenda programática basada en la redistribución equitativa del ingreso, la ampliación de derechos ciudadanos, la politización de la sociedad civil, la reindustrialización de la economía y el multilateralismo como estrategia de política exterior. Por el otro lado, las distintas expresiones partidarias de la oposición ponen recurrentemente en evidencia el alineamiento con los componentes de un programa político vinculado al neoliberalismo en materia económica y al neoconservadurismo en el campo político y cultural. En este sentido, no resulta difícil prever que el triunfo de alguno de los liderazgos de oposición podría significar el retroceso de las tendencias señaladas en el párrafo precedente: apertura de importaciones, endeudamiento externo, desregulación de los mercados, freno a la política de derechos humanos. Estas fracciones pueden ganar las elecciones si convergen en un partido conservador de masas, reclamado históricamente por el establishment académico para la estabilidad del sistema político, es decir, para un proceso de cartelización partidaria donde se produce alternancia de partidos en el poder pero sin alternativas en materia de agenda programática. En la década de los 90 esta cartelización era denominada como “partido único del ajuste o de la transnacionalización”. En consecuencia, la continuidad del kirchnerismo en el gobierno depende de la fragmentación del frente neoliberal y de su capacidad para explotar el problema histórico de la derecha argentina: la

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pretensión de imponer su dominio sin hegemonía, eludiendo la conciliación de sus intereses particulares con los intereses generales. Durante la primera mitad del siglo XX, el mitrismo, el roquismo y el justismo no buscaron el voto de la clase media naciente, sino que practicaron su exclusión, tanto legal como fraudulentamente. El mitrismo no salió de sus enclaves portuarios, y el roquismo, basado en caudillos del interior y en marginales del centro, podía ganar sobre la base de la intimidación. El justismo contó con la represión, el fraude patriótico y la complicidad del sector antipersonalista de la UCR. En ese contexto, el radicalismo se constituyó, bajo el liderazgo de Yrigoyen, en una fuerza insurreccional, pero durante la década de los 30 fue enfeudado al orden conservador, para finalmente volverse la expresión partidaria del antiperonismo. Durante la transición democrática, el alfonsinismo tuvo la capacidad para transformar esta condición del radicalismo, pero su oportunidad se diluyó cuando Alfonsín pidió al pueblo que desalojara la Plaza de Mayo y fuera a besar a sus hijos porque la casa estaba en orden. Cuando la plaza quedó despejada, ingresaron las corporaciones que licuaron su poder mediante esa guerra civil encubierta que fue la hiperinflación. El peronismo también fue movilizatorio bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón, pero posteriormente quedó integrado al sistema político cartelizado bajo el menemismo. Este último no pudo convertirse en el partido buscado porque el vicario antiinflacionario se convirtió rápidamente en el verdugo antiestatal. Las clases medias, propietarias y asalariadas, que necesitan del mismo Estado al que denigran, quedaron en manos de los intereses especulativos del capital financiero. Si la proscripción del peronismo dividió al antiperonismo por la presencia de votos sin dueños e impulsó la tendencia secesionista dentro de los partidos, actualmente la furiosa campaña mediática antikirchnerista genera votos flotantes que buscan un candidato que los lidere, porque Clarín y La Nación, como antes el ejército, no son sustituto funcional de un partido. La derecha sabe, además, que puede ganar con la prensa, pero que no podría gobernar porque su luna de miel con las clases medias duraría poco. Duhalde y De la Rúa ya sufrieron este fenómeno. La larga ausencia de una derecha partidaria con posibilidades de imponerse en elecciones competitivas y gobernar ha conducido también a una equivalente debilidad de la izquierda para competir en el sistema político. Los sectores de la izquierda ortodoxa carecen hoy, como a lo

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largo de su historia, de una estrategia anticapitalista consistentemente democrática. Ello los ha conducido a oponerse y combatir a los distintos gobiernos y liderazgos populares, como los de Yrigoyen y Perón. Hoy la pseudoizquierda se halla integrada a las fuerzas de choque de la derecha mediática: demasiado insignificante como para infundirle temor, pero lo suficientemente presente como para contribuir al aparato que golpea al gobierno no por sus errores sino por sus aciertos. Por otro lado, los sectores de izquierda socialdemócrata, autodenominados “progresistas”, por retrodicción se los puede imaginar como cómplices de las reformas pro mercado y de un cinismo posmoderno en declive. La decisión de dominar sin hegemonizar Cuando los principios de los conservadores de todo pelaje se enfrentó de la soberanía a rebeliones que desembocaron en procesos de popular y los derechos democratización –el yrigoyenismo, el peronismo humanos entran en y el kirchnerismo–, que produjeron no un nuevo mediación mutua a sistema sino cambios en espiral. Cuando los raíz de una acción principios de la soberanía popular y los derechos que no los antepone humanos entran en mediación mutua a raíz de una acción que no los antepone sino que los sino que los supone, supone, cada uno extiende sus fronteras con la cada uno extiende aplicación del otro. Kirchner inició esta dinásus fronteras con la mica cuando se negó a reprimir la protesta social aplicación del otro. y encausó a los genocidas, y luego la profundizó con una sustancial quita en la deuda externa, y esta siguió, ya en el gobierno de Cristina Fernández, con la reestatización de los fondos de pensión. Sobre esa base inició transformaciones con una diferencia crucial respecto de las experiencias nacional-populares anteriores: la de un apego por el Estado de derecho que consiste en aplicarle a la derecha su propia legalidad, una molesta ingesta cuando no logra eximirse de ella. Por eso el kirchnerismo tuvo que enfrentarse a intentos tan ingeniosos como permanentes de desestabilización “destituyente”. El gobierno tiene enfrente una sociedad que quedó demasiado abierta interna y externamente al mercado, demasiado liberal y conservadora como para acompañar su dinámica de cambios democráticos. El mercado se metió en el alma de individuos que creen que sus éxitos se deben a méritos personales y que culpan al Estado si fracasan. El progreso es considerado equivalente a la movilidad individual, no el resultado de la movilización política que hace posible, eventualmente, el ascenso social.

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El liberalismo, al destruir al Estado con el aval de sus víctimas, primero durante la dictadura y después con el desguace de los 80 y de los 90, hizo tan indefensa a la sociedad frente a los ataques corporativos que su impotencia tiene como sustento la propia ceguera frente al “mercado” como si se hubiera vuelto autoinmune a la intervención estatal. El gobierno ha intentado asociar la redistribución del ingreso y la ampliación de derechos a la reconstrucción del Estado, pero, aun habiendo impulsado el crecimiento (en todo sentido) de las clases medias, no necesariamente cosecha el apoyo de sus beneficiarios. La corporación mediática corta o quiebra los vínculos simbólicos y materiales que haya podido establecer, incluso hasta con los sectores populares. Si al kirchnerismo le resulta intolerable resignar los logros de la “década ganada”, a la derecha le resulta inconcebible retroceder a la distribución y al Estado empresario de los años 70; por eso el gobierno no tiene oposición sino un obstruccionismo automático, y enfrenta (enfrentamos) el riesgo permanente de que ante la ausencia de debate –que no lo hay ni debería haberlo con adversarios que se asumen como enemigos–, la reflexión degrade en reflejo y el gobierno quede embridado a la agenda de Clarín y La Nación, centros de degradación de la opinión pública, que no pueden referirse al pasado porque son cómplices de un pasado genocida de endeudamiento, y que no pueden hablar del futuro porque se han aferrado a un futuro inconfesable: delegar, como se dijo, en el mercado y en la embajada norteamericana el porvenir de la sociedad. La confrontación, consecuentemente, no cederá. La derecha no hizo las reformas neoliberales para reconocer ahora su fracaso. Además, si los controles democráticos están volviendo, ¿por qué habrían de mantenerse en el largo plazo dentro de los parámetros capitalistas? El 2003 representó un cambio sustancial porque el kirchnerismo superpuso líneas de conflicto que antes se hallaban cruzadas, y unificó con sus políticas al campo opositor en un polo ideológico que no por execrable carece de amplia difusión. Sólo con su imprevisibilidad como estrategia política la iniciativa gubernamental pudo sortear los obstáculos. El camino es conocido: la tenacidad kirchnerista se sostuvo en la constante autodepuración (con la salida de figuras como Lavagna, Alberto Fernández, Moyano, Massa, o distintos caudillos provinciales y del conurbano) lo que le permitió avanzar como proyecto y militancia, abriendo demandas que ya no podrán ser cerradas fácilmente. En vez de concertar, mantuvo la iniciativa política y permaneció a la ofensiva. Este

