Rotas Cadenas: Jacarandá (muestra)

que posee algo de nueva tecnología: el salón principal. ... recibirse de médico psiquiatra. El orgullo de Villa ...... solo investiga tecnología médica. También ...
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-versión de muestra -

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Jacarandá

TAHIEL ediciones

Jordan Muiños, Federico Maximiliano Rotas cadenas Jacarandá. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tahiel ediciones, 2016. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4049-58-2 1. Novela. CDD A863

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Corrección y revisión a cargo de Lidia Susana Panza. Diseño de cubierta a cargo de Matías Leonardo Agüero.

© TAHIEL ediciones 2016 Av. Rivadavia 6743 (L59) (+54-11) 4-632-6136 Capital Federal – Argentina www.tahielediciones.com

© F.M. Jordán Muiños 2016 Queda hecho el depósito legal establecido por la ley 11.723. Impreso en Argentina Queda prohibida la reproducción total o parcial así como su almacenamiento o fotocopiado mediante cualquier sistema electrónico o mecánico sin la debida autorización del autor o de la editorial. Todos los derechos reservados.

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Jacarandá

1

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Por más que me esfuerce, no logro evocar nada anterior a esta situación. Solo llego al día en que conocí a la doctora. De día, la sombra del Jacarandá me brinda paz. De noche, lo hacen las medicinas. Si alguien en el mundo puede considerar esos estupefacientes como la panacea de la salud, estamos perdidos. Imagino que al ser los marginados de la sociedad nos dan lo mínimo e indispensable: píldoras en desuso. Este lugar parece detenido en el tiempo. Un predio que resiste el avance de la humanidad. Por suerte, nos trata lo mejor que puede. Ahora, si me propusiera ver este sitio por lo que es… creo que me deprimiría. Paredes resquebrajadas de concreto rodean el complejo. Creadas con la única función de aislarnos del exterior. Aunque no sé si están para protegernos o proteger a la sociedad. — Buen día, Ismael. Reconocería donde fuese esa suave voz: la doctora Miralla. Una mujer que debe estar rozando la mitad del promedio de vida: setenta y cinco años. Creo que antes esa edad significaba estar cerca de la muerte. Ahora, equivale a los treinta y siete de otras épocas. Además, es muy bella. Imagino que estar casada con un hombre multimillonario debe ayudarle a llevar una vida tranquila. Es la única persona que recuerdo por fuera de estas murallas; ella fue quien me otorgó el nombre que poseo: Ismael.

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Así se llamaba su abuelo, un hombre tenaz. Siempre salió adelante, aun en sus peores momentos. Seguro, algo de eso debe haber para que me llame igual. Aunque… ¿a qué ha venido? Suele pasar más tiempo entre sus visitas. ¿Pasará algo? A diferencia de las últimas veces, hoy luce una sonrisa. Parece feliz. — ¿No estás cansado de usar esa silla de ruedas? Su pelo castaño se mueve grácil por el viento. — Sin ella estaría muy complicado. Tendría que estar postrado todo el día. Al contrario, al tenerla puedo ir de un lado al otro. — ¿Qué me dices si fuésemos capaces de darte una pierna y un brazo nuevos? —Silencio; me escudriña con sus ojos azules—. Tengo alguien para presentarte. Acompáñame por favor. Da media vuelta y enfila hacia el edificio, el cual parece un set de filmación antiguo para películas de terror. Sin embargo, con el pasar de los años lo considero mi hogar. Aquí lograron acallar las voces, los terrores nocturnos. Pensándolo así, resulta irónico. Me estoy distrayendo, mejor la sigo. Muevo la palanca e ingreso al Borda. Según me han dicho, funcionó como hospital psicoasistencial hasta que fue cerrado. Recién con la adquisición de Mc Richardson y Asociados ha retomado algunas de sus actividades. Al igual que sus funciones, solo algunas áreas fueron reactivadas. Las afectadas están pintadas de color durazno. Incluso hay una sala que posee algo de nueva tecnología: el salón principal. Ahí instalaron una holovisión. En ella podemos ver los distintos programas, tener noticias del mundo. También arreglaron todos los baños, pero no había mucho para agregar en ellos. Las habitaciones son recicladas solo cuando hay un nuevo ingreso y no hay disponibles. Si se considera que arreglar es pintar, colocar un colchón nuevo y una mesita de luz.

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Sin embargo, hace bastante que se mantiene la misma cantidad de personas: treinta. A la cual se le debe agregar los empleados: unos veinte. Andrea sigue caminando; la sigo de cerca. Nos detenemos frente a la oficina del director Andrews. Se acerca y me susurra al oído: — Por favor, antes de responder algo, escucha atentamente. No declines ninguna oferta que te hagan y, si es necesario, pide tiempo para pensarlo. ¿Está bien? ¿Una oferta? ¿Qué quieren ofrecerme? La miro. ¿Será que quieren darme un hogar distinto a este? Me encantaría conocer nuevos paisajes. Aunque, quizá sea otro tipo de oferta. No sé, son extrañas sus facciones. Parece entusiasmada y preocupada al mismo tiempo. Ante mi silencio, la doctora se reincorpora y sujeta el pestillo de la puerta. Su mirada se posa en la mía y añade: — Ahí dentro está el director, junto a un amigo de mi marido. Así que pórtate bien. Termina de hablar y habilita el ingreso al despacho. Ni bien entra, saluda y pide disculpas por la demora. Miro sorprendido el interior. Durante estos cuatro largos años, nunca estuve acá. Es mi primera vez. A ello se le puede sumar que al director solo lo conozco de vista. Una voz ronca me despierta del estupor, ingreso a la habitación. Es imposible no perderme, uno de los pocos lugares que no conozco. Un gran escritorio gris en el centro y una pila de papeles en él; un sillón de color ocre oficia de compañero. Las paredes, blancas, están decoradas con cuadros vívidos. Solo los había conocido por medio de comerciales, ahora los puedo experimentar. A lo largo de su superficie plana se cuentan breves historias animadas. Mas, si uno

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posee implantado un chip especial, al acercarse, el contenido completo es proyectado directo a la mente. Espero que el director, a diferencia nuestra, posea uno de ellos. ¡Ah! El director, cómo olvidarme de él. A ver, cómo está hoy. Lleva las mismas prendas de siempre: traje negro, camisa blanca a rayas y corbata roja. Esta última varía de color según la tonalidad de las rayas. Además, no puede faltar su característica bata violeta, la cual marca su status dentro de la institución. Su rostro no deja de ser menos «clásico» para la imagen que proyecta: barba tupida y cabeza lampiña. No aparenta sus ochenta años. Según me contaron los de seguridad, sus orejas deformadas son testimonio de su pasado: peleas callejeras; nació en un barrio humilde y violento. Él solo logró mantener a su familia. Además, fue el primero en recibirse de médico psiquiatra. El orgullo de Villa Estanislao. A su lado, una cara nueva. ¿Quién es? Tiene colgando una credencial de invitado: Michael Charleston. Parece rondar los cuarenta años. Hombre de porte duro, mirada fría y penetrante. Su rostro, a diferencia del director, no posee barba; para seguir con las diferencias, tiene cabello, corto y prolijo. Como los cantantes de tango que pasan por la holovisión. Todo el conjunto da como resultado una persona de pocos amigos. Al menos, para quien recién lo conoce. Andrea camina hacia ellos y los saluda con un beso en la mejilla. Luego, se posiciona tras de mí y comienza a hablar: — Mike, él es el chico de quien te hablé. El hombre se acerca y extiende el brazo para estrechar mi mano. No sé qué está ocurriendo o para qué me quieren en este lugar. Sin embargo, no creo que ayude mucho si no respondo el saludo, así que respondo al apretón.

