Sobremesa en Proa POR ALICIA DE ARTEAGA
Diseñador gráfico, ensayista, pintor. En 1945 integró la Asociación Arte Concreto Invención. Participó en la Bienal de Río de Janeiro en 1945, 1960, 1975 y 1980, y en la de Venecia ( 1956) Entre 1963 y 1973, vivió en México. Expuso y obtuvo distinciones internacionales. En 1982 ingresó en la Academia Nacional de Bellas Artes
Efigie en equilibrio relativo, Alfredo Hlito, 1991
adn Ocampo Buenos Aires, 1922
Arquitecto, diplomático, pintor. Asistió al taller de André Lhote (París, 1948). Integró junto con Lidy Prati, Sarah Grilo, Tomás Maldonado y Alfredo Hlito un grupo de afirmación del arte concreto-geométrico, participó de la Exposición Internacional de Bruselas y en la Bienal de Río de Janeiro. Desde 1983 es miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes. Hasta la fecha realizó 50 muestras individuales en el país y en Uruguay, Brasil, Venezuela, El Salvador, Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia Vive en La Cumbre, Córdoba, desde 1978
la contienda y el corte de víveres diplomáticos: tal era el panorama cultural de los argentinos en la década de 1940. En vísperas de eclosiones políticas y sociales que aún percuten sobre el parche tendido desde La Quiaca hasta la Antártida, flanqueado por los macizos andinos y los embates del océano Atlántico. ¿Germinaba en el espíritu de la época otra utopía? Esa nueva alianza entre arte, sociedad y equidad movilizó las vanguardias rusas previas y coetáneas a la Revolución de Octubre, a las audacias de holandeses y de la Bauhaus internacional y germana. Ninguno de estos fermentos llegaban al Río de la Plata. En esos márgenes –trazados con línea gruesa en esta nota– eclosionó Arte Concreto Invención, asociación de poetas, diseñadores, músicos, arquitectos, escultores, pintores. Algunos devenidos teóricos, todos utopistas. O, como dice el protagonista Iommi, locos de la guerra. Del eterno combate entre lo establecido esclerosado y la savia pulsional que se empeña en algo nuevo. Fueron resistidos como lo fuera en 1924 el cubismo impulsado entre nosotros por Emilio Pettoruti, avalado por Marcelo T. de Alvear. A los concretos, a mediados de los años cuarenta les tocó en desgracia el ministro Oscar Ivanissevich, cirujano y adalid versificador de la cruzada contra el “arte de-
generado”, demonio opuesto a la “bigornia de titanes” del arte “como se debe”, según se disformaba en su magín. La aventura tuvo y sostiene fermentos –y aun polémicas egocéntricas– en las que no se enredaron Hlito ni Ocampo. Los dos derivaron a riesgo y poética propios por aquellos corsi e ricorsi que hace añares Vico señaló como la profunda aventura del espíritu humano. Los dos alcanzaron transfiguraciones de intacta poética, epifanías, esfinges, entrevisiones que interpelan la pupila y otros entresijos que murmuran, alertan, su existencia a los que en secreto acceden a su imagen. En su plenitud, Alfredo Hlito nos fue arrebatado. Ocampo liba su imagen en los sosiegos cordobeses donde hizo su morada hace años, tras los destinos impuestos por su labor diplomática. Cantos internos y cielos trascendidos sin retórica campean en las riberas de Tigre. Esa otra metáfora del río de Heráclito que las claras pupilas de Hlito y Ocampo ofrecen en el convivio que Niko Gulland propone. Meditados, laborados, improvisados, espontáneos, la conmemoración del Bicentenario se adjetiva en esta muestra imperdible. Ficha. Hlito-Ocampo, en el Museo de Arte Tigre (Paseo Victorica 972), hasta el 14 de noviembre
Douglas Crimp
vecindario para mostrar y vender arte contemporáneo. A Douglas no le gusta el Meatpacking District, “es un lugar un tanto artificial, fabricado, puede funcionar más para diseño y moda, no para arte”, remata y va por el flan con dulce de leche. Metros más allá, Claudia Caraballo y “Tatato” Benedit ajustan los criterios expositivos de la formidable muestra inaugurada anoche. Platería, utensilios de la vida cotidiana, atalajes y enseres de caciques y tribus de la pampa, en un corte histórico. Una lección magistral para profundizar en cuestiones de identidad, pero también para entender el refinamiento de los textiles y piezas de platería, obra de manos indias. Allí está también un tesoro bien guardado: el poncho bayo que fue del general José de San Martín.
@alicearte
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21 Viernes 29 de octubre de 2010
adn Hlito Buenos Aires, 1923-1993
Una tarde primaveral, un almuerzo tardío de amigos de la casa con la presidenta de la Fundación Proa y una sorpresa. Sentado, con camisa de lino y actitud zen, está Douglas Crimp, crítico neoyorquino de alta fama, referente de los años 70. Segunda sorpresa, está “de paso” por Buenos Aires. El objetivo de su viaje fue participar, en Córdoba, de ¡Afuera! (mega de arte público), invitado por Pancho Marchiaro, del Centro Cultural España. Sigue impresionado por la energía y la juventud de los participantes, todavía shockeados por el asado-obra de Tiravanija, del que habla todo el mundo. Crimp, perdón, dice barbecue para referirse al encuentro montado por el tailandés en un camping suburbano, mientras da cuenta de su ensalada de rúcula, brie y láminas de almendras. Al comentar la escena neoyorquina dedica un párrafo a los poderosos galeristas, como Larry Gagosian, con más presupuesto que los museos, capaz de montar un gran show del “último Monet”, en su galería de Chelsea. Éste sigue siendo el mejor