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142 es su secreto: el futuro es su punto de apoyo; por eso puede establecer una relación de hegemonía con los sectores populares entendida como reproducción de las bases materiales del consentimiento, y antagonizar con las corporaciones, poniendo a los partidos de oposición a la defensiva, forzándolos a privilegiar a los medios de comunicación como forma de “hacer política”. El disenso ha sido su forma de crear consensos con objetivos, siempre variables y transitorios, puntuales y populares, y esto ha desconcertado a la oposición volviéndola infinitamente banal. La inconmensurable miserabilidad del periodismo confisca el lenguaje con una violencia que extrae de su sistemático agravio antigubernamental, captando al público en el momento de mayor humillación, es decir, el de su propia ceguera ante los acontecimientos por la ausencia de criterios de evaluación, en la medida que la memoria histórica ha sido disuelta por la reducción del pasado y del futuro a un presente permanente y brutal. Esta violencia extraída de la mistificación se arroja a la sociedad, buscando convertir a su palabra en lenguaje de odio. El agravio y la mentira antikirchnerista es el telón de fondo de la proyección permanente del crimen y del accidente de tránsito. Clarín y La Nación no son sólo monopolios, esto es, empresas con el poder de crear la demanda del mismo producto que tienen para vender (sus creencias ideológicas) sino que obligan a sus audiencias a comprar ese producto bajo amenaza de que si no enfrentan al gobierno seguirán sufriendo las consecuencias que sólo ellos mismos están en condiciones de generar, como la sensación de inseguridad o las expectativas inflacionarias o las sospechas de corrupción. Esta maniobra se concibe a sí misma, además, como cruzada contra un elemento antinatural y extraño al funcionamiento capitalista normal, que crispa inútilmente a la sociedad y la polariza. Si no existiera, todo volvería a ser como era antes, como en aquel momento mítico de esencial armonía que fue desestabilizado por el kirchnerismo. Pero el discurso falsificador, como cualquier discurso, siempre dice más de lo que pretende y queda expuesto al exceso. El lenguaje, cuando procede de un poder no fundado en derechos, es más incontrolable aún y muestra su complicidad abierta, por ejemplo, con los acreedores externos o con otras corporaciones. Esto es algo que somete a la impotencia política a la derecha, que se divide por el favor electoral de una opinión pública engendrada por el mismo poder al que se subordina. La mejor estrategia del kirchnerismo ha sido y será, por tal razón, confrontar sin tregua, porque sus enemigos nunca podrán legitimarse argumentativamente

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sin ser descubiertos de inmediato en sus intereses. Ciertamente, existe una audiencia constituida a la medida de ese poder mediático, y por eso sus lectores, televidentes, y oyentes, cuando pueden expresarse lo hacen con deseos de linchamiento. No es la resistencia sino el insulto sedicioso como acto de habla cotidiano el que domina la escena. Si en 2001 parte de la sociedad resistía a la destrucción ultraliberal del país, y expresaba finalmente su bronca con el “que se vayan todos”, dando lugar gracias a esta misma actitud al renacimiento de lo político, que se transformó en gestión política en 2003, hoy la servidumbre voluntaria atenta contra el proceso de democratización. La clase media busca un amo y parece siempre a punto de encontrarlo. A su vez, cuanto más desmiente el kirchnerismo la ilusión de que sería una modalidad de “populismo autoritario”, más furia y desesperación genera en la oposición, porque toca el núcleo de su fantasía y debe enfrentarse a la pesadilla de los conflictos reales creados por el gobierno. Cuanto mayor es la brecha entre la fantasía y la realidad, más recurre al vaticinio que recorre todo el espectro de izquierda y derecha, revelador de El kirchnerismo inició la banalidad de su pensamiento desiderativo: transformaciones “Asistimos al final de ciclo K”. con una diferencia Pero la estructura de la coyuntura actual, crucial respecto de el mal de la banalidad, tiene otros componenlas experiencias tes. Uno es suponer que un proyecto político nacional-populares debe su continuidad exclusivamente al líder, cuando un liderazgo, por personalizado que sea, anteriores: la del encarna la regla de la unanimidad, que es la que apego por el Estado corresponde a la primera secuencia de un pro- de derecho ceso de democratización, en la que se requiere más fuerza para poner en marcha un vehículo; pues la unanimidad no es menos democrática que las reglas de la mayoría y del acuerdo, que rigen etapas ulteriores de la misma acción. El segundo es creer que tres millones y medio de nuevos jubilados o seis millones de nuevos trabajadores pueden ser clientelizados, y que los oficialistas que no son comprados son simplemente unos idiotas. El error aquí es subestimar la racionalidad de quienes respaldan al proyecto, y tomarlos como parte de un sistema que en algún momento se equilibrará por sí solo, extrapolando el dogma de la tendencia al equilibrio del mercado. En esa espera se hallan hace más o menos unos diez años. Un tercero es pensar que el kirchnerismo es un desvío del peronismo “verdadero”, que en algún momento volverá a su

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cauce, cuando en realidad su dinámica disolvente cuestiona la totalidad de las tradiciones ideológicas, aun la propia y quizá sin mayor conciencia por parte de los protagonistas. Un cuarto error del antikirchnerista es creerse un previsible y pluralista ciudadano del mundo, que resolvería civilizadamente las diferencias apuntando al consenso; esta autocomprensión no oculta meramente el temor al conflicto con los poderes fácticos sino también al individuo asténico, cansado de adaptarse a los cánones capitalistas a los que llama “democracia”. Cree hallarse por encima del antagonismo pero no puede disimular su cobardía. Es que el asténico, en realidad, no espera nada de nadie, sólo que lo dejen en una paz sustentada en el endeudamiento externo, es decir, en la fuga hacia adelante con tal de vivir en un país “previsible”. El asténico El problema es que puede devolver el gobierno a la derecha con la no hay legado sino un total convicción de que vota por la izquierda y, hierro caliente. Sólo el así como fue carne suicida del experimento neoque tenga más coraje liberal, podría ser ahora víctima de su complay capacidad para cencia ante los mecanismos fácticos y formales tomarlo, y sustraerse que blindan a un capitalismo desafiado por la a los encantos de democratización. Los candidatos kirchneristas, en tal conun kirchnerismo texto, pueden morder el anzuelo y “moderarse” descafeinado, evitará para competir hacia el centro en busca de la quemarse. mediana electoral e ideológica, en lugar de desplazar las coordenadas o los ejes electorales e ideológicos por medio del conflicto, esto es, en lugar de desafiar a la sociedad como hicieron Néstor y Cristina una y otra vez; autolimitarse para parecer los más fieles herederos de un legado. El problema es que no hay legado sino un hierro caliente. Sólo el que tenga más coraje y capacidad para tomarlo y sustraerse a los encantos de un kirchnerismo descafeinado, evitará quemarse.