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— Un placer muchacho —ahora sí, la voz ronca proviene de él—. Dime, ¿la doctora Miralla te ha contado por qué te trajo hasta acá? — No hace falta ser tan formales Mike —la doctora le sonríe—. Puedes llamarme Andrea o Andy, como todo el mundo. Charleston asiente. Luego, vuelve a posar su mirada en mí. — Todo lo que sé es que iba a presentarme a alguien. Además, ahora que recuerdo, me preguntó sobre dejar esta silla y comentó algo sobre un brazo y pierna nueva. — Mm…, déjame verte bien —Mike da una vuelta lenta a mi alrededor, me observa con atención—. En efecto, lo que dijo Andrea es cierto. Pertenezco a Mc Richardson y Asociados —hace una breve pausa—. Nuestra idea es poder desarrollar miembros biomecánicos en masa para, de esa manera, ayudar a gente que fue dejada de lado. Tal ha ocurrido contigo. ¿Qué dices? ¿Quieres probar? Cuanto menos me llama la atención. Si es verdad lo que dice, tendría mi cuerpo entero de vuelta. Pero… ¿por qué yo? No llego a abrir la boca que el director interviene: — Mira Ismael, sé que suena muy tentadora la idea de poder tener tus miembros de vuelta. Sin embargo, es necesario que sepas algo antes de tomar una decisión —se detiene, mira al señor Charleston y cuando obtiene una mirada de aprobación prosigue—. Es verdad que la compañía puede obrar ese «milagro» para ti —su voz se parece a la de un abuelo velando por su nieto—. Pero, debes saber que su instalación requiere que dejes tus medicinas. Eso va a producir el regreso de los terrores nocturnos. ¿Volver? ¿Otra vez? Mi cara comienza a entumecerse. No puede ser posible. ¡Otra vez no! Hace solo dos años que puedo dormir tranquilo, que disfruto de la paz del Jacarandá. Andrea se apresura a interrumpir mis pensamientos. — Sabemos que puede ser muy duro. En especial porque seguimos de cerca tu caso. Conocemos todo lo que sufriste hasta que

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dimos con las drogas correctas —toma aire y sigue—, sin embargo, debes entender que es una oportunidad única para vos. Poder caminar, poder hacer todo lo que quieras. Quizá… —se calla, parece meditar qué decir a continuación— en realidad estoy segura por completo de que, una vez que poseas tus miembros, vas a ser capaz de superar todo. Ya no vas a sentirte indefenso como sucede al día de hoy. La doctora sigue hablando, ya no la escucho. No quiero escuchar a nadie más. ¿Qué quiero yo? La idea suena maravillosa. Tan siquiera pensar en poder moverme sin necesidad de la silla suena magnífico. Aunque… ¿soy capaz de superar mis miedos? La voz de Mike interrumpe: — Ismael, vamos a hacer las cosas sencillas —todos se callan—. Nosotros no podemos estar esperando por tiempo indeterminado tu respuesta. Si te elegimos es porque la doctora Miralla es esposa del presidente. Posees cuarenta y ocho horas para decidir —se coloca en cuclillas para verme directo a la cara—. Según tu expediente no sabes nada de tu pasado. Solo conoces todo lo que vives aquí dentro. Así que, ¿no te gustaría tener la oportunidad de salir e investigar qué pasó contigo? Su mirada se vuelve más penetrante. Parece penetrar cada recoveco de mi alma. — Tienes cuarenta y ocho horas. Recuérdalo —se reincorpora—, en dos días estaré de vuelta. Si decides venir, te subes conmigo a la furgoneta y marchamos a otro lugar para la cirugía. Pero, hasta que todo el procedimiento esté realizado, no podrás irte de las nuevas instalaciones ni volver a este lugar. Termina de hablar. Nos saluda uno a uno y se marcha. La doctora y el director están quietos en su lugar. Andrea da la sensación de tener palabras ahogadas que no quiere dejar salir.

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Mientras, el señor Andrews, me mira con preocupación. Parece que uno está a «favor» y el otro en «contra». Alterno mi mirada entre ellos dos. Ninguno hace ni un mínimo ademán de querer decir algo. No tiene sentido que me quede. Mejor me voy. Seguro que mis amigos pueden esclarecer mejor la situación. Sin decir nada, presiono la palanca, salgo en reversa y tomo el pasillo. Directo al salón principal. Seguro que Juan y Pato están viendo la holovisión. Quiero saber su opinión. La oferta parece muy tentadora para ser real. Mas… ¿tener de vuelta los terrores y voces rondando mi mente? No es algo que me lleve a tirar confeti por el aire. No sé qué hacer. Espero que ellos puedan ayudar a identificar mejor la dirección a tomar. Sigo por el pasillo a toda velocidad. Puedo ver, al pasar, a las enfermeras y enfermeros tratando a distintos pacientes. Pensar que hay toda índole de sujetos en este lugar. Desde personas que llamarían enfermos mentales hasta algunos que, «simplemente», fueron olvidados por la sociedad y prefieren estar entre locos que solos en el mundo. Siempre me pregunté en qué grupo de ellos entro. Todo lo que sé es que una noche me encontraron tirado en medio de un callejón, desangrándome. Mi pierna izquierda y mi brazo derecho no estaban. Lo único que me salvó fue estar tirado a tres cuadras del hospital más cercano. Me lo dijeron todos. Si dependía del número de emergencias me hubiera muerto ahí mismo. La doctora que me trató fue la misma Andrea. Desde ese día cuida de mí, pues no pudieron encontrar ningún familiar ni registro de mí. Soy un fantasma para la sociedad. Para colmo, nunca pude hallar un recuerdo que me dijese quién soy o de dónde vengo. Solo poseo las pesadillas cuando duermo o las

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voces que vienen a mi mente. Todo ello silenciado por las pastillas que me dan. Al fin y al cabo, solo dan dolor y ninguna respuesta. Entro al salón, ahí están. Ambos mirando las últimas noticias. Absortos en los hologramas que llenan el centro del salón. Juan y Pato, los hermanos Humberto. Los únicos amigos que, aún, viven en el mismo edificio que yo. El resto, de una u otra forma, ya se fue. Ahora puede ser mi turno. Solo hay una diferencia entre ellos, el corte de pelo: Juan, lo lleva largo y trenzado; Pato, en cambio, corto y mechones en punta. El color de su cabello es oscuro y sus ojos marrones. Nada que los destaque. Ambos tienen treinta y ocho años. Son gemelos. Me acerco despacio para no hacer mucho ruido. No quiero interrumpirlos. Parece que hoy están más concentrados de lo normal. Esa pose característica suya lo denota: espalda encorvada, piernas cruzadas, codos sobre las rodillas y puños en el mentón. Su mirada se mantiene distante todo el tiempo hasta que empiezan los comerciales. Hasta que comiencen, no queda otra opción más que ver el noticiero junto a ellos. La misma noticia que se repite una y otra vez: otro caso de desaparición. Hasta donde marcan los medios, a medida que pasa el tiempo, aumenta el ritmo. Sin embargo, hasta ahora, son muy pocas las personas que volvieron a su hogar. Para colmo, todas las notas son iguales. Nadie tiene información; entrevistan familiares y allegados, dan datos de la víctima y listo. Si hablan con las autoridades, ninguna tiene indicio sobre el tema. Lo más extraño de todo, es que sucede a nivel mundial y los gobiernos denotan tanta ignorancia como sus pueblos. No puede ser tan grande el hermetismo con tantas personas involucradas. Aunque, quizá sepan algo y no quieren dar información al respecto. A lo largo de la historia, no sería la primera vez. — No dudes en disfrutar la frescura de… Pausa comercial, mejor aprovecho.

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— ¿Cómo están chicos? Parecen absortos en las noticias. — Es extraño esto que ocurre —me responde pensativo Pato—. Nadie sabe nada y más gente desaparece... — A mí no me mires, Isma —interrumpe Juan—. Sabes que prefiero ver algún documental o un libro adaptado. Ellos me ayudan a olvidar un poco todo este mundo en el que esta… — Ni que fuese tan malo hermano —Pato le devuelve el favor—. Recuerda que no tenemos otro lugar al que recurrir. Además, las autoridades del lugar nos tratan bien, nos cuidan. Si estuviésemos ahí fuera, también habríamos sido secuestrados… — O muertos, o tendríamos una familia o viviríamos auténticamente. No solo estaríamos mirando holovisión —Juan hace una pausa, pone su dedo sobre la boca de Pato para callarlo y prosigue—. Ahora dinos Isma, qué haces aquí. Por regla general, sueles estar en el patio debajo de tu árbol. Juan siempre es el hermano más perspicaz, aunque corto de miras, como suelen decir. Pato, en cambio, es capaz de abrir las opciones. Siempre dando un toque de creatividad. Durante mis primeras semanas en el Hospital no sabía si se odiaban o no. Me tomó más tiempo del que creí comprender su relación. Son muy cercanos y se complementan muy bien entre sí. Capaces de lograr cosas que, por separado, no podrían. Siempre que querían algo, Juan usaba su inteligencia y carisma para poder convencer al guardia de turno. En tanto que Pato, daba las opciones necesarias para evitar ser descubiertos. Tal cual ocurrió la semana pasada; convencieron a uno de los nuevos guardias para que les compre yerba y traiga un termo lleno de vino. Así pueden tomar un poco de su néctar rojo sin ser descubiertos. Tenemos prohibido el alcohol. — Isma, ¿qué haces aquí? —vuelve a preguntarme Juan.

