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de la Iglesia y la aportación de Segundo Galilea sobre la impo- tencia como pobreza y .... Enrique CARBONELL, y la síntesis pedagógica del libro Dios, Pa-.
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CORINTIOS XIII

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PREPARANDO EL TERCER MILENIO: EL PADRE, FUNDAMENTO DE LA PASTORAL DE LA CARIDAD

CORINTIOS XIII

PREPARANDO EL TERCER MILENIO: EL PADRE, FUNDAMENTO DE LA PASTORAL DE LA CARIDAD

revista de teología y pastoral de la caridad

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N.º 89 ● Enero - Marzo ● 1999

CORINTIOS XIII

REVISTA DE TEOLOGÍA Y PASTORAL DE LA CARIDAD

N.º 89. Enero-Marzo 1999

DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN: CÁRITAS ESPAÑOLA. San Bernardo, 99 bis. 28015 Madrid. Apdo. 10095. Teléfs.: Suscripción: 91 444 10 37 Dirección: 91 444 10 02 Redacción: 91 444 10 20 Fax: 91 593 48 82 EDITOR: CÁRITAS ESPAÑOLA Felipe Duque (Director) Salvador Pellicer (Consejero delegado) Juan José López (Coordinador)

COMITÉ DE DIRECCIÓN: J. Losada P. Jaramillo F. Fuente A. García-Gasco Vicente P. Martín A. M. Oriol Tataret J. M. Osés V. Renes R. Rincón M.ª Salleras Imprime: Gráficas Arias Montano, S.A. MÓSTOLES (Madrid) Depósito legal: M. 7.206-1977 I.S.S.N.: 0210-1858 SUSCRIPCIÓN: España: 4.200 pesetas. Europa: 6.200 pesetas. América: 60 dólares. Precio de este ejemplar: 1.600 pesetas (IVA incluido)

COLABORAN EN ESTE NÚMERO

ARTÍCULOS P. CIRILO SANTAMARÍA, O.C.D. Teólogo, Misionero en El Peten (Guatemala). FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ MARCO, S. J. Universidad de Deusto. JUAN BAUTISTA LOBATO FERNÁNDEZ, Vicario General de Plasencia (Cáceres). MONS. EUGENIO ROMERO-POSE, Obispo auxiliar de Madrid. RAFAEL PRIETO, Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana de Plasencia. JOSEP M. ROVIRA BELLOSO, Profesor emérito de la Facultat de Teología de Catalunya. SALVADOR PELLICER, Delegado Episcopal de Cáritas Española. FERNANDO FUENTES ALCÁNTARA, Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. PEDRO JARAMILLO RIVAS, Vicario General de Ciudad Real. JOAQUÍN MARTÍN ABAD, Presidente del Comité Jubileo para el Año 2000. Conferencia Episcopal Española. DOCUMENTOS ENRIQUE CARBONELL. Archidiócesis de Valencia. ANTONI MARÍA ORIOL. Profesor de la Facultat de Teología de Catalunya.

CORINTIOS XIII revista de teología y pastoral de la caridad

PREPARANDO EL TERCER MILENIO: EL PADRE, FUNDAMENTO DE LA PASTORAL DE LA CARIDAD

N.º 89 ● Enero - Marzo ● 1999

Estimado suscriptor: Tenemos el gusto de comunicarle que para este año 1999 el precio de la suscripción a esta publicación (cuatro números) será de 4.200 pesetas para España, 6.200 pesetas para Europa y 60 dólares para América. Si la fórmula de pago elegida por usted es la de giro, por correo aparte se le enviará el impreso de giro postal, con sus datos de suscriptor. En cualquier Oficina de Correos puede realizar la imposición. Si le fuera más cómodo puede enviarnos un cheque a nombre de Cáritas Española, haciendo constar: CORINTIOS XIII. Si el sistema que ha elegido para abonar la suscripción es el de domiciliación bancaria, se lo pasaremos al cobro a través del Banco.

Todos los artículos publicados en la Revista CORINTIOS XIII no pueden ser reproducidos total ni parcialmente sin citar su procedencia. La Revista CORINTIOS XIII no se identifica necesariamente con los juicios de los autores que colaboran en ella.

SUMARIO

Páginas

PRESENTACIÓN ...................................................................................

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ARTÍCULOS En cristiano: Dios es Padre. Cirilo Santamaría, O.C.D. ........ Dios como fuente de vida en las religiones subsaharianas. Francisco Javier Sánchez Marco, S. J. ...................................... El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje. Juan Bautista Lobato Fernández .......................................................... Dios Creador y Padre en la Literatura Apostólica. Eugenio Romero-Pose ...................................................................................... Todos invitados a la mesa de la Creación (Sobre el destino universal de los bienes). Rafael Prieto ...................................... Dios Padre es Creador; los hombres, co-creadores. Josep M. Rovira Belloso .............................................................................. Dios Padre frente al sufrimiento humano. Salvador Pellicer ..... Dios Padre: Creador e impulsor de la fraternidad de los hombres. Fernando Fuentes Alcántara .................................. El Año del Padre y la pastoral de la caridad. Pedro Jaramillo Rivas ...................................................................................................

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Sumario Páginas

Dios Padre y su amor de entrañable misericordia. Joaquín Martín Abad .........................................................................................

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DOCUMENTACIÓN Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo. Enrique Carbonell ......................................................................

305

Dios, Padre misericordioso. Comisión teológico-histórica y Comité para el Jubileo del Año 2000. Ciudad del Vaticano, 1998. A. M. Oriol ......................................................................

331

Bibliografía ...................................................................................................

381

ANEXO IV Congreso Hispano-Latinoamericano y del Caribe de Teología de la Caridad. Programa provisional ............................

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PRESENTACIÓN

En el año 1999 celebramos en la Revista el 25 aniversario de su nacimiento. Tenemos el recuerdo inolvidable de los contenidos de aquel primer boletín de mayo de 1974, con el artículo de Richard VÖLK sobre «la caridad activa» como función de la Iglesia y la aportación de Segundo Galilea sobre la impotencia como pobreza y como actitud profética, que nos llegan a nuestros días con la actualidad de unas reflexiones todavía vivas. Queremos tener un recuerdo especial con D. José Manuel DE CÓRDOBA, primer director de esta Revista, ya fallecido. Nos consta que fue un gran impulsor y animador de CORINTIOS XIII y una persona muy estimada de Cáritas Española. A lo largo de todos estos años, la Revista ha tratado de dar fiel cumplimiento a la intencionalidad expresa en su primera presentación: «…ahondar en la Teología de la Caridad; buscar proyecciones pastorales…». «…abiertos a una teología profunda y seria, a observaciones concretas sobre los modos de proyectar la atención a cuantos sufren, queremos servir también como CAMINO, CAUCE Y SERVICIO…». 5

Presentación

Durante este tiempo, la Revista ha tratado de permanecer fiel a sus declaraciones iniciales como proyecto específico para fundamentar la práctica caritativa y social, formando en la Caridad desde su propia praxis, y sirviendo como plataforma de encuentro y de diálogo (Número 1, enero/marzo de 1977). En este primer número del año 1999 se trata de aportar, desde la óptica de la Teología de la Caridad, una reflexión más al esfuerzo que está realizando la Iglesia Universal en torno a la Tertio Millennio Adveniente. Con este número se cierra la trilogía que abrimos ya con el núm. 81, de enero-marzo 1997, con el tema «Jesucristo, centro de la Pastoral de la Caridad», al que se sumó con el núm. 85, de enero-marzo 1998, el tema de «El Espíritu, alma de la Pastoral de la Caridad». Este núm. 89, de enero-marzo de 1999, versa sobre «El Padre, fundamento de la Pastoral de la Caridad». En general, se trata de hacer una lectura sobre el «Padre» en estrecha relación con dos aspectos cruciales de la Caridad: la opción por los pobres de este mundo y el resalte de esta virtud en Dios-Amor. En el primer artículo, Cirilo SANTAMARÍA nos ofrece una reflexión teológico-pastoral desde Latinoamérica, planteando un horizonte sencillo y realista desde el testimonio vivo de los pobres. Nos introduce así en el misterio del Padre no de manera abstracta, sino como invitación transformadora para el compromiso cristiano. Siguiendo esa línea de reflexión sobre la fuerza misteriosa del Padre, pero ahora desde una óptica sociocultural distinta, Francisco Javier SÁNCHEZ nos habla de la percepción de ciertos rasgos del Padre en las religiones tradicionales subsaharianas. 6

Presentación

Después de estos dos artículos que nos ofrecen perspectivas sobre el Padre desde diversos ámbitos socioculturales, se presentan otros dos que ofrecen sendas visiones desde el jubileo y desde la literatura patrística. En primer lugar, Juan Bautista LOBATO nos presenta un Padre que habla desde el grito de los pobres, indicando los deberes de los que poseen la tierra, del respeto al prójimo y con la tierra misma. Este autor nos ofrece dos claves fundamentales para entender el sentido del Jubileo: como conversión personal y comunitaria y como exigencia de opción por los pobres. En segundo lugar, Monseñor ROMERO-POSE, en la búsqueda de los aspectos más valorados por los antiguos testigos de la Iglesia sobre la paternidad de Dios, reflexiona sobre las referencias al Padre en la literatura apostólica de los siglos I y II. Es destacable la policromía y belleza de todas las perspectivas ofrecidas por estas primeras generaciones cristianas. Posteriormente presentamos un bloque de cuatro artículos referidos a características concretas del Padre: como Creador que dio un destino universal a los bienes, que ofrece una actitud concreta ante el sufrimiento y que se relaciona fraternalmente. Rafael PRIETO, con su lenguaje poético y profundo, es el autor del artículo sobre el destino universal de los bienes. Se confronta una realidad dura e inhumana y que exige el despertar de la responsabilidad y de la solidaridad desde el corazón, con los ojos del Padre. Contamos en este número con una aportación de Josep M.ª ROVIRA BELLOSO, que también contribuyó al primer número de la Revista allá por el año 1977. Su colaboración se cen7

Presentación

tra ahora en Dios como Creador y en la participación humana como co-creadores en una creación imperfecta. Sobre las diversas interpretaciones que tenemos ante el sufrimiento humano comienza el artículo de Salvador PELLICER, para aproximarnos a comprender, «no a desvelar», el misterio del sufrimiento. Este sugerente artículo propone un interesante cambio de posición: no preguntarse el porqué del sufrimiento, sino cómo nos situamos ante el mismo, con qué sentido, mirando a Jesús. Para cerrar este grupo de cuatro artículos, Fernando FUENTES nos presenta la necesidad de promover una cultura de la solidaridad como reto, desde una propuesta coherente con la fraternidad, eludiendo las falsas «fraternidades» que nos ofrecen la globalización económica o los nacionalismos excluyentes. Después de este bloque, no podía faltar una aportación desde la Pastoral de la Caridad. Pedro JARAMILLO nos invita a reflexionar sobre una pastoral de la Caridad que no es sólo acción, sino sobre todo signo, acción significativa. Es relevante también la importancia de desarrollar un «misterio de la inquietud» a partir de la sensibilización ante situaciones antifraternas. Joaquín MARTÍN ABAD, con el título «Dios Padre y su amor de entrañable misericordia», nos ofrece, desde su perspectiva como responsable del proyecto del Jubileo del Año 2000 en España, un análisis de los documentos y materiales que se ofrecen como subsidio. Como en el número del Espíritu, la revista CORINTIOS XIII presenta dos materiales para un trabajo pastoral sobre el Pa8

Presentación

dre. Se trata del material catequético preparado por la Diócesis de Valencia y recreado en este número por su responsable, Enrique C ARBONELL, y la síntesis pedagógica del libro Dios, Padre misericordioso, elaborada por Antoni María ORIOL. JUAN JOSÉ LÓPEZ JIMÉNEZ Coordinador de la revista CORINTIOS XIII

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artículos

EN CRISTIANO: DIOS ES PADRE CIRILO SANTAMARÍA, O.C.D. Teólogo Misionero en EL PETÉN (Guatemala)

INTRODUCCIÓN. ¿CÓMO ACERCARSE A DIOS? A punto de amanecer el tercer milenio se quiere reflexionar sobre Dios —en cristiano—, como PADRE. No es fácil tal tarea, nos encontramos ante el inmenso misterio y podemos perdernos en especulaciones o planteamientos abstractos que poco o nada sirven para la vida, para el hombre y mujer de hoy. Por otra parte, disponemos de una inmensa riqueza, aportada por la tradición y el mensaje cristiano, testimonios vivos y profundos, palabras —no sólo la PALABRA VIVA— y reflexiones de hombres y mujeres que a lo largo de la Historia han hablado y comunicado su propia experiencia con el Dios que ha dado sentido a su vida. Bastaría con recogerlas y ofrecerlas un tanto actualizadas. Sin embargo, son siempre aproximaciones desde el pensamiento y experiencia humana. Toda imagen referida a Dios como Padre, Madre, Soberano, corazón del cielo y corazón de la tierra, son siempre símbolos incompletos e inadecuados. Son sólo metáforas que nos ponen en la pista de comprender a Dios. Dios es «más», es misterio inefable e inmanipulable, improgramable, ante el cual hay que 13

Cirilo Santamaría, O.C.D.

estar abiertos por su novedad imprevisible y gratuita, en cada momento de la Historia. Desde el hombre hay diversidad de posturas ante Dios. En el Primer Mundo pareciera que a Dios se le ha sentado en el banquillo de los acusados y se le somete a un verdadero juicio. Durante siglos los seres humanos se habían sentido dominados y oprimidos por Dios como niños menores sometidos al dictado de un gran señor o de sus representantes. Ya mayores —adultos— y dueños de sí mismos se rechaza a Dios. «Dios es superfluo», es la tesis y la práctica corriente; no cuenta ni dice nada al hombre y a la mujer de la era técnica y postmoderna; no es «sentido» ni «buena noticia»; o si cuenta pareciera reducirse a «ámbitos, tiempos e interioridades» desligadas del curso de la Historia, del mundo, al margen de las preocupaciones del hombre moderno (Cfr. TMA. 52). En el Tercer Mundo, o mejor en este rincón de esa inmensidad planetaria del Tercer Mundo desde donde ofrezco esta reflexión, pareciere que «Dios es superficial», está en la boca de todos/as, de los gobernantes de turno y del pueblo olvidado, de los poderosos cada día más ricos, de sus esclavos excluidos de lo mínimo para vivir humanamente, de los corruptos más inescrupulosos y de quienes son burlados, de los que hacen gala de impunidad y de sus mismas víctimas. Dios es recurso fácil, ¿tranquilizante-sucedáneo-justificación-explicaciónresignación?, de toda situación por más perversa y absurda que sea. Nos encontramos ante la banalización de la verdad de Dios, atravesada por graves contradicciones. Sin embargo, desde nuestra fe, seguimos creyendo y afirmando que la realidad de Dios-Padre es sumamente seria: «sentido y buena noticia» salvadora y humanizadora capaz de 14

En cristiano: Dios es Padre

desencadenar una esperanza activa y una práctica de vida y libertad para todos. Son muchos los posibles puntos de partida desde los cuales hacer una reflexión sobre Dios. Mi horizonte va a ser muy sencillo y realista. En el trasfondo de la reflexión está el diario vivir, la cruda realidad de las mayorías que luchan por la sobrevivencia, los retos de una sociedad marcada por la miseria y la violencia, la presencia de la Iglesia que intenta anunciar y testimoniar al Dios de Jesús y, sobre todo, el testimonio vivo de los pobres, quienes desde su fe luchan por dar otro rostro a la realidad de muerte que sufren. Todo ello leído desde la práctica de Jesús. En ese marco Dios es Alguien que dice una palabra nueva y reclama un hacer nuevo. Se trata de «hablar de Dios —dice Jon Sobrino— de tal manera que facilite al hombre, individual y socialmente, explicitar lo que hay de encuentro con Dios en su vida real y lo que hay de Salvación en contacto con el Dios que le sale al encuentro» (1). Hay que introducirse en el «misterio» no de manera doctrinal e impositiva, sino dejando que Él mismo se muestre y transforme, tal como afirma Juan Pablo II en la encíclica Tertio Millennio adveniente, «peregrinación» hacia el misterio pleno, y viviendo ese misterio como fuerza salvadora (Cfr. TMA, 49). Con estos presupuestos abordamos el tema desde una perspectiva teológico-pastoral en este año de fin de siglo y en el marco de Cáritas, nacida del Amor mayor y gratuito para sembrar vida y construir la fraternidad en el mundo. (1) SOBRINO, J.: «Dios (Teo-logía)», en Conceptos fundamentales del Cristianismo, Ed. Floristan-Tamayo, Trtta, Madrid, 1993, pág. 301.

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Cirilo Santamaría, O.C.D.

1.

ORIGINALIDAD CRISTIANA: DIOS PADRE

La reflexión bíblica del Antiguo Testamento tiene como punto de partida un hecho histórico: la salida de Egipto como elección gratuita y salvadora de Dios para con su pueblo. Y ahí está fundamentada y vivenciada la paternidad de Dios. La experiencia de la creación y el cuidado amoroso de Dios busca concretarse en el símbolo paternal. Así es invocado en los salmos (Cfr. Sal. 103, 13-14). Los profetas, a su vez, utilizan expresiones llenas de sublime ternura para expresar esta experiencia de Dios como Padre (Cfr. Is. 64,7-8; Os.11,3.8-9; Jer. 31,20, etc.). Más admirable y sorprendente, si cabe, en un mundo patriarcal donde el símbolo común de Dios era masculino, son las expresiones de Isaías aplicando a Dios la imagen materna, un Dios con rasgos maternales. (Cfr. Is. 66,13; 49,14-15, Sal. 131,2). Más significativo es el adjetivo «misericordioso», tan frecuente en los salmos y en la oración bíblica. Según los exégetas en hebreo hace referencia al vientre materno, es decir, un Dios con entrañas maternales. En continuidad con este mensaje revelado afirmó sorpresivamente Juan Pablo I en el comentario del Ángelus dominical del 10 de septiembre de 1978: «Somos objeto por parte de Dios de un amor insuperable... Es padre, más aún, es madre; sólo quiere hacernos bien a todos. Y los hijos, si están enfermos, tienen más motivos para que la madre los ame». Padre, madre, soberano..., repetimos, son siempre símbolos que nos aproximan por analogía a esa realidad mayor, pero nunca totalmente captable. Tomar en cuenta estos acentos nuevos del lenguaje y la cultura, sin abstulizarlos, enriquecen nuestra experiencia religiosa. 16

En cristiano: Dios es Padre

1.1.

Afirmación del «Abba-Padre»: Corazón de la experiencia de Jesús

Para el cristiano, Dios se ha manifestado definitivamente a partir de Jesús de Nazaret, de su vida, muerte y resurrección, de modo que a partir del mismo Jesús se conoce a Dios. Esto quiere decir que Dios se manifestó a Jesús en su carne mortal, siendo éste «pionero y consumador de la fe» (Heb. 12,2) y Dios se ha manifestado en Jesús, «en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo» (Heb. 1,2), como Padre. «En Jesús la vivencia del Padre —la vivencia del Abbá— constituye el núcleo más íntimo y original de su personalidad», concluye Torres Queiruga (2). Esta es una afirmación original y propia, fundante, del cristianismo. Exégetas y estudiosos sobre Jesús de Nazaret coinciden en considerar que Jesús se dirige a Dios llamándole Abbá (=padre) y que esta invocación testimonia y expresa la experiencia propia de Jesús. «Se puede afirmar —señala Schillebeeckx, científicamente y, por tanto, con razonable seguridad— que la praxis de llamar a Dios Abbá era efectivamente una costumbre constante de Jesús... J. Jeremías y B. van Lersel han demostrado que abbá es una de las palabras históricas de Jesús más seguras..., nos hallamos ante un rasgo característico de Jesús» (3). En consecuencia, la invocación a Dios como Padre no es algo circunstancial e insignificante para Jesús, sino determinante y constitutivo del Dios de Jesús y de su particular experiencia. Im(2) TORRES QUEIRUGA, A.: «Creo en Dios Padre», Sal Terrae, Presencia teológica, Santander, 1986, pág. 92. (3) SCHILLEBEECKK, E.: «Jesús, la historia de un viviente», Cristiandad, Madrid, 1981, pág. 237.

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Cirilo Santamaría, O.C.D.

plica dos aspectos inseparables: la vivencia más íntima de Jesús —su peculiar relación personal con Dios— y la imagen paterna de Dios, que Él nos revela. De aquí que hablar y acercarse a Dios como cristianos, preguntarnos por Dios, exige tener puesta la mirada y el corazón de Jesús, en su vida y camino como propuesta para toda la Humanidad. Es el camino cristiano para hablar de Dios. Un Dios-Padre que en Jesús se hace accesible a la Humanidad, encontradizo de manera insospechada y desconcertante en la Historia y revelado en la carne mortal de Jesús de Nazaret. «Quien me ve a mí ha visto al Padre» (Jn. 14,9). Sólo Jesús conocía a Dios y ahora nosotros podemos conocerlo gracias a que Jesús nos lo ha mostrado, «todo me lo ha recomendado mi padre; nadie conoce al Hijo sino el Padre; nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo decide revelárselo». El Dios-Padre que se acerca y revela no es una realidad fría e impersonal, aunque buena, sino Alguien con quien se puede hablar y dialogar, en quien el hombre puede descansar y renovarse en su ternura. Jesús le llama Padre, así lo experimenta en plenitud y así quiere que le llamen los hombres. Esta metáfora, «Padre», expresa que Dios es alguien absoluto, que da sentido al mundo y que el origen último de la realidad es el amor del Padre. El amor es lo que cualifica la realidad de Dios. El amor absoluto de Dios Padre lo han visto nuestros ojos, lo han palpado nuestras manos en Jesús que nos amó hasta el extremo de dar la vida, «porque no hay mayor amor que dar la vida». 1.2.

Experiencia de confianza y ternura

Además de ser un amor eficaz que desencadena la esperanza mesiánica del Éxodo, es un amor que, en lenguaje humano, debe ser descrito y vivido como infinita ternura. Es 18

En cristiano: Dios es Padre

amor condescendiente, que no asusta por su majestad, más bien se manifiesta débil; se ofrece e impone por su invencible cercanía a lo pequeño y perdido de este mundo. Esa experiencia personal es la que Jesús transmite en sus parábolas, cuando afirma que increíble e impensablemente Dios es el Padre del hijo pródigo. Y Jesús se alegra de que Dios sea así. Salta de júbilo cuando descubre que los pequeños han conocido el misterio de Dios (Mt. 11,25) revelado en la cercanía y amor a los últimos. Muy lejos de la experiencia de Jesús la imagen de un Dios-Padre omnipotente o todopoderoso que interviene portentosamente y somete a la Humanidad con su poder. Jesús nos muestra que Dios-Padre es amor sin límite y, por tanto, necesaria y absolutamente bueno. En ese Padre descansa y confía Jesús. Sabe que no le falla aunque no logre descifrar plenamente sus pensamientos y su proyecto en las situaciones límites de su vida. En la agonía del huerto, clavado en la cruz, momentos supremos de su vida y entrega, Jesús se abandona en el Padre y deja a Dios-Padre que sea Padre aunque le resulte humanamente incomprensible (Cfr. Mc. 14,36; 15,34). Es su seguridad última.

1.3.

Hijos en el HIJO

Ciertamente no aportamos nada nuevo con estas reflexiones, sino que recordamos aspectos fundantes de nuestra fe que pueden ayudarnos a situar nuestra vida y práctica en su correcto camino: nuestra condición de hijos en el Hijo. La realidad de Dios-Padre «constituye —afirma Queiruga— el anuncio de un tiempo nuevo: el del hombre filial, porque tiene la seguridad de que Dios, en su fondo más abismal y en su inte19

Cirilo Santamaría, O.C.D.

rioridad más entrañable, es un Dios paternal» (4). Hablar de Dios como Padre implica reconocer una dimensión común para toda la Humanidad y afirmar la estructura fundamental del ser humano: somos hijos. «Recibisteis el espíritu de hijos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!» (Rom. 8,15) «De modo que ya no sois esclavos sino hijos; y si hijo también herederos por voluntad de Dios» (Gal. 4,7). Todo cuanto venimos diciendo tiene consecuencias decisivas para la práctica cristiana personal y comunitariamente. Constituye la raíz del compromiso contra toda utilización y manipulación del ser humano por más pequeño que sea. Se trata de crear nuevas relaciones con Dios, acogidos al amor y ternura del Padre; superar viejos sentimientos y actitudes de miedo y castigo, ahondando en la confianza y cercanía; exige cambios en nuestra relación con los demás, reconociendo la dignidad y grandeza común de todos los hombres y mujeres, así como el compromiso por generar relaciones más igualitarias y fraternas entre las personas y grupos sociales en el mundo. Es asimismo la afirmación más radical para afrontar las actitudes y políticas racistas y discriminatorias en auge en las sociedades del Primer Mundo, que marcan la historia actual. La fractura entre Primer y Tercer Mundo está adquiriendo cada día sesgos más alarmantes y conflictivos. Los bien pensantes, desarrollados y seguros del Primer Mundo se permiten despreciar, discriminar y orillar a la gran mayoría de la Humanidad como «inferiores y miserables», haciendo gala de su tradicional cultura cristiana. Hay gestos de solidaridad pasajera y colectiva hacia los más pobres gravemente azotados por los fenó(4)

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Ib., pág. 93.

En cristiano: Dios es Padre

menos de la Naturaleza y por otras muchas calamidades, que suscitan una compasión lastimera espontánea en quienes gozan de seguridad. Solidaridad de un día que justifica y refuerza la insolidaridad histórica y social incrustada en las relaciones entre los pueblos y en nada cambian la realidad que cubre de miseria a dos terceras partes de la Humanidad. El Padre de «entrañas de misericordia» exige una práctica distinta, liberadora: mirar y acoger al otro con ojos nuevos y corazón solidario, hacernos cargo de su sufrimiento y cargar juntos con esa historia para lograr su liberación y plenitud (Cfr. Lc. 10,29-37). Los cristianos en particular y la comunidad cristiana como tal deben ser los testigos de relaciones más justas, espacios de fraternidad y dignidad, quienes con firmeza y tenacidad se opongan a toda situación de humillación y discriminación. 2.

EL PADRE: DIOS DEL REINO

Como en el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta a Jesús y en Jesús a través de acciones históricas. De todos es conocido que el núcleo y corazón de la predicación y práctica de Jesús se centra en la cercanía del Reino de Dios, «el tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Noticia», Mc. 1,15. Esta expresión con acentos veterotestamentarios Jesús la radicaliza y la personaliza. La causa de Jesús es el Reino de Dios. En el anuncio que Marcos recoge Jesús hace una afirmación radical del monotismo judío, de la soberanía de Dios como único Señor, como valor absoluto, y apremia a poner la vida al servicio de esta causa. Pero además Jesús hace algo más específico: afirma que esa soberanía de Dios se hace presente ahora, a tra21

Cirilo Santamaría, O.C.D.

vés de su misterio y de su persona, de forma nueva: «el tiempo se ha cumplido». Su vida toda, sus palabras y acciones son la encarnación en la historia de la realidad del Reino de Dios. Hablar del Reino es hablar de una realidad nueva, de hombres y mujeres marcados por el estilo de las Bienaventuranzas, por el comportamiento del samaritano y la parábola del juicio final, abiertos siempre a Dios. En el origen del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús está la experiencia de contraste (5). Por una parte, la realidad del mal, del dolor, de la injusticia y el pecado que rigen en el mundo. Por otra, la realidad de Dios como Padre, como amor que afirma la vida y quiere la plenitud de todos los hombres y mujeres. Cuando se toma absolutamente en serio a Dios como Padre de toda la Humanidad —como hace Jesús— se cae en la cuenta que su realidad es negada en el mundo y su soberanía no aceptada. Como Padre absolutamente bueno no puede ser indiferente ante el mal. De aquí que la proclamación de la llegada del Reino, de la presencia de Dios en la Historia, es una llamada a la conversión, al cambio personal y colectivo. Basta acercarse a los Evangelios para descubrir por una parte esa exigencia y por otra la novedad de las palabras y acciones de Jesús y en ellas las dimensiones del Reino. 2.1.

Reino: ser hijos y hermanos

La cercanía y revelación del Padre en la Historia no es nunca un mensaje puro, abstracto, sino que se realiza a través (5) SCHILLEBEECKK, E.: Jesús, la historia de un viviente, Madrid, 1981, pág. 243.

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En cristiano: Dios es Padre

de hechos y palabras. Las palabras interpretan y aclaran el sentido de los hechos y los hechos concretan lo anunciado en las palabras. Los signos del Reino son desalienar a la persona humana de las fuerzas que oprimen y sofocan su dignidad humana, restituir su integridad, comunicar vida, dar pan a las múltiples necesitadas, despertar la conciencia de su dignidad a todo hombre despreciado y a la mujer de mala fama humillada. En ellos «Dios visita a su pueblo» (Lc. 7,16) y el pueblo se siente querido y salvado por el Padre, realizado en su ser más profundo de hijo y hermano. Son signos reales de la presencia de Dios en el mundo. Donde se realiza la justicia y surge la libertad, donde hombres y mujeres recuperan su dignidad, donde se comunica la vida... allí se realiza la salvación y está llegando el Reino de Dios. Somos hijos y vivimos la realidad nueva de la fraternidad humana. Esta actuación del Padre en Jesús es expresión de su misericordia y amor gratuito hacia la Humanidad. Por eso la exigencia, ciertamente utópica, de Jesús «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc.6,36) es llamada a tener entrañas de misericordia, a tener el corazón como el Padre-Madre que alumbra nuestras vidas. Y en eso consiste la verdadera vida cristiana. Los Evangelios ofrecen con toda diafanidad esta novedad en las palabras y acciones de Jesús: Come con los pecadores y publicanos, expulsa a los vendedores del templo, defiende a la mujer humillada y discriminada, acoge a los últimos, realiza signos eficaces de la presencia del Reino. Toda su vida, palabras y gestos se convierten en una bella parábola que habla del Padre, manantial éste de su actuar y vivir. 23

Cirilo Santamaría, O.C.D.

2.2.

Padre con los ojos y el corazón puestos en el mundo

La relación e intimidad con el Padre le lleva a descubrir su voluntad en la Historia, que es actuar en favor de las personas desvalidas, abandonadas y rotas. Ese es el querer del Padre: la salvación y liberación integral. Ve siempre al Padre-Dios en relación con los hombres y a éstos a la luz de su relación con Dios. La causa de Dios es la causa de los hombres y a la inversa. No es cuestión teórica sino interpelante y comprometida que exige fidelidad y compromiso por su realización. La persona humana se siente nueva, recupera su dignidad de Hijo y reconoce al otro como igual y hermano. Pero este Dios del Reino es el Padre de Jesús y nuestro Padre, padre de la Humanidad toda. Lo mismo que, en cristiano, no podemos separar a Dios del Padre, tampoco podemos desligar el Reino del Padre. Dios-Padre es aquel que amorosamente ofrece a la Humanidad toda su Reino. Su gran acción es la cercanía del reino de los pobres. Por ello Dios-Padre es aquel que se acerca a su Reino como buena noticia para los pobres. Nos volvemos a encontrar con el rostro del Padre en la «buena Noticia» a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos... En el momento histórico que vivimos de exclusión de las grandes mayorías, de muchos millones de personas que no tienen sitio en el mundo, que es población sobrante, confesar a Dios como Padre, rezar el Padre nuestro y pedir que «su Reino se haga presente» resulta escandaloso y frustrante. Desde la Creación hasta el Apocalipsis, el Padre es dador de Vida, aquel que se preocupa por la vida de todo ser humano, y Jesús afirma «yo he venido para que todos tengan 24

En cristiano: Dios es Padre

vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10,10). El Padre ofrece a toda la Humanidad, a hombres y mujeres de cualquier raza o pueblos, un lugar en el mundo donde puedan realizar se como personas. No puede admitirse desde el Padre un mundo exclusivo para unos pocos y excluyente para los demás. La creación de su totalidad es una expresión hermosa del amor del Padre, hombre y mujer, creación toda en su plural e inmensa riqueza, somos fruto del amor y querer del Padre. Toda la historia de la salvación, en sus momentos más oscuros, revela la pasión de Dios por el mundo y la Humanidad que en él vive. Desde el grito clamoroso del pueblo esclavo en Egipto, de la comunidad exiliada en Babilonia, o los pobres explotados por los poderosos, hasta los numerosos casos en los que Jesús, movido por la compasión, acoge a hombres y mujeres excluidos y sufrientes, toda la historia humana es el tierno relato del Padre que no soporta la humillación y marginación de sus hijos y sale a su encuentro para abrazarlos y salvarlos. La Creación, nacida del corazón del Padre, es el lugar-hogar donde la Humanidad toda pueda realizarse y vivir (Cfr. Gn.1-2). «Esta es la primera alianza de Dios con nosotros, dirán los Obispos en Santo Domingo. Cuando el ser humano, llamado a entrar en esta Alianza de amor, se niega, el pecado del hombre afecta a su relación con Dios y también con toda la Creación» (Cfr. SD. 169). Siguiendo este planteamiento los Obispos de América Latina constatan con dolor la realidad negadora de este proyecto de amor del Padre y afirman: «En América Latina y el Caribe las grandes ciudades están enfermas en sus zonas centrales deterioradas y sobre todo en sus villas-miseria. En el campo, las poblaciones campesinas son despojadas de sus 25

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tierras o arrinconadas en las menos productivas y siguen talando y quemando los bosques...» (Cf. SD. 169). Una Creación enferma y rota producto de los hijos que no somos capaces de corresponder a ese amor generoso del Padre. La convicción y experiencia de fe cristiana que considera «la tierra y los elementos de la Naturaleza ante todo como aliados del pueblo de Dios e instrumentos de nuestra salvación» (SD. 169) debe llevarnos y comprometernos a todos en la lucha para lograr un mundo donde todos quepamos y vivamos dignamente. No hay vida plena sin comida, sin vestido, sin casa y salud, sin tierra y libertad, sin afecto y acogida. La fe y relación con el Padre nos compromete en la causa de un nuevo mundo, verdaderamente humano. El Evangelio de Mateo afirma que el encuentro definitivo con el Padre se mide por el amor y servicio real hacia aquellos que carecen de lo necesario para vivir (Cfr. Mat. 25,31-46). El Padre-amor quiere compartir todo con la persona humana, tanto su ser como su actividad. La gloria de un Dios que se presenta como Padre es precisamente el pleno desarrollo de sus hijos.

2.3.

La mesa común, lugar y expresión del Reino del Padre

«La solidaridad nos ayuda a ver al “otro” —persona, pueblo o nación— no como instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como a un semejante nuestro, una «ayuda» (Gn. 2,18.20) para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida, al que todos los hombres son igualmente invitados por el Padre» (SRS. 39). 26

En cristiano: Dios es Padre

La afirmación anterior nos remite a una verdad fundamental de la fe cristiana y de toda religión: Dios-Padre creador cuya creación toda y la tierra son un don y no objeto de apropiación y de enriquecimiento exclusivo y excluyente. El Padre ofrece a la Humanidad toda la Creación y la tierra como don de su amor. Afirmación que recorre toda la Biblia y confirma la convicción de que la tierra es el primer signo de la Alianza de Dios con el ser humano. En efecto, la revelación bíblica nos enseña que cuando Dios creó al hombre y a la mujer los colocó en el jardín del Edén para que lo labraran y lo cuidaran (Cfr. Gn. 2,15) e hicieran uso de él (Cfr. Gn. 2,16), señalándose unos límites (Cfr. Gn. 2,17) que recordarán siempre al hombre que Dios es el señor y creador y de Él es la tierra y todo lo que ella contiene y él la puede usar, no como dueño absoluto, sino como administrador» (SD. 171). Dios ofrece a la Humanidad participar de una mesa común para todos. Ese es su más preciado don y su anhelo último. Jesús, para explicar y patentizar la realidad del Reino, usa un procedimiento poético, interpelante y muy sugerente, a la vez que netamente popular: las parábolas. Con ese lenguaje interpreta la situación y ofrece nuevas posibilidades de existencia abierta al Reino. En ese marco de la vida y de las parábolas, las comidas son espacios privilegiados del anuncio y realización del Reino. El Reino es compartir la mesa, sin barreras de discriminación ni exclusión. La práctica muy frecuente de Jesús de sentarse a la mesa con los pecadores y publicanos, de invitarse a comer con zaqueo... constituye un escándalo y ofrece la novedad: el Reino (Cfr. Lc. 5,30; 7,39; 15,2; 19,7). Jesús configura un nuevo mundo simbólico frente a la discriminación y exclusión por razones de pureza legal, raza o religión. La misericordia 27

Cirilo Santamaría, O.C.D.

sustituye a la pureza. (Cfr. Lc. 6,36) El acceso al Padre no consiste en un proceso de separaciones y aislamientos. La misericordia supone una estrategia de misión, de acercamiento, de hospitalidad, de eliminación de toda barrera para que reine el compartir y la comunión. En torno a la mesa se expresa la acogida, la reciprocidad, el servicio, el compartir la vida..., en una palabra, la fraternidad. La misma plenitud del encuentro definitivo con Dios-padre y con toda la Humanidad se describe en un banquete lleno de alegría, al que todos estamos invitados sin exclusiones ni discriminaciones (Cfr. Mt. 22,1ss). Todos somos convocados por el Padre a participar de los bienes de la tierra como antesala de la Vida Plena, en la comunión de toda la Humanidad con Él. Pero lo que debe ser la expresión emblemática de la fraternidad puede convertirse en el lugar donde se ponga de manifiesto la injusticia, la falta de solidaridad, el distanciamiento entre los pocos que tienen mucho y los muchos que apenas tienen nada. Donde debe expresarse de forma eminente la fraternidad, puede revelarse su ruptura. El Padre se siente frustrado y desengañado ante el rechazo a su invitación y acoge a aquellos que han sido excluidos por el sistema vigente. Son los peligros de siempre que amenazan a la mesa común del Reino... La solidaridad, el dar sin esperar recompensa, la gratuidad, el servicio, el compartir son las leyes del Reino, los dones del Padre. 3.

DIOS-PADRE DE HUÉRFANOS Y VIUDAS

El Padre que por amor crea el mundo y hace de la Humanidad su imagen viva se conmueve ante todo y sobre todo 28

En cristiano: Dios es Padre

por los pobres, los hambrientos, por los que lloran y sufren..., de modo que la afirmación histórica de su presencia, es decir, de su Reinado es consuelo, esperanza y liberación hacia ellos. Es el Padre de Jesús que se acerca en su Reino para liberar a los pobres oprimidos y dar confianza a los pecadores. A través de ese actuar quiere rehacer su creación viciada. Dentro del sinnúmero de pobres en la Sagrada Escritura Dios muestra especial predilección por los huérfanos y las viudas (Ex. 22,20-22; Dt. 14,18/19; Dt. 24,17-22; 10,17ss). Son objeto de protección de la ley y de Dios. Los huérfanos y las viudas eran en la sociedad judía los más indefensos, los que estaban abajo en la historia, oprimidos por la sociedad, los excluidos por razones legales y religiosas. El Padre Dios se pone de parte de ellos. Es la gran novedad y escándalo del amor desconcertante del Padre. Escucha su lamentación (Eclo. 35,14s), se constituye en su defensa y en su vengador (Sal. 94,6-10). Los huérfanos y las viudas son víctimas, fruto de la violencia histórica, de sistemas represivos y excluyentes. Los profetas bíblicos no pueden menos de gritar de parte del PadreDios los irrenunciables derechos de las víctimas (Jer. 6,14-15; Ez. 34,2-4.17-22). Dios está de parte de las víctimas de forma implacable. Tanto que sus profetas, que intiman de corazón a corazón con el Padre y conocen la realidad de los pobres, acaban de resultar insoportables para las clases dirigentes. Es la experiencia de Amor acusado y rechazado por Amasióas (Cfr. Am. 7,2-15). Pero el Padre no sólo se pone de parte de las víctimas sino que se sitúa entre las víctimas. El corazón de padre es «tocado» por el sufrimiento y el dolor de las víctimas hasta hacerse uno con ellas por amor (Cfr. Jn.3,16). La misión de Je29

Cirilo Santamaría, O.C.D.

sús, movida por la compasión e intimidad con el Padre, es tal que «siendo de condición divina, no reivindicó en los hechos la igualdad con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de siervo» (Flp. 2,6-7). Es decir, se sitúa entre las víctimas. El Padre Dios es, además, víctima. La predilección de Dios por las víctimas es tal que lleva a la identificación con su historia, su dolor y despojo total. La agonía y cruz de Jesús es el cuadro más patente y a la vez dramático de la solidaridad total del Padre con sus hijos más sufridos y despojados (Cfr. Jn. 12,27; Mc. 15,34; Mt. 27,46). En Jesús, el Padre-Dios llega hasta las últimas consecuencias en su amor hacia la Humanidad, en su preferencia por los más pobres e indefensos que son las víctimas, huérfanos, viudas, quienes han sido despojados de sus seres más queridos. Estas consideraciones de Dios-Padre defensor de las viudas y huérfanos, hecho víctima con toda la Humanidad despojada y crucificada, no quiere ser, ni mucho menos, una justificación de tal situación y una invitación a la resignación. Muy al contrario, las víctimas nos llevan al verdadero conocimiento de Dios como Padre y son revelación de Dios. Revelan lo inesperado: Dios-Padre crucificado. En ellos la «divinidad» se esconde, pero allí está. Las cruces, las víctimas, fungen como «revelación del Padre en su doble acepción de desvelación de lo impensable y de fuerza graciosa de la presencia de Dios» (6). De ahí que Jesús, como primogénito entre las víctimas y las demás víctimas de la Historia ofrecen a toda la Humanidad una nueva posibilidad de vida. Les han quitado la vida, han sido despojado de todo, separado violentamente de los suyos, (6)

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SOBRINO, J.: Jesucristo Liberador, UCA, 1992, pág. 421.

En cristiano: Dios es Padre

dejados a la orilla del camino como no útiles para el sistema. Pero en ellos se revela y está el Padre, una vez más como una realidad impensable y desconcertante, quien viene a quebrar los esquemas de un sistema exclusivista y excluyente, estructuralmente violento e inhumano. En ellos y desde ellos, sorpresivamente, florece la vida verdadera, la justicia y la verdad gritan y se imponen, el amor y la gratuidad vencen al odio y el utilitarismo, y reina la nueva fraternidad (Cfr. Jn. 20,23; Lc. 24,33: Hech. 2,14-36; 4,1-31...). Es la historia de ayer, hoy y siempre, es la historia que se repite en todos los rincones del planeta. Y el Padre, defensor de las viudas y huérfanos, vuelve a manifestarse como Amor y Vida gratuita e invencible. Es el nuevo camino, andado por el Padre y las víctimas, donde está la verdadera fuerza: la fuerza del amor y la dignidad. CONCLUSIÓN La experiencia del Padre es el núcleo más original e íntimo de Jesús de Nazaret y sigue siendo hoy la raíz más honda de la vida de muchos cristianos. Tal afirmación lleva no sólo a una concepción particular sobre Dios, sino a una singular concepción de sí mismo —Jesús— y de nosotros mismos en referencia a Dios. Es Padre, somos hijos. Rescatar y profundizar en la imagen de Dios como Padre conlleva a una nueva vivencia de la fe y es fuente de compromiso cristiano. No se puede llamar a Dios Padre ni ilusionarnos con él sin sentirnos tocados e interpelados por el otro como humano; no se puede invocar al Padre y ser indiferentes ante el grito de los pobres, de los excluidos. En esta vivencia 31

Cirilo Santamaría, O.C.D.

plena y madura de fe, los sentimientos de confianza y ternura de igualdad y fraternidad marcarán la vida cristiana. En las situaciones de violencia y crueldad que viven y han vivido muchos pueblos el Padre ha sido la última Palabra que ha dado confianza y seguridad al pueblo indefenso. «Gracias a Dios, nuestro Padre, todo se colmó y tal vez que Dios escucha al pueblo o se está dando cuenta de todo porque es el único que gobierna» (Proyecto de la recuperación de la memoria histórica de Guatemala). «Pero matar a mis hermanos, acaso no le tendré lástima, pero no tendrán la misma sangre e iguales hijos de Dios... Dios lo sabe todo, él me protegió.»

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DIOS COMO FUENTE DE VIDA EN LAS RELIGIONES SUBSAHARIANAS FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ MARCO, S. J. Universidad de Deusto

De muchas y variadas formas han experimentado los humanos, desde la más remota antigüedad, a las divinidades como generadoras de vida y como fundamento de la fuerza misteriosa que unifica el universo y le dota de su naturaleza dinámica. Desde el cielo y los astros hasta los diferentes animales y vegetales; desde las aguas y la lluvia hasta los árboles y las piedras; desde los gestos cotidianos más banales hasta los trabajos y actos fisiológicos de los humanos, apenas si existe algo que no haya sido transformado en hierofanía por las religiones de la naturaleza. El Concilio Vaticano II apunta a esta realidad al declarar que: Ya desde la antigüedad, y hasta nuestros días, se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se hace presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el reconocimiento de la suma divinidad e incluso del Padre (1). (1) Concilio Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, núm. 2. El subrayado es mío.

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Desde la perspectiva cristiana de un Dios que es Padre y que manifiesta en Jesús su misericordia al preocuparse y liberar a los pequeños y a los pobres no resulta fácil entender hierofanías extranjeras en las que el Ser Supremo manifiesta su paternidad a través de formas alejadas de nuestro universo mental. No hay que olvidar, sin embargo, que en la misma tradición cultural judeo-cristiana, tal y como se plasma en el Antiguo Testamento, se encuentra una cierta moderación y reticencia a utilizar el vocablo «padre» para referirse a Yahveh. Son tan sólo once los pasajes del AT en los que se utiliza este término para denominar a Dios y ninguno de ellos corresponde a una plegaria. En efecto, desde la representación que el pueblo de Israel hace de Yahveh como Juez soberano y Rey de los dioses y de las posteriores representaciones del judaísmo hasta la revelación definitiva de Yahveh como Padre de Jesús, han transcurrido muchos siglos en los que la concepción de los rasgos paternos que caracterizan al Dios de Israel ha experimentado cambios decisivos (2). Por otra parte es preciso recordar que la concepción de la paternidad no es, de ninguna manera, unívoca sino que (2) Sobre la representación de Dios Padre en la tradición veterotestamentaria pueden consultarse: FÉLIX GARCÍA LÓPEZ, Dios Padre en el Antiguo Testamento (págs. 43-59), y XABIER PICAZA, El Padre de Jesús y Padre de los hombres (págs. 227-277), ambas contribuciones publicadas en Semanas de Estudios Trinitarios, núm. 25: Dios es Padre, Salamanca 1991. En Concilium 1981, núm. 163, se encuentra: CLAUDE GEFFRÉ, «Padre», nombre propio de Dios (págs. 368-381), y R. HAMERTON-KELLY, Dios Padre en la Biblia y en la experiencia de Jesús (págs. 438-451).

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Dios como fuente de vida en las religiones subsaharianas

existen muchas formas diferentes de entender las dimensiones y responsabilidades legales, sociales, éticas y religiosas de la figura paterna en las diversas culturas. En consecuencia las representaciones religiosas del Ser o Espíritu Supremo se elaboran desde un universo mental propio y desde experiencias socioculturales enraizadas en un contexto particular (3). El objetivo de las reflexiones que siguen es el de analizar las diferentes maneras en que la fuerza misteriosa, presente desde la antigüedad, se manifiesta como fuente vital en las religiones tradicionales subsaharianas. Trato de fundamentar la hipótesis de que la percepción de ciertos rasgos paternales del Ser Supremo en dichas religiones se alcanza, sobre todo, a través de su manifestación como fuerza vital. En un primer paso intentaré delinear el carácter específico de las religiones subsaharianas, consideradas como una dimension cultural, que no es posible separar del conjunto si se pretende entender su significado más profundo. En efecto, sin una comprensión previa de estas religiones resulta imposible situar y caracterizar la imagen del Ser Supremo que en ellas se encuentra.

(3) Así, HAMERTON-KELLY, en el artículo citado (págs. 440-441), afirma que en la más antigua etapa de la vida social que refleja la Biblia, las personas entraban en relación con Dios como miembros de una familia a cuya cabeza se situaba el padre; aquella familia, a su vez, formaba parte de un clan, de una tribu y de una nación cuyos dirigentes ocupaban una posición semejante a la del padre en la familia. Todo el sistema social así constituido estaba en última instancia al servicio de Dios, que se entendía como garante de la autoridad de aquellos «padres» y que, por consiguiente, era imaginado semejante a ellos por lo que se refiere a sus rasgos esenciales.

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1.

LAS RELIGIONES TRADICIONALES SUBSAHARIANAS

Una de las características más relevantes de las religiones bantúes tradicionales es la casi total ausencia de elementos especulativos. Smith, en su análisis de la religión en las tribus de África del Sur (4), apunta a que el modo de vida de los dioses no constituye, por lo general, un objeto de reflexión. De forma implícita su forma de actuar indica que la vida en el mundo invisible se asemeja a la del mundo visible. No es extraño que Lienhardt en su análisis de los Shilluk (5) encuentre que Juok (Dios) constituya una noción muy abstracta y confusa que explica toda una serie de fenómenos diversos. No se encuentra entre los Shilluk una definición de Juok que pueda compararse con la de las religiones reveladas. En el sistema religioso Shilluk existe, más bien, una especie de continuidad conceptual entre Juok y otros seres asociados que, por otra parte, no se identifican a él. La imprecisión de los límites y la confusión conceptual de estas religiones tradicionales ponen de relieve la carencia de sistematizaciones doctrinales y dogmáticas propias de las grandes religiones de «libro sagrado». La preocupación por el establecimiento de unos cánones que delimiten la ortodoxia de las creencias está, en gran medida, ausente en este tipo de religiones. (4) Edwin W. SMITH, The Idea of God among South African Tribes, pág. 87, en E. Smith (ed.), «African Ideas of God», Londres, 1950. (5) Lienhardt Godfrey, The Shilluk of the Upper Nile pg.154 en Daryll Forde (ed.), «African Worlds», Londres, 1954

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Dios como fuente de vida en las religiones subsaharianas

Además, se trata de religiones que, como indica Thomas (6), son esencialmente esotéricas, de tal forma que no todos los creyentes acceden al mismo grado de iniciación. Situación que se agrava al tratarse de religiones transmitidas por tradición oral y en las que, por tanto, resulta difícil fijar el dogma. En definitiva, es tarea dificultosa el separar las creencias originales de estas religiones tradicionales de lo que no es sino sincretismo o degeneración. A)

Religiones «prácticas»

La perspectiva adecuada para el análisis de las religiones tradicionales es la de considerarlas como religiones prácticas.. Gran parte de la religiosidad indígena se muestra, en efecto, a través de prácticas relacionadas con el año agrícola o con la actividad de la caza. La comunidad ofrece sacrificios en el tiempo de la siembra, de la recolección de los primeros frutos, de la cosecha. Por otra parte se recurre al Ser Supremo o a otros espíritus en situaciones críticas en las que se experimenta una amenaza o disminución de la energía vital. De aquí el que aunque algunos pueblos, como es el caso en Rwanda o Burundi (7), crean en un Dios Creador, Imana, que juega un papel muy importante en su concepción del universo, sin embargo su religión práctica está centrada en los espíritus que influyen en el mundo visible. (6) L.-V. THOMAS y René LUNEAU: Les religions d’Afrique noire, París 1995, págs.13-14 (7) Rosemary GUILLEBAUD: The Idea of God in Ruanda-Urundi, pág.181, en Edwin Smith (ed.), «African Ideas of God».

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Estas religiones tradicionales que están polarizadas en la relación con los espíritus ancestrales se definen más, en consecuencia, por los ritos practicados que por las actitudes mentales, por la acción más que por la creencia. Así, por ejemplo, en el caso de los Tonga de la costa mozambiqueña (8), mientras que sus ideas a propósito de Tilo, principio o poder espiritual, son confusas, por el contrario resulta diáfana su concepción de las divinidades ancestrales, a las que se les ofrece un culto bien determinado con sacrificios, plegarias y obligaciones morales. Este carácter práctico se revela, precisamente, en las fuertes sanciones que la relación con los espíritus ancestrales impone sobre la moralidad tribal. Así los antepasados exigen una piedad filial y un respeto incondicional frente a la ley y las costumbres tribales. Se trata, para los bantúes, no de un comportamiento moral abstracto y genérico sino de una conducta apropiada dentro de la tribu y de la familia. El ancestro común se ofenderá por cualquier comportamiento de alguno de sus descendientes que pueda dañar a otro y que, como consecuencia, pueda alterar el orden dentro del grupo. En el caso de los Ovambo (9), Kalunga —su Ser Supremo— exige conformidad no con unas leyes que no ha promulgado, sino con la ética tribal: respeto de la costumbre tribal, reverencia a los ancianos y a los ancestros tribales así como evitación de la arrogancia. De esta manera la instancia religiosa sanciona la ética que rige la vida tribal. De una forma (8) Edwin SMITH: The Idea of God among the South African Tribes, págs.112-116 (9) G. W. DYMOND: The Idea of God in Ovamboland, South-West Africa, pág.149, en Edwin Smith (ed.), «African Ideas of God».

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más general opina Dymond (10) que esta religión tradicional de los Ovambo no es sino el sistema social jerárquico de los bantúes trasladado al mundo de los espíritus. Afirmación que podría aplicarse a las otras religiones tradicionales. Se trataría, más precisamente, de la jerarquía que el orden social bantú establece comenzando por el Gran Jefe y descendiendo hacia los jefes menores y los jefes de aldea; ordenación jerárquica que caracteriza también al ámbito de los espíritus. Esta última consideración resulta particularmente significativa para el tema central de este análisis por la influencia que tendrá en la imagen del Ser Supremo como un Gran Jefe lejano al que resulta difícil acercarse. B)

Funciones de la religión

La presencia de la religión en todos los ámbitos de la vida tradicional africana no resulta evidente cuando se considera desde la escasa relevancia de lo religioso en la vida cotidiana de las sociedades modernas. Formando parte de una cosmovisión que concibe lo que ocurre en el universo como resultado de la intervención de diferentes espíritus, la religión resulta esencial para saber situar dichos espíritus y mantener con ellos una relación adecuada que tenga como resultado el acrecentamiento de la fuerza vital y la protección frente a los espíritus malignos. Junto a esta función esencial la religión opera también la consolidación de la vida social mediante el fortalecimiento de su uni(10) Ibídem. págs.136-137

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dad. La relación con los antepasados tribales tiene una importancia fundamental en este ámbito ya que es fuente y garantía de la vida tribal. Aunque la esfera de influencia de los espíritus ancestrales, tal y como sucede en los Akan (11), no se extiende más allá de los límites de cada clan o grupo en cuestión se trata, sin embargo, de un reconocimiento explícito de la unidad esencial de todos los miembros del clan, tanto los vivos como los difuntos. El fortalecimiento de la solidaridad se observa de forma significativa en la religión de los Kono. Este pueblo de la costa occidental africana se encuentra ya muy unido al poseer el mismo lenguaje, las mismas costumbres y los mismos antepasados. De todas formas el sistema de creencias, los rituales y las normas de conducta que establece su religión contribuyen a que la gente se esfuerce para mantener las buenas relaciones, no sólo con los poderes y seres espirituales, sino también en la vida social (12). Por otra parte, estas religiones tradicionales han de ser comprendidas dentro de un contexto en el que se experimenta la precariedad de la condición humana tanto en el ámbito de lo espiritual como en el de las necesidades materiales. Frente al mundo invisible el ser humano está expuesto a toda clase de peligros, al poder de fuerzas malignas y de personas enemigas. El miedo continuo a enfermedades así como la actividad de los brujos, que pueden manipular las fuerzas invisibles, impregnan la vida tradicional con sentimientos de temor y ponen en evidencia la necesidad de protección. (11) T. EVANS: The Akan Doctrine of God, págs.243-244, en Edwin Smith (ed.), «African Ideas of God» (12) Robert T. PARSONS: The Idea of God among the Kono of Sierra Leona, pág. 260, en Edwin Smith (ed.), «African Ideas of God».

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En esta situación los pueblos africanos se vuelven hacia los espíritus propicios con la confianza de que sabrán proteger todo lo que se encuentra amenazado y de que conservarán todo lo valioso. Esta es la actitud de los Akan cuando buscan la bendición de Nyame en todas las crisis de la vida, así como las de los Kono cuando se encuentran en una situación desesperada y se dirigen a Yataa implorando su ayuda. En resúmen, la búsqueda de protección y de prosperidad marcan la vida cotidiana de las sociedades tradicionales. El recurso a lo religioso en este tipo de situaciones queda plasmado en oraciones muy diversas que reconocen la indigencia del ser humano frente a Dios y que imploran socorro en situaciones críticas en las que la vida se encuentra amenazada: así la ruptura de la unidad familiar se percibe como una de las amenazas más temidas, ya que se considera que una familia dividida acaba en su destrucción (13). Las religiones tradicionales africanas están sostenidas por unas aspiraciones e intuiciones profundas. Su concepción espiritualista impregna el mundo visible: la solidaridad familiar o tribal, la fecundidad, la dignidad humana, la palabra, el trabajo. Todos estos ámbitos adquieren un significado religioso y traducen las aspiraciones más profundas a las que responden las diversas (13) Cuando ocurre un conflicto en este ámbito se busca la reconciliación y el jefe familiar interviene y dirige su plegaria, en el caso de los Bobo-Fing del Alto-Volta, a los antepasados o a Dios: Dios, vivíamos en comunidad y vivir juntos implica la ayuda mutua. Como N... y N... se han disputado con palabras y acciones, ha aparecido el mal, y los malos propósitos han dominado sus bocas. Como consecuencia de esto toda una serie de desgracias nos han golpeado. Pues bien, que impere la calma y tranquilidad. He aquí el agua que tranquilice todo. Que la paz nos llegue.

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religiones tradicionales (14). Tratan dichas religiones de colaborar en la realización del deseo más importante del africano: la posesión de la mayor potencia vital posible (15) así como la evitación de todo aquello que pueda disminuir dicha energía. De aquí que se relacione la felicidad suprema con la plenitud de la fuerza vital y con la fecundidad espiritual y humana. 2.

EL SER SUPREMO EN LAS RELIGIONES TRADICIONALES SUBSAHARIANAS

En 1909 afirmaba Sidney Hartland (16) que la cuestión más oscura e intrincada en relación con la religión de los bantúes es la de saber si tienen algún tipo de creencia en un Dios Supremo, Creador y Providente. Cuatro décadas más tarde se celebró un simposio sobre las ideas africanas de Dios (17) en el que las diversas comunicaciones ponen de relieve tal riqueza y diversidad de creencias en torno al Ser Supremo que resulta prácticamente imposible una síntesis teológica que sobrepase un marco mínimo de rasgos comunes. Por lo general resulta arriesgado separar la creencia en un Ser Supremo de la creencia en los otros espíritus que habitan el mundo invisible. De hecho el protagonismo del Gran Espíritu es, en las religiones tradicionales, reducido, e incluso a veces mínimo, con respecto a la presencia de otras divinidades y (14) Secretariatus pro non-christianis, A la rencontre des religions africaines, pág.122, Roma, 1969. (15) Placide TEMPELS: La philosophie bantoue, pág. 31, París, 1948. (16) E. SIDNEY HARTLAND: Bantu and South Africa, en «Encyclopaedia of religion and Ethics», vol. II, pág.363. (17) Edwin Smith (editor), African Ideas of God, Londres, 1950.

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de los espíritus ancestrales. Por ello se ha de afrontar el mundo invisible como un todo en el que las partes, los diferentes espíritus, no siempre se encuentran claramente delimitadas. Resulta difícil encontrar en alguna de estas religiones tradicionales una reflexión sistemática de tipo teológico que determine y precise la imagen del Ser Supremo así como el ámbito de su actuación. Trataré de sintetizar los elementos comunes que se encuentran en las diferentes religiones bantúes y, a partir de ellos, establecer el marco dentro del que puedan interpretarse las peculiaridades de las diversas creencias en el Ser Supremo. A)

El alejamiento del Gran Jefe

El primer rasgo que caracteriza a las religiones bantúes es el alejamiento18 del Ser Supremo. Una lejanía que vuelve invisible a Dios y lo rodea de misterio en algún lugar detrás del cielo, tal y como lo imaginan las poblaciones de África del Sur. Se trata de un Gran Dios Celeste, todopoderoso, pero que juega un papel muy secundario en la vida religiosa tribal. Se le considera demasiado distante como para ser objeto de culto y, en consecuencia, tan sólo se acude a él, como último recurso, en casos de calamidades extremas (19). A menudo ocurre (18) No sería el caso de Akongo, nombre utilizado por los Ngombe para referirse al Ser Supremo. Esta tribu ecuatorial considera que aunque Ngombe es espíritu, sin embargo, vive entre los hombres y está interesado por los avatares de la tribu. En este caso no se trata de un ser trascendente rodeado de misterio. (19) Mircea ELIADE: Tratado de Historia de las Religiones, págs. 68-70, Madrid, 1981.

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que la gente no se acuerda del cielo ni de la divinidad suprema más que cuando los amenaza directamente un peligro procedente de regiones misteriosas, de tal manera que los Seres Supremos caen en el olvido cuando se deja de necesitarlos. En las diferentes mitologías africanas este Dios Supremo aparece como creador del mundo y, además, convivió en un primer momento con los humanos para después retirarse definitivamente de los asuntos terrestres y permanecer alejado en el cielo (20). Así Nzambi, el Dios de los bantúes, es un Gran Espíritu celeste que se ha retirado del culto y que, en consecuencia, no es adorado ni representado en formas materiales. Los Kono, por su parte, tienen respeto por Yataa en tanto que Creador y como quien controla el mundo conocido y sin embargo hablan de él sin gran temor ni reverencia. Aunque Yataa se encuentra muy alejado y no se preocupa directamente por sus asuntos, sin embargo los Kono piensan que no les faltará su ayuda en tiempo de necesidad (21). Este alejamiento de Dios no es despreciativo ya que, como afirman los Kisi de Guinea (22), es precisamente esta distancia de Dios la que les permitió ser plenamente hombres. La lejanía de Dios se ha de interpretar como una transposición al mundo invisible de las relaciones que se establecen en el mundo terrenal. En las sociedades tradicionales subsaharianas los jefes, desde quienes rigen la aldea hasta el Gran Jefe tribal, se encontraban alejados del hombre ordinario en los (20) Kenneth LITTLE: The Mende in Sierra Leona, pág. 114, en Daryll Forde (ed.), «African Worlds», Londres, 1954 (21) Robert PARSONS: The Idea of God among the Kono of Sierra Leona, pág. 269. (22) Anne STAMM: Las religiones africanas, págs. 15-16, Madrid, 1997.

