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Espectáculos
Página 2/LA NACION
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Imágenes impactantes
Rockabilly circense en el desierto
Continuación de la Pág. 1, Col. 6 enorme pirámide egipcia, presidida por una esfinge, como salida de la escenografía de la película Los Diez Mandamientos. Ese es casi el punto de partida del paseo que se conoce como The Strip, a lo largo del Las Vegas Boulevard. Es que la ciudad de la diversión, del juego y el sexo es como una enorme escenografía en medio del desierto. Cada resort temático ofrece un mundo distinto; las luces no se apagan nunca y el visitante tiene la sensación de no saber en qué horario está. Allí cerca (aunque cada resort tiene el tamaño de varias manzanas), en medio de la trenza de grandes complejos, está el Aria, un moderno edificio que, como todos, alberga un hotel, un casino y diversiones varias. Entre esa oferta de entretenimiento, está el teatro donde cada noche se representa Viva Elvis, una de las últimas propuestas del Cirque du Soleil. Es que afuera, en las calles, la figura de Elvis Presley se repite en cientos de oportunidades, ya sea en carteles, ropa o incluso en esos artistas callejeros que se caracterizan con patillas, jopo y chaquetas blancas abiertas y repletas de tachas. Elvis
es, sin duda, un ícono que los estadounidenses adoran y desean ver en forma permanente.
Acrobacia y neón La megacompañía quebequense tiene siete espectáculos fijos en Las Vegas: O, Mystère, Zumanity, Criss Angel Believe, Love, Kà y Viva Elvis. Cada uno de ellos se representa en un resort distinto, entre el lujo, lo kitch, lo irreal y la “timba” siempre presente. Hay también un aire de rodeo casi constante, con señores que lucen sus sombreros de vaqueros y botas texanas acompañados por miles de Dolly Parton. Claro, todos ellos mezclados con todo tipo de turistas locales y extranjeros, entre los que siempre prevalecen los japoneses y los mexicanos. El teatro del Aria tiene 1800 butacas, que son el equivalente a 1800 cómodos sillones. Cada asiento es amplio, mullido y con el suficiente espacio como para que el espectador cambie de posición cuando se le antoje. Asimismo, se puede entrar con comida o con cualquier bebida. En esta nueva propuesta, no hay personajes fantásticos, y lo trascendental tiene un “aquí y ahora” más palpable.
Esa es la mayor diferencia con los demás espectáculos del Cirque du Soleil. Es decir, es mucho más teatral y su formato está más cerca de una antología musical, con unos pocos números circenses como condimento. La danza es lo que manda, auque la sorpresa circunde la propuesta en todo momento. Pero como se trata de un espectáculo evocativo, tanto la acrobacia como la actuación y las coreografías están absolutamente subordinadas a una dirección musical preciosista, que es fruto del trabajo del arreglador Erich van Tourneau (ver nota aparte). Claro que, a tono con las producciones del Cirque du Soleil, todo es grandilocuente, aunque funcional a las artes circenses y a los artilugios escénicos. Así puede verse un enorme zapato de gamuza azul que los bailarines usarán como tobogán; una cárcel donde los presos pueden correr o caminar cabeza abajo en un desafío a la gravedad, o unos Elvis gigantescos que crean una perspectiva sin fin sobre el escenario. Este musical posee toda la iconografía Elvis y repasa todos aquellos elementos que se identifican con los años 50. Es una remembranza
Sábado 11 de diciembre de 2010
Una gitarra gigante sobre la que se mueven dos acróbatas y un zapato de gamuza azul que oficia de tobogán y trampolín, además de la iconograífa de los años 50
que utiliza los datos históricos de Presley para crear subtemas y, sobre ellos, climas y conceptos. Es decir, se repasarán los años de surgimiento del artista; el boom discográfico; su paso por Hollywood; sus propios fanatismos (el gospel, las historietas); su destino como soldado en la guerra; sus fans y la llegada del amor. A su vez, todo eso está apoyado por imágenes documentales proyectadas en muchos momentos. Claro que el condimento poético del Cirque du Soleil está puesto en varios tramos de la puesta en escena, como en el tercer cuadro: “One Night With You”. Una pianista flota en el aire con su piano de cola, mientras ella misma interpreta la canción, a dúo con la imagen real proyectada de Elvis. Pero esa belleza poética sirve de marco a una gigantesca guitarra de metal que simboliza la magnitud del amor del astro por la música y que pende para dar lugar a suaves movimientos acrobáticos interpretados por un artista que representa a Elvis y otro que encarna a su hermano mellizo Jesse Garon, que murió al nacer. Otro momento fuerte del espectáculo es “Return to Sender”, que represen-
