Predicadores de la Teología del Pueblo

9 may. 2010 - “Aquellos sacerdotes eran pe- ronistas porque el pueblo lo era”, contextualiza hoy el padre Gustavo. Carrara. Claro que las cosas son ahora.
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ENFOQUES

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Domingo 9 de mayo de 2010

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Iglesia y política

Predicadores de la Teología del Pueblo Continuación de la Pág. 1 curas villeros de la Capital, un equipo que fue alimentando el cardenal Jorge Bergoglio, desde su designación, en 1998. *** El trabajo de estos sacerdotes que eligieron vivir muy lejos del paraíso no llamó demasiado la atención ni despertó la curiosidad mediática hasta el año pasado, cuando los narcos afincados en las villas amenazaron de muerte al padre José Di Paola, el padre “Pepe”, para todos, mientras andaba en bicicleta solo por esa tierra de nadie donde no entran los taxis ni tampoco, a veces, la Policía. Sucedió hace un año, cuando el párroco de Caacupé y actual coordinador del Equipo denunció, junto con los sacerdotes que lidera, que en los barrios pobres, más allá de las leyes, la despenalización de la droga era un hecho. “Dejate de joder o vas a ser boleta”, lo interceptó uno de esos narcos, a los que Bergoglio bautizó “mercaderes de las tinieblas”. Pepe tardó en procesar la amenaza. El obispo, al revés: la tomó muy en serio. Tanto, que la llevó enseguida a los medios. Fue entonces cuando la Argentina conoció la silenciosa tarea de Pepe y los curas villeros, y su compromiso con la recuperación de los chicos adictos al paco. Desafíos de otra época Hace 36 años –se cumplen este martes 11 de mayo–, el padre Carlos Mugica, el hombre de quienes estos curas se consideran herederos espirituales, tuvo menos suerte: cercano a la militancia social de Montoneros, sucumbió a la lógica violenta de la época tras una emboscada de la triple A. Precisamente, los curas del Padre Pepe le rendirán su homenaje el próximo domingo con una misa en la parroquia Cristo Obrero, fundada por Mugica, y una conferencia de prensa previa en la que el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia hará público un nuevo documento, el tercero del grupo, con eje en el Bicentenario. Se consideran hijos del Movimiento de sacerdotes tercermundistas, aquellos que, en los setenta, lideraba Mugica. Entre ellos estaba Daniel de la Sierra, un cura que, para impedir que los militares erradicaran los asentamientos, se tiraba delante de las topadoras del Proceso y hoy está enterrado bajo el altar de la parroquia de la Villa 31. Es que, en aquella época hiperpolitizada, algunos sacerdotes para el Tercer Mundo entendieron que la forma de luchar contra la pobreza y la exclusión en América latina era abrazar el compromiso político que, para muchos de ellos, pasaba en los setenta por la izquierda peronista. “Aquellos sacerdotes eran peronistas porque el pueblo lo era”, contextualiza hoy el padre Gustavo Carrara. Claro que las cosas son ahora muy diferentes. “Es otra época y los desafíos son acordes a este momento: hoy lidiamos con la violencia del delito y de la droga, y no con la de la política. Son desafíos nuevos, pero el espíritu es el mismo”, define Pepe.

En el primer piso de la parroquia de Caacupé, cinco curas de los asentamientos porteños más populosos de la Capital están reunidos para la nota con Enfoques. Son las diez de la mañana en la Villa de Barracas y, sentados en ronda, se ceban mate entre ellos. Alrededor de la mesa parroquial, además de Pepe, el líder del Equipo, están Martín De Chiara, de 34 años, párroco de la Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo; Martín Carrozza, de la 31, la Villa de Retiro; Gustavo Carrara, de la 1-11-14, y el padre Juan Isasmendi, que trabaja junto a Pepe, el párroco de Caacupé. Ellos son los referentes religiosos de las villas más populosas. En su mayoría fueron criados en la clase media, y algunos en la clase media alta, como el padre Mugica. Tienen entre 30 y 40 años, con la excepción de Padre Pepe que, con 47, es el más veterano del grupo, y también el más mediático. Si bien este equipo existe desde hace más de 40 años –fue creado por el cardenal Juan Carlos Aramburu, en 1969–, lo cierto es que fue el actual obispo porteño, según coinciden los sacerdotes de las villas, quien decidió destinar más curas a los asentamientos, más recursos, y levantar más parroquias. Así, el equipo pasó de tener ocho sacerdotes, a fines de los noventa, a veintidós, para la asistencia de las 180 mil personas que, se calcula, viven en los asentamientos de la Capital Fue el cardenal en persona quien visitó al sacerdote de Barracas la mañana que le siguió a la amenaza. Bergoglio llegó caminando solo, por las calles de tierra de la barriada, ante la mirada sorprendida de Pepe: –Pero... ¿qué hace acá? –le preguntó preocupado. –Vine a saludarte –le respondió el Obispo. El cardenal es un gran enamorado de esa religiosidad popular, dicen los curas, y cuentan que es bastante común que, durante las peregrinaciones juveniles a Luján, sea Bergoglio el confesor que se instala, sin que los jóvenes peregrinos lo sepan, en la basílica. Tampoco es raro, dicen, que llegue de improviso a un comedor popular o a la fiesta de una Virgen en alguna de las barriadas donde trabaja el equipo. La cercanía y el compromiso de Bergoglio con este grupo que trabaja en las villas despertó no pocas especulaciones en su momento, cuando no alguna sorpresa. Considerado habitualmente como un hombre de pensamiento político de centro, cuando no de derecha, filoso crítico del Gobierno, Bergoglio no parecía coincidir con el espíritu de este equipo que se siente heredero espiritual del padre Mugica, ícono de la militancia setentista. En un libro publicado hace pocos días, El Jesuita (Vergara), de Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, el mismo cardenal respondió a quienes le cuestionan su papel durante esos difíciles años 70, habló de los sacerdotes jesuitas desaparecidos que trabajaban en la Villa del Bajo Flores y dijo: “Hice lo que pude con la edad y la poca influencia que tenía”. Por aquellos años, hubo algunos sacerdotes tercermundistas que adscribían a la Teología de la Liberación,