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tiempos antiguos. Los individuos nunca accedían directamente al jefe sino que lo hacían a través de intermediarios cuando habían de pedirle un favor o implorar su intercesión. Así los Mende, cuando piensan en Ngewo, lo conciben no como un padre o madre o tío, sino como un jefe al que raramente se accede de forma directa (23). «Ngewo es el Jefe», afirmará el Mende, y por ello es demasiado importante como para preocuparse de una persona ordinaria. Si alguien espera una ayuda del jefe, no se dirige a él directamente, sino que pide a alguien cercano al jefe que le hable en su nombre (24). Sawyerr (25) sostiene acertadamente la hipótesis de que la actitud africana con el Ser Supremo es un reflejo de la experiencia de su relación con los jefes. La jefatura en las sociedades tradicionales africanas pivota sobre cuatro elementos fundamentales: la ancianidad, que conlleva la imagen de abuelo que desempeña los deberes judiciales y que muestra una preocupación paternal con los miembros más jovenes y desvalidos de la aldea o clan; el linaje ancestral y los lazos familiares y relaciones comunales que de ello se siguen; la distancia, que implica, en muchos casos, la presencia de intermediarios, y, finalmente, en los tiempos antiguos, el poder del jefe para disponer de la vida y de la muerte de sus sujetos. En consecuencia, la transposición al mundo de los espíritus apunta a un Dios que es el primer antepasado, el Ser más an(23) W. T. HARRIS: The Idea of God among the Mende, pág. 281, en Edwin Smith (ed.), African Ideas of God. (24) Kenneth LITTLE: The Mende in Sierra Leona, pág.120. (25) Sawyerr HARRY: God: Ancestor or Creator?, págs. 7-10, Londres, 1970.

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tiguo y Jefe Supremo de los humanos que proteje a sus descendientes. Alejado en el tiempo y en el espacio del ser humano no se inmiscuye en las preocupaciones y asuntos ordinarios. Aunque distante, en su condición de jefe protector, acoge a los humanos que acuden a él en períodos de calamidades y peligros. B)

Un Ser Supremo, creador, invisible y carente de culto

A través del análisis de la tradición oral —cuentos, proverbios y oraciones antiguas— se pueden descubrir tanto los nombres divinos como algunos de los atributos del Ser Supremo. Así ciertos nombres divinos designan, a la vez, el Ser Supremo y el firmamento e, incluso, la lluvia en aquellos casos en que Dios es caracterizado como el «Dador de lluvia». La primera cuestión que se plantea hace referencia a la identificación del Ser Supremo con el mundo astral. Generalmente, y aunque se le sitúa en el firmamento o en la bóveda celeste, se concibe a Dios como un ser diferente del mundo astral, ya que se trataría del regidor del mundo celeste (26). No está localizado en el firmamento sino que está presente en todos los seres. Este Ser Supremo es, además, concebido como Creador. Aunque los relatos de la Creación difieren en cada cultura, sin embargo sí es común la existencia de una mitología (27) que (26) Secretariatus pro non-christianis: A la rencontre des religions africaines, pág. 50 (27) Geoffrey PARRINDER: Religion in Africa, págs. 29-33, Londres, 1969.

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explica el origen del universo así como la separación de Dios y los seres humanos. En una época dorada Dios vivió entre los seres humanos y no existía el dolor ni la muerte, pero después se distanciaron Dios y el firmamento de los humanos. Para los Akan resulta evidente que Nyame creó todas las cosas: «El halcón dice: Todas las cosas creadas por Nyame son buenas» (28). Toda la raza humana tiene también su principio en Nyame de tal manera que se descarta su origen terrestre. En el caso de Imana (29), invocado como Dios de Rwanda, se concibe una actuación creadora suya al comienzo de la vida de toda persona. La concepción no es suficiente para producir un nuevo ser y por ello la mujer deja por la noche algunas gotas de agua en una vasija. Imana, como el alfarero, necesita algo de agua para modelar la arcilla y darle la figura de niño en el útero materno. Después del nacimiento es Imana quien decide si el nuevo ser habrá de tener una vida feliz o infeliz. La ausencia de culto al Ser Supremo no sólo se explica por su lejanía del mundo de los humanos. Tanto su ubicuidad, que no permite su localización precisa, como su bondad esencial contribuyen también a su desaparición del culto. En el caso de Imana la ausencia de culto se explica porque «Imana da y no vende» (30). Imana tiene poder sobre todas las cosas y su influencia alcanza a todo el universo. Es bueno y se preocupa del bien de los hombres sin exigir ningún culto en su honor ni ningún don. (28) T. EVANS: The Akan Doctrine of God, pág. 250. (29) J. J. MAQUET: The Kingdom of Rwanda, pág. 169, en Daryll Forde, «African Worlds». (30) J. J. MAQUET: The Kingdom of Rwanda, pág. 169.

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Parrinder (31) encuentra sorprendente la poca importancia del culto formal a Dios y la escasez de lugares en los que se realicen rituales dirigidos al Ser Supremo. De hecho contrasta la ausencia de templo y de sacerdotes de Dios con la multiplicación de templos dedicados a las divinidades naturales y con los sacrificos y plegarias dirigidos a los espíritus ancestrales. C)

El Ser Supremo, fuerza protectora

A través de las diferentes cosmogonias tradicionales, el Ser Supremo se presenta como garante de la fecundidad de la tierra a través de las lluvias que desencadena. Se trata de un Dios poderoso, fuerza vital, al que se recurre, en último término, en tiempo de crisis. En general, la lluvia tiñe las actitudes religiosas de los bantúes y representa la bendición de un Dios benevolente con los humanos. En efecto, el agua constituye un elemento de importancia vital en pueblos como los Tonga o en las tribus de África del Sur donde sólo llueve cuatro o cinco veces al año (32). La ausencia de irrigación y las sequías prolongadas ponen en peligro la agricultura y se convierten en una constante preocupación que se refleja en la concepción de Dios como «Dador de lluvia». También para los Ambo, Kalunga, su Ser Supremo, es quien envía la lluvía en tiempo de sequía siempre y cuando se hayan ofrecido los sacrificios apropiados a los espíritus ances(31) Geoffrey PARRINDER: Religion in Africa, pág. 45. (32) Edwin SMITH: The Idea of God among South African Tribes, página 80.

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trales. Con la lluvia se manifiesta la fuerza vital de Kalunga, que de esta forma hace germinar y crecer las semillas. En realidad es Kalunga quien infunde la vida a la semilla, aunque los Ambo piensan, al mismo tiempo, que el destino de la semilla depende de la adecuada propiciación de los espíritus ancestrales, que podrían provocar la sequía en caso de negligencia u olvido por parte de sus descendientes (33). En el caso de los Kikuyu de Kenia las plegarias se dirigen al Dios creador Ngai. Es a través de los fenómenos naturales, sobre todo la lluvia, como Ngai muestra su benevolencia con los humanos. Cuando se trata de invocarle para obtener la lluvia las plegarias colectivas de los Kikuyus (34) se dirigen al Kere Nyaga, «montaña de la lluvia», donde Ngai reposa. La llegada de esta bendición del Ser Supremo es interpretada como una señal de su bondad para con los humanos por lo que, en no pocos casos, surgen plegarias colectivas de agradecimiento (35). (33) G. W. DYMOND: The Idea of God in Ovamboland, Soth-West Africa, págs. 142-143. en Edwin SMITH. (34) «Muy apreciado Antepasado (Ngai) que vives en el Kere-Nyaga. Tú que haces temblar las montañas y brotar las corrientes. Te ofrecemos este sacrificio para que nos envíes la lluvia. Los adultos y los niños lloran; las ovejas, las cabras y el ganado se lamentan. Mwene-Nyaga, por la sangre y la grasa de este cordero que te ofrecemos como sacrificio, te imploramos. Te hemos traído miel fina y leche. Te rezamos como lo hicieron nuestros antepasados, bajo el mismo árbol tú les escuchaste y les diste la lluvia. Te pedimos que aceptes este sacrificio y que nos proporciones una lluvia fecunda», en J. KENYATTA, Facing mount Kenya: the tribal life of the Kikuyu, pág. 202. (35) Una muestra es esta plegaria de agradecimiento de los bosquimanos de Odonga: ¡Dios, Dios, Dios! Hemos recibido, hemos recibido la lluvia, el agua de la lluvia, el agua. Podemos beber, beber agua, recibir la lluvia. ¡Dios, Dios, Dios, Dios! Podemos beber agua. En E. DAMMAN, «Les religions de l’Afrique», pág. 116, París, 1964.

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Las sociedades tradicionales bantúes recurren, por lo general, al Ser Supremo protector en circunstancias que se escapan al control de la vida cotidiana. En su análisis de la idea del Ser Supremo que tienen las poblaciones de Malawi, Cullen Young (36), después de 27 años de estancia en aquella región, tan sólo encontró cuatro situaciones en las que se hacía una referencia espontánea a Dios. Tres de ellas tienen que ver con acontecimientos que desbordan lo normal y previsible mientras que la última apunta a la preocupación e interés por los seres inferiores. Los pueblos del norte de Malawi recurren al Ser Supremo como última instancia que pueda dar razón de lo inexplicable. La supremacía de Dios se reconoce al atribuirle sólo a él las explicaciones y la lógica de acontecimientos que desbordan las mentes humanas. Así la pérdida de un embarazo carece para ellos de sentido desde el punto de vista de la influencia de los espíritus ancestrales. Lo mismo ocurre con la muerte de un niño, acontecimiento inexplicable porque, al no formar parte todavía de la sociedad de los adultos, no puede ser objeto de la malevolencia habitual que causa la muerte. También la presencia de la locura apunta a un ámbito que tan sólo Dios conoce. Los Tonga de Zambia atribuyen a la supremacía y providencia de Leza todos los azares que tienen que ver con los fenómenos naturales así como todos los sucesos que se atribuyen a la buena suerte. Así el salir indemne en un encuentro casual con una serpiente muy venenosa, que es matada por el atento acompañante, se atribuye directamente a la providencia de Leza (37). (36) T. CULLEN YOUNG: The Idea of God in Northern Nyasaland (Malawi), págs. 46-50, en Edwin SMITH, African Ideas of God. (37) Cecil HOPGOD: Conceptions of God amongst the Tonga of Northern Rhodesia (Zambia), pág. 64, en Edwin Smith, African Ideas of God.

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Por otra parte el recurso a la Fuerza Suprema acontece en situaciones que, de alguna manera, resultan límites e infamantes dentro de las sociedades tradicionales. Así, por ejemplo, la situación de la mujer estéril reviste un dramatismo sin parangón. Algunas poblaciones como los Bambara de Mali llegan a considerar a la mujer estéril como hombre y buscan en un comportamiento pasado imaginario la causa de esta desgracia. No es extraño, en consecuencia, que se multipliquen las plegarias de las mujeres estériles, que tan sólo pueden esperar una solución que proceda del Poder Supremo (38). La Fuerza Suprema es también reconocida como instancia última que determina la duración de la vida humana en el mundo visible. Puesto que es Dios quien ha dado la vida, afirma un proverbio bantú, tan sólo él puede retirarla (39). De todas maneras, y la mayor parte de las veces, se cree que el Ser Supremo no es sino una causa permisiva de la muerte ya que la responsabilidad del acto reposa en otros agentes: la Naturaleza, los brujos, los espíritus malignos... De todas formas no se ha de olvidar que la supremacía de Dios en no pocas sociedades tradicionales subsaharianas se (38) Un ejemplo es esta oración de los baluba del Kasai recogida por P. Van C AENEGHEM: La notion de Dieu chez les ba-Luba du Kasaï, pág. 144, Bruselas, 1956: «Dios, nuestro Dios. Socórrenos en la situación en la que nos encontramos. Danos un hijo. A ti te lo pedimos. Se lo hemos pedido a los hombres y nada hemos obtenido. Esta vez te lo pedimos a ti, a ti, oh Dios». (39) Así lo expresa esta queja de los dwala del Camerún: «¿Quién ha causado la pérdida de este hombre? ¿Un miembro de su familia, de su entorn, o una bestia del campo? Nada de todo esto: Sólo Dios el eterno, el creador del océano y de la tierra firme, de los peces en el agua y de las bestias de la selva, él, sólo él, ha dicho: ¡que muera!». En L.-V. THOMAS y René LUNEAU, Les religions d’Afrique noire, pág. 297.

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encuentra ensombrecida por la relación con los espíritus ancestrales. A estos espíritus se les atribuye poderes sobre las circunstancias cotidianas que concentran la atención y generan las preocupaciones de la población. No es de extrañar que en algunos casos, como sucede en las tribus sudafricanas (40), el Ser Supremo ocupe una posición tan periférica que bordea con el olvido y que provoca una cierta confusión respecto a su identidad. D)

¿Un Ser Supremo, paterno?

¿De qué manera Dios concebido como Jefe supremo de la tribu o el clan manifiesta rasgos paternales? En primer lugar, el Ser Supremo es un Dios comunal, en el sentido de Dios de la tribu. Tal y como ha quedado apuntado los individuos tan sólo se dirigen a él personalmente en casos límite. Es preciso tener en cuenta que la vida tradicional subsahariana es esencialmente una vida comunitaria y, en consecuencia, la religión es, en primer lugar, algo que concierne a la familia o al clan antes que a los individuos. Así, los rasgos paternales del Ser Supremo reflejan, en este tipo de religiones tradicionales, las diversas experiencias de la paternidad en este tipo de sociedades. Ocurre, por tanto, que en pueblos con una antigua tradición monárquica, como es el caso del antiguo reino de Rwanda (41), al rey se le considera junto a la divinidad y, en consecuencia, tan sólo es posible acercarse a él por medio de una (40) Edwin SMITH: The Idea of God among South African Tribes, pág. 133. (41) J. J. MAQUET: The Kingdom of Rwanda, págs. 169-170, en Daryll FORDE, «African Worlds».

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jerarquía graduada de subordinados. Imana, Señor del Universo, es concebido según la imagen del rey, Mwami, y sólo pueda ser alcanzado a través de intermediarios, de forma que su disposición benevolente resulta lejana y remota. Siendo la última fuente de la que proceden todos los bienes, sin embargo, no interfiere ni vigila la vida de las creaturas. De alguna manera este tipo de relación respetuosa y distante, exigida por la dignidad de su condición, se encuentra también en el caso de Kalunga (42), el Dios de los Ambo. Nunca un ambo podría referirse, dentro de su grupo, a Kalunga como «nuestro Dios». El posesivo «nuestro» denota un nivel de intimidad con el Ser Supremo que resulta extraño a los Ambo. Mucho más familiar puede resultar el trato con las divinidades inferiores o con los espíritus de los ancestros en aquellas sociedades en las que existe una mayor delegación de las funciones de gobierno. Por ello, los rasgos más íntimos y personales que conlleva la noción de paternidad, en otro tipo de culturas y de religiones, corresponderían más a las relaciones que en las religiones tradicionales subsaharianas se establecen con los espíritus ancestrales y con las divinidades menores. Algunos autores (43) se plantean la cuestión de si existe una relación personal entre Dios y el hombre en las sociedades tradicionales. La respuesta a dicha cuestión resulta decisiva en nuestra tarea de descubrir cuáles sean los rasgos paternales que se descubren en el Ser Supremo de dichas religiones. (42) G. W. DYMOND: The Idea of God in Ovamboland, South-West Africa, págs. 142-143. (43) Por ejemplo, Harry SAWYERR en God: Ancestor or Creator?, págs. 9-10.

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Dios no es un simple concepto filosófico en estas sociedades ya que la relación que con él se establece está fundamentada en una fe viviente. El Ser Supremo es, ciertamente, invisible pero en ningún caso deja de ser una realidad. Además en cuanto que las divinidades inferiores y los espíritus son manifestaciones del Ser Supremo que, en muchos casos, vehiculan un comportamiento moral puede afirmarse que Dios es moral y, por tanto, personal. Así los hotentotes piensan que el «Dador de lluvia» es un poder sobrenatural y, a la vez, una persona a la que alcanzan sus oraciones (44). Una relación personal con Dios que se conciba, salvo casos excepcionales (45), desde la comunidad, la tribu o el clan y no desde los individuos concretos. Desde esta perspectiva sí se encuentra, en algunos casos la utilización del vocablo «padre» para referirse al Ser Supremo, Jefe del clan o tribu. Los Tonga de Zambia, por ejemplo, se dirigen a Dios como padre que en una situación crítica salva a la aldea del desastre inminente (46). De todas maneras, al mismo tiempo, los Tonga experimentan una cierta dificultad para reconciliar la idea de un (44) Edwin SMITH: The Idea of God among South African Tribes, pág. 98. (45) Esta invocación de un Tutshiokwe enfermo de Katanga se eleva a Zambi, Ser Supremo, después de haber invocado a los espíritus ancestrales: ¿Acaso es posible que tú, el Creador, no seas misericordioso? No tengo ni abuelo ni tío. ¿Puedo decir entonces: la enfermedad viene de él? Tú mismo sabes que soy un gran solitario. No tengo hermano ni hermana. Padre, te lo suplico, ten piedad de mí, permíteme levantarme. Ayúdame en mi trabajo. Al fin y al cabo soy tu hijo, me has dado brazos y piernas, ¿acaso podría olvidarte?. Recogida en Germaine Dieterlen (ed.), Textes sacrés d’Afrique noire, París, 1965. (46) Cecil HOPGOD: Conceptions of God amongst the Tonga of Northern Rhodesia, Zambia, págs. 65-72

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Dios, padre benevolente, con los sucesos de la vida y, desde luego, no se imaginan a Leza como padre en un sentido antropomórfico y físico. En tanto que espíritu, Leza carece de cuerpo y de sexo y, en consecuencia, no generó sino que moldeó los primeros seres humanos. Podría concluirse que el rasgo más acusado de paternidad en las imágenes del Ser Supremo es el de la benevolencia y disposición de ayuda a los humanos. Una Fuerza Suprema que se preocupa, la mayor parte de las veces a través de divinidades y espíritus subordinados, por la vida y necesidades de los humanos. La presencia de este Ser Supremo, tal y como ocurre con Imana (47), se siente como protectora y causaría espanto la idea de vivir sin su presencia a pesar de su lejanía. Un padre benevolente pero que, sin embargo, puede castigar o maldecir a sus hijos, según los Abaluyia de Kavirondo, si se desvían del orden establecido por él. Las diferentes plegarias e invocaciones transmiten, en no pocas ocasiones, la espontaneidad con que se acude al Ser Supremo, muchas veces en última instancia, después de haber invocado a los espíritus intermedios, en busca de ayuda en las crisis, protección, bendición, misericordia. En definitiva, se trata de situaciones que nos revelan ciertos rasgos de una relación filial con respecto a la Fuerza Suprema. De todas maneras, y tal como se ha indicado, la figura del Ser Supremo, y en especial su benevolencia para con los humanos, queda oscurecida por el protagonismo que, la mayor parte de las veces, adquieren los espíritus ancestrales en la vida cotidiana de (47) Guillebaud ROSEMARY: The Idea of God in Rwanda-Burundi, pág. 199

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las sociedades tradicionales subsaharianas. En consecuencia conviene analizar los diferentes ámbitos de actuación protectora y providente de los otros espíritus del mundo invisible. 3.

EL SER SUPREMO Y LOS OTROS ESPÍRITUS

La concepción espiritualista que tienen del universo las sociedades tradicionales se caracteriza por la ausencia de la cesura y división que existe en otras culturas entre el mundo de los vivientes y el de los diversos espíritus, en particular los de los antepasados. La clave de interpretación de lo que ocurre en el mundo visible no se detiene, por tanto, en la interacción de las fuerzas físicas sino que tiene también en cuenta la actuación de las fuerzas espirituales. A)

La vida del «más allá»

La importancia que tienen tanto los sueños y su interpretación como los videntes en las sociedades tradicionales conduce a que los individuos se familiaricen con el mundo terrestre. La vida tal y como se experimenta en el mundo visible no continúa en el más allá pero, sin embargo, perdura la existencia de quienes han abandonado este mundo y que, además, siguen dotados de inteligencia. De hecho, el más allá se concibe como un reflejo de la sociedad visible. La existencia terrena no está separada de la invisible. Es más, a medida que se difumina el recuerdo individualizado de los antepasados aumenta su integración y participación en la vida social (48). (48) Secretariatus pro non-christianis, A la rencontre des religions africaines, pág. 66.

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En este tipo de sociedades la muerte no introduce, por tanto, un cambio cualitativo radical (49) entre los miembros clánicos que permanecen en la tierra y quienes han pasado del otro lado. Estos últimos están presentes y conocen todo lo que pasa en la tierra. Además, y tal como ocurre en las sociedades tradicionales, también en el más allá se respeta la jerarquía de edad y de autoridad anterior al paso a la nueva existencia. En algunas sociedades, tal y como aparece de forma nítida en las creencias de los Ambo (50), no se conocen premios o castigos definitivos después de la muerte. Bien es verdad que mientras algunos, al terminar la existencia terrestre, toman el camino que conduce al fuego, otros se dirigen al Gran País, aunque de hecho no se conoce la razón que explique esta diversidad de destinos. B)

El mundo de los espíritus

La presencia de los espíritus en las sociedades tradicionales es general, aunque el número de espíritus se multiplica en los entornos selváticos. En algunas sociedades de este tipo, Yoruba y Ashanti, por ejemplo, existen un gran número de divinidades —desde 400 a 600— y multitud de espíritus. De (49) T. CULLEN YOUNG enfatiza esta idea de la continuidad entre los vivos y los muertos de la comunidad como característica de estas culturas. Posición que le lleva a apuntar el peligro que existe de considerar, desde otras perspectivas, la relación con los antepasados como reverencial y «religiosa». (50) G. W. DYMOND: The Idea of God in Ovamboland, South-West Africa, pág. 151.

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hecho la indudable relación existente entre los entornos de las poblaciones y las características de sus religiones se manifiesta, de una forma privilegiada, en el mundo de los espíritus intermedios. Para los Ashanti (51) la Naturaleza está repleta de todo tipo de espíritus: montañas, ríos, animales, algunos de los cuales pueden ser malignos. Todos ellos tienen su origen en el Ser Supremo, Onyankopon, que manifiesta su poder a través de un panteón de dioses. Dentro de esta multitud de divinidades y espíritus se establece una jerarquía presidida por el Ser Supremo, que es el creador de todo y que nunca ha sido un ser humano. En un segundo nivel se encuentran las deidades intermediarias o divinidades menores, que los Ashanti y Yoruba consideran como hijos del Ser Supremo y que están animados por él. Los dioses intermediarios, «abosom» —hijos de Nyame— para los Ashanti, son poderosos, pero su poder viene del Ser Supremo ya que, en realidad, son parte suya. Su tarea es la de hacer de intermediarios entre Dios y los humanos y por ello se encuentran mucho más cercanos a los humanos. También entre estas deidades menores existe una jerarquía que, en el caso de los Ashanti, está presidida por los espíritus de los ríos. Los Yoruba, por su parte, piensan, que estos espíritus intermediarios fueron en otro tiempo monarcas o sabios en el mundo de los humanos. Así, Shango (52), la divinidad nacional de los Yoruba, es imaginado como el cuarto rey de la dinastía. (51) K. A. BUSIA: The Ashanti, págs. 191-196, en Daryll FORDE, «African Worlds». (52) E. G. PARRINDER, Theistic Beliefs of the Yoruba and Ewe Peoples of West Africa, pág. 227, en Edwin SMITH, «African Ideas of God».

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Finalmente, el mundo de los espíritus comprende una serie de fuerzas presentes en todos los aspectos de la vida y de la Naturaleza y que están sometidas al Ser Supremo. Por una parte se encuentran los espíritus de los hombres y, por otra, los espíritus de los animales y de los objetos inanimados. No todos estos espíritus tienen un gran poder, aunque se cree que ciertos animales (53) y plantas poseen un espíritu poderoso que exige propiciación. La tarea de mediación (54) encomendada a estas divinidades intermediarias resulta necesaria por la lejanía en que, por lo general, se sitúa al Ser Supremo en estas sociedades. Mientras que el Dios trascendente se caracteriza por su pasividad, los espíritus intermediarios aparecen como formas religiosas más dinámicas y eficientes que intervienen en el mundo de los seres humanos y a las que los humanos pueden acceder más fácilmente. (53) Así lo refleja esta imprecación del sanador pigmeo al espíritu del elefante, señor de la selva: Retírate, espíritu maléfico. Vuelve a la selva, a la noche. Retírate por ti mismo, ¡oh padre elefante! Retírate, márchate de esta choza. Abandona a este hombre, ¡oh espíritu maléfico!, en L.-V. THOMAS y René LUNEAU, Les religions d’Afrique noire, pág. 77. (54) Estos espíritus mediadores reciben un culto, plegarias y sacrificios, adaptados a los rasgos divinos que personifican. El sacerdote de uno de estos espíritus, en este caso de Erinlé —espíritu cazador—, glosa las cualidades de este espíritu en el marco de una fiesta comunitaria: Es duro y fuerte como la roca antigua. Claro como el ojo de Dios que no deja crecer ninguna hierba. Como la tierra, nunca cambiará. Nos llama a la guerra desde el fondo de la corriente. En la savana y en lo más profundo de la selva encuentra su alimento. Se introduce en senderos peligrosos pero su pie no duda. Puede destruir, como los gusanos en el estómago. Cura la cabeza confundida. Mezcla las cabezas de otros pájaros con la de los buitres. El antílope no puede moverse. La vaca de la savana se queda fascinada. No se lleva bien con el leopardo salvo si se trata de su oreja salpicada de manchas. En Germaine DIETERLEN, Textes sacres de l’Afrique noire, págs. 116-117.

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C)

Los espíritus de los antepasados

Las relaciones con los ancestros polarizan el dinamismo religioso de la mayor parte de las sociedades africanas tradicionales. Incluso en algunos casos se denomina al Ser Supremo como «Primer Ancestro». Quizá pueda considerarse esta posición preeminente que se concede a los espíritus de los antepasados en el mundo invisible como el rasgo más característico de la religión de los bantúes. Todo ello sostenido, obviamente, por la creencia de que la personalidad de los humanos sobrevive a la muerte física. Los ancestros exigen a sus descendientes piedad filial, así como respeto a las leyes y a las costumbres tribales. Por todo ello existe, por lo general, un temor filial a sus reacciones. En efecto, cuando la familia o el clan omiten alguno de los deberes exigidos por los antepasados, estos últimos se quejan a través de sueños o incluso envían alguna enfermedad o desgracia a la familia o al clan. Los espíritus ancestrales juegan una parte vital en la vida humana porque obran como mediadores entre el Ser Supremo y los humanos (55). Así, en el caso de Leza (56), los espíritus de los antepasados le están subordinados ya que son infe(55) Así lo muestra esta oración de los Kabré de Togo: Nuestro Ancestro, tú y Ekolumiye, interceded los dos delante de Dios todopoderoso para que perdone nuestro pecado y aleje al brujo que quiere nuestro mal. Akpatacaw, te traemos la ofrenda que nos habías pedido. Este es un asunto entre Dios y tú nosotros no vemos nada, somos ciegos y sordos y nada comprendemos, págs. 84-85, en L. V- THOMAS y René LUNEAU, Les religions d’Afrique noire. (56) Cecil HOPGOD: Conceptions of God amongst the Tonga of Northern Rhodesia, págs. 77-78

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riores a él en poder y autoridad pero, a la vez, pueden acceder hasta él. Esto explica que los Tonga no se dirijan a Leza directamente sino que busquen, previamente, la ayuda de los ancestros para que expongan sus plegarias delante del Ser Supremo. No se puede esperar en este tipo de sociedades una reflexión especulativa y sistemática sobre los espíritus y su modo de vida. Se trata de una religión práctica y es en este ámbito donde los antepasados son omnipresentes. En esta perspectiva no es extraño que la moralidad tribal esté sancionada por los ancestros (57). Un individuo se considerará bueno o malo según honre a los antepasados llevando la vida que ellos vivieron. Un comportamiento moral que se circunscribe, por tanto, a la familia o a la tribu. El antepasado es ofendido y, en consecuencia, puede castigar cuando se altera el orden social de su grupo. Estos espíritus se encuentran enraizados en las instituciones familiares y parentales, por lo que los ritos celebrados en honor de los ancestros congregan la asamblea de fieles según criterios de parentesco y de descendencia. El punto que me parece más importante, en el contexto de este análisis, es que, como afirma Fortes (58), la experiencia de dependencia filial, tal como la interpreta y reconoce cada cultura, es la que inculca las creencias y sentimientos de respeto y reverencia. En consecuencia, la imagen y los atributos que se atribuyen a los ancestros en cada religión reflejan las diversas formas de experiencia filial. (57) Edwin SMITH: The Idea of God among South African Tribes, págs. 87-88. (58) Meyer FORTES: Some Reflections on Ancestor Worship in Africa, págs. 139-141.

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Así, en el caso de los Tallensi de Ghana, aunque fallezcan los padres permanece, en la relación con sus espíritus, la autoridad y la jurisdicción que tenían y que les permitían tener actitudes protectoras y benevolentes. Y si los ancestros pueden exigir y hostigar a los vivientes es porque así se comportan los padres cuando ejercen su autoridad sobre los hijos. En definitiva, es en la relación con el ámbito del mundo invisible poblado por los espíritus de los ancestros donde encontramos perpetuadas las relaciones paterno-filiales que caracterizan a cada una de las sociedades tradicionales. De esta manera los espíritus de los jefes de aldea o de clan seguirán interesándose por el bienestar físico de la tribu, del clan o de la familia tal y como lo hicieron durante su vida. 4.

LA FUERZA VITAL

La fuerza vital entendida como energía y vida poderosa es la realidad invisible pero suprema para el bantú. Se trata del concepto fundamental que traduce su noción del ser (59). Mientras que la metafísica occidental reposa sobre una concepción más bien estática del ser, los bantúes , por su parte, subrayan el aspecto dinámico de lo real. Este principio de la realidad, la fuerza vital, puede expandirse o concentrarse. Se trata de la energía que viene del Ser Supremo (60) y que circula en todos los sitios incluso en la (59) Placide TEMPELS: La philosophie bantoue, págs. 33-38, París, 1948. (60) Así lo expresa esta plegaria de un padre de familia Luba: Dios de los cielos, Señor, dame la fuerza vital, que sea fuerte; concédeme el bienestar, que me case, que engendre hijos, que críe cabras y gallinas, que obtenga dine-

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materia, aparentemente inerte. Así pues las fuerzas cósmicas constituyen una participación limitada, en cada caso, de la Fuerza Suprema. Estas fuerzas, que constituyen la nervadura del universo, se encuentran en continua interacción. Las diferentes creaturas no se conciben en la filosofía bantú como separadas entre sí sino que se encuentran enlazadas por relaciones íntimas comparables al lazo de causalidad que une a la creatura con el Creador. En Occidente se concibe al niño, desde su nacimiento, como un ser humano completo con una identidad legal distinta de la de sus progenitores, de los que, por otra parte, no permanece en una relación causal permanente. Para los bantúes (61), por el contrario, el hijo, incluso adulto, tendrá una dependencia causal de las fuerzas de sus padres. La fuerza más antigua, los antepasados, continúan siempre ejerciendo su influencia vital sobre los descendientes. Desde esta perspectiva habría de entenderse la relación del bantú con la Fuerza Suprema como una especie de cordón umbilical por el que fluye la energía vital a través de una serie de mediadores ordenados según una jerarquía de fuerzas. Así en la cosmología de los Diola de Gambia (62) encontramos, por ejemplo, diferentes tipos de fuerzas jerarquizadas. En primer lugar la Fuerza Suprema, increada que da la existenro y toda clase bienes, que florezca mi salud y mi existencia... He venido aquí para obtener la fuerza vital, que no me encuentre ningún animal salvaje, que no me vea el brujo ni me encuentre el rayo, que no me mire el hombre con intenciones torvas, pág. 131, en G. DIETERLEN, Textes sacrés d’Afrique noire. (61) Ibídem, pág. 41. (62) L.-V. THOMAS: Breve esquisse sur la pensée cosmologique des Diola, págs. 370-371, en Meyer FORTES y G. DIETERLEN, African Systems of Thought.

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cia a las otras fuerzas y las aumenta y fortifica. Después vienen las fuerzas superiores entre las creadas: los fundadores de los diferentes clanes que fueron los primeros a los que el Ser Supremo les comunicó la fuerza vital así como el poder de comunicarla a sus descendientes. Dentro de esta categoría vendrían después los otros antepasados de la tribu que, siguiendo el grado de primogenitura, canalizan la influencia y energía hacia las nuevas generaciones. Las fuerzas de los vivientes también se integran en la pirámide estructurada y así los diferentes grupos sociales, familia, clan, tribu, reciben la fuerza vital a través de los ancianos. El primogénito es el jefe verdadero, que se concibe como padre y fuente de la energía vital. De forma paralela, en el mundo invisible es el Ser Supremo quien muestra su providencia y su benevolencia sobre los humanos a través de los eslabones que le enlazan con el jefe viviente. Este último, autoridad social y política, es quien fortalece la vida de los suyos y consolida las fuerzas animales y vegetales o inorgánicas que viven en el entorno del grupo y que aseguran su subsistencia. Esta perspectiva dinámica que colorea la cosmología de las sociedades tradicionales no tiene como resultado la desintegración de los diferentes elementos sino que, por el contrario, asegura su unidad por medio del contagio vital. Se trata de una participación que ocurre en todos los sentidos, ya que es la misma Fuerza la que anima todo el universo. La presencia de fuerzas amenazantes en el mundo de los espíritus se percibe, a menudo, como un peligro que acecha a los mortales y que suscita el miedo y el temor por las consecuencias que podrían derivarse de un comportamiento inade64

Dios como fuente de vida en las religiones subsaharianas

cuado frente a los espíritus de los antepasados. Sin embargo se puede afirmar con Parrinder (63) que las religiones de estas sociedades tradicionales, al responder a una concepción vitalista y dinámica de la existencia, son parte de una cosmovisión que afirma la vida. Un optimismo que se sustenta en la certeza de que la vida se perpetúa, ya que las fuerzas cósmicas son inagotables. En definitiva, estas religiones son, fundamentalmente, un acto de confianza en las fuerzas vitales que proceden, en último término, del Ser Supremo. Todo ello se confirma al observar la dimensión festiva de las celebraciones religiosas en las que se expresa la alegría por participar de la Fuerza Creadora.

(63)

Geoffrey PARRINDER: Religion in Africa, pág. 233

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EL JUBILEO EN LA SAGRADA ESCRITURA: SENTIDO Y MENSAJE JUAN BAUTISTA LOBATO FERNÁNDEZ Vicario General de Plasencia (Cáceres)

INTRODUCCIÓN Urge un año jubilar El paso del huracán Mitch por Centroamérica ha provocado un reguero de destrucción, de dolor y muerte en aquellas naciones, a la vez que suscitaba una onda expansiva de solidaridad internacional ante la inmensa tragedia. Un simple fenómeno natural, fortuito y del todo inesperado, ha sido capaz de causar una desventura inenarrable en los más desheredados. Enormes zonas de tierra inundadas y asoladas; casas o chabolas derruidas y arrastradas por las aguas; familias enteras desaparecidas, rotas, en la miseria; la orfandad de muchos pequeños, heridos en cuerpo y en el alma, con una carga de sufrimiento insoportable en la expresión de sus rostros. Profundas secuelas de todo tipo y para mucho tiempo. Y todo esto, ¿por qué?, se han preguntado muchos. Los distintos planteamientos, credos y sensibilidades suscitaban y aportaban muy variadas respuestas. 67

Juan Bautista Lobato Fernández

¿Castigo de Dios? ¡No, por favor! Ya va siendo hora de superar los dogmas del Antiguo Testamento, cuando el mismo Job se rebelaba contra la imagen de un Dios castigador, tal como lo presentaban sus contemporáneos. ¿Acaso puede Dios castigar a los pequeños, a los pobres, a los más desheredados de la tierra, que, según Jesús, son los preferidos de su corazón? Precisamente estas tragedias, causadas por elementos naturales, nos descubren con toda evidencia y crueldad que los pobres, los que carecen de casi todo, son los más indefensos, a los que toca la peor parte en estas catástrofes. Así se convierten en verdaderos altavoces del grito de los desposeídos, que, como la sangre de Abel o la opresión de los israelitas en Egipto, clama al cielo. La solidaridad que estos acontecimientos suscitan, además de sentimientos humanitarios y fraternos, puede ser también manifestación de un cierto remordimiento, una oculta conciencia de culpa en un mundo opulento, que abunda de todo a costa de que otros carezcan de casi todo. Otro acontecimiento ocupaba estos días las noticias y mesas de redacción de los medios de comunicación. En Londres hay un dictador, un prisionero «privilegiado», que suscita reacciones encontradas; la mayoría son de rechazo a quien despreció derechos elementales de los hombres, como son el derecho a la vida y a la libertad. ¿Acaso los hombres pueden disponer de la vida y ser dueños de la libertad de otros hombres? Los humillados y oprimidos son desposeídos de los más elementales derechos de que han sido dotados por el Creador. De ahí las oleadas de rechazo y desprecio para quien ha osado invadir injustamente lo más sagrado de las personas. 68

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

¡Y Dios guarda silencio! Son muchos los que se escandalizan ante estos acontecimientos. ¿Cómo Dios consiente esto? ¿Es que no lo puede evitar? ¿Es que no quiere? Entonces, ¿para qué nos sirve? ¿Qué decís los creyentes? Este silencio de Dios, tan incomprendido, no es nuevo. Dios guarda silencio muchas veces. La «kenosis», el abajamiento, la humillación de Dios siempre suscita incomprensión y desconcierto. También guardó silencio ante el escándalo de la cruz de su Hijo. Nada hizo por remediarlo. Dios es así. Ya llegará su hora... y entonces hablará. Pero es que en realidad Dios también ha hablado en los acontecimientos. Ha puesto en evidencia un mundo injusto, rabiosamente desigual, nada fraterno, egoísta; en el que unos acaparan en exclusiva lo que es de todos, donde unos pocos despilfarran mientras muchos mueren de hambre… Dios ha hablado en el grito de los pobres, los sufrimientos, las desgracias, los miles de muertos o desaparecidos, los oprimidos. Los rostros de dolor y desesperanza de los niños y mayores eran voz de Dios para las conciencias más sensibles. También hoy la voz de la sangre derramada llega al cielo. El eco de la Palabra La Biblia, Palabra de Dios, nos habla con mucha claridad: Sólo Dios es dueño de la tierra. «Mía es la tierra» (Ex.19, 5). Y ha querido que sea un don para todos. Los hombres somos puros administradores. Tiene que haber para todos. 69

Juan Bautista Lobato Fernández

Cuando Israel está esclavizado en Egipto, «los gritos de auxilio de los esclavos llegaron a Dios. Dios escuchó sus quejas...» (Ex. 2, 23-25). Por eso le dice a Moisés: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, ha oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos... te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo...» (Cf. Ex. 3, 7-10). Isaías anuncia los tiempos mesiánicos como días en que serán reconocidos los derechos sagrados de los hombres: «... la vara del opresor y el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste... la bota que pisa con estrépito y la capa empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego» (Is. 9, 3-4). Por eso ha sido providencial la convocatoria al Jubileo del año 2000 que nos hace Juan Pablo II. Son muchos, son millones, los hombres privados de tierras y posesiones, carentes de libertad. Es todo un orden social que hay que rehacer desde sus cimientos. Hoy como ayer debe sonar el «yôbel», el cuerno, cuya sola escucha devuelve a muchos el júbilo y la alegría de que esto tiene que cambiar, que comienza un orden nuevo, que los pobres, los sin tierra, los oprimidos, los privados de libertad van a reencontrar una nueva razón de vivir, un mundo mejor, en que se implante «la cultura del amor y la solidaridad». Al menos los que creemos en Jesús tenemos que hacer nuestra esta bella utopía, propagar a los cuatro vientos cuáles son las exigencias y las claves de un jubileo cristiano, lo que nos implica el celebrarlo y tomarnos en serio sus llamadas. 70

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

LA TIERRA PROMETIDA «A tu descendencia daré esta tierra» (Gen. 12, 7). Este es el primer dato para entender las «claves» del Jubileo. Ya desde el principio de la llamada a Abraham Dios le promete a él y después a sus descendientes (Cf. Gen.12, 7; 13, 14-15; 15, 7. 18-21; 17, 8; 26 ,3; 28, 13-15; 35, 12; 48, 4; 50, 24) el gran regalo de la Tierra, que, por ser objeto de reiteradas y solemnes promesas, se llamará «Tierra Prometida». Dios es fiel siempre y no puede fallar. La promesa lleva necesariamente al cumplimiento. Por eso la experiencia del Éxodo, que causa despiste y somete a prueba, aparece como un proceso en el que se introduce un elemento de esperanza: LA TIERRA, que Yahvé ha prometido a su pueblo y se la dará como un don (Cf. El Jubileo en la Sagrada Escritura, J. B. Lobato, BAC-2000, pág. 17). Es el don por antonomasia, paradigma de todo don. En ella va a constatar Israel lo que es la fidelidad de Dios y manifestará la propia miseria y mezquindad a través de tantas infidelidades. «Mía es la tierra» (Ex.19, 5) El único y verdadero propietario de la tierra es Dios, y la distribuye a quien quiere y como quiere. Israel irá aprendiendo poco a poco que se trata de un don de Dios estable, permanente, pero no incondicional. El destierro y la diáspora van a proporcionar un mensaje elocuente a los israelitas. 71

Juan Bautista Lobato Fernández

Apropiarse un don en exclusiva sería un intento de abolir la soberanía de Dios que lo da. Por eso Abraham obedece ciegamente el mandato de Yahvé que le pide el sacrificio de su único hijo, Isaac, «estimando que Dios tiene poder incluso para levantar de la muerte» (Heb. 11, 9). Al ser propiedad de Yahvé, la tierra tiene un carácter sagrado, no se puede profanar. Como no es un don incondicional, en ella hay que cumplir los mandamientos y todo pecado será una profanación: «entrasteis y contaminasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad» (Jer. 2, 7; Cf. Jer. 16, 18; Núm. 35, 33; Dt. 21, 23; 24, 4; Sal. 106, 38). Dios da la tierra entera a todo el pueblo en propiedad colectiva y solidaria. Este es el primer dato de la propiedad. Derecho fundamental que se articula de hecho dividiendo la tierra proporcionalmente a las divisiones del pueblo: tribus, clanes, familias..., reparto igualitario, a todos lo mismo, sin favoritismos ni privilegios. Y como el reparto es «sagrado», obra de Yahvé, se echa a suertes para ver lo que le toca a cada tribu, clan y familia... (Jos. 18, 1-6; Cf. Jos. 14, 5; 13, 7; 19, 51; Núm. 26, 52-56). La parte de cada uno se llama lote, pues es participación en el bien común; también se denomina heredad, donde se arraiga la familia, el apellido; no se vende ni se aliena, sino que se transmite de generación en generación. De este hecho, del reparto y participación en la tierra, se desprende con toda naturalidad el sentido «social» de toda propiedad, ya que el «dato primario» es la propiedad colectiva. 72

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

Deberes de los que poseen la tierra A)

Deberes con respecto a Dios

Si el verdadero y único dueño de la tierra es Yahvé, el israelita que disfruta de la posesión de la misma ha de tener unas obligaciones para con Él. Es lógico que el primer deber de quien tiene el usufructo de la propiedad sea reconocer que él no es propietario, que la tierra es un don de Dios, que el verdadero y único dueño de la tierra es Él. Siempre existe el peligro de ir disfrutando de una especie de «pacífica posesión», olvidarse del trascendente, instalarse en una cierta inmanencia materialista y hacerse dueños y señores del don. Y, sin embargo, a través de la tierra, el pueblo ha de vivir y sentir sus relaciones con Dios, relaciones de dependencia y amistad agradecida. Para ello se proponen estos medios: 1.º La lluvia, que cae de arriba, le recuerda al pueblo constantemente su dependencia de Yahvé. Son muchas las veces que el agricultor mira para el cielo cada día, esperando que asomen las nubes y rieguen con agua abundante los campos yermos. Está acostumbrado a rogar, a esperar del que todo lo puede la fecundidad necesaria, la lluvia tan deseada. Un año de sequía es siempre una gran desgracia para el hombre del campo. Con frecuencia no vale la técnica: «La tierra adonde te diriges para conquistarla no es como la tierra de Egipto, de donde saliste: allí sembrabas tu semilla y la regabas como 73

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una huerta dando a la noria con los pies. La tierra adonde cruzas para tomarla en posesión es una tierra de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo; es una tierra de la que el Señor, tu Dios, se ocupa y está siempre mirando por ella, desde el principio del año hasta el fin» (Dt. 11, 10-12). La misión de Elías en favor del verdadero yahvismo, que Israel va prostituyendo poco a poco, viene confirmada con la lluvia y la sequía, según Dios disponga por boca de su profeta. Oseas une los anillos del proceso: «escucharé al cielo, éste escuchará a la tierra, la tierra escuchará al trigo y al vino y al aceite...» (Os. 2, 23). El pueblo depende de la tierra, la tierra necesita la lluvia, la lluvia viene de Dios. El hombre de ciudad y asfalto va perdiendo insensiblemente tal referencia. Cuando llegan grandes sequías y el grifo se corta, racionando y restringiendo la alegre abundancia, se ve sorprendido, aguantando tal vez la impotencia humana. Había perdido la costumbre de mirar al cielo, entre tanto trajín, comido por las prisas, las máquinas y los altos edificios. O sorprendido quizá por la lluvia excesiva, causando inundaciones, torrentes, riadas, que dejan el campo y la ciudad cuajados de destrozos y muertes, cual si fuera un cruel campo de batalla. Desolador espectáculo para el hombre que pensaba tenerlo todo dominado. 2.º La «memoria» cuasi litúrgica. La gran preocupación pastoral del Deuteronomio sale al paso de un posible y peligroso proceso, que siempre acecha a los humanos en la abundancia. Son las primeras lecciones que ha de aprender Israel en la tierra nueva, que acaba de pisar. 74

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

Reflexión deuteronómica: «Cuando Yahvé tu Dios te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros, que manan en el monte y en la llanura; tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada; tierra que lleva hierro en sus rocas, y de cuyos montes sacarás cobre; entonces, cuando comas hasta hartarte, bendecirás a Yavé tu Dios por la tierra buena que te ha dado. Guárdate de olvidar a Yavé tu Dios no cumpliendo los preceptos y mandatos y decretos, que yo te mando hoy; no sea que, cuando comas hasta hartarte, te edifiques casas hermosas y las habites, críen tus reses y ovejas, aumente tu plata y tu oro y abundes en todo, te vuelvas engreído y te olvides de Yahvé tu Dios que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso, terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que te sacó agua de una roca de pedernal, que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres, para afligirte y probarte y hacerte el bien al final;

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y digas: por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas. ACUÉRDATE de Yahvé tu Dios, que es él quien te da la fuerza para crear estas riquezas, para mantener la promesa, que hizo a tus padres como lo hace hoy.» (Dt.8,7-18.)

La excesiva abundancia corre un serio peligro: olvidarse de Dios. El autor del Deuteronomio pone en guardia acerca del proceso psicológico, que puede despistar al hombre y hacerle llegar al olvido de Dios: a) La prosperidad, que proporciona todo lo humanamente deseable, que hace nadar en la abundancia sin que nada falte, es en sí misma una seria tentación. b) La tierra produce, el hombre elabora y consume el fruto del propio trabajo. Producir - elaborar - tener - consumir -; producir - elaborar - tener - consumir... crea un círculo cerrado del hombre sobre sí mismo. Sociedad del consumo, olvido del trascendente. Es fácil, apropiarse el don, cambiar de valores, dejar otros recuerdos trascendentes. c) Acaba siendo engreído y autosuficiente: el hombre se vale por sí mismo, actúa por sí mismo; no necesita de nada ni de nadie. Pronto se olvidan los malos tiempos, de carencias y penalidades, de oscuridad y desierto, de rebeldías y despistes, de hambre y sed, de miedo y cobardía, de cansancio y desesperanza. Se hace su propio dios. Sustituye al único Dador de todo, al único verdadero Señor. ¿Quién le puso fuerza en su brazo? ¿Quién lo hizo inteligente? ¿Quién 76

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

lo pertrechó y le proveyó de todo? ¿Quién le dio la vida y las cosas todas? ¡Acuérdate! Pero al olvido culpable se puede salir al paso con un claro remedio: el «recuerdo» creyente. ¡Acuérdate! Pero ¿de qué? ¿de quién? Del desierto, cuyo solo recuerdo te hará relativizar tantas cosas. No lo olvides y ten presente que «lo que ahora es, un día no era y puede dejar de ser». ¡Gran lección la de la prueba y la carencia! El mismo ritmo de la Historia debería hacer ver que la prosperidad es sólo una etapa del ciclo anterior, de ningún modo definitiva. Acuérdate además de Yahvé, tu Dios, que fue quien te dio la fuerza y capacidad para poder crearte tantas riquezas. Gran lección ésta para el hombre de la sociedad de consumo, ambicioso de tener, ansioso de gozar a toda costa, señor de la ciencia y de la técnica, dueño aparente del universo, fácilmente olvidadizo de quién es el auténtico Dueño y Señor de todo. Una simple tromba de agua, un alud, un pequeño virus hace caer por tierra a este pobre «Goliat». 3.º Los diezmos y primicias: Otro modo de reconocer y agradecer a Dios el don de la tierra y sus frutos. Diezmo es el cálculo de lo mínimo, que se puede aportar, para satisfacer necesidades diversas. Las primicias son lo mejor y los primeros frutos de la cosecha: «Le darás las primicias de tu trigo, tu mosto, y tu aceite y la primera lana al esquilar tu rebaño» (Dt. 18, 4). Es una entrega que sustituye y representa a la tierra toda. De ahí, la devoción, 77

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diligencia y casi prisa por dar al Señor lo mejor de la cosecha. Así estaba expresamente mandado en la ley: «Cuando entres en la tierra... tomarás primicias de todos los frutos que coseches de la tierra que va a darte tu Dios, los meterás en una cesta... El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la pondrá ante el altar de Yahvé tu Dios...» (Dt. 26, 1 ss.). Esta ofrenda la realiza el cabeza de familia, mientras recita el «credo histórico». Lo mismo que Yahvé te hizo entrar en la tierra, entra el grano en tus graneros, entras al culto con tus dones. Los salmos invitarán a entrar en el templo, vitoreando y aclamando a Yahvé, único Señor del universo, dueño de los cielos, el mar y la tierra firme. B)

Deberes con respecto al prójimo

El lote de la heredad La primera obligación de todo buen israelita, que ha participado en el reparto de la tierra prometida, es conservar la propiedad colectiva y la familiar, no osando enajenar terrenos de familia ni usurpando los ajenos. Junto al palacio del rey Ajab, Nabot, piadoso y fiel israelita, tenía una viña. Ante la propuesta de canje o venta de la huerta, Nabot responde sin vacilar: «¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!» Ante el mal humor del rey decepcionado, su impía esposa Jezabel trama eliminar a Nabot y entregar la huerta al rey. El profeta Elías anunciará a Ajab un gran castigo por haber hecho lo que Dios reprueba. La sabiduría popular rechaza la práctica abusiva de mover los linderos para robar tierra, e incluso la misma ley lo condena: «¡Maldito el que corra los linderos del vecino!». 78

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

Una tierra para todos Pero, sobre todo, es sobresaliente la función social de la propiedad, puesto que la tierra es para todos y a todos debe alimentar, aunque no tengan propiedad. Nadie en el pueblo elegido debe olvidar la tremenda responsabilidad del hombre que se convierte en intermediario del hermano en sus relaciones de dependencia de Dios. Los frutos deben llegar, en justicia, a todos los que no tienen tierra: • En primer lugar a los levitas, que no tienen tierras por decisión de todos en el reparto primero. Era la tribu dedicada al culto y servicio en el templo; es su trabajo y su tarea. Al no poder cultivar la tierra, los demás lo harían por ellos. «Yahvé es su heredad», y procura sustentarlos por la ley de diezmos y primicias. El que sirve a la tierra vive de la tierra, el que sirve a Dios vive de Dios; el que sirve a Dios atendiendo al pueblo, vivirá del pueblo en atención a Dios. • Y también a los desheredados, como son los emigrantes, huérfanos y viudas. Obligación cuyo cumplimiento previo es requisito imprescindible «para que Yahvé te bendiga». «Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto, por eso yo te mando hoy cumplir esa ley». La razón última, que da el Deuteronomio, es que el pobre «es tu hermano». Dios se presenta como modelo en la protección de los más débiles de la sociedad, porque Él «hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al emigrante dándole pan y vestido». Aquí hay una gran fundamentación para comprender, ampliar y profundizar hoy las exigencias de la doctrina social de la Iglesia. 79

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C)

Deberes con la tierra misma

Cultivo de la tierra La primera obligación para con la tierra es cultivarla y labrarla, para que produzca frutos. Los agricultores saben mucho de esto. La tierra sin cultivar es una tierra de baldío, abandonada, descuidada, sin dueño, a merced de las alimañas. Primero el arado, limpieza de hierbas y arbustos, abono seleccionado, la siembra a su tiempo, la lluvia, y finalmente la cosecha. Cuando la tierra no da fruto y los labradores no saben sacarle rendimiento, el dueño de la tierra la arrienda a otros obreros mejores, que aseguren una buena cosecha. Yahvé se pone como ejemplo de buen agricultor, que entrecava, decanta, abona, mima su viña, levanta una torre para el guarda, repara los portillos y asegura una valla protectora contra los ganados y las alimañas. «¿Qué más pude hacer por mi viña? Esperé que diese uvas pero dio agrazones.» Israel va tomando nota de las imágenes que usan los profetas, sacadas de la experiencia en la tierra. Descanso sabático También tiene derecho la tierra al propio descanso; es una especie de piedad ecológica, que se verá recompensada. Todos los trabajadores de la tierra y amantes de la Naturaleza lo saben. 80

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Junto al descanso de la tierra, como se dirá en su momento, Dios va educando a su pueblo en los grandes valores de la justicia, la caridad y la libertad. Para Yahvé vale más el hombre y su libertad que toda la tierra. Guardarás los mandamientos Por eso, la gran pedagogía divina tiene sus métodos educativos: una obligación fundamental del israelita es cumplir los Mandamientos, de cuya observancia depende que conserven su posesión e incluso la misma entrega de la tierra. Lo cual hace más contingente aún su posesión. (Cf. J. B. Lobato, o. c., págs. 22 y ss.) D)

La experiencia del destierro

El exilio en Babilonia fue una experiencia traumatizante, una verdadera catarsis nacional. Maniatados con cadenas o cuerdas, hubieron de caminar seiscientas millas hasta el fértil creciente. Tirados por el camino quedaron todos los que no resistieron tan horrible marcha, el calor y la crueldad de los guardianes. Los que consiguieron sobrevivir fueron separados en colonias por el territorio, trabajando para Nabucodonosor y los ricos terratenientes. «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos y lloramos con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras», recuerda en la oración sálmica un creyente israelita, que lo vivió con intensa amargura. 81

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Los opresores del pueblo elegido querían divertirse a su costa: «Cantadnos un cantar de Sión». Sería una profanación cantar en tierra extraña los cantos del Señor. Preferible sentir la lengua pegada y la mano derecha paralizada, que haga imposible cantar ni tocar. Hasta las cítaras están colgadas en los árboles, los sauces, que acompañan el lamento. Sólo sentimientos de rabia e impotencia salen, por ahora, de aquellos corazones rotos: «¡Capital de Babilonia, criminal! ¡Quién pudiera pagarte los males que nos has hecho! ¡Quién pudiera agarrar y estrellar tus niños contra las piedras!» Pero la palabra profética de Ezequiel, Deutero-Isaías, quizá otros, va logrando poco a poco cambiar las actitudes de su pueblo, sumido en profunda crisis humana y creyente. Ayudados por los que siguen creyendo, confiando, en perfecta sintonía con el proyecto de Dios, los profetas, han hecho una profunda lectura creyente de lo que está aconteciendo y un sincero examen de conciencia: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres,... lo que has hecho con nosotros está justificado... hemos pecado... no obedeciendo tus mandamientos... es un castigo merecido...» Al no poder ofrecer sacrificios, sangre de animales, para aplacar a Dios; despojados de todo, la maravillosa pedagogía divina los hace entrar en el propio corazón: «...tenemos un corazón quebrantado y un espíritu humillado: recíbelos como si fueran una oblación de holocaustos de toros y carneros, de millares de corderos cebados. Ese será hoy nuestro sacrificio para ti, para aplacarte fielmente; porque los que confían en ti no quedan defraudados. Te seremos enteramente fieles, de todo corazón te seguiremos, te temeremos y buscaremos tu rostro, no nos de-

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fraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia.» (Dan. 3, 39-42.)

Sin tierra, sin culto, sin las principales instituciones que les servían de apoyo, simplemente con la historia concreta y la vida dura de cada día, Dios sigue guiando y educando a su pueblo elegido. Se trata de una etapa de prueba, para valorar lo que tenían y no supieron aprovechar. No bastaba un culto vacío, que no implicaba la vida, las relaciones fraternas. Yahvé sigue siendo fiel, es el pueblo el que no lo fue y debe volver a serlo. E)

La voz de Jeremías

Jeremías, el profeta de Anatot, sin cuya aportación «la historia de la Humanidad hubiera seguido otro curso» (Renan), quiere desligar la vida religiosa de Israel de las instituciones, que le han hecho perder autenticidad. Por eso se enfrenta con las más altas instancias religiosas de la nación, «oficialmente» representantes de Dios. Ni el templo, símbolo de seguridad nacional, salvará las conductas falsas de una sociedad injusta: «…no os hagáis ilusiones con razones falsas repitiendo: “el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor”. Si no explotáis al emigrante, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde antiguo y para siempre.» (Jer. 7, 4.6-7.)

Con arriesgada valentía denuncia a los máximos responsables de unas situaciones injustas: el rey, los ministros, los ricos; 83

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les exige respetar la justicia y el derecho, no explotar sino defender a los pobres y débiles, no derramar sangre inocente, para poder ocupar con dignidad el trono de Israel. El profeta echa en cara a Joaquín la irresponsable e injusta construcción de palacios y villas lujosas; a base de no pagar salarios debidos. Es un corazón tremendamente apegado al lucro, para lo cual no le importa derramar sangre inocente, abusar y oprimir (Cf. Jer. 22). EL AÑO JUBILAR El descanso, en la Biblia, es otro elemento básico para comprender las fiestas judías y el jubileo. El sábado La distribución de la semana en siete días, siendo el séptimo, sábado, día de descanso, fue probablemente original de Israel. Significado del sábado: La palabra «sábado» viene del hebreo «sâbbat», que significa «cesar de trabajar, descansar», y en forma activa, «detener, parar». Designa el séptimo día de la semana y, por extensión, el año sabático que sucede cada siete años. Israel va descubriendo, poco a poco, que al igual que la Naturaleza va alternando tiempos de actividad con tiempos de inacción, de crecimiento y de enraizamiento, el hombre ha de asegurar una cierta alternancia entre productividad y ocio, trabajo y descanso. Más aún, el dedicar un tiempo sin actividad 84

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para disfrutar, contemplar, alabar a Dios por la Naturaleza, por la capacidad transformadora del hombre, por los distintos acontecimientos que vive, es algo sagrado. El precepto del sábado es un signo claro de que los Mandamientos no son obligaciones impuestas, sino favores, que liberan de cargas. El sábado es un regalo del tiempo vivido en libertad. Vivir esta experiencia un día cada semana o un año de cada siete es una intuición original de Israel. Valor religioso del sábado Si no podemos afirmar con plena seguridad que el origen del sábado sea exclusivamente israelita, lo que no cabe la menor duda es la originalidad de Israel en lo referente a la santificación del sábado por la relación con el Dios de la alianza y es además un elemento de dicha alianza. Sin duda alguna, es la fiesta que más identifica al pueblo elegido. Es el día en que Dios se manifiesta a su pueblo y el pueblo se dedica sólo a honrar a Dios. La teología del sábado implica sintonizar con la dinámica del Dios creador, al que se alaba como tal y del que se reconoce una plena dependencia como creatura. Sólo Él proporciona seguridad; es peligroso para el hombre confiar en las propias fuerzas. AÑO SABÁTICO Cada siete años se celebraba el año sabático. En él se imponían dos obligaciones principales: el reposo de la tierra y la liberación de esclavos israelitas. 85

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Dos finalidades tenía dicha celebración: una humanitaria, proporcionando descanso al hombre y al campo, y la libertad para los esclavos; la otra, religiosa, al reconocer el señorío de Dios sobre la tierra, entregada en administración a su pueblo, a condición de cumplir la ley. De hecho, el pueblo entero, congregado en la fiesta de los tabernáculos, escuchaba con atención y emoción la ley proclamada desde el Santuario. Así se recordaba a los israelitas que no se deberían apegar demasiado a los negocios terrenos ni ser insensibles con los hermanos más pobres. En el mismo sentido hay otra normativa en el Éxodo (Cf. 23, 10-11) sobre el barbecho de los campos cada siete años, con carácter sagrado y en beneficio de los pobres. No se puede agradar a Dios en la tierra prometida, que es un regalo de su amor para todos, sin respetar y ayudar al hermano (así llama el Deuteronomio al prójimo israelita). Por eso hay que tener un corazón bueno con el hermano pobre, prestarle con generosidad, sin regateos y condonar toda la deuda en el año sabático. Liberación de los esclavos «Si se te vende tu hermano, hebreo o hebrea, te servirá seis años, y al séptimo lo dejarás ir en libertad. Cuando lo dejes irse en libertad, no lo despidas con las manos vacías: cárgalo de regalos de tu ganado, de tu era y tu lagar, y le darás según te haya bendecido el Señor, tu Dios. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor, tu Dios, te redimió; por eso yo te impongo hoy esta ley.» (Dt. 15, 12.)

