OPINIÓN | 25
| Viernes 7 de marzo de 2014
el ajedrez electoral. En un país donde cambiar las reglas ya es
de 2011 contribuyeron o no a mejorar los alcances del triunfo oficialista es discutible: nunca se va a saber cuánto habría sacado Cristina Kirchner en su reelección de no haber existido la antesala de las internas estatizadas. Lo seguro es que no cumplieron con el papel que decían tener, porque internas no hubo. Nadie usó esas elecciones para dirimir candidatura presidencial alguna, empezando por el padre de la criatura, el Frente para la Victoria. Vaya paradoja, cuando en el país del internismo frenético el Estado convoca a internas, todas las fuerzas se presentan con fórmula soldada, diciendo que en su seno no hay divisiones. Más llamativo es que a las PASO se las celebra como un éxito, porque la gente no dejó de ir a votar (votó el 78%, bajo amenaza de sanciones). Claro que 2015 será diferente. Cristina Kirchner no parece estar en condiciones de resolver la continuidad. Puede bendecir, tal vez, a un candidato de su “espacio”, pero otra cosa es poner un presidente, como sucedió con ella misma. También con otros. Urquiza determinó a Derqui (su ministro del Interior); Roca, a su cuñado Juárez Celman; Yrigoyen, a su correligionario Alvear; en forma indirecta Perón, a Isabel y, esto sólo lo olvidó el matrimonio, Duhalde a Kirchner (que después creó la transferencia matrimonial en vida). En el empeño de Duhalde llegó a haber reglas de juego minuto a minuto, pro-
una tradición, la posibilidad de modificar el sistema de internas abiertas abre expectativas, pero también alienta suspicacias
Reformar las PASO para flexibilizar el juego Pablo Mendelevich —PARA LA NACION—
V
arios dirigentes políticos del oficialismo y de la oposición están pensando en reformar el sistema de elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) para adaptarlo al contexto político que vislumbran para las presidenciales de 2015. Si se llegase a concretar una reforma –por ahora sólo existen conversaciones–, se honraría una tradición argentina: desde hace 86 años todas las elecciones presidenciales se realizan con reglas de juego diferentes de las aplicadas en la elección anterior. Excluida la Década Infame, cuya mala fama, como se sabe, viene de la reposición del fraude, la última vez que hubo dos elecciones presidenciales seguidas con las mismas reglas de juego fue en la década del veinte (1922, cuando ganó Alvear, y 1928, reelección de Yrigoyen). Aclaremos, las reglas de juego no conciernen sólo a las normas constitucionales (que en estos 86 años fueron cuatro distintas: las de 1853, 1949, 1972 y 1994) y a las leyes electorales (cambiadas decenas de veces), sino también a las prácticas y las decisiones judiciales, como las que en 2003 prohijaron aquellos extravagantes comicios con tres candidatos peronistas (Menem, Kirchner, Rodríguez Saá) y el símbolo del PJ prohibido en el cuarto oscuro. Por una razón o por otra, muchos politólogos dicen que las presidenciales argentinas son incomparables. Pero no quieren decir que sean de la mejor calidad sino que, en sentido literal, resulta imposible compararlas a unas con otras porque son todas distintas. Lo que se está boceteando para la nueva temporada es romper la rigidez de las PASO en lo que se refiere a la fórmula presidencial, detalle que podría cambiar por completo el perfil del próximo gobierno. Si en vez de votarse en las primarias por fórmulas cerradas se votara sólo por candidatos a presidente, los ganadores podrían luego escoger como compañero a quien quedó segundo, lo cual en teoría podría evitar que los perdedores se sintieran fuera de la cancha. Algunos políticos y especialistas están mirando hacia Uruguay, donde hoy gobierna el binomio Mujica-Astori. Pepe Mujica había vencido en internas al ex ministro de Economía Danilo Astori, quien llegó a la fórmula cuando
