Rodin, el francés de los bronces

12 jul. 2008 - Director: Bartolomé Mitre • Subdirector: Fernán Saguier • Secretario ... Roberts • Director de adncultura: Jorge Fernández Díaz • Director de ...
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SUMARIO | EDITORIAL Año 1 • Número 48 Sábado 12 de julio de 2008 Buenos Aires, Argentina

Rodin, el francés de los bronces Una muestra que llegó a Buenos Aires reaviva la figura de este artista que renovó la escultura occidental. Escriben Schoo, Belluci y De Arteaga

páginas 4 a 9

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ALEJANDRO DOLINA El autor de Crónicas del Ángel Gris habla de sus lecturas y anticipa las claves de la novela que está escribiendo POR MIGUEL RUSSO

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CRÍTICA DE LIBROS Irene Gruss, Steven Pinker, José Emilio Burucúa, Barbey d’Aurevilly, Ilija Trojanow, Paul Gadenne y Laura Giussani

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JAPÓN DESLUMBRANTE Crónica de viaje al Imperio del Sol Naciente, que devela la esencia espiritual de un país milenario POR LUISA VALENZUELA

JUAN JOSÉ MILLÁS En uno de sus articuentos, relatos hechos con retazos de la vida cotidiana, el escritor español analiza los beneficios de ser metódico

JANA BOKOVÁ La documentalista checa habla de su último film y de su pasión por el tango y Buenos Aires POR PABLO DE VITA

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MARGARET ATWOOD Entrevista en Toronto con la escritora canadiense, ganadora del premio Príncipe de Asturias POR JUANA LIBEDINSKY

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GLASS POR UN ARGENTINO El director de orquesta Dante Anzolini dirigió la ópera Satyagraha en Nueva York, con gran éxito POR PABLO GIANERA

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UNA MIRADA CRISTIANA Anticipo de Vivo hasta la muerte, libro póstumo del pensador francés Paul Ricoeur, en el que reflexiona sobre la fe en que fue educado

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HOMBRE DE TEATRO Pepe Soriano, que disfruta el éxito de Esperando al Sr. Green, habla de su pasión por los escenarios POR NATALIA BLANC

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ARTECLÁSICA Con una imagen renovada, abrió la muestra en Costa Salguero POR CELINA CHATRUC

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AGENDA

STAFF Director: Bartolomé Mitre • Subdirector: Fernán Saguier • Secretario general de Redacción: Héctor D’Amico • Prosecretarios generales de Redacción: Ana D’Onofrio y Carlos Reymundo Roberts • Director de adncultura: Jorge Fernández Díaz • Director de Arte: Carlos Guyot • Jefe de Redacción: Hugo Beccacece • Editora: Verónica Chiaravalli • Subeditores: Pedro B. Rey, Héctor M. Guyot y Leonardo Tarifeño • Editora de Artes Visuales: Alicia de Arteaga • Editora de arte: Silvana Segú • Editor fotográfico: Rafael Calviño • Redacción: Raquel Loiza, Pablo Gianera, Natalia Blanc, Celina Chatruc y Martín Lojo • Corresponsales: Luisa Corradini (Francia), Hugo Alconada Mon (EE.UU.), Elisabetta Piqué (Italia) y Silvia Pisani (España) • adncultura.com: Luis Moreiro, Daniel Amiano • Diseño gráfico: Hernán de la Fuente • Retoque digital: Osvaldo Sánchez • Corrección: Susana G. Artal Gerente comercial: Gervasio Marques Peña

2 I adn I Sábado 12 de julio de 2008

POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ Director de adnCULTURA [email protected]