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Es un complemento de la remisión de deudas, ya que la situación de esclavitud era, la mayoría de las veces, por incumplimiento de un pago. Por tanto, la abolición de las deudas cada siete años implicaba de hecho, en muchos casos, la manumisión de los esclavos. AÑO JUBILAR La palabra «jubilar» o «jubileo» procede del término hebreo «yôbel», que significa cuerno de carnero o trompeta. Precisamente al toque del cuerno o la trompeta se anunciaba el año jubilar. Su anuncio producía una inmensa alegría o júbilo, sobre todo para los esclavos, deudores, empobrecidos, desposeídos de sus tierras. En cambio, el comienzo del séptimo mes del año ordinario se anunciaba con el toque simple del «sofar». También esta institución tiene una estructura septenaria, es decir, se celebraba a los siete años sabáticos, o sea, cada siete semanas de años. Según unos, el cómputo coincidía con el año cuarenta y nueve; según otros, se celebraba el año cincuenta. Un doble sentido o finalidad tenía la celebración del jubileo judío: — un fin social, para hacer práctica la libertad y la solidaridad, que Yahvé quería para los miembros de su pueblo; — para todos, obtener la remisión de los pecados. Año penitencial y de reconciliación con Dios y con los hermanos. Institución del Jubileo «Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años. A toque de trompeta darás

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un bando por todo el país, el día diez del séptimo mes. El día de la expiación haréis resonar la trompeta por todo vuestro país. Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis el jubileo, cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta es para vosotros jubilar, no sembraréis ni segaréis el grano de ricio ni cortaréis las uvas de cepas bordes. Porque es jubileo, lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos.» (Lev. 25, 8-12)

El año jubilar comenzaba el día diez del mes séptimo, para los judíos Tisri, para nosotros septiembre-octubre. La primera celebración comunitaria era la fiesta de la expiación. Se proclamaba una remisión general de los pecados. Fiesta de la Expiación Hoy llamada «día de las expiaciones» o simplemente el «día». Es una fiesta tardía en el judaísmo; hoy es una de las grandes solemnidades. En Lev. 16 se describe con todo detalle el ritual de la misma. a) Ritual de expiación. Todo el día es de descanso, de penitencia y ayuno. El sacerdote ha de captar la benevolencia de Dios por los pecados propios y por los del pueblo. No se puede vivir enemistados con Dios. Hay que hacerle propicio. Lo cual se consigue con ofrendas y sacrificios. El primer animal que se sacrifica es un toro, que el oficiante ofrece por los propios pecados y por los de su «casa», la de Aarón. Es la única vez al año que el sumo sacerdote pene88

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

tra en el santo de los santos, inciensa el propiciatorio y lo rocía con la sangre del toro. Sacrificado también un macho cabrío, ofrecido por los pecados del pueblo, entra de nuevo el sumo sacerdote y rocía con su sangre el propiciatorio. b) El macho cabrío, por «Azazel». La comunidad ofrece dos machos cabríos, dentro de las celebraciones de expiación. Se echan a suertes; uno es para Yahvé y otro para «Azazel». El primero se usa en el sacrificio por los pecados del pueblo, como ya hemos dicho. El segundo servirá para materializar la expiación a la vista de todos. El macho cabrío, que queda con vida, dedicado a «Azazel» (quizá el demonio), es presentado delante de Yahvé. El sumo sacerdote le impone las manos y le transmite, cargándolos sobre él, los pecados de todo el pueblo. Un hombre se encargará de conducirlo al desierto, donde queda abandonado a su suerte, hasta que perezca. Para poder reintegrarse de nuevo a la comunidad, el conductor del macho cabrío habrá de purificarse lavándose y limpiando sus vestidos, pues había quedado impuro al contacto con el animal. Simbólicamente los pecados han ido al desierto, quitados de la comunidad. Los ritos de sangre, símbolo de la vida, restablecen la pureza y la santidad del pueblo elegido, ante su Dios, que es santo. Queda así recuperada la paz con Dios y con los hermanos del pueblo santo. Pero todo esto son ritos externos, que en nada afectan al corazón de los israelitas. Habrá que esperar a los tiempos del Nuevo Testamento para encontrar un sacrificio capaz de reconciliar al hombre con Dios y cambiar los corazones: 89

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«…se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo con... observancias exteriores... Cristo, en cambio,... mediante sangre no de cabras y becerros, sino suya propia, entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una liberación irrevocable.» (Heb. 9, 9-12.)

Sin embargo, Israel, a su manera, como anticipo de lo que serán los tiempos definitivos, se preparaba a la tan esperada celebración, lavando las conciencias de toda impureza legal y buscando la paz con todos, para poder festejar con verdadero júbilo el año de las grandes liberaciones. Las claves del Jubileo Una vez pacificadas las conciencias y cumplidos los ritos purificatorios, venían las exigencias sociales del año del Señor (Cf. B. Orchard y AA.VV., Verbum Dei, I, págs. 595-597): — año de barbechada, o descanso de la tierra, — año de devolución de propiedades, — año de emancipación de esclavos, y — año de remisión de deudas. LA BARBECHADA o descanso de la tierra se regía por las mismas normas y tenía el mismo significado del año sabático. Piedad ecológica se llama esto, pues también la tierra tiene derecho a un reposo. Lo saben muy bien los labradores, que procuran dicho tiempo sin labranza incluso para conseguir una mayor productividad, como consecuencia de un descanso agradecido. 90

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

El aspecto social procuraba que los pobres, forasteros y viudas pudiesen aprovisionarse de alimentos con lo que espontáneamente ofrecía la tierra sin cultivo. DEVOLUCION DE PROPIEDADES. Los campos y casas, que se hubiesen enajenado desde el último jubileo, volvían a su primitivo dueño. Así se restablecía la heredad familiar y reconocían al único Dueño y Señor de la tierra. Por eso, la venta de las tierras se calculaba por el número de cosechas que faltaban para el próximo jubileo. Ellos podían vender el fruto, respetando siempre la heredad familiar, pues la tierra es de Dios. Tal valor tenía la heredad familiar que el mismo vendedor o algún familiar suyo eran los primeros que tenían derecho a rescatar lo enajenado. De nuevo el precio se calculaba por los años que faltasen para el próximo jubileo. También la venta de las casas, como la de las tierras, se calculaba con referencia al próximo jubileo (Cf. R. de Vaux, o. c., págs. 246 s.). Sin embargo, las casas de ciudad amurallada sólo se podían redimir en el primer año después de vendidas; en adelante, ya ni siquiera en el año jubilar... salvo las casas de sacerdotes y levitas. Los «suburbios», en cambio, son inalienables, ya que constituyen el único medio de subsistencia para los levitas (Cf. B. Orchard y AA.VV., Verbum Dei, I; pág. 195). Son leyes claramente protectoras de la supervivencia de sacerdotes y levitas, que no poseían tierras. EMANCIPACIÓN DE ESCLAVOS La esclavitud en el antiguo Oriente: Uno de los motivos principales para la esclavitud en el antiguo Oriente era la gue91

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rra, donde se conseguían los esclavos como botín de la misma. Se compraban y vendían como simple mercancía. En Israel también existían esclavos, no sólo extranjeros, como botín de guerra o comprados, sino también israelitas, normalmente deudores insolventes, que no podían pagar con tierras y quedaban como siervos trabajando las tierras del acreedor; a veces, quedaba como esclavo el deudor y su familia. No sabemos el precio que tenía un esclavo. A José le vendieron sus hermanos por veinte monedas de plata (Cf. Gén. 37, 28). Era considerado como puro objeto de mercado. Sin embargo, existían leyes protectoras contra los malos tratos, accidentes laborales, etc. No le debía faltar lo necesario para vivir. Las mujeres esclavas servían a la dueña de la casa. El amo las casaba a su antojo; o las tomaba como concubinas, mejorando su situación. También en Israel sabemos que Abraham y Jacob toman esclavas concubinas, a petición de sus mujeres estériles. El dueño podía manumitir al esclavo, si le apetecía. Podía imponerse la libertad como compensación por injurias corporales. En Israel la esclavitud, como veremos, era temporal para los esclavos y esclavas israelitas. Emancipación de esclavos en el año jubilar. En este año, los esclavos recuperaban la libertad, así como los deudores insolventes, cuya única salida había sido la esclavitud. Los esclavizados por insolventes tenían derecho al rescate cuando pudieran pagar la deuda. El precio se calculaba por los años que faltaban para el jubileo. 92

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Había una convicción clara en Israel, que avalaba todas estas normas: el único dueño y señor de los israelitas es Yahvé, que sacó a su pueblo de Egipto. Por eso ninguno de ellos puede ser perpetuamente esclavo de ningún hombre. Estaba prohibida la esclavitud perpetua y los malos tratos. El israelita podía ser esclavo, como máximo, siete años. En cambio, los esclavos extranjeros lo eran para siempre. Por eso, si antes de los siete años de esclavitud caía el jubileo, el esclavo israelita quedaba libre. Y si un israelita era esclavo de un extranjero, residente en Israel, debería ser liberado igualmente en el año jubilar. REMISIÓN DE DEUDAS. Estaba prohibido cobrar interés por el dinero o comida prestados a un israelita, pues el israelita pobre merece hospitalidad. Además había que evitar el peligro de caer en la usura. De ahí que las deudas acumuladas por otros conceptos, causa frecuente de esclavitud, también eran condonadas en el año jubilar (Cf. B. Orchard y AA.VV., Verbum Dei, I, pág. 196). EL JUBILEO DEL AÑO 2000 Las esperanzas del año jubilar, en el que descansaban las tierras, se daba libertad a los esclavos y se perdonaban las deudas, se cumplieron definitivamente y con una plenitud insospechada en el nacimiento de Jesús, el Mesías, el Señor. «Las palabras y obras de Jesús constituyen de este modo el cumplimiento de todos los jubileos del Antiguo Testamento.» En Cristo el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y su historia. Él ha asumido en sí mismo al hombre, a todo hombre; le ha dado la máxima dignidad. 93

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La Encarnación del Verbo es el comienzo del cristianismo, el anhelo de todas las religiones, el máximo encuentro de Dios con el hombre. La conmemoración de los dos mil años y el paso al tercer milenio coinciden con el tránsito de una nueva «edad» en la historia humana, caracterizada por cambios radicales en las culturas de la «aldea global» de este mundo, intercomunicada como nunca. En este tiempo está presente también la acción salvífica de Dios. Por eso, el gran jubileo del Año Santo 2000, que nos aprestamos a celebrar, y el tiempo anterior de su preparación pueden significar, con la ayuda de Dios, un extraordinario «Año de gracia». (Cf. «Proclamar el Año de Gracia del Señor», CEE. núm. 12 y 15). Los jubileos suelen tener preferentemente un tono espiritual, en el sentido de facilitar la renovación de las conciencias, buscando un encuentro con Dios y la revitalización de la fe. Por lo general, se vive como una experiencia personal. Los fieles procuran acercarse a los sacramentos, lucrar las indulgencias, hacer alguna obra buena, vivir la conversión personal. El nivel comunitario viene a consistir en las celebraciones y encuentros masivos con ocasión de ganar las gracias del jubileo. Los sacramentos de penitencia y comunión son, por lo general, la expresión más visible y cuidada. Las indulgencias, como remisión de penas por el pecado. En concreto, el Papa quiere facilitar a los fieles la posibilidad de lucrar las indulgencias de un modo más generoso. Para ello, los centros donde se puedan ganar las gracias del jubileo han de ser numerosos, no sólo «in Urbe» (en Roma), sino «extra Urbem» (fuera de Roma). 94

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La peregrinación es también una vivencia, que acompaña al jubileo. El peregrino, caminante en esta tierra, sin morada definitiva, como el transeúnte o vagabundo, además del signo penitencial ha de asumir la perspectiva de la provisionalidad. Pasan las horas, los días, los meses y los años. Pasa la vida, «una mala noche en una mala posada», dice Teresa de Jesús; somos peregrinos en camino hacia la casa del Padre. Todo va quedando atrás, en el olvido. Todo es relativo. Sólo permanece Dios y el bien que hicimos, al caminar, que acompañará nuestro encuentro definitivo con Él. La catolicidad, vivida en comunión con la propia iglesia diocesana y con el Obispo de Roma, es otra de las características del jubileo eclesial. Los bautizados renovamos el gozo de nuestra pertenencia a la Iglesia, madre en la fe, misterio de comunión para la misión. Amar a la Iglesia, como es: divina y humana, santa y pecadora, jerarquía y fieles, evangelizada y evangelizadora, perdonadora y necesitada de perdón. La Iglesia de Jesús, «Madre y Maestra», experta en humanidad, servidora de los pobres y sencillos, levadura del Reino, promotora de la causa de Jesús. Amar con locura a la Iglesia, como a una madre, aunque tenga defectos, es otra gracia extraordinaria, que nos puede y debe aportar el jubileo. La alegría fue siempre la experiencia característica de los jubileos. No sólo interior, dice Juan Pablo II, sino exterior, ya que la venida de Dios al mundo, la Buena Noticia, que es Jesucristo, es un suceso exterior, visible, audible, palpable. No se trata de un vano y fantástico milenarismo. Si cada persona, recordando su nacimiento, bautismo, matrimonio u 95

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ordenación sacerdotal, celebra sus bodas de plata y oro, como una fecha particular (para todos) y especial de gracia (para los creyentes), a nadie debe extrañar que los cristianos queramos celebrar, con especial júbilo y gozo, los dos mil años del nacimiento de Jesucristo (Cf. T. M. A., 16), Más aún, es normal que se sientan invitados a festejar este acontecimiento todos los hombres de buena voluntad que sepan valorar lo que han significado para la Humanidad estos dos mil años de cristianismo. Por algo es la fecha marcada por el calendario más utilizado hoy en el mundo entero. Finalmente, hay que reconocer que también en la Iglesia ha pasado a un segundo plano en las celebraciones jubilares el aspecto social, que tanto problema suponía en Israel. No está ausente, sin embargo, en los planteamientos de la Tertio Millennio Adveniente. DOS ASPECTOS FUNDAMENTALES en el Jubileo, al igual que lo fueron en la Biblia, son: — la conversión del pecado, y — las exigencias sociales. 1)

VIVIR EL GOZO DEL PERDÓN

Tanto en los jubileos veterotestamentarios como en las celebraciones jubilares de la Iglesia, la experiencia de conversión y perdón ha sido siempre aspecto principal, tanto una conversión personal como comunitaria. «No podemos atravesar el umbral del nuevo milenio sin purificarnos por el arrepentimiento, pues «reconocer los fracasos de ayer es un acto de 96

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lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy». De este modo la Iglesia podrá vivir lo que ella es, Iglesia del Señor, con toda fidelidad. Se trata, por tanto, no sólo de una conversión personal, sino también y a la vez de una «conversión pastoral», puesto que tendremos que emprender acciones distintas de las que hasta ahora hemos realizado y realizar de manera diferente, apostólica y evangelizadora, muchas de las actividades ordinarias de la Iglesia. A lo largo de estos años deberíamos preguntarnos de una manera continuada —e ir alcanzando las respuestas correspondientes— en qué tendría que cambiar y en qué medida tendría que convertirse la Iglesia en España para situarse correctamente en el horizonte del año 2000» (C.E.E., ibíd., 20). Sentido de pecado «personal» No es fácil aceptar el propio pecado y sentirnos pecadores. Jesús lo recordó insistentemente: «Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz.. Todo el que obra mal detesta la luz... por miedo a que su conducta quede al descubierto» (cf. Jn. 3, 19-20). A los maestros de Israel, que le presentan una mujer adúltera para que Jesús les diga si hay que lapidarla, les responde: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra» (Cf. Jn. 8, 7). En una disputa con los maestros de la ley acerca de lo que es o no pecaminoso, dice a los suyos: «Lo que sale del hombre eso es lo que mancha al hombre. Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos 97

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pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (cf. Mc. 7, 20 ss.) Lo que no se perdona es el pecado contra el Espíritu Santo, que es la cerrazón total a Dios y a su perdón (Cf. Mc. 3, 28-30). La Iglesia santa es también pecadora Los cristianos debemos agradecer a Dios el don inestimable de la Iglesia, «sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (L.G.,1), en la que tantos frutos de santidad, de hombres y mujeres, se han producido a lo largo de su historia. Ahora bien, en el clima jubilar del gozo vivido por la conversión y el perdón, tanto de las personas como de las comunidades, justo es que la Iglesia asuma también solidariamente los pecados de sus hijos, que a lo largo de la Historia han desvirtuado el rostro de Cristo y su evangelio. Es la Iglesia, «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante», que no se avergüenza de reconocer en su seno las debilidades y miserias propias de la condición humana, incluido el pecado. «La Iglesia, aun siendo santa por su incorporación a Cristo, no se cansa de hacer penitencia: ella reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores. Afirma al respecto la Lumen gentium: “La Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación”» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 8). 98

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La Puerta Santa del Jubileo del 2000 deberá ser simbólicamente más grande que las precedentes, porque la Humanidad, alcanzando esta meta, se echará a la espalda no sólo un siglo, sino un milenio. Es bueno que la Iglesia dé este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy» (cf. T.M.A., n.º 33). Como son: • La ruptura de la unidad entre los creyentes. En este segundo milenio que concluye, la comunión eclesial, por culpa compartida, ha sufrido rupturas escandalosas. Lo que sigue siendo un desafío y una tentación. Como don del Espíritu Santo, hemos de pedirlo insistentemente; como tarea nuestra, es un reto para todos los cristianos, que implica un serio examen de conciencia. • La intolerancia y la violencia para imponer la verdad. Aun reconociendo las circunstancias y condicionamientos culturales del momento, la Iglesia ha de lamentar profundamente las actuaciones de sus hijos, que han desfigurado el rostro de su Señor crucificado, paciente y manso, que debe hacerse presente en su Iglesia. «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas» (cf. Vaticano II, «Dignitatis humanae», n.º 1) • La falta de testimonio de los cristianos. Puede estar en el fondo de la indiferencia religiosa de muchos, la pérdida del sentido de trascendencia en la existencia humana, de valores fun99

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damentales, como el respeto a la vida y a la familia. También a los hijos de la Iglesia les invade con frecuencia la atmósfera de secularismo y relativismo ético. A veces falta la experiencia de oración y sobran vacilaciones en la fe. Con frecuencia es patente una cierta flojera o falta de entusiasmo por parte de los creyentes, que no pueden contagiar ni ilusionar a los demás. • La corresponsabilidad en la injusticia y marginación social. Por falta de discernimiento y compromiso de los creyentes, se violan derechos humanos fundamentales y se toleran flagrantes injusticias. • La falta de generosidad para recibir y poner en práctica el inmenso caudal de gracia que ha supuesto el Concilio Vaticano II. ¿Con qué sed hemos bebido de la Palabra de Dios? ¿Cómo vivimos las celebraciones litúrgicas, «fuente y culmen» de la vida eclesial? ¿Cómo hemos promovido y alentado los distintos carismas y ministerios en el Pueblo de Dios? ¿Cómo hemos sido testigos de la verdad y del bien y servidores de un mundo renovado? (cf. T.M.A., n.os 34 al 36). La sociedad, viciada por el pecado «La verdad os hará libres» El 20 de noviembre de 1990 la Conferencia Episcopal Española publicaba la instrucción pastoral «La verdad os hará libres», denunciando una situación generalizada de crisis moral en la sociedad española. a) Hay una pérdida de conciencia moral, que se manifiesta en el «todo vale... a cualquier precio...» con tal de buscar el propio provecho. 100

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Ya no está claro lo que es bueno o malo, pues no se admiten normas objetivas. La moralidad la imponen la opinión de la mayoría en las encuestas, la prohibición o no de la ley civil (por ejemplo, el aborto), lo que a cada uno le es o no favorable o rentable. b) Se ha implantado en todos los ámbitos de la sociedad una tolerancia y permisividad totales. Cada cual puede hacer lo que le apetezca, sin que la sociedad rechace su conducta. c) Se ha generalizado una clara distinción entre moral privada y moral pública, asumiendo como normal la incoherencia y contradicción al actuar en uno u otro campo. d) Ha habido un interés evidente por desprestigiar la moral propugnada por la Iglesia, como represiva y trasnochada. e) Todo esto ha producido una pérdida general de valores, que afecta — al individuo, en relación a la verdad, la justicia, la propiedad, los derechos de cada hombre, etc.; — a la sociedad, donde se ha instalado la corrupción a todos los niveles, la primacía de lo económico, generalización del fraude, el dinero negro, el éxito o enriquecimiento fácil. • El sexo como separado de la procreación y del amor; el amor, independiente de la fidelidad en la pareja; trivializando frívolamente la sexualidad en las relaciones extramatrimoniales, prematrimoniales y homosexuales. • La familia, cuestionada desde tantos puntos de vista como es su constitución, permanencia, planificación cómoda y egoísta de la natalidad, marginación y soledad de los ancianos. 101

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• Falta de respeto a la vida, mediante el aborto, la eutanasia, la violencia de todo tipo, el terrorismo, en las familias, parejas rotas y maltrato a la mujer…, la degradación mediante el alcohol y la droga. También existen «estructuras de pecado» Siempre que hablamos de pecado nos referimos a las acciones personales. Es Juan Pablo II, en la Sollicitudo Rei Socialis, el que primero habla de «estructuras de pecado». Se entiende por «estructura de pecado» la suma de factores negativos, que actúan en contra del bien común universal en la sociedad. Tales estructuras son causadas siempre por actos concretos de las personas, el pecado personal; pero ellas (las estructuras), a su vez, condicionan la conducta de los hombres y son causa de nuevos pecados. Un análisis creyente de la realidad va más allá de consideraciones ético-morales, hasta llegar al concepto de pecado, como ofensa a Dios y al prójimo. Dos son las actitudes fundamentales, que contribuyen a causar el pecado y las estructuras de pecado: — afán de ganancia exclusiva, y — sed de poder, añadiendo a ambas, dice el Papa, la expresión «a cualquier precio». Los obispos españoles nos recuerdan que la raíz de la pobreza está en el sistema socioeconómico que nos envuelve, «en su concepción utilitarista y de desigualdad, en los “mecanismos per102

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versos” de la ambición y del lucro desorbitados y en la sed de poder a cualquier precio y de cualquier manera, con todas las funestas consecuencias que conlleva para los más débiles». Es decir, se trata de la absolutización de la ganancia y el poder, en la que «todo vale», y de unas consecuencias imprevisibles para la convivencia en sociedad. Además, según el análisis del Pontífice, una y otra actitud suelen ir indisolublemente unidas, lo cual agrava mucho más la situación. Siendo esto así, no sólo los individuos sino también las naciones y los bloques pueden ser víctimas de las grandes actitudes, causantes del pecado. Detrás están ocultas diversas formas de idolatrías, como son el dinero, la ideología, la clase social o la tecnología. Si el mal que realmente impide el desarrollo de los pueblos es un mal moral, fruto, a su vez, de muchos otros pecados, que crean «estructuras de pecado», es claro que el camino a seguir, para llegar a una sociedad más justa y solidaria, será siempre el de la conversión de las personas, liberadas de las estructuras del mal. 2)

LAS EXIGENCIAS SOCIALES, HOY

Doctrina Social de la Iglesia, voz profética en el siglo XX «Es todo el mundo, desde sus cimientos, el que hay que cambiar», gritaba Pío XII. Con mayor urgencia y rotundidad debe resonar hoy esta misma afirmación. Es todo un orden social y moral 103

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nuevo. Baste recordar unos cuantos párrafos entresacados del Magisterio de la Iglesia en el presente siglo. Son las llamadas del Espíritu, que va preparando a la Humanidad para este nuevo orden mundial, que hemos de propiciar los cristianos, en primer lugar. Nuestro sistema económico Pío XI, en el cuarenta aniversario de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, recordaba los peligros de la economía de libre mercado, dejada a su aire y sin frenos legales: «En nuestro tiempo no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos...» Esta concentración del poder económico, dice el Papa, es la consecuencia del funcionamiento mismo del capital, que se canaliza a través de sociedades anónimas y otras similares, siempre en manos de unos pocos, que lo manejan a su antojo y capricho —a veces de modo tiránico—, ya que tienen prácticamente en sus manos la sangre y la vida misma de la economía global. Pablo VI recordará las fatales consecuencias de tal sistema, cuando concurren las economías fuertes con las débiles: «La regla del libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones internacionales... cuando las condiciones son demasiado desiguales de país a país: los precios que se forman “libremente” en el mercado pueden llevar consigo resultados no equitativos» (P.P. 58. 59). La propiedad privada La mentalidad bíblica sobre la posesión de «la tierra» y sus normas jubilares tienen también el eco correspondiente en la 104

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Doctrina Social de la Iglesia y, en concreto, en el Concilio: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos... El hombre... no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás» (G.S. 69). Están estas afirmaciones en el contexto de las orientaciones conciliares sobre el desarrollo económico, que siempre ha de estar al servicio del hombre y bajo su control. En el mismo sentido abunda Pablo VI: «Si la tierra está hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia y los instrumentos de su progreso, todo hombre tiene el derecho de encontrar en ella lo que necesita. Todos los demás derechos, sean los que sean, incluso el de propiedad, están subordinados a ello» (P.P. 22). La deuda externa Es otra de las consecuencias negativas de la economía de libre mercado entre los ricos y poderosos y los pobres y subdesarrollados. Es Juan Pablo II el que expresa su preocupación por este estado de cosas: «Los países endeudados, para satisfacer el compromiso de la deuda, se ven obligados a exportar los capitales que serían necesarios para aumentar o, incluso, para mantener su nivel de vida...; por la misma razón, no pueden obtener nuevas fuentes de financiación indispensables» (S.R.S. 19). Tanto en esta encíclica como en la Populorum Progressio, la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que, aun admitiendo el 105

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principio de que las deudas deben ser pagadas, «no se puede llevar a poblaciones enteras al hambre y a la desesperación; ni se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables». Es urgente «encontrar modalidades de reducción, demora o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso (Ibíd.). «En el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-28), los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» (T.M.A., 51). El 0,7% para el Tercer Mundo Partimos del injusto reparto de bienes, a nivel mundial, como muestran los siguientes datos totalmente fiables: una quinta parte del planeta, los más ricos , acaparan el 82,7% de la riqueza mundial; otra quinta parte posee el 11,7% de los bienes; otra quinta parte se conforma con el 2,3%; a otra parte le toca el 1,9%, y finalmente los más pobres tienen que sobrevivir con el 1,4%. Según este reparto, el 60% de la Humanidad, es decir, más de la mitad del mundo, tiene que subsistir con el 5,6% de recursos mundiales. Como consecuencia, al menos una quinta parte de la Humanidad, que han de conformarse con el 1,4% de la riqueza mundial, luchan cada día con la muerte. Se impone, por tanto, una justa recompensa, acordada, como mínimo, en el 0,7% del P.I.B. de cada nación desarrollada para las subdesarrolladas. 106

El Jubileo en la Sagrada Escritura: sentido y mensaje

¿SEGUIRÁ TODO IGUAL? Sabemos que en Israel la aplicación práctica de las leyes jubilares chocaron con dificultades insuperables. Es posible que los preceptos del año jubilar nunca se cumplieran. Pero no cabe duda alguna que fueron hitos marcados por los creyentes más sensibles a las llamadas de Dios, que iba preparando el corazón del pueblo elegido para ser testigo privilegiado de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret, que anuncia ya presente en Él «el año de gracia» del Señor. Juan Pablo II, en la Tertio Millennio Adveniente, recuerda que, aunque estos preceptos del jubileo no pasaran de ser una expectativa ideal, sin embargo marcan unos fundamentos válidos para lo que será un día la doctrina social de la Iglesia. La voz de los acontecimientos en torno al huracán en Centroamérica, que ha suscitado tantos sentimientos de solidaridad; el grito universal a favor de unas sentencias justas, que no dejen impunes las actuaciones de los dictadores; el clamor de la sociedad para que el diálogo por la paz sea fructífero, se conozca el fin de la violencia y el respeto a todos los derechos humanos, así como las medidas de gracia jubilares son, entre nosotros, fuertes llamadas para tomar en serio, aquí y ahora, las exigencias del año jubilar. Nuestras comunidades eclesiales han de asumir lo específico del espíritu cristiano, que ha de ir más lejos que los dictados de la justicia, ya que se trata de la caridad. Como nos dice Jesús: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se 107

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prestan entre ellos para recibir lo equivalente. Vosotros amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio; así vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo. Porque Él es bueno para los ingratos y malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc. 6, 31-36). Así podrán ser «claves de nuestro jubileo» la conversión personal y comunitaria y la opción por los pobres, fundamental en la Iglesia de Jesús.

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DIOS CREADOR Y PADRE EN LA LITERATURA APOSTÓLICA EUGENIO ROMERO-POSE Obispo auxiliar de Madrid

INTRODUCCIÓN El título «Dios Padre» no es frecuente en los estudios sobre la literatura patrística trinitaria (1); tampoco abundan las (1) Cf. V. VENANZI, Un panorama bibliográfico, 1960-72, en Augustinianum 13 (1973), 452-453; A. HAMMAN, Bibliografía trinitaria patrística, en Estudios Trinitarios 11 (1977) 307-331 (abarca desde el año 1945 hasta el 1975); Indice dei volumi 1 (1961) – 30 (1990) de la revista Augustinianum 31 (1991), 5-192, en la que bajo el vocablo Trinità no figura ningún trabajo con el título Dios-Padre, a excepción de uno de C. CURTI (cf. infra); E. ROMERO POSE, Bibliografía Patrística Trinitaria (1976-1989), en Estudios Trinitarios 25 (1991), 159-220. Algunos de los títulos específicos sobre la paternidad de Dios no se refieren a los PP. Apostólicos, cf. P. NEMESHEGYI, La paternité de Dieu en Origéne, París-Tournai, 1960; O. BRUN, Qui me voit, voit le Père, Institut Catholique, París, 1969 (tesis dactilografiada sobre la exégesis agustiniana de Jn 14, 9); E. BAILLEUX, Dieu notre Père, selon le ‘De Trinitate’ de saint Augustin, en Revue Thomiste 72 (1972), 181-197; C. CURTI, Il linguaggio relativo al Padre e al Figlio in alcuni passi di «Commentarii in Psalmos» di Eusebio di Cesarea, en Augustinianum 13 (1973), 483-506; Ph. FERLAY, Père et Fils dans l´Esprit. Le mystère trinitaire de Dieu, Le Centurion, París, 1979; L. CIGNELLI, Studi basiliani sul rapporto Padre-Figlio, StBiblFA 15, Franciscan Printing, Jerusalem, 1982; J. M. GARRIGUES, L´Esprit qui dit «Pére», Li-

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selecciones de los principales pasajes de los primeros escritos cristianos en los que se nos habla de los diversos nombres atribuidos a Dios (2); por otra parte, no es mucho el espacio dedicado por las clásicas monografías sobre Dios al apartado de los atributos y calificativos del Padre en la época apostólica (3). Dejando aparte los comentarios patrísticos al «Padrenuestro» (4) y las investigaciones de A. Orbe (5) sobre la primera teología trinitaria, no conocemos monografía alguna en la que se estudie amplia y sistemáticamente el tema de la paternidad de Dios en los Padres Apostólicos. Merecería la pena perseguir, paso a paso, cada uno de los versículos de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) para descubrir cuál era el sentimiento de los primeros tiempos y lo que han dicho las más tempranas comunidades cristianas acerbraire P. Réqui, París, 1982; A. ORBE, Visión del Padre e incorruptela según San Ireneo, en Gregorianum 64 (1983), 199-241. Excepción son los estudios sobre los PP. Apostólicos; entre ellos véase R. BERTHOUZOZ, Le Père et le Saint-Esprit, d´après les Lettres d´Ignace d´Antioche, en Freiburger Zeitschrift für Philosophie und Theologie 18 (1971), 397-418. (2) Cf. La teología dei Padri. Testi dei padri latini greci orientali scelti e ordinati per temi, Vol. I, Città Nuova Editrice, 1974; S. SABUGAL, Credo. La fe de la Iglesia. El Símbolo de la fe: historia e interpretación, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1986, 151 ss. (3) Cf. J. L. PRESTIGE, Dios en el pensamiento de los Padres, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1975; B. STUDER, Dios salvador en los Padres de la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1993. (4) Cf. S. SABUGAL, Abba´… La Oración del Señor, B.A.C. 467, Madrid 1985; cf. A. ORBE, «El “Padre nuestro” según Marción», en Compostellanum 33 (1988) 301-304. (5) Cf. Estudios sobre la teología cristiana primitiva, Editorial Ciudad Nueva-Editrice Pontificia Università Gregoriana, Madrid-Roma 1994; Introducción a la teología de los siglos II y III, Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma 1987.

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ca de la misericordia de Dios Padre (6), pero es sorprendente la poca atención y el poco espacio que han prestado los más antiguos escritores al pasaje lucano (7), probablemente por ser muy conocido y, por esto mismo, no se veía la necesidad de insistir en él. Al no poder reconstruir la exégesis de los Padres Apostólicos a la parábola de la misericordia, optamos por seleccionar los lugares en los que los escritos, de fines del siglo I hasta mediados del siglo II llegados hasta nosotros, reflejan algo de lo que decían sobre Dios (Theós) Padre: la Didaché, S. Clemente Romano, la Carta a Bernabé, S. Ignacio de Antioquía, el Pastor de Hermas, la Doctrina Apostolorum, la Secunda Clementis (homilía anónima), Policarpo de Esmirna, el martirio de Policarpo y la Carta a Diogneto (8). Estos escritos son testigos de la predicación y de la tradición más inmediata que hace posible que nos retrotraigamos (6) Cf. A. ORBE, Parábolas evangélicas en San Ireneo, B.A.C., Madrid, 1972, I, 154-204. (7) Cf. Biblia patrística, I, 361; II, 315; III, 302; IV, 253; V, 298; VI, 236; cf. H. J. SIEBEN, Exegesis Patrum. Saggio bibliografico sull´esegesi biblica dei Padri della Chiesa, I. P. Augustinianum, Roma, 1983, 75-76. (8) La epístola a Diogneto no es un escrito que tenga las características del denominado «corpus» de literatura apostólica y no tiene porqué ser elencado, ni por el contenido ni por la datación, entre los primeros escritores cristianos. De todos modos lo tenemos aquí en cuenta por añadir un ejemplo de temprana literatura apologista que, por algún tiempo, fue contado entre los autores apostólicos. Para la procedencia geográfica, datación cronológica y autoría de los Padres Apostólicos, cf. R. TREVIJANO, Patrología, Sapientia fidei 5, B.A.C., Madrid, 1998. Para los textos, cf. las ediciones preparadas por J. J. AYÁN en Fuentes Patrísticas 1, 3, 4 y 6, Ciudad Nueva, Madrid, 1991-1995, y Padres Apostólicos, edición preparada por D. RUIZ BUENO, B.A.C., Madrid, 1974.

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hasta los mismos días del Señor; representan la segunda generación cristiana y reflejan el sentir de las primeras catequesis y comunidades y las más antiguas interpretaciones de los libros sagrados. Las características de estos testimonios literarios recuerdan los escritos pastorales de los círculos paulinos y joanneos, por su estilo, temática, viveza, sencillez y frescura. Nada más lejos de ellos que intentar un sumario o una síntesis acabada del significado y alcance del acontecimiento cristiano. Ofrecen, con tanta sencillez, libertad y espontaneidad como hondura, lo que habían recibido, creído y celebrado. No en vano cada fragmento o texto del «corpus apostólico» refleja un ambiente exhortativo, litúrgico u oracional. Cada línea es una parte de su vida y todos ellos son una especie de diario de la vida íntima de los cristianos y del establecimiento de la Iglesia que propugnaba ser un mundo nuevo en medio de la sociedad greco-romana. En vez de detenerse en estos autores, es más tentador ir directamente a los grandes sistematizadores de la primera teología cristiana, a los grandes teólogos de la segunda mitad del siglo II y del siglo III (entre otros, S. Justino, S. Ireneo, Hipólito, Tertuliano, Clemente Alejandrino y Orígenes), pero no deja de tener su atractivo asomarse a los discípulos de los mismos apóstoles o a aquellos que nos han legado aspectos de la predicación apostólica para contemplar cuáles fueron los primeros balbuceos cristianos, después de los relatos evangélicos y de los testimonios apostólicos canónicos, sobre Dios Creador y Padre. Busco los aspectos que más han valorado y subrayado los más antiguos testigos de la Magna Iglesia al confesar la afirmación que pasaría a ocupar el primer lugar del artículo del Sím112

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bolo: «Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra» y, sobre todo, Creador del hombre. Adelanto, por otra parte, que al tener en cuenta sólo los primeros testimonios de la Gran Iglesia no tengo presente la rica literatura apócrifa ni las aportaciones teológicas de las especulaciones de las distintas escuelas gnósticas. La lectura de los autores y obras citadas puede ser realizada de múltiples maneras: analizar autor por autor según su contexto histórico y cultural, comparar los distintos escritos atendiendo a la rica pluralidad temática y teológica (resp. exegética) en los denominados Padres Apostólicos, o escoger solamente los elementos comunes y obviar las diferencias. Estos posibles modos de acercarnos a estos escritos nos llevaría demasiado lejos y sería objeto de más de una monografía. He optado, en cambio, por intentar un camino nuevo y, por nuevo, discutible: recoger todas las referencias de la literatura apostólica (siglos I-II) —escritos anteriores a los Padres Apologistas— en donde aparece el término Dios, subrayando de un modo especial los pasajes donde se recurre al calificativo de Padre. No me detengo en el análisis de las ricas variaciones de Theós, despotes, Kyrios, etc. Una vez señalados estos lugares buscamos la unidad de todos ellos. Los presentamos a modo de una sinfonía donde se manifieste con más fuerza la armonía de fondo de las distintas comunidades eclesiales de esta época. Atreverme a hacer un entreverado de textos trae a la memoria composiciones literario-teológicas de la antigüedad tardía y de la alta Edad Media; en muchas de estas obras se buscaba la originalidad no siendo originales. Es de recordar, entre otras, la forma y el estilo del comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana. 113

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Al unir los textos entre sí quisiera, por una parte, remitir al lector a los mismos textos —para ello los cito en nota— y, por otra, proponer decir una palabra sobre Dios Padre al modo de las primeras generaciones cristianas, con sus mismas expresiones y su misma forma y estilo. De otro modo, al entrelazar autores tan distintos, que no distantes, geográfica y culturalmente, hago el intento de realizar una especie de mosaico donde cada tesela ayude a descubrir la policromía y la belleza de las primeras expresiones sobre el Dios cristiano. Al poder tener antes los ojos el texto o la selección de textos que justifican cada afirmación o cada palabra, se podrán escoger y ampliar aspectos que, por mi parte, únicamente indico sin detenerme en posibles y posteriores desarrollos temáticos. LA CREACIÓN DE DIOS CREADOR Y PADRE La Didaché comienza la presentación del mensaje y programa cristianos con la expresión: «en primer lugar, amarás a Dios, que te ha creado» (9). La primera alusión a Dios es una referencia al Creador; más aún, se subraya que el hombre que reconoce que es criatura es el que abraza el camino auténtico, el camino del bien, frente a los que han abrazado el camino del mal por ser «desconocedores del que lo ha creado» (10), por ser «destructores de la obra de Dios» (11). El (9) Didaché I, 2: «El camino de la vida es este: en primer lugar, amarás a Dios que te ha creado; en segundo lugar, a tu prójimo como a ti mismo, y todo cuanto no desees que se haga contigo, tú tampoco se lo hagas a otro». (10) Cf. Didaché V, 2. (11) Cf. Pseudobernabé XX, 2.

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sentirse «creado», el confesar al Creador es la afirmación que da paso a las restantes atribuciones y calificativos referidos a Dios que aparecen, con no poca frecuencia, en los restantes escritos apostólicos y que denuncian la utilización de fuentes comunes (12). Decir bien del Creador incluye el hablar bien de la Creación y, sobre todo, de la criatura. El decir mal es el camino errado que impide reconocer la realidad y desemboca en la exclusión del cimiento de la Creación. Decir bien del Creador es posibilitar el progresar en el conocimiento de la verdad encerrada en la Creación. El Señor Creador del universo, Padre de la Creación (13), se distingue y caracteriza por ser fiel, justo, admirable, sabio, inteligente, misericordioso, compasivo (14), «clemente, bueno, manso y veraz: es más, sólo Él es bueno» (15). Únicamente al Creador se le pueden asignar tan grandes atributos que no sólo dejan admirado a la criatura sino que le hacen admirable y adorable. La luz que desprende la Creación es reflejo de la luz creadora y por eso la criatura se admira, se deja deslumbrar y adora. El Señor Creador y Padre es «el que creó el mundo con su fuerza invisible y poderosa y con su gran inteligencia», el que (12) Así el Pseudobernabé XIX, 2: «amarás al que te ha creado». (13) Cf. El Pastor de Hermas, Comparaciones IX, XII, 2. (14) 1 Clemente LX, 1: «Pues Tú has hecho patente la ordenación eterna del universo por medio de tus obras. Tú, Señor, creaste el universo; Tú, fiel en todas las generaciones, justo en las sentencias, admirable por tu fuerza y grandeza, sabio al crear, inteligente al establecer sólidamente lo que existe, bueno con las cosas visibles, fiel con los que han confiado en Ti, misericordioso y compasivo…». (15) Cf. Diogneto VIII, 8.

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con su designio ciñó de hermosura la Creación, con palabra poderosa fijó el cielo, asentó la tierra y con su sabiduría y providencia creó y bendijo la Santa Iglesia (16), el que «todo lo abarca y sólo Él es inabarcable» (17). Él, que habita en el cielo, es el sólo digno de ser glorificado «por su grandeza, excelencia y poder», y «que de la nada ha creado los seres» (18). Da gloria quien se siente amado. La Creación encierra el amor derramado por su Creador. La hermosura del cosmos impulsa a amar a quien se siente amado: la criatura humana. El amor de la criatura a quien le ha creado, al que le plasmó (19), le mueve a glorificarle, pues le liberó y le donó todos los bienes. DE UN CREADOR GENEROSO A UNA CRIATURA AGRADECIDA Amar y glorificar son verbos que antes de ser pronunciados son grabados en el sencillo corazón creado. Pero poder amar y glorificar es un don que conduce a otro don: el entregar con la misma generosidad y gratuidad lo que somos y lo que recibimos. El Creador inclina a la generosidad, a dar al (16) Cf. El Pastor de Hermas, Visión I, III, 4. (17) El Pastor de Hermas, Mandamiento I,1: «Ante todo, cree que existe un único Dios. Él ha creado y ordenado todo; ha hecho pasar todas las cosas del no ser al ser; lo abarca todo. En cambio, sólo Él es inabarcable». (18) Cf. El Pastor de Hermas, Visión I, I, 3.6; cf. Diogneto VIII, 7. (19) Cf. Pseudobernabé XVIII, 2: «Uno es el Señor desde siempre y por siempre…»; ibíd., XIX, 2: «Amarás al que te creó, temerás al que te plasmó, glorificarás al que te liberó de la muerte. Serás sencillo de corazón y rico de espíritu…».

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que pide y está necesitado, «pues el Padre quiere que todos reciban de sus propios dones» (20). Nada propio tiene la criatura dado que el poseer es ajeno al ser en gratuidad. Si uno dona algo a otro u hace el bien no hace más que manifestar lo que antes hicieron con él. En el obrar el bien se hace patente la gratuidad, es decir, que todo viene de Él (21). La generosidad es compañera de camino del agradecimiento y de la bondad. Pero si todo es un regalo llegado de las manos del Creador, también se recibe como una gracia la admiración ante la grandeza de su bondad (22). La bondad no es más que una forma de admirar al Creador y sorprenderse que la dádiva llegue hasta el extremo que Dios está dispuesto a procurarnos el bien que queramos hacer (23). Si en la admiración al Creador tiene su origen la bondad —ambas, admiración y bondad, proceden del que todo lo crea y mantiene en la existencia— también el ser grandes de espíritu los unos con los otros, con mansedumbre, como Dios lo es (24) con nosotros, es donación del Creador. Somos creados para que en el cómo somos se manifieste lo que el Creador es con cada criatura. Y el Creador, que mira y vela por nosotros, quiere que nosotros miremos y velemos por el (20) Didaché I, 5: «A todo el que te pida, dale y no se lo reclames, pues el Padre quiere que todos reciban de sus propios dones»; cf. El Pastor de Hermas, Mandamiento II, 4; cf. 1 Clemente XXXII, 1. (21) Clemente XXXIV, 2: «Así pues, es necesario que estemos llenos de celo por el buen obrar pues de Él viene todo». (22) Clemente XIII, 4: «… cuando oyen estas cosas, admiran la grandeza de la bondad». (23) Cf. Ignacio, Esmirniotas XI, 3. (24) Cf. Ignacio, a Policarpo VI, 2.

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otro y que no nos consideremos creación aislada ni criaturas solitarias sino solidarias. Aceptar y admirar al único Creador garantiza que la creación es de todos y para todos; es el mejor de los apoyos para la edificación de una Humanidad nueva donde el compartir no sólo es posible sino que se considera una gracia que dimana del Creador y uno de los más profundos reclamos de la creación, porque la creación de Dios no puede ser acaparada por unos pocos sino que a todos pertenece y todos deben participar de ella para que haya paz (25). Es posible «dar con sencillez a todos los necesitados» porque el Creador «quiere que se dé a todos de sus propios dones» (26). Su bondad hace que le tengamos «como a nuestro sustentador, padre, maestro, consejero, médico, inteligencia, luz, honor, gloria, fuerza y vida» (27). Todos ellos títulos que miran al bien del hombre. El auténtico servicio de la criatura es prolongar lo que estos calificativos significan y contienen, es prolongar la obra del Creador prodigándose en donación; servir y dar en sencillez, como si se tratase de las más creatural de las acciones. La acción que no conlleva entrega esconde el (25) El Pastor de Hermas, Visión III, IX, 2: «Así pues, escuchadme ahora, vivid en paz entre vosotros, apoyaos mutuamente, preocupaos los unos de los otros y no acaparéis para vosotros solos la creación de Dios; por el contrario, haced partícipes de vuestra abundancia también a los necesitados». (26) Pastor de Hermas, Mandamiento II, 4.5.6: «Obra el bien y del fruto de los trabajos que Dios te ofrece, da con sencillez a todos los necesitados, sin dudar a quién darás o a quién no. Da a todos. Pues Dios quiere que se dé a todos de sus propios dones... Así pues, este servicio realizado con sencillez fue glorioso en la presencia de Dios. Por tanto, el que sirve con sencillez vivirá para Dios». (27) Cf. Diogneto IX, 6.

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verdadero sentido impreso por el Creador en la creación. Nadie da de buen grado lo que antes de buen grado no lo ha recibido. Para saber del origen del agradecimiento que empuja a la gratuidad es menester aprehender de quién es el Creador. Sólo entonces es cuando ha lugar el milagro, la nueva creación, de salvar las distancias entre las criaturas, entre el pobre y el rico, entre el grande y el pequeño. No deja de ser iluminador que las afirmaciones y alusiones sobre Dios Creador concluyan reiteradamente con el deseo de establecer una Humanidad en la que compartir los dones de la Creación es la primera de las consecuencias para las criaturas. Cuando se es consciente de que todo se recibe de Dios, el rico se entrelaza con el pobre y le procura todo sin vacilación alguna, compartiendo los dones del Señor (28), pues es «Dios quien nos concede lo mismo el hablar que el oír» (29). La riqueza no es más que de Dios y Él a todos la distribuye. La criatura que desvela al Creador se siente empujado a ser manifestación de Aquel que se ha revelado en la acción creadora, y es auténtico imitador del Creador el que tiende la (28) El Pastor de Hermas, Comparaciones II, 5-10: «...cuando el rico se entrelaza con el pobre y le suministra lo que necesita, creyendo que lo que hace por el pobre podrá encontrar recompensa ante Dios (porque el pobre es rico en la oración y en la confesión y su oración tiene un gran poder ante Dios), el rico le procura al pobre todo sin vacilar… se afana por el pobre para que no le falta nada en su vida… el rico, sin vacilar da al pobre la riqueza que recibió de Dios... comprendió el sentido de su riqueza, obró a favor del pobre con los dones del Señor... Así también, los pobres, al interceder por los ricos ante el Señor, colman la riqueza de éstos y, a su vez, los ricos, al dar a los pobres lo necesario, colman las vidas de éstos...». (29) Cf. Diogneto I.

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mano al necesitado entregándole lo que de Él recibió; el que es magnífico porque sabe de la magnificencia divina (30). La criatura es creada y está llamada para mostrar que la magnificencia de Dios se da la mano con la magnanimidad de los que quieren ser felices siendo inferiores para que otros sean superiores. Es imitar el estilo del Creador, el que se abaja para que la criatura reciba lo que le eleva y lo que le lleva a participar de la gloria manifestada ya en la creación. Nada más ajeno al Creador que privar a la creación de su magnificencia y de sus gracias, ni nada más ajeno al ser criatura que privarse de dar aquello con lo que el Creador le ha agraciado. Si feliz es el que enriquece dando, infeliz y desgraciado será el que, siendo extraño al Dador de todo, niega el sentido de la creación considerándola únicamente posesión suya. DIOS CREADOR Y PADRE: PLASMADOR DEL HOMBRE El Creador del universo todo lo crea para el hombre. La creación es para quien pueda recibir, compartir y agradecer. Pero es en la creación, en la plasmación, del hombre cuando se hace ver quién es el Creador que llega a revelarse como Padre. (30) Diogneto X, 5-6: «Porque no está la felicidad en dominar tiránicamente sobre nuestro prójimo, ni en querer estar por encima de los más débiles, ni en enriquecerse y violentar a los necesitados. No es ahí donde puede nadie imitar a Dios, sino que todo eso es ajeno a su magnificencia. El que toma sobre sí la carga de su prójimo; el que está pronto a hacer el bien a su inferior en aquello justamente en que él es superior; el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en Dios de los que reciben de su mano, ése es el verdadero imitador de Dios».

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Dios Creador y Padre es el que hizo al hombre a su imagen y semejanza, es decir, a la imagen de su Hijo Jesucristo, Señor también del cosmos y «cetro de la grandeza de Dios» (31), «el aspecto inmaculado y poderosísimo de Dios (32); de tal modo que toda criatura es la hechura de Dios y en ella quedó impresa, plasmada, el indeleble sello de la paternidad de Dios (33). La creación es escenario para que Dios Creador sea Padre de su Imagen, de su Hijo, y de los que a imagen de la Imagen fueron plasmados porque los amaba; amaba a los que creó en su propio Hijo para hacerlos hijos. En el conocimiento del Hijo se nos revela, pues, como el Padre que nos ha creado, y en el Hijo, imagen perfecta, podemos contemplar la grandeza para que la hemos sido creados. La magnitud de la criatura se descubre en Aquel por quien fuimos creados y en Aquel en quien fuimos plasmados. La paternidad está enraizada en ser Creador. El Creador y Padre plasma al hombre a su imagen porque lo ama y sólo al hombre hace que pueda mirar hacia arriba (31) 1 Clemente XVI, 2: «El cetro de la grandeza de Dios, el Señor Jesucristo, no vino con el alboroto de la jactancia ni de la soberbia, a pesar de que tenía poder, sino con sentimientos de humildad, tal como el Espíritu Santo había hablado de Él». (32) 1 Clemente XXXVI, 2: «... Por Él miramos como en un espejo el aspecto inmaculado y poderosísimo (de Dios); por Él se han abierto los ojos de nuestro corazón; por Él nuestro pensamiento necio y oscurecido florece a la luz; por Él quiso el Señor que gustásemos del conocimiento inmortal, pues Él sigue siendo resplandor de su grandeza,...». (33) Pseudobernabé V, 5: «Más aún, hermanos míos, si el Señor soportó padecer por nosotros, a pesar de que era el Señor del cosmos, al que Dios dijo desde la fundación del mundo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”» (Gen 1, 26); cf. A. ORBE, Antropología de San Ireneo, B.A.C. 286, Madrid, 1997.

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para contemplarle a Él (34). Si el universo creado guarda la belleza que invita a glorificar a su Artífice, la plasmación del hombre desborda toda expectativa: la criatura humana puede mirar a Dios y podrá llegar a verle. La expresión «mirar hacia arriba» indica que sólo la criatura que camina y alza su vista descubre a su Dios Creador que le abre un futuro infinito. Antes de que la criatura abra sus ojos, es precisamente el Padre quien le mira a ella para revelarle que siempre es Él quien toma la iniciativa. Para contemplar a Dios antes es menester ser contemplado. Con Dios Creador la voz activa precede a la pasiva. En efecto, Dios Padre comienza a hacer patente su paternidad cuando, dirigiéndose y mirando a su Hijo, contempla, asimismo, a todas las criaturas (35), y en éstas brilla la misericordia y dulzura del que las ha creado, por eso aquéllas deben conducirse siempre como personas de bien (36). La paternidad de Dios supone que nos dona la existencia y el ser contemplados en Aquel que más ama el Padre: su Hijo. La belleza que se manifiesta en cada uno de los humanos es participación de la «hermosura de la figura» humana que aflora de la mirada del Padre a su Hijo. Los seres creados son (34) Diogneto X, 2: «Porque Dios amó a los hombres, por los cuales hizo el mundo, a los que sometió cuanto hay en la tierra, a los que concedió inteligencia y razón, a los solos que permitió mirar hacia arriba para contemplarle a Él, los que plasmó de su propia imagen...». (35) Pseudobernabé VI, 12: «En efecto, sobre nosotros habla la Escritura cuando (el Padre) dice al Hijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y domine las fieras de la tierra, las aves del cielo y los peces del mar» (Gen 1, 16). Y dijo el Señor cuando vio nuestra hermosa figura: «Creced, multiplicaos y llenad la tierra» (Gen 1, 28). Esto lo dijo dirigiéndose al Hijo». (36) 1 Clemente XIV, 3: «Conduzcámonos como hombres de bien según la misericordia y la dulzura del que nos ha creado»; 2 Clemente III, 1: «Habiendo tenido con nosotros tal misericordia...».

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espejos en los que se reflejan la belleza, misericordia y dulzura del Dios Creador y Padre. Ser criatura, ser humano, «grande ante Dios» (37), icono filial de Dios, es ser el primero de los dones de la paternidad del Padre Creador, llamado a esperar en Él (38). La criatura es el don por excelencia y el don es ser en verdad hijo del Padre Creador que puede, por ser hijo, esperar y, sobre todo, a amarle pues «sin amor nada es agradable a Dios» (39). La esperanza y el amor es lo que más acerca y une el hombre a Dios y le conducen a la perfección. El agrado de Dios es que la criatura confíe en Él y le ame. Los hijos de Dios Creador y Padre si aman y esperan se preparan para ser su «pueblo santo» (40); a ser sus amigos si se mantienen fieles obedientes a su palabra, pues no abandona a los que en Él esperan y hace herederos de la promesa (41). (37) Pseudobernabé VIII, 4: «¿Por qué son tres los niños que aspergen? Es un testimonio a favor de Abraham, Isaac y Jacob porque son grandes ante Dios». (38) Pseudobernabé XVI, 1-2: «Respecto al templo os diré también que los desgraciados, en su error, esperaron en el edificio, como si fuese la casa de Dios, pero no en Dios que los había creado. Pues es más o menos como los gentiles, lo consagraron en el templo. Sin embargo, aprended cómo el Señor lo rechazó...». (39) 1 Clemente XLIX, 5: «El amor nos une a Dios...; el amor todo lo soporta; tiene paciencia con todo. En el amor nada es vulgar, nada soberbio. El amor no ocasiona cisma, el amor no se subleva, el amor todo lo hace en armonía. En el amor alcanzaron la perfección todos los elegidos de Dios; sin amor nada es agradable a Dios». (40) Pseudobernabé XIV, 6: «Pues la Escritura dice cómo el Padre le mandó que, tras rescatarnos de las tinieblas, se preparase un pueblo santo»; cf. ibíd., XV,7. (41) 1 Clemente X, 1-2.7; XI, 1: «Abraham, llamado el amigo, fue hallado fiel por haber sido obediente a las palabras de Dios. Aquél por obe-

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El hijo tiene como vocación, como ser llamado, ser santo, es decir, rescatado y salvado; está llamado a ser amigo en la fidelidad obediente a la palabra pronunciada en la creación y en la Historia. Dios Creador y Padre, por su parte, jamás abandonará el empeño de culminar su obra cumpliendo sus inefables promesas. El hijo, la criatura, fue hecho para recibir la promesa. Ejemplo de amistad y fidelidad es Abrahám, criatura amiga y fiel a su Creador, que pudo ver la gloria de Dios; ejemplo de esperanza es Lot, salvado por su hospitalidad y piedad. La historia de la creación y de la salvación no es más que la historia de los hijos que confían, esperan y aman. Ahora bien, los que permanecen en el amor, siendo creyentes, llevan grabada «la imagen de Dios Padre por medio de Jesucristo» (42). La criatura es hija porque es imagen del Padre; es la más grande y extraordinaria de todo lo creado, la «hecha» con las sagradas y puras manos divinas, es la alegría y diencia salió de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre para heredar las promesas de Dios después de haber abandonado una tierra pequeña, una parentela débil y una casa insignificante... Por su hospitalidad y piedad, Lot fue salvado de Sodoma... con lo que el Señor puso de manifiesto que no abandona a los que esperan en Él...»; ibíd., XVII, 2: «Abraham fue grandemente atestiguado y fue llamado amigo de Dios. Con sentimientos de humildad dice al mirar la gloria de Dios...»; ibíd., XIV, 1: «Así pues, es más justo y santo que seamos obedientes a Dios que seguir con jactancia y agitación a los cabecillas de una repugnante envidia»; ibíd., XXXIV, 7: «Por tanto, nosotros, reunidos en concordia, en comunión de sentimientos, invoquemos fervorosamente, como si de una sola voz se tratara, a Aquél, para que nos haga partícipes de sus grandes y gloriosas promesas». (42) IGNACIO, Magnesios V, 2: «Así también hay dos monedas, la de Dios y la del mundo, y cada una de ellas tiene grabada su propia imagen: los incrédulos, la de este mundo, y los creyentes (que están) en el amor, la imagen de Dios Padre por medio de Jesucristo».

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el adorno del mismo Creador y Señor (43), el Dios vivo (44) que crea la vida, Dios de toda carne, que todo lo alcanza con su mirada, testigo de toda actuación humana, salvador de los necesitados y creador y protector de todo espíritu (45). El hijo es el salido de las manos del Padre, y el que, con mimo, es protegido como el más preciado de los adornos. El adorno, el hombre como cosmos, es la alegría del Padre Creador. Belleza y alegría se aúnan en la criatura-hija del Padre; hijo que es creado, contemplado, socorrido y protegido con el mismo cuidado que tiene el alfarero cuando toca y da forma al barro. EL HOMBRE PLASMADO POR EL PADRE: HERMANO POR SER HIJO El origen de la paternidad radica en la creaturabilidad y es el principio de la fraternidad; y los hombres se manifiestan (43) 1 Clemente XXXIII, 2-5.7: «Pues el mismo Creador y Señor del universo se alegra con sus obras. Pues con su grandísimo poder fijó sólidamente los cielos y con su inteligencia inabarcable los ordenó... Lo más extraordinario y grande sobre todas las criaturas por su inteligencia, el hombre, lo creó Dios con sus sagradas y puras manos como representación de su propia imagen. Pues dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. E hizo Dios al hombre, macho y hembra los hizo» (Gen 1, 26-27). ... Veamos cómo todos los justos se adornaron de buenas obras y cómo también el mismo Señor se alegró al adornarse de buenas obras». (44) Cf. Ignacio, Filadelfios I, 2; cf. El Pastor de Hermas, Visión II, III, 2; III, VII, 2. (45) 1 Clemente LIX, 3: «... que creas la vida, el único bienhechor de los espíritus y el Dios de toda carne, que ves en los abismos, el testigo de las obras humanas, el socorro de los que están en peligro, el salvador de

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como hermanos cuando comparten lo recibido en la casa y de las manos del Padre. Es Padre el que da la vida. Es Padre el que nada busca más que dar y darse; así es el «Señor del universo que no tiene necesidad de nada» (46) y que sólo quiere que le reconozcan como Padre. Él es el que guardará el número de sus elegidos en todo el mundo (47). Quien se sienta vivificado sabe que lo propio sólo corresponde al Dios Padre Creador —el Señor—, en cuyo nombre somos bautizados (48). El hijo sabe dónde está el Padre. La criatura le dice que está en el cielo y a Él se dirige en oración llamándole Padre (49), y a Él le da gracias en la eucaristía (50), porque suya es la gloria y el poder por los siglos. El hijo se siente reconocido cuando es agradecido. Dar gracias y compartir los dones es la peculiaridad de la filiación. Quien acoge a Dios como Creador y como Padre único (51) tiene al necesitado como hermano y acepta los aconlos que desesperan, el creador y protector de todo espíritu...»; ibíd., LXIV, 1: «Por lo demás, Dios que todo lo ve... y el Señor de toda carne»; 2 Clemente VIII, 2: «Pues somos barro en la mano del Artífice. ...es necesario que guardemos la carne como templo de Dios». (46) 1 Clemente LII, 1: «Hermanos, el Señor del universo no tiene necesidad de nada. Nada de nada necesita, sino que le confesemos». (47) 1 Clemente LIX, 2: «...pediremos para que el Señor del universo mantenga intacto el número contado de sus elegidos en todo el mundo...». (48) Cf. Didaché 7, 1.3; IX, 5; cf. 1 Clemente XXXIV, 7. (49) Didaché VIII, 1: «Tampoco oréis como los hipócritas; por el contrario, orad así, como mandó el Señor en su evangelio: Padre nuestro...»; El Pastor de Hermas, Visión I, I, 9. (50) Cf. Didaché IX, 2.3; X, 1; IX, 1-4: «En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro… Luego, sobre el pedazo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro... Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo». (51) Cf. Ignacio, Magnesios VII, 2.

