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OPINIÓN | 27

| Domingo 26 De enero De 2014

Se acabaron el cash, las expectativas y el sentido común

Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

N

éstor Kirchner creía que para gobernar había que tener cash y generar expectativas. A Cristina se le acabaron al mismo tiempo la plata y el futuro. La combinación entre un grave problema macroeconómico, un proyecto derrotado y sin herederos, una desembozada guerra peronista por la sucesión, un fuerte descrédito internacional y una creciente desconfianza de una sociedad enfrentada una vez más a la pesadilla del dólar y la alta inflación, forman esta “tormenta perfecta” que azota el velero kirchnerista. Una cosa es profundizar el modelo y otra muy distinta es hundirlo. En esta extraña tarea de autodestrucción estuvieron empeñadas desde hace por lo menos tres años las sucesivas gestiones económicas de la Gran Capitana. Como reconocer errores y negligencias no les parece de buen gusto, apelan ahora al truco más viejo de todos: pérfidos poderes conspiran contra los buenos. Esa conjura tiene dos frentes: el externo y el interno. Sigamos el razonamiento oficial: ¿el mundo le bajó el pulgar a la Argentina? Algunos ministros de Cristina bordearon estos días esa idea suicida y extrema. El argumento autoexculpatorio es muy tentador y sugiere que “los poderes concentrados” quieren castigar a una economía “emancipadora y popular”. La realidad, sin embargo, parece un tanto rebelde a esas fiebres. La adulteración de las cifras oficiales, el cepo cambiario, la inflación galopante, las bravuconadas nacionalistas, las diversas prepotencias contra naciones y empresas, y una política exterior ensimismada no han mejorado mucho la marca Argentina. Esta semana, nuestro gobierno brilló por su ausencia en el Foro Mundial Económico de Davos y allí se supo que somos uno de los países peor calificados del planeta. Nueve de cada diez gerentes generales de las compañías que operan en nuestros pagos tienen mala espina sobre la marcha de sus propios negocios. Y trascendió que para la comunidad económica a los argentinos ya no nos caracteriza el buen vino ni la soja, sino nuestra baja calidad institucional. ¿Quiénes infligieron este daño tremendo? ¿Los pragmáticos inversionistas que han resuelto no invertir un dólar partido por la mitad, o la administración pública nacional que creó estas tristes condiciones? Otra señal posible para entender cómo nos ven afuera se encuentra en el flemático estupor con que los miembros del Club de París tomaron la brusca presentación de Axel Kicillof. Este mismo gobierno tenía arreglada de palabra la cancelación de esa deuda hace más de siete años, pero a los Kirchner les encantó despilfarrar la plata y hacer bicicleta. Bajemos el asunto a tierra: imaginemos que somos el cliente de un banco que nos ha otorgado un crédito y al que le hemos colgado la galleta. Nosotros nos apersonamos, le exigimos que cambie su protocolo y le advertimos que sólo pagaremos nuestra deuda si las condiciones nos satisfacen. Una cosa es la valentía, compañeros, otra muy distinta es el caradurismo. La fría respuesta que le dedicaron a nuestra ocurrencia ha sido leída de este modo por los observadores internacionales: “Fueron por agua, les darán anchoas”. La Argentina no acepta pasar, como cualquiera, por una auscultación de rutina: sería políticamente inviable después de tanto cacareo y obligaría a someter un cuerpo desquiciado y enfermo a la revisión de un severo médico clínico. ¿Por qué quiere Cristina pagarle justamente ahora al Club de París? Porque necesita dinero fresco para sus agotadas alcancías. Los expertos aseguran que es un mal cálculo, porque aunque se resolviera hoy mismo aquella deuda sempiterna, este nuevo flujo de divisas tardaría mucho en llegar. Y el tiempo apremia. El mundo no moverá un dedo para perjudicar a este país insignificante, pero tampoco nos arrojará un salvavidas. A