Cinco de los veintidós curas del equipo de villas: De izquierda a derecha, Martín de Chiara, Juan Isasmendi, José Di Paola, Gustavo Carrara y Martín Carrozza

FOTOS DE RICARDO PRISTUPLUK

El padre Pepe en su oficina de Barracas

El cardenal Bergoglio recorre una barriada junto a Pepe JULIAN BONGIOVANNI / GENTILEZA EDITORIAL SUDAMERICANA

una corriente de la Iglesia, cuyos principales referentes fueron el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, que utilizaba categorías marxistas para analizar a la sociedad. Sin embargo, los sacerdotes villeros de la actualidad suscriben hoy a otra corriente que denominan la Teología del Pueblo. ¿De qué se trata y en qué se diferencian una y otra filosofía? Lo explican: la Teología del Pueblo se basa en la sabiduría popular, no en categorías o diagnósticos que se imponen desde arriba. Se la puede pensar, dicen los sacerdotes, como una hermenéutica del pueblo pobre, escaso de riqueza pero no de saber. Las ideas se alimentan, bajo este paradigma, de la vida, indica Carrara: “Aquí no existe izquierda o derecha, existe querer tener agua, luz, vivir mejor”. Para estos curas, “la ilustración” –es decir, la academia o los

intelectuales– viene con conceptos amasados previamente que a menudo no encuentran conexión con la realidad de la pobreza. La Teología del Pueblo tiene sus propios referentes locales: Lucio Gera y Rafael Tello fueron dos de ellos. Tello creó, en los setenta, la peregrinación juvenil a Luján, que actualmente está compuesta por un 80 por ciento de jóvenes pobres. La caminata a Luján es un claro ejemplo de lo que el cardenal jesuita entiende como religiosidad popular porque fue una idea que le sugirió una señora de la Villa del Bajo Flores al padre Tello, en su época. “Creen que van a hacer la revolución caminando a Luján”, fustigaban, en los setenta, los militantes de la izquierda, que no se resignaban a la imposibilidad de sumar de lleno a su causa a aquellos curas que simpatizaban con los pobres. Una parte de la

clase media también los atacaba: los veía como guerrilleros con sotana. “Eran tiempos de incomprensión –reflexiona Pepe–, pero hoy, corrida la ideología, todo está más claro.” “Nosotros no tenemos que meternos en los vaivenes de la política porque los políticos exigen una fidelidad ciega que, muchas veces, olvida a las personas concretas. Y nosotros estamos junto a las personas concretas”, explica De Chiara. De hecho, la Iglesia impide a sus sacerdotes participar de la política partidaria. La política partidaria parte, dice el padre Guillermo Marcó, que fue durante años vocero de Bergoglio. Pero eso no impide que los sacerdotes sí puedan fijar su posición en cuestiones de política pública –la política entendida en un sentido amplio–, como de hecho lo hacen. Mugica, por ejemplo, había integrado la comitiva que acompañó a Perón de regreso a la Argentina. Es esa definición, explícita, la que hoy no quiere la Iglesia. –Ahora, dicen que el cardenal es peronista, ¿eso es cierto? Largo silencio. Los curas se pasan el mate y se miran entre sí. “Ah, eso ni Dios lo sabe”, suspira el padre Carrara. Los demás se ríen, pero nadie habla. Es obvio que es un tema en el que prefieren no ahondar. –También se dice, desde el kirchnerismo por ejemplo, que el cardenal es un hombre de derecha. En esto sí quieren ahondar. “Mirá, la sociedad tiene una concepción simplista, o sos esto o sos lo otro, y entre los políticos parece que hay más dogmáticos que entre los religiosos –desafía, Pepe–. Hay que calificar a las personas por lo que hacen. ¿Puede ser de derecha alguien como Bergoglio, que duplicó la cantidad de sacerdotes en las villas o que es un fanático de la religiosidad popular? Porque cuando un Arzobispo nombra a un sacerdote en un destino es porque lo deja de nombrar en otro. Es decir, está haciendo una opción. Y la opción, en este caso, es clara”. El equipo, que se reúne cada quince días para reflexionar, produjo dos documentos importantes, y va por el tercero (el que presentarán el próximo domingo, en el homenaje a Mugica). El primero, en 2007, fue “Reflexiones sobre la urbanización y el respeto