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— Perdón, estaba recordando las primeras semanas en que los conocí y lo bien que se complementan —los miro a ambos—. Vengo con noticias, chicos, puede ser que en dos días me vaya de aquí. — ¡Cómo que te vas! – el grito de Pato llamó la atención de un enfermero. — Sí, tranquilo. Dije: «quizá». Me ofrecieron una opción para recuperar mis miembros faltantes. Me están dando la posibilidad de volver a caminar. Aunque tendría que irme a otro lugar. Imagino que será una sede de Mc Richardson y Asociados. Ahí sería el conejillo de Indias de la empresa. Si todo va bien, tendré miembros biomecánicos. — ¿Y por qué lo piensas tanto? Pato esputa la frase, su mirada se mantiene incrédula. Por su parte, Juan, parece perdido en sus pensamientos. — Es que, me piden algo que… No puedo continuar. Miro hacia abajo, me tiembla la pierna. Comienzo a reírme sin control. Los nervios me desbordan. — Oye, oye, ¿qué te causa tanta gracia? —Juan parece enojado. Bueno, mejor tomo una respiración profunda. — Me están pidiendo algo que, para mí, parece una locura — tomo un poco de aire—. Sí, tengo la posibilidad de tener mi pierna y brazo de vuelta, pero al costo de abandonar mi medicación. Ella es lo único que me permite dormir y vivir. Si debo dejarla… no sé qué va a ocurrirme. — Haz una cosa Ismael —la voz de Pato parece condescendiente—, deja las pastillas hoy mismo. Prueba esta noche y la que viene, a ver qué ocurre. Seguro, ahí obtendrás alguna respuesta. — Pato tiene razón, es la mejor opción. A ver si ese miedo tuyo hace que dejes pasar la mejor oportunidad en tanto tiempo —el cuerpo de Juan se tensa—. Ya viste cómo varios de nuestros amigos y amigas se fueron. Sea porque fallecieron o les dieron el alta. Si esto

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sigue así, de una u otra manera, nos vamos a ir nosotros también — levanta el dedo y nos señala a los a tres—. Así que, mejor aprovechar la oportunidad a quedarte estanco en este lugar. Además, vas a poder visitarnos. Una sonrisa se dibuja en su cara y hace un guiño. Me deja perplejo con su respuesta. Podía esperar algo así de su hermano, no de él. Ambos parecen contentos con la noticia. Es una buena opción la que dice Pato. Entre el miedo y el poco tiempo transcurrido, no pensé en esa posibilidad. — Está bien chicos. Tienen razón. Voy a probar. De última, si es demasiado, me niego y listo —extiendo la mano y hurgo el bolsillo de la silla—. Tomen. Son las pastillas que debo ingerir. Mejor que las tengan ustedes. Su rostro expresa aprobación. — ¿Qué les parece si vemos unas películas juntos? Así empezamos a despedir a Ismael. — Pato, parece que ya me haces fuera. — Por supuesto amigo mío. Vamos a festejar —ni bien termina la frase, se vuelve hacia la holovisión—. Ryoga, reproduce en el siguiente orden: La reforma Argentina, Atajo a la estratosfera, Mujer fantasma, Un mundo sin magia y Velos. — Parece que estás pidiendo un gran mejunje: documental, ciencia ficción, «policial», fantasía y… ¿romántica? — Sabes cómo es mi hermano. Le gusta ver de todo un poco. No puedo mentir, alguna que otra está muy buena. — Listo. Vemos todo eso y me voy a dormir. Son muchas horas por delante, mejor me acomodo en la silla y disfruto del espectáculo.

— Pato, te luciste, muy buena selección.

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— Gracias Isma. Aunque, dada la hora, mejor nos vamos a dormir… — Nos vemos mañana chicos —prendo la silla—. Gracias por todo. — Ahora el que se despide eres tú —agrega Pato. Ni bien termina de hablar, comienza su inconfundible risa. Nos contagia. Ahora, los tres estamos a las carcajadas. — Bueno, bueno. Espero que así sea. Los veo más tarde. Levanto la mano y saludo. Lo paso muy bien con ellos. Si me llego a ir, los voy a extrañar. Una de las pocas personas que se han ganado el mote de amigos. Andrea parece más una madre, y el resto se fue o no me llevo… ¿Será que yo soy el complicado?

Por fin, mi querido cuarto. Hace años que vivo acá y nunca puse energía en decorarlo. Tengo mi cama, la silla, una mesita de luz y un cuaderno donde solía escribir las cosas que soñaba. Me pregunto si hoy volveré a usarlo o no. Ni ganas de cambiarme, mejor me quedo así como estoy. Acerco la silla a mi lugar de descanso, coloco el freno y me tiro en la cama.

2

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¿Dónde estoy? La tierra está seca, no hay árboles ni ríos. Solo un paisaje árido. ¡Un momento! ¡Estoy de pie! ¿Cómo es posible? Mi piel tiene un tinte rojizo. Bien, bien, qué hago ahora. Mejor me muevo, porque el sol está muy fuerte. Cierro los ojos un momento; imágenes recorren mi mente. Una aldea, esposa, hijos… parece que estoy de caza. No, una peregrinación. Tengo que encontrar a Nuna. No tengo muchas pistas, solo que la luna de piedra iluminada por el padre sol va a marcar el camino. Está bien, entonces, mejor empiezo a caminar. Es extraño, hace años que no sueño y, ahora, me encuentro viviendo uno. Lo más raro es que no estoy sobresaltado. Antes escuchaba voces de gente pidiendo ayuda, voces olvidadas que buscaban ser oídas. Vivía en tensión constante mis noches y me despertaba sobresaltado. Terrores nocturnos, decían. Sin embargo, sé que debe haber algo más ahí. Nunca pude sentir que fuesen parte de mi vida anterior. Menos mal que este cuerpo está acostumbrado al calor. Si no ya estaría tirado, rogando por mi vida. Solo transpiro un poco. Antes de salir mi padre me dijo que si doy con unas piedras altas voy a estar más cerca de mi objetivo. Eso se lo susurró el cóndor en unos de sus sueños. A todo esto, ¿por qué estoy recorriendo este camino? A ver si encuentro algún recuerdo… sí, parece que… todo es por el pueblo. Una enfermedad, estamos muriendo, quedamos pocos. Solo hay una

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opción, encontrar al gran espíritu Luna de Roca. Se dice que fue como nosotros hasta que logró el agrado del sol y le confirió un extraordinario conocimiento y la inmortalidad. Entonces, pasó a llamarse Nuna. Los pocos hombres y mujeres que estamos sanos salimos en su búsqueda. Salimos en ocho direcciones. No somos muchos, una tribu de veinte personas. Pensar que fuimos cincuenta, hasta que llegó la enfermedad devastadora. Hoy día quedan los ancianos cuidando el lugar, los niños para que crezcan y pocos adultos que ayudan con las tareas diarias. Por el bien de todos es mejor que demos con ese lugar. Es extraño, me siento dentro de un simulador de videojuegos. Al menos, eso es lo que creo. Nunca pude entrar a uno. Solo conozco lo que leo o veo por la holovisión. En fin, volvamos a la inmersión. Ahí a lo lejos, una formación rocosa; es baja. A ver si hay alguna cueva para detenerme un rato. Sí, por suerte, hay una. Voy a aprovechar para descansar y recuperarme del calor. Hay humedad. Mejor reviso a fondo a ver si hay algo de agua. Ya hace cuatro días que estoy caminando. Si lo que pasa en la tribu y la región no es una maldición… no sé qué es. No llueve hace muchas lunas, los ríos comienzan a secarse. Está muy oscuro aquí dentro. Mejor me concentro. Coloco la mano sobre la pared, así tengo una guía. A ver qué puedo hallar. Está fresco, qué rico. Qué estoy pisando, parece… ¡agua! Me agacho, toco con las manos el líquido y lo llevo a mi boca. Sí, es agua. Me siento muy afortunado. Es momento de que pare y descanse un rato. Si muero en el trayecto no ayudo a nadie. Me quedo dormido en la cueva y despierto en la cama de mi alcoba.