menos que lo pidamos. ¿Pero para qué vamos a pedirlo si después de una década ganada somos un país pujante y ejemplar? Esa insólita mezcla de soberbia con ineficiencia y doble discurso es también el signo distintivo del frente interno. Kicillof era conocido en el ámbito académico por su única especialidad: la historia del pensamiento económico. Con una devaluación del 32 por ciento del peso desde que ocupó el sillón de Hacienda se ganó un renglón en su propia antología. Las futuras generaciones de alumnos también estudiarán este “kicillazo”, que para estar a tono con el discurso oficial tiene aroma setentista, no por añoranzas revolucionarias sino por el recuerdo de Celestino Rodrigo. Confundir a quien le recomienda libros a la Presidenta y actúa como su delivery teórico con el hombre que debe manejar los fierros y salvarla de la crisis constituye un error garrafal. Es como si para realizar una operación a corazón abierto se desechara a un cardiocirujano de gran experiencia y se optara por un historiador de la medicina. El quirófano no es para cualquiera. Cristina montó en cólera y lo vapuleó a los gritos cuando tuvo en sus manos el resultado final del jueves negro. Ella también quedará en la historia del pensamiento económico, compitiendo con Sigaut (“el que apuesta al dólar pierde”) y Duhalde (“el que depositó dólares obtendrá dólares”). Su desdichada frase, “Que esperen otro gobierno quienes quieren ganar plata con una devaluación”, resulta a la luz de los últimos acontecimientos una amarga ironía. Desde que implantó el cepo cambiario, hubo una devaluación del 90% en la Argentina. Y las últimas dentelladas significarán una confiscación lisa y llana de una buena parte de los salarios y jubilaciones, y un ataque al poder de compra de toda la sociedad. Hubo un festín de remarcaciones este fin de semana inolvidable. El kirchnerismo ha fabricado incertidumbre y billetes sin respaldo. Toda la estrategia económica del Gobierno estuvo involuntariamente orientada a que la gente se refugiara en el dólar y desconfiara del

Un gobierno está en verdaderas dificultades cuando no le resulta ninguna medida. Ni una buena ni una mala, ni una de izquierda ni una de derecha peso. Para algunos economistas de la ortodoxia, una devaluación era dolorosa, pero inevitable, y aflojar el cepo era soñado. Un gobierno está en verdaderas dificultades cuando no le resulta ninguna medida. Ni una buena ni una mala, ni una de izquierda ni una de derecha. Y eso únicamente le ocurre cuando carece de un método articulado para llevar a la práctica un programa, cualquiera sea su orientación ideológica. También cuando de tanto mentir ha perdido toda credibilidad. Esa pérdida se parece un poco al descubrimiento de la infidelidad: a partir de la evidencia de una traición es muy difícil reconstruir el vínculo. Se crea en la víctima del engaño una herida narcisista y un deseo de escarmiento. Hay cosas que nunca se perdonan. La administración kirchnerista está absolutamente desorientada, tiene mal diagnóstico y pésima comunicación, y en lugar de indagar las causas del drama busca a los culpables. Es así como esta semana la ligó el presidente de Shell: lo acusaron de haber encabezado una corrida. Veinticuatro horas después se descubrió que la compañía petrolera holandesa compró apenas un millón y medio de dólares destinado a pagar importaciones y repartir utilidades. ¿Quién autorizó esa “multimillonaria” cifra que desestabilizó la economía argentina? El Banco Central. La mala praxis alcanza incluso la invectiva paranoide: ya no son buenos ni para las operaciones sucias. El temido accidente macroeconómico está entre nosotros. Pudo haberse evitado con algo de realismo y pericia. Y eso hace recordar que el problema político es aún mayor que el económico. Se acabaron el cash y las expectativas, pero lo más aterrador es que se terminó también el sentido común.ß

explicación por Nik

Un liderazgo con la brújula dañada

Sergio Berensztein —LA NACION—

Viene de tapa

las palabras

Neoliberalismo K Graciela Guadalupe “Estos chicos son los hijos del neoliberalismo.” (De Cristina Kirchner, sobre los jóvenes que ni estudian ni trabajan.)

U

na cosa es decir: “Los extremos se juntan”. Otra es imaginar esa unión, pero la sensación más poderosa es presenciarla. En el acto del miércoles en la Rosada, Cristina Kirchner anunció un plan social para los chicos de entre 18 y 24 años que ni estudian ni trabajan, es decir, para “los hijos del neoliberalismo, cuyos padres –dijo– no tenían trabajo o lo perdieron y no fueron educados en la cultura del esfuerzo”. Según su interpretación, durante los 90 –cuando gobernó “el mejor presidente después de Perón”, según su finado esposo– no se hizo nada por esos jóvenes del futuro, pero ahora resulta que tampoco se hizo nada durante los 14 años “superadores” de aquella época, de los cuales diez llevan el sello de los Kirchner. Siguiendo la lógica de las frases trilladas, podría decirse “mejor tarde que nunca”, aunque lo mejor sería no compararse con los 90. El riesgo es grande y el papelón, colosal. El hecho de que la Presidenta se reserve para sí los anuncios de planes, subsidios y buenas ondas, y que deje para el resto del gabinete tener que lidiar con los desestabilizadores