por la cultura villera”, un texto en el que se pronunciaron por la integración. Los curas volvieron a salir al cruce más tarde sobre el mismo tema cuando el actual jefe porteño evaluó la posibilidad de llamar a un plebiscito en el que les preguntaría a los vecinos por el destino de los asentamientos. “Lo primero que queremos afirmar es que estas personas son vecinos de la ciudad de Buenos Aires –le escribieron los curas a Macri–. Por eso, nos parece que no se puede decidir por ellos”. El Equipo se enfrenta hoy con una batalla cultural, tanto o más pesada que la política: tratar de integrar a los villeros a una ciudad que los rechaza y les teme. En 2009 firmaron el segundo documento, sobre el consumo de drogas, que desencadenó la amenaza a Pepe. También, desde la Pastoral Universitaria, Guillermo Marcó lidera el proyecto “Generación Universitaria”, un programa entre la Universidad Católica y los chicos de Villa Soldatti. Los estudiantes de la UCA, de clase media, se juntan los domingos por la mañana con los chicos pobres para hacer actividades en la villa del padre De Chiara. Martín Carroza, de la Villa de Retiro, habla de ese monstruo que alimentamos entre todos: el desprecio. “Hace poco se hablaba de un muro en San Isidro, pero existen otros muros que son tan sólidos como una pared: la indiferencia, la desconfianza, el creer que son todos vagos que quieren vivir

El Equipo se enfrenta hoy con una batalla cultural, tanto o más pesada que la política: tratar de integrar a los villeros a una ciudad que los rechaza y les teme

de planes, que son chorros”, dice. El padre Isasmendi completa la idea. “La marginalidad es un no lugar en la sociedad y todos somos responsables de su creación. Cuando una persona es marginada en forma constante, siente que su vida no vale. Entonces, cuando uno de estos pibes roba una canilla en el barrio de al lado, ahí sí se alzan todas las voces acusatorias, pero nadie ve que ese hecho tiene una responsabilidad colectiva.” Por los asentamientos de la Capital, sobre todo por los más populosos, pasan todos: funcionarios, gente que quiere ayudar desde redes sociales, turistas en busca de llevarse una postal de la pobreza. Pasan, también, políticos en campaña, con sensibles discursos sobre la pobreza. Pero la realidad es que los que viven en el barro y se mezclan a diario con la miseria, la muerte y la mala vida son estos hombres, sacerdotes de villas de emergencia, quizá los únicos padres simbólicos a los que pueden acudir por ayuda los olvidados del mundo. © LA NACION

Más información. Quiénes son y en dónde trabajan los Curas villeros. www.lanacion.com.ar

Momentos de alegría y dolor entre la gente No nacieron ni crecieron en asentamientos, pero eligen vivir allí. Son los sacerdotes del equipo de villas de emergencia, cuyas historias recoge Silvina Premat en su libro Curas villeros (Sudamericana) SILVINA PREMAT LA NACION

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spero que hoy sea el mejor día de tu vida, Feliz cumple, Facu!”, decía el mensaje de texto firmado por un amigo del padre Facundo Berretta que sólo entonces se dio cuenta de que era el día de su cumpleaños. Eran las 9.30 y el cumpleañero estaba en la morgue de un hospital vistiendo a una señora que no conocía antes de ponerla en el ataúd. La mujer había fallecido durante la noche. Pasadas las siete –de ese día que el amigo le auguraba como el mejor de su vida– Facundo fue desde la villa 21-24 de Barracas, donde vive, a la parroquia de Ciudad Oculta, otra villa, a retirar un cajón. Los sacerdotes del Equipo para las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires tienen allí el depósito de ataúdes que les dona Cáritas y que ellos destinan a los vecinos de sus barrios. Después de vestir a la mujer, el sacerdote buscó un lugar que estuviera libre esa mañana para hacer el velatorio y consiguió el Centro Misionero San Cayetano. Luego fue al hospital a hacer los trámites para retirar el cuerpo. Los familiares de la mujer fallecida eran muy poquitos y, recién llegados al país, no estaban en condiciones de resolver la situación por sí mismos,