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Qué fue todo aquello no lo sé. Sí, estoy seguro, debo contárselo a los Humberto. Ya es de día y deben estar en el comedor. Es hora de pasarme a la silla y salir. Pongo la marcha atrás, acomodo el ángulo y… ¿qué es eso? ¿Una chica? — ¡Hola! Disculpa, ¿cómo entraste a mi pieza? No me presta atención. Mejor me acerco con cuidado. — Hola, buen día. ¿Quién eres? La voz me tiembla un poco y seguro que mi rostro marca la mayor sorpresa de todo este tiempo. — ¡Hola! Ahora sí. La chica se da vuelta y me mira. Tiene cabello rubio, largo y ondulado; sus ojos parecen el mismo océano; su tez dorada parece emanar su propia luz; sus ropas, un vestido blanco que llega al piso con algunos bordados dorados en el cuello. — Mi nombre es Ismael. ¿Quieres decirme quién eres tú? Ella sigue mirándome. Al principio, parece sorprendida. Poco después, esboza una sonrisa. Entonces usa sus manos para levantar un poco la falda y hace una reverencia. Sin pensarlo, la imito. Mientras realizo la reverencia, escucho una risita. Cuando vuelvo a ver, ella ya no está. Parecía que mientras estaba ahí, agachada, revisaba el cuaderno, pero este sigue cerrado, en su lugar. Si la vi agarrándolo, cómo sigue todo igual. Suficiente, mejor voy a buscar a los chicos. Así les cuento de todo esto. Cuando llego al comedor empiezo a buscarlos con la mirada. Ahí están, lejos, en la última mesa. Al lado de la ventana que da al patio. Coloco mi mano en la palanca y salgo directo hacia ellos. Una vez en la mesa no puedo contener las palabras.

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— Chicos, chicos. No podrán creer todo lo que sucedió. — Isma, recién nos levantamos —habla en un tono iracundo—. Estamos comiendo algo. Por qué no vas, tú también, a servirte un poco de comida. Cuando tengas tu plato hablamos, ¿o no tienes hambre? Además, un «buen día» no está de más. Ni bien cierra la boca, Pato empieza a reírse. Cuando sofoca su alegría dice: — ¡Vamos, Juan! Déjalo tranquilo. Recuerda, fue su primera noche sin medicamentos —levanta su vaso en señal de brindis— y parece que le fue mejor de lo esperado. — Tienes razón —me escudriña con la mirada—. No veo ojeras ni rastro de que lo haya pasado mal. Parece demasiado emocionado —da unos golpes en el asiento de al lado—. Bueno, ponte cómodo. Te traeré el menú de hoy: un poco de pollo, puré de zapallos y una gelatina. Eso suena al almuerzo. No me di cuenta, ya es mediodía. Termina de hablar, se pone de pie y marcha hacia la barra. Activo la silla y me coloco en la cabecera. La emoción de Pato se escapa por todo su cuerpo. Por suerte, después de tantos años, sabe que si no está Juan no voy a contar nada. Si vengo a buscar a los dos, le cuento a ambos al mismo tiempo. Si no, nada. No me gusta repetir las historias una y otra vez. Juan, apoya la bandeja frente a mí y toma su lugar. — Ahora sí, Isma, dinos qué te tiene tan emocionado. — Anoche, como saben, dejé las pastillas. Parece que el efecto fue inmediato, pero no como otras veces. No hubo terrores nocturnos — se me escapa un respiro de alivio—. Esta vez, pareció un videojuego de realidad virtual. ¡Bah! Saben que nunca estuve en uno y solo conozco lo que vemos por la holovisión —ambos asintieron—. En el sueño era otro; de raza indígena, para ser exactos. Lo que ocurría es que su pueblo estaba muriendo por una enfermedad extraña, las

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lluvias no aparecían y un total de ocho personas salieron en busca de una chamán llamada Nuna. Se supone que debía encontrar una formación rocosa con forma de luna. Luego, la luz del sol proyectada sobre ella marcaría el camino a seguir —me detengo, tomo algo de agua y prosigo—. Después de mucho caminar, doy con una cueva y aprovecho a descansar. Entonces, me duermo. ¡Y vuelvo a despertar en mi cama! Los dos guardan silencio, los miro. Parece haber un dejo de fascinación en sus rostros. —Veo que lo pasaste bien. Isma, te dijimos sin drogas. Sin drogas… —ríen al unísono. — Pato, sabes que no tomé nada anoche. Mi seriedad puede más y corta el jolgorio. — Bueno. Si lo que decís es verdad, Ismael, podemos tomarlo por lo que es: un sueño —antes de que pueda interrumpirlo, me hace una seña para que calle—. Sabes que hay más opciones. Durante todos estos años se han producido distintos avances. Aunque, no tanto en el plano esotérico ¿sabes? Por lo que me estás diciendo y cómo lo describes, puede ser… una vida pasada. — Juan, no vas a decirme que crees en esas cosas —le responde Pato, incrédulo. — No sé si creer o no. Solo hablo de hechos —le dedica la mirada más severa que tiene—. Es algo que cuentan. No hay nada que autorice o no dicha información. Incluso, distintas culturas del mundo creen en las reencarnaciones —gira la cabeza y se dirige a mí nuevamente— ¿Sabes algo al respecto, Ismael? — Lo único que conozco es que algunas personas creen que al morir su alma va a una especie de vacío. Ahí mismo pasa un tiempo como espectador de su vida. Luego de hacer un balance, vuelve el alma al mundo, en otro cuerpo. Sin recuerdo de lo anterior.

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— Exacto, hay dos formas de que ocurra. La primera es nacer de vuelta como un bebé. La segunda, es tomar lugar en el cuerpo de una persona que acaba de fallecer. El cuerpo sigue siendo útil para lograr un propósito, pero el alma que estaba antes, ya no lo tiene y se va. En ese momento, es cuando se dice que una persona cambia por completo su forma de ser. Por ejemplo, cuando hay un accidente o personas en coma. Cuando entra en modo profesor, Juan explica muchas cosas. Las cuales suelen ser muy interesantes para mí; siempre aprendo algo. Pato, se dedica a mirar por la ventana. Ya está cansado de las historias de su hermano. — Hace unos años, comenzaron a investigar parte de esa creencia sin nombrar el término: «vidas pasadas», pues le saca lo «científico» —una sonrisa irónica se dibuja en su boca—. Como bien sabes, en los últimos años se incrementó el nacimiento de chicos que dicen ser los padres o abuelos de sus padres; otros, pueden leer y hablar distintos idiomas diferentes al nativo sin haberlos estudiado; algunos trajeron grandes dotes artísticas. Quizá hayas escuchado de Tom Hindel —niego con la cabeza—. Él es un chico de Estados Unidos; a los diez años ya «sabía» varias de las teorías actuales de la ciencia. Uno puede pensar que es superdotado y las aprendió. Nada más lejos de la realidad. Es un chico de clase baja y nunca tuvo acceso a un libro de educación, pero a los nueve años fue capaz de explicar teorías extraordinarias sobre el ADN y cómo se puede modificar. En sus entrevistas, se puede ver cómo agrega teorías propias. El mundo está maravillado con estos casos. Siempre que se mantenga activa esta parte suya, Juan puede pasarse horas hablando en monólogo. Cuando veo que se detiene para tomar un respiro hablo yo. — Entonces, este chico Tom Hindel no es el único…

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— ¡Esperen! ¿Tom Hindel? —la interrupción de Pato ahoga mis palabras—. ¿Están hablando de un chico de doce años de Estados Unidos? —parece sorprendido. — Ese mismo —responde Juan. —El chico está desaparecido hace tres meses. A ver, decime más nombres conocidos de tus «niños mágicos». Pato, saca un anotador de su bolsillo. — Te nombro diez de los más conocidos: Juan Pereyra, Martha Johnson, Ino Tetsuya, Alexandra River, Yarah Dos Santos, Quetzal Amador, Danielle Fontaine, Luca Chiesa —a medida que Juan dice los nombres, los ojos de Pato se agrandan—, Bon-Hwa Park y Lian Deng. Ahí tienes a tus diez. ¿Quieres más? — No, acaso hermano, ¿tú y yo vemos las mismas noticias? Juan no puede esconder la sorpresa. Cuando Pato le habla de esa manera es porque dio con un descubrimiento. — Iba a decir que sí, pero prefiero que me lo digas: ¿qué notaste? — Sencillo, todos esos chicos que nombraste, todos, fueron secuestrados. — ¿Qué? ¿Cuándo ocurrió? — No ocurrieron todos juntos. Es algo que tiene lugar a lo largo de estos cuatro años —señala sus notas—. La vaga información de muchos noticieros me hizo querer saber más. Comencé a revisar, con la ayuda de Ryoga, todos los canales de la holovisión —se detiene un momento y mira por la ventana, parece buscar si alguien lo espía—. Al fin y al cabo, además de los hologramas, nuestros medios de comunicación son los empleados del hospital. — Entonces, los secuestros no ocurren tan al azar como se cree. — Exacto, pensar que es la primera pista que tenemos de esto. Aunque, me pregunto por qué los medios no dicen nada al respecto. Imagino que la policía ya encontró este punto en común.

