18 | ADN CULTURA | Viernes 27 de junio de 2014 Jorge Luis AchA
La búsqueda de un outsider Daniel Gigena La nacion
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Vista de la exposición de Nicanor Aráoz en Sendrós
muestrAs
Ritual de cierre La galería Alberto Sendrós se despide con Librada, instalación de Nicanor Aráoz que alude a la venganza, la violencia, las relaciones de poder y la posibilidad de salvación
Verónica Gómez para La nacion
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uenta la leyenda que la doncella Wilgefortis, de niña, fue prometida en matrimonio por su padre, rey de Portugal, al rey moro de Sicilia. Repudiando el casamiento, oró a Dios para que la convirtiera en un ser repulsivo. Sus plegarias fueron atendidas y un vello espeso le creció por todo el cuerpo. El rey musulmán, espantado, rompió el compromiso. Y el padre de la doncella, en un arrebato de furia, la mandó crucificar. Desde entonces, santa Librada, la Virgen mártir, es la patrona de las mujeres mal casadas. Librada es también el nombre, en un clima en concordancia no del todo fortuita con la leyenda, elegido por Nicanor Aráoz para su muestra en Alberto Sendrós. Una galería que, luego de once años, cierra sus puertas. En un ambiente de paredes op art, Aráoz reconstruye, a través de piezas escogidas donde prevalece una voluntad artesanal, un relato que incluye la venganza, la magia, la esclavitud, la violencia, el dolor, el combate, las relaciones de poder y la posibilidad de salvación. Aráoz convoca en la sala emociones contradictorias, como un ritual que reúne fuerzas oscuras y brillantes, el bien y el mal, el yin y el yang, la vida y la muerte. La
escena tiene lugar sobre un colchón anaranjado de cúrcuma. Si las piezas que integran Librada se presentan a simple vista como vestigios de una narración inconexa, el perfume especiado de la cúrcuma establece un hilo conductor invisible, cierto olorcito a sopa que nos retrotrae a una sensación de hogar. Pero el hogar en este caso es un sitio descalabrado, la puesta en escena de una discoteca desquiciante y trash. Así, los rombos blancos y negros de las paredes empapeladas se derriten, se hacen elásticos, generando una sensación de inestabilidad y de mareo, como si estuviéramos bajo los efectos de un alucinógeno. La psicodelia a la que alude Aráoz es de bajo costo; fotocopias forran la pared y muestran sus arrugas, sus desfases en el montaje y sus anomalías en la cantidad de tinta. La impronta es humana, imperfecta, nunca industrial. Y en los desperfectos, en la falla, surge la voluntad de la materia, la fidelidad a aquello que la constituye. La alquimia es entonces un proceso de transformación física y anímica, donde el artista, al mismo tiempo que arranca gestos e impone forma a los materiales, es transformado por ellos. La pieza principal de la muestra, un samurái que preside la sala con torsiones de Laocoonte devenido personaje de manga, se erige gracias a un paciente enhebrado artesanal: origami, cestería botánica, collage de caras gatunas formando una capa dividida
gentileza sendrós
en luz y sombra, cerámica esmaltada y modelado en papel. Desde el samurái, la luz tenue de un camino de triángulos de neón conduce a una plataforma en ascenso que, a la manera de un trampolín o altar, nos arroja al pie de una enorme cruz, un collage realizado con imágenes de armas. Con Librada, Aráoz invita a transitar una atmósfera rabiosa de contrastes, incómoda y desmembrada, que encuentra su contrapunto en el detalle amoroso con que construye cada pieza. Si promediando la primera década del milenio Aráoz supo imponer su singularidad en la galería Appetite, estampando conejos taxidermizados contra la pared, en estos últimos años su obra tomó un giro más romántico, alejándose de la representación ligada al cómic. Sin renunciar del todo a la evocación de los personajes animados, escarbó en la condición anímica y simbólica de los materiales para arribar a situaciones formales que en ocasiones llegan a prescindir del relato figurativo. El humor más cercano al gag que impregnaba sus escenas fue cediendo paso a un tono trágico, a veces melancólico, siempre sentimentalista, como una buena telenovela. El libreto abandonó la tira cómica para bucear en la autobiografía. A la hora de explicar la decisión de cerrar la galería, Alberto Sendrós confiesa que está cansado, que quiere ofrecer a los artistas la posibilidad de nuevos horizontes y que necesita trabajar con estímulos frescos. Pero no va a quedarse quieto. Ya está carburando nuevos emprendimientos: “Voy a apoyar fuertemente el Distrito de las Artes, en la zona sur de la ciudad –cuenta–. Antes de fin de año voy a abrir un espacio nuevo dedicado a proyectos especiales con artistas y coleccionistas que me interesan. Y luego, en dos años, voy a reabrir mi galería en un espacio nuevo y con un concepto reformulado”. C Ficha. Librada, de Nicanor Aráoz, en Galería Alberto Sendrós (Pasaje Tres Sargentos 359), hasta el 7 de julio.
intor, escritor, cineasta experimental, Jorge Luis Acha (1946-1996) nació en Miramar y allí, cuarenta y nueve años después, murió. Su obra plástica indaga las ilimitadas posibilidades expresivas del mar, como tema y como fuente creativa. Sin embargo, su exploración por desiertos, selvas y montañas de América Latina dejó huella en acrílicos y, sobre todo, en sus impecables acuarelas. Acha recreó de tal modo esta técnica, algo desestimada en su momento (la década de 1980), que la dotó de un aura impregnada de misterio y alegría. Retratos, paisajes, “apuntes” de sus numerosos viajes y, por supuesto, marinas conforman un universo atípico en el panorama de la práctica artística nacional. En sus xerigrafías (como luego haría con algunos de sus films, entre ellos Mbucuruyá, donde retrata el viaje que Von Humboldt, en compañía del botánico Aimé Bonpland, emprendió en 1799 rumbo a Sudamérica) echó mano del imaginario indígena americano para dotarlo de eficacia gráfica. Outsider de las academias (aunque egresó de la Prilidiano Pueyrredón) e incluso de los cánones establecidos, a raíz de la publicación del segundo volumen de Escritos póstumos –que reúne tres guiones, todos de una escritura tan concentrada que parecen nouvelles–, su figura ilumina un modo de creación existencial. La imagen inicial de Standard, de 1989, uno de sus pocos films estrenados, donde un hombre hace estallar un monumento que luego un grupo de obreros sólo podrá reconstruir bajo la lógica de la deriva, puede funcionar como divisa de su arte. En una entrevista luego del estreno de ese film (protagonizado por Libertad Leblanc) declaró: “Tengo como una especie de bronca cultural… no quisiera que los espectadores se fueran contentos. Toda mi vida he tenido que soportar decisiones mayoritarias que me afectaron. Políticas, culturales, etc. En mi hora de cine hago realmente lo que tengo ganas y que los espectadores lo soporten, sino que se vayan”. Asociación Civil “Jorge Luis Acha” (jorgeluisacha.wordpress.com) planea una retrospectiva de sus films y una muestra pictórica en Buenos Aires; la edición del último volumen de sus escritos póstumos y un documental titulado Thálassa. Un autorretrato de Jorge Acha, dirigido por Carlos García, Alfredo Slavutzky y Gustavo Bernstein. C
Jorge Luis Acha, cámara y acción