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SOBRE EL TÉRMINO CULTURA y sus posibles implicaciones VÍCT OR MANUEL CÓRDOVA PEREYRA Facultad de Filosofía y Letras/Universidad Autónoma de Chihuahua
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ablar del término cultura implica una complejidad tan vasta como la cantidad de definiciones y acepciones a que dicho término nos puede
Brenda L OZANO CELAYA: Peregrinación.
remitir.
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Si la cultura, como término a definir y como fenómeno o cosa en sí, constituye un problema desde una perspectiva filosófica, lo es no solo en la medida en que se ubican sus límites como concepto y su relación que guarda con hombres y mujeres en general, sino también en cuanto a la reciprocidad que mantiene con el ser humano como sujeto o individuo. La primera problemática con que nos encontramos en estas reflexiones es, obviamente, la de definir el término en cuestión, pues si bien una definición usual, aceptada y generalizada de dicha palabra es aquella que nos señala a la cultura como todo lo que el hombre ha creado,1 es fundamental destacar cómo a esta conclusión general se han agregado otras particularidades no menos importantes, desde las cuales el concepto adquiere un sentido cuya relevancia puede alcanzar a explicar, con cierto grado de satisfacción, los derroteros que a través de la historia los hombres han trazado en función de ciertos objetivos y de ciertas necesidades. Las particularidades a las que hago alusión son aquellas que complementan la definición que aquí nos ocupa, con un enfoque no solo filosófico sino también histórico, antropológico y –¿por qué no?– psicológico y que nos dicen, principalmente, que, como consecuencia de nuestro devenir histórico y de nuestra evolución psicológica, la cultura es al fin de cuentas una condición natural en nosotros, nuestra segunda naturaleza. Así, bajo esta premisa, opera el pensamiento de Johann Gottfried Von Herder –quien llama a la cultura “segunda génesis del hombre”–2 y el de Max Scheler, quien literalmente la denomina “segunda naturaleza”.3 Esta valoración o interpretación de la cultura como una entidad, que es a la vez resultado de la construcción 1
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que el hombre hace de su entorno no natural primigenio, y herramienta que le sirve a este para construir su relación con dicho estadio, nos ubica en una perspectiva muy interesante del estudio de la cultura como fenómeno; una perspectiva que tiene que ver, según apuntan estas reflexiones, con un carácter dual de la misma; dualidad –a su vez– que consiste en verla como medio y como fin. Como medio, la cultura constituye el elemento a través del cual nos protegemos del mundo natural, nos adaptamos a él, o lo adaptamos, en la medida de lo posible, a nosotros. Con base en este enfoque, podemos ver a la cultura como el vehículo con el que los seres humanos logramos transitar de un estadio primitivo y primigenio a otro más elaborado, en el cual nuestra naturaleza –más frágil que la del resto de los seres del reino animal– se encuentra relativamente protegida a través del conjunto de símbolos y signos, mediante las estructuras materiales e inmateriales que la cultura implica. Samuel Ramos, en El perfil del hombre y la cultura en México, aborda esta cuestión cuando nos dice: “Uno de los sentimientos más necesarios para sostener la vida de todo hombre, es el de la seguridad, que se afirma especialmente cuando el individuo tiene la ocasión de verificar la eficacia de sus aptitudes y de su poder. En otras palabras: es el éxito repetido de la acción lo que, progresivamente, va edificando en la conciencia individual el sentimiento de la seguridad”.4 Está claro que conceptos como individuo o individualidad, así como el de seguridad, son, después de todo, acepciones culturales. La construcción de esa seguridad de la que habla Ramos, a partir de la invención de la cultura –como se ha venido señalando en este ensayo– lleva al hombre a verse a sí mismo, con el paso del tiempo, más allá de su carácter gregario; lo lleva a visualizarse como un ente individual, como un sujeto. De aquí podemos entonces inferir que se desprende otra dualidad de la cultura, dualidad que no necesariamente implique confrontación, pues la dicotomía sociedad-individuo se antoja más como una complementación que como un contraste insalvable. El hombre ha creado la cultura, pero no lo ha hecho solo; la cultura, visto así, de esta manera, es la suma de muchas individualidades, las que van a reconocerse como tales en la medida en la que la cultura avance y se llegue a un grado mayor de sofisticación de ella: de tal suerte que es entonces cuando podemos empezar a considerar a la cultura como un fin en sí 2