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— Seguro lo evitan por el caos que puede despertar. A excepción que sea otro el motivo. Su conversación, me deja absorto. Más bien, el descubrimiento. Parece que ellos están igual que yo. Al menos, los noto pensativos. ¿Qué podemos hacer? — ¿Qué les parece si logramos salir a la ciudad e investigamos qué ocurre? — Dime hermano, quién crees que somos para meternos en un tema así. — Muy sencillo, a vos te gusta todo esto de adquirir conocimiento. Isma va a conseguir sus miembros de vuelta y va a necesitar algo para hacer. Por mi parte, quiero ayudar de alguna manera. Me molesta que no puedan dar con una respuesta y desaparezca gente como si nada. Otra vez el silencio. Sé que debo buscar un propósito. Pero, meternos en una investigación y, para colmo, a escala mundial parece de locos. Quizá no están errados al tenernos acá. — Tienes razón en eso: «Voy a necesitar algo para hacer». Aunque todavía debo ver si sale bien. — Y por qué no saldría.... —siempre positivo Pato. — Espera —levanto mi mano para que me escuche—, no recuerdo nada más allá de los muros. Tampoco, siendo honesto, me interesa hacerlo. Mi pasado no es algo que me desvele. Eso sí, quisiera, primero, ver qué pasa en Mc Richardson y Asociados. Además, nadie me dijo qué va ocurrir conmigo una vez que terminemos. — Ismael —parece serio Juan—, dime: ¿por qué tantas dudas respecto al tema? Sí, hay muchas cosas que aún no sabemos con certeza. Por ejemplo, qué va a pasar con tus pesadillas y si va a funcionar lo que sea que te hagan. Hasta ahora estuvimos bien y seguro vamos a seguir estándolo —Pato asiente con la cabeza, yo me

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quedo mirándolo—. Piensa en esa gente, piensa en nosotros. Nunca pudimos hacer nada relevante. Siempre escondidos tras estas murallas. Si nos dimos cuenta de esto, podemos ayudar. De paso, es un empujón para que tratemos de estar mejor y salir de aquí. — En eso tienes razón, pero ¿no te parece el argumento «barato» de una película para adolescentes? Aparece un misterio y van a investigar. — ¡Y qué tiene de malo! —la voz de Pato se escucha en todo el recinto—. ¡Estoy cansado de estar aquí dentro! ¡Cansado de observar cómo desaparecen cada vez más personas! —le da un golpe a la mesa, se recompone y prosigue—. Sé que nosotros no existimos para nadie por fuera de estas murallas. Podemos hacer algo con nuestra vida. Nos da un motivo para salir de aquí, hacer algo allá afuera. — Pato tiene razón. Yo, secundo a mi hermano —ambos chocan los puños—. Vamos, ahora mismo, a hablar con Andrews. Quiero saber qué hace falta para irnos de aquí —de repente se vuelve hacia mí—. No quisimos decírtelo antes: el director nos quiere dar el alta desde hace unos meses. — Linda sorpresa vienen guardando. ¿Qué pasa que no se van? — Vos amigo —Pato me sonríe—. Si nos quedamos es por vos y por no saber qué hacer allá fuera. Dos motivos que, ahora, ya no están. — Esa es la verdad. Ahora, vamos al despacho del médico en jefe. ¡Iniciemos los trámites! — Chicos, gracias —no me sale otra cosa. Sin palabras de por medio, lo mejor que les sale es una palmada en la espalda. — Nos vemos afuera, Isma. Aprovecha tu último día acá dentro. Se van nomás a hablar. Mejor como algo.

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¡Muy bien! ¿Ahora qué hago? Ya sé, me voy a despedir de mi viejo amigo. Muevo la palanca y mi «bólido» arranca. Hago el trayecto hacia mi querido Jacarandá. Siempre me siento calmo bajo su sombra, cuidado. Uno de esos lugares donde no hay nadie más. O eso se supone, ¿quién está ahí ahora mismo? — ¿Doctora? — Ismael, vine para hablar contigo. Sobre la oferta que te hicieron. — No hace falta. — ¿No? — No, ya decidí aceptar la cirugía. Ayer dejé las pastillas. Sé que es poco tiempo, pero… quiero empezar a cambiar las cosas. Siempre me quedé bajo este árbol. Sin hacer nada. Una vez que todo empieza a marchar distinto... — No digas eso —la tristeza embarga su rostro—. Desde tu primer día, siempre hiciste algo. Sí, es verdad que nunca pudimos recuperar nada sobre tu pasado, pero, en lo que respecta al hospital y a tus compañeros, siempre estuviste ahí cuando hizo falta. Sea con unas palabras de apoyo o el simple y complejo silencio. — Tampoco tuve muchas opciones. — Sí, podías irte a tu cuarto, hacer otra cosa. Encontrar alguna manera de no «ver» lo que ocurría. No te restes mérito. — Tiene razón, doctora Miralla.

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Esa voz de abuelo, solo puede ser el director. — Hola Ismael. — Buenas tardes, director. Es muy raro verlo fuera de su despacho —no puedo evitar la sorpresa. — Sí, certera afirmación —ríe y se acomoda la corbata—. Quería hablar contigo. Cuando miré por la ventana, vi a la doctora. Supuse que pronto estarías aquí. — ¿Hablar conmigo? Es extraño que lo haga. — También lo son las circunstancias que estamos viviendo. Recién vinieron los hermanos Humberto a mi despacho. Al final, decidieron conseguir el alta médica. — Esos son tus amigos, ¿verdad? La pregunta de Andrea me llama la atención. Claro, cuando me visita nos vemos en este lugar y los chicos se quedan en la sala, viendo la holovisión. — ¿Sabes, Ismael, por qué motivo fueron internados? —el tono inquisitivo del doctor me llama la atención, niego con mi cabeza— Desde que nacieron fueron cuidados por sus abuelos. Al fallecer estos, los hermanos cayeron en un pozo depresivo. Eran muy chicos y no tenían a nadie más. Para sumar picor a la situación, pasaron varios días hasta que los rescataron. La policía entró a su domicilio cuando los vecinos llamaron alertando del olor putrefacto. — Ahora que lo pienso, nunca hablamos del motivo de su internación. — Justo a eso quería llegar: ¿Te diste cuenta de un pequeño patrón tuyo? — ¿De qué patrón me habla? — Muy sencillo. En todo momento, desde que llegaste, evitas un tema: el pasado —mi cara de sorpresa le hace sonreír—. No es tan difícil. Siempre quisimos ayudarte a recordar pero, de una u

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otra manera, esquivas el asunto. Ni siquiera tus pesadillas nos dijeron algo al respecto. ¿En serio? Si reviso los hechos que recuerdo… es verdad. Nunca traté nada sobre mi historia o la de los demás — Tiene razón, director, pero… ¿a qué viene la «revelación»? — Según me dijeron los hermanos, estás decido a tomar la oportunidad que te ofrece Charleston —sus ojos parecen querer penetrar para descubrir mis pensamientos—. Solo te voy a decir dos cosas: primero, ten cuidado. Hasta donde llega mi conocimiento, la empresa para la cual trabaja —se vuelve para mirar a Andrea— no solo investiga tecnología médica. También tienen contratos secretos con distintas empresas privadas y gobiernos, muchos de los cuales parecen no ser éticos. Una empresa que avanza en lo tecnológico, pero su ética quedó en los confines del tiempo. Mi mirada se desplaza, de manera automática, hacia la doctora. — ¿Es cierto Andrea? — Son solo rumores. No tienes motivo para preocuparte por ellos. Aunque fuesen verdaderos, tú solo vas por el programa de implantación. Así que no debes preocuparte por nada más. El semblante serio del director no me resulta nuevo, sí que me dé consejos. — Esperemos que sean eso: solo rumores, señorita Miralla. Ahora, Ismael, mi segundo consejo: estate atento en la ciudad. Siempre escapaste a tu pasado y, quizá, cuando estés ahí fuera no puedas huir más. Puede ser que encuentres algún elemento que genere la chispa que necesita tu memoria para encenderse. — ¿Y eso qué tiene de malo? —mis palabras brotan sin pensarlo, la voz me tiembla. ¿A qué le tengo miedo? — No sé si algo malo pero, si va a producir algo… —el director se cruza de brazos—. No sabemos cómo se van a mezclar los factores y qué van a producir. Ese es el problema. Igual, ten —me

