POR DEIRDRE CORNELL
Una familia de inmigrantes indocumentados—Felipe, María y sus cuatros hijas bellas—tuvieron la dicha de conocer al Papa Francisco. (He cambiado sus nombres.) En su visita a Estados Unidos, el Papa Francisco quiso conocer a las familias más pobres y marginadas de la sociedad. La familia de Felipe fue una de las elegidas para conocer al papa. Vestidos con ropa típica mexicana, la familia de Felipe y María viajó desde su humilde hogar en una área rural al norte de Nueva York para recibir la bendición del Santo Padre. Estaban nerviosos y emocionados. “Familias que están en la misma o peor situación que nosotros nos han dicho que van con nosotros en espíritu. Siento que representamos a todos”, dijo Felipe. Una de sus hijas, de 15 años, escribió una carta al papa. En ella, la joven le pide que hable por los millones de indocumentados quienes viven bajo una sombra migratoria que no les permite estar en paz. En la dicha de su encuentro con el papa, Felipe y María le regalaron una copia de mi libro, Jesus Was a Migrant. Esta colección de reflexiones combina experiencias pastorales de unos 12 años, con espiritualidad bíblica. Las reflexiones describen la situación de los inmigrantes y trabajadores migrantes de hoy en día. Son historias de injusticias y sufrimiento, pero también de una gran solidaridad y profunda fe que caracteriza a inmigrantes latinos. Al ver la portada, ¡el Santo Padre
CNS/Nueva York
REFLEJOS PEREGRINOS
El papa de los migrantes
El Papa Francisco recibe obsequio en reunión con familias inmigrantes en la escuela Nuestra Señora Reina de los Ángeles en Nueva York durante su visita, septiembre 2015.
sonrió! La sonrisa seguramente era de reconocimiento, al vislumbrar la cara de Jesús atrás del alambre de púas que aparece en la portada del libro. Al entregarle el libro, Felipe le dijo al Papa Francisco: “Se lo regalamos porque nos sentimos parte de él. Relata nuestras historias”. La visita del Papa Francisco marca un momento nuevo en la Iglesia de Estados Unidos. Me hace pensar en el Evangelio de San Lucas (4:14-21): “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. El Santo Padre vino a compartir la Buena Noticia con todos, sin excepción; sin embargo, los corazones heridos—como los de Felipe y María— recibieron una gracia especial. El papa nos recuerda que su propia familia migró de Italia a Argentina. El joven Jorge Mario Bergoglio creció en una comunidad de emigrantes europeos en Buenos Aires. Durante la
crisis económica de la década de 1930, su abuelo compró un almacén con dinero prestado, y su padre también tuvo que luchar para establecerse en su nuevo país. Por eso, en varias ocasiones el Papa Francisco ha dicho: “Yo sé lo que es la migración”. Y ante el Congreso de Estados Unidos, el papa también habló a favor de los inmigrantes: “Las personas de este continente no le tememos a los extranjeros porque muchos de nosotros fuimos extranjeros”. Quién mejor para llevar las Buenas Nuevas a los pobres de la nación más poderosa del mundo; a los que viven en las calles, los campos, las cárceles, los centros de detención y los barrios peligrosos y violentos de Estados Unidos; y entre estos pobres, a los más marginalizados— los inmigrantes indocumentados. El Papa Francisco nos invita, sobre todo a los poderosos, a dejar la ceguera a favor de los pobres. Nos recuerda que el Hijo de Dios llegó al mundo como un migrante sin hogar. Deirdre Cornell sirvió como misionera laica de Maryknoll en México. www.revistamaryknoll.org
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En estos días, estamos viendo fotos, videos y noticias de migrantes y refugiados que han tenido que dejar sus tierras. Algunos están huyendo de la violencia que causan las guerras. Otros huyen de lugares afectados por crisis producidas por cambios ambientales y económicos. Todos forman parte de un éxodo global en busca de un mejor porvenir. En el camino borrascoso, las mujeres y niños son los más desprotegidos. Fidencia Ernesto Moreira, una joven de 25 años, sabe lo que es emigrar. Cuando era adolescente, vivió una experiencia que le costó su hogar. Fidencia nació de una madre católica y un padre musulmán en el norte de Mozambique. En Mozambique, uno de los países más pobres y subdesarrollados de África, las mujeres no salían de sus casas debido al machismo dentro de la cultura, y el peligro en salir sin protección paternal. Sin embargo, la madre de Fidencia era muy activa en su parroquia. “A mí me gustaba ir… por la música”, dice Fidencia, sonriendo. “Mi madre me decía: ‘Fidencia, todo lo que tú quieres hacer, hazlo. Si tú quieres cantarle a Dios, hazlo. No te preocupes. Dios va a cuidar de ti’”. Fidencia recuerda otro consejo. “Mi madre usaba un canasto para aventar el trigo que compraba en el mercado. Lo sacudía y lo movía hasta que la paja quedaba afuera y los granos de trigo quedaban adentro. Decía: ‘Hija, así tienes que hacer en la vida. Lo que no sirve, échalo para afuera; conserva lo sano.