Un horizonte en discusión Existe un conjunto de nuevos problemas e interrogantes de orden cultural que inciden directamente en las discusiones de la vida contemporánea. A modo de brújula para guiarnos entre las múltiples dimensiones de estos conflictos, esta sección propone embarcarnos en debates que parecen estar más allá de las disputas coyunturales pero que influyen (o debieran influir) decisivamente en el curso de la política real. En este número, Horacio González presenta de modo polémico la cuestión de las nuevas tecnologías, especialmente su relación con la cultura humanística y crítica. Al rechazar la crítica aristocratizante desarrolla los contornos de una crítica democrática que busca profundizar en las condiciones éticas, artísticas y cognoscitivas de su uso.

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Realidades digitales: crítica aristocrática o crítica intelectual por Horacio González El director de la Biblioteca Nacional se pregunta sobre los cambios que pueden provocar las grandes mutaciones tecnológicas en las formas de escritura, a propósito de un artículo de Santiago Kovadloff publicado por el diario La Nación. En oposición al adecuacionismo mecánico y a la crítica aristocrática, González reclama una crítica de carácter democratizante que a su vez conserve la pregunta filosófica y literaria por los signos y significados de la cultura. I

Siempre es pertinente la pregunta sobre cómo pueden cambiar las escrituras en relación a las grandes mutaciones tecnológicas. No cabe duda de que las grandes armazones del lenguaje tienen una historicidad que les es inherente; sus transformaciones ocurren esencialmente porque el cuerpo de usuarios lo somete a experiencias radicales que provienen de las prácticas cotidianas más diversas: tanto económicas como amorosas, clandestinas, tanto ceremoniales como comerciales, estatales o carcelarias. No siempre se inician esas innovaciones en la esfera tecnológica, porque un invento que sacude las rutinas anteriores no suele provenir de un autonomismo técnico, sino al revés, las tecnologías surgirían de una tendencia a pensar el tiempo y el espacio como destinados a abreviar el consumo de energía humana y ampliar la producción serial de energía. Sin embargo, las tecnologías se han convertido en un acontecimiento que postula para sí el nacimiento de la reforma cultural, moral e intelectual. Es habitual escuchar que la máquina de escribir cambió las formas y estilos del lenguaje escrito, y a partir de este hecho, pueden tejerse diferentes vías especulativas, sea para reconstruir nostálgicamente el grafo personal trazado sobre el papel sin mediaciones, sea para festejar la maquinalidad del escribir como un perfeccionamiento racional de la inteligibilidad

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del texto. La civilización ascendería desde el cuño singular intransferible de la obra, hacia la reproducción abstracta y generalizadora de la obra serializada, partícipe de un todo cerrado y homogéneo, producida por analogías mecánicas. Es sabido que Borges mostró su suspicacia contra la máquina de escribir; le bastaba su caligrafía diminuta, obsesiva y minuciosa para expresar la paciente resistencia al arte mecánico de la escritura, así como análogamente expresó su reniego nostálgico por el entubamiento del arroyo Maldonado. Pero no desdeñó textos suyos firmados bajo ese régimen de escritura tecnificada, aunque hayan sido dactilografiados por secretarias o colaboradores. Ahora que la máquina de escribir dejó paso a otras tecnologías de escritura (aunque no puede dejar de observarse el retorno ostensible de ciertos modelos de tal clase de máquinas, no sólo como imperativo nostálgico sino como retorno crítico al pasado tecnológico inmediato para no clausurar antiguas experiencias que exhibieron su probada utilidad), se pueden presentar estos artefactos como indicio de un momento antediluviano, que a muchos puede parecerle inconcebible. Es que cada pasaje de una tecnología a otra deja el incómodo sentimiento de servidumbre respecto al último envío del presente, y de molestia indefinida ante el objeto que quedó estanco por obra del progreso ineluctable. Creo recordar que en Nadja, de André Breton, hay una observación sobre el gusto caballeresco que consistiría en no abandonar la carrera tecnológica, pero sí en instalarse en un capítulo anterior al último desarrollo conquistado. No ser arcaico, pero tampoco absolutamente modernos, y en ese rasgo sutil que consiste en guardar un grado de distancia respecto al postrer horizonte alcanzado, mostrar cierto desprendimiento de la novedad que puede ser efímera, y un elegante desapego a un pasado que se abruma ante nosotros en medio de merecidos respetos. La hipótesis de que cambian las formas de escritura según cambien las tecnologías –que para el caso, se revisten de la supuesta ingenuidad del concepto de “soporte”–, es un magnífico locus de observación para juzgar todo el cuadro tecnológico de la época. Es evidente que no puede decirse una sola cosa, a modo de afirmación unilineal, sobre la mutación del pensamiento escrito según vayan cambiando los rumbos de los soportes tecnológicos de la escritura. Con la aparición de la máquina de escribir no tenemos constancias mayores de que Joyce, Proust o Borges hayan modificado su estilo. El borrador manuscrito nunca desapareció del oficio del escritor, y aun en los casos en que este no precediera a la posterior

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transcripción mecánica, esta solía tener tantas reescrituras, tachaduras – hechas con la tecla “x” o luego por el propio puño del escritor (valga el ejemplo de Viñas)– que el “original” pasaba a ser una extraña mixtura de procedimientos: los tipos de la máquina conviven con los garabatos grafológicos del autor, e incluso las pruebas de galera servían para introducir sobre ellas, en su “última ratio”, las correcciones del momento postrero, que hacían variar el texto con un salvataje in extremis (valga el ejemplo de Walsh, pero también el de Borges, de Proust, etcétera). Cuando los libros fueron progresivamente compuestos por el invento de Gutenberg y sus socios –los tipos móviles, la prensa inspirada en los artefactos que para ese mismo fin tenían las vinerías para procesar la uva; surgía una empresa que siglos después llamaríamos “industria cultural”–, los ejércitos de monjes escribas que fabricaban pliegos y pliegos en los monasterios, no quedaron necesariamente Todo escrito siempre sin ocupación. Esas artesanías de la letra, en se halla “en estado muchas casos de fina elaboración, sobre todo en de borrador”, y la las capitulares del texto, seguía combinándose decisión de imprimir con los impresos seriados que salían del ingenio es puramente gutenberiano. Convivieron dos “estilos tecnológicos”. Y así fue durante siglos, si se tiene en técnica, cortando cuenta lo dicho anteriormente acerca de cómo aleatoriamente un sobre la misma prueba de galera, muchos escriflujo que si no, sería tores sentían el aguijón definitivo de poner un indefinido. último adverbio, suprimir un sustantivo o agregar una frase subordinada entera, antes de que sea tarde. Eso abonaría la tesis romántica de que todo escrito siempre se halla “en estado de borrador”, y la decisión de imprimir es puramente técnica, cortando aleatoriamente un flujo que si no, sería indefinido. Quizás no sea lo mismo en la era del llamado “procesador de textos”, pues los cambios suelen no dejar huella, y el salto desde el mundo anterior de representación analógica –como suele decirse– al campo digital permite operaciones sobre el texto que, si por un lado son todas de índole metafórica –pues se denominan con los atributos anteriores: “cortar y pegar”, “ortografía y gramática”, “buscar”, etc., todo lo cual se hacía artesanalmente–, por otro lado, se caracterizan por estar en un presente absoluto, sin dejar ninguna huella, salvo que el llamado “control de cambios” también interviene con su trazo evidente, pero efímero, sólo destinado a la rápida sustitución de un fragmento por otro, perdiéndose la delicia del