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tecimientos como provenientes del mismo Creador y Padre sabiendo «que nada sucede sin Dios» (52). Éste es el que se mantiene en las enseñanzas de Dios (53) al contrario del que se extravía (54); el que en el Nombre del Padre (55), que es santificado (56), da gracias porque habita en nuestros corazones (57) y es «templo del Señor» (58); no abandona la educa(52) Didaché III, 10-IV, 1: «Los sucesos que te sobrevengan los acogerás como bienes, sabiendo que nada sucede sin Dios. Hijo mío, noche y día te acordarás del que te anuncia la Palabra de Dios, y lo honrarás como al Señor, pues donde se proclama su soberanía, allí está el Señor». Pseudobernabé XIX, 6: «...No desearás unirte con los altivos; por el contrario, tratarás con los humildes y los justos. Los sucesos que te sobrevengan los acogerás como bienes, sabiendo que nada sucede sin Dios». La expresión «sabiendo que nada sucede sin Dios» es tenida como un logion escriturístico por Orígenes (De principiis III, 2, 7): «...la Sagrada Escritura nos invita a aceptar lo que sucede como proveniente de Dios, sabiendo que nada sucede sin Dios». (53) Didaché VI, 1-2: «Vigila para que nadie te extravíe de este camino de la enseñanza, pues te enseña fuera de Dios». (54) Didaché VI, 1-2: «Por el contrario, el camino de la muerte es éste:... asesinatos, adulterios, pasiones, fornicaciones, robos, idolatría, magia, hechicería, saqueos, falsos testimonios... amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, desconocedores de los que ha creado, asesinos de los niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo». (55) Cf. Didaché VII, 1.3. (56) Cf. Didaché VIII, 2; cf. Pseudobernabé X, 1. (57) Cf. Didaché X, 2; cf. El Pastor de Hermas, Mandamiento III, 1; íd., Comparaciones V, IV, 3: «El que es siervo de Dios y tiene al Señor en su corazón…»; cf. íd., Mandamientos III, 1. (58) Pseudobernabé XVI, 6-8: «Indaguemos si existe un templo de Dios. Existe allí dónde Él mismo dice que lo construye y lo ordena… Así pues, encuentro que existe un templo. Aprended cómo será edificado en el nombre del Señor. Antes que creyésemos en Dios, la morada de nuestro

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ción de sus hijos enseñándoles «el temor de Dios» (59) y no ordena con dureza a los esclavos pues «esperan en el mismo Dios» (60); rumia la palabra de Dios y presenta su oración humilde (61) para no desfallecer (62) y para glorificar el Nombre del Señor (63) y alcanzar a Dios (64); medita, con gozo y sencillez, en su corazón el sentido exacto de la palabra recibicorazón era corruptible y débil, como sucede, en realidad con cualquier templo construido por la mano (del hombre), porque estaba repleto de idolatría y era casa de los demonios por hacer todo lo que contrariaba a Dios... Prestad atención para que el templo del Señor sea construido con magnificencia... Al recibir el perdón de los pecados y esperar en su nombre fuimos hechos nuevos, creados otra vez desde el principio. Por ello, Dios habita verdaderamente en nuestra morada, en nosotros...»; Ignacio, Efesios IX, 1-2: «...como piedras que sois del templo del Padre, dispuestos para la edificación de Dios Padre... Así pues, todos vosotros sois compañeros de camino, portadores de Dios y portadores de un templo...»; cf. íd., Magnesios VII, 2; íd., Filadelfios VII, 2: «...guardad vuestra carne como templo de Dios»; cf. El Pastor de Hermas, Visión I, III, 4. (59) Cf. 1 Clemente XXI, 6; Policarpo, a los Filipenses IV, 2. (60) Didaché IV, 9-13: «No dejarás de la mano a tu hijo o a tu hija sino que desde la juventud les enseñarás el temor de Dios. No ordenarás con dureza a tu esclavo o a tu esclava, los cuales esperan en el mismo Dios, para que no dejen de temer a Dios que está sobre unos y otros. Pues no viene a llamar con acepción de personas, sino a los que Él ha preparado el espíritu. Vosotros, siervos, someteos con honor y temor a vuestros señores como a imagen de Dios. Odiarás toda hipocresía y todo lo que no es grato al Señor. Tendrás cuidado de no abandonar los mandamientos del Señor y guardarás lo que has recibido sin añadir ni suprimir nada». (61) El Pastor de Hermas, Visión III, X, 6: «Toda petición necesita de humildad». (62) 2 Clemente II, 2: «...dice que presentemos sencillamente nuestras oraciones ante Dios para que no desfallezcamos como las que sufren dolores de parto...». (63) Cf. El Pastor de Hermas, Visión II, I, 2. (64) Cf. Ignacio, Esmirniotas XI, 1; íd., a Policarpo II, 3.

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da (65); conoce la grandeza de los dones recibidos (66); glorifica a Dios al descubrir a los imitadores de Dios» (67), y por ser elegido por Dios llega a considerar las cadenas de la persecución como diademas (68), y a no ser esclavo de las riquezas para ser útil a Dios (69) ni a envolverse en negocios y otros asuntos mundanos para comprender lo que es la justicia (70). (65) Pseudobernabé X, 10-11: «Y en el camino de los pecadores no se detuvo (Salm 1, 1), como los que pecan aparentando temer al Señor... Uníos a los que temen al Señor, a los que meditan en su corazón el sentido exacto de la palabra que recibieron, a los que refieren y guardan las disposiciones del Señor, a los que saben que la meditación es obra gozosa y a los que rumian la palabra del Señor...»; 1 Clemente III, 8: «Adornados de una conducta virtuosa y santa, todo lo hacíais conforme a su temor: las órdenes y decretos del Señor estaban escritos en los tejidos de vuestro corazón»; cf. El Pastor de Hermas, Visión II, III, 2. (66) 1 Clemente XXXII, 1: «Si uno, con sencillez, los medita uno por uno, conocerá la grandeza de los dones que Él le concedió». (67) Ignacio, Tralianos I, 2: «...he dado gloria (a Dios) al descubrir, tal como sabía, que sois imitadores de Dios». (68) Ignacio, Efesios XI, 2: «No os convenga nada fuera de Aquél en el que llevo cadenas, perlas espirituales»; Policarpo, a los Filipenses I, 1: «...a los que iban sujetos a aquellas santas cadenas que son las diademas de los que han sido elegidos, en verdad, por Dios y por nuestro Señor». (69) El Pastor de Hermas, Visión III, III, 6: «...Cuando la riqueza que los seduce se cercene, entonces serán útiles para Dios... si su riqueza no se cercena, no pueden ser útiles para el Señor». (70) El Pastor de Hermas, Mandamiento X, I, 4.5: «Los que nunca han investigado acerca de la verdad ni han indagado sobre Dios, sino que se limitaron a creer, envueltos en negocios, riquezas, amistades paganas y otros muchos asuntos de este mundo, cuantos están, pues, dedicados a estas cosas, no comprenden las comparaciones de Dios... y no comprenden absolutamente nada de lo que se refiere a la justicia, sino que cuando escuchan lo referente a Dios y a la verdad, su mente se ocupa de sus asuntos particulares y no comprenden absolutamente nada».

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El bautizado —el hijo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo—, al poseer «el sentir de Dios» (71) se siente criatura vivificada, escuchada y movida, desde la gratuidad, al agradecimiento hacia el Dios Padre Creador que todo lo puede y que nos regala el alimento y la bebida para su disfrute y para que le demos gracias (72). El alimento y bebida —criaturas también del Creador— son preanuncio de una vida duradera: la vida eterna. El Creador y Padre no se contenta con lo ya donado sino que promete una vida que va más allá de la creación primera. El Creador y Padre se revela como el que nunca cesa de donar para concedernos más y más hasta alcanzar la plenitud. Es el Dios Padre que jamás se cansa de derramar sus dádivas. El hijo confía amorosamente en la dependencia del Padre y no se arriesga a apoyarse en sus solas fuerzas. «El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que se consagra a Dios» (73). Fija los ojos en Él, participa de las abundantes, grandes y gloriosas acciones del Padre y Creador de todo el cosmos, se une a sus dones y beneficios y así puede descubrir la dulzura con que mima a todo lo creado (74). Fiarse del Padre, tener (71) Cf. Ignacio, a Policarpo VIII, 1. (72) Didaché X, 3: «Tú, Señor omnipotente, has creado el universo a causa de tu Nombre, has dado a los hombres alimento y bebida para su disfrute, a fin de que te den gracias y, además, a nosotros nos has concedido la gracia de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de su siervo». (73) Cf. Ignacio, a Policarpo VII, 3. (74) 1 Clemente XIX, 2-3: «Así pues, hechos partícipes de la muchas, grandes y gloriosas acciones, corramos hacia la meta de paz que nos fue transmitida desde el principio y fijemos los ojos en el Padre y Creador de todo el cosmos y unámonos a sus magníficos y extraordinarios dones y beneficios de paz. Contemplémosle con el pensamiento y miremos con los

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fijos los ojos en la creación, es el estilo de los hijos: basta no ser autosuficiente para abrirse y captar el desbordante cuidado con que el Creador llena todas sus obras. El «gran Creador y Señor del universo» —el Padre— derrama el bien sobre todos (75), especialmente las misericordias que se derraman, para nosotros, en Jesucristo. A nadie deja excluido el Padre. De cada hijo depende el acoger o rechazar los bienes de la creación y de las promesas del Padre. La paternidad de Dios es un continuo ofrecimiento dadivoso que no tiene fin. El Padre, atento a su criatura, le tiende la mano con su permanente misericordia, con su incansable cercanía que es, asimismo, la única garantía para que los hijos se mantengan en concordia. La paz y la armonía hacen su presencia entre los hijos cuando éstos reconocen al Padre y se sienten familia. «El Creador y Padre de los siglos» es el que regala en la vida los dones de la inmortalidad, de la gloria, de la verdad, de la fe y de la santidad (76); quien contradice este don de Dios opta por la muerte (77). Al Padre no le es suficiente el estar ojos del alma su paciente designio. Reflexionemos cuán dulce es con toda su creación»; ibíd., XXIII, 2: «Por tanto, no dudemos, ni se engríe nuestra alma por sus extraordinarios y gloriosos dones». (75) 1 Clemente XX, 11: «El gran Creador y Señor del universo mandó que todas estas cosas se mantuvieran en paz y concordia, derramando el bien sobre todos y, sobreabundantemente, sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus misericordias por medio de nuestro Señor Jesucristo». (76) 1 Clemente XXXV, 1-3: «Amados, ¡qué ricos y admirables son los dones de Dios! Vida en inmortalidad, gloria en justicia, verdad en confianza, fe en seguridad, dominio de sí mismo en santidad… El Creador y Padre de los siglos, el totalmente santo, conoce su santidad y belleza...»; cf. ibíd., LV, 6. (77) Ignacio, Esmirniotas VII, 1: «Así pues, los que contradicen el don de Dios mueren en sus disputas...»

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en el inicio de la vida sino que hace que la criatura no se quede en el camino y que alcance la meta, la plenitud. No le es suficiente al Padre el comienzo sino que le es propio la culminación de la obra iniciada. Al Padre no le satisface que sus hijos estén abocados a la muerte, a la nada, a un final donde el Padre dejaría de ser Padre, sino que se place en dar a sus hijos la inmortalidad. El Creador es Padre de una Humanidad llamada a la inmortalidad. Dios Padre crea con el fin de que la criatura vaya descubriendo los motivos para ser agradecida por haber sido agraciada. DIOS CREADOR ES PADRE DE MISERICORDIA En la Humanidad y en el universo hay bondad y misericordia porque Dios Creador es bueno y Padre. Su bondad y su misericordia son tan entrañables que el que, con mente sencilla, se acerca a Él gusta la dulzura y suavidad de sus dádivas (78) y le ama porque se siente porción elegida (79); porque es Padre podemos acceder, por el amor, en su intimidad, pero para ello es necesario la sencillez de mente y corazón; solamente los inocentes y los justos son sencillos, y (78) 1 Clemente XXIII, 1: «El Padre, bueno y misericordioso en todo, es entrañable con los que le temen, y con dulzura y suavidad da sus dones a los que se le acercan con mente sencilla»; cf. 2 Clemente II, 2; cf. E. ROMERO-POSE, Apuntes sobre el ministerio en San Ireneo. (La sencillez de Dios y del hombre), en: El ministerio sacerdotal y Trinidad, 32 Semanas de Estudios Trinitarios, Salamanca 1998, 37-81. (79) 1 Clemente XXIX, 1: «...amando a nuestro Padre bueno y misericordioso que nos hizo porción de sus elegidos»; cf. ibíd., XLVI, 4: «Por tanto, unámonos a los inocentes y justos. Ellos son los elegidos de Dios»; ibíd., LVIII, 2; cf. 2 Clemente XIII, 3.

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por sencillos, aman al que le abre su morada y le ofrece misericordiosamente su mano. Dios Padre da y acoge, abre sus puertas para que sus hijos se adentren y posean sus riquezas. Infinitos son los calificativos con los que se puede describir al Padre, pero ninguno supera el de misericordioso: el de corazón compasivo, el atento al necesitado, el dispuesto a llegar allí donde el débil o imperfecto no es capaz. La misericordia esparce el amor y el amor es imposible sin misericordia. La misericordia de Dios Padre es la que concede alcanzar la herencia (80) ofrecida y de la que el Padre nos hace dignos de acogerla; herencia buena y gloriosa (81) que nos hace felices; la misericordia conmueve al Padre y mueve a apiadarse de cada uno de sus hijos y de su familia; da fortalecimiento y ánimo (82), hace refulgir la benignidad (83), la (80) Ignacio, Tralianos XII, 3: «Orad por mí que necesito de vuestro amor en la misericordia de Dios, para que sea digno de la herencia que estoy a punto de alcanzar y no sea encontrado indigno»; íd., Romanos IX, 2: «... Sin embargo he hallado la misericordia de ser alguien si alcanzo a Dios»; íd., Filadelfios pref.: «...la cual ha alcanzado misericordia, plenamente convencida de su resurrección por medio de toda misericordia»; íd., Filadelfios V, 1: «... para que alcance la herencia que con misericordia se me ofreció...»; cf. Policarpo, a los Filipenses XII, 2; cf. El Pastor de Hermas, Visión IV, II, 3. (81) El Pastor de Hermas, Comparaciones IX, XXXI, 3: «...os considero felices a todos los que sois inocentes como niños porque vuestra herencia es buena y gloriosa ante Dios». (82) El Pastor de Hermas, Visión I, III, 2: «Sin embargo, la gran misericordia del Señor se ha apiadado de ti y de tu familia, te fortalecerá y te asentará en su gloria con tal de que no seas negligente, tengas buen ánimo y fortalezcas a tu familia». (83) Cf. El Pastor de Hermas, Visión II, II, 8.

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sencillez, la inocencia y santidad (84), da ocasión de renovación y penitencia (85). En una palabra, el Padre de la misericordia quiere que sus hijos acepten la bondad, la fortaleza, la benignidad, la sencillez, la inocencia, la renovación y conversión para hacer ver cómo Él ama y favorece el crecimiento de sus criaturas y cómo de su magnificencia alcanzamos la misericordia (86) «del gran Rey» (87) que siempre, rico en misericordia, se apiada de la debilidad de los hombres (88) y nunca le abandona (89) y «da, sin cesar, a todos los que le piden» (90). El hijo es el agraciado y agradecido que hará «crecer la justicia y el conocimiento del Señor» (91). Ingrato sería el hijo que no diese a conocer la generosidad del Padre. Por todo debe dar gracias la criatura porque sabe bien de qué materia fue creada y plasmada y que siempre habrá alguien que supla sus necesidades (92) el sentirse hecho desde la gratuidad de Dios Creador, Padre de todos. (84) Cf. El Pastor de Hermas, Visión III, IX, 1. (85) Cf. El Pastor de Hermas, Comparaciones VIII, VI, 3; VIII, XI, 1. (86) Ignacio, Romanos pref.: «...a la Iglesia que ha alcanzado misericordia en la magnificencia del Padre Altísimo». (87) Cf. El Pastor de Hermas, Visión III, IX, 8. (88) Cf. El Pastor de Hermas, Mandamiento IV, III, 3. (89) El Pastor de Hermas, Mandamiento IX, 2: «...pídele sin vacilar y date cuenta de su gran misericordia, porque no te abandonará, sino que colmará la petición de tu alma». (90) El Pastor de Hermas, Comparaciones V, IV, 4: «El Señor es rico en misericordia y da, sin cesar, a todos los que le piden». (91) Cf. Didaché XI, 1. (92) 1 Clemente XXXVIII, 2-4: «El fuerte cuide del débil, y el débil respete al fuerte; el rico provea al pobre, y el pobre dé gracias a Dios por haber dado a alguien por medio del cual sea suplida su necesidad. El sabio

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El hijo contará siempre en su casa con un hermano que salga a su encuentro, del mismo modo que él fue encontrado por el Padre. La ausencia doméstica de fraternidad es signo del olvido de la paternidad. El hijo no temerá la debilidad ni la pobreza porque la paternidad común moverá al fuerte a ofrecer su cuidado al débil y al rico a asistir al pobre. La paternidad es la que nos hace justos y nos impulsa a permanecer al lado de los humildes, a no perseguir a los buenos, ni aborrecer la verdad, a conocer el salario de la justicia y a estar concordes con el bien (93). El Padre quiere que sus hijos vivan atentos unos a otros, que el mal de las heridas fraternales no tengan cabida y que el manto de la justicia cubra a todos. Pero la justicia del Padre reclama que los hijos conozcan la fuerza de la humildad, característica de los bendecidos por Dios (94); la humildad —sentirse parte y partícipe de la misma tierra y origen—, es aliada de la moderación y de la mansedumbre. De este modo la familia de los hijos pueden respirar el hálito aprendido del Padre y Creador. muestre su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras. El humilde no se alabe a sí mismo; por el contrario, deje que sea alabado por otro. El casto según la carne no se jacte, sabiendo que es otro el que le otorga la fuerza. Por tanto, hermanos, consideremos de qué materia fuimos hechos, cuáles y quiénes entremos en el mundo, de qué sepulcro y tinieblas nos sacó el que nos ha plasmado y creado para introducirnos en su mundo, preparándonos sus beneficios de antemano, antes de que nosotros naciéramos. Con todas estas cosas que tienen su origen en Él, debemos darle gracias por todo». (93) Cf. Didaché V, 2. (94) 1 Clemente XXX, 3. 7: «...Revistámonos de concordia teniendo sentimientos de humildad... La moderación, la humildad y la mansedumbre caracterizan a los bendecidos por Dios».

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El hijo es el que conoce el poder del amor al Padre: el que sabe cómo el temor es bello, grande y salvador para los que se convierten (95). El hijo que así se comporta debe ser recibido por los hermanos como el mismo Señor (96), no abandonando el temor de Dios, ni alejándose de la justicia y de la paz, ni secundando las pasiones de su perverso corazón, ni dando acogida a la injusticia y a la impiedad de la envidia (97) rebelándose contra sus hermanos, los siervos de Dios (98). Porque la envidia destroza a los hermanos, rompe la familiaridad y la fraternidad, hace imposible la paz y obliga a los hermanos a olvidar que son hijos de un mismo Padre. La envidia es la negación de la fraternidad. EL DIOS CREADOR Y PADRE REVELA SU SEÑORÍO El Creador nos da el ser y quiere que le conozcamos; nos regala la existencia para que podamos decir una palabra acerca de Él. El Padre nos manifiesta su señorío como Creador y (95) 1 Clemente XXI, 8: «Aprendan qué fuerza tiene la humildad junto a Dios, qué poder tiene el amor puro junto a Dios, y cómo su temor es bello, grande y salvador para todos los que santamente se convierten a Él con un pensamiento puro». (96) Cf. Didaché XI, 1-2. (97) 1 Clemente III, 4: «Por ello, se fue lejos la justicia y la paz, pues cada cual abandonó el temor de Dios, se ofuscó en su fe y ya no camina según las normas de sus mandatos ni se comporta como conviene a Cristo, sino que cada cual camina según las pasiones de su perverso corazón, al acoger una injusta e impia envidia por la cual también “la muerte entró en el mundo”» (Sap 2, 14). (98) Cf. 1 Clemente IV, 12; ibíd., LI, 3.

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«Señor de todo el mundo» (99), dándonos a conocer sus maravillas (100) por medio de los profetas, el pasado y el presente, y nos permite degustar el futuro al mismo tiempo que podemos constatar cómo se cumple lo que Él fue anunciándonos y cuál es el culto verdadero (101), y para que fuese glorificado el nombre del verdadero y único Dios (102), del «Padre de la verdad» que hemos conocido (103) y al que debemos agradar (104). La revelación en la Historia es un don más que se suma al de la creación; es la verdad que el Padre regala a sus hijos para que conozcan la vida a la que son llamados. Verdad y vida se encuentran en el conocimiento que el Padre propone (99) Pseudobernabé XXI, 5: «Dios, Señor de todo el mundo, os conceda sabiduría, inteligencia, ciencia, conocimientos de sus disposiciones y paciencia. Dejaos enseñar por Dios, indagando qué busca el Señor de vosotros; hacedlo y seréis encontrados en el día del juicio». (100) Cf. El Pastor de Hermas, Visión I, III, 3. (101) Pseudobernabé I, 7: «Por medio de los profetas, el Señor (despótes = Padre) nos ha dado a conocer el pasado y el presente, concediéndonos también degustar las primicias del futuro. Puesto que vemos que se cumplen una por una, tal como Él lo habló, debemos caminar en su temor más generosa y destacadamente...»; ibíd., II, 4: «En efecto, (el Señor) nos ha manifestado por medio de todos los profetas que no necesita ni los sacrificios, ni los holocaustos, ni las ofrendas, cuando dice (Is. 1, 11-13)...»; 1 Clemente XL, 1: «Por tanto, siendo notorio esto para nosotros y habiéndonos inclinado a las profundidades del conocimiento de Dios...». (102) Cf. 1 Clemente XLIII, 3. (103) 2 Clemente III, 1: «...sino que hemos conocido al Padre de la verdad»; ibíd., XX, 5: «Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y guía de la incorruptibilidad, por medio del cual nos manifestó también la verdad y la vida celeste, a Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén». (104) Ignacio, Romanos II, 1: «Ciertamente no quiero que agradéis a los hombres, sino a Dios, tal como le agradáis».

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a sus criaturas para que no tropiecen en el error que hace caer en la idolatría. El Padre nos concedió conocer todo lo que había proyectado desde el principio, nos lo dio juntamente, y nos enriqueció haciéndonos ver y entender lo que jamás podíamos barruntar (105). El Padre, que nos regala el conocimiento (106), es el que hace posible que nazca la alegría al saber que «las disposiciones de Dios son grandes y generosas» (107) para con los hermanos, y que lo que dispone el Señor es lo que debemos buscar para ser felices (108) y para hacer felices a los de(105) Diogneto VIII, 10: « y nos manifestó lo que tenía aparejado desde el principio, todo nos lo dio juntamente; no sólo tener parte en su beneficio, sino ver y entender cosas cuales nadie de nosotros hubiera jamás esperado». (106) Cf. 1 Clemente LIII, 1. (107) Pseudobernabé I, 2-4: «Como las disposiciones de Dios son grandes y generosas para con vosotros, no hay palabras para expresar mi alegría por vuestros bienaventurados y gloriosos espíritus... Por ello, me alegro más, esperando salvarme, pues, en verdad, veo que de la abundante fuente del Señor ha sido derramado sobre vosotros el Espíritu..., después de haberos hablado muchas veces, sé que el Señor ha caminado conmigo por el camino de la justicia...»; ibíd., IV, 11-12: «Pues la Escritura dice: “¡Ay de los que se consideran inteligentes y de los que se creen sabios a sus ojos!”» (Is 5, 21). Seamos espirituales, seamos un templo perfecto para Dios. En cuanto de nosotros dependa, «ejercitemos el temor de Dios» (Is 33, 18) y luchemos por guardar sus mandamientos para alegrarnos con sus disposiciones. El Señor juzgará al mundo sin acepción de personas... (Tengámoslo presente) para que nunca nos confiemos como elegidos, nos durmamos en nuestros pecados, y el Príncipe perverso nos domine y aparte del reino del Señor»; cf. ibíd., X, 1.10-11; XXI, 5; cf. 1 Clemente XIX, 3. (108) Pseudobernabé II, 1-3: «Como los días son malos y el Activo tiene el poder, debemos guardarnos a nosotros mismos y buscar las dispo-

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más (109), puesto que el designio de Dios nuestro Padre es bondadoso, grande e inefable (110). El Padre quiere que nosotros lo conozcamos para no extraviarnos y caminemos a su lado. Por eso para alcanzar la felicidad y la alegría y dispensar la bondad que brota del que ama hay que adquirir el conocimiento del Padre y, de este modo, imitarle en su magnanimidad (111).

siciones del Señor. El temor y la paciencia son defensores de nuestra fe; y la entereza de espíritu y la continencia, nuestros aliados. Si éstas permanecen puras para con el Señor, con ellas se regocijan la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento». (109) Pseudobernabé XX, 1-XX, 1: «...Pues es un camino de muerte eterna...: idolatría, temeridad, arrogancia de poder, hipocresía, doblez de corazón, adulterio, asesinato, robo, soberbia, transgresión, engaño, maldad, vanidad, hechicería, magia, avaricia, falta de temor de Dios. Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes con el bien ni con el juicio justo, despreocupados de la viuda y del huérfano, no vigilantes para el temor de Dios, sino para el mal, alejadísimos de la mansedumbre y de la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, inclinados a la calumnia, desconocedores del que lo ha creado, asesinos de niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo. Así pues, es bueno aprender las disposiciones del Señor que han sido escritas y caminar en ellas. Pues el que las practica será glorificado en el Reino de Dios». (110) Diogneto VIII, 9: «Y habiendo concebido un grande e inefable designio, lo comunicó sólo con su Hijo». (111) Diogneto X, 1-5: «...trata, ante todo, de adquirir conocimiento del Padre... Ahora, conocido que hayas a Dios Padre, ¿de qué alegría piensas que serás colmado?... Y, en amándole que le ames, te convertirás en imitador de su bondad. Y no te maravilles de que el hombre pueda venir a ser imitador de Dios. Queriéndolo Dios, el hombre puede...».

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El querer del Padre, que nos enseña lo que busca de nosotros (112), y nos muestra dónde y cómo le podemos hallar para poder hablar con él y no encontrarnos sólos en el camino de la vida (113). El Padre se adelanta a nosotros dándonos a conocer sus actitudes para que nos preocupemos unos de los otros (114), para mostrarnos «los caminos de la vida» por medio de Jesucristo, caminos que son la ley que viene del Padre (115). No es propio del Padre el silenciar u ocultar, ni es propio del hijo el desconocer todo lo referente al Padre. La paternidad quedaría incompleta sin el conocimiento de la misma por parte de los hijos. Mas el conocimiento del Padre supone su cercanía. Esta, a lo largo de toda la Historia, permite que le podamos llamar el Paciente, porque pacientemente va advirtiendo anticipadamente todo lo que nos quiso preparar en su Amado, en Jesucristo (116). (112) Cf. Pseudobernabé XXI, 5. (113) Pseudobernabé II, 9-10: «Así pues, si no somos insensatos, debemos comprender el bondadoso designio de nuestro Padre, pues habla con nosotros porque no quiere que andemos extraviados como aquéllos, sino que busquemos cómo acercarnos a Él. Nos dice así: «Para el Señor, un sacrificio es un corazón quebrantado; para el Señor, un perfume de grato olor es un corazón que glorifica a su Creador» (Salm 50, 19); cf. 2 Clemente XIII, 3. (114) Ignacio, Magnesios VI, 2: «Así pues, adoptando las actitudes de Dios, preocupaos los unos de los otros, y nadie mira al prójimo según la carne, si no amaos siempre los unos a los otros en Jesucristo...». (115) El Pastor de Hermas, Comparaciones V, VI, 3: «...Él mismo les mostró los caminos de la vida, pues les dio la ley que había recibido de su Padre...». (116) Pseudobernabé III, 6; IV, 3: «Así pues, el Paciente vio de antemano que el pueblo, que preparó en su Amado, tendría una fe pura y nos advirtió anticipadamente de todo para que nos estrellemos en la ley de aquéllos, como prosélitos... Pues el señor abrevió los tiempos y los días para que su Amado se apresure y venga a su heredad»; 1 Clemente XIX, 3:

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Nadie hay, en verdad, más paciente que el Padre para sus hijos. Es más: Dios Padre se nos revela para que descubramos que Él es el que siempre espera a sus hijos con el fin de continuar repartiendo sus bienes y su vida. La historia de Dios Padre es una historia de incansables historias. Él, como Padre, se adelanta al cansancio y desánimo de sus hijos. De este modo, Dios Creador y Padre desvela lo que se refiere a su Hijo Jesús (117), para que podamos mantenernos como hijos de Dios (118) y como hijos de la alegría que saben a quien alaban con acciones de gracias (119); especialmente al revelársenos cómo el mismo Creador del universo (120), con su magnífica providencia, nos muestra «continuamente nuestra futura resurrección» (121). La revelación de Dios en la persona de Jesucristo es la inseparable cercanía del Padre al Hijo y a sus hijos para que és«...miremos con los ojos del alma su paciente designio»; cf. El Pastor de Hermas, Visión II, III, 4. (117) Pseudobernabé XII, 8: «¿Qué dice otra vez Moisés a Jesús, el hijo de Navé, que era profeta después de haberle impuesto este nombre, con el fin de que todo el pueblo oyera que el Padre hace patente todo lo que se refiere a su Hijo Jesús?». (118) Pseudobernabé IV, 9: «Por tanto, prestemos atención a los últimos días, pues de nada nos servirá todo el tiempo de nuestras vida y de nuestra fe, si ahora, en el tiempo inicuo y en los escándalos que se aproximan, no resistimos como conviene a los hijos de Dios». (119) Pseudobernabé VII, 1: «Así pues, comprended, hijos de la alegría, cómo el Señor bueno nos manifestó todo de antemano para que sepamos a quién debemos alabar con acciones de gracias». (120) Cf. 1 Clemente XXVI, 1. (121) 1 Clemente XXIV, 1.5: «Reflexionemos, amados, cómo el Señor nos muestra continuamente nuestra futura resurrección de la cual hizo primicia al Señor Jesucristo, resucitándolo de entre los muertos... y después de la muerte, la magnífica providencia del Señor...»; Ignacio, a Policarpo VII, 1.

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tos contemplen cuál es su meta: la culminación de la creación en la Resurrección. El mismo Creador del universo es el que resucita a su Hijo, y en Él a sus hijos. Jesucristo, pues, es el Hijo en el que el Padre muestra abiertamente lo que pueden esperar los hijos, la Humanidad. A semejanza de Jesucristo, «resucitado por su mismo Padre», también nosotros seremos en Jesucristo y por el Padre resucitados (122). «Jesucristo, la boca verdadera por la que el Padre habló en verdad», revela los sentimientos de Dios (123), es «la puerta del Padre» por la que entran los patriarcas, los profetas, los apóstoles y la Iglesia (124). Boca y puerta son bellas imágenes para aproximarnos al Padre, que abre su intimidad y su casa a sus hijos. El Padre no permanece mudo ante sus hijos, habla para que le conozcan y le agraden. El coloquio entre el Padre y sus hijos alcanza insondable hondura en su Palabra: el Hijo, Jesucristo. Cuanto se nos dona, en especial con el envío de su Hijo, para persuadirnos y para mostrarnos que nos llama (122) Ignacio, Tralianos IX, 2: «Él resucitó verdaderamente de los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y, a semejanza suya, a los que hemos creído en Él, también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera»; cf. Policarpo, a los Filipenses I, 2-3; ibíd., II, 2: «El que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros si hacemos su voluntad, caminamos en sus mandamientos y amamos lo que Él amó, apartándonos de toda maldad, de la ambición, de la avaricia, de la murmuración y del falso testimonio...»; cf. ibíd., IX, 2; XII, 2. (123) Ignacio, Romanos VIII, 2: «...Jesucristo, la boca verdadera por la que el Padre habló en verdad, os pondrá de manifiesto estas cosas...»; cf. Ignacio, a Policarpo I, 1. (124) Ignacio, Filadelfios IX, 1: «Él es la puerta del Padre por la que entran Abraham, Isaac, Jacob, los profetas, los apóstoles y la Iglesia».

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y nos ama (125), pues Dios Creador, como Padre, nos llamó hijos y plantación suya (126), y como a hijos nos salvó (127). DIOS CREADOR Y PADRE Y LA FRATERNIDAD ECLESIAL Dios Padre quiere que sus hijos formen la Iglesia, «la Iglesia de Dios Padre» (128), la que fue creada, por su voluntad, antes que el sol y la luna (129); la que «ha sido bendecida con largueza por la plenitud de Dios Padre» (130); «la amada de Dios, Padre de Jesucristo, la elegida y digna de Dios» (131); (125) Diogneto VII, 4-5: «...Envióle en clemencia y mansedumbre, como un rey envió a su hijo-rey; como a Dios nos le envió; para persuadir, no para violentar, pues en Dios no se da la violencia. Le envió para llamar, no para castigar; le envió, en fin, para amar, no para juzgar». (126) Ignacio, Tralianos XI, 1: «...Pues ésos no son plantación del Padre». (127) 2 Clemente I, 4: «Pues nos concedió la gracia de la luz; como Padre nos llamó hijos; cuando estábamos perdidos, nos salvó». (128) Ignacio, Filadelfios, pref.: «...a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo...». (129) 2 Clemente XIV, 1: «Así pues, hermanos, si hacemos la voluntad de nuestro Padre Dios, seremos de la Iglesia primera, la espiritual, la que fue creada antes que el sol y la luna»; cf. El Pastor de Hermas, Visión II, 4, 1. (130) Ignacio, Efesios, pref.: «la cual (la Iglesia) ha sido bendecida con largueza por la plenitud de Dios Padre..., firmemente unificada y elegida en la pasión verdadera por la voluntad del Padre y de Jesucristo, nuestro Dios»; íd., Magnesios, pref.: «...(la Iglesia) que ha sido bendecida en la gracia de Dios Padre... le deseo una sobreabundante alegría en Dios Padre...». (131) Ignacio, Tralianos pref.: «...A la Iglesia santa que está en Trales de Asia, amada de Dios, Padre de Jesucristo; elegida y digna de Dios...»; cf. íd., Romanos X, 2.

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«la que ha alcanzado misericordia en la magnificencia del Padre Altísimo y adornada con el nombre del Padre» (132). Las criaturas de Dios, los bendecidos, los amados y elegidos, a los que ha alcanzado la misericordia, son los llamados a formar la creación denominada Iglesia. Dios al crear el universo y al plasmar al hombre pensó la Iglesia. Esta es la nueva tierra del Padre cultivada por Jesucristo para que sus criaturas sean «plantación del Padre» (133). El hombre es plasmado de la tierra para que sea modelado en la Iglesia, el cultivo del Padre. Dios Creador nos coloca en esta nueva tierra para descubrir que el Padre es el que construye la casa habitable donde sus hijos puedan hallar alivio y consuelo. En efecto, Dios es el consuelo de los que son dignos de su paternidad (134). El Padre anhela que sus hijos no rompan el vínculo fraterno. La Iglesia, familia de hermanos, encuentra la unidad en la voluntad paterna. Los hijos no deben emprender caminos contrapuestos sino que deben, en cambio, correr al unísono de la voz paterna; pero para correr unidos hay que permanecer en la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre no es otra que la manifestada en Jesucristo, y ésta se nos es dada en los que permanecen en el querer de Jesucristo: los obispos establecidos por toda la tierra (135). (132) Cf. Ignacio, Romanos pref.; cf. íd., Esmirniotas, pref.: cf. Martirio de Policarpo, pref. (133) Cf. Ignacio, Filadelfios III, 1. (134) Ignacio, Efesios II, 1: «que también el Padre le consuele a él...». (135) Ignacio, Efesios III, 2: «...por ello me he adelantado a exhortaros para que corráis unidos en la voluntad de Dios. Pero, además, Jesucristo nuestro inseparable vivir, es la voluntad del Padre, así como también los

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La paternidad de Dios —principio de los congregados en la familia de Dios, la Iglesia— se explicita en la voluntad de Jesucristo y ésta llega a nosotros mediante el ministerio de los obispos; permanecer en la voluntad del Padre es aceptar a los que transmiten la voluntad del Hijo. Esta es la Iglesia en la que —junto a su presbiterio, en armonía con el obispo— se puede cantar «al unísono al Padre» y mostrar ante todos que son miembros de Jesucristo y participan de Dios (136), especialmente cuando se pueda cantar al Padre en Jesucristo que Dios considera a uno digno de haberlo alcanzado (137). Silenciar este cántico, alejándose de la voluntad de Jesucristo, imposibilita a los hijos de la familia eclesial que logren llegar al Padre y obstaculiza a que los hermanos permanezcan aunados en torno al que les convoca. O lo que es lo mismo, silenciar este cántico sería negar la filiación a la Humanidad. Nada más grave para los hijos que alimentar la desunión, el distanciamiento de la voluntad del Padre y la separación de los hermanos. Romper la unidad, alejarse del altar del sacrificio es prescindir «del pan de Dios», y a ello favorece el distanciarse de la obispos establecidos por los confines de la tierra, están en la voluntad de Jesucristo». (136) Ignacio, Efesios IV, 1-2: «Vuestro presbiterio, digno de fama y digno de Dios, está en armonía con el obispo como las cuerdas con la cítara... Cada uno de vosotros sea un coro para que, afinados en la concordia, a una con la melodía de Dios, cantéis al unísono al Padre por medio de Jesucristo para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. Así pues, es bueno que vosotros permanezcáis en la unidad inmaculada para que siempre participéis de Dios». (137) Ignacio, Romanos II, 2: «No me procuréis otra cosa que no sea el ser ofrecido a Dios como libación cuando ya está preparado el altar, para que, formando vosotros un coro en el amor, al Padre en Jesucristo cantéis que Dios al obispo de Siria lo ha considerado digno de ser hallado (en Él)...».

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obediencia al obispo (138), don de Dios (139), «sobre el que ejerce el episcopado Dios Padre y el Señor Jesucristo» (140). El obispo es, entre los hermanos, figura del Padre (141), «correo de Dios» (142), «el que posee el ministerio, no para vanagloria, sino en el amor de Dios Padre» (143), como preciosa ayuda para reconocer la paternidad. El obispo, imagen del Padre, es la memoria viviente de la fraternidad, por eso el que acepta este don, conforme al poder de Dios Padre, es de Dios (144), se somete «al Padre de Jesucristo, obispo de todos» (145), pastor de la Iglesia (146). (138) Ignacio, Efesios V, 2.3: «...Si alguien no está dentro del altar del sacrificio, carece del pan de Dios. ...Por tanto, pongamos empeño en no enfrentarnos al obispo para ser obedientes a Dios»; íd., Tralianos XII, 2: «Pues os conviene a cada uno y, de manera extraordinaria, a los presbíteros aliviar al obispo para gloria del Padre, de Jesucristo y de los apóstoles»; cf. íd., Filadelfios 2; íd., a Policarpo VI, 1: «Prestad atención al obispo para que Dios os la preste a vosotros». (139) Ignacio, Magnesios II, 1: «...porque obedece al obispo como a don de Dios y al presbiterio como a ley de Jesucristo...». (140) Cf. Ignacio, a Policarpo, pref. (141) Ignacio, Tralianos III, 1: «Recíprocamente, reverencien todos a los diáconos como a Jesucristo, así como al obispo, que es figura del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles. Sin ellos no existe la Iglesia.» (142) Ignacio, a Policarpo VII, 2: «Conviene, bienaventuradísimo Policarpo, que celebres una asamblea digna de Dios, y elijáis alguien que sea muy amado y activo, que podrá ser llamado el correo de Dios...». (143) Cf. Ignacio, Filadelfios I, 1. (144) Ignacio, Filadelfios III, 2: «Pues todos los que son de Dios y de Jesucristo, están con el obispo...» (145) Ignacio, Magnesios III, 1: «No conviene que os aprovechéis de la edad del obispo, sino que le tributéis toda consideración conforme al poder de Dios Padre... sino que prudentes en Dios, se le han sometido, no a él sino al Padre de Jesucristo, el obispo de todos». (146) Ignacio, Romanos IX, 1: «En vuestra oración, acordaos de la Iglesia de Siria que, en mi lugar, tiene a Dios como pastor».

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El obispo prolonga, pues, la paternidad de Dios Padre y, presidiendo en su lugar, hace que la Iglesia todo lo haga en «la concordia de Dios» (147), secundando la unidad del Hijo con el Padre (148), imitando a Jesucristo como Él imitó al Padre (149), corriendo «todos a una» puesto que la unidad de la Iglesia tiene su origen y su meta en el solo Padre de Jesucristo (150). Donde no hay paternidad no hay espacio para la concordia ni para la unidad y donde hay división «no habita Dios» (151). DIOS CREADOR Y PADRE TODOPODEROSO Dios todopoderoso, que se nos es dado a conocer como Padre por medio de su siervo Jesucristo (152), quiere que los llamados y santificados en su voluntad por medio de Jesucristo (147) Ignacio, Filadelfios, pref.: «...ha sido sólidamente establecida en la concordia de Dios...». (148) Ignacio, Magnesios VI, 1. VII, 1: «...os exhorto a que todo lo hagáis en la concordia de Dios, presidiendo el obispo en el lugar de Dios, los presbíteros en el lugar de la asamblea de los apóstoles y los diáconos —para mí dulcísimos— a los que se les ha confiado el servicio de Jesucristo que estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó finalmente... Así como el Señor nada hizo —ni por sí mismo ni por los apóstoles— sin el Padre que estaba unido a Él, de la misma manera nosotros nada hagamos sin el obispo y los presbíteros»; íd., Magnesios XIII, 2: «Someteos al obispo y también los unos a los otros, como Jesucristo al Padre...»; cf. 1 Clemente XXXVIII, 1. (149) Ignacio, Filadelfios VII, 2: «...amad la unidad, huid de las divisiones, sed imitadores de Jesucristo como también Él lo es de su Padre»; íd., Esmirniotas VIII, 1: «Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre». (150) Ignacio, Magnesios VII, 2: «Corred todos a una como a un único templo de Dios, como a un único altar, a un único Jesucristo que salió de un solo Padre, existe para uno solo y regresó (hacia uno solo)». (151) Cf. Ignacio, Filadelfios VIII, 1. (152) Cf. Martirio Policarpo XIV, 1.

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sean colmados de su gracia, paz (153) y misericordia (154); que levanten las manos ante Él para suplicarle indulgencia (155), y por medio de la oración poder hallar con bien a los hermanos (156) y recibir todo lo que se pide (157) y ser agradecidos en justicia, verdad y paciencia (158), y poder glorificarle jubiloso después de la muerte (159). Aquel que es verdaderamente omnipotente, Creador del universo y Dios invisible, hizo bajar de los cielos la Verdad y su Palabra para aposentarla en el corazón de los hombres (160). En su «Nombre todopoderoso y glorioso» se cimenta toda

(153) 1 Clemente, pref.: «La Iglesia de Dios que peregrina en Roma a la Iglesia de Dios que peregrina en Corinto, a los que han sido llamados y santificados en la voluntad de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Que la gracia y la paz de Dios todopoderoso os colmen por medio de Jesucristo»; cf. Ignacio, Esmirniotas VI, 2; cf. íd., a Policarpo IV, 1. (154) Policarpo, a los Filipenses, pref. (155) 1 Clemente II, 3: «Llenos de su santa voluntad, con buen deseo, con piadosa confianza, levantabais vuestras manos a Dios todopoderoso, suplicándole que fuese indulgente si en algo habíais pecado sin espontaneidad»; cf. ibíd., XXIX, 1; LVI, 1-2; Policarpo, a los Filipenses VII, 2. (156) Ignacio, Romanos I, 1: «Puesto que por mis oraciones he alcanzado de Dios el ver vuestros rostros dignos de Dios, tal como tanto había pedido conseguirlo...». (157) El Pastor de Hermas, Mandamiento IX, 4: «...pide al Señor y lo recibirás todo. En todas tus peticiones serás satisfecho con tal que le pidas al Señor sin vacilar». (158) 1 Clemente LXII, 2: «...recordando..., seáis gratos a Dios Todopoderoso, en justicia, verdad y paciencia, estando de acuerdo, sin rencor, en amor y paz, con perseverante, como también nuestros padres, antes señalados, agradaron con sentimientos de humildad al Padre, Dios y Creador, y a todos los hombres». (159) Cf. Martirio de Policarpo XIX, 2. (160) Cf. Diogneto VII, 2.

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edificación (161). Dios Creador y Padre omnipotente, para el que nada es imposible (162) —que todo lo escruta (163), que es benigno (164) y longánime (165)—, quiere que todos se conviertan y vean «qué es lo bueno, qué lo agradable, qué lo aceptable», es decir, lo bueno, agradable, aceptable y preciosa que es la salvación a los ojos del Padre (166), que por su

(161) Cf. El Pastor de Hermas, Visión III, III, 5. (162) 1 Clemente XXVI, 2-4: «...El que mandó no mentir, mucho menos mentirá él mismo, pues nada hay imposible para Dios a no ser el mentir. Así pues, reavivad con vosotros su fe y comprendamos que todo le es cercano. Con una palabra de su grandeza lo creó todo y con una palabra puede destruirlo». (163) Policarpo, a los Filipenses IV, 3: «...Él lo escruta todo y al Él no ha permanecido oculto ninguna razón, ningún pensamiento, ninguno de los secretos del corazón»; ibíd., VI, 2: «...pues estamos delante de los ojos del Señor y de Dios»; ibíd., VII, 2; cf. 1 Clemente 41, 2; 21 ,3; 55, 6; 64. (164) El Pastor de Hermas, Comparaciones IX, XXIII, 4: «Si Dios, nuestro Señor, el que domina sobre todo y tiene el poder de toda la Creación… sino que se hace benigno...». (165) Diogneto VIII, 7: «Y, en efecto, Aquel Dios, que es Dueño soberano y Artífice del universo, el que creó todas las cosas y las distinguió según su orden, no sólo se mostró benigno con el hombre, sino también longánime»; cf. ibíd., IX, 2. (166) 1 Clemente VII, 3.7; VIII, 1.5: «Y veamos qué es lo bueno, qué lo agradable, qué lo aceptable en presencia de nuestro Creador. Fijemos los ojos en la sangre de Cristo y conozcamos qué preciosa es a Dios, su Padre, pues al ser derramada por nuestra salvación, llevó a cabo a todo el mundo la gracia de la conversión... Jonás anunció a los ninivitas la destrucción; pero éstos, arrepintiéndose de sus pecados y elevando súplicas a Dios, se hicieron propicios y alcanzaron salvación, a pesar de que eran extraños a Dios. Los ministros de la gracia de Dios hablaron por el Espíritu Santo de la conversión… Así pues, queriendo que todos los que son objetos de su amor tengan parte en la conversión, lo estableció con su omnipotente voluntad».

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misericordia cura de toda ignorancia (167), que a todos, por la fe, justificó desde la eternidad (168). CONCLUSIÓN No abundan los estudios sobre Dios en los Padres Apostólicos, y no son numerosos los que tratan de indagar las exégesis del Antiguo y Nuevo Testamento que sustentan en las que se apoyan para las afirmaciones acerca del primer artículo del Símbolo: «Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra». Es de señalar que un posible camino para llegar a comprender de cerca lo que las primeras letras patrísticas nos legaron acerca de la paternidad sería el buscar los comentarios a la parábola del hijo pródigo. Son poquísimas, desgraciadamente, las alusiones en los Padres Apostólicos relativas a la parábola de la misericordia del Padre. Mas el seguir cada uno de los pasajes en los que hay una referencia explícita a Dios (Theos) o a alguno de los calificativos a Él atribuidos nos facilita el señalar los principales aspectos por ellos indicados. Recoger las alusiones a Dios es el punto de referencia que muestra con más fuerza la sintonía de fondo de escritos tan plurales. Los Padres Apostólicos insisten en la fe en Dios Creador. Es una confesión que le acerca a las preocupaciones teológicas de los judíos y a las tradiciones de las teologías paganas. La (167) El Pastor de Hermas, Comparaciones V, VII, 4: «...el Señor todopoderoso, que es rico en misericordia, te curará de tus ignorancias pasadas». (168) 1 Clemente XXXII, 4: «...sino por la fe por la que Dios todopoderoso justificó a todos desde la eternidad»; cf. El Pastor de Hermas, Visión III, IX, 1.

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primera teología, la anterior a la sistemática de los apologistas, es sabedora de que aporta no sólo perfiles o matices nuevos sobre la divinidad sino que es portadora de una revelación positiva absolutamente novedosa sobre Dios Creador del universo y, sobre todo, plasmador del hombre: el Dios que crea de la nada el universo y que crea movido por el amor, no por necesidad, para que su criatura sea el receptáculo de sus dones, al que sale a su encuentro para darse a conocer su benignidad, cercanía y misericordia. Dios, Creador y Padre, es el que plasma con sus propias manos a sus criaturas y es el amigo que le va conduciendo hasta que culmine su trayectoria en la plenitud de la Resurrección. El Dios Creador es el Dios Padre que salva. Es el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, y de todos los humanos, hechos a imagen de la Imagen de Dios. De Dios Padre reciben las criaturas todo bien: el de sentirse criaturas, el de la bondad para con los hermanos, el poder contemplar un mundo que refleja misericordia y benignidad. El don de la fraternidad se hace manifiesto en la Iglesia, el lugar cimentado en la voluntad del Padre que se hace patente en la voluntad del Hijo y en aquellos que prolongan la paternidad de Dios Padre, los que ejercen el ministerio episcopal. La Iglesia es el recinto de la familia de Dios en la que brilla la armonía fraterna gracias a la unidad que nace de la paternidad de Dios. Creación, Humanidad nueva en la que se comparten los dones del Creador, fraternidad que se refleja en la Iglesia y confianza en Aquel que todo lo puede, son algunos de los aspectos subrayados por la literatura apostólica en su palabra sobre Dios Creador, de cuya generosidad surge el estar atento para donar lo que de Él hemos recibido: el amor a las demás criaturas, porque estamos hermanos por un mismo Crea151

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dor y Padre. Si grande es ser llamados a la vida no menos lo es que se nos sea dado el conocerlo y, sabiéndolo, poder agradecerlo. El agradecimiento es uno de los dones que a la criatura le es regalado por el Creador y Padre.

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TODOS INVITADOS A LA MESA DE LA CREACIÓN (Sobre el destino universal de los bienes) RAFAEL PRIETO Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana de Plasencia

1.

LECTURA DE UNAS MANOS

La mano de Dios es grande y generosa. Es la mano de un Padre misericordioso; no, de un Padre que es Misericordia. ¿Cómo te imaginas la mano de la Misericordia? Sí, es una mano fuerte y a la vez delicada, amistosa y liberadora. Ah, y es una mano siempre abierta, gastada de tanto crear y de tanto regalar. Toda la Creación se concentra y eleva en el Hijo, una mano que se ofrece y entrega, mano confiada y obediente, mano gastada de tanto bendecir, de tanto partir, de tanto defender, de tanto amar. Las dos manos se encuentran en el sigo del arco iris. Es la energía del Espíritu vivificante, que lo llena todo de amor y de hermosura. La creación pensada como icono trinitario, en personalización ascendente, en comunión creciente. El Padre quiere que sus hijos vivan. La gloria del Padre es que sus hijos vivan. Los bendice para que vivan, para que pro153

Rafael Prieto

duzcan, para que compartan, para que se unan, para que se amen, para que sean libres y felices. Y los bendijo Dios, y los sigue bendiciendo. Porque quiere que sus hijos destellen también su gloria, llenos de belleza y dignidad. Dios, Padre misericordioso, es enemigo de la muerte. Maldice a la serpiente, maldice a Caín, maldice a la raza de los violentos, de los tiranos, de los acaparadores, de los usureros. Si a un hijo suyo se le quita la vida o la salud o la libertad, Él saldrá en su defensa. El más leve gemido del pobre le llega al corazón. Cuando un pueblo sufre esclavitud, Él se hace presente —el paso de Dios— para liberarle. Cuando todos los pueblos sucumben «llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad...» (Rm 3, 29), Dios no manda diluvios de castigo, sino diluvios de gracia concentrada en su Hijo, para renovar la Humanidad, un mundo nuevo, regido por la justicia y el amor. La estampa de las manos presidirá las celebraciones del 1999, año del Padre misericordioso, año de la caridad cristiana. Damos la bienvenida a este año, al filo ya del siglo y del milenio, y nos preparamos para el Jubileo 2000, que abrirá una era de gracia, como un lago inmenso de misericordia. 2.

LOS TALENTOS Y LOS BIENES

Dios adornó al hombre de talentos y de dones. Pero no quiere que los guarde. Hay que hacerlos producir, para llenarse de frutos y ponerlos al servicio de los demás. La luz no es para ocultarla, sino para ponerla en alto y que alumbre al mayor número posible de hermanos. Los talentos nos son tuyos 154

Todos invitados a la mesa de la Creación (sobre el destino universal ...

ni son para ti. Mucho menos los dones y carismas del Espíritu. Tú los recibes para dar, para servir y compartir. El sentido de propiedad es perverso. De ahí provienen las ambiciones y las envidias. Tienes mucho, quieres tener más, quieres tenerlo todo. Y vienen los comparativos, tan nefastos. Quieres tener y quieres ser más que el otro, quieres superar al otro, en bienes, en talentos, en relaciones. La vida se convierte en competición. No mano abierta, sino cerrada. No mano pacífica, sino violenta, hasta con garras. No mano amistosa, sino envidiosa. Al contrario de la mano de Dios y de su Hijo. La cultura resultante es agresiva, no compasiva; de oposición, no de comunión; de muerte, no de vida. Los mejores talentos humanos —más de 400.000— dedicados a la construcción y el perfeccionamiento de las armas. Porque las armas son necesarias para conquistar y para retener, sea un trozo de tierra, sea un pozo de agua o de petróleo, sea una muchedumbre de esclavos. Si las manos fueran pacíficas y abiertas, si fueran misericordiosas, si se unieran, como las manos de Dios, la cultura resultante sería de libertad y solidaridad, de comunión. 3.

RICOS Y POBRES

Dios, Padre misericordioso, quiere que todos sus hijos se sienten a la mesa de la Creación y de la gracia. Que ninguno sea excluido del banquete de la Vida y del Amor. Jesucristo, el Dios con nosotros, compartía con todos su banquete, invitando preferentemente a los pobres y desheredados de la vida. Puso en marcha un dinamismo de servicio y comunión, y así lo vivieron sus primeros discípulos. Entre ellos 155

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no había ricos y pobres, porque «tenían un solo corazón, una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común» (Hch 4, 32). No importa que se trate de una pintura idealizada, siempre queda como ideal y punto de referencia. Pensemos en las comunidades religiosas. Pensemos en la experiencia de las Reducciones en Paraguay. Pensemos en tantos movimientos solidarios… En esta línea se movían los Santos Padres. Su pensamiento es conocido, pero nos sigue interpelando. Su doctrina es tan actual y revolucionaria como las más atrevidas páginas de la teología de la liberación o de las más modernas declaraciones a favor de la solidaridad y los derechos humanos. La tesis de los Santos Padres es que no debe haber ricos ni pobres, porque el destino universal de los bienes es primero y más importante que el derecho de propiedad. Dios creó los bienes para todos, los acaparadores son ladrones. «Dios creó al género humano para la comunión o comunicación de unos con otros... Luego todo es común y no pretendan los ricos tener más que los demás» (Clemente de Alejandría, El pedagogo, II, 12). Aunque parezca simplista, es un hermoso argumento. Dios es comunión y comunicación, luego si estamos hechos a su imagen, tenemos que vivir la comunión. «La pobreza y la riqueza, la libertad que llamamos y la servidumbre... se introdujeron tardíamente en el linaje humano, como una especie de dolencias comunes, séquito de la maldad e invenciones de ella. Mas de principio... no fue así» (San Gregorio Nacianceno, Discurso XIV sobre el amor a los pobres). Luego el tema de las propiedades es invención tardía y fruto de la maldad. Y en el mismo tono se explica su amigo Gregorio Niseno.

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«Mío y tuyo, palabras funestas, no tenían ningún uso primeramente en la vida». El problema empezó con la avaricia. (Greg. Nisa, Homilía VI, 4). «Dios no hizo rico a uno y pobre a otro, ni tomó al uno y le mostró grandes yacimientos de oro y al otro le privó de este hallazgo; no, Dios puso delante de todos la misma tierra» (San Juan Crisóstomo, Homilía XII, 3).

Concluye rotundamente San Jerónimo: «Acertadamente llama el Evangelio riquezas “injustas”, pues todas las riquezas no tienen otro origen que la injusticia... Por lo cual me parece acertadísima la sentencia popular que dice: los ricos lo son por su propia injusticia o por herencia de bienes adquiridos injustamente» (San Jerónimo, Ep. 120, 1).

O sea, que no es que haya ricos y pobres, sino que hay ricos porque hay pobres, y hay pobres porque hay ricos. Y hay muchísimos pobres muy pobres, porque los pocos ricos son muy ricos. El ideal sería «ni pobreza ni riqueza», sino una pobreza digna o una riqueza pobre, es decir, una vida austera y moderada. Los bienes materiales son escasos, y si el uno se lleva más de lo que le toca, otro saldrá perjudicado. Las diferencias entre ricos y pobres en tiempos de los Padres eran escandalosas: —«Las vidas de todo un pueblo habrían podido salvar las piedras de tu anillo» (San Ambrosio, De Nabuthe, 14).— «¡Oh, cuántas almas asesinadas cuelgan de los collares de las matronas enjoyadas!» (San Cirilo de Alejandría, Tratado III de justicia, 6). Pero, ¿qué tendríamos que decir hoy?: 157

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El 15% de la población mundial consumía, en 1985, el 62% de los bienes de la tierra. Los tres ricos más ricos del mundo suman una cantidad igual a la de 48 países. —100 multimillonarios disponen de la riqueza de 1.500 millones de personas. —225 magnates acumulan el capital de 2.600 millones de tercermundistas. —358 potentados disfrutan de la riqueza de la mitad de la población = ellos solos valdrían como medio mundo. Ah, y de la cesta de compras de un suizo podrían comer 2.600 somalíes. Y M. Jordan, por anunciar las zapatillas NIKE, cobra más que todos los niños indonesios que las fabrican. Y, hablando de anillos, A. Banderas regaló a su prometida M. Griffit uno por valor de 200 millones de pesetas. Las diferencias, según Juan Pablo II, son «abismales» entre los países ricos y pobres; un abismo que no hace sino crecer (SRS 14).

¿Demagogia? Pero todo este espíritu de comunión, ¿no es una pura utopía? ¿No es en muchos casos falsa demagogia? Ricos y pobres siempre ha habido, y parece que Jesús mismo aludió a esta dura realidad. «Porque pobres siempre tendréis con vosotros» (Jn 12, 8). Dura realidad. Parece una ley de la Naturaleza. El instinto de los niños es acaparar y el instinto de los pueblos es conquistar. La experiencia y la Historia lo demuestran cada día. Lo natural, lo normal, es el imperio de la fuerza. No podemos convertir al hombre en cordero si lo suyo es el destino del león. No hay que dejarse llevar de sentimentalismos. Hay que servirse de la racionalidad. «Ninguna sociedad en su sano juicio debiera permitirse ver el mundo con los ojos de los desdi158

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chados»... Si nos dejamos llevar de los sentimientos, perderíamos «el supremo valor de la civilización, la libertad individual» (Peregrine Worsthorne, citado por Donald P. Mc Neill, D. A. Morrison, H. J. M. Nouwen, Compasión, Sal Terrae, Santander, 1985). «Nadie se imagina como posible un mundo regido por la compasión», comenta Mc Neill. «Nuestra civilización no sobreviviría si las grandes decisiones, las verdaderamente cruciales, estuvieran en manos de personas auténticamente compasivas». Si las decisiones cruciales las tomaran hombres verdaderamente misericordiosos, como hijos del Padre de la misericordia, ¿se bombardearía Irak?; ¿se gastaría en armas un millón de dólares por minuto?; ¿se expulsaría de Europa a los inmigrantes pobres del Sur?; ¿se permitiría que el más fuerte aplastara al más débil?... Lo dijo un hombre de triste actualidad. Cuando unos obispos le pidieron explicaciones sobre la desaparición —ajusticiamiento— de un sacerdote español, Joan Alsina, les dio esta respuesta: «Ustedes son religiosos, pueden permitirse ser misericordiosos; yo no, yo soy un soldado» (General A. Pinochet). Las decisiones de los soldados, de los financieros —¿tiene entrañas el dinero?—, de los políticos no pueden ser misericordiosas. Dura realidad. Siempre habrá pobres y ricos. Es una ley de la Naturaleza. ¿Será también una ley querida por Dios? Entonces ya no será solamente una dura realidad, será también sagrada. Por eso habría que defender a ultranza el derecho de propiedad. Según el Evangelio, la enseñanza de los Padres y, en general, la Doctrina Social de la Iglesia no es así. El «siempre habrá pobres con vosotros» es una constatación, no una norma, y me159

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nos un ideal. También dijo Jesús que siempre habrá escándalos (cf. Lc 17, 1) y no quiere decir por eso que los bendiga. Ya en el Deuteronomio se exige «que no haya ningún pobre junto a ti» (Dt 15, 4). Los Padres defienden a ultranza como primario el destino universal de los bienes. La Doctrina Social de la Iglesia, si defiende el derecho de propiedad es porque cree que es la mejor manera de repartir los bienes. En los últimos documentos queda clara la función social de la propiedad. La propiedad queda así limitada por la necesidad de los demás. Por eso hay obligación de «aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario» (SRS 31). Pero esta doctrina no siempre se enseñó con claridad en algunos momentos de la historia de la Iglesia, especialmente en el siglo XIX y primera parte del XX, cuando el magisterio eclesiástico se veía obligado a combatir el socialismo y el comunismo, que se consideraban enemigos de Dios y de su Iglesia. Parece ser que la mística calvinista ya bendecía y sacralizaba la distinción entre ricos y pobres. Según los predicadores calvinistas, Dios bendice a los predestinados dándoles riquezas aquí en la tierra —el fruto de su trabajo, como a Abel— y castiga a los réprobos con la pobreza, como a Caín. Dios quiere que el hombre trabaje, y el hombre ha de someterse a su voluntad. Los beneficios del trabajo son signos de la bendición de Dios. Lo cual significa, según Max Weber, «que la desigual repartición de los bienes de este mundo es obra especialísima de la providencia divina». Esta mística estaría en la base del capitalismo, imperado por USA: hay que trabajar, hay que capitalizar, hay que invertir; las ganancias son signos de predilección, algo sagrado. Trabaja, capitaliza, crea, crece... y Dios estará contigo. Éste es, en general, el Dios de Estados Unidos. 160

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Me impactaba la lectura de una página de Cecil Rhodes, escrita en 1876. Tiene otras variantes, pero algo nos puede ayudar para entender la mística de los triunfadores: «Si Dios tiene un plan, hay que saber primero cuál es la raza que Dios ha escogido como divino instrumento para su plan... Incuestionablemente, esa raza es la blanca. Los blancos ha alcanzado la cima en el esfuerzo de la existencia y logrado el más alto nivel de perfección humana. Dentro de la raza humana, el hombre anglohablante, sea británico, americano, australiano o surafricano, ha demostrado ser el mejor instrumento del plan divino para desarrollar la justicia, la libertad y la paz en la más amplia extensión posible del planeta. Por eso yo dedicaré el resto de mi vida a los propósitos de Dios y le ayudaré a lograr que el mundo sea inglés». El plan divino parece que incluía también la explotación de los diamantes y de las riquezas de África. (Citado por Javier Reverte en Vagabundo en África, El País Aguilar, 1998. En el texto original se multiplican las mayúsculas; es normal en los megalómanos.)

También en la Iglesia católica, sobre todo antes de la Rerum Novarum, la postura de los católicos fue ciegamente conservadora. «Los católicos, salvo excepciones más numerosas de lo que podía creerse, tomaron conciencia de la cuestión social con cierto retraso... Lo que predomina son exhortaciones a la resignación, a la paciencia, a la aceptación de una acción limitada exclusivamente a nivel caritativo, que excluye todo reconocimiento del derecho a los obreros y rechaza como subversivo cualquier tentativa de modificar las estructuras» (G. Martina, La Iglesia, de Lutero a nuestros días, IV, Época del totalitarismo, Ed. Cristiandad, Madrid, 1974, 71-72). En realidad hubo que esperar mucho tiempo para que sonara bien eso de cambiar las estructuras. Antes solamente se 161

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defendía el cambio de corazón. Pasar de una acción caritativoasistencial a una acción de promoción, y, sobre todo, de denuncia profética, es muy lento. Todavía Helder Cámera comentaba que si pedía pan para los pobres era un santo, pero si exigía que no hubiera pobres, era un «comunista». ¿Es que siempre tiene que haber pobres? Muchos teólogos y predicadores, imbuidos por el espíritu liberal de la burguesía, llegaron a escribir o predicar cosas que hoy nos escandalizan y entristecen. Si queremos ser objetivos, tenemos que saber estas cosas. Veamos algún ejemplo. Un predicador, unos años antes de la RN, en 1824, decía: «Es necesario que en el mundo haya príncipes y súbditos, amos y servidores, y por tanto ricos y pobres. Esta ley de la desigualdad de las fortunas, que hiere el orgullo e irrita la codicia de algunos, va en interés de la sociedad y entra dentro de los planes de Dios: Dios es el que hace al pobre y al rico, Dios rebaja y levanta...» (Abate Robinot, citado por Luis González-Carvajal, Con los pobres contra la pobreza, Ed. Paulinas, Madrid, 1992).