lo nominó el plenario de partidos de la coalición Frente Grande. Se supone que una instancia institucional partidaria flexibiliza el sistema. Una oposición con muchos candidatos, como tendremos en las primarias de 2015, podría verse favorecida, dicen los que simpatizan con la reforma que aún nadie puso en un papel. En el oficialismo, claro, el tema tiene otras aristas. Entre las muchas destrezas que los kirchneristas más fanáticos le atribuyen a Cristina Kirchner no está la puntería con las fórmulas presidenciales. Ella sola, consultando consigo misma, seleccionó a Amado Boudou, lo cual a estas alturas muy pocos –sin contar a Boudou– consideran un acierto. Es verdad que a Julio Cobos se lo eligió su marido, ella sólo convalidó. Al principio le hablaba poco. Después de 2009 no le dirigió más la palabra. En favor del matrimonio debe reconocerse que históricamente los vices tendieron a ser un dolor de cabeza: Figueroa Alcorta llegó a creer que Quintana había fingido un secuestro para presionarlo; Castillo le hizo la vida imposible a Ortiz hasta que éste murió; Teissaire denunció a Perón ante la Revolución Libertadora; Gómez fue despedido por Frondizi por conspirador; Duhalde marcó los noventa con su enfrentamiento con Menem; Chacho Álvarez le endilgó a De la Rúa responsabilidades en la corrupción del Senado. Es sólo un resumen. Quizá no sea mala idea tratar de que las PASO contribuyan a resolver el problema de las candidaturas vicepresidenciales. Lo raro es que no se advierta que hasta ahora no sirvieron para algo todavía más importante: las candidaturas presidenciales. En lo que va del siglo XXI, con PASO o sin PASO, todos los presidentes lograron su candidatura a dedo. En el caso del segundo mandato de Cristina Kirchner, incluso, el dedo propio. El último surgido de una interna fue De la Rúa, hace 16 años (contra Graciela Fernández Meijide). En 1988, ¡pasaron ya 26 años!, el peronismo celebró la única interna de toda su historia para una candidatura presidencial, cuando Menem venció a Antonio Cafiero. Las PASO están en ablande. Constituyen un sistema de elecciones primarias doblemente obligatorio (para los ciudadanos y para los partidos, que tienen que presen-
Una oposición con muchos candidatos, como habrá en 2015, podría verse favorecida
tarse a internas aun cuando no las tuvieran) diseñado por Néstor Kirchner tras su derrota personal en las legislativas de 2009. El famoso 54,11% de 2011 su esposa lo obtuvo dos meses después de estrenar las PASO, de las que emergió contemplando desde una cima del 50,24% a un archipiélago de opositores, el más musculoso de los cuales apenas se asomaba con el 12,2% de los votos (Ricardo Alfonsín; una décima después venía Eduardo Duhalde). Desde que Perón cambió todo el régimen electoral para los comicios de 1951 (en los que logró el récord de 62,49%), el peronismo siempre lideró, obviamente exceptuado el período en el que estuvo proscripto, la adaptación de las reglas de juego electorales a su interna y, en términos generales, a las necesidades políticas de cada momento. La base de la costum-
bre de adaptar las reglas a la política y no al revés no fue la saludable introducción, en 1951, del sufragio femenino, sino todos los demás cambios impuestos ese año, que casi nunca integran los recuerdos fervorosos de la liturgia peronista. La novedosa chance de la reelección estuvo combinada con la virtual prohibición de formar nuevos partidos y coaliciones, la modificación del sistema para elegir diputados y otros accesorios, como el crucial impedimento a los opositores de hablar por radio. Kirchner, acorde con los tiempos, fue más sutil. Interesó a los radicales en una recreación del bipartidismo –de hecho, las normas de 2009 empezaron a barrer con los partidos chicos–, pero ideó un paquete electoral desde la hegemonía. Concepto que, no hace falta explicarlo, expiró en 2013. Si las PASO