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rastro escritural que llevó de versión en versión. En el mundo digital no hay versión, pero todo puede replicarse de inmediato y todo se halla en un infinito tiempo actual, sin vestigio ni caducidad. Los incautos que han caído en las mallas de la fácil apología de la digitalización, del banco de datos, de la barra de herramientas, de la automatización del sentido testimonial de la cultura, en suma, de la teoría de la información, producen una extraña paradoja. A cambio de una promesa de traducción de toda una era arcaica de la cultura a un plano uniforme de democratización de la consulta de todo el patrimonio universal, se acepta retroceder muchas posiciones en el tablero de las grandes filosofías del conocimiento. Ello ocurre por la aceptación sin crítica del concepto de soporte, con el cual se quiere trazar una línea histórica acumulativa que va desde la tableta de arcilla o el copista manual sobre rollos de pergaminos hasta la pantalla digital, el cidí rum o todas las modalidades de registro digital. Queda entonces un marco binario para comprender la historia del libro y de los signos de la lengua, en términos de soporte (forma) y contenido (representaciones sensibles). Se pasa así por alto, en nombre de un reductor binarismo, todas las relaciones de intrincamiento efectivo que la filosofía de todos los siglos descubrió entre las formas y los contenidos, hasta intercambiar todos los significados, transfundiendo unos en otros. Ya se observó innumerables veces que la revolución informática no se dedicó a inventar su propio lenguaje. Tomó como metáforas apropiables el lenguaje náutico –navegación–, el arquitectónico –soporte–, el infantil –cortar y pegar–, el de la carpintería –herramientas–, el del documentalista –archivos, documentos–, el del bibliotecario –referencias–, el del montajista –insertar–, el del diseñador –margen estrecho, margen moderado–… A todos estos recursos, finalmente de carácter epistemológico, los presentó como meras formas operatorias, cuando en verdad se pueden considerar el estadio final de una filosofía del lenguaje encubierta. Porque si por un lado se hace protagonista de una gigantesca traducción civilizatoria –quedan incluidos todos los documentos de cultura de la memoria polvorienta que va desde el interior de los monasterios hasta las circulares secretas del Pentágono–, por otro lado, aparece un severa limitación que es la de no poder producir palimpsestos con los juegos de la memoria. Llamamos palimpsestos de la memoria al carácter esquivo y no uniforme que la memoria posee; la caracteriza una capacidad de manifestación tan vigorosa como su posibilidad de dispersión y agotamiento. Tiene además carácter súbito y desobediente a catalogaciones o jerarquías

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150 de ordenamiento. Puede ser suscitada por especialistas que la investiguen desde museos, curadurías, sentencias psicoanalíticas o programaciones mediáticas, pero habrá siempre una reserva intraducible, un ignorado noúmeno que es cambiante y se hace inhallable en las múltiples resistencias que opone a su transcripción en las obras planas del mundo digital. II

En un reciente artículo en el diario La Nación1, Santiago Kovadloff hace algunas consideraciones sobre este tema que nos parece adecuado discutir. Para ello citaremos el siguiente trecho de ese artículo: “¿Cuál podría ser la incidencia negativa de los cambios tecnológicos sobre la práctica de la literatura? No son pocos ni irrelevantes los que aseguran que la facultad de memorizar se encuentra amenazada por la tecnología de punta empleada en la comunicación. ‘Hacia mediados del siglo XX –escribe Nicholas Carr–, la memorización había comenzado a caer en desgracia’. La memoria biológica es radicalmente diferente de la memoria informática. Según Kobi Rosenblum, jefe del Departamento de Neurobiología y Etología de la Universidad de Haifa: ‘Mientras que el llamado cerebro artificial absorbe la información e inmediatamente la guarda en su memoria, el cerebro humano sigue procesándola mucho después de haberla recibido, y la calidad de los recuerdos depende de cómo se procese esa información. La memoria biológica está viva. La informática, no’. Carr infiere: ‘Lo que da a la memoria real su riqueza y su carácter, por no hablar de su misterio y su fragilidad, es su contingencia. Existe en el tiempo, cambiando a medida que el tiempo cambia. La memoria biológica se encuentra en perpetuo estado de renovación. La memoria almacenada en una computadora, por el contrario, adopta una forma binaria y estática. La web es una tecnología de olvido. Y gracias una vez más a la plasticidad de nuestras vías neuronales, cuanto más usamos la web, más entrenamos nuestro cerebro para distraerse, para procesar la información muy rápidamente y de manera muy eficiente, pero sin atención sostenida. Esto ayuda a explicar por qué a muchos de nosotros nos resulta difícil concentrarnos incluso cuando estamos lejos de nuestros ordenadores. Nuestro cerebro se ha convertido en un experto en olvido, un inepto para el recuerdo’”. 1  “La tiranía de la era digital amenaza el espíritu crítico”, por Santiago Kovadloff, La Nación, 5 de septiembre de 2014 [http://www.lanacion.com.ar/1724518-la-tirania-de-laera-digital-amenaza-el-espiritu-critico].

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La primera observación que haremos se refiere a la mención a los trabajos de Carr que hace Kovadloff. Coincidimos con ellas, aunque no hablaríamos de memoria biológica sino de memoria aleatoria o memoria en futuro anterior (opera sobre las ruinas de los futuros acontecidos), y llamaríamos a la informática, memoria planificada o bien, programada (opera sobre el facto acumulativo, relacional y el “cruce de variables” de los “bancos de datos”). La llamada “Teoría de la información”, de la cual emanan conceptos como “sociedad del conocimiento” y “gerenciamiento del conocimiento”, La incerteza es un giro de la gnoseología aplicada que parte científica de nuestra de las industrias culturales y reinterpreta todo época se expresa el lenguaje anterior de la medicina, la ingenie- en la vaguedad ría, la gestión cultural o empresaria, las cienterminológica, en el cias sociales y la administración de archivos. intento de forjar una Consideramos este rumbo civilizatorio, con el aspecto irreversible que parece poseer, un nueva filosofía con ámbito ineludible de nuevas discusiones. De metáforas cuyo origen estas depende que la llamada globalización es ancestral y en (con este u otros nombres) se imponga como las denominaciones horizonte abstracto del consumo cultural que tipológicas de la unificará en un único molde humano a millociencia, ya que se ha nes de individuos atomizados, o del nuevo universalismo “desigual y combinado”, que pone hecho habitual decir en el mismo plano histórico tanto los rumbos “ciencias duras” y de la medicina informática, los nuevos rangos “ciencias blandas” comunicacionales cuya materia prima es el tra- en un remedo del piche que procesa la intimidad de cientos de “hardware” y el millones de habitantes del planeta, como el “software”. augurio funesto de nuevas guerras étnico-religiosas, que no son otra cosa que un réplica absurdamente complementaria y opuesta de las guerras de la racionalidad instrumental (desde Vietnam hasta los bombardeos con drones), y las guerras teológico-políticas (o teológico-petrolíferas) con el sangriento arcaísmo de degollados en ejecuciones rituales. También coincidimos con la otra mención que hace Kovadloff. La web promueve antes bien el olvido que la rememoración, pues ignora los enormes poderes selectivos y recombinatorios que tiene la negligencia recordativa involuntaria en el océano de los hechos indiferenciados de la