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misma, pues es a partir de este hecho que nos enfocamos a caminar única y exclusivamente por el camino que ella nos marca –el cual, a su vez, no es otro que el que la humanidad ha definido desde que creó ese estadio que nos ocupa en este ensayo–, como si la evolución darwinista, habiendo llegado a su fin en el aspecto fisiológico, tomara ahora el derrotero de la cultura. Así, lo que evoluciona ahora es el aspecto no fisiológico del hombre, sino el espiritual; es decir, lo que tiene que ver con el conocimiento, con el lenguaje, con los sentimientos y las emociones; con todo lo que nos hace humanos.5 Federico Engels, en Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, hace una división, por etapas históricas, de la evolución que la humanidad ha vivido hasta llegar a convertirse en civilización. 6 Aunque actualmente muchas de las aseveraciones de Engels pueden resultar rebasadas y hasta muy cuestionables, sus reflexiones y sus conclusiones son realmente dignas de considerarse. Para el pensador alemán, nacido en 1820 y fallecido en 1895, quien a su vez se basa en el antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan (1818-1881), existieron “tres estados prehistóricos de cultura” –el estado salvaje, la barbarie y la civilización–,7 a partir de los cuales comienza a gestarse una relación distinta con el medio y es precisamente esta nueva relación con el entorno la que va a definir el carácter de la cultura y, como se ha venido señalando en este ensayo, lo que también permitirá que la cultura como fenómeno influya, al mismo tiempo, en las personas, tanto grupal y socialmente como en el aspecto individual. Según Engels, en la primera etapa, el salvajismo, “[...] predomina la apropiación de productos naturales enteramente formados; las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre todo, a facilitar esa apropiación”.8 Luego, agrega sobre la barbarie –la segunda etapa– la ganadería, la agricultura y la adquisición de métodos de creación más activa de productos naturales por medio del trabajo, como las actividades que la caracterizan. 9 Finalmente, en la tercera etapa, la denominada civilización, “[...] el hombre aprende a elaborar productos artificiales, valiéndose de los productos de la naturaleza como primeras materias, por medio de la industria propiamente dicha y del arte”.10 Como puede verse, cuando Engels habla de apropiación, se corrobora el hecho de considerar a la cultura como un medio, pues es con ella que el hombre logra desarrollar los subsecuentes estados de la evolución. Sin ABRIL-JUNIO 2008
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Elaine A. G ONZÁLEZ A LFARO: En el mar de Violeta.
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embargo, estas consideraciones no abonan en detrimento de la valoración de la cultura como un fin, pues, como ya mencionaba líneas arriba, una vez marcado el camino del hombre, es decir, una vez definida la cultura como vía y como vehículo para avanzar, dicho avance se realizará en pos de ella misma. Como fin, la cultura constituye también una autoinvención, una verdadera actividad creadora, tal y como lo define Mario Teo Ramírez. 11 Sin embargo, no hay que soslayar el hecho de que hemos considerado con antelación en este escrito, a la cultura como un conjunto de signos y símbolos, como una abstracción que, aunque se expresa a través de situaciones concretas o más o menos concretas, es en gran medida y sobre todo eso, una entidad abstracta. Cuando simbolizamos algo, cuando lo rodeamos, lo construimos a partir de símbolos. Cuando lo explicamos mediante signos, no buscamos otra cosa que darle sentido; es decir, significarlo. Darle significado o sentido a algo implica, por tanto, plantearnos una finalidad, pues es en pos de esta, como objetivo o meta, que definimos hacia dónde queremos llegar; por lo tanto, si concluimos que la cultura es un conjunto de símbolos y de signos, que es algo simbolizado y que, por ello, tiene un significado, una razón de ser, estamos hablando de que la cultura ABRIL-JUNIO 2008
tiene un fin y que ella misma es ese fin. La cultura es medio y es fin, es tradición y es innovación, es producto de nuestro carácter gregario y de nuestra individualidad y, a la vez, influye en estas dicotomías permanentemente. Quizá un ejemplo ilustre mejor esta conclusión: imaginemos a un hombre que ha sido encarcelado injustamente, aislado del resto de la sociedad. Purga una condena, al estilo de Edmundo Dantés, el celebre personaje de Alejandro Dumas, en una celda que se encuentra ubicada en una torre, la que a su vez, está erigida en un islote, alejado de toda comunidad. El prisionero solo cuenta, además de sus harapos, con un plato de madera y una cuchara de metal para comer sus alimentos que diariamente son llevados hasta su celda. Un día, el pobre infeliz, decide comenzar a cavar en secreto, con su cuchara, en un rincón de la celda, esperando paciente y fervientemente recuperar de esa manera su libertad. Este hombre, podríamos decir, utiliza la cuchara como un medio para alcanzar ese fin supremo que es la libertad; sin embargo, el hecho de que haya considerado aplicar un nuevo uso y, por ende, un nuevo sentido al instrumento de metal con el cual usualmente come, nos indica con claridad que dicho artefacto no carece en su nueva modalidad de susten3
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Ulises REZA VENZOR: Si tú fueras yo.
