Sangre, arena y un cuento de Hemingway

16 oct. 2011 - tauromaquia defienden su causa con tanta pasión como los contrarios. En una plaza colmada a reventar convi- vieron sin agredirse más allá ...
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Turismo

Domingo 16 de octubre de 2011

ALMA DE VALIJA

Por Horacio de Dios [email protected]

Sangre, arena y un cuento de Hemingway El fin de las corridas en Cataluña aviva recuerdos y polémicas

Han pasado varios días desde el domingo 25 de septiembre cuando, en teoría, se terminaría con las corridas de toros en Cataluña. Pero la pasión ha encendido aún más el debate y no sólo en España, frente al cierre de la Fiesta Nacional, como la llaman desde hace seis siglos. Esa misma tarde se produjo la primera corrida en Shanghai seguida por TV por 13 millones de chinos, y se programan otras seis reuniones similares para estas semanas. Y la escuela taurina de Barcelona seguirá a cargo de dirigentes de Francia que estimulan esa actividad en Nimes como parte de la tradición romana. En Barcelona, los aficionados a la tauromaquia defienden su causa con tanta pasión como los contrarios. En una plaza colmada a reventar convivieron sin agredirse más allá de los vivas y, por supuesto, los mueras. Esa tarde estuvo de maravillas para la afición José Tomás, el torero madrileño más célebre de la actualidad, al que llaman JT, que rivaliza entusiasmo con Leo Messi. Y también se destacaron en un cartel de lujo el catalán Serafín Martín y el sevillano Juan Mora. Los tres diestros y sus cuadrillas salieron del ruego en andas por la puerta grande, el más importante de los homenajes. Sería como dar la vuelta olímpica entre la sangre y la arena.

La Fiesta Nacional Ernest Hemingway, un cheque al portador para cualquier nota de viajes que refleje su paso por Europa, Africa, Key West o el Caribe, podría ser un testigo de cargo en una polémica que sigue entre puntos suspensivos. Don Ernesto, como le decían los españoles, aunque murió hace 50 años, sigue siendo un testigo de cargo

Barcelona, una buena plaza porque España era el país que más le atraía en Europa. En 1923 participó en la Fiesta de San Fermín en Pamplona y le apasionó hasta el punto que agregó al nombre de su primer hijo el de Nicanor, por el torero Nicanor Villalba. Esta fiesta fue el marco de su novela The Sun Also Rises. Y luego le sucedió lo que cuenta en primera persona en Muerte en la tarde, según lo reproduce el diario El Mundo de Madrid en un suplemento extraordinario dedicado al tema que le recomiendo buscar en Internet. Fui a España para ver los toros y para tratar de escribir sobre ellos por mi cuenta. Creí que encontraría el espectáculo simple, bárbaro y cruel, y que no me gustaría, pero esperaba también encontrar en él una acción definida, capaz de darme ese sentimiento de la vida y de la muerte que yo buscaba con tanto ahínco… Entonces se alojó en una pensión en la que vivían tres diestros, dos picadores y un banderillero, no los exitosos del cartel en los hoteles cinco estrellas, sino los hombres comunes y corrientes que hasta podían ser cobardes frente al toro. Ocupó durante esa época la habitación número 7 de la modesta Pensión Aguilar, que todavía existe, en Carrera de San Jerónimo 32, aunque ahora se llama Hostal según documentó el diario El País.

La experiencia que compartió, transformada por su gigantesco talento, es la base de Madrid, la capital del mundo, uno de sus cuentos más fascinantes y menos conocidos. Ese relato es una clave para entender las corridas, le gusten o no al lector. Al decir de Serafín Martín, que además de espada es pintor y escritor, “el toreo es un mecanismo que el hombre ha creado para ir contra la muerte, como la religión, el arte o el amor”.

Faena de escritor El protagonista del cuento es Paco, un mesero de Extremadura en la pensión llamada Luarca, empecinado en llegar a ser torero y que practicaba con cuchillas bien afiladas atadas a las patas de una mesa para medir el riesgo de una cornada. El telón de fondo era la pasión que compartía con los veteranos, pobres y sin gloria. Al escribir lo estoy viendo a Paco y sus pases de muleta sobre la silla que lo podía matar, y me siento, como todo lector, un médium del escritor. Que formó parte de la faena, como el toro de la lidia, porque hacen falta dos para bailar un tango. O para una corrida. Hemingway no tendría 25 años cuando imaginó el cuento, o el cuento lo imaginó a él. Todavía no era famoso ni podía suponer que sería íntimo de Antonio Ordoñez, el hijo del legendario Cayetano Ordoñez el Niño de la Palma, que entonces lo llamaba Papá Ernesto. No era su único gran amigo, también lo sería Orson Welles, otro enamorado de España que pidió que sus cenizas descansaran en el cortijo El Recreo, cerca de la plaza de Ronda. Donde dos de los nietos de Ordoñez siguen manteniendo la dinastía de los grandes toreros.

LA NACION/Página 11