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152 memoria pretérita. Como lo demuestran el psicoanálisis y toda la literatura de Borges, el olvido es un operador indispensable para evitar vivir en un constate presente, prisioneros de un retórica tecnificada cuya lógica seductora promete aventuras desconocidas y gira sobre las mismas proposiciones binarias de la “sociedad del conocimiento” (esto es, la condición apologética que posee la ideología de los fabricantes de “epistemes reguladoras”, que no usan este concepto sino que lo atienden con una palabra intraducible, software, habitualmente definida en términos de las “partes blandas”, tentativamente definido como “el conjunto de los programas de cómputo, procedimientos, reglas, documentación y datos asociados, que forman parte de las operaciones de un sistema de computación”). Llegados a este punto, no estamos haciendo un alegato tradicionalista o anacronista que pase por alto la gran mutación tecnológica en el mundo de los signos, mundo en el que habitamos y es necesario construir éticas existenciales para estos movimientos del espíritu técnico, con las que aún no contamos. Se puede apreciar que la incerteza científica de nuestra época se expresa en la vaguedad terminológica, en el intento de forjar una nueva filosofía con metáforas cuyo origen es ancestral –ya dijimos: la de la “navegación”– y en las denominaciones tipológicas de la ciencia, ya que se ha hecho habitual decir “ciencias duras” y “ciencias blandas” en un remedo del “hardware” y el “software”, ignorándose los esfuerzos de todas las teorías conocidas por diferenciar y a la vez asociar de distintas maneras ambos aspectos de la gnoseología humana. Así pasaron el positivismo contra la diferenciación entre “ciencias de la naturaleza” y “ciencias del espíritu” y el estructuralismo con sus “significantes lingüísticos”, para homogenizar de otro modo las estructuras científicas, esta vez contra su antepasado, el positivismo. En esta incerteza de la lengua científica, la denominada teoría de la información recorre un largo arco de sentido que va desde la antigua teoría de la guerra hasta las nuevas supuestas nociones de la revolución de la intimidad (“selfies”, “subir las fotos”), y desde los monasterios con sus cenicientos archivos hasta las grandes empresas archivístico-informáticas, como Iron Mountain, que se crean con toda la tecnología disponible y el antiguo concepto monástico de que en el alto capitalismo financiero se siguen guardando secretos de los que conviene deshacerse de tanto en tanto, con incendios que atienden las aseguradoras, como si estuviéramos ante una trama aparentemente envejecida de las novelas policiales de los años 30 (El cartero siempre llama dos veces, 1934). ¿Qué hacer

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entonces con estas ilusiones de democratización de la “información” y las críticas de apariencia “aristocrática”, que no se basan en tesis de carácter adorniano, que no tienen ningún contenido reaccionario, sino en la desconfianza permitida o la admonición estetizante tolerada por los grandes medios, como hace La Nación con la crítica de Kovadloff? Mi conclusión es que se reclama una crítica efectiva, de carácter democratizante pero de visos intelectuales rigurosos, respecto al mundo del lenguaje informático, candorosamente tenido como aliado sin más en las epopeyas educativas democráticas, lo que sólo podría ocurrir si se lo hace motivo de una averiguación ética, artística y cognoscitiva más incisiva, todo lo alejada que se quiera Se reclama una crítica del aceptacionismo automático, actitud efectiva, de carácter que rigió las opciones de las élites moder- democratizante pero nizantes argentinas desde la locomotora de visos intelectuales La Porteña hasta la actual admiración con rigurosos, respecto que ciertos sectores científicos perseveran al mundo del en tomar como modelo a la NASA. No estamos amonestando a los usua- lenguaje informático, rios de las neotecnologías –nosotros tam- candorosamente tenido bién las usamos– sino evitando concederle, como aliado sin más en tanto al adecuacionismo mecánico como a las epopeyas educativas la crítica aristocrática, la perseverancia de democráticas, lo que la pregunta filosofía y literaria por los sig- sólo podría ocurrir si nos y significados de lo que llamamos filose lo hace motivo de sofía o cultura. Por eso no tenemos problemas en decir que coincidimos con muchos una averiguación ética, aspectos del artículo de Kovadloff en La artística y cognoscitiva Nación (como sabemos, es el autor de los más incisiva, todo lo manifiestos que de tanto en tanto nos pro- alejada que se quiera porcionan los grandes empresarios finan- del aceptacionismo cieros, rurales e industriales), pero lo haceautomático. mos desde una perspectiva bien diferente, con otro lenguaje sin empaque y con otras nociones que evitan trasuntar el aristocratismo con el que ejerce la crítica. Nosotros también creemos en el poder de la literatura, de Pessoa o de Marcel Schwob (que no son meros “contenidos”, como reza la tesis informática en curso, una vez puesto por ella misma el consabido “soporte”) y lo creemos fuente de pedagogía democrática, motivo de reapropiación por los mundos populares (no

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154 “populistas”) e indicio de resurgimiento de la crítica intelectual (no de los “intelectuales”). Una coincidencia más: ciertas formas de “poder”, citadas habitualmente en las locuciones con las que se conversa en la política y de la política, son notoriamente vasallas del régimen acumulativo de “datos” que emergen de “bancos informáticos”, a modo de cruel remedo. Pretender transformar un país es simultáneo al deseo transformista que deben transitar en forma inmanente los hablantes y practicantes de las artes políticas. Sólo así la ciencia y la técnica (y sus sucedáneos menores, los medios de comunicación que operan con la “literatura de la teoría de la información”) serán un paisaje de emancipación, y la filosofía (o la literatura), lenguas que no se deshagan ante el desarrollismo dominante ni ante el temeroso aguijonazo que siente el aristócrata cuando es consentido para declamar que su feudo de simbolismos irreductibles corre riesgos de ser avasallado por la memoria mecanizada. Esas lenguas deben ser las lenguas de la autoconciencia política, regidas por un nuevo humanismo que habrá que refundar, a la luz de un nuevo diálogo con los mensajeros de las nuevas alianzas entre tecnología y biología, información y energías, datos y pensamientos en ensayismos permanentes. Un capítulo central de la reconstrucción humanística y crítica fueron las objeciones, en la mitad del siglo XX, a las industrias culturales vistas como regresión del carácter insondable de las obras de arte. Teniendo en cuenta el pasado de esta discusión (y una gran discusión nunca se hace pasado en nosotros), podemos sin duda tratar también esta cuestión sin el “factor desarrollista” que hace de la industria cultural una medición del producto (y apela al lenguaje del “producto” para decir lo que antes llamábamos “obra”), ni el “factor Kovadloff”, el manierismo de la crítica expuesta a sus propios ensueños elitistas, como clausura de los caminos alternativos que exigen los panoramas democrático-populares, nunca incompatibles con el arte autónomo, la crítica intelectual y el deseo de obras singulares, irreductibles a ningún otro lenguaje que no sea el de su propia existencia inesperada en el mundo.



http://pinceladasdeunamicroviajera.wordpress.com/

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Vista de La Paz desde el Parque Urbano Central © Sara Gordón, 2013

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Para jerarquizar el debate sobre la década ganada Por Sebastián Mauro Al día siguiente de la muerte de Néstor Kirchner, Roberto Gargarella realizó un curioso balance de los gobiernos kirchneristas: “Luego de una década (…) la estructura del poder real (…) sigue siendo tanto o más regresiva que antes de su comienzo. Lo que es peor, las desigualdades de hoy auguran tremendas dificultades para mañana”1. Si bien la montaña de análisis y datos que circuló en ese mismo momento desmentía tales afirmaciones, durante los años subsiguientes, la “grieta” entre interpretaciones polares sólo se ha profundizado. En este contexto, que probablemente corroe más los claustros académicos que otros ámbitos de la vida social, Gabriel Kessler ­–El sentimiento de inseguridad (2009), Reconfiguraciones del mundo popular (2010)– ha encarado una tarea tan necesaria como compleja: hacer un balance sobre los gobiernos kirchneristas partiendo de la pregunta por la reducción de las desigualdades. Preguntarse por el impacto de las políticas del kirchnerismo desde la 1 http://seminariogargarella.blogspot. com.ar/2010/10/el-poder-real-despuesde-kirchner.html.