Se predicó esta herejía, y era aplaudido, no condenado. Lo mismo defendía un apologista católico, de extraordinaria influencia en la época del Vaticano I: «Es necesario que haya hombres que trabajen mucho y vivan míseramente. La miseria es la ley de una parte de la sociedad. Es una ley de Dios a la que tenemos que someternos.» Y aseguraba que la religión era el único freno moral para contener a las masas populares (Veuillot, ver A. Dansette, Historie religieuse de la France contemporaiene, París, 1965, pág. 275). ¿Entendéis lo que decía Marx sobre la religión como opio del pueblo? ¿Comprendéis que los obreros se alejaran de la Iglesia? La Iglesia perdió a la clase obrera y ¡qué trabajo cuesta recuperarla!

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Pero es que también los Papas enseñaban cosas inaceptables, por mucho que queramos comprender el contexto histórico. El mismo León XIII, siete años antes de publicar la RN, sobrevolaba el problema social, problema que estaba marcado por el sudor y la sangre y la miseria de tantos y tantos, de una manera espiritualista: «El problema de las relaciones entre ricos y pobres que preocupa a todos los economistas quedaría perfectamente solucionado si se admite con claridad y firmeza que también la pobreza tiene su dignidad; que el rico ha de ser misericordioso y generoso, y el pobre ha de estar contento con su propia suerte y el propio trabajo, puesto que ni el uno ni el otro ha nacido para estos bienes perecederos, y el uno ha de ganarse el cielo con la paciencia, mientras que el otro ha de hacerlo con su liberalidad» (León XIII, Auspicato concessum, 12). ¡Qué solución más fácil! Con este razonamiento se podía justificar hasta la esclavitud, basta que el uno y el otro sean buenos. Si después el cielo ha de ser igual para ambos, para el rico y el pobre, para el amo y el esclavo, Dios, desde luego, no sería justo, y, menos, misericordioso.

Y este pensamiento, más o menos, se refleja en algunos documentos papales posteriores, casi hasta el Vaticano II. Dice, por ejemplo, S. Pío X: «En la sociedad humana es conforme a la ordenación de Dios que haya gobernantes y gobernados, patrones y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos, los cuales, unidos todos por un vínculo de amor, se ayudan mutuamente a conseguir su último fin en el cielo y sobre la tierra su bienestar material y moral» (Fin della prima nostra encíclica, 2-3).

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Al mismo Pío XII, que tiene avances importantes en la doctrina social, se le escapó esta afirmación: «Siempre hubo pobres y ricos, y la inflexible condición de las cosas presagia que los habrá siempre... Dios, óptimo provisor de todas las cosas, ha establecido que para ejercicio de las virtudes y acrisolamiento de los méritos haya en el mundo a la vez ricos y pobres» (Pío XII, Sertum laetitiae, 14, Carta encíclica dirigida a los obispos norteamericanos, 1939). O sea, que no sólo hay pobres porque hay ricos, sino que hay pobres porque Dios así lo quiere. Y así puede haber santos ricos porque hay santos pobres. ¡Benditos pobres, que facilitan a los ricos el camino de su salvación! ¿Qué harían los ricos sin los pobres? ¿Cómo podrían manifestar su generosidad y su liberalidad? ¿Cómo podrían salvarse? No es extraño que algunos fabricaran primero los pobres, para poder después ayudarles, a la vez que a sí mismos se ayudaban. No vamos a rebatir estos argumentos. Vamos a quedarnos con unas palabras de Juan Pablo II, dirigida a los pobres de Brasil: «No digáis que es voluntad de Dios que vosotros permanezcáis en una situación de pobreza y enfermedad, en una vivienda contraria a vuestra dignidad de personas humanas. No digáis: ¡Es Dios quien lo quiere!» (J. Pablo II, Discurso en Salvador de Bahía, 1980, citado por Luis G. Carvajal, o. c.) Y no hay que escandalizarse, que eso es lo que ha hecho el mundo rico del Norte con los pobres del Sur, esquilmarlos previamente en América, en África..., manteniendo después la dependencia con sus «generosas» ayudas. ¡Y todavía se niegan a perdonar la deuda o dar el 0,7%! Habrá que preguntarse quién debe más a quién. 164

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¿Cómo se explican estas posturas tan conservadoras en la Iglesia? No son fáciles de explicar, pero los historiadores señalan algunas razones: — La mentalidad campesina de buena parte del clero, que no llegaba a comprender el fenómeno urbano e industrial. — La mentalidad aristocrática y conservadora de muchos católicos, pertenecientes a la nobleza o a la burguesía intelectual. — El miedo a limitar la libertad económica y de imponer una vuelta a la economía cerrada del Antiguo Régimen. — La desconfianza en la difusión de la cultura, que, mal digerida, provoca fácilmente desequilibrios psicológicos. — El hábito de encontrarse en una sociedad organizada jerárquicamente, en la que los más humildes esperan de sus dirigente la satisfacción de sus exigencias. — La preocupación por no mezclar a la Iglesia en asuntos temporales, donde las soluciones exigían un aspecto técnico, que parecía extraño a la competencia del magisterio. — El mensaje cristiano de la cruz, que conlleva la aceptación del sufrimiento y la espera de una justicia ultraterrena. (cf. Martina, o. c., 72-75); Juan María Laboa, La larga marcha de la Iglesia, Ed. Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1985, págs. 143-166).

4.

UNA MIRADA LÚCIDA Y COMPASIVA

La realidad es dura, es sangrante Hoy conocemos mejor el sufrimiento del mundo. Los medios de comunicación nos lo acercan. Podemos decir, como 165

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Yahveh a Moisés: «He visto la opresión... He oído sus quejas... me he fijado en sus sufrimientos» (Ex 3, 7). Pero ¿con qué ojos miramos? ¿Hasta dónde llega la escucha? ¿Podría seguir diciendo: «Voy a bajar a librarlos?» Nuestra mirada y nuestra escucha suele ser superficial y pasajera. Vemos, oímos, pero no nos dejamos interpelar. Vemos y oímos, pero nos quedamos tranquilos. O tal vez nos compadecemos, pero se trata de una compasión sin pasión, no apasionada. Nuestra compasión se alimenta de sentimientos, que suelen ser pasajeros. No es una compasión cuestionante y comprometida. Vemos, pero nos quedamos en casa. Oímos, pero no nos acercamos. Hacemos como el sacerdote y el levita, no como el buen samaritano. Tenemos que ver con los ojos de Dios, que son compasivos y misericordiosos. Padecen y se apasionan. La compasión y la misericordia no son sentimientos débiles, sino fuerza de amor y libertad, fuerza curativa y liberadora. La realidad es inhumana Pablo VI, después de un buen análisis de esta realidad, diagnostica: «El mundo está enfermo», y con metástasis extendida. «Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (PP 66). Y Juan Pablo II: «Es suficiente mirar la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Son muchos millones lo que carecen de esperanza» (SRS 13). 166

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Tanto Pablo VI como Juan Pablo II repiten la palabra intolerable: «escándalo intolerable», «peso intolerable»; «retraso inadmisible». Para Juan Pablo «el cuadro general resulta desolador»; hay «un abismo» —tres veces repite la palabra en dos números— entre una parte y otra del mundo, pues mientras unos —los menos— disfrutan maravillosamente de la vida, «muchos millones carecen de esperanza», lo que equivale a decir que viven en el infierno; les falta alimentos, higiene, salud, vivienda, agua potable, trabajo digno, cultura, integración social. La realidad es injusta Hablando del cincuentenario de los derechos humanos, comentaba Enma Bonino, al recoger el premio Príncipe Felipe de Cooperación Internacional: «Pero ¿es que podemos hablar de celebración cuando en este final de siglo se suceden las violaciones sistemáticas de los derechos más fundamentales? ¿Cuando 45 millones de seres humanos mueren cada año de hambre y malnutrición? ¿Cuándo hay más de 23 millones de refugiados y desplazados a causa de los conflictos que se multiplican desde los Grandes Lagos hasta Kosovo o Afganistán? ¿Cuándo más de mil millones de personas viven en la más absoluta miseria en este planeta, que, por otro lado, ha conocido los avances más espectaculares en la ciencia y la tecnología? Yo creo que no. Creo que, por el contrario, la Humanidad está volviendo a la barbarie en este final de siglo». El 10 de diciembre pasado, cuando se cumplían los cincuenta años de la Declaración de los Derechos Humanos, recibía el premio Nobel de Literatura José Saramago, que declaraba: «Este medio siglo no parece que los Gobiernos hayan hecho por los derechos humanos todo aquello a lo que moralmente 167

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estaban obligados. Las injusticias se multiplican, las desigualdades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se expande. La misma esquizofrénica Humanidad, capaz de enviar instrumentos a un planeta para estudiar la composición de sus rocas, asiste indiferente a la muerte de millones de personas a causa del hambre. Se llega más fácilmente a Marte que a nuestro propio semejante». Es verdad. El camino de la mente al corazón es más largo de lo que parece. «Pensamos mucho y bien», pero amamos poco, decía ya Charlie Chaplin en el discurso final de El Gran Dictador. El hombre moderno se caracteriza por una mente poderosa, unas manos prodigiosas, pero un corazón raquítico. Por eso se llega más fácilmente a Marte que al semejante, porque para llegar al planeta basta el entendimiento y la técnica, pero para llegar al próximo hace falta corazón. No bastan las declaraciones, por solemnes y hermosas que sean. «En una organización social donde prevalecen los privilegios de los que tienen y de los que pueden, los derechos individuales, proclamados en la Declaración Universal de 1948 y aceptados hoy por las democracias, hay que evitar en lo posible que se reduzcan a planteamientos teóricos. Y la situación se grava con el proceso de globalización de la economía, donde se fomenta la liberalización del capital, la privatización de los recursos y la desregulación o flexibilización del mercado. ¡Ojalá el sistema vigente fuera, por el contrario, más liberal en algunos aspectos, por ejemplo, en el levantamiento de barreras proteccionistas frente a los emigrantes del Tercer Mundo y el olvido de la deuda externa, que sigue teniendo atenazados y dependientes a los pueblos económicamente más pobres» (Comunicado de la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española con ocasión del 50 Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). 168

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Miremos con el corazón Ni basta la razón para conocer bien ni bastan los ojos para ver bien. Para ver y conocer bien hay que acercarse, hay que simpatizar y empatizar, intentando entrar dentro del otro. Y esto es imposible sin corazón. Dicho de manera ya popular: «Sólo se me ve bien con el corazón» (Saint Exupery). Y ¿el hombre tiene corazón? ¿No es en lo más íntimo un clamor orgulloso y egoísta? ¿No está lleno de ciegas pasiones y locas apetencias? Sabemos que sí, y cuando se desatan pueden dar origen a devastaciones peores que las del huracán Mitch. Pero eso no es todo ni es lo más profundo del ser humano. El núcleo más íntimo del hombre es un clamor solidario, un clamor hacia realidades más hermosas y liberadoras. Hay hambre de bondad y de belleza. Hay imperativos —el imperativo es como un grito genético, un grito de las entrañas, antes de ser pensado y reflexionado— que exigen respeto, tolerancia, solidaridad. Es lo que llamamos corazón. Estos imperativos son los que hacen ascender a los hombres y a los pueblos. Lo que más define al hombre no es tanto la razón, sino la «pasión», el amor. Amo, luego existo. Soy amado, luego vivo. El que ama, crece y da frutos. «El que no ama, está muerto». Tampoco el poder y el tener definen a la persona, sino la propia superación y la entrega a los demás, sabiendo que sólo se supera el que se entrega. En expresión creyente, el núcleo más íntimo de la persona, hecha a imagen de Dios, es un dinamismo de apertura y comunión. Lo podemos traducir por responsabilidad, que es «guardarse del para sí y perderse en la pasión por el otro» (E. Lévinas). La vocación principal del hombre no es existir, 169

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sino convivir; no ser más, sin más, sino amar más para que todos seamos más. Porque, como canta Octavio Paz, «La vida —pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos— ............................................

Los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia».

Responsabilidad y solidaridad Estamos haciendo una opción por la libertad, por la justicia, pero planificadas en la responsabilidad y la solidaridad. Son dos valores que mutuamente se relacionan y alimentan. Son también un gran signo que ilumina nuestro mundo desgarrado. El mundo se salvará cuando los hombres y los pueblos empiecen a mirarse como próximos, como hermanos, es decir, cuando empiecen a mirarse con los ojos de Dios. «La solidaridad nos ayuda a ver al “otro” —persona, pueblo o nación— no como un instrumento cualquiera para explotar..., sino como un “semejante” nuestro, una ayuda (cf. Gn 2, 18. 20), para hacerlo partícipe... del banquete de la vida» (SRS 39). Y tenemos la esperanza de que el siglo XXI sea el siglo de la solidaridad, y ojalá que el próximo milenio sea el de la misericordia. No faltan apuntes y argumentos para fundamentar esta esperanza, como el movimiento de voluntarios, integrados o no en las ONGs, las respuestas ciudadanas por la solidaridad, las campañas por el perdón de las deudas, o del 0,7%, las estructuras y organizaciones internacionales para la promo170

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ción y desarrollo de los pueblos y tantos y tantos brotes de solidaridad (cf. SRS 39). Si queremos construir un mundo solidario, hay que salvar las diferencias —distancias abismales— entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles, entre acreedores y deudores. No se puede ser solidario con el pobre desde arriba, desde la cumbre del bienestar. «Los que cuentan más, al disponer de una porción mayor de bienes y servicios comunes, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen» (SRS 39). La solidaridad va más allá de la justicia. No se fija en lo que se debe, sino que apuesta por lo que se necesita. No vive de derechos, sino de responsabilidades. Quiere dar a cada uno lo suyo, sí, pero lo suyo es lo que necesita para ser, para vivir, para crecer, para crear, para conseguir su propia libertad y felicidad. La solidaridad ha de ser universal y ha de ser liberadora. Que los pobres pasen de ser objetos a ser sujetos, protagonistas de su propia historia. Todo lo que se haga a los pobres desde la pasividad y falta de implicación «está endemoniado», porque se somete al pobre a la «vejación de la ayuda», a la dependencia humillante (cf. García Roca, Creciendo en solidaridad con los empobrecidos, Cáritas Diocesana de Canarias, 1996). Miremos con los ojos de Dios «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36). Entramos en otra dimensión. Lo propio de Dios, lo fuerte de Dios, la gloria de Dios es la misericordia. 171

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Pero la misericordia divina sobrepasa nuestros límites. La hemos conocido por medio de Jesucristo. Es un amor generoso y entrañable, gratuito e incondicional, paciente y entregado..., pero siempre sin límites. Lo llamamos también caridad-cariño, ágape. «Es paciente, es servicial...». Añade a la solidaridad el exceso, es dar siempre más, es ir siempre más allá, sin medida: y la gratuidad, sin exigir nada, sin pedir nada, sin recompensa, sin buscar merecimiento alguno, incondicional; y la humildad, la preferencia por los más pequeños y olvidados y sin llamar la atención, sin crear dependencia; y la generosidad, hasta darlo todo y hasta darse todo, aunque no te pidan; y la alegría, regalando siempre el plus de la sonrisa. Cuando esta caridad toca el corazón humano, desaparecen los egoísmos y se empieza a vivir la comunicación y la comunión. «Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común» (Hch 4, 32). Y se da, no ya lo que sobra, sino, como la viuda del evangelio, lo que se necesita para vivir. «El que tiene da sin envidia al que no tiene... Y si entre ellos hay alguno pobre o necesitado y ellos no tienen abundancia de medios, ayunan dos o tres días para satisfacer la falta de sustento necesario a los necesitados» (Arístides, siglo II, Apología XV, 2). Porque dar lo superfluo es de justicia, dar lo conveniente para ti es solidaridad, pero dar lo que necesitas es caridad (cf. SRS 31). Así enseñaron los Padres y así enseña actualmente la Iglesia. Quiere decir que si yo no doy lo que me sobra, en algún sentido estoy robando, soy ladrón. «Creo —decía Gandhi— que en cierto sentido estoy robando, todos somos ladrones. Si me apodero de una cosa que no necesito inmediatamente, se la estoy robando a alguien.» 172

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5.

PROPIEDAD PRIVADA Y DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

A partir del Vaticano II ya nadie puede dudar de que la propiedad privada está al servicio del destino universal de los bienes. «Sean las que sean las formas de propiedad... jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes» (GS 69). Esta declaración hace temblar la tierra bajo nuestros pies, como decía Bernanos de la Rerum Novarum. Es un golpe mortal al muro del individualismo y el egoísmo. La propiedad no es un derecho último y absoluto, sino un derecho secundario, subordinado al cumplimiento del destino universal de los bienes. Y si este destino no se cumple, no en alguna que otra persona, sino en millones de personas, si mueren miles de personas cada día por falta de bienes elementales, tendré que revisar muy a fondo mis propiedades. ¿No tendré que acusarme de faltar a la justicia? Pablo VI y Juan-Pablo II urgen más este principio. «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario» (PP 23). «Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social» (SRS 42). Ciertamente, se necesitaría un nuevo Orden internacional que regulara la producción y el consumo de bienes a nivel mundial. Es un imperativo ético. 173

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Hoy no se puede hablar solamente de los bienes materiales. Hay que referirse a los bienes «del conocimiento, de la técnica y del saber» (CA 32). En una Conferencia de las Naciones Unidas sobre el comercio y el desarrollo (CNUCED), celebrada en Chile en 1972, la Delegación de la Santa Sede proponía la necesaria comunicación de tecnologías y se hablaba de la institución de un «patrimonio mundial de conocimientos técnicos». Suena a utopía, porque sabemos que la tecnología punta es el secreto del poder (cf. SRS 43). Una de las mejores maneras de asegurar el destino universal de estos bienes sería orientarlos a la solución de las grandes necesidades de la Humanidad, como la salud, la alimentación, el medio ambiente, la paz. Los bienes de la ciencia, la cultura y el arte son propios de cada autor, de cada pueblo, pero no pueden guardarse y encerrarse en sí mismos. Por naturaleza estos bienes necesitan de diálogo y comunicación. Estos dones y estos bienes tienen más que todos un destino universal, porque están marcados por una dinámica de expansión y democratización. Lo que es más espiritual necesariamente es más universal. Es también una preocupación actual la de conservar y desarrollar el patrimonio humano para legarlo a las generaciones venideras. El destino universal de los bienes se refiere también a la Humanidad del futuro. No podemos destruir irracionalmente el ambiente natural, así como el mismo ambiente humano (cf. CA 38). (Ver para estos temas: La Societá, Revista de Estudio, Investigación y Documentación sobre la Doctrina Social de la Iglesia, 1/1992. Ed. Studio Forma, Verona, 1992.) 174

Todos invitados a la mesa de la Creación (sobre el destino universal ...

6.

¿PODEMOS SOÑAR? ¿PODEMOS ESPERAR?

Siempre es gratificante soñar, pero añadiendo al sueño la esperanza. «Esperar —decía el Cardenal Suenens— es el modo de transformar un sueño en realidad.» Podemos soñar y podemos esperar. Humanamente hablando, encontraremos argumentos para la ilusión y para la desilusión, para la esperanza y para la desesperanza. Vamos a entrar en el año 2000 y podemos ofrecer al nuevo milenio un buen ramillete de cardos y un buen florón de rosas, muchos éxitos y muchas lágrimas, mucha vida y mucha muerte. Aun razonando sólo humanamente, optamos por la afirmativa, por lo positivo. «Porque en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio» (A. Camus); porque el amor es más fuerte que la muerte; porque la solidaridad es una palabra que convoca a los mejores espíritus del tiempo; porque la mayoría de la gente, la gente anónima, la gente del pueblo, es buena. «La iglesia tiene también confianza en el hombre, aun conociendo la maldad de que es capaz, porque sabe bien... que hay en la persona suficientes cualidades y energías, y hay una bondad fundamental (cf. Gn 1, 31)... Por tanto no se justifican ni la desesperanza, ni el pesimismo, ni la pasividad» (SRS 47). Vamos a soñar. «Mañana, hijo mío, el mundo será distinto.» Mañana se terminarán imponiendo los valores de la tolerancia, el pacifismo y la solidaridad. Mañana se perdonarán todas las deudas a los países más empobrecidos y se les ayudará con esos bienes a salir de su postración. Mañana todos los países ricos darán gozosamente el 0,7% a los países más desafortunados. Mañana se tendrá conciencia de que no se 175

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puede emplear el dinero en gastos militares, suntuosos e inútiles, que conducen a la miseria y a la muerte. Mañana habrá un fondo común bien administrado por las Naciones Unidas, que se dedicará a desarrollar las zonas deprimidas y no se consentirá que algún pueblo, alguna persona muera de inanición o de enfermedad curable. Mañana se repartirán mejor los bienes, según los designios de Dios, y no se oirá con tanta insistencia la canción del mío, del yo, del para mí. Mañana todos los pueblos podrán sentarse a la mesa de la Creación sin tener que conformarse con las migajas. Mañana todos los hombres se sentirán verdaderamente hermanos, y nadie desconfiará ni temerá, y podrá pasear por la calle a cualquier hora, sin necesidad de guardaespaldas. Mañana todos los hombres se sentirán personas y todas las personas se sentirán orgullosos de ser hombres. Mañana viviremos en «un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico» (PP 47). Mañana, en el 2000, en el tercer milenio, desde ahora. Iremos ya sembrando en el mundo, en las conciencias, semillas de verdadera humanidad, y esperamos, no soñamos, sabemos que desarrollarán y darán fruto. Y en todo caso, hermanos, yo soy hombre de esperanza. Pero mis razones no son sólo humanas. «A quien me pregunta por qué soy un hombre de esperanza, a pesar de la actual crisis, le respondo: Porque creo que Dios es nuevo cada mañana. Porque creo que está creando el mundo en este mismo momento... Porque creo que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en el mundo, incluso allí donde su nombre es ignorado... y ofrece cada mañana a quien sabe acogerlo una libertad 176

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nueva y una gran dosis de alegría y esperanza... Yo creo en las sorpresas del Espíritu» (Cardenal Suenens). Todos creemos en las sorpresas del Espíritu, como fue el Vaticano II, o fue la caída del «muro» de Berlín, o fue el viaje del Papa a Cuba, o la tregua indefinida —¡ojalá definitiva!— de ETA, o los movimientos actuales de solidaridad creciente. «¡Felices —termina Suenens— los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su sueño tome cuerpo en la historia de los hombres!» Uno de los que pagó este precio fue Mons. Romero. Leía esta mañana un texto suyo: «Aunque el hombre ya esté quebrado, aunque un pueblo se sienta como un candil que se va apagando, aun cuando nos sintamos con un sentimiento profundo de frustración por nuestros pecados, por los pecados de las clases sociales, por los abusos de la política; un pueblo que se ha hecho indigno de su nombre, un pueblo que no merece ya la misericordia de Dios... Él no acabará de quebrar esa caña que ya se está acabando de quebrar. Él no acabará de apagar esa mechita que todavía echa señales de fuego. En El Salvador todavía hay capacidad de rehacernos. Todavía puede encenderse la lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza. Y está aquí... ¡el signo de Yahveh, Cristo,... que viene a liberarnos de toda clase de esclavitud. Él es nuestra esperanza!». Todos los hombres, todos los pueblos tienen capacidad de rehacerse, porque hay un Padre misericordioso que nos mira con ternura y nos coge con sus dos grandes manos, las del Hijo y las del Espíritu. «Y en todo caso, hermanos, yo me atengo a lo dicho: ¡LA ESPERANZA!» 177

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7.

¿BUENAS PALABRAS?

Permitidme terminar con una anécdota, al estilo de Toni Melo, el Toni «bueno». Lección de catecismo: «La profesora de religión enseñó aquel día a sus alumnos/as la responsabilidad que todos tenemos de disminuir las distancias sociales entre los que más tienen y los que menos, de ayudar a los que no tienen lo suficiente para una vida digna, de luchar por un orden más justo y hacer desde ahora todo lo que podamos para aliviar las carencias de los que más sufren. Tras la expresión y los ejemplos vino una pequeña prueba de control. La profesora propuso que todos escribieran allí mismo un breve ensayo con el tema: ¿qué haría yo si tuviera ahora un millón de pesetas? Las respuestas eran gratificantes. Todos, de una manera u otra, proponían dar ese dinero o al menos la mayor parte a los pobres. Un muchacho esperó a que la profesora comentara los exámenes y al final levantó el brazo y preguntó: — Señorita, ¿ha acabado ya la prueba? — Sí. — Entonces yo con el millón de pesetas me compraría una moto.» (Carlos García Vallés)

Bien la lección y la enseñanza, los buenos consejos y libros sabios. Pero no basta. Hay demasiada injusticia como para quedarse en ensayos académicos, en bonitas asambleas y en interesantes artículos. Algo más habrá que hacer. 178

DIOS PADRE ES CREADOR; LOS HOMBRES, CO-CREADORES JOSEP M. ROVIRA BELLOSO Profesor emérito de la Facultat de Teología de Catalunya

INTRODUCCIÓN No es necesario intentar aclarar en este artículo todos los conceptos en juego —Creación de la nada, Creador, Colaborador o co-creador— ya que un buen diccionario de teología puede prestar satisfactoriamente el servicio de describirlos. En cambio, quisiera tocar dos puntos que a menudo quedan imprecisos. El primer punto surge de una reflexión seria sobre la Creación. El hecho de creer en Dios creador y de pensar con cierta profundidad en el significado de la Creación, lleva a la evidencia de que, en el presente, se la puede y se la debe calificar como imperfecta. En efecto, la misma Escritura atribuye la perfección suprema a la nueva tierra donde habita la justicia, lo que quiere decir que atribuye la perfección suprema al Reino de Dios en su realización futura y, más aún, final. Lo cual equivale a atribuir cierta imperfección a la realización actual de lo creado. En efecto, la Creación no es idéntica a Dios, perfección infinita, no obstante que de Dios deriva como de su origen y fuente. Este será el eje de la primera sección (I). 179

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El segundo problema, que quisiera aclarar al máximo, es el del sentido de la colaboración humana en la obra de la Creación. Hasta qué punto esta colaboración es necesaria y cuál es su calidad en orden al Reino de Dios que esperamos en el futuro escatológico. Hace muchos años que este tema ha sido objeto de reflexión (también por mi parte), y puede ser de interés retractarlo de nuevo. Será la segunda sección (II). I. 1.

LA ANALOGÍA DEL ARTISTA CREADOR: LIBERTAD Y AMOR CREADORES

Las dificultades en el tratado sobre la Creación brotan porque carecemos de experiencia, hablando estrictamente, de lo que es «crear». No tenemos modelos humanos que expliquen lo que es el acto creador en su sentido más estricto. En efecto, lo que hace el «homo faber» es fabricar; no, por cierto, crear. Es la diferencia que existe entre sacar de la nada (crear) y componer algo nuevo a base de elementos preexistentes (fabricar) (1). Reconozco que la era de los computers introduce en la experiencia humana una función «creadora»: la creación de la realidad virtual. Después de una época en la que nuestro mundo es mayormente artificial —artificiatum, es decir, realizado con arte productor o «artificio»— ahora ese mundo nuestro parece no tener necesidad de un soporte real, dado previamente y superior a nuestro artificio. Basta que el ordenador cree realidad virtual. ¿Experimentan algo así como la embriaguez del (1) J. M. ROVIRA BELLOSO: Tratado de Dios Uno y Trino, Salamanca2, 1999.

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creador quienes no se limitan a imaginar una realidad ficticia, sino que la plasman de tal manera que esa realidad existe... siquiera sea como pura potencialidad virtual? No me extrañaría que esa copa de más, que es la posibilidad de crear realidad virtual, aumentara la embriaguez de ese Prometeo que, a pesar de sus fracasos, sigue siendo el hombre actual. Quiero todavía insistir en que el hombre tiene experiencia de transformar el mundo, pero a pesar de las ilusiones y confusiones que nos podamos hacer, este mundo en el que vivimos no lo crea el hombre, ni lo puede crear. Fundamentalmente, el mundo le es dado, como soporte, marco o escena del drama peronal y colectivo que van a vivir en él los humanos. Efectivamente, los seres humanos ni siquiera pueden crear una especie de sistema ecológico, de infraestructura o de «software» general que funcione por sí mismo en beneficio de todos. Puede, en cambio, des-componer el mundo, cuando su acción negativa daña a la Naturaleza o a los otros (cultura de la muerte). No apunto a un nuevo pesimismo, sino a mostrar que carecemos de experiencias adecuadas y perfectas que nos permitan vislumbrar qué cosa es el acto divino de crear y que, en cambio, tenemos clara cuál es la experiencia de destruir (recordemos los años de guerra fratricida y generalizada: 19361939 en España y 1939-1945 en Europa). Aun en plena era de los ordenadores, vemos que lo más parecido al acto creador sigue siendo el acto del artista creador. Porque el artista, de algún modo, crea y subraya con su acción gratuita, libre y demiúrgica uno de los atributos irrenunciables del hombre: su creatividad. El artista, en definitiva, está cerca del milagro de la aparición de ese quid novum que caracteriza a la Creación, porque en la obra de arte surge algo cualitativamente distinto y nuevo respecto de la materia 181

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empleada. De tal manera que, en esa materia, aparece inscrita una chispa de verdadera inteligencia organizadora, algo así como un don divino que dispone, ordena y da sentido a la obra: es el «concepto» o la «idea» (2). Paradójicamente, el artista es quien más se sabe trascendido por una Belleza que no es suya, sino recibida. En resumen: a muchos filósofos y teólogos nos atrae hoy la idea de que lo más cercano al Dios creador es el artista inspirado y libre. Pero quiero llamar la atención sobre dos cosas. La primera, subrayar que la creación artística proporciona una analogía acerca del Dios creador. Nada menos, pero nada más que una analogía, la cual deja —por tanto— en el misterio el acto divino del Creador, que como el artista, crea gratuita y libremente, movido por la inspiración que, en definitiva, es un exceso de amor. Pero, si no es por la fe viva, no podemos entrar en comunión con la fuerza positiva —infinita— de esa mente divina que ama cuanto crea: ama la vida y todo cuanto existe, ya que ese amor constructivo es la fuente misteriosa del acto creador (cf. Sab 11, 24-26) En segundo lugar, deseo advertir, en la línea de lo anterior, que para crear no sólo hace falta la libertad de la inspiración sino literalmente una acumulación de amor que, en el caso de (2) El Renacimiento asume la concepción platónica del artista creador que, según la idea que resplandece en su mente como fulgor divino, libera una forma nueva sacándola de la materia preexistente. Para esta cuestión, ver la documentada obra de E. PANOFSKY, Idea, Madrid 7 1989, pág. 111: «...El artista “crea” sus obras a imitación del Sumo Creador... es casi un “alter deus”. La Edad Media había acostumbrado a comparar a Dios con el Artista para hacernos comprender la esencia de la Creación divina; la Edad Moderna, en cambio, compara al artista con Dios, para heroizar la acción artística: es la época en la que el artista se hace “divino”».

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la Creación ex nihilo, ha de ser una acumulación infinita de Amor, no porque sea infinito el efecto producido, sino por el salto infinito que hay que dar para hacer pasar del no ser al ser. Por eso la Creación es misterio, porque no podemos imaginar ni racionalizar esa infinita densidad del Amor más grande del que, a la manera libre del Artista, brotan las criaturas con consistencia, sentido y orden (digo esto a la manera del modo, la forma y el orden, agustinianos). Caben, por fin, dos advertencias más, muy hondas, aunque parezcan de detalle. La primera la había barruntado antes de la Encíclica Fides et Ratio, pero es ahora, en su luz, cuando advierto su importancia preeminente. En efecto, la teología se mueve a compás entre el ver, asumido y superado por el entender, y el creer. En el itinerario creyente, se da, por tanto, un cierto entender intelectual y espiritual que supera el ver sensorial. La teología implica, pues, un cierto entendimiento no sólo de las palabras sino de las realidades que subyacen a las palabras. En efecto, en un primer momento, vemos el cosmos y entendemos que todas las cosas en el mundo tienen un origen. Este entender contemplativo nos lleva a abrirnos a Dios, porque Él ya está presente desde el principio del itinerario ascendente por el que subimos los peldaños del ver y del entender hasta el creer. Por eso, al creer en Dios Creador, Origen de todo, la fe sigue incluyendo en su seno una inteligibilidad luminosa. Prueba es que los niños preguntan no sin cordura qué había antes del big-bang. La fe se presenta, en esta perspectiva, como un salto de la empiria a la trascendencia de Dios que nos atrae, pero no es un puro salto en el vacío, sino una ascensión regalada y esforzada hacia el Padre de todos los dones, que atrae nuestra ascensión. 183

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Viceversa, cuando nuestra fe se abre atraida por un Amor infinito creador, podemos iniciar el descenso y llegar a entender el mundo como pendiente de la voluntad de Dios y como fruto de su Amor inteligente (San Juan de la Cruz). Podemos pensar que el Padre crea con su Palabra (3), es decir, con su su voluntad inteligente y amante (Maimónides y Santo Tomás). Podemos ver las formas y los colores del mundo como la delicadeza del Creador hacia los seres humanos (Francisco de Asís). La segunda advertencia brota cuando, a pesar de todas las dificultades inherentes al tratado sobre la Creación, el teólogo que cree, aspira a pensar, de algún modo, lo que significa el Acto Creador. Entendemos mínimamente algo de esto, cuando pensamos en el paso de la nada al ser, y atribuimos a Dios ese milagro único: el «milagro» del ser, propio de su arte supremo ejercitado por su libertad creadora. Decir «el Padre es el Origen de todo; un origen no originado, no engendrado»; o bien, decir «el Padre crea»; o bien, decir «lo propio del Padre es crear» nos pone, en efecto, en la pista de la segunda advertencia: ¿cuál es el ámbito y el objeto de la Creación del Padre? Esta pregunta nos lleva directamente a la criatura humana. 1.2.

Creados a imagen y semejanza del Padre

Dios no es tan sólo el Creador del Cosmos, de la Naturaleza en parte inerte y en parte viva, sino el Creador y el Padre de la persona humana, creada a su imagen y semejanza (4). (3) M. MAYMONDE: Le Guide des Egarés, París, 1979, págs. 159-160. Para la Creación, según Maimónides: A. WOHLMAN, Thomas d’Aquin et Maimonide. Un dialogue exemplaire. París, 1988, 23-48; 81-103. (4) Para la noción de imago y de similitudo, ver THOMAS AQUINAS, Summa Theol., I q 35 a 1-2.

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Una imagen, al decir de Agustín, siempre necesitada de reforma o de re-creación espiritual mientras peregrina en la tierra (5). Aquí se situa nuestra pregunta: en este nivel de Creación prevalentemente humana y personal, ¿acaso no tenemos alguna experiencia, siquiera sea indirecta y mediata de quién es nuestro Padre del cielo? En efecto, llamamos Padre a aquel cuya acción consiste en «dar a luz» el ser del Cosmos, pero sobre todo llamaremos Padre a aquel cuya acción consiste en hacer brotar las personas humanas y, supremamente, a aquel cuya acción consiste en comunicar a esas personas su propio Espíritu (el Espíritu del Padre y del Hijo). En efecto, el Espíritu Creador plasma las personas «a imagen y semejanza» del Creador, al dotarlas de inteligencia amante y al recrearlas con el soplo mismo de su Amor anticipado gratuitamente. Por eso, puede decirse que Dios crea la realidad del mundo pero que, principalmente, crea y recrea las personas por la efusión del Espíritu. Por eso, Dios más que «darnos cosas» nos «hace personas», cuya cima espiritual consiste en recibir el Don del Espíritu, que el Padre siempre dará a quienes se lo pidan (cf. Lc 11, 13). Llamamos Padre, por fin, al que crea para los hombres, sus hijos, un futuro de esperanza y de crecimiento personal o colectivo. Llamamos Padre al que crea en nuestra vida empírica una dimensión de eternidad: eternidad en el tiempo y en la historia. En ella vuelca el don de su Palabra que ilumina y de su Espíritu que vivifica con la vida divina. Es la dimensión de revelación y de santidad: algo invisible pero real. (5) AGUSTÍN, De Trinitate, XV, 16.

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Respecto a esa creación del futuro de Dios en el hombre, Jeremías profeta señala de modo genial que Dios se compromete a «darnos un tiempo futuro lleno de esperanza» (6). Incluso cuando no hay esperanzas humanas, cuando la finitud muestra trágicamente los límites que circunscriben nuestra vida, el amor del Padre abre en nuestro presente un futuro de imprevista esperanza. Esa «confiada espera en el porvenir» es auténtica creación y re-creación de las personas, y provoca esas inefables, admirables, experiencias vividas por ciertos enfermos incurables, por algunos encarcelados que padecen por la justicia, por los mártires. Juan Pablo II lo expresó así: «El Espíritu Santo entrará en el sufrimiento humano y cósmico con una nueva dádiva de amor, que redimirá el mundo» (7). 1.3.

El Padre crea de la nada por su palabra, es decir, por su Voluntad

Maimónides cree que el término dibber (hablar) se aplica a Dios de manera metafórica, ya que a menudo, cuando se dice que «Dios habla», lo que enseña la Escritura es que Dios quiere. Dios, en efecto, no habla por letras y sonidos, pero quiere con su voluntad. La expresión «Dios habla» se refiere, por tanto, a su intención y a su querer. Por eso Maimónides lee el Salmo 33, 6, «Los cielos han sido hechos por la Palabra del Eterno», en el sentido de «Los cielos han sido producidos por su intención y por su voluntad» (8). (6) Jer 29, 11; 31, 17. (7) JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem, n. 39. (8) M. MAIMONIDES: Guide des égarés, 65, Éditions Verdier, 1981, pág. 158-159.

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También Santo Tomás atribuye a la voluntad de Dios la acción creadora. La atribuye implícitamente a propósito de la no eternidad del mundo; no eternidad que tan sólo es cognoscible por revelación (9). La atribuye explícitamente cuando concibe la creación como un efecto de la voluntad libre de Dios: «Ya se ha mostrado (q 44, a 1.3 y 4) que la voluntad de Dios es la causa de los seres [...] Se ha mostrado también que —hablando en términos absolutos— no es necesario que Dios quiera a algún ser excepto a sí mismo [...] Si el mundo existe, quiere decir que Dios ha querido (libremente) que existiera» (10).

También es explícito cuando dice que la multitud de los seres creados procede de la «intención del primer agente» (11), que produce todas las cosas y las lleva al ser a causa de su divina bondad comunicada a las criaturas. Tomás concibe la creación como la producción del ser de las cosas (12). Como «la emanación de todo el ente universal a partir del primer principio» (íbid.). Porque la Creación —activamente— es una acción divina. Pasivamente, desde el ángulo del ser creado, es una relación al primer principio (13). Ningún ente puede presuponerse antes de esa emanación creadora. Sólo la causa universal que es Dios puede crea,. (q 45 a 2), porque, para crear de la nada, se requiere una potencia infinita, aunque el efecto sea finito (q 45 a 5). (9) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I, q 46 a 2. (10) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I q 46 a 1. (11) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I, q 47 a 1. (12) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I q 45, a 6. Lo mismo en el a 4: «Emanatio totius esse ab ente universali.». (13) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I q 45 a 3.

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Tomás no desconoce, finalmente, que la creación por la voluntad de Dios es algo equivalente a la creación mediante la Palabra divina. Esto lo insinuaba ya El libro de la Sabiduría, en el que Palabra y Sabiduría se sitúan en un nivel sinónimo. Pero el Nuevo Testamento avanza en esta cuestión, mucho más allá de lo que iba Maimónides, basado tan sólo en el Primer Testamento. Podemos precisar la función del Padre y de la Palabra en la creación del mundo. 1.4.

Creación del Padre, por la Palabra y el Espíritu

En este estudio hemos atribuido la Creación al Padre, como lo más natural del mundo, siendo así que Tomás de Aquino entiende que la Creación, lo mismo que todas las obras que Dios realiza ad extra, no es atribuible propiamente a alguna de las personas en particular, sino a toda la Trinidad en común (14). Pero, en realidad, el mismo Tomás matiza muchísimo la cuestión y la deja, de algún modo, abierta. Porque entiende dos cosas. Primera, que en la acción de toda la Trinidad en común tienen cabida sin embargo las procesiones y las relaciones divinas, es decir, que aun en la acción común de «toda la Trinidad», se observa el «orden» divino según el cual el Padre actúa por el Hijo (y Palabra suya) en el Espíritu Santo. Es tan importante la cuestión que debemos oír al mismo Tomás: «Si bien la naturaleza divina es común a las tres personas, sin embargo les conviene (poseerla) con un cierto orden, porque el Hijo la recibe del Padre y el Espíritu Santo la recibe (14) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I q 45 a 6.

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del Padre y del Hijo. Así también, el poder crear, aunque sea común a las tres personas, les conviene con cierto orden. Pues el Hijo recibe este poder del Padre, y el Espíritu Santo, de ambos. Por eso, el ser creador, se atribuye al Padre, como a quien no ha recibido el poder crear de ningún otro. Del Hijo se dice que es aquel por quien han sido creadas todas las cosas, en cuanto tiene idéntico poder, pero recibido de otro, puesto que la preposición “por” suele denotar una causa media, o sea un principio que tiene principio. Por último, al Espíritu Santo, que tiene también el mismo poder de ambos, se le atribuye gobernar como Señor y vivificar las cosas que el Padre ha creado por el Hijo» (15).

L. Ladaria ha visto claro el tema de que las apropiaciones tienen muchísima más importancia real que el de una simple metáfora o un simple juego verbal. La Trinidad es un principio de actuación ad extra, pero no debemos olvidar que este principio «contiene en sí mismo la distinción» (16) . Así, en la Creación, incluso desde el punto de vista bíblico, el Padre es el origen último de todo y el Hijo es el mediador, mientras el Espíritu Santo es el Amor en el que todo existe. De este modo, la distinción de personas en el seno de la Trinidad «se refleja también en la actuación exterior» (17). Segunda cosa, advertida claramente por Tomás: se refiere a los vestigios que, de la Trinidad, se dan en las criaturas. Es cierto, dice en el artículo siguiente (q 45 a 7), que en todas las criaturas se encuentra un vestigio de toda la Trinidad. Pero si bien se mira (15) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I, q 45 a 6. (16) L. LADARIA, El Dios vivo y verdadero, Salamanca, 1998, pág. 272. (17) L. LADARIA, o. c., p. 273.

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«cada una de ellas es una sustancia creada que representa su causa y principio y de este modo evoca al Padre, que es principio sin principio. En cuanto tiene una forma —y pertenece a una especie determinada— representa al Verbo, en cuanto la forma de lo creado está en la concepción del artífice. Y, según que posee un orden, representa al Espíritu Santo, bajo el concepto de Amor, porque el orden de una cosa a otra procede de la voluntad del Creador» (18) .

Por eso, continúa Tomás, dijo San Agustín que cada criatura refleja al Padre en cuanto es alguna substancia, refleja al Hijo por su forma y especie, y refleja al Espíritu Santo por el orden que evoca al Amor creador. Así tenemos —actualizada— la tríada de la medida, la especie (o forma) y el amor. La teoría de los vestigios de la Trinidad en cada criatura permite a Tomás enunciar una ley general: la referencia unitaria de cada una de las criaturas a toda la Trinidad no excluye que esa referencia deba especificarse («reducirse») a cada una de las personas divinas, «in qualibet creatura inveniuntur aliqua quae necesse est reducere in divinas Personas sicut in causam» (q 45 a 7). 1.5.

La Resurrección de Jesús, núcleo de la nueva Creación

Cuando afirmamos que Dios es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, afirmamos que esta paternidad se ejerce sobre todos los momentos y avatares de la vida de Jesús-Mesías. Pero hay en ella un trazo en que la paternidad de Dios se ma(18) Thomas AQUINAS, Summa Theol., I q 45 a 7.

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nifiesta en plenitud de gloria velada, correlativa a la suprema sencillez y despojo con los que Jesús entrega su vida. Es el momento pascual: el momento glorioso de la Resurrección en el que va a desembocar la muerte en la Cruz. Esta cumbre de la vida de Cristo muestra mejor que cualquier otro momento lo que significa que «Dios es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo». Porque ahí, en la donación de la propia vida entregada por amor, se manifiesta la paternidad silenciosa pero plena de gloria —todavía escondida— de Dios Padre, quien, a su vez, entrega la propia vida al Hijo, en el Amor del Espíritu. En la Cruz, el Hijo da su propia vida, y esta ofrenda, simbólica y real, coincide totalmente con la realidad de la entrega del Padre, quien actualiza su propia donación al Hijo: como perenne generación en el tiempo y dintel de la nueva creación. Así, se manifiesta a contrario, cuando «la Divinidad se esconde» (19), que lo propio del Padre es engendrar al Hijo, en su donación en la eternidad y en el tiempo, y crear y recrear la historia del amor. Esta es la idea de fondo que debo desarrollar aquí. Nosotros nos movemos en el cosmos, que fué creado al principio de la historia de la salvación, antes incluso que nuestros primeros padres. Maurizio Flick, el querido profesor de los tratados de la Creación y de la Gracia, solía hablar, en este sentido, de las primicias de la historia de la salvación —De primordiis historiae salutis— refiriéndose a la creación del mundo, como preludio de la gracia y de la salvación de Dios. Pero nosotros, además de vivir en el mundo creado al principio, nos movemos en los albores y vislumbres de la nueva creación, tierra (19) Ignacio de LOYOLA, Ejercicios, Tercera Semana, Tercer preámbulo, 5.º punto [196].

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verdaderamente humanizada en la que habitará la justicia, ya que esta nueva tierra o nueva creación apela no tanto al principio (en arjé) como al final: al tèlos y al eschaton. Podría decirse, por tanto, que procedemos de un mundo telúrico, en constante evolución creadora, pero que ha vivido inesperada y gratuitamente la aparición de un novum verdaderamente singular: la Cruz y la Pascua de Cristo. El músico nietzscheano por antonomasia Richard Wagner, en una obra de religiosidad ambigua, Parsifal, ha observado muy bien el hecho de que la creación esté marcada por Los encantos del Viernes Santo, pues así se refiere Wagner a la aparición, en la creación antigua, del nuevo factor de paz y renovación producido por la Cruz de Cristo. Cuando Parsifal comenta que «nunca el ambiente fue tan dulce, ni nunca le han dicho nada tan íntimo las admirables flores», el viejo Gurnemanz se limita a sentenciar: «Este es el encanto del Viernes Santo» (20). Y cuando Parsifal se extraña de que un día de tan intenso dolor destile esa dulzura, Gurnemanz le advierte que la huella del Redentor hace sonreír incluso a las flores efímeras, que advierten la nueva inocencia, a la que —desde la Cruz— está llamada la creación material. Es verdad. El mundo de la tierra y de las montañas, de los árboles y de las plantas, de los animales y del hombre, es un mundo precioso pero imperfecto. Más aún, necesitado de una renovada acción para rehacer sus caminos hacia el prometido Reino de Dios. En nuestro mundo, efectivamente, se da el desbordamiento del mal (fragilidad, opresión, muerte, pecado), que no se identifica con la condición limitada de la tierra y del hombre, pero que tiene su base y su posibilidad en esa (20) R. WAGNER, Parsifal, III Acto, Cuadro 1.º

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condición finita del cosmos y de la Humanidad. Se produce así una oscilación o resbalón ontológico y ético: de la finitud cósmica y humana al desbordamiento del mal, efecto de la insobornable libertad de los humanos. Este «resbalón» o decaimiento encuentra su ley en la sombría sentencia que expresó Tomás de Aquino: «lo que puede fallar, alguna vez falla» (21). Esta «ley del de-caimiento» muestra el mundo como escenario y lucha entre la condición finita —unida al desbordamiento hacia el mal, sobreañadido a la finitud— y el encanto de la gracia que procede del Viernes Santo de Cristo. He aquí una pista, certera y ortodoxa, para «entender» el pecado original y la necesidad de «Redención» o restablecimiento de la comunión con Dios. II.1.

SE PRECISA UNA TEOLOGÍA DE LA ACCIÓN HACIA EL REINO DE DIOS

Gustavo Gutiérrez, con su famosa Teología de la Liberación, elevó su grito en favor de los pobres en 1972. Lo más nuevo y sustantivo de la nueva corriente fue dicho por este autor —que se situaba a «una rueda» de J. B. Metz y su teología de la acción—. A esta obra pueden añadirse los trabajos meritorios de los hermanos Boff, Clodovis y Leonardo, y también los de Jon Sobrino. La frondosidad de la Teología de la Liberación, a partir de aquí, se diversificaba, bien en una dimensión programática proclive a la propaganda, bien en una fuerte acentuación de la famosa mediación socio-analítica, que tendía a ubicar la Teología de la Liberación en una política determinada; bien en un tono profé(21) Thomas AQUINAS, Contra Gentiles, III, 71: «Quod potest deficere, quandoque deficit».

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tico que, en el mejor de los casos, era un auténtico mensaje espiritual (Casaldáliga). No es el momento de describir esa floración editorial (22), sino de algo mucho más concreto. La Teología de la Liberación empezó hace treinta años. Podemos preguntarnos hoy: ¿qué se da después de la Teología de la Liberación? Mi respuesta brota como algo naturalmente asumido: una teología espiritual de la acción hacia el Reino de Dios, Reino que deriva de un hecho indiscutible: la presencia de Jesús en el mundo, en cuanto inicia un camino y una acción consecuentes hacia el Reino de Dios. Así, una tal corriente teológica podría asumir y universalizar el grito en favor de los pobres, que Gustavo Gutiérrez hizo sonar desde el comienzo, con fuerza y vigor inusitados. Pero esto que parece tan sencillo —asumir, para universalizar el grito en favor de los pobres— supone, a mi modo de ver, una ardua tarea. Supone enunciar con vigor evangélico y filosófico una teología de la acción hacia el Reino de Dios, en el que creemos los cristianos, aunque de un modo muy poco consecuente, porque no desplegamos la acción que —en consecuencia con la fe confesada— se requiere para cumplir la voluntad del Padre y preparar así ese Reino que Él ha dispuesto (ητοιµασενεν) para nosotros desde el principio (cf. Mt 25, 34). Hace falta, por tanto, una teología espiritual de la acción de toda la Iglesia hacia el Reino prometido y esperado. En el comienzo de los años noventa analicé, desde el punto de vista bíblico, la expresión Reino de Dios (23). No hubo ma(22) Lo que aquí digo en forma coloquial lo dije pedagógicamente (y con más detalle) en Introducción a la Teología, Madrid, 1997. (23) J. M. ROVIRA BELLOSO: Societat i Regne de Déu, Barcelona 2 1992, ed. española, Sociedad y Reino de Dios, Madrid, 1992.

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yor dificultad, puesto que «lo primero que llama la atención es la precisión que tiene el Nuevo Testamento al hablar del Reino de Dios» (24) . Mi análisis presentaba las siguientes conclusiones: El Reino es don de Dios, pero en él se entra con el esfuerzo humano; el Reino está cerca, incluso está dentro de nosotros, pero se requiere la conversión para entrar en él; el Reino es anunciado y predicado y llega con Cristo glorioso; no es, por tanto, de este mundo, sino del eón final, de Cristo resucitado; es, por tanto, escatológico, pero se manifiesta inicialmente en la historia humana... Para decirlo en una palabra: el Reino de Dios supone la vida divina de Cristo glorioso que se anticipa ya en nuestra historia y en nuestra vida personal, gracias a la fe viva abierta en nosotros por la comunicación regalada del Espíritu de Dios mismo. El Reino pertenece por tanto a la nueva tierra donde habita la justicia, pero se adelanta ya, como vislumbre, anuncio, predicación, prenda y primicia verdadera en nuestro mundo de tierra, transido así por la alegría ya presente de la Vida eterna y por la esperanza de la plenitud. A partir de aquí quedaba definitivamente claro que esa anticipación o prolepsis del Reino de Dios en nuestra historia se realizaba de dos maneras: a través del organismo sacramental de la Iglesia y a partir de la caridad de sus santos (25). Tanto la caridad de los «santos» (de los cristianos) como la sacramentalidad eclesial, me he cansado de repetir, son las ventanas del Reino de Dios en nuestro mundo y en nuestra historia. (24) O. c., pág. 135, de la ed. española. (25) Esto lo había indicado ya en 1984, concretamente en La humanidad de Dios, Barcelona, 1984; ed. española, La humanidad de Dios, Salamanca, 1986. Pero, desde el punto de vista pedagógico, es desde la consideración del Reino de Dios que se dibujan lo que aparentemente son dos vías: la caridad y la sacramentalidad cristianas.

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Pero ahí se trunca el pensamiento: ¿por qué dos vías —la sacramentalidad y la caridad existencial— para la recepción incoada, incipiente, del Reino en nosotros? Durante mucho tiempo me conformé en aceptar esas dos vías sin preguntar más. Luego pensé que ambas vías derivaban del único amor de Cristo glorioso. No eran dos vías inconexas, sino dos modos con los que la fe viva recibía el amor que de Dios procede. Creo que la teología especulativa debe escrutar hoy la razón unitaria de esta visible duplicidad. Intento, pues, dar un paso más en esta cuestión. El ser no es neutral. El ser es donación. Más aún, el ser es amor. El ser verdadero es verdadera donación al otro. Así, en el vértice trinitario, el Padre es relación de comunicación y de donación total al Hijo. Nosotros, en la existencia en este mundo, poseemos un vestigio que es también prenda de un acogimiento total y futuro: estamos recibidos, acogidos, por la existencia. El cosmos, como la relación interhumana, no son neutrales. Acogen toda nueva existencia que viene a este mundo. Así, la primigenia relación madre-hijo es el recuerdo imborrable (anámnesis y símbolo) de un destino infrustrable hacia el Amor (Hans Urs von Balthasar). Si es verdad que el ser se anticipa y se da al otro, resulta que el Ser de Cristo glorioso, núcleo vivo del Reino y de la nueva tierra donde habita la justicia, es por su propia naturaleza un «ser en donación». Él se anticipa allí donde existe la capacidad de recepción por la fe, ya sea en los sacramentos de la fe, ya sea en la fe viva que actúa por la caridad. El ser de la Iglesia es simbólico, porque señala hacia Cristo y su Reino y recibe, anticipándolo en nuestra vida, el Espíritu de Cristo glorioso. El ser de la Iglesia coincide con su propia fe (fides Ecclesiae), que se abre al Reino de Dios: a Cristo glorioso presente en los sacramentos y a su presencia vivificante, cada vez que 196

Dios Padre es creador; los hombres, co-creadores

se abre el circuito de la mutua y perfecta caridad, por la que entramos en el Reino, ya que es Cristo quien recibe en definitiva la acción del amor fraterno (cf. Mt 25, 40). Dada la economía de la gracia, no puede ser de otra manera: Cristo vive en la estructura de fe de la Iglesia que son los sacramentos, y en la estructura existencial de la Iglesia, que es el amor fraterno. El anillo unitario que une estrechamente sacramentalidad y caridad es el ser entregado, por su propia esencia, por su propia naturaleza, de Cristo vivo, donador del Espíritu. Él muestra prolépticamente la visibilidad de Dios (Padre), infinito Amor. Así, Dios celebra su Amor de Alianza con los suyos, como Reino anticipado en los sacramentos, y recoge los frutos de ese Amor en la caridad fraterna. Sabemos los frutos del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, mansedumbre... (ver Gal 5, 22). Para eso Jesucristo vino al mundo: para darnos el amor fraterno, la Eucaristía y la esperanza, junto con la acción consecuente hacia el Reino («os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros», Jn 13, 15). Existe, pues, una unidad circular centrada en la persona de Cristo glorioso. Él, desde el futuro absoluto de Dios, se adelanta prolépticamente para dar el Espíritu a los reunidos. Éstos se dispersan para recoger en la historia, de modo ascendente, los frutos del Amor que viene de Dios, para que Cristo mismo los ofrezca, como Reino acrecido, y el Padre consume este Reino, que Él mismo preparó desde el principio del mundo, para ser «todo en todos» (ver toda la «filosofía cristiana» contenida en 1 Co 15, 25-28). Por eso puede decirse que la historia humana es la realización del amor que viene de Dios, para llevar la Creación a su 197

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perfección, con nuestro esfuerzo, trabajo y lucha motivados por el Amor original, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Así, Cristo podrá ofrecer esa nueva creación, como Reino acrecentado, en manos del Padre. Por eso se nos da en la sacramentalidad cristiana la anticipación del amor, para que pueda brotar la «historia del Amor» (Rosmini) o, como dirán Pablo VI y Juan Pablo II, la «civilización del Amor». Véase hasta qué punto es necesario el esfuerzo desplegado por los cristianos, y por los de buena voluntad, para caminar decididamente hacia la nueva creación donde habita la justicia. 11.2.

Una teología consecuente de la acción hacia el Reino de Dios

Para llegar a la Creación nueva es imprescindible la acción de toda la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Lo más importante es que toda la Iglesia viva en estado de conversión y de camino hacia el Reino. Pero también es bueno que haya una teología contemplativa, dinámica y dinamizadora. No para ir por delante de la acción eclesial, sino para seguirla y explicitar su sentido, el cual no podría ser captado por una ideología mundana. He aquí lo que supone asumir y universalizar el grito de la teología de 1972. Supone desideologizarla en lo posible, a base de establecer claramente quiénes son los pobres y, por tanto, con quiénes hemos de compartir nuestro amor: nuestro ser y tener. En un tiempo reciente, la ideología de la lucha de clases sirvió para conocer e interpretar la situación de los grupos humanos oprimidos. Pero esta ideología era dura y cerrada. Hoy, el saber ideológico, con su consecuente actuar, se ha desvalorizado en gran parte. Hoy día se pide sobre todo una recta percep198

Dios Padre es creador; los hombres, co-creadores

ción, realista, de las personas y de las situaciones: una percepción natural, potenciada por todos los instrumentos disponibles de análisis objetivo. Junto con ello, debe brotar el actuar consecuente. Esta doble actitud constituye la base de la conversión constante al Reino. Requiere un largo camino hacia el realismo —que permita descubrir las personas y los grupos marginados— y, correlativamente, un largo camino hacia la solidaridad, que permita convivir en el amor de Cristo con los desposeídos. Una teología espiritual de la acción hacia el Reino habrá de asumir por tanto: a) La opción por los pobres, de forma que éstos constituyan la meta-teología, es decir, el horizonte normal del trabajo teológico, pero, sobre todo, de la acción de la Iglesia. b) La visión lúcida de la situación. Como María, que recordaba todo lo que sucedía y lo meditaba. Como Pablo, que pide a los cristianos tomar conciencia de los momentos en que viven (Rom 13, 11). c) Por tanto, el servicio a la mirada y a la práctica evangélica, atenta a descubrir las personas y sus sufrimientos. Ninguna coartada ha de impedir mantener una relación comunicativa con las personas (y grupos) pobres. Especialmente peligrosa es hoy la ideología del neocapitalismo liberal. d) El servicio a la acción solidaria, que tiene su núcleo en el amor fraterno y, en definitiva, en el amor que viene de Dios y a Él vuelve. e) Un pensamiento espiritual, como el de la larga historia de Oriente y de Occidente, que esté «colgado de la Trinidad», pero atento a la experiencia de la gente y a lo que anida en su corazón. 199

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En resumen: la acción humana hacia el Reino es una colaboración (synergia) del hombre con Dios que le ama (cf. 1 Cor 3, 9). Una acción necesaria para que venga el Reino en plenitud; una acción de toda la Iglesia creyente y celebrante, atenta a descubrir la voluntad del Padre. La Iglesia, que contempla y celebra el Misterio de Cristo, es y ha de ser acción hacia el Reino. La teología puede ser el pensamiento contemplativo, realista y dinámico para prepararlo, mientras se le espera en plenitud.

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DIOS PADRE FRENTE AL SUFRIMIENTO HUMANO «VERDADERAMENTE TÚ ERES UN DIOS MISTERIOSO» (IS. 45,15) SALVADOR PELLICER Delegado Episcopal de Cáritas Española

Aún perdura en muchos de nosotros la educación recibida, de tal modo que ante el sufrimiento presente en el mundo en sus múltiples formas: catástrofes provocadas por las fuerzas incontroladas de la Naturaleza, accidentes que conturban, enfermedades que golpean a seres indefensos, persecuciones y muertes de hombres que defienden a sus hermanos, vidas que se truncan en lo mejor de su existencia..., inmediata y reflejamente tienen a flor de labios el tópico consabido: «Es necesario aceptar lo que Dios manda; hay que resignarse». Pero el Dios Padre en quien creemos, el Dios dador de Vida, que nos revela Jesús de Nazaret en el Espíritu, ¿cómo puede ser quien nos envíe sufrimiento, quien nos «pruebe» y quien tenga voluntad de hacer tambalear nuestra vida? 201

Salvador Pellicer

I.

INTERPRETACIONES A LO LARGO DE LA HISTORIA

A lo largo de la historia de salvación del hombre se han ido dando diversas respuestas al interrogante oscuro sobre el porqué de la existencia del sufrimiento. El hombre aspira a una plena vitalidad física, psíquica, social, familiar y espiritual, pero su existencia está continuamente amenazada por peligros de muerte. Desde que germinó la vida, se inició también la lucha por la supervivencia. Se trata de una tensión de todo el universo en la que están implicadas todas las potencialidades que existen. Y, como en una gran paradoja, esta inmensa lucha parece destinada al fracaso. Han pasado siglos y el sufrimiento sigue presente y la muerte sigue arrasando inevitablemente. Se mantienen los interrogantes: ¿por qué tanto sufrimiento en la vida del hombre?, ¿por qué la muerte? La historia del pensamiento humano conoce varias respuestas a estas preguntas, desde la de presentar al hombre como víctima, a la de presentarlo como protagonista absoluto. En la Escritura encontramos las diferentes respuestas que el ser humano se ha ido dando frente a los interrogantes sobre el dolor y la muerte; todas ellas limitadas, pero además algunas inaceptables porque comportan una imagen de Dios que no es el rostro del Padre revelado por Jesús de Nazaret; porque no están en línea con el auténtico mensaje de la Buena Noticia, del Evangelio. Realicemos un breve paseo por las diferentes respuestas que el hombre ha ido encontrando. 202

Dios Padre frente al sufrimiento humano

1.