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entrega una tarjeta que guardada en su guardapolvo—. Ahí tienes mi teléfono de la oficina y el de mi comunicador personal. Si es necesario, me llamas. — Muchas gracias. Espero que no haga falta. — Yo también albergo la misma esperanza. Andrews, sin decir nada más, se retira. — Isma —el tono de Andrea esparce preocupación en cada letra—, si es correcto lo que dice Andrews es mejor que te cuides ahí fuera —me entrega su tarjeta de contacto—. Si llega a hacer falta puedes llamarme o ir a mi casa. Eso sí, voy a seguir tus avances en el programa. — Me voy y empiezo a coleccionar tarjetas —mi tono burlón parece no hacerle gracia. — Lo que te decimos es muy serio. Cuando estés allá, ten cuidado. El sector donde vas a estar es experimental. Nada está probado por completo y puede haber inconvenientes. No seas inconsciente. Debes estar atento y, recuerda, cuentas con nosotros. Las lágrimas empiezan a brotar de sus ojos. De verdad está preocupada. También el director debe estarlo para venir en persona. Me pregunto si hay algo que no me estén diciendo. Me acerco a ella y la abrazo como puedo. — No hay de qué preocuparse, Andrea. Todo va a estar bien. Además, no cuento solo con ustedes dos. Cuando llegue el momento, Juan y Pato estarán en la ciudad. Voy a tener varias personas cuidando mi espalda. — Lo sé. Agradezco que así sea —saca un pañuelo y se seca las lágrimas—. Debe ser raro ver a una mujer mayor llorando. — ¿Por qué? —le sonrío—. Todos necesitamos alguna vez descargar un poco la tensión. Además, tampoco es tan grande. Me devuelve la sonrisa y mientras se seca responde:

— Voy a dejar un paquete en la recepción. Tiene algunas cosas para ti. Antes de irte, recuerda pasar a retirarlo —la alarma de su comunicador empieza a sonar. — Si me disculpas, debo ir a ver un paciente. Me besa en el cachete y marcha hacia la salida.

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— Y al final estamos solos de vuelta, Jacarandá. — ¿Solos? — ¿Qué? ¡Eres tú! ¿Te esfumas de la nada y ahora apareces del mismo modo? A mi derecha, de vuelta, la chica de la mañana. Tengo una mezcla, entre enojo y asombro. No puedo creer esta situación. Pensé que había sido algún tipo de alucinación. — ¿Alucinación? Quizá... — ¡Ah! ¿Acaso lees la mente? Definitivo, eres una alucinación. — No lo soy. Por otro lado, eres el primero. — ¿El primero? ¿Quién eres? ¿Algún tipo de fantasma? La miro de arriba abajo. No parece tener nada de distinto a la otra vez. Tampoco tiene apariencia de ser un fantasma. Al menos, no transparenta la pared a su espalda. — Soy completamente real. Al menos, para ti. Como dije antes, eres el primero que me puede ver y oír. — No entiendo. No puedo bajar de mi asombro. El sudor me invade y el corazón aumenta su ritmo. — Tranquilo... Ismael. Sí, ese es tu nombre —me sonríe. Qué bella sonrisa. Pareciera que puede calmar cualquier ansiedad — ¡Gracias! —emite una leve risa—. Soy una viajera. Hay muchos otros como yo. No voy a hacerte ningún daño. Solo vengo a charlar.

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— ¿Viajera? ¿Qué tipo de viajera? Además… ¿charlar? Si puedes leer mis pensamientos y emociones, cuál es el sentido de qué hablemos. — Este no es mi cuerpo. Por eso puedo aparecer y desaparecer. Mi verdadero cuerpo está en otro lugar. — ¿En qué lugar? ¿Cómo es que lo haces? ¿Utilizas algún tipo de tecnología? A medida que las palabras discurren de su boca, solo aparecen más interrogantes. — Eso, querido, es un secreto —su sonrisa amable muta a una picaresca, proseguida de un guiño—. Por el momento, disfrutemos de la charla. Aunque no lo creas, estoy tan sorprendida como vos. — ¿Me vas a decir que encontrar una persona que te puede «ver» y, a la cual, puedes «leerla», te sorprende tanto como una chica que aparece y desaparece por arte de magia? Acaba de fijar su mirada en mí. ¿Estará realizando algún tipo de estudio o qué? Espera un momento, para qué estoy pensando tanto si... ahí está de vuelta su sonrisa. — Si quieres puedo dejar de hacerlo. Creo que puedo. — No, está bien. Vaya a saber si uno de los dos puede aprender algo de esto. ¿No hay forma de que yo realice lo mismo? Me refiero a leerte. — Hasta donde he escuchado, sí. Aunque las medicinas que tomas hacen mucho más que tapar tus pesadillas. — ¿Eso cómo lo sabes? ¿Desde cuándo me estás espiando? — Esta es la tercera ocasión. Hace poco tiempo que tengo esta capacidad de viajar —su mirada se pierde en el árbol—. Disculpa, estaba calculando. Sí, hace dos meses que empecé con esto. — ¿Puedes decirme qué te trae hasta aquí? — La verdad, no lo sé. Sí estoy segura de que algún tipo de conexión tenemos. Solamente quienes tienen un lazo muy fuerte son

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capaces de establecer, como tú le has llamado, la lectura —apoya una de sus manos en la madera resquebrajada del árbol—. Tiene un sentimiento profundo por ti este Jacarandá. — ¿Me vas a decir que también puedes hablar con los árboles? Termino de decirlo y su sonrisa se desvanece. — No hace falta ser irrespetuoso. — Qué quieres que haga. Apareces de la nada, posees quién sabe qué capacidad y solo sumas incógnitas. Bastante bien me lo estoy tomando, para lo extraño de esta situación. — Puede ser. Aunque, no hace falta que seas grosero conmigo. No te hice ningún mal y te he respondido hasta donde puedo. Solo te voy a decir una cosa más. ¿Se marchará…? — No puedo leer a los árboles. Solo siento la energía que emanan hacia los humanos. También puedo sentirlo en los animales. Recuerda, la naturaleza siente y es inteligente. No lo olvides. Antes de desaparecer, una breve sonrisa. Me pregunto cómo lo hará. Quizá posea algún tipo de tecnología que le permite viajar de un lugar a otro. He escuchado de los trenes y naves que se manejan por fuera del tiempo. Qué otra opción puede haber. Quizá sea algún tipo de prueba de Michael Charleston. Si fuese así, no comprendo qué gana con ello. Toda mi vida está tomando un rumbo muy extraño. Primero, Andrea y su gran oportunidad de ser «normal». Luego, Juan y Pato tenían el alta y no se fueron por mí; el director viene a velar por mi seguridad; aparece una chica extraña con capacidades «paranormales»; se supone que voy a tener mi pierna y brazo de vuelta; damos con un indicio de las desapariciones y

quieren jugar a ser detectives. Finalmente, cómo olvidar que pasé una noche sin las pastillas. ¿Habrá vuelta atrás? Creo que ya es demasiado tarde para poder hacerlo. Cuando tuve la oportunidad de rechazar todo, no lo hice. Así que, mejor me preparo. Espero que esto termine de buen modo. — Mientras tanto —apoyo mi mano en el Jacarandá—, descansemos un rato más. Puede que esta sea la última vez que estemos juntos.