Libro: Controversias sobre la desigualdad. Argentina, 2003-2013 Autor: Gabriel Kessler Editorial: Fondo de Cultura Económica Año: 2014

óptica de la igualdad emplaza el texto en el debate por el carácter transformador del proceso político, elevando el nivel de exigencia por encima de la cuestión de la pobreza, tópico acuñado por el propio neoliberalismo a finales de los 90. También implica abordar un conjunto plural de fenómenos, transversal a todos los aspectos de la vida social, que incluyen la redistribución del ingreso pero también el acceso a servicios o el reconocimiento de las diferencias culturales. Más allá de la relevancia de la pregunta, la elaboración de la respuesta es el principal mérito del volumen. Su autor construye una perspectiva fundamentada que articula indicadores heterogéneos e identifica matices y contradicciones de un proceso político extenso, complejo y profuso en reformas. La apuesta de Kessler, antes que

su capacidad de traccionar la ampliación de la cobertura de otros derechos. Esta conclusión, compartida por otros analistas, ha derivado generalmente en un debate sobre cuánto hemos recuperado de los niveles de períodos precedentes, hipostasiando una mítica “edad de oro” desarrollista. Kessler evita este lugar común afirmando el carácter inédito de nuestro presente, donde el rol integrador del trabajo se potencia con la construcción de ciudadanía en un sentido más amplio, que abre permanentemente nuevos procesos de afirmación de derechos en los más variados campos de la vida social. Este fenómeno constituye el segundo de los hallazgos del estudio: la igualdad se convirtió en el punto focal de las demandas ciudadanas y de las políticas públicas, generando dinámicas novedosas de reducción de desigualdades. Estos avances son frágiles. Como concluye el propio autor, “todavía es pronto para saber si este período será apenas un paréntesis entre un ciclo largo de aumento de las desigualdades o, por el contrario, el comienzo de otro nuevo…”.



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ensayar una respuesta que cierre las controversias, es mejorar los argumentos y elevar el nivel del debate, con el hilo conductor de una vocación igualitaria y los contornos de una agenda programática futura. En esta línea, advierte que la década kirchnerista no admite lecturas simplistas; al contrario, como cualquier proceso reformista, su principal características es la concurrencia de tendencias contradictorias, donde numerosas políticas han contribuido a incrementar los niveles de equidad, mientras que otras dinámicas de desigualdad han tendido a persistir a pesar de la iniciativa estatal. Kessler recorre problemáticas como distribución del ingreso, trabajo, salud, educación, vivienda, infraestructura, ambiente e inseguridad, abordando una variedad de indicadores a los que contextualiza en clave comparada con períodos precedentes y con las tendencias registradas en los países vecinos. Cada una de estas áreas es sometida a una evaluación minuciosa de sus matices y contradicciones, sobre las cuales se ensaya una interpretación general al final de cada capítulo. Afirmar la existencia de tendencias contradictorias no excusa al autor de posicionarse sobre la evolución general del proceso político en términos de avance de la igualdad. Apoyado en la densidad de su estudio y con el horizonte de una agenda progresista futura, desarrolla un balance que podría sintetizarse en dos puntos. El primero de ellos es que el trabajo ha sido el principal elemento igualador en la sociedad argentina de la última década, no sólo por su impacto en la redistribución del ingreso sino también por

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La fuerza de la juventud organizada Por Mariana A. Altieri El nuevo libro de Sandra Russo se propone abordar la historia de La Cámpora desde la perspectiva de sus militantes y conductores. Panelista en el programa periodístico 678 de la TV Pública, la autora ya ha incursionado en estos temas en sus libros anteriores, como La Presidenta, basado en entrevistas a Cristina Fernández de Kirchner, y Jallalla. La Túpac Amaru, utopía de la construcción, sobre Milagro Sala, entre otros. Fuerza propia está basado en entrevistas a los fundadores del armado nacional de la juventud del kirchnerismo, Máximo Kirchner, Andrés “El Cuervo” Larroque, Mariano Recalde, Wado de Pedro, Juan Cabandié, José Ottavis, Mayra Mendoza y Horacio Pietragalla, así como a militantes de otras organizaciones del arco kirchnerista como Homero Koncurat de Peronismo Militante, Quito Aragón de la Martín Fierro o Leo Grosso del Movimiento Evita. La autora señala que, desde su perspectiva, la trasformación más profunda de la “década ganada” fue dejar de hablar de ideales para comenzar a hablar de convicciones: “el ideal es lejano pero uno puede vivir según sus convicciones” y agrega, como una crítica al falso independentismo,“cuando

Libro: Fuerza Propia. La Cámpora por dentro Autor: Sandra Russo Editorial: Debate Año: 2014

uno ha aprendido a pensar críticamente y se integra a un proyecto colectivo, de ninguna manera renuncia a esa manera de pensar. Por el contrario la expande”. Esa conciencia colectiva del proyecto nacional y popular del kirchnerismo como identidad política, es lo que da sentido a la masividad actual de La Cámpora, como una construcción política plenamente al servicio de ese proyecto. Uno de los objetivos centrales del libro es mostrar a La Cámpora como una organización largamente amasada en el tiempo desde los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner y liderada por una generación de dirigentes que venían de la militancia en los barrios, la universidad y los organismos de derechos humanos, a los que se han ido sumando los nuevos jóvenes interpelados por la política. En esta línea se plantean los hilos de

el libro busca contar una historia colectiva desde las historias particulares de cada uno de ellos para desembocar en ese llamado que les hace Néstor a armar la orgánica nacional de la juventud que el proyecto nacional y popular necesitaba. Rico en anécdotas pero también en análisis, en el libro abundan las reflexiones sobre los debates, las definiciones y las concepciones que hoy dan fuerza a la organización política de la juventud.



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conexión entre la experiencia militante de los 90, de donde surgen los actuales dirigentes de La Cámpora y la construcción actual, enfatizando que todos ellos eran jóvenes que venían trabajando políticamente, construyendo en un país donde todo se destruía. La consigna “La patria es el otro” es vista por la autora como el emergente de la transformación del sujeto acotado que promovía el neoliberalismo en otro tipo de sujeto que vuelve a pensarse colectivamente y, en consecuencia, actúa políticamente. Hoy, La Cámpora se convirtió en la articuladora del espacio político más representativo del proyecto nacional y popular: Unidos y Organizados. Avanzando en las entrevistas a cada uno de los fundadores se percibe cómo

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Conversaciones con Maquiavelo Por Constanza Iselli ¿Por qué seguimos leyendo a Maquiavelo quinientos años después de publicada su obra cumbre, El príncipe? ¿En qué medida sigue vigente su pensamiento para la praxis política contemporánea? ¿Qué lecciones deja al teórico de la política y al líder político? ¿Qué ha cambiado y qué permanece cinco siglos más tarde? Estas son algunas de las preguntas que recorren los siete artículos que integran esta compilación editada por la Universidad de General Sarmiento, que surge como resultado de un ciclo de conferencias y “un diálogo que se prolongó más allá” entre Leonardo Eiff, Ernesto Funes, Horacio González, Edgardo Mocca, Eduardo Rinesi, Diego Tatián, Sebastián Torres y los compiladores, Julia Smola y Gabriel Vommaro. Todos los autores entablan una “conversación” con el florentino que, a partir de una aguda observación de la realidad política, sigue brindándonos valiosas claves para pensar las coyunturas –una brújula, como sugiere Funes–. Una conversación que, incluso, arriesga González, entabla el propio Maquiavelo con su personaje mítico: el príncipe. El llamado padre de la modernidad ha inaugurado la necesidad de “buscar un nuevo sentido al presente; historizarlo para ponerlo en cuestión”, allí radica para Funes su actualidad. Pero

Libro: Variaciones sobre Maquiavelo. A 500 años de El príncipe Comp.: Julia Smola y Gabriel Vommaro Editorial: Universidad Nacional de General Sarmiento Año: 2014

para él, la novedad en Maquiavelo es que no sólo nos interroga –como todos los pensadores–, sino que es uno de los pocos que nos da respuestas que, aún hoy, siguen dando que hablar y habilitan un sinnúmero de “conversaciones”. Desde distintas perspectivas, se abordan los ejes centrales de su obra: la verdad efectiva de la cosa (ese realismo político que hace volar por los aires cualquier fundamento trascendental para el orden político) y la teatralización de la política como reino de las apariencias; la tensión irresoluble entre virtù y fortuna (ese dios laico que tiene forma de mujer); la libertad que nace de la conflictividad permanente entre los dos humores que habitan las ciudades con sus apetitos contrapuestos; y la cuestión del tiempo como contingencia e incertidumbre.

años: la política tiene una lógica de acción propia, asociada al ejercicio del poder, a la posibilidad de que el líder político ponga en acto su virtù frente a la contingencia de la fortuna, intervenga en la realidad y funde un orden nuevo que cuestione el sentido común y rompa con el statu quo. Esta potencia creadora e instituyente que ha sido vital en Sudamérica durante la última década comienza a desplegarse también en otras latitudes, confirmando la genialidad imperecedera del florentino.