Dualismo

La solución más antigua, anterior a la religión judía, es la del dualismo: junto al dios bueno existe un dios del mal (HorusSeth, Arimán-Marduk,...). En la Escritura aparece Dios como bueno y una fuerza antagónica a él, la del mal que domina el mundo. Hay alusiones a combates entre el Dios Bueno y dicha fuerza, pero no se trata sino de imágenes literarias (1). 2.

YHWH autor del mal

El mal proviene de Dios; Dios proporciona el mal. Algunos textos antiguos, reaccionando contra el dualismo, y no distinguiendo entre la voluntad imperativa y la voluntad permisiva de Dios, atribuyen el mal a Dios (2). 3.

Justicia retributiva

A cada culpa su castigo. Una de las primeras soluciones, la que aparece en primer lugar en el Libro Sagrado, fue la de atribuir la causa del mal al pecado personal. Así, la muerte, el sufrimiento, el hambre, serían debidos al pecado de los primeros padres. Es la solución de la retribución, que se ejerce incluso sobre los descendientes del pecador. Los males provienen de los comportamientos inicuos del hombre (3). (1) Sal. 104, 5-9; 74, 13-14; Job 26, 12; Ap. 20, 1-3. (2) 1Sam. 16, 14-23; Am. 3, 6. (3) Gen. 3, 16-19; 1Re. 8, 33-46; Jer. 4, 1-22; Job 4, 6; 5. 6; Ecl. 10, 12-21; Sal. 1.

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La tendencia a culpabilizar para encontrar un nexo punitivo con el sufrimiento, está muy arraigada aún hoy. Cuando uno se esfuerza por evitar un modo de hablar «dolorista», hay alguien que le acusa de «edulcorar» a Dios y olvidar su justicia: «Por supuesto que Dios es amor, pero también es venganza y, como afirma frecuentemente la Biblia, fidelidad absoluta a sus propios decretos y leyes: el pecado debe ser castigado; la ofensa infinita no puede ser olvidada; primero hay que pagar, y ya vendrá el perdón. Si Dios, como pretenden algunos modernos, fuera únicamente misericordia, ¿dónde quedaría la seriedad de la vida y el propio Dios? ¡Cada cual podría obrar a su antojo, convencido de su impunidad! ¿Y dónde quedaría la importancia de la fidelidad del hombre si no hubiera una justicia divina que recompensara al fiel y castigara al infiel?». Esta solución de justicia retributiva es insuficiente, pues el justo padece también el mal, sin ser responsable (v.g., Job), y los descendientes no pueden pagar por su antepasado pecador (4). 4.

Compensación

Otro intento de solución será el llamado de compensación: los que ahora sufren gozarán de las bienaventuranzas mesiánicas, mientras que los que ahora gozan serán privados de esas mismas bienaventuranzas (5). Esta solución, como tal, es también incompleta, pues no tiene en cuenta que la libertad humana es la verdadera causa de tanto mal (6). (4) Ez. 18, 20-28; Jn. 9, 1-3. (5) 2 Mac. 7, 9-36; Sab. 3, 1-9; Lc. 16, 19-26; 1Cor. 15, 1-34. (6) Lc. 7, 18-23; Eclo. 15, 11-20; Dt. 11, 26-28. 30, 15-20.

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Dios Padre frente al sufrimiento humano

5.

Educación, pedagogía

Una nueva solución apunta a hacer del sufrimiento un castigo educador. Para sacar fuera oportunidades escondidas, para que sea estímulo en el crecimiento de la persona y de la comunidad (7). En el fondo, se trata de una derivación de la explicación precedente, afirmando, en este caso, que los sufrimientos enviados por Dios a su pueblo derivan de su amor más que de su cólera y que tienen la finalidad de posibilitarle que sea mejor, que corrija su conducta. Se llega a considerar, en esta línea, el sufrimiento como una «medicina». Constatando que aún en muchos casos se descubren valores con ocasión de padecer algún sufrimiento; nada nos permite decir que sea esto una razón que explique el porqué, sino más bien una concreta cualificación del sufrimiento para quien consigue entrar en esta dinámica. No se trata, pues, de un sentido del sufrimiento «en sí», independientemente de la propia actitud ante el mismo. El sufrimiento, ciertamente, tiene la capacidad de provocar en muchas personas el estímulo necesario para la maduración personal, pero es obvio que tal posibilidad, aun manteniéndose, no es válida para todas las personas ni en todas las situaciones, pues a otras las puede llevar a la desesperación ya que «la fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento; a veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal» (Cat. núm. 272), y el hombre aboca al rechazo de ese Dios que lo flagela, alejándose de toda creencia y renegando de un Dios tan caprichoso. (7) Os. 2, 4-18; Jer. 31, 18-20; Dt. 4, 25-32.

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6.

Expiación vicaria

Se elabora un intento de última solución, complementaria de las precedentes: el mal en el mundo sirve para emancipar nuestra libertad purificándola o expiando por los demás: solución de expiación vicaria. Es la prueba del desierto antes de la posesión de la bienaventuranza, el castigo que expía. El mal físico es así instrumento de salvación y pieza esencial de la economía de la gracia (8). Al principio de la historia de Israel, la expiación se entiende muy materialmente. Es una purificación exterior o reparación de una infracción de la ley. Se repara el daño causado devolviendo un bien igual o sufriendo un daño semejante (9). YHWH ha elegido a Israel y le ha dado una ley, pero Israel ha transgredido la ley de su Dios y para expiar sus faltas recurrirá a diferentes especies de sacrificios expiatorios vicarios: un ave soltada en el desierto, una ternera que no haya tirado todavía del arado o un macho cabrío, sobre el que se imponen las manos en señal de sustitución, que carga con el peso de todos los pecados. La ofrenda tiene por objeto calmar la ira de YHWH. El olor del incienso de expiación sube hasta su altar (10). YHWY, duro al principio, finalmente se apiada por su misericordia y por causa de la intercesión de la sangre de las víctimas, y por la medicación de los justos (11). (8) Dt. 8, 1-6; Prov. 3, 1-2; Job 5, 17-19. 33, 19-28; Is. 53; 2 Cor. 5, 15; 18-21; Gál. 3, 10-13; Heb. 2, 9-18. 12, 5-12; Rom. 3, 25-26. (9) Lev. 14, 11-20, 53-54. 16, 11-22. 23, 26-32; Dt. 13, 7-11. 17, 2-7. 19, 15-22; Núm. 35, 32-34; 2 Sam. 12, 13-15. (10) Ex. 32, 11-14. 30, 11-16; Gén. 8, 20-21; 1 Sam. 26, 19-21; 1 Re. 3, 26-27. (11) Jer. 7, 16. 11, 13-29. 14, 10-12; Gén. 19, 20-22; Job 42, 8-10. 33, 15-24; Sal. 107, 9-13. 49, 8; Am. 7, 3-10.

206

Dios Padre frente al sufrimiento humano

Por último, el pueblo de Dios ha pecado mucho contra Dios, por eso ya no se atreve a dirigirse a Dios y necesita un justo que se entregue libremente para «conducir a Israel y ser luz de las gentes». Así pues, por encima de todos los sacrificios encontramos el sacrificio expiatorio del siervo, hombre inocente que se entrega libremente y sin reservarse en nada ni siquiera en conservar su figura humana; toma sobre sí los pecados de los hermanos en señal de solidaridad y amor (12). Los Cantos del Siervo han sido importantes para el mismo Jesús y luego para los autores del Nuevo Testamento a la hora de reconocer en él al Siervo Doliente de Isaías (13). De este modo se descubre que, por encima de todo fracaso, Jesús vence la muerte, pero, como dice F. Varone: «Por desgracia, en la ulterior tradición cristiana, la teoría de la “satisfacción” ha ocupado todo el horizonte, y el sufrimiento sustitutivo y compensatorio se ha convertido en el principio fundamental, a la luz del cual han sido leídos todos los textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento». Cada una de las soluciones propuesta encierra una voluntad manifiesta de acercarse a la respuesta adecuada al porqué del sufrimiento, pero contiene insuficiencia y error referida al Dios Padre revelado en Cristo, por eso la reflexión se ve obligada a orientarse por otros caminos más acordes con el Dios de los Evangelios, aunque siendo conscientes de que no logrará revelar un misterio que está unido esencialmente a la encarnación del mismo Cristo y a la salvación que él nos brinda, que será plena en el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva que nos han sido prometidos. (12) Is. 42, 1-9. 49, 1-6. 50, 4-9. 52, 13-53; Sal. 107, 10-14; 22, 10-24. (13) Mt. 12, 15-21. 3, 16-17; Fil. 2, 8-11; Jn. 12, 31-34; Col. 1, 15-20; Act. 13, 47; 1Pe. 2, 21-25.

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II.

CÓMO SUFRE Y MUERE JESÚS

Jesús no se presentó como un superhombre, como un héroe estoico. Se hizo carne, pequeño, indefenso y manifestó su condición frente al sufrimiento: lloró ante el amigo muerto, lloró y tembló de miedo en Getsemaní, suplicó al Padre en la cruz, suspiró, no buscó el dolor. Sin embargo, para la mayoría de los cristianos el significado de la muerte de Jesús parece ser un hecho definido, cerrado. El desenlace de la muerte de Jesús, se afirma, es un sacrificio-sanción, una «satisfacción» que Dios Padre exige para condescender en perdonar a la Humanidad, en «rescatarla». La ejecución de Jesús alcanza, se dice, porque así lo ha querido el Padre, la «redención» de la Humanidad. ¿Es esta una explicación plenamente aceptable? ¿La última palabra posible? ¿Algo incuestionable? 1.

Estupor

Esta presentación de la muerte de Jesús, desgraciadamente, no puede más que suscitar el estupor y la indignación del hombre actual, poco inclinado a aplaudir las torturas y las ejecuciones de los inocentes, perpetradas por tantos poderes totalitarios, sean de derechas o de izquierdas. ¿Podía Dios permitirse un proceder cruel que escarnece cínicamente la moral más elemental, que zahiere los derechos del hombre a los que nuestra humanidad y la misma Iglesia son tan sensibles? Además, presentar las cosas de esa forma hace de la cruz un abstracción que no tiene nada que ver con todo lo que la 208

Dios Padre frente al sufrimiento humano

precedió: los actos y la praxis atribuidos a Jesús, la manera según la cual, partiendo de los evangelios, él pretendió referirse al Dios Padre a través de su actuación personal. En los discursos habituales sobre la cruz, la muerte de Jesús no está nunca relacionada con la forma con que se comportó anteriormente. Parece que exista por un lado su predicación y su actuar, y por otro su muerte, que sobreviene un día, inesperadamente, como satisfacción violenta impuesta por Dios como condición de su perdón. Se silencian el papel determinante que la conducta de Jesús y su revelación del Padre juegan en la decisión de abocarlo a la muerte; decisión tomada, no por Dios, sino por sus adversarios. Se olvida que no fue muerto por Dios, sino por sus detractores. Conscientes de esto muchos autores se han esforzado por formular otra interpretación de la muerte de Jesús, como conclusión ineludible de la comprensión sobre Dios. Pero sus tentativas, de momento, no parece que estén demasiado asumidas por la mayoría de los cristianos. Por eso no es inútil retomar una vez más el tema. Pues la comprensión de la muerte de Jesús proviene de la concepción teológica que se tenga acerca de Dios Padre. 2.

Escándalo

Partiendo de los relatos evangélicos, vemos que el rostro que Jesús presenta de Dios Padre provoca la hostilidad en los personajes más observantes de Israel. Jesús derriba la imagen de Dios privilegiada por la doctrina de su tiempo. Ataca la concepción del Dios retribuidor-represor (la más favorecida en su tiempo, aunque también se hable del Dios 209

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que se preocupa por el extranjero, el pobre, la viuda y el huérfano), pero confronta a sus coetáneos con un Dios Padre que el Antiguo Testamento no puede ni prever: el Padre de la gratuidad total, del amor para con todos los hombres sin excepción: judíos, romanos ocupantes, personas piadosas o transgresores de la ley, pobres o ricos, enfermos o sanos, herejes (samaritano/a) o integristas... Su amor no excluye a nadie. Para él no son las leyes y su observancia lo que importa al Dios Padre, sino el hombre que es la medida de toda ley (sábado). Asimismo Dios no está ligado a ningún lugar sagrado ni a ningún culto (Jn. 4,22-24, Garizim-Jerusalén). El Padre de Jesús se encuentra esencialmente en todo hombre y en particular en aquellos que están sumergidos en una situación de necesidad y marginación (Mt. 25,31ss.) Servir a Dios, a partir de Jesús, no consiste en multiplicar ritos, sino en actuar en favor de los otros, a la manera de Dios, sin exclusivismos, gratuitamente.

3.

Conflicto inevitable

Tal imagen de Dios Padre no es aceptada por los grupos religiosos ni por los más observantes. No eran cambios baladíes los que Jesús proponía debían realizar en sus prácticas. Además su imagen no correspondía a la del Mesías esperado (libertador político-religioso de Israel), pues aparece a sus ojos como «glotón y borracho». Es un hereje, un peligro para la ortodoxia, al que hay que eliminar. Así, lejos de ser consecuencia de un error trágico o de una suerte nefasta, la muerte de Jesús está provocada por su mis210

Dios Padre frente al sufrimiento humano

mo mensaje, por su manera de hablar de Dios, por la gratuidad total que él confiere a Dios Padre. Era inevitable que más pronto o más tarde estallara el conflicto, que él interpretará a la luz de los asesinatos de los profetas; tenía cerca lo que le había ocurrido al mismo Juan el Bautista. No obstante no cambia ni su discurso ni sus comportamientos. Frente a la muerte que le hacen sufrir, sigue, incluso, mostrando a sus perseguidores la misma actitud gratuita que ha predicado sobre Dios Padre: no se opone con violencia, no los amenaza ni de parte de Dios ni de parte de sus seguidores, no grita ninguna condena. La gratuidad del Padre, de la que Jesús se presenta como epifanía, no se viene abajo ante la injusticia de la muerte. Y el Padre no interviene para interrumpir este proceso o cambiarlo; para detener la marcha lógica de la violencia, incluso asesina; para cambiar el rumbo nefasto de la historia en la que los hombres son los libres gestores. Más que nunca el amor del Padre aparece sin condiciones, en el mismo momento en que matan a aquel que lo revela: el Hijo. El perdón de Jesús moribundo a sus ejecutores manifiesta la comprensión de una gratuidad que ni siquiera el crimen puede frenar.

4.

Un dios no cristiano

Pretender atribuir al Padre de Jesús el «esquema de la satisfacción» es darle el rostro de una divinidad que no es cristiana: el de un dios sanguinario que necesita beber la sangre de las víctimas para aplacar su sed de venganza; y, en este caso, 211

Salvador Pellicer

como la ofensa que el hombre ha infligido es inconmensurable, sólo alguien de su misma categoría, su Hijo, puede borrar tal ofensa. De esta forma se afirma que la misericordia del Padre sólo acontece cuando Él mismo proporciona la víctima que Él reclama: su Hijo. Esta aplicación muestra un Dios tan obstinado por su justicia que necesita la muerte de su propio hijo para satisfacerla, para saciarla. Aparece incapaz de perdonar sin la contrapartida de la muerte de otro Dios-Hombre. Resulta imposible entonces correlacionar multitud de comportamientos de Jesús, revelación del Dios Padre, que aparecen en el evangelio (samaritana, adúltera, pecadora...), que manifiestan un Padre apasionado por salvar la vida del hombre, con ese Dios que necesita satisfacer «su ira divina». ¿Dónde esta el Dios que ordena: «No matarás»? Es absurdo querer poner a Dios por encima del bien y del mal cuando Él es el sumo bien. 5.

Hasta el final

Jesús fue eliminado por causa de su profetismo: la contestación radical del sistema religioso de su pueblo, anunciando lo inenunciable y practicando lo escandalizable, lo «inmoral». Por presentar otro Dios, un Dios extraño a toda forma de violencia o exclusión, un Dios Padre gratis. Y así llegó Jesús a la «locura de la cruz»; locura entendida como el hecho de que el Padre lleva la gratuidad de su amor hasta el hecho de consentir que Jesús sea ajusticiado sin cambiar su actitud hacia los seres humanos, y que nada, incluso el crimen, es capaz de transformar su amor en cólera, en resentimiento, en venganza. 212

Dios Padre frente al sufrimiento humano

Frente a la muerte inminente Jesús continuó proclamando el mensaje del Reino, del perdón, de la vida divina, de la gratuidad. El fracaso que se cierne sobre él, cada vez más evidentemente, no lo ha alejado de la decisión de servir fielmente al Padre y a los hombres. Su muerte adquirirá, para él mismo, un significado profundo en función de su vida y fidelidad a su misión. Así pues, su muerte no es algo fatal, querido por Dios, sino la consecuencia de su fidelidad absoluta al Padre, al Reino. Tampoco es algo querido por Cristo, sino vivido lúcidamente como el camino de la fidelidad radical al amor, y este camino lo sigue hasta el final, aunque lo maten. No puede dejar de proclamar el amor de Dios Padre, su gratuidad, regalo y don, y no abandona aunque sude sangre por el miedo. 6.

Nos salva el amor

Es así como su fidelidad en proclamar el amor nos evidencia que es el amor el que nos salva no el dolor. ¿Cómo ha salvado, pues, Jesús al mundo? Hay que tener presente que Jesús no ha proporcionado la salvación a un mundo extraño a él mismo, como si se tratara de dar una medicina a un enfermo, lo ha salvado dándose él mismo. En él, Dios asumió la realidad humana, y así la gracia de Dios se encuentra en el mismo corazón de la Humanidad. Participando totalmente de la condición humana hizo posible que se introdujera la liberación de Dios en el mundo para que nos desvinculara del pecado. Retomando las primeras líneas de este capítulo, quiero volver a alertar que demasiadas veces se considera la muerte de Jesús como un acto extraordinario y aislado que alcanza la sal213

Salvador Pellicer

vación de la Humanidad, pero actuando así se corre el riesgo de exaltar este hecho, como si su muerte fuera un acto típicamente mágico que se tendría que convertir en nuestro para ser salvados, y que Jesús lo habría deseado como el medio eficaz para la reconciliación universal. Entonces el sufrimiento y la muerte se convertirían en realidades positivas, que habría que desear, por el fruto que producen. Es así como se cae en el dolorismo. Si, por el contrario, no olvidamos los relatos evangélicos, no podemos separar su muerte de su praxis de vida ni de la resurrección, que son las que iluminan el sentido. Sí, esa era la «voluntad del Padre», que fuera fiel, hasta la muerte, a la misión que había recibido. Su vida se desarrollará luchando por dar vida y aliviar los sufrimientos. El misterio de la muerte de Jesús es el misterio de la fidelidad amorosa de un hombre que tenía con Dios una relación única: era Dios. Y ese Dios Padre hace triunfar la vida sobre la muerte. Por tanto podemos afirma que nos salva: • El amor fiel de Jesús al Padre que llega hasta el final, hasta dar la vida: ¡Aunque me maten! • El amor fiel de Jesús a los pecadores que llega hasta el final, hasta dar la vida: ¡Aunque me maten! • El amor fiel de Jesús a los pobres que llega hasta el final, hasta dar la vida: ¡Aunque me maten!

III.

EL SUFRIMIENTO DE LOS HOMBRES

UN MISTERIO, NO UN PROBLEMA. Dios no lo produce, Dios no lo manda, pero ahí está el sufrimiento y el dolor 214

Dios Padre frente al sufrimiento humano

como misterio. Un misterio, que no un problema, es lo que tenemos delante. Si fuera un problema tendría solución, los problemas se resuelven con las fórmulas adecuadas. Los misterios permanecen, se aceptan, nos envuelven y desde la fe adquieren su sentido. Sería ilusorio, por tanto, pretender desvelar el misterio que está en su gestación y un día será dado a luz para ser entendido. Pero sí vamos a intentar aproximarnos a su comprensión, profundizando en él según las mismas pautas que nos brindan los autores bíblicos. El hacerlo manifiesta el intento de llevar adelante la consecución del Reino que nos revela el Hijo, palabra definitiva pronunciada de una vez por todas. Es querer hacer realidad la frase de San Agustín: «Crede ut intelligas, intellige ut credas».

1.

Aproximaciones para comprender, no para desvelar

1.1. «A imagen suya lo creó» El autor de la primera página del Libro pretende dar respuesta a los grandes enigmas con los que se enfrenta el ser humano: el cosmos, el mismo hombre, la vida y la muerte, el bien y el mal, el individuo y la sociedad... Pero tales problemasmisterio no reciben, de su parte, una respuesta filosófica ni teológica ni doctrinal sino simplemente narrativa, de exposición de acontecimientos. Partiendo de la humanidad que él conoce y de la que participa, no decide una teoría, sino una historia, y de esa historia es responsable el HOMBRE, que es imagen y semejanza de su Creador. 215

Salvador Pellicer

Imagen atenuada por la palabra semejanza para dejar bien claro que se excluye la igualdad, pero que incluye un parecido y presenta una relación que no existe con ninguna otra criatura. Que supone, además, una semejanza general de naturaleza: inteligencia, voluntad, libertad, creatividad, comunión; que demuestra que HOMBRE es un persona y que prepara una relación más profunda, como será la participación de la naturaleza divina por la gracia. Creados a imagen de Dios. Esta afirmación necesita de concreciones para ser entendida, vivida y llevada a su plenitud. Propongo tres aproximaciones para ello: Imagen de Comunidad La Biblia usa el plural en esa primera deliberación en que Dios se decide a crear a HOMBRE: «Hagamos al hombre» (Gén. 1,26). En dicho plural y en la forma hebrea del nombre de Dios (`Elohim = plural) han interpretado siempre los Padres una primera insinuación de la realidad Trinitaria de Dios. Nuestro Dios son tres Personas que se aman y viven en economía comunitaria; y a HOMBRE lo crea Dios como persona en comunidad y para la comunidad: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los...» (Gn. 1,26). El relato pasa del singular HOMBRE al plural ellos dominen. Está dando a entender claramente que HOMBRE es un nombre colectivo, comunitario: LA HUMANIDAD; de ahí el plural del verbo. HOMBRE creado a imagen de Dios está significando: un ser persona comunitaria; que para existir y ser plenamente no puede aislarse ni encerrarse. 216

Dios Padre frente al sufrimiento humano

Estamos ante un ser-en-relación: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle el auxiliar que le corresponde» (Gn. 2,18), y esta compañía sólo la encontrará en quien está formado como él (Gn. 2,24). Imagen co-creadora «Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn. 1,1). La narración nos presenta a un Dios con poder y con capacidad de crear y ordenar el caos, el desierto y el vacío (Gn. 1,2), y de dar vida a lo inerte, y de llenarlo todo de «vivientes» (Gn.1,20-24). Hasta llegar al culmen de insuflar su propio aliento al viviente por excelencia (Gn. 2,7), a HOMBRE. Y a éste último, sólo a éste, lo hizo cooperador de y en su obra creadora y de poder: «Que ellos dominen...; creced multiplicaos, llenad la tierra y sometedla...» (Gn. 1.26,28). Y a éste ser únicamente bendijo (cfr. Gn. 1,28). Dios ha dado vida a HOMBRE, único ser que va a colaborar con Él en el sometimiento y perfeccionamiento del mundo. HOMBRE va a tener poder sobre lo creado para llevarlo a su feliz término, para, siendo colaborador y co-creador con Dios, llevar y guiar el mundo hasta el final definitivo de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra. «Lo colocó en el parque de Edén para que lo labrara y cuidara» (Gn.2,16). Imagen de libertad Y a este ser que ha creado, Dios lo respeta y trata con él teniendo en cuenta la dignidad que le ha conferido. El Dios de 217

Salvador Pellicer

Vida va a ser tan respetuoso que se lo va a jugar todo a una baza: la LIBERTAD de HOMBRE. El que ES, ERA y SERÁ, JHWH, no aparece nunca condicionado. Ningún ser, ningún viviente, ni HOMBRE mismo, con ser su reflejo, lo domestica y manipula. Tampoco Él, en todo su actuar a lo largo de la historia de salvación, se impone; prefiere que HOMBRE le dé la espalda a privarle de su libertad de decidir y optar. Y lo prefiere desde la primera página de la historia: «Del árbol de conocer el bien y el mal no comas... Cogió fruta del árbol, comió y se la alargó a su marido» (Gn. 2,17; 3,6). La presentación que hace Dios a HOMBRE del camino a seguir es una propuesta, nunca una imposición y menos un no poder hacer lo contrario. Así será en la primera página, en el recorrido de la historia y en el punto final. Estamos ante un Dios Padre que enseña a sus hijos el proyecto a desarrollar; que presenta pautas adecuadas, pero no constriñe ni amarra, porque la más valiosa semejanza que tienen sus hijos con Él es la libertad, y a ella y por ella, vuelvo a repetir, se lo juega todo. 1.2.

Dios-libertad-hombre

Hemos visto tres cualidades o atributos en los cuales y desde los cuales somos imagen-semejanza de Dios. Los tres son fundantes de la persona humana, los tres se entrelazan y manifiestan de quién procedemos. Hemos afirmado que el sufrimiento, el mal, es un misterio y seguirá siéndolo, pero desde la libertad podemos aproxi218

Dios Padre frente al sufrimiento humano

marnos al porqué habitamos en un mundo contingente, inacabado y finito; poblado por unos seres contingentes , inacabados y finitos, entre los que los hombres nos contamos como los primeros actores.

La finitud condición de posibilidad y origen Imaginemos una creación donde HOMBRE hubiese sido no finito, no contingente, «acabado». ¿Con que nos encontraríamos? Con un HOMBRE-ROBOT. Con unos «alguien» que no tendríamos más remedio que responder al programa trazado, delineado; unos «alguien» que no serían el hombre que conocemos y somos; unos «alguien» que no serían persona-humana-imagen-de-Dios-desde-la-libertad. La única forma de crear un hombre libre era hacerlo inacabado y situarlo, colocarlo, en un medio en evolución, inconcluso, para que él optara encaminarse a sí mismo y a su entorno hacia la plenitud. Pero todo ello no en un camino a ciegas, sino un camino con unas cartas de navegación en la mano, por la revelación del Padre, que conducen a la Nueva Creación-Salvación. Así pues, la opción que tenía el Dios de Vida era crear la Humanidad finita o crear «otra cosa» en lugar de HOMBREPERSONA. Si nos creó a su imagen no podía dejar de lado la libertad humana, aunque ello conlleve la finitud. Imaginemos una tierra, un universo, donde todo hubiese sido no finito, no contingente, acabado, perfecto. ¿Con qué nos encontraríamos? Con un mundo «mecanizado», «computerizado», donde todos los datos estarían dentro y las res219

Salvador Pellicer

puestas serían repeticiones exactas. No habría cambios, no habría progresos, no habría posibilidad de avance. Quedaría truncada la capacidad concedida por Dios a HOMBRE de dominar, multiplicar, llenar, someter la tierra, de cuidar y labrar el parque para llevarlo a su realización plena. No habría posibilidad de progresión en el camino, de crear un suelo mejor. Nuestro mundo sería una repetición enojosa, sin progreso. Tenemos un mundo sin acabar, incluso sus perfecciones, a su vez, son un límite. Pero es la única condición posible, para nosotros, de ser creadores junto a Dios. Si nos creó a su imagen no podía dejar de lado la libertad co-creadora, aunque ello conllevara la finitud. Como dice F. Varone: «La alternativa que se le presenta al Creador es absoluta: o bien no tolera más que existencias perfectas, en cuyo caso (ya existe la eterna y perfecta Trinidad divina, fuera de la cual no puede haber nada perfecto) Dios no crearía, o bien, si se decide a crear, tiene que arbitrar un «devenir» a partir de los límites de la nada, donde lo suscita, y después traerlo, a través de la evolución y la historia, hasta la participación de su propia gloria. Y quien dice «devenir material» —y Dios lo «dice», en el sentido creador de la expresión—, dice también «lucha», «dolor», «sufrimiento» y «muerte». La finitud comporta sufrimiento Hemos visto que Dios, al jugar la baza de la libertad, apuesta por HOMBRE y sabe el riesgo que comportan las respuestas no decididas ni programadas de antemano. Sabe, asi220

Dios Padre frente al sufrimiento humano

mismo, que HOMBRE tiene el riesgo de caer en pronunciar «noes» a sus propuestas y que tiene ante sí el desafío del individualismo, la esclavitud y la destrucción. Por eso no lo va a dejar solo, y si el Pueblo de Israel desde su Alianza supo retrotraerse a la Creación, el Pueblo de Dios sabrá desde la Nueva Alianza proyectarse a la Nueva Creación. La Palabra, pronunciada en la plenitud de los tiempos, dio nueva iluminación asumiendo la carne y destruyendo todo dolor y sufrimiento, incluso la muerte, en su Resurrección, y ha proyectado a HOMBRE y a la Creación entera hacia su meta y culmen, «donde no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo esto ya es pasado» (Ap. 21,14). Pero mientras dura esta trayectoria hacia el punto final, nos seguimos encontrando con el sufrimiento y el dolor. Nos seguimos topando con el misterio al comprobar que el mismo Dios Encarnado sufre. El Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios, sufre en su carne, en su naturaleza humana. Y como en Él sólo hay una Persona, la divina, tenemos, en Cristo, a nuestro Dios que sufre (14). Y por la identificación mística que Él realiza con los más necesitados (15), sabemos que sufre, llora y muere con quien padece, y lo llama bienaventurado, pero no porque sufre, sino porque será y es consolado con su presencia. Así pues, ante esta tarea de lucha contra el sufrimiento no estamos solos; el mismo Padre toma partido decidido y ya ha ganado la última batalla resucitando a su Hijo, y al hacerlo descalificó todo aquello que lo llevó a la muerte y era finito e interesado. (14) Cf. Credo. (15) Cf. Mt. 25, 34ss.

221

Salvador Pellicer

Ya no podremos repetir, sin ruborizarnos, que es designio de Dios Padre que suframos, o que Él lo quiere, o que es su voluntad, o que Él lo envía. ¿Un Dios Padre que quiere que suframos? ¿Un Padre de quien decimos que unas veces nos ama y otras nos proporciona mal? Un Dios así no es el de los cristianos. No tenemos un Padre que se alegre con el mal de sus hijos ni que necesite la sangre del Hijo. El nuestro no es un dios Molok. ¿Qué decir, pues, ante el sufrimiento? Aparece ante nosotros y en medio de nosotros en tres variantes bien diferenciadas: provocado por las fuerzas, limitaciones y errores de la Naturaleza y soportado por los indefensos; provocado por los hombres y padecido por los que luchan por el Reino, y provocado por los hombres y soportado, nuevamente, por los indefensos. Contra todos ellos combate nuestro Padre dador de Vida desde el inicio de la Creación y a lo largo de la historia salvífica. Lucha ya en el principio desde el momento en que pone su impronta en HOMBRE, haciéndolo ser-en-relación, ser-cocreador y ser-en-libertad. Y asimismo lo hace a lo largo del devenir histórico, estando presente con su revelación salvadora en el pueblo elegido y enviando al Salvador para negar todo lo que signifique no-vida. 2.

El sufrimiento provocado por las fuerzas, limitaciones y errores de la Naturaleza

Cuando HOMBRE se niega a participar en la tarea cocreadora con su Dios, desvirtúa la posibilidad de dominar la tierra y cuidarla para que se convierta en el parque del Edén, donde to222

Dios Padre frente al sufrimiento humano

dos los hombres puedan ser-en-relación comunitaria, y contribuye a des-crear la tierra, a convertirla en vacío y desierto (16), a precipitarla al caos. Si HOMBRE emplea sus cualidades creadoras en esclavizar, en poseer excluyendo a otros de la posesión, en dominar para beneficio propio, no sólo retarda la consecución de la plenitud, el momento feliz del alumbramiento del Reino y prolonga los dolores de parto de la Creación (17), sino que da las espaldas de lleno a Dios y hace fuerza contraria al avance de la historia de la Vida. HOMBRE tiene en sus manos el usar dignamente de su libertad y hacer un mundo más humano, dominando los recursos naturales y empleándolos en dignificar la vida y llenar la Humanidad de más vida. La Historia es testigo de que los dominios sobre la Naturaleza han sido positivos o negativos según HOMBRE haya optado por servir al hermano o por servirse del hermano, por construir comunidad o ensalzar el individualismo. Sin ninguna duda que si HOMBRE usara de su capacidad creadora en favor de los demás hombres habría logrado ya un mundo físico más habitable, donde las deficiencias y limitaciones naturales estarían mucho más controladas y donde el crecimiento se convertiría en «desarrollo» y no llevaría al deterioro del único mundo que posee. ¿De cuántas enfermedades ya controladas siguen muriendo seres indefensos porque otros no ponen en sus manos el (16) Gn. 1, 1: Tohu Bohu. (17) Cf. Rom. 8, 22.

223

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remedio ya conocido? ¿Por causa de cuántas enfermedades se sigue perdiendo la vida porque los esfuerzos no se han dirigido a prevenirlas, curarlas o no producirlas? ¿Por qué siguen flagelando tantas catástrofes naturales, y precisamente a los más desheredados, cuando se dispone de medios técnicos para preverlas, corregirlas, evitarlas y/o aliviarlas? ¿Qué propuesta de vida y de bienestar personal se está proporcionando a sí mismo el hombre y va a transmitir a las generaciones futuras? ¿Qué planeta Tierra vamos a dejar como herencia?

3.

El sufrimiento que padecen los que luchan por el Reino

Estamos frente al sufrimiento que soportan quienes trabajan por hacer del ser humano una imagen cada vez más próxima al Dios comunidad de amor. El sufrimiento profético que marca las carnes de quienes denuncian la ausencia del ser-enrelación. Parece que no puede ser soportado ni tolerado quien predica la fraternidad e igualdad radical de todo hombre frente a Dios; quien pone de manifiesto que Dios es amor y para Él no existen hijos de primera, segunda o tercera categoría, pues todos son engendrados por Él. El que así habla infringe las leyes y debe ser eliminado. Por eso son eliminados los profetas, por eso es anulado Jesús, por manifestar la voluntad de Dios. Esa voluntad que no le permite callar y le impulsa a predicar la comunión y el amor, aunque el hacerlo le lleve a la cruz. Sí, ahí radica la voluntad de Dios, en que el profeta no calle, en que Jesús no enmudezca, aunque arriesgue su vida, aun224

Dios Padre frente al sufrimiento humano

que por ello tenga que dar su vida. No es la voluntad del Padre que el Hijo muera, sino que proclame la comunión del amor, aunque por ello lo aniquilen. Pero Dios saldrá valedor haciendo justicia y resucitando al que fue borrado de entre los hombres, para demostrar que todo lo que llevó a su Hijo a la muerte no tiene razón y ha de ser anulado. El Hijo penetró hasta lo más oscuro de la negación de Dios, la no-vida, pero allí mismo, en su centro, eclosionó la luz, demostrando que el no ser no tiene poder sobre el Padre dador de Vida. Pero HOMBRE sigue sin usar plenamente su ser imagen de Dios co-creadora, en relación y en libertad. Se niega a la creación de vida a la que está llamado y produce muerte; se niega a la creación de solidaridad y se encierra en su provecho personal; se niega a la proyección de libertad y esclaviza. Por eso no soporta oír la voz de quienes se suman al clamor de los silenciados y los ahoga, los encierra en la cárcel o en el manicomio, los destierra o los asesina. Es el dolor, el sufrimiento de los profetas que trabajan por el Reino, fruto del mal moral que anida en el hombre que se niega a realizarse como persona en comunión.

4.

El sufrimiento que soportan los indefensos

También éste producto del mal moral. El sufrimiento que padecen tantos miles de seres humanos y que procede de las actitudes ambiciosas de otros hombres. Nuevamente vuelven a estar rotas, deformadas y mal usadas las improntas que Dios puso en HOMBRE, con el fin de ir creciendo en semejanza cada vez más cercana al Padre. 225

Salvador Pellicer

Es la ambición, el pecado tipificado: «Seréis como Dios» (Gn. 3,5), el que vuelve a mover el corazón de HOMBRE y le hace enfrentarse a Dios y a su hermano. HOMBRE no quiere entender que el ser como Dios es un don que el mismo Dios nos ofrece y que nosotros adquirimos en el momento en que lo aceptamos como Padre. Y HOMBRE juega a ser Dios..., y así le va: progresa en el afán de autodestruirse. Acumula poder, pero no para colaborar en el plan creador-salvador, sino para dominar al hermano. Al hermano le roba bienes, alimentos, salud, vida y dignidad. Del hermano hace un esclavo y le roba la libertad. Es así como mueren millones de seres humanos-indefensos: de hambre, de enfermedad o como consecuencia de las guerras. Se usan los bienes para poseer la vida de otros. Unos pocos dominan, unos muchos soportan. Medio mundo enferma por sobrealimentación, otro medio por desnutrición. Así nace una sociedad desequilibrada, donde tienen lugar Terceros, Cuartos y Quintos Mundos. ¡Cuán lejos de la Nueva Creación que Dios promete! ¿De cuántas hambres sin sentido se sigue muriendo, cuando en el mundo se destruyen alimentos por mantener precios? ¿Cuántas guerras siguen funcionando porque hay naciones que tienen que vender los armamentos que producen? ¿Cuántos hombres son esclavos porque otros llevan un látigo en la mano? ¿Cuántos no viven en sus casas porque la tierra que pisan se la arrebataron? Evidente que un hombre consciente de la libertad y de la dignidad de los hermanos, emplearía su fuerza en la lucha de la comunión, no en aplastar al indefenso porque cree que así está más alto. 226

Dios Padre frente al sufrimiento humano

5.

Una amenaza de parte de Dios

El mal, el sufrimiento, el dolor, la muerte, están amenazados de muerte. El Padre no los soporta. Ya en su Creación pone el germen de dicha destrucción y sólo nos resta ver al Resucitado para cantar victoria sobre ellos. Desde la Encarnación del Hijo queda muy clara para el creyente cuál es la postura del Padre frente al sufrimiento. Cristo viene a decir la palabra definitiva y destruirlo; nos presenta al Dios Vivo, dador de vida en plenitud. Su actitud ante el mal es decidida, tanto ante el mal moral como ante el físico: no se queda indiferente ante el mismo; no invita a la resignación-pasiva; no propone ofrecerlo a Dios; no recrimina a quien quiere liberarse del mismo; llora y se conmueve ante quienes sufren; cura, sana, salva como signo de la presencia de Dios y la llegada del Reino; nunca le da un valor; nunca lo presenta como castigo; él mismo se identifica con los que sufren, para lanzarlos a su proyecto: deshacerlo. Y, por último, lo descalifica totalmente con su Resurrección por el Espíritu. Cristo testimonia que el mal no tiene la última palabra en la historia de HOMBRE, la palabra definitiva la tiene la Vida. 6.

¿Qué actitud adoptar ante el sufrimiento?

He insistido en dividir el sufrimiento en tres categorías bien diferenciadas, porque diferentes son las causas que lo producen y los móviles que llevan a causarlas. De todos son conocidas las posturas que se adoptan y aconsejan cuando aparece el dolor. Las analizo brevemente: 227

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6.1. Actitud de resignación Se trata de someterse sin protestar porque es Dios quien envía el sufrimiento. ¡Ah!, pero hemos visto precisamente cómo el Padre no lo envía, sino que trabaja contra él, y sí es fruto de la condición de la finitud. Luego quien lo soporta tiene que luchar con todas sus fuerzas para salir de él y para que no se vuelva a producir mientras sea posible la lucha. No caben ni el masoquismo ni el dolorismo ni la evasión.

6.2. Actitud de ofrecimiento ¿Ofrecer a otro algo malo? Nunca se nos ocurre hacer tal entre los hombres. ¿Por qué a Dios? Es un gesto carente de sentido. Dios Padre sí verá con buenos ojos la labor por la construcción del Reino, pero presentarle no-vida como un valor es tratarlo de ídolo sanguinario. Y ofrecer el sufrimiento como expiación para llevar a cabo la redención, sería caer en el absurdo de que Dios no lleva a cabo la salvación si no es a cambio de un mal; sería minar la gratuidad de la misma salvación. A quienes proponen estos dos tipos de actitud a adoptar solamente les diría una cosa: ¿por qué acuden al médico a curarse? Se están rebelando contra Dios que les mandó el dolor... Son dos actitudes de concepción pagana que no nacen de la Vida del Resucitado. Como bien dicen los enfermos de la Fraternidad Católica en uno de sus escritos de noviembre de 1992: «Es Dios quien se nos ofrece a nosotros para compartir 228

Dios Padre frente al sufrimiento humano

su vida y combatir desde y en nosotros el sufrimiento. Dios no espera nada del sufrimiento. No da el mal, lo que Dios da gratuitamente es a sí mismo, es su amor a través de Cristo y del Espíritu, quienes son especialmente fuerza para combatir y vencer “toda enfermedad, lágrima y muerte” (Ap. 21). Él viene a sobrellevar nuestro sufrimiento, a vivirlo a combatirlo y vencerlo.»

6.3. Actitud cristiana El sufrimiento no sirve para «santificarnos» o cooperar a la salvación; ésta es un don gratuito de Dios que está a disposición de todo hombre que lo acepta; también a disposición de los que sufren. Pero la situación de sufrimiento no es más privilegiada que las demás para aceptar. Jesús no ensalzó ninguna situación sobre otra como más favorable para la fe. Lo que importa es la apertura del corazón. Sabemos que el sufrimiento ha acercado y ha alejado del Padre, por tanto no está en el dolor el secreto, sino en el hombre que se abre a coger el don de Dios. Nuestra fe propone ante el dolor el compromiso evangélico: no ver en él ningún bien, no atribuirle valor en sí mismo, sino combatirlo y seguir amando. Este es el secreto, seguir amando. Porque el que sufre tiende a replegarse sobre sí mismo y a no interesarse más que por él solo. La invitación cristiana es seguir construyendo el Reino incluso cuando ya no se puede salir del dolor. De esta manera una situación penosa puede testimoniar que la fe y la esperanza no han declinado, ya que desde ella es posible amar, crear comunidad y vivir en libertad. De este modo se proclama que quien sufre no está 229

Salvador Pellicer

lejos de Dios, que el Padre no deja de ser compañero y se alcanza la propia reconciliación. El cristiano asume su condición y desde ella crece y se realiza en historia personal y comunitaria de salvación. 7.

El sufrimiénto profético

Cuántas veces se han metido en el mismo saco todos los sufrimientos y se les ha querido dar la misma explicación, el mismo sentido y la misma finalidad. Y aún no ha desaparecido la idea de aglutinarlos todos junto a la Pasión y la Cruz de Cristo; eso es empeñarse en ver todo sufrimiento de una manera general y abstracta. El sufrimiento profético no tiene nada en común con los otros desde el punto de vista del porqué se produce. Al profeta se le persigue porque es subversivo para el orden establecido; el profeta sufre a causa de su mensaje y por ser testigo que no reniega ante la amenaza de muerte; el profeta es silenciado porque lleva hasta el fondo sus convicciones. No se pueden poner todos los sufrimientos al mismo nivel, como hemos visto, y hacer de la Cruz su símbolo. El dolor del profeta expresa su testimonio de amor que procede del Padre. Se trata de la persecución de que habla el Apóstol: «Me alegro de sufrir por vosotros, pues voy completando en mi carne lo que falta a las penalidades del Mesías por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1,24). Son los sufrimientos por el «anuncio de la Palabra» (ib. 25). Esta frase es aplicada indiscriminadamente a todo dolor, pero ello indica que no se tiene en cuenta que la alegría pro230

Dios Padre frente al sufrimiento humano

cede del anuncio de la Palabra, no del sufrimiento, y no es aplicable a cualquier tipo de sufrimiento. «No se trata aquí de sufrimientos que haya que seguir añadiendo incesantemente a los de Cristo bajo la mirada de un Dios insaciable, o como si la redención realizada por Cristo no fuera completa» (SD 24). Por eso dice Léon Dufour: «El texto se refiere directamente a Pablo y a los apóstoles, pero ¿vale también para cuantos se dedican a labores apostólicas en general? Parece evidente. ¿Se refiere también a los cristianos que sufren? La aplicación es fácil y cuadra perfectamente con el pensamiento de Pablo, como señaló Agustín; pero sólo se les puede aplicar directamente con una condición: suponiendo que el creyente participa, de alguna manera, en la actividad apostólica de Cristo (...). La “cruz”, el “sufrimiento”, las persecuciones no tienen valor por sí mismos, sino sólo como consecuencia de la proclamación del evangelio. Así pueden ser consideradas como una actualización de la nekrosis de Jesús, como una expresión de la fidelidad absoluta a Dios y a los hombres.»

Pablo-profeta, Jesús-profeta, hombres-profetas se esfuerzan por el Reino y su trabajo es salvador porque hace presente a Dios en medio de los hombres; pero en ellos no es el sufrimiento el salvador, sino la revelación que testimonian. Por eso podremos decir: no cualquiera que padece está salvando al hombre, sólo quien arriesga su vida para que otros tengan más Vida realiza una tarea salvífica. La salvación no la originan al sufrir, sino al llevar a término el designio-voluntad de Dios, el anuncio del Reino. 231

Salvador Pellicer

IV.

¿SIN SOLUCIÓN?

Ante el misterio del sufrimiento y la muerte no tengo ninguna explicación a nivel de soluciones teóricas. Como dice Paul Claudel, Dios, en Jesús, no ha venido a traer una explicación, sino una presencia: «El Hijo de Dios no ha venido a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros; no ha venido a demoler la cruz, sino a extenderse sobre ella. De todos los privilegios especiales de la Humanidad Dios ha elegido solamente éste». Yo no tengo una respuesta al porqué del sufrimiento. Lo que sé es que Jesús pasó también por ahí, que vivió de cierta manera su sufrimiento, que le dio un sentido viviéndolo por los demás en la solidaridad y en el amor a Dios y a los hombres. Y lo que yo creo es que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de Dios el sí de la Resurrección. La cuestión ha cambiado de enfoque. Ya no es el porqué el que está en el centro, sino el cómo, como dice Frankl: «Lo que importa es la actitud y el talante con que una persona sale al encuentro de un destino inevitable e inmutable. El sufrimiento tiene sentido si tú te cambias en otro». Y qué pasa con el Padre, ¿queda libre? No, está directamente implicado enviando a su Hijo a tomar parte en la historia humana por el Misterio de la Encarnación y salvar al hombre por el Misterio de la Redención. Son el mal, el dolor, el sufrimiento y la muerte quienes están amenazados de extinción por parte del Dios Vivo. Nosotros la única «amenaza» que tenemos encima por parte de Dios nuestro Padre es que estamos «amenazados» de vida que no tiene fin. 232

Dios Padre frente al sufrimiento humano

El es el Dios Padre de vivos: «Y el Señor Dios dijo: Si el hombre es ya como uno de nosotros, versado en el bien y en el mal, ahora sólo le falta echar mano al árbol de la Vida, coger, comer y vivir para siempre» (Gn. 3).

233

DIOS PADRE: CREADOR E IMPULSOR DE LA FRATERNIDAD DE LOS HOMBRES FERNANDO FUENTES ALCÁNTARA Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

1.

LA FRATERNIDAD, UNA REALIDAD TODAVÍA POR LLEGAR

Caminamos hacia el siglo XXI y a menudo echamos la vista atrás para fijarnos en lo que ha marcado el tiempo pasado. En este ejercicio de memoria es común llegar al consenso siguiente: estamos viviendo una época histórica centrada sobre todo en la aspiración a la libertad. Con ese deseo de libertad nació la Declaración de los Derechos Humanos; se luchó por la libertad en las dictaduras; hemos vivido seguramente uno de los momentos más cargados de simbolismo respecto a la libertad: la caída del «muro» de Berlín en 1989. El deseo de libertad ha tomado de nuevo impulso, a veces desorbitado, en el neoliberalismo económico, que se va imponiendo irremediablemente. También queremos expresar en la vida política esta aspiración a la libertad aunque sea reduciéndola a una experiencia de «libertades» contingentes y fugaces. Sin embargo, en las puertas del Gran Jubileo, el Magisterio de la Iglesia reclama un nuevo paradigma para el próximo si235

Fernando Fuentes Alcántara

glo: el reto de la solidaridad. Es evidente que uno de los grandes retos históricos que tiene la Iglesia es el promover una nueva cultura que conceda un reconocimiento pleno a la fraternidad como fundamento necesario para la comunidad humana. Esta es una aspiración más perentoria aún para los cristianos, que tiene en la proximidad a los otros una prueba de la autenticidad del seguimiento a Cristo. Es verdad que hay una mayor sensibilización de la sociedad civil por las puntuales catástrofes de la Humanidad, pero también está en cuestión la profundidad moral de esta solidaridad basada en las ONGs. Es un reto histórico sobre el que la Iglesia puede influir y darle esa profundidad necesaria para que no mantengamos una doble moral entre los hombres: por un lado, una fuerte sensibilidad ante las grandes desgracias de la Humanidad, especialmente de la más cercana a nosotros (este ha sido el caso de Centroamérica), y por otro, una injusticia permanente con aquellos pueblos y personas que viven en una situación de desarrollo infrahumano. Como Iglesia que busca la salvación para todos los hombres, la propuesta más coherente es la fraternidad, que arranca de nuestra condición de hijos de un mismo Padre y hermanos de todos los hombres. Fraternidad que lleva consigo la virtud de la solidaridad, por la cual vemos al «otro» (persona, pueblo o nación), (...) «como un semejante nuestro, una ayuda para hacerlo partícipe como nosotros, del banquete de la Vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos» (1). Por ello hay que afrontar con prioridad las causas que nos separan y nos alejan y plantear esta separación como un imperativo de nuestra fe y (1) Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, 36.

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una prueba de su autenticidad. Sólo con la solidaridad de las Iglesias cristianas (que son las más implantadas en los países desarrollados) se podría cambiar muchas situaciones de desigualdad entre los hombres. De hecho estamos muy preocupados por mantener el nivel de vida de los países desarrollados, pero no incrementamos nuestra preocupación por elevar el nivel de vida y la calidad de esta vida de los pueblos menos desarrollados. La fraternidad y la solidaridad son consecuencia necesaria de la filiación divina y su reconocimiento tiene una raíz moral y trascendente, apoyada en el Evangelio de Cristo sobre Dios, que ama gratuitamente a todos sin discriminaciones y hace suya la causa de los más débiles (y) proclama que todos hemos nacido para vivir como hijos de Dios y, en consecuencia, para convivir como hermanos (2). Así pues, en este momento de acentuado liberalismo e individualismo de todo tipo en las relaciones humanas, es preciso poner el fundamento y la clave de nuestra existencia personal y social en la verdad de Dios Creador y Redentor. La aspiración a la libertad, si no está basada en su sentido integro y en la relación con la verdad, pone en peligro la búsqueda de unas relaciones humanas basadas en la justicia y en la dignidad del hombre. Esta es una aportación fundamental de la Encíclica Veritatis Splendor: «Unicamente sobre esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan (...) Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas (2) Cfr. Comunicado de la Comisión Episcopal de Pastoral Social con ocasión del 50 Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (26-11-98).

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entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás... La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola, explotándola o incluso intentando destruirla» (núm. 99). Los fenómenos económicos, políticos y sociales que vamos a valorar en las siguientes páginas tendrán una clave teológica de interpretación que nos hace ver las falsas fraternidades que están en la base de muchos de ellos. Dada su importancia para el momento presente, no estará de más plantearnos los importantes retos que en este año del Gran Jubileo, dedicado al Padre como creador e impulsor de la fraternidad entre los hombres, piden respuestas desde una proclamación de la verdad sobre el hombre. Estamos ante la verdadera «cuestión social» para el próximo siglo, por eso ya desde este momento, en los umbrales del siglo XXI, urge encontrar las bases sociales, éticas y teológicas que apoyen una civilización del amor; tarea que no es resultado sólo de la buena voluntad de los hombres sino de una profunda reflexión y valentía para dar los pasos necesarios ante el avance de estructuras y modos de vida, que ya han sido señalados por Juan Pablo II como estructuras de pecado (SRS, 36). 238

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2.

INTERDEPENDENCIA Y DIÁLOGO FRENTE A LAS FALSAS FRATERNIDADES

La hipoteca social que ha contraído la Humanidad en esta segunda mitad de siglo es el desarrollo, pero no tanto como una realidad económica y de crecimiento sino como un proceso ausente de fundamentación ética y teológica, sin la cual difícilmente podemos llegar a ser la verdadera familia humana.. Una de las grandes obsesiones del mundo desarrollado es el crecimiento, pero un crecimiento sin justicia. En tales parámetros no podrá haber nunca un desarrollo equilibrado y justo, porque las bases de ese crecimiento son muy desiguales. El día en que este crecimiento tuviera un apoyo positivamente desigual para el Tercer Mundo seguramente sí que podríamos tomar como horizonte del desarrollo el crecimiento. Pero por ahora hay unos obstáculos que impiden este desarrollo armonioso. La Doctrina Social de la Iglesia ha aportado algunas pistas de compromiso para llegar a un desarrollo más solidario. Este sólo será una auténtica realidad a partir de la aceptación de dos claves de referencia: la interdependencia (3) y el diálogo, categorías y aspiraciones que nos convierten a los hombres en prójimos y nos introducen en el proyecto que Dios Padre ha querido para el género humano: vivir como hijos suyos. El diálogo tiene en cuenta los intereses de los distintos grupos y busca el bien común. Supone respetar los distintos gru(3) La interdependencia, sobre todo en el plano socioeconómico, ha sido una nota que pusieron de actualidad ya Juan XXIII y Pablo VI, pero que toma un relieve especial con Juan Pablo II en sus últimos documentos sociales y discursos en momentos muy especiales, como son el que tuvo en la Sede de la ONU (1995) y en algunos de sus viajes.

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pos culturales, étnicos y religiosos en el ámbito nacional.Y si el diálogo tiene efectos positivos en el referido ámbito nacional, más los tiene aún en el ámbito internacional, el cual debe fundarse en la fuerte convicción de que el bien de un pueblo no puede obtenerse a costa del bien de otro pueblo (4). Y hay un diálogo que afecta a la vida económica, al cual el Papa Juan Pablo II aludió (inspirándose en Pablo VI) y que catalogó como diálogo por la justicia, estableciendo un nexo entre paz y justicia «porque la tentación de la violencia y la guerra estará presente en aquellas sociedades donde la avidez y el consumismo impulsan a una minoría satisfecha a negar a la gran masa la satisfacción de los derechos más elementales a la alimentación, a la educación, a la sanidad, a la vida» (5). Por desgracia la falta de diálogo y la separación entre los hombres y entre los pueblos es una realidad constatable. Y ante esa realidad debemos preguntarnos: ¿qué ha pasado con la filiación? Surge una respuesta que viene desde la situación de postración en la que viven tantos desheredados: «Hay que volver a la casa del Padre y vivir como hermanos, no como extraños. Necesitamos la vuelta, la conversión» (6). Dios es Padre de todos los hombres y todo hombre participa del misterio filial: «porque es Padre en sí mismo, ha podido desplegar y realizar el misterio de su paternidad en la Historia, la Huma(4) Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1983, «El diálogo por la paz, una urgencia para nuestro tiempo» . Ver Mensajes para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz (1968-1998). Comisión Episcopal de Pastoral Social-Comisión General Justicia y Paz de España. Editorial PPC, 1998. (5) Ibíd. (6) PEDRO JARAMILLO: Materiales para el Año de la Caridad. Editorial EDICE, 1999.

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nidad entera está, en cierto modo, inmersa en la paternidad divina» (7). La Humanidad tiene que hacer este recorrido de vuelta, sobre todo, como hemos dicho, a través del diálogo y del reconocimiento de la interdependencia entre los hombres y entre los pueblos. Estos son los medios para construir la fraternidad en el siglo XXI, a la que somos llamados por el Padre. Esa llamada a la fraternidad tiene una dimensión personal, pero también un nuevo escenario social y universal, que no es ni más ni menos que la respuesta humana y creyente ante el amor de Dios que se ha revelado desde el principio de la Creación. Esta aspiración a la fraternidad se ha querido representar con la búsqueda de una civilización del amor (8), anunciada por Pablo VI, y que requiere una articulación racional y ética de los valores fraternos. Frente a una sociedad competitiva como base de las relaciones personales, sociales e internacionales, se trata de promover un nuevo orden personal, social e internacional basado en el diálogo frente al acento de las diferencias, y a la corresponsabilidad con el otro y con los otros pueblos frente al individualismo y egoísmos de los grupos y de los países más desarrollados. Para llegar a poner las bases de esta dinámica de fraternidad y solidaridad habría que descubrir y criticar las falsas fraternidades que en este momento se están presentando en la nueva humanidad sobre todo del mundo desarrollado, y una de ellas, seguramente de las más importantes, es la globalización económica. (7) JOSÉ MARÍA IMIZCOZ en ¡Padre! Retiros para sacerdotes. Comisión Episcopal del Clero, núm. 32, noviembre de 1998. (8) Ver algunas reflexiones en torno a este tema en mi libro La civilización del amor, BAC 2000, núm. 16, 1998.

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Una falsa fraternidad: la globalización económica

Estamos ante un tema de moda entre los analistas económicos, sociológicos y éticos de los últimos años (9). Aun a fuerza de parecer repetitivos no hay más remedio que volver a tratarlo, sobre todo por sus implicaciones para el futuro de los pueblos y para muchos aspectos de la vida económica y laboral que influye y condiciona la situación de tantas pobrezas y marginaciones. La globalización es un fenómeno distinto a la internacionalización (realidad ya valorada a partir de Juan XXIII con Mater et Magistra) y que está en la base de numerosas reflexiones de Doctrina Social en estos últimos años (10). Hoy dicen los expertos que asistimos a una riqueza sin naciones: hay empresas que son muy ricas en países pobrísimos. El mercado se hace anónimo e impersonal y se globaliza el trabajo, convirtiéndose en una realidad económica independiente del territorio. Todo se intercambia sin tener porqué identificarse con un espacio y un tiempo. (9) Recientemente se están celebrando congresos y reuniones nacionales e internacionales (de diversos grupos y asociaciones de la Iglesia) que tienen como cuestión de estudio el fenómeno de la globalización, tal es el caso de UNIAPAC, que lo ha tratado en su asamblea mundial (Roma, 8-10 de octubre de 1998) bajo esta perspectiva: «Empresarios cristianos en la era de la globalización». Y también en un encuentro de Comisiones Episcopales de Pastoral Social y del Trabajo, celebrado en Roma (12-15 de noviembre de 1998), el prestigioso profesor de la Universidad de Bolonia Stefano Zamagni hizo una valoración en esta dirección. (10) Después de Mater el Magistra, hay que citar como documentos fundamentales para este análisis Populorum Progressio (Pablo VI, 1967); Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II, 1987), y últimamente el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, «El secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos», 1998, núm. 9.

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Los más convencidos defensores de esta globalización creen que este proceso traerá nuevas oportunidades para todos. Según ellos, nos brindará la posibilidad de una más fácil cooperación económica y mejorará las condiciones de vida de la población en general, que recibiría una especie de «maná» económico, de bienestar, que sería muy beneficioso para todos. Lo que sí es evidente, por ahora, es que dada la importancia de este fenómeno, que incide en todos los sectores económicos y sociales, habrá que acompañarlo con una reflexión ética y doctrinal que va más allá de los criterios de juicio dados hasta este momento. Habrá que valorar la responsabilidad personal y social que supone una globalización que se escapa al espacio y al tiempo. Incluso las autoridades económicas mundiales con la pasada crisis económica de este verano del 98, han elevado sus interrogantes sobre una globalización de capitales financieros que escapa a todo gobierno, e incluso al Fondo Monetario Internacional (máxima autoridad internacional en el campo económico). Se ha pedido el que hubiera un cierto tipo de control sobre esa dinámica que afecta en un mismo momento temporal (a veces unos días) a millones de personas en todo el mundo, no sólo ya a los ricos o a los que tienen capital financiero sino a las miles de empresas que debido a la especulación financiera caen en su valor y pierden gran parte del apoyo económico que las mantienen. Estos movimientos económicos inciden en la situación de los pueblos del Tercer Mundo, los cuales distan cada vez más (ya lo advertían Populorum progressio y Sollicitudo Rei Socialis), de tener un orden justo. Así se puede corroborar con la citada crisis económica, en la que los países más pobres (muchos millones de personas) están sufriendo una mengua de sus recursos económicos y la salida de capital extranjero en sus 243

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economías (11). Ahora se encuentran en manos de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, que les piden una rigurosa reducción de gastos sociales como condición para poder recibir la ayuda del mundo desarrollado. Necesariamente hay que preguntarse: ¿no hay otro modo de acceder al desarrollo nada más que a través de un capitalismo de producción o por la ruta del mercado? Esta vía de desarrollo ha sido un motivo de preocupación permanente para Juan Pablo II al denunciar con el siguiente juicio el poder del mercado como guía para el desarrollo de las naciones: «el libre mercado de por sí no puede hacerlo, ya que, en realidad, existen muchas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado» (12). A esto se añade que el libre mercado, considerado en su sentido propio, potencia unas relaciones personales (por ejemplo, en el mundo del trabajo) y sociales basadas en la competencia en vez de la colaboración. Es un sistema económico que favorece el individualismo y el consumismo como bases del desarrollo de las personas y de los pueblos. La doctrina social de la Iglesia ya asumió con Juan XXIII, en la encíclica Mater et Magistra, un fenómeno parecido a la globalización, la socialización, que en aquel momento (hablamos de 1961) (13) supuso un reto nuevo y desafiante. (11) Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1999. «El secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos». (12) Ibíd. (13) Entre los numerosos factores que han contribuido a la existencia de este hecho deben enumerarse el progreso científico y técnico, el aumento de la productividad económica y el auge del nivel de vida del ciudadano (Mater et Magistra, núm. 59).

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La socialización tuvo su impacto, sobre todo, en el campo de la vida pública con la multiplicación de relaciones de convivencia y con la formación de muchas formas de vida y de actividad asociada, que fueron recogidas, la mayoría de las veces, por el derecho público o por el derecho privado (14). En la actualidad estamos ante un fenómeno que tiene una explicación de carácter preferentemente económico, aunque también participa en muchos de los efectos de la socialización que tuvo lugar en los años sesenta y que se destaca sobre todo por la tendencia a asociarse espontáneamente para la consecución de objetivos que superan la capacidad y los medios de que puede disponer el individuo aislado. Y aunque hay que reconocer que si en aquella época la socialización fue llevada a cabo mediante un protagonismo evidente de los poderes públicos, en la actualidad sigue vigente el análisis de Mater et Magistra sobre el nuevo poder de estructurar la sociedad desde el poder económico; estructuración que se lleva a cabo no a través de las clases sociales (como bien analizó el marxismo) sino una estructuración que pone en interrogante el destino universal de los bienes: se nos presenta un mundo en el que hay pocos países agraciados con los recursos económicos y muchos países dependientes de los recursos del mundo desarrollado. La globalización no se corresponde con una verdadera universalización de los recursos económicos fundamentales (la tecnología, el capital...). Los pueblos del Tercer Mundo son meros comparsas en la actual globalización. No hace mucho tiempo Fe(14) JUAN XXIII: Encíclica Mater et Magistra, 59. (15) En una conferencia ofrecida en Toronto (Ver diario El País, 27 de agosto de 1998) sobre «Conocimiento global».