cortes de luz y los fantasmas de la devaluación y la inseguridad, no la protege de contradicciones que son palpables hasta en el más flojo de los archivos periodísticos. Por ejemplo, ¿cómo se explica que haya reconocido que los chicos que no estudian ni trabajan, los “ni–ni”, son más de un millón y medio cuando, el año pasado, sus funcionarios destrozaban las estimaciones privadas que contabilizaban 900.000 en todo el país? ¿Cómo deben interpretarse ahora las críticas presidenciales al neoliberalismo que dejó a “tantos jóvenes sin futuro” siendo que el ex senador Daniel Filmus decía hace poco que era un éxito el crecimiento de los ni-ni, especialmente “entre las mujeres que, gracias a la asignación universal por hijo, pueden quedarse cuidándolos en la casa”? Referirse a la falta de educación de los padres en la cultura del trabajo y del esfuerzo no exime al kirchnerismo de sus pecados, pues no ha podido transformar la ayuda social en un puente hacia el empleo. Como ha dicho Daniel Arroyo, ex funcionario kirchnerista, reconocido por su conocimiento de la cuestión social: “Sólo la certidumbre de conseguir un empleo hará que quien tiene un subsidio se anime a dejarlo. La gente pobre se pregunta con racionalidad: ¿por qué voy a dejar el plan si no sé cuánto me puede durar un trabajo?” Una pregunta que deberá responder el neoliberalismo K.ß

Lo inusual de esta coyuntura es que todo esto ocurre de manera simultánea, adelantando el certificado de defunción de un proyecto político que hasta hace poco deliraba con la eternidad. Más aún, el kirchnerismo todavía se ve a sí mismo como protagonista estelar de una gesta revolucionaria, expresión de una simbiosis perfecta de las tradiciones populares y progresistas argentinas y latinoamericanas. Creen que tienen las mejores intenciones. Y que si los resultados no son los esperados, o los niegan o inventan conspiradores para descargar la responsabilidad. En estos últimos días ha quedado por fin bien en evidencia que Cristina y sus seguidores fueron por todo y se quedaron sin nada. Ni la lacerada Venezuela chavista está tan mal: por lo menos Nicolás Maduro sigue ganando elecciones y mantiene un apoyo popular que el kirchnerismo ha perdido para siempre. Un sobreviviente de todos los peronismos definió con su habitual picardía el profundo debilitamiento del liderazgo presidencial: “Al Gobierno se le escapan no sólo los precios y los dólares de las reservas, sino también los presos”. Acostumbrado a hacer del conflicto su principal táctica para construir y detentar poder, el Gobierno ha encontrado finalmente un rival contra el que no puede, quiere ni sabe pelear: es él mismo. Las causas más letales de esta inusitada y peligrosa situación son y han sido sus formidables errores y torpezas. Se trata de un conjunto de profesionales del poder que se han aferrado a una concepción anacrónica, parroquial y prejuiciosa de la política y del mundo. En muchos asuntos críticos, en particular respecto de la política económica, han demostrado un nivel de impericia e ignorancia increíble sobre aspectos básicos del funcionamiento de los mercados que es a esta altura imposible de justificar. ¿Cómo puede ser que un presidente que transita el final de su segundo mandato designe a gente tan inexperimentada, por más buenas intenciones que tenga, para desempeñar semejantes responsabilidades? Para operarse de su enfermedad, eligió a los mejores especialistas que tiene el país. Es una pena que no aplique el mismo criterio para manejar los asuntos del Estado. Ante semejante nivel de incertidumbre e impericia, se han derrumbado el valor de todos los activos argentinos. Según una encuesta reciente de Poliarquía, las expectativas inflacionarias alcanzaron un récord: 40 por ciento para el próximo año. Los argentinos están obsesionados por la cotización del dólar, porque el Gobierno destruyó el valor del peso al emitir irresponsablemente. ¿Seguirá la Presidenta erosionando su propia legitimidad, evadiéndose de problemas urgentes que podrían generar más inestabilidad hasta comprometer la continuidad de su gobierno? ¿Tratará acaso de buscar algo de credibilidad y consistencia, complementando la reciente devaluación con otras medidas fiscales y monetarias? Los principales agentes económicos estiman que el Gobierno ha perdido la brújula y que reacciona poco, mal y tarde alimentando una crisis tan innecesaria como simple de resolver. Ven medidas aisladas, espasmódicas y mal diseñadas. Nadie del Gobierno se ocupa de generar canales de diálogo. No hay con quién hablar. Resulta urgente que se mejore la comunicación tanto de los objetivos del nuevo programa como de los instrumentos elegidos para alcanzarlos. Ante la incapacidad del Gobierno en encarar un programa de estabilización serio y consistente, el ajuste lo está haciendo la gente, es decir, el mercado. Lejos ya de aquella edad dorada, cuando “la política” podía supuestamente cuestionar hasta la propia ley de gravedad, el Gobierno puede terminar promoviendo una tormenta perfecta, sucumbiendo al enemigo que tanto buscó desplazar, regular, confiscar y contener. El margen de maniobra es cada vez más acotado. Las macanas del