FOTOS DE JULIE AUCOIN/CIRQUE DU SOLEIL
ta el campo de reclutas, donde toda la compañía masculina yuxtapone movimientos de hip hop con acrobacia en barras paralelas y demás proezas de gimnasia deportiva. Entretanto, se utilizó “Got a Lot of Livin’ To Do” para simbolizar la fascinación que Elvis tenía por las historietas de superhéroes de los años 50. Un grupo de virtuosos acróbatas, ataviados con capas, calzas y máscaras desarrollan proezas casi increíbles con trampolines. Los saltos y rebotes sincronizados los hacen ver como caminando por las paredes gracias a las técnica callejera de parkour. El director Vincent Paterson lo-
gró que los cuadros acrobáticos y de destrezas varias estuvieran perfectamente sincronizados con las coreografías y la música. Y entretanto, uno puede comprobar cómo tanto el ícono como la estética Soleil logran una perfecta comunión. Cabecitas rubias que se apoyan en los hombros de sus vaqueros urbanos en “Love Me/Don’t” o “Love Me Tender” y toda una sala que se sacude al ritmo de “Hound Dog”, en una fiesta compartida, elegida y de la que todos salen con la energía necesaria como para continuar divirtiéndose y gastando en esa ciudad de escenografía y feroz neón.
La voz de Elvis, pero en vivo LAS VEGAS.– A diferencia de muchos otros espectáculos del Cirque du Soleil, Viva Elvis está absolutamente subordinado a la música. Y son esa banda sonora, esa banda en vivo y esos arreglos los verdaderos protagonistas de la propuesta. Para comunicar el lanzamiento del disco Viva Elvis, Sony Music invitó a LA NACION a ver el show y entrevistar a una de sus estrellas creativas: el músico y arreglador Erich Van Tourneau. La virtud y lo destacable de este musical es que la voz original de Elvis Presley está presente en diferentes versiones, pero con una banda en vivo, arreglos modernos y fusiones en cada uno de los cuadros y el acompañamiento de otras voces en escena que la nutren. “Es verdad que el espectáculo está subordinado a la música. Es algo que no ocurre con otras propuestas del Cirque du Soleil. Creo que es la forma de hacer justicia con el trabajo de Elvis porque él es la cabeza de compañía. Es un tributo a él y para los miembros de la banda, un integrante más”, conceptualiza Van Tourneau, un simpático “quebeçois”. –¿Mucho tiempo de trabajo? –Sí. Fue revisar 35 años de repertorio. Ese trabajo duró dos años y
medio, intensos. Lo único que quería hacer por ese entonces era escuchar todo lo que Elvis creó. Fueron muchas horas para conocerlo y respetarlo, para distinguir las distintas reencarnaciones y reinvenciones. En el 54, era puro rockabilly; distinto al del 64. Tuve que escuchar 3000 horas de música para conocerlo. Pero
tardé tres meses en hacer el disco. Esto fue como trabajar con el Santo Grial del rock. Fue mucha presión y muy demandante, pero estoy orgulloso del trabajo logrado. –Hay diferencias entre el disco y el espectáculo en vivo. –Es la banda de sonido con algunas variaciones. Para el espectáculo modernicé cerca de 35 canciones, pero en el disco hay 12 cortes que
hacen un total de 45 minutos. Volvimos más contemporáneo el repertorio de Elvis. –La mezcla es notoria. Conservás la guitarra original de Scotty Moore, pero la sumás a la banda actual... –Sí, eso es interesante. Todo lo que hice depende de cada canción. Algunas fueron llevadas a un rock más pesado o a un hip-hop. Respetar la guitarra original me sirvió para unificar y juntar los sonidos de antes con los modernos. –¿Pensás que este CD puede servir para acercar la música de Elvis a las nuevas generaciones? –Absolutamente. Era la mayor meta. Tengo 37 años, pero sé que hay gente joven que no conoce a Elvis. Sólo reconocen el ícono, su figura con su traje blanco. Pero ése no es el que cambió la historia de la música. El que lo hizo fue aquel de 1954 a 1968. Era el de la gran energía y del groove sensual, pero, a su vez, tierno. –¿Después del espectáculo te vas a divertir a alguno de los casinos? –Prefiero irme a tomar unos martinis con la banda. No soy un gran jugador. Por eso soy mucho más rico que antes en estos últimos seis meses en Las Vegas.