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derico Mayor Zaragoza (15) se preguntaba: ¿a quién pertenece África? Esta es la cara oculta de la globalización. Un nuevo campo donde se pondrá a prueba el verdadero sentido solidario de la globalización será en el plano financiero, pues el mundo ha quedado dividido en razón de los recursos financieros y tecnológicos. La globalización está siendo fuertemente observada (y con preocupación) por las diversas instancias sociales y también de la Iglesia. En este sentido lo ha recordado muy recientemente Juan Pablo II: «La rápida carrera hacia la globalización de los sistemas económicos y financieros, a su vez, hace más clara la urgencia de establecer quién debe garantizar el bien común global y la realización de los derechos económicos y sociales» (16). Es una importante preocupación cómo lograr el desarrollo común sin perder tampoco la propia riqueza; en todos los ámbitos, de los Estados nacionales y la soberanía que les corresponde. No es un tema accidental, sobre todo en estos momentos en los que junto a los graves problemas del desarrollo mundial se aglutinan también otros que tienen que ver con los derechos de los pueblos. Es más, ante la entrada de la Europa del Euro convendría desarrollar un campo de reflexión en orden a valorar las relaciones justas entre los pueblos y el reconocimiento de sus derechos ante los procesos de concentración económica y política. Hay razones para hablar de falsa fraternidad cuando se valora desde la solidaridad estos dinamismos mundiales a los que se alaba tanto en la actualidad. Juan Pablo II en no pocos (16) Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1999. «El secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos». (17) Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1998, y en Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus annus...

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momentos (17) se ha planteado esta cuestión: ¿Podrán todos (los pueblos) sacar provecho del mercado mundial? ¿Serán más equitativas las relaciones entre los Estados? o, por el contrario, la competencia económica y las rivalidades entre los pueblos y las naciones ¿no nos conducirán hacia una inestabilidad mayor? Otro foco de preocupación sobre los límites morales de la globalización lo encontramos en lo que afecta al mundo del trabajo. La solidaridad de los hombres del trabajo queda en muchas ocasiones muy afectada por esa inmensa oferta de mano de obra barata que sirve para mantener a muchos trabajadores en una posición de miseria, y para otros, los del mundo desarrollado, en una posición de indefensión dada la posibilidad de que haya otra mano de obra mucho más barata que ante la necesidad de sobrevivir acepta cualquier condición de trabajo y de salario indignos de la persona humana. Puede parecer una paradoja el que se pongan tantas cautelas ante los dinamismos de universalización que se dan en la actualidad. Desde el punto de vista moral no cabe duda que es una oportunidad especial para lograr una mayor fraternidad universal y que de hecho ha comenzado a dar resultados positivos de la mayor interrelación entre los países y los pueblos; me estoy refiriendo al sentido positivo de la globalización en toda la dinámica abierta en el campo de los derechos humanos y que se está experimentando en estos últimos tiempos: hay un compromiso por perseguir y no dejar impune en cualquier lugar del planeta los atentados más graves contra los derechos humanos (este es el caso de Pinochet y algún otro dictador que han tenido que dejar el poder bajo la presión de la comunidad internacional). 247

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Los nacionalismos excluyentes

En los últimos años la sociedad internacional está dando un reconocimiento cada vez mayor a dos actores que cobran una importancia manifiesta: por una parte, nos encontramos con la presencia política, económica y social de las instituciones internacionales, que ocupan un papel muy importante en la marcha de la sociedad internacional; tal es el caso de las instituciones internacionales intergubernamentales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Unión Europea (UE), la ONU y algunas instituciones, como el Tribunal Internacional de Derechos Humanos, que vuelven de nuevo a estar de actualidad por los procesos emprendidos contra dictadores y criminales contra la Humanidad. Esta relevancia actual coincide con una antigua pretensión de los Pontífices (ya desde Pío XII) para dotar de contenido real a las instituciones supranacionales y actuar con poder jurídico en los problemas de la sociedad internacional. Desde el punto de vista del Derecho podría considerarse a estos organismos como dotados de subjetividad jurídica internacional, Para nuestro interés, el valor de estas instituciones internacionales está en la necesaria aportación ética que deben realizar en un contexto internacional globalizado como el que corresponde a este tiempo. Pero lo realmente significativo es la consideración de la subjetividad de los pueblos, destinatarios de normas de Derecho Internacional (en particular del derecho de autodeterminación ) y derechos económicos. Una prueba de la creciente atención que recaba la cuestión de los «derechos de los pueblos» la tenemos bien explícita en la doctrina desarrollada por Juan Pablo II en los últimos 248

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años, cuyo discurso más completo es el ofrecido a la ONU en 1995. Estamos ante un tema complejo, que pertenece más al siglo XXI que al actual y que debe ser profundizado en todas sus consecuencias (18). Alguna de estas reflexiones lleva a considerar el nacionalismo como una forma desmesurada de amor a la propia nación y a la propia identidad (19), pero, en todo caso, es una constante del magisterio pontificio «la afirmación y reivindicación de los derechos de las naciones y de los pueblos» (20). Es reconocido que están apareciendo nacionalismos que en vez de reflejar una aspiración ética se quedan en un planteamiento cultural puramente estético (21) que concede mucha más importancia a los hechos diferenciales que a la vida en común. La práctica política nos dice que cuando el nacionalismo ejerce el poder a veces cae en una falta de atención por las minorías; a veces se concibe estos nacionalismos como un mecanismo de defensa frente a un mundo que suprime barreras, universaliza las comunicaciones y rebaja el valor de las lenguas nacionales. (18) Muy recientemente ha sido investigado con gran rigor por Francisco César GARCÍA MAGÁN con su tesis doctoral «Derechos de los pueblos y de las naciones». Editor, Vincenzo Buonomo, Pontificia Universitá Lateranense, Mursia, 1998. (19) GARCÍA MAGÁN lo ve incompatible con el respeto a las otras naciones y a sus ciudadanos. Se inclina más por el patriotismo que subraya el amor por lo propio sin esa consideración en principio negativa de los nacionalismos. (20) Ibíd, 102. (21) Como ha llegado a calificar Eugenio TRIAS en un artículo, «Aforismos para después de una tregua», El Mundo, 3-10-98.

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Hay que admitir que con la evolución de las condiciones económicas, como veíamos en el apartado anterior, muchos de los proyectos nacionalistas se hacen inviables: ¿qué significa la soberanía de las naciones en una Europa con un mercado único y una moneda única; con una reglamentación comunitaria que según dicen los expertos supone ya el 70 % de las leyes que se dan por la vía urgente? Pablo VI tuvo una reflexión realista y al mismo tiempo alentadora de esta situación que vivimos de conflicto, por una parte, y de camino hacia la unidad, por otra. Pero el Pontífice exponía (22) con gran realismo que «no podemos hacernos ilusiones: al mismo tiempo que la pacífica concordia entre los hombres se va difundiendo —a través del progresivo descubrimiento de la función complementaria e interdependiente de los países; de los intercambios comerciales; de la difusión de una misma visión del hombre, por lo demás siempre respetuosa de la originalidad y de lo específico de las diversas culturas; a través de la facilidad de los viajes y de los medios de comunicación social, etc.—, debemos notar que en la actualidad se van consolidando nuevas formas de recelosos nacionalismos cerrados en sus manifestaciones, de toscas rivalidades basadas en la raza, la lengua, la tradición».



Las deudas injustas

No hace mucho tiempo que la Comisión Episcopal de Pastoral Social hizo una valoración sobre la deuda externa su(22) Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1975: «La reconciliación, camino hacia la paz».

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mándose a una importante iniciativa (23) de algunas instituciones relacionadas con la acción caritativa y social de la Iglesia. Su juicio sobre este fenómeno no sólo económico sino social era el siguiente: «Dentro de la estructura económica internacional los países más pobres reciben préstamos en los mercados de capitales o de instituciones financieras internacionales, que tienen que devolver además de los intereses. Así quedan en manos y al arbitrio de sus acreedores y totalmente subordinados a los mismos. Mientras que los países más ricos alcanzan cotas muy elevadas en el desarrollo económico, los pueblos más pobres tienen que vivir en situación catastrófica y aceptar que otros decidan por ellos. Si realmente se quiere dar satisfacción a los derechos humanos de todos los pueblos, es necesaria la condonación de la deuda pública impagable y buscar políticas económicas adecuadas para evitar en el futuro endeudamientos insostenibles». Por esta vía pienso hacer mi valoración sobre la injusticia de la deuda externa y su consideración como obstáculo permanente para la fraternidad. La posición de Juan Pablo II es que las deudas deben ser pagadas, aunque no es lícito exigir o pretender su pago cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevarían el hambre y a la desesperación a poblaciones enteras (CA 35). Por ello cree el Papa que habría que pensar «en una notable reducción, si no en una total condonación, de (23) En el Comunicado de la CEPS con ocasión del 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se decía lo siguientes: «son muy positivos los esfuerzos que, tanto desde las instituciones eclesiales (Cáritas, CONFER, Justicia y Paz, Manos Unidas) como desde las ONGs comprometidas con el Tercer Mundo, se están prodigando para sensibilizar a la comunidad cristiana y a la sociedad sobre este importante problema de la deuda externa.

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la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» (Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 51). La cuestión de la deuda externa, si se analiza en su profundidad, de verdadera implicación estructural, habría que ser rotundos a la hora de formular un juicio ético y cristiano. Si no fuera así nos quedaríamos en una valoración puramente asistencialista sobre un fenómeno económico que tiene su causalidad en la injusticia permanente de unas relaciones económicas que de forma habitual provocan la hipoteca económica y la desigualdad. La deuda externa es una expresión clara de la dependencia entre los países y no debe ser objeto sólo de medición en cuanto a su condonación. En este momento la importancia económica de la deuda no es tan grande si se la analiza desde el volumen actual y no desde su perspectiva futura. Los países valoran más sus expectativas de futuro que las deudas pasadas; lo realmente preocupante es la capacidad de un país para generar crecimiento y éste con justicia y equilibrio. De hecho, uno de los países más endeudados es Estados Unidos, pero su deuda es valorada de otro modo. Un auténtico planteamiento moral de la deuda externa hay que centrarlo, tal como lo hace Sollicitudo Rei Socialis (núms. 43-45), en la reforma internacional del comercio, que «hoy discrimina frecuentemente los productos de las industrias incipientes de los países en vías de desarrollo, mientras desalienta a los productores de materias primas. Existe, además, una cierta división internacional del trabajo, por la cual los productos a bajo coste de algunos países, carentes de leyes laborales eficaces o demasiado débiles en aplicarlas, se venden en otras partes del mundo con considerables beneficios para 252

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las empresas dedicadas a este tipo de producción, que no conoce fronteras. [Por otra parte] El sistema monetario y financiero mundial se caracteriza por la excesiva fluctuación de los métodos de intercambio y de interés, en detrimento de la balanza de pagos y de la situación de endeudamiento de los países pobres. [Y finalmente] Las tecnologías y sus transferencias». En todos estos factores está enclavada la deuda externa y la imposibilidad de llegar a una verdadera familia de naciones y de pueblos. Cómo no van a tener deudas países que viven del petróleo y que en este momento su precio es el más bajo de los últimos 10 años. Es de justicia que países como Venezuela, México, Ecuador, Rusia..., todos ellos con una importante deuda externa, vean muy difícil la salida del túnel en sus economías, mientras que para los países desarrollados estos precios son condición de su bienestar. 3.

LA FAMILIA DE LAS NACIONES Y DE LOS PUEBLOS

Igual que Juan XXIII consideró que la socialización era un signo propio del tiempo aquel en el que se multiplicaban las relaciones sociales dando lugar a nuevas formas de convivencia social y de asociacionismo con carácter jurídico, del mismo modo, tal como recordábamos en el apartado sobre la globalización, está tomando prioridad el sentido planetario de las relaciones entre los pueblos y, por tanto, su afirmación subjetiva en el orden jurídico, político, cultural y social. Vivimos en un mundo en convergencia en muchos planos, sobre todo desde la comunicación y la tecnología, pero todavía queda un trecho importante para que esta convergencia se traslade al campo económico-social. Ya se están haciendo valoraciones que par253

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ten de un nuevo sentido de las relaciones internacionales, de lo que se está llamando «Tercera vía», que trata de asumir una nueva convivencia en la pluralidad de escenarios ideológicos y económicos. La pregunta que surge es si esta Tercera vía podrá, en su esfuerzo por integrar los diversos sistemas ideológicos preponderantes (y sus correspondientes formas de organización económica), superar la segregación y el desequilibrio en el poder de no pocos países en la actualidad. Estoy seguro que esta formula de conciliación suprimirá barreras en la actual división internacional, pero se requiere un nuevo esfuerzo moral. Y en ese contexto es donde hay que situar la aportación del Magisterio Pontificio en orden a lograr una comunidad de pueblos y de naciones que puedan llegar a ser la familia humana. El Papa Juan Pablo II considera que los derechos de la familia de las naciones arrancan de los derechos de la persona humana en su constitutiva dimensión social y colectiva (24). Más aún, se ha universalizado el bien común, como afirma el Concilio Vaticano II (25), y ello significa que habrá que tener en cuenta los intereses y las necesidades de toda la familia humana. Y habrá que dar la prioridad a las necesidades comunes, que tienen como aspiración ética el compartir, y de modo secundario, la afirmación de lo propio, de modo que la humanidad entera, por encima de sus divisiones étnicas, nacionales, culturales y religiosas, debe constituir una comunidad, sin discriminación entre los pueblos y tender a la solidaridad recíproca (26). La unidad tiene sus exigencias, tal como lo (24) Ibíd, 103. (25) Constitución Gaudium et spes, 26. (26) Juan Pablo II: Mensaje en la Jornada Mundial por la paz de 1989, «Para construir la paz, respeta a las minorías».

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plantea Juan Pablo II; una de ellas, es que la diversidad tiene que ponerse al servicio de la misma unidad y no ser motivo de división. Por eso una de las cuestiones más difíciles de lograr para cualquier sociedad, y para una comunidad humana, es la reconciliación. Cuanto más el lograr una reconciliación planetaria que afecte a las numerosas situaciones de división y de desigualdad económica y social en las que se encuentra la Humanidad. Una cultura de los derechos humanos y una civilización del amor Juan Pablo II ha aportado, en su reflexión más reciente, un criterio de universalidad y eficacia moral en orden a llegar a un compromiso serio para lograr una sociedad más fraterna y solidaria. El Papa fija este criterio en la aceptación y reconocimiento de todos los derechos humanos, sin ser condescendientes con la violación de ninguno de ellos y creando una verdadera cultura de los derechos humanos, respetuosa con las diversas tradiciones, pero integrándola como patrimonio moral de la Humanidad (27). Es fundamental que la Humanidad se sienta más corresponsable con su destino y que los elementos circunstanciales y locales no sean un impedimento para una verdadera convivencia inspirada y fundamentada en un destino común. Por ello los nacionalismos excluyentes y los intereses particularistas que tienen lugar en el campo económico no pueden ser una vía de escape para un planteamiento global de los derechos de la comunidad internacional. (27) Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1999, núm. 12.

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Fernando Fuentes Alcántara

Por ello el Papa Juan Pablo II expone para esta Cuaresma un horizonte que supera aún los derechos humanos: El Señor preparará un banquete para todos los pueblos (Cf. Is 25,6). Piensa Juan Pablo II «en tantos “Lázaros” que llaman a las puertas de la sociedad; son todos aquellos que no participan de las ventajas materiales producidas por el progreso... No sólo cada persona tiene ocasiones para demostrar su disponibilidad a invitar a los pobres a participar del propio bienestar, sino también las instituciones internacionales, los gobiernos de los pueblos y los centros directivos de la economía mundial deben responsabilizarse de elaborar proyectos audaces para una más justa distribución de los bienes de la tierra, tanto en el ámbito de cada país como en las relaciones entre los pueblos» (28).

(28) Mensaje de Juan Pablo II para la Cuaresma de 1999. «El Señor preparará un banquete para todos los pueblos» (cf. Is. 25,6).

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EL AÑO DEL PADRE Y LA PASTORAL DE LA CARIDAD PEDRO JARAMILLO RIVAS Vicario General de Ciudad Real

I.

ALGUNAS REFLEXIONES PRELIMINARES

Preparando el Jubileo del 2000 Como preparación al Jubileo del 2000, CORINTIOS XIII ha hecho una reflexión cada año preparatorio, relacionando a Jesucristo con la pastoral de la caridad (primer año) y al Espíritu Santo (segundo año). Emprendemos ahora la celebración del tercer año preparatorio, dedicando igualmente una reflexión a la relación del Padre con la pastoral de la caridad. El tercer año de preparación al Jubileo del 2000 centra la atención de los creyentes en Dios-Padre, origen y meta de una «peregrinación filial» que, iniciándose en cada creyente, abarca a toda la comunidad y se extiende a la Humanidad entera (cfr. TMA, 49). Semejante a la visión profética de Isaías, mensajero de la alianza del Señor, más allá de las estrechas fronteras del «pueblo elegido», la perspectiva de este «camino universal» hacia el Padre cobra en Jesucristo la hondura y la ternura de la revelación plena del origen y la meta: «tanto amó Dios al mun257

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do que le entregó a su Hijo único para que lo salvara». El amor de Dios, o, mejor aún, Dios-Amor está en el principio y en el término de una peregrinación de hijos no de esclavos. Peregrinos en el Hijo Jesús, el Hijo, ya realizó la peregrinación filial, pero todavía no ha realizado la peregrinación total. Él ha cumplido el camino de la filiación como «primicias», en la esperanza de que la Humanidad entera se haga también peregrina hacia la Casa del Padre. En Jesús, «camino, verdad y vida», la senda ha quedado abierta. La solidaridad de Jesús con el hombre, con todo hombre, significa solidaridad de todo hombre con Dios, en Jesús. A todo hombre se le ofrece, en efecto, la posibilidad de ser hijo en el HijoJesús. Sólo el mutuo reconocimiento filial nos puede llevar al reconocimiento fraterno de todos los caminantes hacia la Casa del Padre. Lo mismo que en la antigua alianza el reconocimiento vivo del Señor era el fundamento de la cohesión fraterna del pueblo, así en la nueva alianza —abierta a la creación de una Humanidad nueva— la confesión del Padre es el fundamento vivo de la fraternidad universal. Nuestro compromiso no es construir una «fraternidad huérfana»; estamos llamados a suscitar la conciencia de hijos, en la que la fraternidad expresa la solidaridad de origen y destino personales y comunitarios: el DiosPadre, «en quien vivimos, nos movemos y existimos». El Padre y la caridad La unión de la virtud de la caridad y la opción preferencial por los pobres con la confesión creyente del Padre, en este 258

El Año del Padre y la pastoral de la caridad

año tercero de la preparación al Jubileo, encuentra ahí su más profundo fundamento. Muy sencillamente podríamos hacer este argumento, capaz de suscitar los mayores compromisos: si Dios es Padre de todos, todos los hombres somos hermanos, pero una mirada a la realidad nos dice lo contrario: ni nos consideramos ni vivimos como hermanos. ¿Qué se ha debilitado? La conciencia de filiación. Volver a la Casa del Padre es condición para el mutuo reconocimiento fraterno; para vivirnos como hermanos y no como extraños. Necesitamos la vuelta, la conversión. «El anuncio de la conversión como exigencia imprescindible del amor cristiano es particularmente importante en la sociedad actual, donde con frecuencia parecen desvanecerse los fundamentos mismos de una visión ética de la existencia humana» (TMA, 40). Todo hombre es mi hermano Porque todos somos hijos de Dios, «todo hombre es mi hermano». La fraternidad que estamos llamados a construir entre todos los hombres es antes don que tarea, se traduce antes en reconocimiento que en compromiso. Cuando, en contexto cristiano, se debilita esta convicción creyente, se agotan las fuentes de la aportación original de la fe y sobre el compromiso planea la amenaza de un voluntarismo religiosamente estéril. La unión de la confesión creyente del Padre con el ejercicio de la caridad se nos presenta como una formidable ocasión para «beber las aguas de la salvación». El compromiso creyente con los pobres, «bebiendo en su propio pozo», se abre a exigencias aún más radicales por estar religiosamente fundadas. El temor de algunos a que la motivación creyente pueda «dul259

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cificar» el compromiso, o lo pueda relegar a un simple sentimiento piadoso sin incidencia real en la transformación solidaria del hombre y de la sociedad, revela desconocimiento de la «historia del Padre», de la «historia del Hijo» y de la «historia del Espíritu Santo», que no ha cesado de engendrar nuevos hijos para la construcción de una «fraternidad con Padre». La entraña teo-lógica de la pastoral de la caridad Relacionada intrínsecamente con el Padre, la pastoral caritativa y social se entraña en sus raíces más profundas. Podemos afirmar que se trata de una «teología en acto» o de una «práctica teológica». Si la teo-logía es el «discurso sobre Dios», el ejercicio de la caridad es «hablar de Dios» con el lenguaje de los signos. De un buen ejercicio de la caridad surge una buena concepción de Dios; de un mal ejercicio de la caridad, o de una ausencia del mismo, deriva una mala concepción de Dios; o se abre, incluso, el camino para su negación. Radica aquí el nexo más profundo entre caridad y evangelización. Quienes en la comunidad se dedican preferentemente a este ministerio están lógicamente preocupados en cómo hacer de su tarea una obra evangelizadora. Pero, a veces, resuelven la preocupación uniendo caridad y evangelización de manera puramente externa: ejercen la caridad y hablan de Dios, cuando el ideal sería «hablar de Dios ejerciendo la caridad». A la pregunta teórica sobre su mesianismo, Jesús responde con su práctica mesiánica: Juan el Bautista nos envía a preguntarte: «¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro?» En aquel momento, Jesús curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Des260

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pués les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia» (Lc 7, 20-22). Los signos mesiánicos son manifestación de la presencia misericordiosa del Padre que, en Jesús, camina al lado de los pobres y los salva. Esa es la «evidencia» de la Buena Noticia, del Evangelio de Dios para la salvación de los hombres. Nuestro anuncio de Evangelio requiere «evidencias». Éstas no vendrán si no es a través de la salvación de los pobres. He aquí la aportación insustituible de la pastoral de la caridad a la nueva evangelización: «evidenciar» la inclinación preferente de Dios por los más pobres y débiles de nuestra sociedad. Al discurso sobre el Dios de los pobres tiene que acompañar el signo de la presencia del Dios de los pobres. La referencia habrá siempre que hacerla a «lo que estáis viendo y oyendo». El anuncio es necesario, imprescindible, original, fundante, pero no lo son menos los signos. La pastoral de la caridad es preferentemente una pastoral de signos. En el conjunto de la pastoral de la Iglesia constituye la posibilidad de remitir a «lo que estáis viendo». «¿Eres tú la Iglesia de Jesús o tenemos que esperar a otra?», se nos pregunta muchas veces. Antes que con un curso de eclesiología, nuestras comunidades deberían responder con sus propios signos de credibilidad: «lo que estáis viendo»; sólo así tendrá sentido «lo que estáis oyendo», la imprescindible eclesiología. Cuando una comunidad da poca importancia a la pastoral de la caridad, o la considera como algo marginal de su misión, está fallando radicalmente en la pedagogía evangelizadora heredada de Jesús. Las «palabras y obras intrínsecamente relacionadas», que fueron el medio de revelación del Dios Padre, son también el medio de su permanente actualización, especialmente en nuestros tiempos. 261

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El lenguaje de los signos Hemos dicho que la pastoral de la caridad es una «pastoral de signos», no simplemente una pastoral de acciones. Muchos así la consideran y caen en un activismo social, laudable por lo que hace, pero extraño a la raíz que le da la capacidad de significar. Hay mucha pastoral de la caridad eficaz, pero muda. Porque su «elocuencia» no consiste en añadir palabras a la acción; requiere más bien hacer una acción elocuente hacer de la acción signo. Entonces la palabra no resulta añadida, sino entrañada. El camino hacia la significatividad comienza en la misma persona que emprende la acción caritativa y social. ¿En qué nivel de la persona arraiga esta acción? No simplemente en el de la exigencia ética de su fe (la fe que ya tenemos nos exige el ejercicio de la caridad), sino en el nivel de la verificación: obrar desde el amor construye y expresa nuestra fe. Desde la filiación, núcleo fundamental de la nueva relación con el Padre, la fraternidad no es un añadido o una consecuencia, sino una realidad simultánea. Filiación y fraternidad se dan en un mismo acto de entrega al Padre de todos, reconocido, acogido y amado como «mi Padre». No podemos ser hijos sin acoger al mismo tiempo a «la multitud de hermanos». El ejercicio de la caridad es, por tanto, signo de filiación y fraternidad. En él nos reconocemos como hijos, dependientes y acogedores del Padre; y, desde el Padre, que es de todos, nos sentimos necesariamente remitidos a todos los hombres como hermanos. La confesión del Padre entraña la confesión de los hermanos. Si con la palabra «Padre» nombramos la relación nueva y gratuita con Dios, adquirida por la gracia de Jesús, con la palabra «hermanos» nombramos también una relación nueva con todos los hombres que, en Jesús, salen del anoni262

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mato para convertirse en carne de nuestra carne. La íntima relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo tiene aquí su origen y su meta. El camino se hace común en el seno de la comunidad cristiana, llamada a significar toda ella su realidad de «hija» en la fraternidad hacia dentro y hacia fuera de sus propias fronteras. Hacia dentro, acogiendo y realizando la koinonía (comunión); hacia fuera, sirviendo la diakonía (el servicio). Ambas tienen su raíz en la confesión del Padre. Una confesión no sólo de los labios, sino del corazón. Por eso, la comunión y el servicio reclaman también signos. No simplemente acciones, sino acciones que hagan referencia a su raíz y sean elocuentes. Los signos de la diakonía de la comunidad son preferentemente promovidos y realizados por la pastoral caritativa y social, no como un «apartado» del conjunto, sino como inspiración englobante de la totalidad de la acción pastoral. Realizando signos, la pastoral caritativa y social colabora en la implantación del Reino de Dios en el mundo, que es la tarea de la misión de la Iglesia. Son, en efecto, signos que refuerzan el testimonio eclesial como primer y definitivo paso en el camino de la evangelización. En ellos despliega la comunidad cristiana su tarea de salvación integral y testimonia que el anuncio de la paternidad de Dios —núcleo del mensaje que proclama— hace hermanos en la comunicación y en la igualdad Las heridas antifraternas, tan frecuentes en la construcción de la sociedad a nivel local, nacional e internacional, son atentados a la paternidad de Dios. La celebración de esta paternidad por comunidades pobres, al tiempo que es una admirable manifestación de fe confiada y esperanzada, constituye en sí misma una fuerte denuncia de una pretendida comunión de 263

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fe, no transformada en comunión de vida. Porque son muchas las comunidades que, celebrando al mismo Padre, no sienten el dolor de la pobreza, ni se sienten eficazmente remitidas a la creación de la fraternidad, que tiende a la igualdad desde la común filiación. Una paternidad sin fraternidad difícilmente puede ser una paternidad creíble. La antifraternidad, pacíficamente asumida como exigencia irremediable de la sociedad moderna, es el mayor atentado a la paternidad universal de Dios. Ser hijos sin ser hermanos es un contrasentido. Y es, además, una ofensa al Padre. La ofensa al Padre Repasando el mensaje bíblico sobre la injusticia, especialmente en la denuncia profética, se cae en la cuenta de algo que me parece fundamental: Dios mismo se siente implicado en la práctica de la justicia, y «sujeto paciente» de la injusticia interhumana. Por boca de Jeremías, Dios recuerda al rey Joaquín: Tu padre comía y bebía, pero practicaba el derecho y la justicia y todo le iba bien. Defendía la causa del humilde y del pobre, y todo le iba bien. Eso es lo que significa conocerme (22, 1516). Amós denuncia los pecados sociales de Israel: venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos... profanando así mi santo nombre (2, 6-7). La idea se repite con expresiones similares: «sin tenerme en cuenta a mí»; «olvidándose de mí». Y aparece clara en la identificación que establece Yahveh entre él y los pobres, llamados con implicación cariñosa «mi pueblo», «mi viña», «mi heredad», con un distanciamiento claro respecto a los opresores, colocados así al margen del pueblo adquirido por el Señor. 264

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No nos debería extrañar si tenemos en cuenta que en los primeros «exámenes de conciencia» de la Humanidad, ya alejada de Dios, cobra una fuerza especial la pregunta por la fraternidad: ¿Dónde está tu hermano? ¿Será raro que el último «examen de conciencia», el del juicio escatológico, tenga también como materia la práctica de la fraternidad? El capítulo 25 de Mateo tiene un marcado acento cristológico: el «a mí me lo hicisteis» tiene como referencia a Cristo, pero, en Cristo, todos los hombres son también «el hermano» por el que Dios pregunta con insistencia. La tipología, que relaciona a Cristo con el justo Abel, tiene también por aquí un rico filón de reflexión y de exigencia práctica. Por quedar Dios mismo implicado, la injusticia no es un simple desajuste social, sino un pecado, una ofensa a Dios. El Padre es ofendido no sólo por la filiación no reconocida, sino también por la fraternidad no vivida. En la parábola del «hijo pródigo» (algunos prefieren la designación como parábola del «padre misericordioso»), el padre queda profundamente afectado tanto por la lejanía del hijo menor, que rompe la filiación, como por la indiferencia y hostilidad del hijo mayor, que rompe la fraternidad. En realidad, los dos han roto la filiación: el uno, alejándose del padre; el otro, alejándose del hermano. Por ambas lejanías el padre queda profundamente dolido. En ambas falla el reconocimiento de la paternidad y la filiación. II. 2.1.

«INSPIRACIONES» PARA LA PASTORAL DE LA CARIDAD DESDE EL AÑO DEL PADRE Arraigar la Pastoral caritativa y social en el amor misericordioso del Padre

Lo decíamos en la reflexión preliminar: es frecuente que al ejercicio de la caridad le falten sus auténticas raíces. El activis265

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mo nos mata. Nos priva de la serenidad necesaria para acoger y dejarnos impregnar de las aguas vivas que alimentan nuestra acción. Hasta puede ocurrir que dudemos de que sean realmente aguas vivificadoras (se las dejamos a los que, dentro de nuestras instituciones, se dedican «a rezar») y andemos a la búsqueda de «aguas más actuales». ¿Qué otra cosa revela esa especie de aconfesionalidad que progresivamente se mete en asociaciones, grupos y personas dedicados a la pastoral caritativa y social? Pudiera ser que la referencia al Padre haya producido, en ocasiones, un ejercicio de la caridad teñido de paternalismo, incapaz, por tanto, de despegar del asistencialismo. Pero la culpa no es del Padre, la culpa es de nuestras concepciones de su paternidad. Es verdad que en la «historia del Padre» nos encontramos constantemente con el amor, hasta el punto de ser revelador de su propia identidad: Dios es amor. Para nuestro obrar, eso significa que no hay ejercicio de la caridad ni compromiso social sin amor. No es una contradicción. La experiencia nos enseña que el ejercicio de la caridad y el compromiso social se pueden realizar sin amor. El mismo San Pablo nos advierte: Aunque repartiera todos mis bienes y me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve (1Cor 13, 3). El olvido de esta dramática posibilidad ha dado origen a las mayores caricaturas de la caridad y a los más estériles voluntarismos en el compromiso social: desde quien se busca a sí mismo en la ayuda a los otros, hasta quien piensa que ayudar a los otros es completamente ajeno al amor que dice tener al Padre. Tener amor equivale a tener a Dios. Y no se puede amar como Dios si no se acoge el mismo amor de Dios. La posibilidad de esa acogida queda señalada en Rom 5, 5: el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu 266

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Santo que se nos ha dado. Sin ese «amor que se nos ha dado» no tiene sentido el ejercicio de la caridad. Si me falta ese amor, de nada me sirve repartir todos mis bienes. Tocamos un gran misterio: es el mismo amor del Padre que, participado en los creyentes por el Espíritu, llega a hacerse real y concreto en el compartir de los bienes. En este sentido, la pastoral caritativa y social nunca podrá renunciar a ser mediación del amor misericordioso del Padre. Si renunciara, habría perdido su razón de ser como pastoral, aunque continuara siendo una acción social digna y útil. ¡Cuántas veces hemos escuchado la pregunta de si nuestra acción social tiene algo específico! Claro que lo tiene: su arraigo en el amor del Padre. Hay que dejarlo bien claro: sólo quien se sabe hijo puede sentirse hermano. En lo profundo, allí donde la gracia crea una identidad nueva, «amar» no es una simple manera de actuar, es una manera de ser, basada en la relación gratuita que se establece entre las personas. En el caso de la filiación y la fraternidad respecto a Dios y a los hombres, se trata también de una relación nueva, que nos hace participar gratuitamente del ser mismo de Dios, que es amor y relación. Nos jugamos mucho arraigando el ejercicio de la caridad en el amor misericordioso del Padre. Se trata, en definitiva, de una nueva comprensión de nosotros mismos, realizada en la donación y la entrega: a Dios —desde la filiación— y a los hombres —como hermanos desde la filiación común—. Por eso, el ejercicio de la caridad no es «optativo», pero tampoco es «obligatorio»; es «expresivo» de la realidad nueva. No es «optativo», porque pertenece a la entraña misma del acto de fe: «la fe que se verifica en el amor». Y no es «obligatorio», porque dejaría de ser amor y se convertiría en simple voluntarismo. Es «expresivo» precisamente en la línea de la verificación de la fe. 267

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La primera carta de Juan es una magnífica lectura de esta dimensión verificadora o expresiva que tiene el amor a los hermanos respecto al amor a Dios. Parte el autor de la filiación, como manifestación del gran amor del Padre: hechos hijos y llamados a ser semejantes a Dios (cfr 3, 1-2). Establecida esta premisa, la primera de Juan vierte toda la respuesta agradecida que genera no directamente en Dios, sino directamente en los hermanos. Se produce una especie de «ilógica de la verificación»: la respuesta a la filiación se realiza en la fraternidad. Hemos conocido el amor en que él dio su vida por nosotros. Consecuencia esperada: también nosotros debemos dar la vida por él. Consecuencia inesperada: también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (3, 16). Cambiando de perspectiva: uno ve a su hermano pasando necesidad y no se apiada de él (¿cuántas veces nos ocurre?). Consecuencia esperada: es que realmente no ama a su hermano. Consecuencia inesperada: es que no ama a Dios: ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (3, 17). La manifestación más fuerte del amor que Dios nos tiene: envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados (4, 11); si Dios nos amó de esta manera... Consecuencia esperada: también nosotros debemos amarlo hasta el límite. Consecuencia inesperada: también nosotros debemos amarnos unos a otros (4, 11), o nosotros debemos amarnos, porque él nos amó primero (4, 19). Una situación frecuente: «Yo amo mucho a Dios», pero los demás... (indiferencia, hostilidad, odio). Respuesta de Juan: Eres un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve,, no puede amar a Dios, a quien no ve (4, 20). La convicción le viene al autor de la relación entre fe y amor: éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros (3, 23). Y en la 268

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cuestión del amor, éste es su mandato: el que ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21). El ejercicio de la caridad y el compromiso social o beben aquí o se agostan en sus más genuinas raíces. Por eso es tarea fundamental, no marginal, de la pastoral caritativa y social avivar la conciencia filial y fraterna desde la confesión del Padre y de su amor misericordioso. Si las técnicas y las metodologías, absolutamente necesarias, ahogaran la frescura de este manantial, no estaríamos apuntando hacia la creación del hombre nuevo, que se vive como hijo y como hermano, al haber recibido por gracia una nueva manera de ser hombre. El ejercicio de la caridad y el compromiso social tienen que crear hombres y mujeres nuevos, afectados por la filiación y la fraternidad en los niveles más hondos de su propia identidad. 2.2.

Sensibilizar para el descubrimiento de las situaciones antifraternas

Es preciso ver y hacer ver todas aquellas situaciones que, por antifraternas, atentan contra la paternidad de Dios. Crear una conciencia realista de que no vivimos como hermanos, hijos del mismo Padre. La pastoral caritativa y social tiene que realizar esta misión en momentos en que las sociedades de la opulencia tienden a ocultar la pobreza. No sólo físicamente, haciendo que desaparezcan de escena los pobres para que no afeen el paisaje de nuestras ciudades. Hay un ocultamiento más grave: sacar a los pobres del discurso socio-político, induciendo en la sociedad la convicción de la necesidad de que haya pobres, porque la riqueza que conseguimos a costa de ellos bien merece la pena. Se trata de una peligrosa «normalización» de la pobreza. Se agudizan los ojos para ver y ansiar la 269

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riqueza, mientras que se atrofia la visión para descubrir la pobreza y los pobres. Parece como si un velo nos tapara los ojos para no ver la realidad. Un velo hecho de prejuicios personales y sociales a los que fácilmente nos enganchamos: la insolidaridad, el egoísmo, la adicción conseguida o soñada al consumismo, el «sálvese quien pueda». A veces, nos agarramos a ciertos prejuicios que ahondan y normalizan nuestra ceguera: — Confundir la pobreza con la miseria. — Entender la pobreza sólo como carencia de medios económicos para la subsistencia. — Hacer coincidir pobreza con marginación. — Pensar la pobreza sólo como cuestión económica, sin pensarla también como «cuestión humana». — Culpar a los pobres o a las causas naturales de su situación de pobreza. — Mantener obstinadamente el viejo perfil de pobreza y de pobres. — Distanciarse afectiva y efectivamente de la pobreza del Tercer Mundo. Para avivar la conciencia de nuestra falta de fraternidad, es preciso que la pastoral caritativa y social nos ayude a ver y a hacer ver las situaciones de pobreza y marginación Que ejerza un verdadero ministerio de la inquietud. Que no nos deje tranquilos, insistiendo, con ocasión y sin ella, en la existencia no sólo de la pobreza, sino de los pobres concretos y reales. Que nos diga claramente: «no vivimos como hermanos» y ahí están las señales. Es propio de la pastoral caritativa y social equi270

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par a las personas y los grupos de instrumentos sencillos de análisis de la realidad, para no dar por sentado que la situación de los pobres es irremediable y que nada podemos hacer si no es desde la compasión, que se traduce en la limosna. El ministerio de la inquietud debe llevarnos a ahondar en las causas de la antifraternidad, ayudándonos a superar ciertos prejuicios que podrían dar lugar a considerar lo antifraterno como realidad irremediable: — Considerar la pobreza y la riqueza como realidades paralelas, que crecen independientemente la una de la otra. Un concepto estático de la pobreza y la riqueza: están ahí; crecen la una junto a la otra, siendo la única solución que los ricos ayuden generosamente a los pobres. — Pensar que se sale del «ámbito de la caridad cristiana» quien se preocupa por indagar y luchar contra las causas de la pobreza; que eso es «meterse en política» y tener ideología de izquierda. Lo cristiano sería la caridad; la justicia es una reivindicación social no siempre bien vista y, en ocasiones, poco rentable para las instituciones de caridad, que ven mermada la aportación de quienes se sienten «denunciados». — No inquietarnos personalmente por temas que juzgamos exceden nuestra capacidad. Mejor es hacer una obra buena, aunque sea pequeña, que descubrir un mal tan enorme frente al que no podemos hacer nada: «ojos que no ven, corazón que no siente». — No considerarnos como posibles causantes de la pobreza que intentamos remediar. Mejor es quedarnos contentos, sintiéndonos generosos, que cargar la conciencia con una culpa de la que, en principio, no nos sentimos solidarios. 271

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La labor de sensibilización es muy importante en esta línea. A ella han contribuido poderosamente los estudios sobre la pobreza promovidos por las diferentes Cáritas Diocesanas para sus respectivos territorios y por Cáritas Española para el conjunto del Estado. Son macro-análisis, llamados a la concienciación global de nuestra sociedad, que se ha escandalizado de tener tal número de pobres y ha intentado restar importancia, avivando los pre-juicios señalados anteriormente. Pero esos estudios no deben quedarse en los despachos. Deben convertirse en «avisos» de señales antifraternas. Habría que ponerlos a disposición de todos los grupos y personas, mediante metodologías sencillas que los hagan comprensibles y que a nosotros, como cristianos, nos dieran la medida de la distancia que nos separa de una situación de hermanos. Nos lo ha recordado La Caridad en la vida de la Iglesia: «el conocimiento de la realidad de la pobreza y de las causas que la originan se hacen condición necesaria para responder eficazmente al reto que los pobres plantean a nuestra voluntad de amarlos y servirlos». Pero los números no lo son todo. Los números tienen rostro. Y esos rostros son los que nos salen al encuentro cuando nuestro conocimiento de la pobreza y de los pobres no es de despacho. Hay que recuperar un conocimiento «desde la inmersión»: ver desde la cercanía, desde el acompañamiento, desde una solidaridad profundamente empática, desde un camino compartido. Está ya lejos, hay que reconocerlo, la figura de aquellos voluntarios de la caridad distantes y marcadores de diferencias, incluso en su porte externo, muchas veces ofensivo para el pobre, aunque, como nos recuerda La Iglesia y los Pobres, «todavía se constatan en la acción caritativa y social actitudes de carácter evasionista, falsamente espiritualista y alienante, sin incidencia ni implicación en los problemas de 272

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fondo que afectan a los necesitados; paternalismos que no promocionan a los pobres, sino que los mantienen en una actitud pasiva y de dependencia de sus bienhechores; así como tampoco faltan ciertas caricaturas de una falsa caridad que con frecuencia tiene más de vanidad que de auténtica entrega personal y de solidaridad real con los necesitados» (n.113). Una frialdad vanidosa que puede enganchar también a nuestras instituciones, agrandadas por la multiplicidad de sus acciones y burocratizadas por la exigencias de la racionalización del trabajo. Contando con las exigencias organizativas, a la visión de la pobreza hay que echarle pasión (la pasión de la fraternidad rota) frente a toda tentación de funcionalización. La fraternidad cristiana se rebela frente al deterioro de la imagen de Dios en los hermanos, e intenta restaurarla desde dentro: acompañando y acompasando los propios caminos; haciendo causa común en la recuperación de la dignidad perdida o arrebatada; luchando y promoviendo una cultura de la acogida frente a la cultura de la hostilidad o el rechazo. La pastoral caritativa y social tiene que rezumar fraternidad por todos sus poros. Son acciones que se realizan entre hermanos. Hay que sentirlo hondamente en la acogida, la cercanía, la escucha, la salida al terreno, el acompañamiento personal, la integración eficaz en la comunidad, la paciencia, el afecto. Cada persona que trabaja en la pastoral caritativa y social debe ser una persona «afectada»: tocada por el cariño y el amor de quien no trata con números, sino con rostros de hermanos. Este estilo de trabajo produce un conocimiento experiencial del mundo de los pobres, que es preciso también saber comunicar, para que la Iglesia y la sociedad puedan «dolerse» de la suerte de los hermanos; para que puedan sentir en su propia 273

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carne las heridas de la antifraternidad. La impresión, sin embargo, es que este conocimiento experiencial queda muy limitado a la vida personal y del grupo que lo adquiere desde su acción concreta. Junto al conocimiento científico y estadístico de la pobreza y de los pobres, deberíamos suscitar un conocimiento narrativo de su realidad, en el que los pobres con rostro pudieran ser conocidos y reconocidos en lo cercano y dramático de su existencia, más allá de la frialdad de los números. Hay que facilitar a nuestra sociedad la historia concreta de los pobres. Su gran historia narrativa. A esta nuestra sociedad que sólo habla de los ricos, a la que encandila sólo el bienestar y el confort. ¿Qué pasaría si en lugar de hablar de los vestidos de gala se hablara de los andrajos, y en lugar de las mansiones conociéramos las chabolas? ¿Qué pasaría si la «prensa del corazón» se convirtiera en «prensa para el corazón», para ablandar nuestro corazón de piedra y hacerlo corazón de carne? Cierto que como prensa comercial sería un fracaso. Pero los pobres están reclamando una «prensa social» que toque el corazón no desde la frivolidad vanidosa, sino desde el compromiso solidario. 2.3.

Compromiso sostenido en la creación de las condiciones de la fraternidad

La pastoral caritativa y social debe emprender acciones. No puede reducirse a hacer ver la realidad antifraterna en la que fácilmente nos instalamos. Debe promover acciones que signifiquen una situación nueva, vivida, desde el Padre, como hermanos. Y lo debe hacer con una fuerte actitud de esperanza. Necesitamos con urgencia un talante esperanzado para luchar con eficacia contra una pobreza sin esperanza. La «esperanza de los pobres» es una constante bíblica del descubri274

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miento de que el Padre está a su lado. Nos toca, hoy, ser a nosotros «instrumentos de esperanza»; de la misma esperanza que la paternidad de Dios continúa infundiendo, sobre todo, en quienes no son tratados como hermanos. La tarea no es fácil, porque con relación a la pobreza y a los pobres domina en nuestra sociedad una actitud desesperanzada. Una de las características de la pobreza en nuestras sociedades industrializadas (que el fenómeno de la «globalización» hace que se extienda mundialmente) es el hecho de que un número creciente de personas y grupos sociales se ve progresiva e irremediablemente desenganchado de la marcha de la sociedad que, paradójicamente, sobreabunda en excedentes económicos, sociales y culturales. Vivimos en una especie de fatalismo, que lleva a considerar la situación de antifraternidad como una situación normal: «las cosas son así y no pueden se de otra manera», se llega a pensar. Esta actitud desesperanzada, cuando arraiga en personas y grupos que se dedican a la pastoral caritativa y social, corta la savia más profunda para una posible recuperación de la fraternidad. Personas que, por naturaleza o formación, tiendan a esta especie de pesimismo desesperanzado, no deben escoger el campo de la pastoral caritativa y social para su acción eclesial. Hoy más que nunca esta pastoral necesita de gente esperanzada. Porque es preciso luchar también contra la desesperanza subjetiva. La inmensa mayoría de los pobres y marginados han perdido la conciencia de ser hermanos de nadie. A golpes de injusticia, de hostilidad y hasta de desprecio, han inducido en sus propias vidas una experiencia de soledad que les aleja de toda oferta de fraternidad, considerada como pura verborrea. Una desesperanza que les provoca una fuerte des-motivación. «Estar desmotivados» es casi una manera de ser de quienes 275

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acaban asumiendo el papel de estar situados «fuera de» la marcha de la sociedad, de no poder aportar nada a la construcción de la misma y de ser considerados un peso, a lo sumo, tolerado. Si no fuera por el instinto de supervivencia, mucha gente habría perdido ya todas las razones para vivir. Cada vez hay más «Lázaros», esperando las migajas que caen de la mesa de los pocos Epulones. Si realmente fueran hermanos estarían todos sentados a la mesa. En medio de esta situación desesperanzada, ha de ser prioritario para la pastoral caritativa y social de la Iglesia no sólo ayudar a solventar la supervivencia, mediante la limosna o la protección social, sino promover la vivencia, la vida, que se adquiere solamente mediante la integración social. No sólo repartir migajas, sino sentar a la mesa desde el reconocimiento fraterno. No sólo evitar que se nos muera la gente mediante las ayudas de emergencia, sino provocar un verdadero proceso de humanización mediante un desarrollo humanizador; no sólo ayudar a sobrevivir, sino a vivir con dignidad, poniéndose en la brecha para que sean cada día menos los hombre y mujeres, mayores, jóvenes y niños, que cruzan el umbral de la desesperanza para caer en la desesperación. La pastoral caritativa y social debe restaurar la fraternidad, que crea comunión, y no simplemente la «fraternidad» como sentimiento de momentánea compasión. Toda acción a favor de los pobres, por muy pequeña que sea, debe ser transmisora de un mensaje: «cambiadas determinadas actitudes personales (egoísmo, insolidaridad, búsqueda del propio interés, afán de lucro...) y determinadas situaciones objetivas, la vida podría ser distinta para todos». Claro que una actitud así necesita un cambio de valores: fundamentalmente pasar de la realización de la propia vida desde el «te276

El Año del Padre y la pastoral de la caridad

ner» a llenarla desde el «ser». Por eso nuestras acciones, grandes o pequeñas (hay que primar lo cualitativo sobre lo cuantitativo), deben: — Estar arraigadas en opciones ético-teológicas profundas: la persona y su dignidad inviolable de hijo e imagen de Dios; su libertad y sus derechos; un concepto y realización humanos y humanizadores del desarrollo; el destino universal de los bienes de la tierra; una sola mesa que se ensancha para acoger a una multitud de hermanos. — Ser transmisoras de un proyecto de sociedad basado en el compartir, como alternativo al proyecto basado en el tener. — Estar insertas en un proyecto de educación para la solidaridad y la justicia, siendo posibilitadoras del cambio, — Apuntar de manera efectiva al cambio estructural. Hay que asumir la necesidad de este cambio y transformación sociales como presupuesto no sólo en el terreno de las intenciones, sino en el terreno de las acciones, — Tomar en serio la promoción del cambio de las pautas culturales que legitiman la distribución del ingreso y la riqueza de manera injustamente desigual: las actitudes consumistas, asociar la posición social con la acumulación de bienes materiales; actitudes que definen los objetivos de la vida en términos de «tener más», en lugar de «tener lo suficiente». — Priorizar en los diferentes grupos, sectores, servicios y proyectos, la inserción, colaborando siempre en la creación de las condiciones que promuevan procesos de integración social. Con nuestras acciones no podemos colaborar al posible retraso de la inserción. 277

Pedro Jaramillo Rivas

— Implicar a la comunidad. Sin la implicación de la comunidad, la acción degenera en simple prestación de servicios, y los agentes de pastoral social —aunque sean voluntarios— se convierten en meros funcionarios de agencias de prestaciones. Cuando no hay comunidad fraterna abierta, no puede haber restauración de identidades rotas. Sin la animación comunitaria, que estimula la vivencia de la fraternidad, las acciones no pasan de ser asistenciales y puntuales, incapaces de generar procesos y situaciones nuevas y alternativas. El estímulo que proviene de la comunidad de hermanos (la animación comunitaria) no es una acción o proyecto más. Es el alma de todas las acciones y proyectos. Lo mismo que la caridad no es una virtud más, sino «la forma» de todas las virtudes, así la creación de una comunidad de hermanos es «la forma» de todos los proyectos, servicios y acciones sociales. Sin ella, todo lo demás dejaría de ser lo que pretende. — Privilegiar la acción de base, allí donde la comunidad se hace cercana y accesible y la fraternidad puede no sólo ser anunciada, sino vivida. — Desencadenar procesos. Procesos de hacerse o de rehacerse. La acción debe contribuir a que «se llegue a ser». Llegar a ser hermano por el encuentro de voluntades que, convencidas de la común filiación, intentan expresarla en la fraternidad común. Una acción de este tipo es la única que conviene a la fraternidad que se pretende crear. Situar la pastoral caritativa y social en el corazón del Padre no equivale, en efecto, a dejarla librada a la buena voluntad o a «bautizarla» sólo por fuera. Como si lo propio de esta motivación fundamental quedara reducido a la «intención». Porque obramos desde el Padre, no 278

El Año del Padre y la pastoral de la caridad

podemos permitirnos la «chapuza», la ligereza o la improvisación. Obrar desde el Padre significa obrar con el Padre, y no simplemente obrar por el Padre. Quien obra «por» el Padre se preocupa sólo de salvar su intención. Quien obra «con» el Padre se hace un apasionado de la humanidad nueva, que el Padre quiere a todos, desde la comunión. Construir fraternidad no consiste sólo en avivar sentimientos. Se trata, más bien, de arraigar convicciones y, desde ellas, dar una envergadura renovada y exigente a todo el conjunto de la pastoral caritativa y social. El difícil despegue que las asociaciones, grupos y personas dedicadas a la pastoral de la caridad experimentan respecto a un tipo de acción puramente asistencial, no revela sólo una «actitud samaritana» por responder a los casos que no admiten espera, se va haciendo convicción de que es sólo así como podemos responder a un ejercicio de la caridad inspirado en las entrañas misericordiosas del Padre. Quizá convendría recordar que el Padre «con» quien trabajamos, es el Dios del Éxodo, que sacó a sus hijos de la esclavitud «con mano poderosa y brazo extendido», y que «no perdonó a su propio Hijo», haciendo que la salvación pasara por la cruz. Sólo se construye fraternidad cuando el egoísmo, la insolidaridad, la indiferencia y la hostilidad quedan definitivamente crucificados con Cristo, y surgen, como amor entregado y ofrecido, en la resurrección del hombre nuevo. El proceso de «hacerse hijos y hermanos» no queda, en efecto, superpuesto a una vida no transformada; es más bien expresión de la vida nueva en Cristo Jesús. 2.4.

Construir la fraternidad como hermanos

Es un hecho la pujanza de la acción caritativa y social en el seno de nuestras comunidades y grupos eclesiales. Hay mu279

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chas más acciones y personas dedicadas a este campo que en otros tiempos. Negarlo significaría falta de atención a la realidad. Pero es también verdad que la multiplicación ha podido derivar en «competitividad». Existe una dispersión de esfuerzos y de iniciativas. Se detecta la búsqueda del prestigio personal o del prestigio de la propia institución o grupo. Se percibe individualismo, una insana competencia entre organizaciones y grupos, el mutuo desconocimiento, las desconfianzas y recelos que provocan desestima... Nos movemos, con frecuencia, en acciones, sembradas incluso de heroísmos personales e institucionales, pero con un gran déficit de eclesialidad que, en definitiva, supone una falta de fraternidad en quienes trabajamos en el mismo campo pastoral. La necesaria coordinación se nos presenta así como una expresión de fraternidad. Quienes trabajamos en la pastoral caritativa y social lo hacemos como hermanos, ni siquiera sólo como amigos que se conocen y se estiman. Como hermanos que, en Cristo Jesús, formamos una comunidad de hijos para la salvación de todos. Esa comunidad, y no cada uno de nosotros individualmente o nuestro grupo o institución, es el verdadero sujeto de la acción caritativa y social. Mal ejemplo daríamos a los demás si trabajáramos como francotiradores, o por acrecentar el prestigio personal o institucional. Sólo en la comunidad de hermanos recibimos la fuerza para extender la fraternidad. Esta conciencia debe estimular entre nosotros el sentido de complementariedad. Ella nos hace sentir en gozo de «estar los hermanos unidos», y da a la totalidad de la intervención social un carácter eclesial, que es fruto de la vivencia de la comunión. Ser complementarios no significa que todos los grupos realicen la misma tarea en los mismos campos. Comple280

El Año del Padre y la pastoral de la caridad

mentariedad significa más bien pasar de la competitividad a la colaboración, del aislamiento a la conjunción, del inmovilismo a la renovación, de los celos institucionales a los celos serviciales, de la desconfianza a la estima de las ideologías al servicio, del aferramiento a lo propio a la disponibilidad para lo común, de la estrechez de miras, a la amplitud de visión. Ser complementarios nos pide adhesión cordial a un proyecto global de intervención social (evitaríamos duplicaciones, repeticiones, acciones fragmentadas y rutinarias), en el que sentirse implicados como parte necesaria, aunque insuficiente; colaboradores más que protagonistas. Significa reconocer el «desequilibrio» de nuestra acción caritativa, cuando está preferentemente volcada a acciones de asistencia primaria; ver la necesidad y estimular la respuesta en acciones más promocionales y transformadoras; descubrir y apoyar nuevos modelos de intervención social, aunque el propio grupo o institución no estén aún preparados y equipados para realizarla. La falta de preparación se convierte, a veces, en descalificación de todo intento renovador, y tiende a legitimarse adoptando una definición de la pastoral de la caridad que la identifica con una forma de limosna, aunque sea renovada; recela de los intentos de renovación, cuando éstos intentan llegar a las causas de la pobreza, por considerarlos ajenos al ejercicio de la caridad cristiana y expuestos a politización. Atrincherarse en las propias concepciones del ejercicio de la caridad, muchas de ellas obsoletas, significa obstaculizar la complementariedad como expresión de la comunión fraterna. Se percibe, sin embargo, una sincera preocupación por la coordinación de la pastoral caritativa y social en nuestras Iglesias. Se están dando signos concretos en todos los niveles. Los esfuerzos están dando sus frutos. En el contexto de la cele281

Pedro Jaramillo Rivas

bración del Año del Padre, quisiera solamente hacer una reflexión sobre la que me parece radicación más genuina de esta «corriente armonizadora». No es ni el sentido de impotencia frente a la magnitud de los problemas sociales, ni la sola eficacia de la acción global de la Iglesia en este campo, ni la necesaria racionalización del trabajo, ni la imprescindible organización en toda empresa humana.., lo que debe impulsarla. El impulso le viene de mucho más dentro: de la confesión del Padre, «con» quien trabajamos. La raíz de nuestra coordinación es creyente y confesante: un solo Padre de todos. No hay multiplicidad de «padres»: ni nosotros individualmente, ni nuestras organizaciones, ni nuestras instituciones o grupos son «padres» para los pobres. Hay un solo «Padre de los pobres». Y, en la medida en que, con nuestra acción, reflejemos esa única y singular paternidad, estaremos trabajando desde la fe y no desde nuestras preferencias o caprichos personales. Una «acción paterna» (que no paternalista) tiene una única referencia: el Padre de todos, que a todos nos hermana. *

*

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El Padre y la caridad, en este año de preparación jubilar, no son dos realidades superpuestas. Nos lo recuerda Juan Pablo II: «...será, por tanto, oportuno, especialmente en este año, resaltar la virtud teologal de la caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la primera Carta de Juan: “Dios es amor” (4, 8.16). La caridad, en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral de los creyentes. Ella tiene en Dios su origen y su meta» (TMA, 50). La consecuencia es clara, y la presenta también el Papa con fuerza: «Es este sentido, recordando que Jesús vino a evangelizar a los pobres (Mt 11, 5; Lc 7, 22), ¿cómo no subra282

El Año del Padre y la pastoral de la caridad

yar decididamente la opción preferencial por los pobres y marginados? Se debe decir, ante todo, que el compromiso por la justicia y por la paz, en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-28), los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» (TMA, 51). ¡Ojalá que las instituciones de pastoral caritativa y social sepamos asumir el reto y no sólo por nuestra cuenta, sino como impulso de la comunidad eclesial, la volquemos al mundo de los pobres cercanos y lejanos! Sería nuestra gran aportación a la celebración del Jubileo. Son exigencias sociales, no son, en efecto, extrañas a su inspiración profundamente religiosa: dan a los creyentes y no creyentes la verdadera imagen del Padre, que tiene para toda la Humanidad un proyecto de comunión de quienes, siendo hijos, saben abrirse a todos los hombres como hermanos y aceptar el desafío de ser constructores de fraternidad universal.

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DIOS PADRE Y SU AMOR DE ENTRAÑABLE MISERICORDIA JOAQUÍN MARTÍN ABAD Presidente del Comité Jubileo para el Año 2000. Conferencia Episcopal Española

Como ya es conocido, y hasta asimilado por el tejido eclesial, el tercer año y último de preparación para el Gran Jubileo del Año 2000 está dedicado a la persona de Dios Padre, al sacramento de la Penitencia y a la virtud de la Caridad. El itinerario pedagógico que el Papa Juan Pablo II estableció hace cinco años en la Tertio Millennio adveniente nos ha impulsado a adentrarnos en la Santísima Trinidad, a renovarnos en los sacramentos de la iniciación y a ejercitarnos en las virtudes teologales. Hemos procedido, pues, de modo progresivo y acumulativo, es decir, para allegarnos a Dios Padre no nos hemos olvidado del Hijo y del Espíritu Santo, sino que, por el Hijo, en el Espíritu, nos dirigimos al Padre. Lo mismo podríamos decir sobre la renovación sacramental y sobre las tres virtudes teologales, fundamento de la vida cristiana: por la fe, en la esperanza hacia el amor. La preparación jubilar no ha sido reduccionista aunque parezca escalonada. Nuestro paso, de peldaño en peldaño, no debe olvidarse del anterior, al ascender más alto o recibir más anchura y profundizar más adentro en el misterio de Dios. 285

Joaquín Martín Abad

DIOS PADRE Conocemos a la persona de Dios Padre desde la revelación que Jesucristo, como único Hijo, hizo de «su» Padre, y desde esa revelación comprendemos lo que el Antiguo Testamento dice de Dios como Padre. Por las palabras de Jesús alcanzamos al Padre, principio sin principio, origen generador del Verbo, el Hijo, que es su rostro, y también principio del Espíritu Santo, quien proviene del Padre por el Hijo. Escribe Cirilo de Alejandría: «El nombre que conviene propiamente a Dios es el de “Padre”, mejor que el de “Dios”; el segundo expresa una dignidad, mientras que el primero revela una propiedad personal. Decir “Dios” significa señalar a Aquel que sostiene en el ser todas las cosas; decir “Padre” significa, en cambio, alcanzar la razón de una propiedad íntima, ya que pone de manifiesto que Dios ha engendrado. “Padre” es, por tanto, el nombre más verdadero de Dios, su nombre propio por excelencia» (1). Es verdad que para asirios y egipcios, lo mismo que en América y África, en Asia y Oceanía, las convicciones religiosas sobre Dios lo reconocen siempre como «origen de todo» y, en muchas de ellas, también como «padre». Pero entienden «padre» en relación con ser principio y origen de todo, incluso de las creaturas racionales, que como «padre de un hijo», pues esta manifestación estaba esperando en la andadura de la historia de la salvación a ser proclamada por el mismo Unigénito. Aunque el Antiguo Testamento revela a Dios como Padre, y en ello se contiene el misterio del «Padre del Hijo», e incluso ori(1) Cirilo págs. 74, 500.