Hay que saber distinguir entre lo bueno y lo malo—y tener la valentía para echar lo que no convenga’”. A Fidencia le sirvieron esos consejos. Cuando tenía 14 años, su madre murió de cáncer. “Somos seis hijos en total. Yo era la mayor y la única mujer. A mí me tocó tomar el lugar de mi madre. Tuve que soportar mi tristeza y la de mis hermanos, y también la de mi padre”, dice ella. Cada día Fidencia preparaba a sus hermanos para la escuela, limpiaba la casa, cocinaba y alistaba el almuerzo que su padre llevaría al trabajo. Además de eso, estudiaba y asistía a su curso técnico. Un año después, su padre falleció de un derrame cerebral. “Al igual que mi madre, mi padre también murió en mis brazos”, dice Fidencia. “Ahora realmente nos quedamos huérfanos”. Como tantas mujeres en el mundo, ella también sufrió la presión de aceptar un matrimonio arreglado. Su tío le dijo que aceptara casarse con un hombre 17 años mayor que ella para solucionar sus problemas. Ella no aceptó. “Mi tío se enojó y me expulsó de la casa”. Así empezó su historia de migración. Fidencia acudió a la parroquia, donde recibió ayuda de los feligreses. “Me alojaron en sus casas mientras hacían arreglos para que mi hermanito y yo fuéramos a una escuela de internado”. Su vida dio una vuelta. “En el internado, disfruté mucho al conocer compañeras de diferentes culturas, etnias y clases sociales”, dice la joven. “Me integré al grupo de oración; llegué a ser líder de reflexión bíblica y a ayudar en la liturgia. ¡Estaba feliz!” Luegó enfrentó otro reto. “Empecé a sentir cansancio y dolor en mis extremidades. Perdí sentido en las piernas y me
Abida Jamal/Mozambique
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Cantarle a Dios
Fidencia Moreira (izq.) transmite su fe y alegría a compañera Flavia Olimpia Jose Duvane.
caí de las escaleras. Después del accidente, no pude caminar”, cuenta. Pero su alegría no se apagó durante el tiempo que estuvo hospitalizada. “Cantaba en mi cama, aunque no podía bailar como antes”. Al recuperar su salud y el uso de sus piernas, Fidencia terminó el ciclo escolar en el internado y tomó la decisión de migrar a otra región al sur del país para seguir estudios superiores. “Tuve miedo, soy provinciana y no conocía la ciudad. Pero me acordé de las palabras de mi madre: ‘Dios va a cuidar de ti’”. Dios cuidó de ella. Fidencia ahora trabaja en la Universidad Católica de Mozambique. Allí conoció un movimiento de mujeres laicas, donde actualmente es coordinadora del grupo de jóvenes. Seguramente, pone al grupo a rezar, reflexionar sobre la Biblia, y a cantar y bailar. Fidencia y su valentía, superando cada reto con alegría y fe en Dios, me da aliento. Que siga siendo una mujer de valor. Y que Dios cuide a todos los jóvenes que dejan sus lugares de origen en búsqueda de una vida digna. Deirdre Cornell sirvió como misionera laica Maryknoll en México. www.revistamaryknoll.org
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Al Padre Joaquín Mejía Cruz, ofm, le conmueve el drama de los menores no-acompañados que cruzan la frontera. “Soy parte de esa realidad”, dice. Él huyó de El Salvador en 1988 debido a la guerra civil. “Los jóvenes estábamos en el cuello de la guerra”, dice. “Quienes no entraban en el ejército eran sospechosos de pertenecer a las guerrillas. Era jugarse el futuro o quedarse a morir”. Por eso, sus padres lo enviaron donde sus hermanas en Estados Unidos. “Recuerdo la cara de mi mamá el momento de la partida. Se escondió tras la puerta, para que yo no viera sus lágrimas”. El Padre Mejía, Fray Joaquín, tenía 21 años de edad. Huyó con dos primos: uno mayor que él y otro de 15 años. “Nunca había salido de mi