Marrakech, una joya en el desierto

del desierto del Sahara, por donde se ... Entre el Sahara y la costa atlántica, la capital del ex protectorado francés ... acento español, que camina por una.
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Turismo

Página 6/LA NACION

[ MARRUECOS ]

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Domingo 27 de junio de 2010

Ciudad rosa

Marrakech, una joya en el desierto Por Paula Varsavsky Para LA NACION

M

ARRAKECH.– A una hora y media de avión de Madrid, dos de París y tres de Londres, Marrakech es un destino exótico incluso para los europeos. Codiciado por Francia y España, el milenario Marruecos fue un protectorado francés durante la primera mitad del siglo XX. No bien se aterriza en el aeropuerto de Marrakech, se perciben ciertos aires del Tercer Mundo. La fila de inmigraciones se mueve lentamente, conviene tener cuidado con los pasaportes. Difícil saber cuánto hay de cierto, pero dicen que existe un mercado negro de documentos, que los venden para entrar en España. Hoy, si se viaja desde América del Sur, una semana resulta ideal para conocer Marrakech y sus alrededores. Si se llega como parte de un viaje a Europa, con cuatro días alcanza. Además, visitan esta atractiva ciudad turistas y viajeros de todo el mundo, por distintos motivos. El legado de la capital del imperio marroquí, de aquella cultura que fue una de las más desarrolladas en la época medieval, sigue presente. Se encuentra 180 kilómetros al norte del desierto del Sahara, por donde se pueden realizar excursiones en camello. A una distancia similar, en el sentido opuesto, está la costa atlántica. Casablanca y Tánger, la mítica ciudad descripta por el escritor norteamericano Paul Bowles en Diario de Tánger, son vecinas. Este autor, a su vez, escribió El cielo protector, una novela situada en Marruecos, llevada al cine por Bertolucci. Por encontrarse tan cercana al desierto, el momento del año más conveniente para visitarla es de noviembre a junio. La primavera (marzo a junio) es particularmente bella por las flores, y la temperatura está entre los 15 y 27 grados. En cuanto a Marrakech, podríamos comenzar por el laberíntico barrio medieval que data del siglo X y ha sido

Entre el Sahara y la costa atlántica, la capital del ex protectorado francés conserva intacto su encanto medieval, pero sin quedar fuera de la globalización. El bullicio de sus callejuelas y mercados convive con el sosiego de los jardines y el lujo de los palacios

declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Allí, los turistas pueden hospedarse en Riads, bellísimas casas reacondicionadas. Hay de distintos precios y comodidades. “Aquí todos tienen aspecto de que te van a robar, pero no lo hacen, es un sitio seguro”, dice un turista con acento español, que camina por una estrecha calle empedrada. Siguiendo la tradición, las casas, pintadas de rosa, no tienen ventanas en la fachada, sino solamente una puerta de hierro ornamentada o de madera. Los cuartos y salones dan a un patio interior con aljibe, de donde proviene la luz. En el corazón del barrio antiguo, donde solamente se puede circular a pie o en motocicleta, se encuentra el mercado central; se venden collares, aros, artículos de cuero de camello, alfombras, esmaltes para uñas, cremas aromatizadas, comida, animales vivos, pashminas de distintos materiales, por ejemplo. La consigna es hay que regatear. A lo lejos, se oyen cánticos nostálgicos seguidos de gritos viscerales. Provienen de las mezquitas, a donde pueden ir solamente hombres; el acceso a turistas no está permitido.

La Mamounia

Té con menta y la mejor vista de la plaza Jema al-Fna

CORBIS

En otra zona, se encuentra el famoso Hotel La Mamounia, edificio enorme y majestuoso. Construido en 1923, ha sido refaccionado recientemente. Las paredes de algunos de los salones, revestidas de pequeños mosaicos denominados zelliges, que forman vistosas guardas de colores y combinan con el piso de bejmat, baldosas de terracota originarias de Fez, son una muestra de perfección en su estilo. Se trata de un baluarte del lujo, exquisitamente decorado durante la época en la que adinerados europeos se tomaban extensas temporadas de vacaciones. Es un excelente ejemplo de la cultura del exceso. Por las veredas de las calles donde circulan autos, excesivamente pobla-