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¿Dónde me encuentro? Humedad, rocas. Parece que he vuelto a la cueva de la otra noche. Así que, seguro, me he dormido. Muy bien, dónde quedé la última vez... Ya recuerdo, hacía calor, estaba deshidratado y di con este lugar. Ahora, ¿qué hago? ¿Investigo la cueva o salgo? No tengo muchas opciones. Si sigue o no, soy incapaz de verlo. Me falta luz. Entonces, de vuelta al terreno. Qué bella noche. Está lleno de estrellas. Es un placer ver una bóveda como esta. Mejor aprovecho la luna para seguir mi camino. La tierra está fresca y suave. Parece que llovió hace poco. ¿Eso significa que también el agua bendijo mi aldea? El otro problema, la enfermedad que la asola. En eso, solo Nuna nos puede ayudar… lo que me deja con una sola opción: seguir caminando. Debo cumplir mi misión. Y ya que nos separamos en ocho direcciones, mejor mantengo la mía. Se siente bien tener las dos piernas ¿Será así como me sentiré cuando haya terminado la cirugía? Quizá se sienta mejor. Esto no es más que un sueño o... ¿Juan tendrá razón? ¿Todo esto será el recuerdo de otra vida? No encuentro qué diferencia puedo hallar entre una y la otra. Ni siquiera comprendo de qué me sirve saber si es algo de mi pasado o solo una vivencia onírica. Si es algo de mi pasado… ¿por qué soñar con esto y no con la vida que tuve fuera del hospital? Por qué no recordar lo que viví fuera. Puede que todo esto sea el simbolismo de mi búsqueda de la

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verdad. También que me esté volviendo loco. No sé para qué me hago tanto lío. A ver, llevo bastante camino recorrido. No llego a ver la cueva; está amaneciendo. En algún punto, me gusta esto de perderme en mis pensamientos y que pase el tiempo. La tierra sigue húmeda y el sol me baña con la suficiente fuerza para darme una temperatura adecuada. Sé que no hay nada en torno a mí pero, en vez de transmitir desesperación, solo apacigua mi alma. Todo el lugar tiene algún tipo de belleza. No importa que los pastizales sean cambiados por tierra árida. Hay algo que enamora. Algo llama. ¿Qué es ese sonido? Allá, un río. ¡Agua! Me siento feliz de solo pensar en beber un poco. Ya puedo refrescarme. Hundo mis manos en el líquido. Está helado. — Río, con tu permiso, bebo de ti. ¡Qué delicia! Cada sorbo parece mágico. — Gracias por ser parte de mí. Me inclino en saludo al espíritu del agua. Mejor, aprovecho y me siento un rato en la orilla. Así descanso y luego sigo viaje. No creo que lastime a alguien por reponer fuerzas. El suave movimiento del agua relaja a cualquier persona. Pero… ¿qué es ese ruido? Parecen caballos. ¿De dónde proviene? Allí, a la distancia. El levantar de la tierra los delata. ¿Qué hago? No tengo ninguna información de esta zona. Confío o... ¡esquivo! Esa flecha casi me da. No parecen amigables. Para alegrarme aún más, no sé pelear. ¡Otra más! ¡A correr!

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Imprimo tanta fuerza como puedo. Necesito escapar. La pregunta es: ¿adónde? Cada vez están más cerca. Ahora un zumbido. ¿Qué será...? Unas... ¿boleas? Caigo al piso, la tierra se pega en todo mi cuerpo. No puedo moverme. Ahora, qué… — ¡Amigos! ¿Cómo les va? Cuatro caballos, cuatro hombres. Uno de ellos se adelanta. Se agazapa frente a mí y mira con frialdad. Comienzan a hablar, no comprendo qué dicen. Parecen discutir. No puedo creerlo. Este «cuerpo» no sabe pelear ni habla su idioma. Cada vez se pone mejor. — Disculpen, ¿entienden algo de lo que digo? Parece que no. Solo me miran con odio cuando hablo. ¿Qué planean? ¿Un cuchillo? — ¡No, esperen! Sé que podemos... La fría piedra abre un pasaje entre el exterior y mi corazón. Mi sangre sale a borbotones. Ya no queda nada más por hacer. Los extraños se quedan mirando, esperan. Lo raro es que no siento dolor. Solo veo cómo el cuerpo se contorsiona ¿Eh? ¡Estoy fuera, volando por encima de ellos! Por primera vez, tengo una vista completa de quien estuve personificando: piel rojiza, cuerpo tallado por la caza y endurecido por el sol; solo viste un taparrabo y el único cabello que se observa es el de las cejas. Estira su mano al cielo, intenta hablar. Se atraganta con la sangre. Todas las veces que abrí la boca para emitir alguna palabra, ¿lo hice en mi idioma o en su lengua? No poseo más recuerdos de la aldea; solo un nombre: Urmi.

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Estoy bañado en sudor frío; el corazón galopa, siento impotencia y dolor. Todo mi cuerpo se encuentra agitado, ¿por qué? Vamos, vamos, debe haber un motivo. ¡Sí, ya recuerdo! Recién me clavaron un cuchillo, cortaron mi carne y me dejaron desangrar. Desde ahí, separación. Ya veo, todo lo vivido lo recuerdo. De alguna manera, algo en mí lo hace real. Pero… ¿qué significa? Quizá Juan sepa algo. Ya es de noche. Parece que dormí más de lo planeado. Mejor vuelvo al cuarto. Enciendo la silla y, como siempre, arranca al primer intento. — Así se hace, amiga. Ahora, en marcha, a la pieza. Las ruedas de goma se deslizan sin problema por el pasto verde. Detrás queda el Jacarandá que siempre me brinda su compañía. Las estrellas brillan alrededor de la luna llena. Mientras, la brisa refresca. Es una de las noches más bellas que haya visto. Es impresionante. En la entrada, el guardia de seguridad, no deja salir a nadie a esta hora. No entiendo por qué no me llevaron a mi dormitorio. — ¡Buenas, Carlos! Es raro que me dejes acá fuera. En el pasado, me llevaste siempre a mi habitación. — Ismael, buenas noches. Órdenes de arriba —pone cara seria—: «Hoy es la última noche de Ismael en el hospital. Así que, déjalo tranquilo». Ya sabes cómo es el director. Echamos a reír juntos. — Nada desdeñable tu imitación de Andrews —le digo riendo—. Cada día te sale mejor. — ¿Así que te vas? Ya era hora, llevas muchos años aquí dentro.

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— Es verdad, mañana me pasan a buscar —estiro la mano para estrechar la suya—. Seguro que para cuando me levante no te veré. Es un placer que nos cuides. — El placer es mío. Que te vaya bien allá fuera. — ¡Muchas gracias! Quién sabe, quizá nos crucemos en la ciudad. Le sonrío, muevo la palanca y cruzo el umbral. Ese color tan característico de las paredes. Lo voy a extrañar. Al igual que el silencio nocturno, es magnífico. Imagino que afuera no debe ser igual. ¿Cómo será en la sede de la empresa? En unas horas me voy a enterar. Cama, allá voy. Cómo pesan los párpados, la conciencia está tranquila. Es ideal, el cansancio me gana, voy a poder dormir.

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— ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? No veo nada. — ¡Auxilio! ¡No quiero morir! — ¡No! ¡El fuego no! — ¡Basta, por favor! Las voces van en aumento. No puedo. Paren, paren. Por favor, ¡paren!

— ¡Ismael, despierta! ¡Despierta! — ¡Ah! De un golpe me reincorporo en la cama. No puedo creerlo; otra vez. Siento la transpiración recorriendo mi cuerpo. Mi respiración acelerada. ¿Qué ocurre? — Ismael, tranquilo. — Tú, tú… Las palabras no quieren salir. De a poco logro relajarme. — Sí, yo. Aquí está la chica, de nuevo. Su voz suave. No sé cómo lo hace. Cada vez que habla me tranquiliza. Hay algo en ella que me hace sentir seguro — Perdona. Tuve uno de esos... terrores nocturnos. — Me di cuenta. Aunque no es exactamente eso. — Ah… ¿no? —su comentario me toma por sorpresa. — Los terrores nocturnos son parecidos a tu despertar. Aunque, solo ahí quedan las semejanzas —me mira fijo, parece meditar sus

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palabras—. Cuando una persona sufre de ellos, tiene dos diferencias contigo. — ¿Diferencias? — La primera: es muy difícil despertarlos. La segunda: no recuerdan lo soñado —mueve su dedo índice de derecha a izquierda—. Imagino que le dieron ese nombre para que sintieras… algún tipo de confort. — O sea, lo que me dijeron, se puede comparar con un placebo. No sé si indignarme o qué. — No exactamente. Ha de ser la única opción viable que hallaron para lidiar con tus «pesadillas». Quizá, como no pudieron despertar tus memorias, consideraron que era mejor dejarlas dormir. — ¿Dejarlas dormir? ¿De dónde sacas esas cosas? —Dejo caer mi cabeza en señal de frustración— ¿Te das cuenta…? Cada visita tuya abre más interrogantes que los que cierra. No puede evitar dejar salir una breve risa. — Eso parece. Aunque, espero, sirvan para que empieces tú mismo a formular preguntas. A cuestionarte. Al fin y al cabo, yo también quiero saber por qué estoy aquí y parece que tú puedes darme la respuesta. — ¿Yo? Qué clase de respuesta puedo darte cuando hay tantas cosas que desconozco. — Estuve hablando con otros viajeros. Me dijeron que la parte «llamante» suele poseer el motivo de la visita. En general, nos podemos dar cuenta al llegar. Sin embargo, acá no ocurre eso. A pesar de que puedo «leerte», eres un misterio para mí. — Hagamos un trato —la miro fijo a los ojos—. Si llego a descubrir el motivo, te lo hago saber, pero quiero saber algo que solo tú puedes decirme. — Sí… Mi nombre —suelta una risa nerviosa.