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to ni, por decirlo así, de espíritu, pues la libertad anhelada por el prisionero es a la vez el impulso o la fuerza que subyace en la cuchara o en la idea de utilizar la cuchara como si fuese una pala, para que esta sea un medio; es decir el medio es una forma de manifestación física del fin que la anima. Así, la cultura es a un mismo tiempo medio y fin, pues mientras a través de distintos elementos, tales como el arte, la política, la religión, la filosofía, la ciencia, etcétera, pretende elevar la condición del hombre a otro status diferente, dicho status no es sino otra forma de cultura idealizada y ponderada como algo superior. Hasta aquí se pensaría que la cultura es entonces un término más bien ligado a la innovación que a la tradición; es decir, unido a la conservación; sin embargo, paradójicamente, si pensamos de nuevo en el ejemplo del prisionero, veremos que este actúa como se indica, dando un sentido nuevo al instrumento cuchara, esto es innovando, pero para conservar su vida en un estadio que él concibe como el más adecuado para ello. Es, al fin de cuentas, la innovación una de las tradiciones más poderosas y sustantivas del género humano. Ya sea que consideremos a la cultura como un resultado de natura, ya que la consideremos como una extensión de ella, como parte de nuestra propia natura4
leza, veremos que la cultura es al fin de cuentas algo inevitable en nuestro devenir, pues nacimos genética y biológicamente para volver a nacer culturalmente, para renacer a partir de los modelos, conjuntos, estructuras y principios que constituyen el fenómeno cultural. No obstante ese rasgo de inevitabilidad, la cultura implica, por sí misma un halo vital que le es inherente y que se resume en las palabras que utiliza el poeta y hombre de teatro francés Antonin Artaud, en su libro El teatro y su doble, dentro del apartado denominado “El teatro y la cultura”: “Es necesaria la insistencia en esta idea de cultura como un cuerpo en acción que gesta en nosotros una suerte de renovada disposición, de nuevo hálito que llega a ser en nosotros algo así como un segundo aliento”.12 Las palabras de Artaud vienen a reforzar lo que se ha expuesto a lo largo de este escrito. Ese impulso vital que la cultura es ratifica todas aquellas dicotomías de las que aquí se ha hablado y en las que insisto deben entenderse como elementos que se complementan siendo parte de un mismo fenómeno, más que como conflictos irresolubles, pues si la paradoja y la contradicción son inherentes a la naturaleza humana, la cultura también lo es, y muy probablemente ello implique que haya un vínculo irremediable entre paradoja y cultura y que las bifurcaciones y derivaciones que son parte de ABRIL-JUNIO 2008
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Bibliografía ARTAUD, Antonin: El teatro y su doble, México, Tomo, 2003. ENGELS, Federico: Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1983. FERNÁNDEZ ARMENDÁRIZ, Eduardo: “Introducción a la cultura. Apuntes sobre filosofía de la cultura”. RAMOS, Samuel: El perfil del hombre y la cultura en México, México, Espasa-Calpe Mexicana, col. Austral, 1992.
Notas Entiéndase por hombre ser humano en general. Citado por Gustavo Bueno en El mito de la cultura. 3 Citado por Luis Villoro en Estado plural, pluralidad de culturas. 4 Samuel Ramos: El perfil del hombre y la cultura en México. 5 Es importante subrayar aquí que no estoy concibiendo la evolución en un sentido propiamente positivista, sino más bien en un sentido libre de tales límites “progresistas”, pues resultaría a todas luces erróneo basarse en una concepción plenamente superada como lo es aquella que considera a la evolución como una ruta ascendente y señala, por ende, que toda época anterior constituye una etapa inferior de la humanidad. 6 Federico Engels: Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. 7 Ídem. 8 Ídem. 9 Ídem. 10 Ídem. 11 Mario Teo Ramírez: Autoconformación de la cultura. 12 Antonin Artaud: El teatro y su doble. S 1 2
Alma G. RAMÍREZ MEZA: Introspección.
la primera siempre se presenten al analizar la segunda; de tal suerte que el reducirlas a su condición conflictiva como un rasgo permanente solo nos conduciría a una simplificación del problema, ya que si su carácter complementario no significa en modo alguno que exista la posibilidad de una solución concluyente de las señaladas dicotomías, esto tampoco quiere decir que la existencia de dos términos distintos y en cierta medida opuestos dentro del fenómeno cultura constituyan exclusivamente una confrontación donde uno de ellos tenga que imponerse en definitiva sobre el otro, sino que todo parece indicar que dicha coexistencia de valores opuestos puede concluir en un entendimiento distinto de los mismos y en un reconocimiento del papel que juegan como elementos vitales de la cultura. De esta manera, discurrir sobre la cultura nunca será un ejercicio que se agote o que encuentre una solución perentoria; lejos de ello, pese a lo relativamente fácil que resulta nuestro contacto con ella, una vez que nos arrojan al mundo y crecemos en un medio social, entraña como concepto y como fenómeno una complejidad incuestionable... otra paradoja más.
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