vistas de factor anti-Menem: hubo dos leyes seguidas sobre internas, una para crearlas y otra para suspenderlas. El kirchnerismo, que como repitió hace poco su actual líder se parece mucho al peronismo, balbucea ahora que su candidato presidencial saldrá de las PASO, expectativa que el historial no apuntala. Es que hay otra noticia llamada Sergio Massa, ganador de las últimas elecciones, el “me voy por afuera” del momento. Por más vueltas que le dieron al asunto, los fabricantes de reglas ad hoc nunca encontraron un antídoto eficaz para domesticar peronistas díscolos. Los opositores no peronistas tienen por su lado un problema de hacinamiento de presidenciables, de modo que revisar las normas arquitectónicas no les disgustaría. Máxime si el proyecto suma una instancia de negociación entre las primarias y las generales, es decir, antes de la que debería haber entre las generales y el ballottage. Hay una forma de cambiar las reglas mitigando su impacto político inmediato para evitar que las adaptaciones sean usufructuadas políticamente por una facción. Consiste en legislar ahora los cambios y ponerlos en vigor dentro de una o dos elecciones. Pero hacer las cosas así requeriría cambiar la mentalidad, imaginar algo tan revolucionario como un torneo de fútbol en el que se juegan sucesivos partidos siempre con los arcos del mismo tamaño. © LA NACION
El Indec del delito Joaquín de la Torre —PARA LA NACION—
E
n declaraciones publicadas el 19 de agosto de 2010, el entonces ministro de Justicia y Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, defendía las estadísticas emitidas por su cartera aclarando que no provenían de fuentes policiales sino de datos entregados por la Procuración de la Corte provincial, basados en la cantidad de causas abiertas en las fiscalías. El gobernador Daniel Scioli hacía gala de la transparencia del acceso libre a la información en materia criminal, como una herramienta indispensable para combatir el delito. En efecto, el Ministerio de Justicia y Seguridad publicó hasta el año 2012 inclusive informes semestrales sobre la cantidad de delitos cometidos en la provincia, separados por departamento judicial y por municipio, y también la evolución de un núcleo
duro de crímenes asociados a la inseguridad: homicidios dolosos, delitos contra la integridad sexual, secuestros extorsivos, encubrimientos , apremios ilegales y torturas. “La provincia de Buenos Aires cuenta con un sistema de estadística delictiva público y transparente que permite ir informando en tiempo oportuno a la sociedad sobre la evolución del fenómeno criminal y, a la vez, monitorear con debida periodicidad la eficacia de las políticas públicas implementadas”, afirmaban por entonces desde la Dirección Provincial de Política de Prevención del Delito. Y era cierto. El problema comenzó en 2012. De la comparación de las estadísticas correspondientes a ese año respecto de 2011, surgía que los delitos contra la seguridad ciudadana aumentaron un 9,5% de un año al otro, mientras que los robos con
arma crecieron un 22%. Sin embargo, del análisis desglosado de dichos números, aparecían también datos relevantes: en San Fernando, San Isidro, Vicente López, Tigre, Merlo, Ituzaingó, Morón y San Miguel, los delitos bajaron más de 10% en ese lapso. Por el contrario, en los distritos de Lomas de Zamora, Quilmes, Berazategui, Avellaneda, Esteban Etcheverría y Lanús, aumentaron. Claramente, dichas estadísticas manifestaban una realidad inocultable: la gestión del gobierno provincial en materia de seguridad había sido ineficiente y sólo se notaban mejoras en los distritos donde los propios intendentes habíamos decidido hacernos cargo de la seguridad de nuestra gente. Sin embargo, tan magros fueron los resultados del trabajo provincial, que los números totales
registraron un alza del 9,5% a pesar de que en varios distritos la cantidad de delitos había descendido más de un 10%. El último semestre de 2012 las estadísticas se presentaron solamente con números generales, sin distinguir entre municipios. Así, una vez más, lejos de reconocer el problema para buscarle una solución, el gobierno provincial prefirió esconderlo o, lo que es peor, manipular la información. En 2013, la decisión fue profundizar en esa línea. Ya no se dieron a conocer las estadísticas, a pesar de que la Procuración entregó al Ministerio de Seguridad dicha información como de costumbre. Según fuentes confiables de dicha Procuración, en el primer trimestre de 2013 se registró un alza de 24% respecto del mismo período del año anterior (que ya venía en alza respecto de 2011) en el núcleo duro del delito bonaerense.