La pluma y la sabiduría U

na cosa es ser inteligente y otra muy distinta es ser un sabio. El inteligente se permite la vanidad, la avaricia y la ostentación, y también la necesidad de reafirmar su ego a cada instante. El sabio, en cambio, sabe que no sabe, prefiere muchas veces no tener razón y practica con ascetismo y filosofía una curiosidad siempre joven y una modestia casi humorística. A este último grupo pertenece uno de los grandes maestros del periodismo: Ernesto Schoo. Lo conocí tarde, en 1984, cuando yo era un joven cronista policial y él era jefe de la página literaria que Jacobo Timerman había abierto en el diario La Razón. Antes que eso, Ernesto había aprendido a leer en las páginas de La Nacion, pero había entrado sin querer en la prensa escrita gracias a La Gaceta de Tucumán, donde su viejo amigo, el mítico pero siempre vigente editor Daniel Alberto Dessein, le pedía colaboraciones. Un día le escribió una carta a Ernesto, que vivía en Buenos Aires: “No sé si te habrás dado cuenta, pero sos un periodista”, le anunció. Ernesto no podía creerlo. Había abandonado la carrera de Derecho, estudiaba dibujo y pintura, y también teatro, porque aspiraba a ser actor. Y trabajaba en la Aduana, donde tuvo un maestro de la vida, un jefe que “con habilidad y paciencia desalentó mis ínfulas de niño bien y me dio un criterio de ubicación”. No estaba en los planes de Schoo ser periodista. Pero lo fue. Entró en nuestro diario en 1957. Un año antes Manuel Mujica Lainez, en vísperas de un viaje a Europa, lo había presentado a la Secretaría de Redacción de la siguiente manera: “Aquí está Ernesto Schoo, que me reemplazará en la crítica de arte mientras yo esté afuera”. Era una orden, una impertinencia de Manucho, que sin embargo los secretarios no se atrevieron a discutir. Esa máquina heredada le trajo suerte. Lo contrataron como redactor. El gran Constantino del Esla, legendario periodista del diario, le dijo: “Ante todo, debe usted saber que esta profesión tiene gran afinidad con el corte y confección”. Constantino aludía, entre otras cosas, a la tarea de ajustar los textos a los cálculos

del diagramador y no dejarse llevar por la a veces inacabable y anárquica inspiración divina. Estuvo en la sección Cine, con Tomás Eloy Martínez, defendiendo la producción europea, y luego siguió trabajando en Vea y Lea y en Primera Plana. Cuando lo conocí era un caballero atildado y sensible, con una cultura inmensa, que disimulaba con timidez. Volví a verlo cuando yo dirigía la revista Noticias y él era su extraordinario crítico teatral. No había envejecido, a pesar de que entre tanto, había recibido cuatro Konex, se había desempeñado como director general y artístico del Teatro San Martín, había ganado la beca Guggenheim y el Primer Premio Municipal, y se las había arreglado para escribir los ensayos de Pasiones recobradas, las memorias de Cuadernos de la sombra, las novelas Función de gala y El baile de los guerreros y los cuentos de Coche negro, caballos blancos. Me reencontré con él en La Nacion, adonde había vuelto para realizar sus comentarios especializados y exquisitos. Pensamos siempre en Ernesto Schoo cuando discutimos nuestro sumario semanal en la redacción de adnCULTURA. La llegada a la Argentina de La era Rodin, una suculenta muestra de sesenta obras traídas de los museos Soumaya, de México, y Ponce, de Puerto Rico, nos condujo a la idea de contarles a los lectores la fascinante vida de ese escultor genial. Schoo dijo, naturalmente, que sí. Y escribió el texto lleno de gracia y erudición que ustedes podrán leer en esta edición de nuestra revista. Hace un tiempo, le festejamos a Ernesto su cumpleaños en el club de El Progreso. Allí estaban representantes del arte, la literatura, el teatro, la música, el cine y hasta la televisión. Y por supuesto, también había periodistas: sus compañeros de tantos años y de tantas redacciones. En el momento del brindis, Schoo levantó la copa por todos nosotros y por sus ochenta años. Nos invitó a vernos con él dentro de diez años, cuando cumpliera los noventa. Ernesto, amigo, ojalá nos veamos allí. Será otra noche maravillosa. No me la perdería por nada del mundo.