Seis cuerdas para pintar el país

16 ago. 2008 - Solía bajar la sexta cuerda de Mi a Re, y otras veces afinaba la quinta en ... Martínez acaba de dedicarle un trabajo monumental: Atahualpa ...
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CONCIERTO. Carlos Martínez presenta Atahualpa Yupanqui. Obra completa para guitarra los jueves 21 y 28 de este mes en el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín, a las 21. Platea general: $ 20. Venta telefónica: 5236-3000

MÚSICA | UN TESORO RECUPERADO

Seis cuerdas para pintar el país Luego de un valioso trabajo de recopilación y transcripción, Carlos Martínez grabó Atahualpa Yupanqui. Obra completa para

guitarra (Acqua Records), seis CD que trazan un mapa musical de la Argentina y rescatan un legado imperecedero POR HÉCTOR M. GUYOT De la Redacción de La Nacion

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uando se trata de hablar de música, Carlos Martínez prefiere andarse sin rodeos. Allí donde el concepto se queda corto, deja la frase en suspenso y sus dedos buscan las cuerdas. La guitarra habla por él. Entonces el cronista olvida la idea a medio esbozar y hasta la pregunta que la originó. La entrevista se convierte en un pequeño concierto, en una visita guiada al universo sonoro de Héctor Roberto Chavero, a quien Martínez acaba de dedicarle un trabajo monumental: Atahualpa Yupanqui. Obra completa para guitarra, seis CD que el sello Acqua Records editó en dos cuidadas cajas, una con las composiciones propias y otra con las piezas ajenas que el poeta y músico de Pergamino solía tocar con la marca de su estilo inconfudible. Esa marca está dada en buena medida por un sonido grave, profundo, ascético, que parece venido de un silencio ancestral al que siempre regresa. Lo más notable es que Martínez ha sabido recrear esas señales –invocar al hombre, en suma– sin resignar su propia voz. Un logro nada desdeñable que sólo se explica por la comprensión cabal del repertorio, compuesto de 106 piezas que el joven músico ha venido recopilando, transcribiendo y tocando desde hace más de veinte años, y que reunidas representan, además de un trabajo de prístina belleza, el rescate definitivo de Atahualpa como compositor y guitarrista. Su enamoramiento viene de lejos. La primera vez que escuchó el nombre de don Ata fue en 1982, en plena Guerra de Malvinas: tenía 12 años y en la Escuela 112 de Gregorio de Laferrere le hacían cantar “La hermanita perdida”. Un año más tarde, cuando ya tocaba la guitarra, lo deslumbró la chacarera “La nadita”. La escuchó más de cien veces en una semana. Así empezaba, de algún modo, la tarea de recopilación que desembocaría en este trabajo grabado entre agosto y diciembre del año pasado y editado ahora en homenaje al centenario del nacimiento de Yupanqui, que el guitarrista presentará en vivo este jueves y el siguiente, a las 21, en el Centro Cultural Borges. “Yo venía juntando sus discos, casetes, partituras, grabaciones de conciertos y pruebas fonográficas desde siempre –cuenta Martínez–. A principios del año pasado, cuando se decidió hacer esta integral, tocaba unos 80 temas. Pero la mayoría no estaban escritos y tuve que transcribirlos a partir de las grabaciones que tenía. También revisé las transcripciones existentes.” –Cuando tuviste escrita toda esa música y la tocabas íntegra, ¿descubriste algo nuevo? –Confirmé que nos estábamos perdiendo a un gran compositor, cuya música para guitarra no se conoce

30 I adn I Sábado 16 de agosto de 2008

F. MARULL/EFE

Atahualpa: “La guitarra es como un templo” abía nacido cerca de Pergamino el 31 de enero de 1908, hijo de un ferroviario santiagueño y una vasca, pero rápidamente lo ganaron las distancias y vivió su vida como si fuera un viaje interminable: “El andar por tierra me condenaba –escribió–. El camino era mi universidad. Mi sola universidad”. Héctor Roberto Chavero, que después adoptaría el nombre de Atahualpa Yupanqui, probó primero con el violín, pero el chico amaba las vidalas y pasó a la guitarra. Bautista Almirón, su único profesor, le enseñó a tomar el instrumento, a no sentir vergüenza por ser zurdo y a aprovechar ese vibrato que había adquirido con el violín, apunta Sergio Pujol en el booklet de Atahualpa Yupanqui. Obra completa para guitarra. El resto lo aprendería andando por los cuatro puntos cardinales del país. “La guitarra es para mi el templo donde entro a rezar. Cuando necesito musitar mi salmo, voy a la guitarra”, dijo alguna vez este poeta y músico que terminó su viaje en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992, y que como instrumentista fue elogiado, entre otros grandes, por el concertista de guitarra español Narciso Yepes.

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simplemente porque no estaban las partituras. Lo mismo pasaba con Eduardo Falú. Yo hice dos discos con sus composiciones y transcribí muchas de sus piezas. Él estaba un poco resignado, decía que a los muchachos no les interesaba su música. Le pregunté por qué se tocaba Vivaldi, por qué se tocaba Bach. Porque su música está escrita, le dije. ¿Y por qué no se toca Falú? Porque sus composiciones no están escritas. “Tenés razón, hacelo vos”, me contestó. Para cierta tradición popular, con la partitura llega la conciencia de la obra. Pero no sólo esto se verifica en los discos que Martínez le dedicó a Yupanqui. Los más de cien temas reunidos en los seis CD dejan en claro, además, la apertura musical de Atahualpa, un viajero incansable que abrevó en múltiples fuentes para trazar una suerte de mapa musical de la Argentina. El Norte fue una región de fuerte influencia en el temperamento espiritual y artístico del maestro. En el ciclo andino, contenido en el primer CD de composiciones propias, titulado “Norte”, conmueven temas como la vidala “Lloran las ramas del viento” y la baguala “Minero soy”. Las zambas por las que quizá fue más conocido, como “La pobrecita” y la “Zamba del grillo”, aparecen en el segundo CD, “Centro”, junto con chacareras y gatos no menos memorables. En el tercero, “Sur”, llegan las milongas y los estilos sureños, fundamentales para comprender su personalidad musical. Su estilo en el instrumento queda reflejado también en las variaciones con las que enriqueció todas estas expresiones. –Hay en el disco un despojamiento que refleja bien el espíritu de Yupanqui. –Me gusta esa palabra –dice Martínez–. Es un poco alejarse de ese amontonamiento de notas que hoy escuchamos en muchos instrumentistas. Atahualpa no tenía nada de eso. Su forma de armonizar era muy simple. Solía bajar la sexta cuerda de Mi a Re, y otras veces afinaba la quinta en Sol. Para usar un bajo pedal. –¿Esos descubrimientos eran suyos? –Yo creo que sí, si bien los hermanos Díaz ya tocaban chacarera de esa forma. Muchas veces afinaba la guitarra en Sol mayor o menor, para algunas piezas, y en Re mayor o menor para otras. Martínez ajusta las clavijas y toca. Cambia la afinación y toca otro tema. Se advierte que el recurso de bajar las bordonas y pulsarlas al aire libera los dedos de la mano izquierda para las voces melódicas al tiempo que consigue una vibración más honda y prolongada para los bajos. Hay una sonoridad modal, cierta atenuación de la progresión armónica. Tras el acorde final, Martínez sonríe. “Siempre respetaba el canto”, comenta. –Otra característica es el vibrato. –Claro. Eso viene de Abel Fleury, de Andrés Chazarreta. El paisano también tocaba así, porque la gui-