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Turismo
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Domingo 13 de enero de 2008
Puerto Pueblo chico por
Playas abiertas y casitas coloridas, dos rasgos característicos de Pirámides
Por Julio Céliz Enviado especial
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UERTO PIRAMIDES.– A las pocas horas de llegar a este pueblo uno sentirá que casi todos sus habitantes lo conocen. Y que si le gusta caminar puede dejar olvidadas las llaves del auto en un cajón del hotel. Basta ponerse en marcha y enfilar para la Avenida de las Ballenas. Si bien la denominación es ostentosa, se trata de una calle, la única asfaltada, de poco más de mil metros, por donde pasa la vida del lugar, que no es agitada. Todo lo contrario. Es que acá viven unas 400 personas, aunque en verano su población se multiplica de a miles. Y motivos sobran: una pequeña bahía, rodeada de acantilados y bañada por un mar calmo, sumado a los paseos náuticos, el avistamiento de ballenas entre mayo y diciembre; una lobería, que en estos meses está a pleno, con todas sus crías; buceo; kayak; trekking; cabalgatas, y mountain bike. Pero más allá de esta variada oferta, que vale aprovechar, Puerto Pirámides, en plena Area Natural Protegida Península Valdés (ticket diario, $ 12), a cien kilómetros de Puerto Madryn, también atrae por su bohemia y parsimonia. Algo que hizo que Juan Benegas sea uno más de este pueblo, al que llegó hace 30 años de la mano de su padre, que buscaba nuevos horizontes y dejaba atrás el residencial barrio de Martínez. Y hoy, cuando se pregunta por un pescador artesanal, todos lo señalan como el único que aún vive en el pueblo. “Nos sumergimos entre 6 y 30 metros, con una especie de bolsa que va atada a la cintura. Podemos estar tres o cuatro horas, y sacamos unos 35 kilos de vieyras”, dice Benegas, de 42 años, mientras Ignacio, de 2 y tan rubio como él, no para de jugar en el barco que su padre repara en tierra.
Cinco bancas Para llegar hasta su casa, siempre por la avenida y con gorra, porque en estos meses el calor se hace sentir, aunque de noche conviene tener abrigo liviano a mano, hay que pasar por el pequeño edificio del Concejo Deliberante. Con cinco bancas, comenzó a funcionar hace unos años, cuando el poblado ganó con orgullo el status de municipio. También por el Cuartel de Bomberos, la cooperativa eléctrica, la única estación de servicio de Península Valdés; la escuela, con 120 alumnos y orientación en turismo, y el hospital, atendido por dos médicos y algunos enfermeros. Atrás va quedando el destacamento de la policía, que a veces ve alterada su calma por algún accidente en la ruta. “Es lo único que puede pasar. ¿Hechos graves? No recuerdo”, contesta con una tímida sonrisa el agente de guardia. Sin embargo, Pirámides no sólo se destaca por su tranquilidad. También por sus primeras y pintorescas casas, levantadas con chapas. Un caserío que llegó a tener 2000 habitantes y nació en 1900, empujado por la explotación de salinas en el corazón de la península, tal como refiere la vagoneta del tren
salinero exhibida en la plaza, y por la matanza de lobos marinos. Por suerte los tiempos cambiaron, y si hoy algo se rescata en el pueblo, que hasta los años noventa dependía de un generador que dejaba todo a oscuras a la medianoche, es el respeto por la naturaleza y su fantástica fauna marítima. Así, de a pie, resulta imposible no detenerse en una de esas construcciones pioneras: la Casa de la Tía Alicia, que suele abrir de 9 a 20.30, más o menos, como todo el comercio, y ofrece artesanías, incluidas las de la dueña, Alicia, claro, que reside aquí hace 35 años y utiliza algas marinas para sus obras. Pegado, funciona desde hace dos años el bar Margarita, uno de los puntos de encuentro cuando cae el sol. Allí se puede disfrutar de una tabla de fiambres por $ 40, y de una picada de mariscos por 75 (para dos personas), combinado con una pintoresca barra de madera, ambiente cálido y música en vivo. Algo similar propone La Estación, a pocas cuadras, todo de chapa, madera y un balcón que invita a dejar pasar las horas.
Actividades y alojamiento La avenida, como una herradura irregular, siempre nos conduce al mar y su bahía, de unos 700 metros y dos pequeñas áreas comerciales en cada extremo. Ya en contacto con el agua, subirse a un kayak no es mala idea. Una disciplina que se lanzó en forma comercial hace dos años, propone un encuentro distinto con el paisaje y es ideal para las familias, aunque la edad mínima permitida es de 10. Enseguida, con las primeras paladas, el silencio se hace protagonista, sólo surcado por el canto de las aves, mientras no hay que hacer esfuerzo alguno para detenerse a observar los cardúmenes que recorren el fondo del mar transparente. Las propuestas son para todos los gustos y estados físicos, desde salidas de un par de horas a una cueva colmada de fósiles hasta paseos de un día entero o más, con almuerzo incluido, en alguna playita solitaria. “Lo interesante –comenta Sofía, la instructora– es disfrutar del paisaje, aprender a conocerlo y respetarlo.” A esta altura del año no es conveniente llegar hasta aquí sin reserva de alojamiento. Hay posibilidades de elegir entre hoteles, cabañas, hostels y campings. Entre otras opciones, el hotel Las Restingas, casi sobre la playa, y la hostería The Paradise, un poco más alejada del mar, a unos 700 metros, pero con el encanto de una construcción típica, 150 dólares la habitación doble, con desayuno incluido. Allí, en el momento de sentarse a la mesa, se sugiere una entrada: las vieyras a los cuatro quesos ($ 50), que bien pueden acompañarse de un Marcus Sauvignon Blanc, $ 24. Imperdible. Al caer el día sería imperdonable no caminar sobre los acantilados que dan a la llamada Playa de las Cuevas, muy cerca del pueblo, a la que algunos osados bajan deslizándose por una gruesa soga. Ahora sí, sólo resta sentarse frente al mar mientras el sol se va perdiendo en el horizonte, dejando un reflejo intenso en las paredes rocosas. Es parte de la filosofía del lugar, donde se celebra misa cada tanto, cuando viene el cura de Puerto Madryn. La capilla, sobre la avenida, es muy pequeña y fue levantada hace unos años con materiales donados por los vecinos, en reemplazo de la vieja iglesia destruida por un temporal. Al costado del edificio hay una placa, colocada en 2000, en la que pocos se detienen. “Bajo este suelo –dice– se encuentra el Arcón de los Recuerdos, que deberá ser abierto en 2050. Los lugareños aseguran que allí, en unos sobres, se guardaron fotos y videos del pueblo. Y esperan que cuando llegue el esperado día, aquí todo siga como hasta hoy: en plena armonía con la naturaleza.