equipo económico terminaron coordinando las expectativas de los agentes económicos. Los principales expertos coinciden en que aún queda tiempo para evitar un escenario más traumático, pero se requiere romper la actual inercia suicida y recrear la confianza. Esto implica una profunda modificación del diagnóstico, las ideas y seguramente también del equipo. Presentar lo antes posible un nuevo índice de precios al consumidor que dé cuenta de la realidad y resolver inmediatamente la situación de los bonistas que no aceptaron entrar en los canjes. Es decir, se necesita un nivel de autocrítica y pragmatismo considerables, atributos tradicionales del peronismo y en general de la política, pero sólo presentes en dosis homeopáticas a partir del conflicto con el campo. ¿Qué le conviene a la Presidenta? ¿Cuál sería el escenario más costoso para ella y para el país? La dolorosa historia argentina ofrece enseñanzas categóricas que sería irresponsable y absurdo ignorar: el Rodrigazo, la crisis de 1982, el aciago final del gobierno de Alfonsín y hasta el desastre de 2001 constituyen experiencias lo suficientemente dramáticas como para que Cristina despierte ya de su letargo, se ayude a sí misma y se deje ayudar. Su preocupación no debería ser por las consecuencias de una rectificación del rumbo, sino precisamente por lo contrario. Cristina debería mirarse también en el espejo de sus predecesores en esta inconclusa transición a la democracia. Ninguno de ellos llego a la pospresidencia con prestigio y popularidad. Pero aquellos que fueron más flexibles, cooperativos y pragmáticos (Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde) pudieron al menos evitar los desaguisados judiciales que enfrentaron los que prefirieron imponer unilateralmente sus intereses y visiones, aun en contra de la opinión pública y de sus propios partidos (Carlos Menem y Fernando De la Rúa). Ninguno de ellos buscó someter a su antojo al Poder Judicial, como sí lo hizo Cristina con su ya sepultada reforma. Su desesperación por designar jueces supuestamente amigos, fundamentalmente en la

Todo el peronismo cree que tiene chances de gobernar luego de 2015: Scioli y Massa son los candidatos naturales, pero la lista de aspirantes es interminable justicia federal, no hace sino enfatizar lo preocupada que ella y muchos de sus funcionarios están al respecto. Si Cristina rectificara el rumbo, y no sobra el optimismo al respecto, encontraría curiosamente un entorno político y social predispuesto a la cooperación.Menosporcompasión o altruismo que por interés personal y sectorial, lo cierto es que a nadie le conviene un final abrupto y anárquico de este proceso político. Todo el peronismo cree que tiene chances de gobernar luego de 2015: Scioli y Massa son los candidatos naturales, pero la lista de aspirantes es interminable. El no peronismo tiene también buenas perspectivas, tanto en su versión socialdemócrata (en pleno aunque complejo proceso de reconfiguración), como en la socialcristiana/ liberal moderada que expresan Mauricio Macri y Pro. Todos creen que les puede tocar y que cuanto antes se comiencen a arreglar los principales problemas, mejor. Ninguno está preparado para gobernar antes de tiempo. Podríamos llegar a ser testigos y protagonistas de otro colosal y absurdo fracaso colectivo si, en un contexto en el que todos los actores relevantes objetivamente ganan consensuando una agenda que garantice la paz social y la estabilidad política, y con un contexto global razonablemente bueno, la Argentina se dejara de nuevo caer al precipicio por caprichos infantiles, vanidades desmesuradas y problemas de coordinación. Si eso pasara, no sólo Cristina sería la culpable, pero sin duda sería la principal responsable. La suerte no está del todo echada, pero estamos al borde del precipicio. Enfrentamos una coyuntura crítica: las decisiones que se tomen en los próximos días, tal vez semanas, determinarán el futuro del país.ß