por eso el padre Facundo se ocupaba. El celular vibró en el bolsillo de su jean. “Otro saludito”, pensó el sacerdote y sonrió. Paradójicamente, estaba contento. “¿Para qué me hice cura si no es para vivir con la gente estos momentos de dolor así como los de alegría?”, se dijo. El, que para entrar al seminario dejó una novia con la que compartió seis años de su vida y un trabajo en el que le iba muy bien –como oficial de negocios en un banco–, no espera menos de su vocación. *** Facundo Berretta tiene 37 años y es miembro del Equipo de sacerdotes para las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires. El mayor tiene 70 años y el menor, 26. Ninguno de ellos nació ni creció en una villa miseria. Se diferencian de los vecinos de las villas por el cuellito blanco (clerygman) de sus camisas y porque, por donde pasan, son saludados por chicos y grandes con una sola palabra: ¡Padre!. Viven en casas sencillas; la mayoría en grupos. A la noche escuchan tiros, peleas o cumbia. Al caminar por el barrio deben cuidarse de no pisar a algún chico que yace fulminado por al droga. Alguno de ellos acepta que allí, en las villas, se aplica la teoría del “picoteo” que se usa para explicar,

JULIAN BONGIOVANNI /GENTILEZA EDITORIAL SUDAMERICANA

El padre Berretta, en la villa 21-24, de Barracas en los criaderos de pollos, que los niveles de agresividad crecen con el índice de hacinamiento. Sin embargo, se enojan si escuchan hablar mal de sus “hermanos villeros” y, la mayor parte del día, están contentos. Son tipos interesantes con los que da ganas de quedarse a conversar. En sus capillas y con sus palabras rinden homenaje a quien consideran su “mártir”, el padre Carlos Mugica, y siguen las huellas de otros curas que, como aquel sacerdote po-

lémico por sus definiciones políticas, fueron de los primeros en dedicarse a la gente de las villas. Entre ellos Rodolfo Ricciardelli, Jorge Vernazza y Daniel de la Sierra. Donde otros ven sólo a ladrones, asesinos y haraganes ellos encuentran a personas deseosas de trabajar y luchar por una mejor calidad de vida. Procuran que siempre haya uno en la capilla para recibir al vecino que busca asistencia espiritual o material. Son consultados por problemas religiosos, morales o económicos; la gente les pide que vayan a sus casas a celebrar una misa por un difunto o a dar una bendición o porque alguien está enfermo. Excepto los bautismos, casamientos, misas y fiestas religiosas, las demás actividades pueden diferir según las villas. Algunos llevan adelante acciones de intervención directa entre los adictos y otros no; así como no todos tienen comedores, talleres de apoyo escolar, murgas o escuelas de fútbol. Todos comparten la preocupación por los problemas que acucian a los vecinos de las villas: el más grave, dicen, el consumo de paco. Los curas ofrecen acompañamiento en situaciones límite. La muerte es sólo una de ellas. Todos los curas villeros ofrecen a su gente, desde 1992, un “servicio fúnebre” que le ahorró al gobierno porteño el tener que

disponer algún mecanismo propio y salvó a varias familias de organizaciones mafiosas que les ofrecían el servicio fúnebre en los mismos hospitales y apenas había ocurrido el fallecimiento. Usan las capillas, aulas o salones como salas velatorias. “En un día podés hacer un bautismo, un responso, ver a una familia que tuvo un problema, estar con niños, con jóvenes, muchas cosas, y llegás a la noche cargado de un montón de vivencias, de gritos, de gemidos, de alegrías y de tristezas”, cuenta Berretta. Y agrega: “Desde el punto de vista humano y espiritual lo que te ordena es poner todo en manos de Dios, porque vos no sos redentor de nadie, a lo sumo acompañás y, de algún modo, hacés presente a Jesús en esa situación de sufrimiento o de alegría. Esto es lo que te puede mantener bien, contento, alegre, de buen humor, sin querer escaparte. Y de esta forma nunca te acostumbrás a dar la misa. ¡Qué triste el cura que consagra sólo la eucaristía y no la existencia! Sos consagrado para consagrar la vida, la realidad, la cotidianeidad. Eso es lo más grande. Ser cura es un modo de estar en la vida, una manera de existir y uno encuentra la felicidad en eso. Yo soy feliz en esta vocación, venga lo que venga”. © LA NACION