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Althusser definió a Maquiavelo como el primer pensador de la coyuntura, aquel que toma posición política y que busca intervenir en la realidad de su tiempo para fundar un nuevo orden. “No vamos a encontrar en su obra una voluntad de descripción objetiva de la realidad, sino un programa político, una manera de mirar que tiene en su interior un propósito de transformar la realidad”, clarifica Edgardo Mocca y ejemplifica con la experiencia kirchnerista. Al admirador de César Borgia le interesaba cómo viven realmente los hombres y no cómo deberían vivir, por eso estudió sesudamente la historia de los hombres verdaderos, sus éxitos y fracasos para alcanzar y conservar el poder, estableciendo una separación tajante con el deber ser y la moral, ya que nada tiene que ver la política con lo bueno y lo malo –definiciones que tampoco escapan a la disputa hegemónica–. En épocas de ebullición política, donde los cimientos del orden neoliberal asociado al capital especulativo crujen y donde la antipolítica escudada en la ética busca aquietar los vientos de cambio, vale recordar lo que Maquiavelo observó hace quinientos

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Paralelismos insospechados Por Antolín Magallanes Hay libros que nos plantean múltiples entendimientos de situaciones que no pensábamos encontrar en ellos. Es el caso de La novela de mi vida de Leonardo Padura, autor cubano, muy en boga por sus relatos, muchos de ellos policiales, que circulan fervientemente entre los lectores de este país. Tanto es así, que se ha editado por primera vez en Argentina, la novela que aquí les comentamos. Si bien esta sección merecería el comentario de literatura política, quien comenta considera que no puede tomarse sólo la acepción de bibliografía académica, pues tratándose de una revista que busca aportar a la reflexión y a la acción política, bien deben entenderse esos caminos por otros bordes mucho más amplios y universales, como los de la literatura. Desde El Facundo o El matadero, por decir dos títulos locales, sabemos que la literatura sudamericana es política, que a través de ella uno puede interpretar otros lugares y pliegues de la práctica política o sus efectos. Una manera de reflexionar más libremente sobre el pensamiento y la práctica. En la novela de Padura, uno pude encontrar la esencia del patriotismo latinoamericano, con una impresionante similitud a la de cualquier otro lugar del continente, con ese tinte romántico, también fundante en la precisa vinculación de la literatura,

Libro: La novela de mi vida Autor: Leonardo Padura Editorial: Tusquets Editores, Colección Andanzas Año: 2014

la poesía y el fervor político independentista en épocas de colonias españolas. Allí se traza una saga que nos lleva a entender el porqué de un Martí y hasta el porqué del arrojo cubano en épocas revolucionarias, pero también a reconocer las traiciones, delaciones y desdichas, tan similares a las ejecutadas por otros intereses, o tal vez los mismos, como las ocurridas en las lejanas tierras del Río de la Plata, por ejemplo. La poesía como un instrumento exaltador de la sublevación, la libertad de los esclavos y de España, son algunos de los recorridos; otros son los que se vinculan con las conspiraciones y las traiciones, que sólo pueden ser entendidas en el teatro de los intereses en disputa. ¿Cómo suponían los cubanos que era la independencia antes de Martí? ¿Cómo se miraba a los esclavos y qué miedos recaían

sobre ellos como amenaza si estos eran libres y dejaban de ser la fuente de muchas fortunas acumuladas en los ingenios del azúcar? ¿Cómo complementar la matriz independentista de la época y escurrirse de la trama profunda de la libertad absoluta de quienes habitaban la isla? Sin duda estos son los tópicos que recorren la novela, como así también los vericuetos que van urdiendo las órdenes masónicas al servicio de la independencia, que van trazando los enlaces de la política de la época y llevando al lector por pasadizos dignos de una trama de suspenso policial, pero eminentemente política. Lo asombroso del recurso literario está expuesto en las alternativas temporales que se plasman en el texto. Este comienza con el retorno de su protagonista tras dieciocho años de exilio en épocas contemporáneas, con la finalidad de culminar su tesis doctoral, la cual depende de un manuscrito del poeta José María Heredia. La tensión de la novela tiene múltiples ramificaciones, pero la central siempre es sostenida por la búsqueda incesante de un manuscrito que dejara el poeta. A esa historia debe sumarse la de su hijo, un masón empobrecido, que relata sus peripecias junto al manuscrito que cuida, por legado paterno, a principios del siglo XX. De este modo, tres temporalidades unidas por ese hilo conductor muestran de qué increíble manera las vidas de los tres personajes van teniendo sostenidos y profundos paralelismos. Interesantes comparaciones de exilios y destierros se repiten en la historia cubana, encontrando en

esos escenarios algunos patrones que ayudan a encontrar respuestas a situaciones del presente. Es interesante ver cómo es el funcionamiento de un mismo país en sus distintos contextos históricos, ver cuántas similitudes hay. También, entender la raíz de muchos comportamientos, inclusive políticos, pero también sociales, continuidades históricas dispuestas a repetirse y a conformar un sustrato social, proclive a la repetición. Poder sentir los climas de época, sus contextos y explicaciones, entrando en el pasado y volviendo al presente a través de los distintos personajes, genera un movimiento de reflexión y comprensión histórico, político y social, que sólo puede ser despojado del prejuicio pueril por la literatura, su interpretación, y su poder de anticipación basado en la creación.



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Las artes en el siglo XX Por Silvina Mohnen Eric Hobsbawm es el historiador contemporáneo por excelencia. Su trilogía La era de la revolución, La era del capitalismo y La era del imperio, a la que más tarde agregaría Historia del siglo XX, es sin lugar a dudas producto de su agudo análisis y capacidad para sintetizar los procesos históricos que transcurrieron en el período del siglo XIX y siglo XX. Un tiempo de rupturas, su libro póstumo, nos traslada también a esos tiempos a través de una recopilación de distintas conferencias y algunos escritos inéditos del autor. A lo largo de los 22 capítulos encontramos sus reflexiones a través de preguntas y conjeturas –algunas de las cuales tienen respuesta y otras no– acerca del mundo interrelacionado de las artes, la ciencia, la religión y la política. El título del libro nos remite a varias rupturas que se producen a lo largo del siglo XX con el pasado decimonónico de la belle époque. Una de esas rupturas, quizás la más importante, hace alusión al surgimiento de la sociedad de masas, que luego de las guerras mundiales, provoca una convulsión en la manera en que la sociedad se relacionaba con el arte y con las ciencias. Alemania había sido la entrada a la modernidad, su lengua era sinónimo de estatus social y cultural, y la Mitteleuropa, como el historiador denomina al centro de Europa, era el núcleo cultural con su capital en Viena.