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— Es cierto, puedes leerme. Se me olvida. — Me puedes llamar Haniel. Una sonrisa aparece en su rostro. Se puede decir que le alegra darlo a conocer. — ¡Sí! Es la primera vez que puedo decírselo a alguien fuera del grupo… Sostengo mi mirada buscando inferir algo más al respecto. — Me refiero al grupo de viajeros. Hay momentos en que nos cruzamos y podemos hablar. Luego, algunas veces, volvemos a cruzarnos. No suele ser lo más común y corriente. Aunque, por suerte, ocurre. — Espera, aún sigo sin entender qué son exactamente. — Y es algo que no voy a poder contarte ahora —se acerca e intenta darme un beso en la mejilla—. Veo que tampoco para ti puedo materializarme. Mis ojos se abren de par en par. El rubor se apodera de mí. No puedo ser tan obvio. — Disculpa si te puse incómodo. — No te preocupes —trato de recobrar la compostura—. Eso sí, tengo una duda: ¿Nos veremos de vuelta? Esta es mi última noche en el hospital. Ni idea si puedes llegar hasta donde iré. Me mira fijo. Es algo a lo que empiezo a acostumbrarme. — Seguramente. Este tipo de conexiones van más allá de los lugares. Es una cuestión de… lazos álmicos. La pregunta que debemos hacernos es: ¿de qué tipo? — ¿Tipo? — Sí, hay diferentes lazos. Pueden ser de venganza, amor, aprendizaje y más. — Ya veo… Si esto es real, voy a tener que investigar al respecto.

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— Entonces… ¿hasta la próxima? — Sí, nos vemos en otro momento —levanta su mano y hace un gesto de despedida. Como ocurrió las otras veces, desparece tan rápido como llega. No hay ningún tipo de transición. Ahora, ¿qué hago? ¿Voy a dormir? No, qué hora es. Reloj, reloj. No hay ninguno. Por la ventana se ve la luna y ningún rastro de luz diurna. ¿Duermo? No, mejor reinauguro mi diario. Voy a anotar todo lo que está ocurriendo desde la visita de Andrea.

Ese cantar… ¡un zorzal! Me alegra tenerlo como alarma natural; justo a tiempo termino de escribir. Ahora, cómo llevo lo poco que tengo. Sí, es verdad. La doctora me dejó un paquete en recepción, voy a buscarlo. — Silla, ¡vamos! Un poco de su chirrido característico y ya estamos por el pasillo. Ahí está la recepción. — Buen día, Juana —saludo a la distancia— ¿Cómo está todo hoy? — Lo usual, tranquilo muchacho. Cuando llego, se acerca y me saluda. — Me alegro. Nada mejor que comenzar un día bien tranquilo. — Veo que estás de buen humor —se detiene y cruza de brazos—. ¡Cierto, hoy te vas! — Ah, sí, parece que todos están al tanto… — Entonces, vas a querer esto que dejó la doctora Miralla.

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Se agacha y, poco después, vuelve a asomar con un bolso en sus manos. — Parece vacío. — Que no te confunda. Aunque no lo parezca, tiene algo dentro. — Muchas gracias Juana. Me voy a preparar. Nos vemos en un rato —giro y me voy directo a la alcoba. Listo. Bolso en la cama. A ver qué tiene. El cierre se desliza sin problemas. Solo hay una cosa dentro: un papel doblado. ¿Una carta? Querido Ismael: No encontrarás mucho en el bolso. Eso ocurre porque en las instalaciones no vas a poder tener nada más de lo que ya posees. Están al tanto de todo. Así que, cuando te den el alta, busca un «Tus deseos son órdenes». Allí pide un cubículo e ingresa el siguiente código: 65787565758578848582. Qué decidas hacer con lo que te impriman ya es cuestión tuya. Cualquier cosa, ya tienes mis números de contacto. Cuídate. Con cariño, Andrea. ¿«Tus deseos son órdenes»? Me suena de algún lado. Sí, ya recuerdo. Son unas tiendas con impresoras. ¿Qué me habrá dejado? Mejor memorizo los datos. La tienda es: Tus deseos son órdenes y el código: 65787565758578848582. ¿Cómo voy a hacer para recordar todos esos números? Papel, no te pierdas. Lo doblo y guardo en el bolsillo interno del bolso. Ahora la ropa, el libro y la birome. ¿Algo más? No, ya está todo.

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— Me parece perfecto. Nada mejor que estar listo. Esa voz… — Director, qué hace por aquí. ¿Viene a despedirse? — En realidad, paso a buscarte —me habla en tono condescendiente—. Ya está el señor Charleston en la entrada. Te está esperando. — ¿Ya? ¿No es muy temprano aún? — Parece que no. Sé que quieren empezar lo antes posible —me hace un ademán de irnos. — Tenía la idea de saludar a todos antes de irme… — No te preocupes. Una vez que te den el visto bueno y puedas ir de un lado al otro, puedes pasar por acá. No puedo evitar mirarlo con tristeza. No quiero marcharme sin saludar, pero si no voy ahora... pensará que rechazo la oferta. — Está bien, director. Vamos. Coloco el bolso sobre mis piernas y pongo en marcha la silla. El pasillo se ve igual que siempre. Cuánto cambiará en este tiempo, cuánto cambiaré yo. ¿De verdad voy a ser distinto? No creo que una cirugía modifique quien soy. En fin, veré qué ocurre. Por ahora, muchas cosas son diferentes. — Director, ¿me puede despedir de Juan y Pato? — No hace falta. — ¿Por? Termino de hacer la pregunta y su mirada se desvía a la entrada. Ahí están, los Humberto. — Aparentemente, no podían dormir. Estuvieron atentos a la llegada de Charleston. Terminamos de recorrer el trecho entre la entrada y la salida. Es la segunda vez que voy a cruzar ese umbral. — Chicos... Pato levanta la mano para silenciarme.

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— No digas nada. Ya nos vamos a ver en unos cuantos días. Juan se inclina y me da un abrazo. A continuación, Pato hace lo mismo. — Ya nos vamos a ver de vuelta. Así que haz todo tranquilo. Cuando estemos fuera nos pondremos en contacto. — No se adelanten. Primero, van a tener que dar bien todas las pruebas. Ahí veremos si tienen el cien por ciento de la salida ganada. Andrews, les guiña un ojo. — Muy bien —la voz ronca de Charleston corta la escena—. No podemos tardar mucho más —suspira—. El plan es empezar a mediodía. Solo nos quedan seis horas para que te prepares. Se hace a un lado y extiende el brazo en señal de que avance. — Muchas gracias por estar conmigo todos estos años. Les hago un guiño y avanzo con la silla.

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Agradecimientos

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Gracias a mi familia por brindarme el apoyo necesario para llevar adelante esta obra. A Yanina y Tahiel ediciones por toda su paciencia en la producción. Siempre, de principio a fin, se han mostrado formidables. Por supuesto a Susana. Gracias a quien, con su buena onda y gran trabajo, todo llega muchísimo más pulido que en un principio. A Matías que siempre logra plasmar, con una vuelta de tuerca, cualquier idea que le pueda sugerir. Dotando cada diseño de su impronta y creatividad. A Lucía, Jessica, Camila, Claudio y Julio por no lincharme cuando recibían mis mensajes mostrando avances. Al contrario, siempre ofreciendo apoyo y comentarios constructivos. A todas esas series, películas, anime, manga, libros, maestros, personas, etc.; cada una me brindó algo. A las que pude, intenté darles un homenaje. ¡Gracias!

ÍNDICE

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1........................................................................................................ 4 2...................................................................................................... 16 3...................................................................................................... 25 4...................................................................................................... 33 5...................................................................................................... 38 6...................................................................................................... 45 7...................................................................................................... 61 8...................................................................................................... 71 9...................................................................................................... 86 10.................................................................................................... 95 11.................................................................................................. 109 12.................................................................................................. 118 13.................................................................................................. 125 14.................................................................................................. 132 15.................................................................................................. 150 16.................................................................................................. 154 17.................................................................................................. 163 18.................................................................................................. 175 19.................................................................................................. 187 20.................................................................................................. 195 21.................................................................................................. 210 22.................................................................................................. 219 Agradecimientos .......................................................................... 224

m co s. no ra ui st m ue an m rd e jo n d .fm ió w rs w e w v Este libro se terminó de editar el 20 de marzo de 2016 en el Taller Gráfico FXN Yerbal 2248. Capital Federal Argentina