país”, dice. Primero, llegaron a un albergue en Guatemala. “Tengo vivo en la memoria el encuentro con jóvenes de otras nacionalidades”. Para no ser detectados por la policía, continúa, los migrantes sólo podían movilizarse por las noches. Así, llegaron hasta México, al Distrito Federal, donde se unieron a otras personas en camino a Estados Unidos. Allí se prepararon para la parte más dura del viaje, el camino por los desiertos. Empacaron latas de maíz, galletas, agua y pasta de dientes. “Hasta hoy día me da asco el olor, pues se me regó la pasta de dientes en la mochila”, dice Fray Joaquín. Los días en el desierto estuvieron colmados de fatiga y cansancio; hambre y sed; calor en el día y frío en la noche. Los JULIO/AGOSTO 2016 U REVISTA MARYKNOLL
Cortesía de Deirdre Cornell
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UN ARDOR EN EL CORAZÓN
jóvenes se escondían en los arbustos por miedo a los policías federales. Algunos no lo soportaron y regresaron. En el desierto, dice Fray Joaquín, “las luces de la ciudad se veían cercanas, pero no lo eran. Las ilusiones ópticas nos tenían desorientados, caminábamos en círculos y no podíamos avanzar”. Caminaban sin El Padre Joaquín Mejía (dcha.) vivió el drama de los menores no-acompañados que cruzan la frontera. saber dónde iban. “Llegamos exhaustos y deshidratados a una granja padres en El Salvador. Esta vez, su maen Texas. Como no estaba el dueño, dre lloró de alegría. el responsable nos dio de comer y nos En Boston, el joven Joaquín se intedejó pasar la noche. Me bañé con agua gró a su parroquia y después de años de caliente por primera vez desde que salí servicio pastoral, asistió a una confede mi casa y dormí ¡en la cama del due- rencia de catequistas en 1999. Una reño! La hospitalidad de ese hombre nos ligiosa le preguntó si había considerado dio energía y esperanza”. el sacerdocio. “Reconocí que, ardienteAl día siguiente, tomaron una deci- mente en el corazón, sentía el deseo”, sión. “Decidimos entregarnos a las au- reflexiona. Su proceso de discernimientoridades”, cuenta el sacerdote. Cuando to lo llevó al noviciado en el 2003 y a su la patrulla fronteriza los recogió en la ordenación sacerdotal el 2013—a pocarretera, explicaron que eran refugia- cos días del inicio del papado del Papa dos huyendo de una situación de gue- Francisco. Los últimos años, ha servido rra. “Fueron muy educados”, dice Fray a la comunidad de Monte Alvernia en Joaquín de los policías. Sin embargo, Wappingers Falls, Nueva York, y prontuvieron que entregar sus pertenen- to recibirá una nueva asignación para cias—incluyendo el crucifijo que les seguir caminando con su nueva familia, había acompañado en el camino. “Uno la gran familia de los franciscanos. se siente menos en esas circunstancias”, Para Fray Joaquín, los jóvenes que reflexiona. Fueron encerrados por tres huyen de situaciones de violencia no días—incluyendo el joven de 15 años— son cifras, son personas—cada una con en una cárcel junto con criminales. una historia. Dice: “Dijo el Papa FranAfortunadamente, después de inte- cisco, cuando visitó la frontera de Mérrogarlos, los dejaron libres para que se xico con Estados Unidos, que cuando reunan con sus familiares—y al poco hablamos de los migrantes, no son nútiempo recibieron sus visas tempora- meros y estadísticas. ¡Al contrario! El les. Las hermanas de Joaquín pagaron Papa quiere que hablemos de las histosu vuelo a Boston. “Teníamos seis años rias de personas, y de familias”. Esa sin vernos”, dice el sacerdote. Él y sus convicción motivó a Fray Joaquín a hermanas llamaron por teléfono a sus compartir este testimonio.
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