Libro: Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX Autor: Eric Hobsbawm Editorial: Paidós, publicado bajo su sello Crítica Año: 2013

Pero la Primera Guerra Mundial vino a dejar sin hogar a esa lógica cultural. Con el inicio del “siglo corto”, las artes ingresan en lo que Benjamin, citado por el autor, denomina “la era de la reproductibilidad técnica”. La denominada “alta cultura” deja de ser dominante para dar lugar al consumo de la sociedad de masas. La fotografía primero y luego el cine son los elementos disruptivos a los cuales esas masas acceden. Para el autor, la revolución del arte del siglo XX es la combinación de la tecnología y el mercado de masas, al producirse “una democratización del consumo estético” con el séptimo arte a la cabeza. La revolución tecnológica provoca que tanto la literatura, la arquitectura, la música, la pintura y la escultura se vean modificadas en cuanto a su producción y consumo por la lógica del mercado. Y es así que el sector privado

como rebeldes en su círculo social. No corrían la misma suerte las mujeres de la clase trabajadora que debían hacerlo por la necesidad material. Así, el autor va atravesando distintas temáticas rupturistas que atañen a las prácticas culturales, la religión, el papel de los intelectuales en la sociedad y a cómo se ve modificada la concepción de la ciencia. También alude y profundiza acerca de las vanguardias artísticas, distintos movimientos como el art noveau y el pop art, y la relación entre el arte y el poder de las dictaduras del siglo XX. Incluso nos deleita con un capítulo sobre el mito de los cowboys norteamericanos. Pero, en la actualidad del siglo XXI, “¿a dónde van las artes?”, se pregunta. Sólo un historiador del 2050 nos lo podrá contar.



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inicia una progresiva concentración de la producción cultural; avanzada que el autor advierte frente a la despreocupación estatal por este sector. En el siglo XX la economía mundial, a través del comercio, genera y fortalece una industria cultural global, apoyada por los medios de comunicación y centros industriales transnacionales. También, Hobsbawm dedica un capítulo a la llamada cuestión de género. Allí indaga acerca de cómo se produce la emergencia de la figura femenina en la dimensión pública de la sociedad burguesa del siglo XIX. Las mujeres de clase media y alta se veían como poseedoras de los mismos derechos que el hombre burgués y muchas de ellas lucharon por el voto femenino en sus países de origen. Si buscaban estudiar y trabajar eran vistas

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Ricardo Aronskind

Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Relaciones Internacionales por FLACSO. Investigador y docente en la UBA y en la UNGS (IDH, Área de Política). Actualmente se encuentra cursando el Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Colaboró a través de artículos y ensayos en numerosas publicaciones y revistas.

Santiago Barassi

Sociólogo de la Universidad de Buenos Aires. Investigador en el Instituto de América Latina y el Caribe (IEALC), donde aborda los debates en torno al concepto de democracia, la representación política y el proceso de integración regional. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Provincial de Ezeiza (UPE) y como periodista especializado en política latinoamericana.

Ariel Colombo

Licenciado en Ciencia Política y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad del Salvador. Investigador del Conicet, donde desarrolla una indagación sobre la cuestión del tiempo en la teoría política. Se desempeña como docente en la Universidad del Salvador. Autor de numerosos libros y artículos, entre los que se incluyen los cinco volúmenes de La cuestión del tiempo en la teoría política (Editorial Prometeo).

Iñigo Errejón

Magíster y licenciado en Ciencias Políticas con especialización en Análisis Político. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid con una tesis doctoral sobre la construcción de hegemonía del MAS en Bolivia. Sus líneas de investigación se centran en el análisis de discurso, las identidades políticas y el conflicto político. Jefe de campaña del partido Podemos en las elecciones europeas de 2014.

Sebastián Etchemendy

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de California Berkeley y profesor asociado del departamento de Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella, donde dirigió también la Maestría en Ciencia Política entre 2009 y 2012. Se especializa en economía política y en el estudio de los actores empresariales y sindicales. Desde 2011 es asesor del ministro de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, Carlos Tomada.

Doctor en Ciencias Económicas (UBA, 1953). Profesor Emérito en la Universidad de Buenos Aires y primer secretario ejecutivo de CLACSO (1967-1970). Es cofundador del Grupo Fénix, integrado por economistas argentinos para diseñar un modelo económico alternativo a las políticas neoliberales. En 1996 recibió el Premio Konex de Platino por su trayectoria en análisis económico aplicado.

Álvaro García Linera

Nacido en Cochabamba, Bolivia, en 1962, se formó como matemático en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Posteriormente estudió sociología durante su permanencia en la cárcel de San Pedro, en la ciudad de La Paz. Desde 2006 es vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia.

Baltasar Garzón

Juez español y referente mundial en materia de derechos humanos y lucha contra el terrorismo. Presidente de la Fundación FIBGAR, organización pro derechos humanos y jurisdicción universal con sede en Madrid, que en la actualidad tiene programas en desarrollo en España, Argentina, Colombia, República Dominicana y México. Es consultor externo de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional en La Haya, de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la OEA en Colombia y, desde 2011, integra el Comité de Prevención de la Tortura del Consejo de Europa.

Francisco González

Abogado y magíster en Integración Latinoamericana. Profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV).

Horacio González

Docente y ensayista. Es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (1970) y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de San Pablo, Brasil (1992). Desde 1968 ejerce la docencia universitaria en diversas instituciones del país y del exterior. Realizó cursos de posgrado y especialización. Desde 2005 se desempeña como director de la Biblioteca Nacional.

Juan Carlos Monedero

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Heidelberg, Alemania. Es profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas Públicas y Ciudadanía Global del Instituto Complutense de Estudios Internacionales.

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Aldo Ferrer

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Federico Montero

Licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Investigador en el Instituto de América Latina y el Caribe (IEALC), donde aborda los debates en torno al concepto de democracia, la representación política y el proceso de integración regional. Se desempeña como docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en el Instituto Universitario de Artes.

Pedro Páez

Economista por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), máster en Desarrollo y Políticas Públicas por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y Ph.D y M.Sc. en Economía por la Universidad de Texas (University of Texas at Austin). Actualmente se desempeña como Superintendente de Control del Poder de Mercado, dependiente de la Presidencia de la República de Ecuador, y es docente de FLACSO-Ecuador.

Franklin Ramírez Gallegos

Sociólogo. Profesor e investigador del Departamento de Estudios Políticos en FLACSO-Ecuador. Ha sido profesor invitado en la UNAM (México), la Universidad de La Plata (Argentina), la Universidad de Lyon-2 (Francia), la Universidad de Antioquia (Colombia) y en la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS-CHILE), entre otras. Sus líneas de investigación aluden, por un lado, a los nexos entre acción colectiva, conflicto político y democracia en los países andinos y, por otro, a los procesos de cambio político, transformación estatal y posneoliberalismo en el giro a la izquierda en diversos gobiernos de América del Sur.

Eduardo Rinesi

Licenciado en Ciencia Política por la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario (UNR); máster en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), y doctor en Filosofía por la Universidad de San Pablo (USP). Actualmente se desempeña como rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

Bernat Riutort

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y doctor en Filosofía por la Universidad de las Islas Baleares, España. Ha investigado y escrito en torno a la filosofía social y política desde una orientación crítica, en particular en los campos de pensamiento filosófico-político crítico moderno y contemporáneo, en los análisis de los fenómenos contemporáneos de la globalización, la ciudadanía, el cosmopolitismo, el nuevo orden mundial, la crisis económico-política actual, el proceso de la construcción europea y las consecuencias de la actual crisis.

Dirigente kirchnerista. Referente nacional de Nuevo EncuentroUnidos y Organizados. En octubre de 2012 fue designado por la presidenta de la nación Dra. Cristina Fernández de Kirchner como presidente del Directorio de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual. Anteriormente fue electo como diputado nacional por la provincia de Buenos Aires (mandato 2009/2013), e intendente del Municipio Morón, provincia de Buenos Aires, en dos oportunidades.

Nicolás Tereschuk

Politólogo por la UBA y magíster en Sociología Económica por la UNSAM. Es docente en la Universidad de Buenos Aires y FLACSO. Editor del blog Artepolítica y columnista habitual en distintos medios nacionales.

Mario Toer

Sociólogo de la Universidad de Buenos Aires. Profesor consulto y titular de Política Latinoamericana (UBA). Dirige un equipo de investigación en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Autor de libros y publicaciones sobre las diferentes épocas del devenir del capitalismo en el siglo XX y las distintas estrategias de construcción y articulación de las fuerzas políticas de izquierda en la región.

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Martín Sabbatella

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