¿Cómo podremos atacar el problema de la seguridad si escondemos el mejor diagnóstico que tenemos? Lamentablemente este tipo de decisiones por parte de Scioli ya no nos sorprende. Tanto su gobierno provincial como el gobierno nacional han transformado su gestión en un intento permanente de ocultar la realidad. Sin embargo, todos sabemos que esta forma de hacer política conduce al fracaso seguro. La realidad se impone siempre, nos guste o no, valide nuestros actos o no. Todos experimentamos hoy adónde nos llevó el falseamiento de datos del Indec y la negación sistemática de la inflación, apenas reconocida días atrás. No podemos permitir que pase lo mismo con la inseguridad. © LA NACION
El autor es intendente de San Miguel
Un avance contra el cáncer que es triunfo de todos Arturo Prins —PARA LA NACION—
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n importante avance contra el cáncer, logrado en el país, tuvo en estos días gran repercusión mundial y periodística. El ministro de Ciencia, Lino Barañao, lo anunció así: “Es el trabajo con mayor información que haya visto en cualquier grupo científico”. La revista de orientación oficialista Veintitrés, le dedicó su tapa del 20 de febrero último, y afirmó que el logro se debió al “gran momento que vive la ciencia en la Argentina” gracias a las políticas del Gobierno. Si bien es cierto que en los últimos años ha habido una muy buena gestión oficial hacia la ciencia, la mencionada investigación –dirigida por el doctor Gabriel Rabinovich– fue posible también por un singular apoyo, silencioso, permanente y menos divulgado. En los países desarrollados, las investigaciones que financian los gobiernos necesitan y reciben generosos recursos privados, inusuales entre nosotros, aunque se aplicaron en este caso. Como director de la Fundación Sales, que sostiene desde hace
15 años los trabajos del doctor Rabinovich y de otros grupos científicos, me parece justo reconocerlos. Ante todo es conveniente decir que nuestras universidades y centros científicos carecen generalmente de oficinas de fundraising (desarrollo de fondos) y profesionales capacitados (fundraisers). En América del Norte especialmente, éstos logran donaciones de simples ciudadanos o de familias con grandes recursos, y desarrollan eficaces estrategias de recaudación. En la Argentina se constituyó en 2001 la Asociación de Ejecutivos en Desarrollo de Recursos para Organizaciones Sociales (Aedros), que agrupa a unos 250 fundraisers, muy pocos por cierto para la cantidad de fundaciones existentes. Estados Unidos es el país donde más se dona: 300.000 millones de dólares por año (equivalentes al 60% del presupuesto de defensa norteamericano, el más alto del mundo). Entre el 80 al 90% de esta enorme suma la aportan ciudadanos de todas condiciones; el resto, fundaciones y empresas.
El fundraising individual es allí importantísimo: miles de pequeños donantes alimentan grandes presupuestos y familias ricas hacen aportes a universidades o dejan legados. Otro punto, casi inexistente entre nosotros, es la protección del conocimiento, fuente de mayores recursos. Se exhibe un grado de desprotección muy alto: parece creerse que la ciencia es un hecho solamente académico, cultural, sin consecuencias económicas. Aun cuando el conocimiento constituye el más alto valor de la economía, nuestras universidades no invierten debidamente en propiedad intelectual y regalan sus logros cuando se publican en revistas o congresos. Estados Unidos es el país que más patentes científicas obtiene, con los consiguientes beneficios para su economía, mientras que la Argentina exhibe un número muy bajo. La mayor riqueza de una nación está en su conocimiento científico, que debe protegerse por el alto costo que demanda obtenerlo. Cuando el joven Rabinovich solicitó ayu-
da a la Fundación Sales, se decidió apoyarlo para evitar que emigrara. La fundación había desarrollado un programa de fundraising de donantes individuales por consejo del premio Nobel argentino César Milstein, quien residía en Inglaterra. Él nos mostró cómo los ciudadanos ingleses donaban para la investigación del cáncer. En 1992 logramos la autorización de las administradoras de tarjetas de crédito, para debitar pequeñas sumas mensuales e inaugurar un eficaz medio de recaudación de fondos, que ya nos dio más de 75.000 donantes. Por entonces conocimos a un empresario de gran sensibilidad hacia la ciencia, Jorge Ferioli, quien se incorporó a Sales y se interesó en las investigaciones de Rabinovich. Él y la familia de su esposa, Silvia Ostry, donan importantes sumas anuales que constituyen un excepcional ejemplo de solidaridad con la inteligencia científica. También obtuvimos valiosos aportes de las fundaciones Nuria, Bunge & Born y Biblioteca Central de Medicina. Tan generosa ayuda permitió que jóve-
nes talentosos respondieran interrogantes sobre la inmunología del cáncer, muy apreciados internacionalmente, por lo que obtuvieron premios, subsidios, invitaciones a centros científicos del mundo, etcétera. Hacia 2004 las investigaciones de Rabinovich despertaron interés en la Universidad de Harvard, con la que el Conicet y Sales acordaron una colaboración. Ambas instituciones son por ello cotitulares de las patentes y, por ende, de los beneficios que se obtengan de la industria farmacéutica, cuando se logre un medicamento fruto de esta investigación. La Fundación Sales destinó así casi tres millones de dólares al doctor Rabinovich, en becas, equipos, insumos, viajes y la instalación de un moderno laboratorio y biblioteca en el Instituto de Biología y Medicina Experimental del Conicet, que dirigió el premio Nobel Bernardo Houssay. © LA NACION
El autor es director ejecutivo de la Fundación Sales