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DE

ALEJANDRÍA: Comentarios al Evangelio de San Juan, 11, 7;

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gen también del Espíritu, es Jesús, en el Nuevo Testamento, quien realiza el desvelamiento pleno del ser trinitario de Dios. Además, Jesús, a la revelación del Antiguo Testamento ha añadido algo muy singular. Si en arameo y hebreo se designa al «padre» por «ab», Jesucristo cuando dijo que Dios Padre es «abbá» manifestó no sólo su proximidad a él como «papá» o «papaíco», sino nuestra proximidad en poder llamar a su Padre, «abbá» nuestro, es decir, «papá nuestro», «papaíco» de todos nosotros. Los evangelistas no han querido traducir sólo esta palabra, sino que la han transcrito inmediatamente antes de la traducción, por considerarla entre las «ipsissima verba Iesu». Así, «abbá» se ha mantenido en las redacciones griegas y las traducciones latinas y a través de ellas ha pasado a todos los códices e imprentas en las lenguas vernáculas de dos mil años de cristianismo. Merece la pena conocer y retener este texto reciente de la «Instrucción Pastoral en los umbrales del Tercer Milenio, “Dios es Amor”» de la Conferencia Episcopal Española: «El Padre es, para Jesús, el Dios absolutamente bondadoso, el Creador que cuida de sus criaturas y hace salir el sol para todos, buenos y malos (cf. Mt 5, 45 y 6, 26); el que se alegra del amor de los suyos y sale cada día al camino para ver si vuelve el hijo que se ha ido de casa; el que acoge sin resentimiento alguno a quien regresa a Él, pues aborrece el pecado, pero ama a los pecadores (cf. Lc 15). Es el Padre cuyas “manos son cariñosas como las de una madre” (Juan Pablo II, EV, 39). La paternidad de Dios es normativa para la paternidad humana, y no a la inversa: es del Padre Dios “de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3, 15). Jesús, temiendo que se ensombreciera el nombre del Padre con las miserias de nuestros 287

Joaquín Martín Abad

modos humanos de relacionarnos, llega a decirnos, “no llaméis padre vuestro en la tierra, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23, 9). Sólo hay un Padre, como sólo hay un Dios. “No hay nadie bueno más que Dios” (Mc 10, 18), el origen de todo bien» (2). Algunas generaciones de nuestro tiempo muestran dificultades ambientales para aceptar una buena resonancia de «padre». A algunos les evoca paternalismos que les produce cierto rechazo alérgico. Por ejemplo, si un niño no recibiera de su padre más que maltratos, consecuentemente mostraría una incomprensión instintual para acoger la ternura de Dios si no recibiera una explicación sobre cómo Dios es Padre. Otro ejemplo: ¿cómo se podrá acoger a otro padre si alguien se considera «padre de sí mismo»? Y para que en nuestro tiempo se comprenda bien, se acoja mejor y se profese con adhesión obsequiosa el artículo de la fe, «Creo en Dios Padre», es necesario, por tanto, mostrar la riqueza del «verdadero padre». Pero esta dificultad, junto con otras, pueden ser superadas (3). «Nuestra filiación divina implica fraternidad con Cristo y con todos los hombres, participación solidaria en la relación que Cristo tiene con Dios Padre. Nuestra realidad de hijos de Dios se re(2) Conferencia Episcopal Española: «Dios es amor», Madrid, 27 de noviembre de 1998, núm. 31. (3) Puede verse el desarrollo que Mons. Juan María URIARTE, Obispo de Zamora, realiza en su pastoral para la Cuaresma de 1999 «Dios es Padre», sobre las dificultades ambientales respecto a «Padre» y referidas a Dios, en su primer capítulo, titulado: I. Resistencias ante la paternidad de Dios: 1. El Padre rechazado: a) Un Padre que no deja crecer, b) Un Padre que genera culpabilidad, c) Un Padre que calla ante el mal, d) Un Padre patriarcal; 2. El Padre deformado: a) Un Padre «manejable», b) Un Padre distante, c) Un padre irrelevante, d) Un Padre permisivo (Zamora, 17 de febrero de 1999), págs. 8-19.

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Dios padre y su amor de entrañable misericordia

laciona con nuestra condición de imagen de Dios en Cristo-Jesús, de hermanos de Cristo, el primogénito» (4). Y por eso, la mejor oración con la que nos dirigimos a Dios como «Abbá, Padre», clamándolo por el Espíritu (Gal 4, 6), la oración más común y más fundamental en toda la espiritualidad cristiana es el «Padrenuestro», que el mismo Señor nos enseñó. «El Padrenuestro es, con toda razón, considerado el “compendio del Evangelio” (Tertuliano), es decir, de todo el mensaje de Jesús, y se llama la “oración del Señor” no sólo porque viene de Él a través de la transmisión oral de los discípulos que la oyeron y la consignaron en los Evangelios, sino también porque lo que se expresa en ella es esa relación íntima y profunda que Jesús tenía con el Padre» (5). Sería de una incidencia pastoral extraordinaria llegar a asimilar en este año cuanto se contiene en el Padrenuestro (6). No es de extrañar por eso que entre los objetivos para el presente curso pastoral una Archidiócesis haya fijado entre sus objetivos con tanta sabiduría como sencillez: «Rezar el Padrenuestro con la admiración y la alegría de los hijos de Dios. Para ello, preparar y realizar catequesis sobre el Padrenuestro para redescubrir su lugar central en la vida cristiana. Procurar por todos los medios (familia, escuela, catequesis, comunidades cristianas, etc.) que se enseñe y viva la oración de Jesús» (7). (4) Mons. Elías YANES ÁLVAREZ: En el Espíritu y la verdad (espiritualidad trinitaria), Arzobispado de Zaragoza, Distribuidora de Catequesis, Zaragoza, 1997, pág. 28. (5) Mons. Julián LÓPEZ, Obispo de Ciudad Rodrigo: Dios Padre misericordioso en la Iglesia y en nuestra vida, Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1998-1999, 23 de agosto de 1998, n1 10. (6) Entre otros muchos comentarios, puede verse el de Evaristo MARTÍN NIETO, El Padre Nuestro (Madrid, San Pablo, 1996), 243 págs. (7) Arzobispado de Valladolid, Curso Pastoral 1998-1999, Objetivos para el curso 1998-1999, Boletín Oficial del Arzobispado de Valladolid, septiembre de 1998, pág. 353.

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DIOS, PADRE MISERICORDIOSO Resulta imprescindible añadir que Dios es Padre misericordioso. También la palabra «misericordia» ha sufrido desprestigio ambiental. Como había «casas de misericordia», o hasta algún niño decía a otro: «Esto te lo concedo por misericordia»... Pero si acudimos a la etimología, separando con un guión «miseri-cordia» y aludiendo al latín, «miseri-cor», comprenderemos el amor longánime de Dios, pues sólo Él es capaz de poner todo su amor en nuestras miserias. Si la persona humana se encuentra con su propia miseria, puede encontrarse con Dios, a quien le corresponde la misericordia, puesto que nuestra condición de libertad y responsabilidad culpable es «miserabilis» y en cambio a la realidad de la liberalidad y prodigalidad de Dios le corresponde el ser «misericors». Mucho más si nos acercamos al arameo y al hebreo para entender las «entrañas de misericordia». La nota 52 de la encíclica del Papa «Dives in misericordia», sin exageración, es tal «capolavoro» que vale por otra encíclica. No es para transcribirla aquí y ahora, pero es para invitar a leerla despacio, si alguien no la conociera, o para repasarla, también para llevarla a la oración, a quien la haya leído. Y para recordar someramente que el término veterotestamentario «hesed», «fidelidad» referido hacia sí mismo y como «bondad, gracia y amor» referido a la fidelidad de dos personas entre sí mismas, al aplicarlo a la alianza de Dios con su pueblo se condensa en la «responsabilidad de su amor», del que nacen el perdón, la restauración en la gracia y el restablecimiento de la alianza interior. Y también para evocar que el término veterotestamentario «rahamim», «amor de entrañas», se refiere al amor de madre (ya que «rehem» es regazo). En nuestro lenguaje usual empleamos fór290

Dios padre y su amor de entrañable misericordia

mulas para aplicarlas a Dios, al expresar, por ejemplo, «que Dios nos acoja en su seno», «que el Padre nos abrace en su regazo». En la liturgia de las horas, en Laudes, dos veces empleamos la palabra «misericordia» durante la recitación del «Benedictus»: «realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres» (Lc 1, 72) y «por la entrañable misericordia de nuestro Dios» (Lc 1, 78). En realidad, tanto el texto latino («per viscera misericordiae Dei nostri») como el griego («dià splagna eleous Zeoû émon») no adjetiva a «misericordia» con «entrañable» sino que es el mismo substantivo «entrañas» al que se le añade otro en genitivo «de misericordia». Y si Zacarías emplea dos veces en su cántico la palabra misericordia, dos veces también aparece en el «Magnificat» la misma palabra misericordia: «y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 50) y «acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres...» (Lc 1, 54). Así, pues, otras dos veces, en la caída de la tarde, en la oración litúrgica de Vísperas, empleamos la misma palabra en este cántico uniéndonos a la acción de gracias, bendición y alabanza de nuestra Señora: «misericordia». Es verdad que San Juan no emplea jamás la palabra «misericordia» (eleos), pero emplea «gracia y verdad», que «nos han llegado por Jesucristo» en su prólogo (Jn 1, 17), y es un hermoso equivalente. Pero además y sobre todo emplea la palabra «amor», que le resulta más fácil y que es la que incluye la misericordia de Dios, por ejemplo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16), que equivaldría a decir: «tanta misericordia tuvo Dios con el mundo...». Y si eso es así, ¿cuántas veces repite Juan las palabras gracia y verdad y amor...? (jaris kai alezeia, ágape). 291

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San Pablo, en cambio, la emplea tal cual cuando nos anima: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, de entrañas de misericordia» (Col 3, 12), y en otro lugar añade que «el que ejerce la misericordia (lo haga) con jovialidad» (Rom 12, 8). Y San Judas exhorta: «manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna» (21). «A unos, a los que vacilan, tratad de convencerles; a otros, tratad de salvarles arrancándoles del fuego; y a otros, mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada por su carne» (22-23). Por eso podremos comprender bien el mandato de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso» (Lc 6, 36), porque resume la configuración de Jesús con la voluntad del Padre y nuestra configuración, en Jesucristo, con la identidad de Dios Padre. Y nos alegramos de que el quicio entre la primera serie y segunda serie de «bienaventuranzas» está la de ser misericordiosos: «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). LA MISERICORDIA DE DIOS EN EL SACRAMENTO DEL PERDÓN La misericordia de Dios, que se manifiesta de diferentes modos —en la Palabra y en los sacramentos, así como en el cuidado pastoral del ministerio apostólico—, en el sacramento de la reconciliación o de la penitencia alcanza su concreción más patente porque en él recibimos el don del perdón, es decir, el don con la preposición «per» más acabado, más pleno y per-fecto. Jesucristo envió a su Espíritu: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» 292

Dios padre y su amor de entrañable misericordia

(Jn 20, 22-23), y por eso, antes de recibir la absolución, escuchamos: «Dios Padre, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y envió al Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz». Dios nos ofrece en este sacramento el perdón como Padre, y más que padre alguno, que está siempre dispuesto a perdonar al hijo que le pide perdón y vuelve a Él. Durante 1999, y también durante el año jubilar 2000, vamos a tener una oportunidad de renovarnos en el sacramento de la reconciliación. También existen dificultades ambientales para reconocerse pecador, equivocado o débil o con mala intención. Pocos salen espontáneamente a decir públicamente «Me arrepiento», aunque, por otro lado, se da la necesidad incluso psicológica de contar a otro o a otros (incluso lo vemos y escuchamos por televisión en esos «reality show») la vida más íntima. «No se puede ocultar el declive de la práctica de este sacramento, que, por diversas razones, llega a ser un don del que muchos cristianos no se benefician e, incluso, ignoran» (8), entre otras causas por estar embebidos en una cultura «inmisericorde». La «carencia» de perdón implica el no poder reconocerse pecador, puesto que nadie quiere condenarse a sí mismo. En cambio, el reconocimiento del pecado como tal, siempre con esperanza de misericordia y de perdón, no sólo nos hace «superar» el pecado, sino «vencer» al pecado en el sacramento de la penitencia. (8) Card. Antonio María ROUCO, Arzobispo de Madrid: «Hacia la casa del Padre: Cuaresma y sacramento de la reconciliación», Carta Pastoral, Madrid, 17 de febrero de 1999, Miércoles de Ceniza, n1 4.

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Es certero este análisis de cuanto paradójicamente está sucediendo hoy: «El rechazo a reconocer como pecaminoso un comportamiento que objetivamente lo es puede provenir de la sospecha de que la misericordia no existe. En efecto, ... se debe reconocer que tanto en la conciencia personal como en la conciencia colectiva el pecado implica estructuralmente el miedo a la condenación radical. Ahora bien, si la posibilidad del perdón, de ser redimido, no existe como factor que determina la mirada del hombre sobre la realidad, instintivamente los individuos y la sociedad tenderán a reducir progresivamente la amplitud de lo que viene considerado como pecado (...). La comunidad cristiana no lo considera un problema, porque la comunidad cristiana es un ámbito de misericordia, en el que está claro que la última palabra sobre la vida y la libertad del hombre pertenece al misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo: “si Dios nos perdona, quién nos condenará” (Rom. 8, 31-37)» (9). Además, el ámbito del diálogo del penitente con el ministro de la reconciliación, que es también moderador de espíritu (aunque no siempre tenga función elegida y reconocida por él de director espiritual), y antes del momento de la absolución individual, es el ámbito privilegiado para la formación de la conciencia moral, precisamente en el tramo de la vida y en la dimensión de la existencia que está en cuestión y ha de ser impregnada por la fuerza de la muerte y resurrección del Señor. «La educación de la conciencia moral es cometido de primera importancia en la evangelización, que además de incluir la propuesta formal de la fe en la predicación, lleva consigo la instrucción catequística y la interiorización firme de la parénesis cristia(9) Mons. Angelo SCOLA: «Jesucristo, fuente y modelo de vida cristiana» en Jesucristo, la Buena Noticia, Congreso, Madrid, 1997, pág. 172.

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na, es decir, de la exhortación al enderezamiento de la conducta y al cultivo de las virtudes». (10) Y en ningún lugar más apropiado para la parénesis personal y en ningún momento mejor para la exhortación al cultivo de las virtudes que en el ámbito y hora en el que el penitente, contrito y ansioso de cumplir la voluntad de Dios, recibe esa formación de la conciencia moral respecto al caso y cosa que ocupa y preocupa. Seguramente la aformación o deformación de la conciencia moral no se deba tanto a la falta de parénesis en la catequesis o en la predicación como en la falta de práctica del sacramento de la penitencia y consiguientemente de la carencia de orientación en ese momento de gracia. Podremos aprender también, en este año y cada vez más, a dar gracias a Dios por el sacramento de la reconciliación, cada una de las veces que frecuentamos y recibimos el perdón. Se estima verdaderamente aquello que se agradece. Después de la celebración del sacramento deberíamos permanecer en la acción de gracias pausada, pues ella nos introducirá una vez más en el amor, a amar mucho porque se nos ha perdonado mucho y al cambio de vida. Dar gracias por el perdón es comenzar a amar desde el amor de Dios. Durante este tiempo de preparación y celebración jubilar tendremos también la ocasión de gracia para unir el sacramento de la Penitencia a lo que nunca debemos separarlo, el amor de Dios y la caridad con los hermanos, y ser testigos y apóstoles de la misericordia (11). (10) Mons. Adolfo GONZÁLEZ MONTES, Obispo de Ávila: Dios Padre, creador y Redentor nuestro, Exhortación Pastoral ante el Año de Dios Padre, Obispado de Ávila, Ávila, 1998, pág 50. (11) Cf. Card. Antonio María ROUCO, 1.c., n1 27.

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EL AÑO DE LA CARIDAD Y EL AÑO DE LOS POBRES Santo Tomás, al definir la «misericordia» no se inventa una definición, sino que la toma de San Agustín, en IX De civitate Dei: «la misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón ante la miseria de otro, sentimiento que nos compele, en realidad, a socorrer, si podemos. La palabra misericordia significa efectivamente “tener el corazón compasivo por la miseria de otro”» (12). Por eso misericordia y caridad, ser perdonados y ser amados, perdonar y amar, están tan estrechamente ligados que son realidades que se autoimplican y se derivan recíprocamente. Catorce obras de misericordia, que aprendimos en el catecismo, siete «espirituales» y siete «corporales», son un resumen de las obras de la caridad ante catorce pobrezas que nos rodean y, «aunque no se deben de justicia», como decía el Ripalda, por eso son de misericordia y son realización auténtica de la caridad. Si el mandato de amar es hacia todos, amar a los pobres, por nada, y amar a los enemigos, a pesar de todo, muestra la mayor gratuidad del amor de Dios. El «mundo», que también llevamos dentro, a los pobres los margina o los orilla con una frontera, y a los enemigos los pone enfrente de la propia trinchera. Pero la caridad de Dios nos impulsa a abrir nuestro corazón ante las necesidades de los otros y a perdonar a los enemigos para allegarlos al amor de Dios e incluso a nuestro corazón. El Papa Juan Pablo II expresa con toda claridad: «En este sentido, recordando que Jesús vino a “evangelizar a los pobres” (12) Suma Teológica, Secunda Secundae, Cuestión 30, Art. 1.

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(Mt 11, 5; Lc 7, 22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo» (13). Por eso calificó también este año dedicado a la virtud teologal de la caridad como «el año de los pobres», en el que la condonación o minoración de la deuda externa (14) es un gesto o un ejemplo, muy significativo, pero uno entre otros muchos. Y es que, «Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1 Jn 3, 17). En la crisis de civilización (15), que es crisis de amor, pondremos de relieve la «primacía del amor». Y no sólo en la «Caritas» sino simultáneamente en un mayor conocimiento para una mejor aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia. Es decir, no sólo de la justicia (distributiva, conmutativa, social) sino también en aquella justicia que es gracia, que nos lleva a dar y a darnos con gratuita gratuidad, para que permanezca vivo en nuestro tiempo el amor de Jesús. Porque también la Doctrina Social de la Iglesia tiene un carácter reconciliador, «ya desde León XIII ha defendido siempre un modelo de paz social opuesto a la lucha de clases y a la conflictividad como arma social en política y economía, ámbitos que suelen ser escenario de la lucha por el poder. El hombre nuevo que propone el cristianismo toma toda su fuerza en haber sido recon(13) Juan Pablo II, Tertio Millennio adveniente, 51. (14) Cf. ib. (15) Cf. ib., 52.

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ciliado y también en estar llamado a ser reconciliador entre los hombres» (16). Cuando el Papa ha descrito que el objetivo prioritario del jubileo radica en «el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos» (17) ha añadido que «es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad» junto a «la oración más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado». Porque en la conversión al Señor, en el seguimiento a la llamada a la santidad que Dios nos dirige a todos, y a cada uno en su propia vocación, misión y estado, entra también la «conversión a los pobres» (18). La caridad es verificación y autentificación de la verdadera evangelización. Ya expresó Pablo VI que «Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (19). También en este año deberíamos revisarnos en la caridad, tanto personalmente como comunitariamente. «Este año se nos invita a revisar la intensidad con que amamos a Dios y al hombre, y si la forma concreta en que la practicamos es la que res(16) Fernando FUENTES: La civilización del amor (Madrid, BAC, 1998), pág. 64-65. (17) Juan Pablo II, TMA, 42. (18) Mons. Carlos AMIGO VALLEJO: Caridad y pobreza, Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla sobre el Congreso Diocesano de Caridad y Pobreza, Separata del Boletín Oficial del Arzobispado de Sevilla, enero de 1998, pág. 84. (19) Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 15.

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ponde mejor a la situación que estamos viviendo y a las necesidades de quienes nos rodean» (20). SUBSIDIOS PARA EL TERCER AÑO DE PREPARACIÓN JUBILAR Diferentes Editoriales han publicado textos y subsidios de diversas instituciones para la vivencia y atención pastoral, preferentemente dentro de este año, pero con valor permanente. — Para una relectura en este año será de mayor actualidad la encíclica sobre la misericordia divina «Dives in misericordia», del Papa Juan Pablo II, de 1980, que se encuentra publicada por diferentes editoriales y que la Editorial de la Conferencia ha reimpreso en una edición popular (Madrid, 1999, EDICE, 90 págs.). — También para la asimilación eclesial la Conferencia Episcopal Española ha publicado «Dios es amor, Instrucción Pastoral en los umbrales del Tercer Milenio» (Madrid, 27 de noviembre de 1998, EDICE, 46 págs.). — Para la reflexión personal, el trabajo de grupos, tanto sobre Dios Padre, la penitencia, la caridad y la oración del Padrenuestro, la Comisión Teológico-Histórica del Comité Central para el Jubileo del Año 2000 ha publicado «Dios, Padre misericordioso» (Madrid, 1998, BAC, 158 págs.). — Y el Comité de la Conferencia ha editado una «Guía de lectura para la reflexión personal y reuniones de grupo» de ese mismo texto, «Dios, Padre misericordioso» (Madrid, 1999, EDICE, 152 págs.). (20) Mons. Antonio DORADO SOTO, Obispo de Málaga: Buscar el rostro de Dios Padre, Carta Pastoral, Curso 1998-1999, pág. 18.

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— Para las celebraciones litúrgicas, la Comisión Litúrgica del Comité Central para el Jubileo del Año 2000 ofrece «Abbá, Padre» (Madrid, 1998, EDICE, 112 págs.). — Para la actividad misionera, la Comisión de PastoralMisionera ha elaborado «A Ti, Dios Padre», publicado en la edición española de Tertium Millennium, nl 8, octubre-diciembre 1998. — Para la Catequesis, la Vicaría de Pastoral del Arzobispado de Valencia ha publicado «Dios Padre, esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Valencia, 1998, EDIM, 203 págs.). — Para la Pastoral de la Caridad, el Secretariado de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, con la colaboración del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones, del Departamento de Pastoral Obrera de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, del de Pastoral Penitenciaria de la misma CEPS, de Cáritas, Manos Unidas, Justicia y Paz y la CONFER, ha publicado «La caridad y los pobres, Hijos y hermanos, Guiones de trabajo para la preparación del Año de la Caridad» (Madrid, 1999, EDICE, 79 págs.). — Y Cáritas Española ha publicado los subsidios, ya habituales, de Rafael Prieto: «La A con la B, la B con la A: ABBA», para Adviento y Navidad 1998 y para Cuaresma y Pascua 1999 (Madrid, 1999, Cáritas Española, 230 págs.), junto, con «Como nosotros perdonamos a nuestros deudores, Reflexiones en torno a la Deuda Externa, Jubileo 2000» (Madrid, 1999, Cáritas Española, 40 págs.). Como es conocido, otras muchas editoriales y autores han publicado diversas y valiosas obras, que no se reseñan aquí por 300

Dios padre y su amor de entrañable misericordia

existir el criterio de incluir solamente aquellos subsidios de instituciones y organismos que dependen directamente de la Santa Sede, de la Conferencia Episcopal o de alguna diócesis. UN PROGRAMA DE SIEMPRE PARA LA MISIÓN DE LA IGLESIA «En el cumplimiento escatológico, la misericordia se revelará como amor, mientras que en la temporalidad, en la historia del hombre —que es a la vez historia de pecado y de muerte—, el amor debe revelarse ante todo como misericordia y actuarse en cuanto tal. El programa mesiánico de Cristo —programa de misericordia— se convierte en el programa de su pueblo, el de su Iglesia» (21). El Papa Juan Pablo II ha definido, pues, el programa de la Iglesia, que es el de Cristo, como «programa de misericordia». Se trata, por tanto, de un programa para más de un año, aunque en este año de 1999 proclamemos, como siempre y como nunca, cada día «las misericordias del Señor». Y, al abordar la misión de la Iglesia como el programa mesiánico de Cristo Jesús, intentaremos anunciar, porque lo vivimos primero, y de atestiguar, por tanto y en consecuencia, la misma revelación que Jesús hizo de Dios, Padre, de su misericordia y perdón, que Él actuó y para que los actuemos nos regaló el sacramento de la reconciliación, y del amor de Dios en nosotros, de modo particular a los más pobres y necesitados, porque son Cristo (cf. Mt 25).

(21)

Juan Pablo II, Dives in misericordia, 8c.

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documentación

«DIOS PADRE. ESTA ES LA VIDA ETERNA: QUE TE CONOZCAN A TI, EL ÚNICO DIOS VERDADERO, Y AL QUE TÚ HAS ENVIADO, JESUCRISTO»

ENRIQUE CARBONELL Archidiócesis de Valencia

INTRODUCCIÓN Para este tercer año de preparación jubilar, cuyo centro es Dios Padre, también la Archidiócesis de Valencia ha preparado una carpeta con nueve catequesis cuyos destinatarios son las diferentes comunidades cristianas. El Papa afirma que «el año 1999, tercero y último de la preparación, tendrá la función de ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de Cristo: la visión del “Padre celestial” (cf. Mt 5, 45), por quien fue enviado y a quien retornará» (cf. Jn 16, 28). «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional para toda criatura humana, y en particular para el «hijo pródigo» (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la Humanidad entera. 305

Enrique Carbonell

El Jubileo, centrado en la figura de Cristo, llega de este modo a ser un gran acto de alabanza al Padre: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3) (TMA, n. 49). Estas indicaciones se enriquecen y adquieren mayor profundidad y nitidez comparándolas con estas palabras del Papa: «mediante [esta] revelación de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su “filantropía” (Tit 3, 4) [...]. De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad que ya el Antiguo Testamento [...] definió «misericordia». Cristo [...] no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además [...] él mismo la encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A quien le ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente “visible” como Padre “rico en misericordia” (Ef 2, 4) (DM, n. 2). Siguiendo estas palabras de Juan Pablo II, y en continuidad con las catequesis dedicadas a Cristo y al Espíritu Santo en los dos años anteriores, el presente artículo pretende hacer una breve presentación de las mismas, indicando su planteamiento, sus características y los elementos que las componen. 1. 1.1.

CARACTERÍSTICAS ESPECÍFICAS DE ESTE TERCER AÑO DEDICADO A DIOS PADRE Los objetivos para este año

Los nn. 49-54 de la Tertio Millennio Adveniente (TMA) de Juan Pablo II, exponen los dos objetivos del presente año: 306

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

1.º Ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de Cristo: la visión del «Padre celestial» (cf. Mt 5, 45), por quien fue enviado y a quien retornará (cf. Jn 16, 28). «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana y en particular por el «hijo pródigo» (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la Humanidad entera». 2.º «El sentido del «camino hacia el Padre» deberá llevar a todos a emprender, en la adhesión a Cristo, redentor del hombre, un camino de auténtica conversión, que comprende tanto un aspecto «negativo» de liberación del pecado, como un aspecto «positivo» de elección del bien, manifestado por los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por el Evangelio» (TMA, nn. 49-50). Pero como la fe cristiana se ar ticula «en palabra y sacramento, parece impor tante juntar, también en esta par ticular ocasión, la estructura de la memoria con la de la celebración, no limitándonos a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental» (TMA, n. 31b). A ello nos remiten las palabras clave de los objetivos «visión del Padre celestial», «visión de Cristo»; «peregrinación hacia la casa del Padre»-«hijo pródigo»-«penitencia», «amor incondicional»-«conversión», «amor de Dios»-«virtud de la caridad»«amor preferencial por los pobres». 307

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1.2.

Articulación de las catequesis en «Profecía-Palabra», «memoria» y «celebración»

a) El primer elemento, Profecía-Palabra, se refiere y pone de manifiesto los contenidos noéticos del presente año. Es decir: a Dios Padre lo conocemos por la comunicación que Él mismo ha iniciado con los hombres en la Revelación, por el diálogo interpersonal que ha llevado a cabo con los hombres, culminado en su Hijo, Jesucristo. Conocemos a Dios porque se nos ha revelado con hechos y palabras indisolublemente unidos, porque nos ha llamado a vivir en su compañía, porque ha establecido una vida de comunión con nosotros en su Hijo, el Verbo encarnado. En virtud de la encarnación, ya no hay otra vía de acceso al Padre que el Hijo, en quien nos ha amado hasta el extremo (Jn 13, 1). Por eso se comienza con la visión del «Padre celestial» según la visión misma de Cristo, en quien y por quien lo confesamos Padre que va en busca del hijo perdido (cf. TMA, n. 7), del hijo pródigo (cf. ibíd.., n. 49). b) El segundo elemento es la celebración, que aparece, quizá, con mucha mayor claridad el presente año. Si la parábola del Padre misericordioso y del hijo pródigo acaba con la celebración festiva de la reconciliación y del restablecimiento de la comunión entre el Padre y el hijo, el reconocimiento de la paternidad de Dios y de nuestra filiación reconciliada se convierte en un gran acto de alabanza al Padre. De ahí que sea necesario expresar y manifestar la «alabanza a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3), así como el «redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la penitencia. La misericordia de Dios Padre que nos ha reconciliado en su Hijo se realiza y significa 308

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en el sacramento de la penitencia. Es la eficacia de este sacramento la que realiza en nosotros la reconciliación. c) El tercer elemento es la memoria. Hacer memoria no significa mirar al pasado, sino traer al presente, con toda su fuerza transformadora, la presencia y la salvación de Dios que continúa actuando en el hoy. Por eso hay que hacer referencia a la visión ética de la existencia humana y la virtud teologal de la caridad, en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos, como síntesis de la vida moral del creyente; y como consecuencia lógica, la opción preferencial por los pobres, a quienes Cristo vino a evangelizar (Mt 11, 5, Lc 7, 22) y la confrontación con el secularismo y el diálogo con las grandes religiones, pues «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS, n. 22). También estas dimensiones se recogen y hacen presentes en las catequesis correspondientes. 2.

PRESENTACIÓN DE DIOS PADRE EN LAS CATEQUESIS

Sólo Dios habla bien de Dios. Cualquier aproximación o acercamiento que hagamos a Dios, siempre tropieza con los propios límites de nuestra finitud y con lo insondable del misterio de Dios. Y aun cuando llegásemos a conocer a Dios, ¿sería el Dios vivo y verdadero o la imagen que nosotros nos habríamos hecho de Él? ¿Sería el «Dios que nos dio a conocer el misterio de su voluntad» o el Dios de nuestras proyecciones o frustraciones? Santo Tomás decía que nuestros conceptos e imágenes expresan más bien lo que Dios no es que lo que es. Dios no se adapta a ningún sistema, a ninguna imagen, a ninguna aspiración. 309

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Sólo Dios habla bien de Dios. Las palabras de Dios son verdaderas cuando son las mismas que Él ha pronunciado, eco de ellas, respuesta a ellas o comentario sobre ellas. Si nosotros podemos y debemos hablar de Dios es porque Dios, en su revelación, se nos ha dado a conocer. El misterio que es Dios sólo queda desvelado porque Dios sale al encuentro del hombre, y su diálogo salvador le comunica al hombre quién es Dios para el hombre y quién es el hombre para Él. Solamente en Jesucristo se nos transmite definitivamente el misterio de Dios y el misterio del hombre. En Jesucristo, Dios nos revela su misterio como misterio de su amor insondable. Por tanto, también en su revelación continúa siendo el Dios oculto, cuyo amor sólo podemos comprender por medio de imágenes y comparaciones. Como Dios, el Padre de todo bien, ha hablado y ha actuado en su historia con los hombres, es a ella adonde necesariamente hemos de recurrir. La condescendencia divina ha sido tal, que el Dios Padre de nuestra fe no es una idea, ni una verdad abstracta que podamos conocer y poseer para explicar discursiva o racionalmente, sino las entrañas de su amor presente y operante que llama al hombre, a todos y cada uno, no sólo a la existencia, sino a una vida de comunión con Él. 2.1.

Las catequesis proponen y narran la fe de la Iglesia en Dios Padre

Las catequesis narran y proponen la fe de la Iglesia en Dios Padre. Y esto tiene su gran importancia. Las catequesis parten de la confesión y reconocimiento de Dios como Padre. No se trata, por tanto, de que al confesarlo como Padre la fe cristia310

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na quiera comenzar diferenciándole de otros dioses o de cualquier idea o corriente filosófica (aunque eso también). Se trata precisamente de afirmar, ya desde el comienzo, que el Dios en quien creemos, veneramos, amamos y confesamos es antes que nada Padre. Aunque la paternidad de Dios no se nos ha revelado plenamente hasta la venida de su Hijo Jesucristo, icono y palabra del Padre, es el mismo que pronuncia su palabra y crea con el poder de su Espíritu; el mismo por quien todo fue hecho; el mismo que llama al hombre a su existencia; el mismo que no lo abandona al poder de la muerte, sino que le hace presente de manera permanente su amor y su misericordia. La fe de la Iglesia no confiesa simplemente a Dios en cuanto Dios, sino en cuanto Padre, acogiendo su revelación y en el gozo de su inmensa gloria. Dios Padre, antes que causa del ser y fundamento de nuestro conocimiento, es el «sujeto» relacional que inicia su amistad con el hombre, en el que todo es gratuito y, a la vez, todo es necesario y por eso fecundo. La confesión en Dios Padre de la fe cristiana no expresa otra cosa que el hecho de que Dios, en su divinidad eterna, desde siempre y para siempre, es Padre; que su paternidad y providencia son el principio y fundamento de todo; que no es la paternidad humana la que nos lleva a descubrir la paternidad divina sino, al contrario, es la paternidad de Dios la que es causa de la paternidad humana, en la que se refleja. Porque la fe cristiana ha llegado a la confesión de Dios Padre a partir de la comunicación personal de Dios, de sus hechos y palabras, indisolublemente unidas; a partir de la revelación de su nombre y de la elección de Israel, de la Alianza y de la liberación; de la promesa y del cumplimiento de la misma; del envío de su Hijo, plenitud de la revelación, de su muerte, resurrección y glorificación y de la efusión del Espíritu. Confesamos a Dios 311

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Padre gracias a la familia de sus hijos que, por el Espíritu Santo, confiesan que «Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil 2, 11). Confesamos a Dios Padre en la Iglesia, icono de la Trinidad Santa, en la que eternamente la Iglesia está prefigurada desde el origen del mundo (cf. LG, n.2 ). La confesión de Dios como Padre está íntimamente relacionada con la fe de la Iglesia, además, porque «no es posible tener a Dios por Padre si no se tiene a la Iglesia por madre» (S. Cipriano). Es el seno de la Iglesia, como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, el lugar en el que confesamos nuestra fe en Dios Padre. Siendo, pues, la Iglesia icono de la Trinidad, las catequesis presentan y desarrollan la fe de la Iglesia en Dios Padre, tanto más cuanto que «la estructura interna de la catequesis en cualquier modalidad de presentación, será siempre cristocéntrico-trinitaria: «Por Cristo al Padre en el Espíritu Santo» (DGC, n. 100). 2.2.

Son catequesis sobre Dios Padre

El credo comienza con una primera afirmación: «Creo en Dios Padre». Es importante hacer notar, aunque parezca «innecesario», que no se comienza por afirmar: «Creo que Dios existe». Si así comenzara, el mismo credo tendría que decidirse a explicar su existencia, dándose con ello una paradoja: lo que es un símbolo de la fe (= norma de fe), se convertiría en un discurso demostrativo de su existencia. Y no es eso de lo que se trata. El símbolo comienza con una confesión rotunda: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso...». Lo cual significa que, por ser confesión de la fe, al decirla, confieso y profeso mi confianza en Él, me adhiero a Él, me fío ya de Él y confío en Él, fundamento y sentido de mi vida. 312

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Y no habría confesión de fe si no nos hubiera llamado primero como amigos, y tratado con nosotros para invitarnos y recibirnos en su compañía (cf. DV, n. 2). Los lazos de amor con que Dios nos ha unido a Él, es decir, la comunión con nosotros, son los lazos de amor que expresamos en la confesión de fe. Él nos amó primero (cf. 1Jn 4, 19); nosotros respondemos con nuestro amor, cerrando y expresando no sólo nuestra dependencia de Él sino nuestra condición de hijos amados. Por eso, el credo expresa, antes que nada, la paternidad de Dios y la filiación de cuantos le confesamos. Y expresa también que Dios no es un sistema de verdades contrastadas y demostradas, ni un conjunto de hechos que avalan su existencia; expresa que Dios es una persona que se ha abañado a nosotros (= condescendencia divina) para que nosotros podamos llegar a ser como Él. Así es perfectamente inteligible que las catequesis nos lleven, como finalidad siempre prioritaria, a la conversión con Jesucristo (cf. CT, n. 5) y que esta comunión «nos impulse a unirnos con todo aquello con lo que el propio Jesucristo estaba profundamente unido: con Dios, su Padre, que le había enviado al mundo, y con el Espíritu Santo, que le impulsó a la misión (cf. DGC, n. 81). En consecuencia, las catequesis no responden a un tratado sobre Dios Padre, sino que parten de la confesión de la fe en Él para conducirnos a una mayor comunión con Él. Y, al mismo tiempo, nos ayudan a madurar nuestra relación de comunión con Él y a sacar de ella consecuencias importantes para nuestra vida (cf. DGC, n. 82). Con ello, y no sólo como consecuencia, las propias catequesis «purifican» nuestra imagen de Dios y reivindican el auténtico rostro del Padre. La purifican porque en muchas ocasiones la distorsionamos y manipulamos hasta el punto que llegamos a 313

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hacernos un Dios a nuestra medida, que en nada se parece al Dios Padre que nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad y está muy lejos de ser «el Padre de nuestro Señor Jesucristo» (2 Cor 1, 3). La reivindican porque es el mismo Dios quien pone en crisis nuestras imágenes, las denuncia, nos acusa de idolatría, y una y otra vez, nos muestra sus entrañas de misericordia y nos vuelve a «atar a Él con lazos de amor» (cf. Os 11, 4). 2.3.

Son catequesis que nos llevan a la alabanza y a la acción de gracias

Dios y el hombre, tal como estamos viendo, no son dos rivales ni dos concurrentes que se hacen la competencia, uno a costa del otro: Dios a costa del hombre y el hombre a costa de Dios. Lo que pone de relieve la revelación es que Dios nos ama desde siempre y para siempre; sin verse obligado o motivado desde fuera, comenzó a amarnos desde toda la eternidad y nos seguirá amando para siempre. Nunca fallará a su fidelidad en el amor (cf. Sal 89, 34; Rom 3, 3; 1Cor 1, 9; 2 Cor 1, 18). Su amor no tiene necesidad de que nada ni nadie le motive a amar. El Padre es el eterno origen del amor, Aquel que ama en la total libertad, el amor gratuito y absoluto. Por eso la confesión de Dios Padre es una confesión de alabanza y de acción de gracias al mismo tiempo. Es decir, si Dios ha creado todas las cosas «no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla» (San Buenaventura): si Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad; si Dios Padre ha querido hacer de nosotros «hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia (Ef 1, 5-6); si «la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de 314

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Dios» (San Ireneo); si el fin último de la Creación es que Dios, «Creador de todos los seres, se hace por fin todo en todas las cosas» (1Cor 15, 28), la respuesta más inmediata por parte de quienes le confesamos como Padre es la alabanza y la acción de gracias. Alabanza y acción de gracias dirigidas al Padre, en un mismo movimiento del alma, que cantan su bondad, su justicia, su salvación, su amor y fidelidad, su designio salvador. Alabanza y acción de gracias que brotan del contacto con el Dios vivo, despiertan al hombre y lo arrastran a una renovación de vida. Alabanza y acción de gracias que van dirigidas al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; que la liturgia expresa maravillosamente en la fontalidad del amor del Padre de quien viene todo «don perfecto» (cf. Sant 1, 17) y a quien por ello, la Iglesia se eleva «para alabanza de su gloria» (Ef 1, 12). Así entendemos que el Santo Padre afirme que «el jubileo, centrado en la figura de Cristo, llega de este modo a ser un gran acto de alabanza al Padre» (TMA, n. 49). Y entendemos también que las catequesis recojan la dimensión litúrgica como un aspecto irrenunciable. Entendemos, finalmente, que nos ayuden a renovar nuestras celebraciones, especialmente la celebración de la Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es la gran acción de gracias al Padre por todos los beneficios que hemos recibido de Él. En ella, los que le confesamos Padre Todopoderoso, celebramos sus maravillas y el designio de creación y redención, querida por su amor. En este «sacrificio de alabanza», la Iglesia se hace portavoz de todo lo creado; el pan y el vino se presentan al Padre en la fe y en la acción de gracias. De esta manera, la Eucaristía significa aquello en que ha de convertirse el mundo: una comunión universal en el cuerpo de Cristo, un reino de justicia, de amor y de paz en el Espíritu Santo. La Iglesia, al celebrar la Eucaristía, es lugar de 315

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comunión en la alabanza de Dios, pueblo de la acción de gracias, que adora el misterio del Padre y se deja formar por Él, pueblo contemplativo que se percibe a sí mismo en el acto de alabanza a su Dios y Señor, por su Hijo, en el Espíritu Santo. 2.4

Son catequesis que ponen de manifiesto las consecuencias sociales de la fe

A medida que se van desarrollando las catequesis, se va descubriendo progresivamente lo que está ya presente en el planteamiento que el Santo Padre hace para este año: la profunda carga moral que conllevan para los cristianos que nos estamos preparando para el próximo Jubileo. En efecto, la profundización en la fe en Dios Padre nos va descubriendo sus entrañas de misericordia y el destino al que estamos llamados. La vida de comunión con el Padre por la fe comporta, por nuestra parte, la asunción de su designio. Creemos en el Padre y vivimos la fe en comunión con Él. Esta vida de comunión, expresada en la morada de la Trinidad en nosotros (cf. Jn 14, 23), es el hontanar del que mana y fluye nuestra propia existencia. Somos en Dios y desde Dios. Por eso, la comunión con Dios es fuente de implicaciones morales en el creyente; por eso la moral cristiana tiene siempre como fundamento irreemplazable a Dios, que no merma ni asedia ni acecha nuestro desarrollo, antes al contrario, es el primero y más interesado en llevarnos a su plenitud. Es cierto que la fe cristiana no se reduce a la vida moral o a una moral (cf. GS, n. 17). Pero también lo es que «los cristianos [...] deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, 316

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión» (GS, n. 57); y «se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos una futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno» (GS, n. 43). Por todo ello, se ha procurado desentrañar en las catequesis las repercusiones morales de la fe en Dios Padre. Creer en Dios no nos deja indiferentes. Si en su revelación Dios nos dice quién y que es Él para nosotros y quiénes y qué somos nosotros para Él, es necesario concluir que la fe nos conduce a explicitar en nuestra vida diaria los dos polos, de modo que «viendo nuestra justicia glorifiquen a nuestro Padre del cielo» (Mt 5, 16). Por eso las catequesis acentúan, a grandes rasgos: «Paternidad de Dios-fraternidad; amor misericordioso de Dios-misericordia-conversión; revelación de Dios-fe, esperanza y caridad; perdón de Dios-conversión-penitencia; defensa del pobre y de la viuda-opción preferencial por los pobres. En este sentido, las catequesis tonifican y renuevan la fe en Dios Padre, además de invitar a una mayor radicalidad de vida evangélica, en el sentido de que junto a la palabra anunciada sabe ofrecer también la palabra vivida y muestra las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas (cf. CT, 29). Por esta razón, las catequesis se complementan con un cuadernillo dedicado a la opción preferencial por los pobres. 317

Enrique Carbonell

2.5.

Son catequesis integrales y sistemáticas sobre Dios Padre

Son catequesis integrales y sistemáticas en el sentido que nos recuerda la CT: a) «Un período de enseñanza y de madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole prestado una adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su «misterio», el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico» (CT, n. 20). b) «Una catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es lo que principalmente distingue a la catequesis de todas las demás formas de presentar la Palabra de Dios [...]. Hay que subrayar algunas características de esta enseñanza: •

debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada;

• una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o en exégesis científica; • una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (ibíd., n. 21). 2.6.

Son catequesis de carácter catecumenal

Estas catequesis sobre Dios Padre Santo tienen presentes las cuatro dimensiones de la catequesis porque consideramos 318

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

que, dado el carácter catecumenal de la Celebración del Gran Jubileo, todos y cada uno nos colocamos a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Es decir, nos convertimos, en cierto sentido, en catecúmenos. Este carácter catecumenal de las catequesis postula una cuádruple iniciación: a) Una iniciación en el misterio de la salvación (= conocimiento de la fe o dimensión noética, CC, n. 85). b) Una iniciación en la vida evangélica, en el estilo de vida nueva (= dimensión axiológica y moral, CC, n. 88) c) Una iniciación en la genuina experiencia cristiana (= dimensión litúrgica, CC, n. 89). d) Una iniciación en el compromiso apostólico y misionero (= dimensión apostólica y misionera, CC, n. 92). Al iniciar en el misterio de la salvación, se subraya el conocimiento de la fe en cuanto relación personal y sapiencial: «La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente mediante una traditio viva y activa» (CT, n. 22). Esta dimensión cognoscitiva de la fe, que no elimina la experiencia personal de la fe y el contacto asiduo y personal con el Señor, garantiza la comprensión del mensaje cristiano que proporciona la catequesis, tan necesaria para vivir con hondura la fe y dar razón de la esperanza ante el mundo (cf. CC, n. 86). En cuanto son iniciación a la vida evangélica, pretenden educar «las actitudes específicamente cristianas» que muestran «las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas» (CT, n. 29). Pretenden, consecuentemente, una «auténtica enseñanza 319

Enrique Carbonell

moral y una adecuada pedagogía de los valores que implican un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, el ejercicio de la costumbres evangélicas y lleva a una lenta transformación de las actitudes y valores personales (cf. CC, 88). Por ser iniciación en la oración y en la vida litúrgica, educan para una activa, consciente y auténtica participación en la celebración sacramental, necesaria para que exista una verdadera vida litúrgica, ya que «recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en lo meramente doctrinal» (CT, n. 37). Por ello significa también que cada catequesis es un kairós, un momento privilegiado de encuentro con Dios. La oración grupal y personal ha de tener un tiempo y espacio concretos en cada catequesis; pero, además, deben llevar a un tiempo de oración personal en el que cada uno, a solas con Dios, responda a la Palabra que le ha dirigido en la catequesis. Inician, finalmente, en el compromiso apostólico y misionero porque «la catequesis está abierta, igualmente, al dinamismo misionero. Si se hace bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana» (CT, n. 24). 2.7.

Son catequesis destinadas a cada comunidad cristiana

Si como nos recuerda el Santo Padre «el Jubileo del año 2000 quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención realizada por él, en el año jubilar los cristianos se pondrán con nuevo asombro de fe frente al amor 320

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

del Padre, que ha entregado su Hijo» (TMA, n. 32), y, además, «en la preparación del año 2000 desempeñan un papel propio las Iglesias particulares» (ibíd., n. 25), parece que las catequesis no tienen otro destinatario que cada una de las comunidades cristianas, primer rostro visible y cercano de la Iglesia. Ha de ser cada parroquia o cada comunidad cristiana la que planifique el cuándo y el cómo de cada catequesis. Cada comunidad ha de incorporar en su programación anual tanto los destinatarios a los que van dirigidas como el momento más adecuado, oportuno y provechoso desde el punto de vista pastoral. 2.8.

Son catequesis de adultos que pueden ser aplicadas a otros sectores catequéticos

Si bien las catequesis están pensadas y desarrolladas para los adultos de nuestras comunidades, son perfectamente adaptables a otros sectores teniendo en cuenta los criterios ya sugeridos en las catequesis de sensibilización (1996), en las dedicadas a Jesucristo (1997) y las dedicadas al Espíritu Santo (1998), que ahora recordamos: 1. La edad de los catequizandos y su grado de madurez humana y cristiana 2. tran.

La etapa del proceso catequético en que se encuen-

3.

El momento en el que va a desarrollarse la catequesis.

4. Unir en todo momento el aspecto catequético, el celebrativo y el testimonial. 5.

La necesaria adaptación significativa de los contenidos. 321

Enrique Carbonell

2.9.

Son catequesis que piden la participación consciente y responsable de los catequizandos

El carácter específico que se ha dado a las catequesis pide que cada catequizando se sienta llamado a hacer experiencia personal y viva de lo que anuncia cada catequesis. En este sentido, no son catequesis para ser dirigidas tan sólo a un auditorio que se limita a oír lo que se le explica. Piden la participación activa y consciente de cada uno de los destinatarios. O lo que es lo mismo: piden motivación y sensibilización; requieren el diálogo y la búsqueda compartida; necesitan de un tiempo de silencio para dejar que sea la Palabra de Dios la que resuene en el corazón de cada uno, le hable y le disponga a la obediencia de la fe; postulan la discusión enriquecedora y el contraste iluminador; llevan a que «instruido por la fe y mediante el don del Espíritu llegue cada uno a la contemplación y al gusto del Dios de amor que ha manifestado en Cristo las riquezas de su gloria» (DCG, n. 15). Por ello, se requiere el esfuerzo necesario para evitar tanto la exposición estrictamente magistral como la transmisión apresurada. Un buen ejemplo del talante que debe presidir la realización de las catequesis nos lo proporciona San Juan al narrar la vocación de los primeros discípulos; a las invitación de Jesús, «venid y lo veréis», los discípulos «se fueron con él, vieron donde vivía y pasaron aquel día con Él» (Jn. 1, 39). 3.

CONTENIDOS Y SECUENCIA DE LAS CATEQUESIS

En el planteamiento y desarrollo de las catequesis se han seguido y conjugado las indicaciones de la Tertio Millen322

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

nio Adveniente y los contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica. En ambos se perciben claramente los criterios teológicos de la constitución Dei Verbum (cf. CCE, nn. 50-53; 65-67 y TMA, nn. 49-54). Por ello hemos querido seguir sustancialmente el esquema de los elementos fundamentales de la revelación que Dios ha dado de sí mismo, a fin de que las catequesis se pongan al servicio de la revelación de Dios y de la aceptación, por nuestra parte, de su amor y misericordia, intentando con ello ofrecer el rostro de Dios vivo y verdadero. El propio catecismo afirma: «Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es «el Primero y el Último» (Is 44, 5), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre porque es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro símbolo se inicia con la creación del cielo y la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios» (n. 198). Y continua: «Creo en Dios»: esta primera afirmación de la profesión de fe es también la más fundamental. Todo el símbolo habla de Dios, y si habla también del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios. Todos los artículos del Credo dependen del primero [...]. Los demás artículos nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. «Los fieles hacen primero profesión de creer en Dios» (Catech. R, 1, 2.2. n.199). La determinación de los contenidos de las catequesis y su secuenciación siguen una lógica interna que se ve fácilmente y se desarrolla en tres núcleos. El primero, que hemos titulado «Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad» (cf. DV, n. 2), está referido totalmente a Dios, a «desentrañarnos» a Dios Padre, que en su manifestación y 323

Enrique Carbonell

comunicación al hombre se ha «entrañado» para siempre en nuestra historia porque es un Dios de los hombres. En este núcleo se responde, pues, a los números antes citados en el Catecismo de la Iglesia Católica. Y siguiendo su lógica interna, se ocupa de la revelación de Dios Padre (primera catequesis); de la primera obra de la historia de la salvación, la Creación (segunda catequesis) y de la misericordia y fidelidad de Dios, expresión del designio de su voluntad (tercera catequesis). El segundo núcleo se ocupa de la respuesta del hombre a Dios, es decir, de la fe por la que «el hombre somete completamente su inteligencia y voluntad a Dios». Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que se revela (cf. DV, n. 5). La Sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que se revela (cf. Rom 1, 5; 16, 26) (CCE, n.143). Así hemos titulado este segundo núcleo. Los contenidos de este núcleo hacen referencia, en consecuencia, a las virtudes teologales (cuarta catequesis), a la confrontación con el secularismo manifestado en el olvido y marginación de Dios (quinta catequesis), a creer como hijos de Dios desde la oración (sexta catequesis) y a la consecuencia más inmediata de la paternidad de Dios, que es la fraternidad humana (séptima catequesis). El tercer núcleo particulariza la obediencia de la fe en el redescubrimiento del Padre misericordioso que nos llama a la conversión y a la penitencia (octava catequesis) y a María como ejemplo perfecto de amor y realización perfecta de la obediencia de la fe (novena catequesis). Por eso lo hemos titulado: «Hágase tu voluntad». Por tanto, la secuencia de las catequesis queda así: 324

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

PRIMER NÚCLEO: «DIOS NOS HA DADO A CONOCER EL MISTERIO DE SU VOLUNTAD» CATEQUESIS 1: «CREO EN DIOS, PADRE» CATEQUESIS 2: «TODOPODEROSO, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA» CATEQUESIS 3: «DIOS HA REVELADO SU MISERICORDIA» SEGUNDO NÚCLEO: LA OBEDIENCIA DE LA FE CATEQUESIS 4: «CREER, AMAR, ESPERAR» CATEQUESIS 5: «CREER EN DIOS EN UN MUNDO DE INCREENCIA» CATEQUESIS 6: «CREER COMO HIJOS DE DIOS» CATEQUESIS 7: «¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANO? LA FRATERNIDAD HUMANA TERCER NÚCLEO: «HÁGASE TU VOLUNTAD» CATEQUESIS 8: «CONVERSIÓN Y PENITENCIA» CATEQUESIS 9: MARÍA, MODELO DE CARIDAD» 4.

ELEMENTOS Y DESARROLLO DE CADA CATEQUESIS

Al igual que el curso pasado, se mantienen la estructura y el orden de cada catequesis: 325

Enrique Carbonell

a) Oración introductoria: El CCE nos recuerda: «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín)» (n. 2560). Es necesario, pues, que todos y cada uno de los catequizandos prepare su «sed» de Dios en la oración. Este es el motivo fundamental por el que es necesario empezar la catequesis con la oración inicial, ejerciendo y manifestando así nuestra condición y disposición filiales que nos hacen tener sed de Dios. Se presenta una doble modalidad de la oración, de modo que pueda escogerse la que más convenga al grupo, recomendando que se haga de modo reposado y sin prisas. b) Objetivos de la catequesis: Dan a conocer al catequista y a los catequizandos lo que ha de conseguirse en la vida de fe a lo largo de toda la catequesis. Son objetivos que no sólo conoce el catequista sino también todos los participantes. Es muy importante que el catequista los comunique a los presentes al comienzo de cada catequesis y que, si lo juzga oportuno y necesario, los explique y clarifique brevemente. No comunicarlos es poner a los catequizandos en la vía de la dispersión, de las apreciaciones personales y de cubrir las necesidades personales, pero no alcanzar objetivos de profundización y madurez de la fe. c) Hecho de vida y su profundización: En todo acto catequético se integran varios elementos o factores que se recla326

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

man mutuamente y que, por tanto, no se pueden disociar entre sí, aunque no se actualicen todos al mismo tiempo. Uno de estos elementos es siempre la experiencia humana o, tal como la llamamos en las catequesis, hecho de vida y su profundización. «Entre el Evangelio y la experiencia humana hay un lazo indisoluble, ya que aquél se refiere al sentido último de la existencia para iluminarla, juzgarla y transfigurarla» (CC, n. 222). La Palabra de Dios fecunda, así, la existencia humana y de esa fecundación brota la confesión de la fe. El hecho de vida va acompañado de su correspondiente profundización, que pretende abrir la propia vida y experiencia a la palabra de la fe que se nos va a dirigir. Pero es que, además, es el modo propio de hacer significativa la afirmación de la fe. Es decir, el valor o significado salvífico de la palabra de fe debe aparecer como una dimensión personalizante, como respuesta actual y personal a Dios, aquí y ahora, que se refiere a una realidad de la vida y, en suma, de la vida de fe. d) Los contenidos a desarrollar (con las referencias a los números correspondientes del CCE): Es la exposición orgánica, esencial e integral de los contenidos de la fe en Dios Padre tal como los cree y propone la fe de la Iglesia, de modo que contribuyan al crecimiento consciente de la vida en Él. Se trata, en consecuencia, de motivar y comunicar el espesor de verdad y de vida que sólo el Espíritu nos da, poniendo de manifiesto aquellas verdades fundamentales sin las cuales la propuesta de fe no puede decirse que sea completa, y con las cuales se presenta y acepta con toda su densidad y autenticidad salvífica. e) Síntesis, oración, compromiso: El Santo Padre nos recuerda en la CT que «vivimos en un mundo difícil donde la an327

Enrique Carbonell

gustia de ver que las mejores realizaciones del hombre se le escapan y se vuelven contra él, crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, «luz» y «sal». Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y desazones del ambiente» (n. 56). Consecuentemente, para que cada catequesis dé firmeza en la propia identidad y se sobreponga a las vacilaciones, acaba con una síntesis que viene a ser como el compendio de lo recibido y que dirige y empuja a cada catequizando en una triple dirección: la de la oración (tanto personal como comunitaria); la de la revisión para mejorar y aquilatar la vida de fe; la de la inquietud por trabajar activamente en la propia comunidad y en el mundo, llevándonos a cada uno a una fe confesante y testimoniada, pues como nos recuerda Pablo VI «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan [...] O si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN, n. 41). f) Breves síntesis: Intercalado y recuadrado en el cuerpo del desarrollo de los contenidos figuran pequeñas síntesis de cuanto se expresa en los diferentes parágrafos de los contenidos. Se ha procurado que las síntesis sean sencillas y claras, de modo que puedan servir como una especie de recordatorio al que recurrir fácilmente sin necesidad de tener que releer todo el cuerpo doctrinal de la catequesis. g) Complementos a la catequesis: Como indica su nombre, no son parte integrante de la catequesis, sino elementos que la complementan y ayudan a que la catequesis tenga una prolongación y continuidad en la vida personal de cada catequizando. Estos cuadros siguen prácticamente las cuatro dimen328

«Dios Padre. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios...»

siones de la catequesis que hemos comentado anteriormente y están puestos al servicio de cada catequizando: El primero de ellos es siempre Para reflexionar: Es un texto significativo que guarda relación con el núcleo central de la catequesis y que puede utilizarse tanto para la reflexión personal como para todo el grupo. Es decir, hace referencia a la dimensión noética de la catequesis y para ayudar a que se asimilen bien las verdades que nos ha enseñado. El segundo es Para meditar y escuchar la Palabra de Dios: Toda catequesis, como no puede ser menos, está plagada de citas de la Palabra de Dios. La dimensión bíblica de las catequesis se ha cuidado con toda exquisitez. Pero la catequesis pide un momento de encuentro personal con el Señor en el que cada uno ha de habérselas con Él para buscar qué nos está pidiendo aquí y ahora en nuestra vida de fe. Quiere ayudar a penetrar el significado de fe de todo cuanto la catequesis nos ha dicho y a profundizar nuestra unión con el Señor. Suelen ser textos de algún santo padre de la Iglesia o de alguna encíclica del Papa. El tercero es Para la oración personal: Son textos sencillos para que, acabada la catequesis, cada uno se sienta llamado e impulsado personalmente a la oración. Sin oración personal no hay encuentro con el Señor. Es el momento en que cada uno ha de responder: «¿qué dices tú de eso?». Y más todavía: la oración personal prepara o prolonga la oración de la Iglesia: la liturgia. El cuarto es Para vivir la fe: ofrece puntos o elementos específicos de cómo se comporta un cristiano, de cómo hemos de vivir nuestra vida de fe, de cómo vivir nuestro sacerdocio bautismal en la vida de cada día según lo que la catequesis nos ha enseñado. 329

Enrique Carbonell

¿Cómo y cuándo usarlos? En principio, cada catequista y cada catequizando es el que debe decidir el momento en que utilizarlos. En principio se sugieren dos modalidades: en la misma catequesis y en la vida personal de cada uno. En la misma catequesis siempre que el catequista crea conveniente o necesario utilizarlos como materiales de apoyo, de oración o de profundización del grupo en el momento de realización de la catequesis. En la vida personal han de usarse como prolongación de la catequesis. A este fin es muy conveniente entregar los textos a cada uno de los catequizandos e invitarles a que se sirvan de ellos en su meditación personal y en la revisión de vida o cuando lo consideren oportuno. 5.

SUGERENCIAS PASTORALES PARA SU APLICACIÓN Y USO

Como resultado de la evaluación de las dos carpetas de catequesis anteriores, proponemos tres posibles modalidades de aplicación y uso en las parroquias, de modo que con ello se facilite su uso. La primera de ellas es usar las catequesis como catequesis autónomas que constituyen un proceso catequético para los participantes; la segunda, se refiere a utilizarlas como subsidio o material catequético; y la tercera, indica que pueden utilizarse como materiales para convivencias, retiros o semanas de reflexión. Además de esto, y para facilitar su aplicación, se numeran los párrafos, se hace una breve introducción a cada núcleo, con una síntesis final que aparece en recuadro, una introducción a cada catequesis y diversas aplicaciones pastorales que son susceptibles en cada una de ellas. 330

DIOS, PADRE MISERICORDIOSO Comisión Teológico-Histórica y Comité para el Jubileo del Año 2000. Ciudad del Vaticano, 1998

A. M. ORIOL Profesor de la Facultat de Teología de Catalunya

Presento el libro Dios, Padre misericordioso, redactado por la Comisión Teológico-Histórica y el Comité para el Jubileo del Año 2000 en un espíritu y para una práctica preparatorios del magno evento bimilenario. Mi objetivo es facilitar una síntesis pedagógica de su mensaje e invitar con ello a la lectura directa de la obra. El siguiente recuadro muestra las cuatro secciones que se descubren en el texto. La primera (A) plantea el tema del nombre de Dios. La segunda (B) lo profundiza en cuatro capítulos. La tercera (C) pasa a elaborar tres ejes concretos de la celebración jubilar. Finalmente, la cuarta (D) ofrece una meditación sobre el Padrenuestro. Plasmo en 22 proposiciones, transcritas en negrita cursiva, los que podemos considerar contenidos-eje de los 9 capítulos del libro. Cuando el caso lo aconseja conservo entre paréntesis el subtítulo original del párrafo en estudio, a fin de facilitar la lectura inmediata del texto. 331

1. Los hombres han mirado siempre a Dios para responder a las preguntas sobre sí mismos. 2. Las civilizaciones griega y romana eran muy conscientes de los límites y de la incapacidad de los hombres y miraban en consecuencia a lo divino. EL NOMBRE 3. En un contexto cultural que daba una gran importancia al nombre, el Antiguo Testamento reDE DIOS Cap. 1 vela, con diversas denominaciones que culminan en la de Jahveh, la grandeza única de Dios. 4. En el Nuevo Testamento se nos revela el nombre definitivo de Dios. 5. Dios es un misterio de amor trinitario. 6. Dios Padre ha planificado y realizado la creación en Cristo. 7. A la luz del concepto de «auctoritas» San Hilario explica simultáneamente Cap. II Dios, El Padre la superioridad del Padre y la igualdad con Él del Hijo,. 8. A la luz de la misma teología hilariana puede explicarse el «autovaciamiento» plenificador del Hijo respecto al Padre en la eternidad y en el tiempo. 9. El fin de la creación evidencia nuestra llamada a ser hijos en el Hijo. 10. El Antiguo Testamento reconoce a Dios como Padre de Israel. 11. El Nuevo Testamento contradice la tesis iluminista sobre la condición uniCap. III versal de filiación divina de los hombres y explica de modo radicalmente B) Jesús revela al nuevo la paternidad de Dios. Padre PROFUNDIZACIÓN 12. Desde un no al triunfalismo, a la superioridad y a la vanagloria, hay que exDEL plicar con categorías de humildad y de confiado esfuerzo la condición filial NOMBRE de los cristianos. DE 13. El Antiguo Testamento nos enseña con múltiples formulaciones y expresivas DIOS imágenes que Dios es Padre de misericordia. 14. El Nuevo Testamento concentra la manifestación de la misericordia de Dios Cap. IV Dios, Padre en la persona y obra de Jesucristo. de misericordia 15. El evangelio de Lucas nos presenta en una página memorable (15,11-32) la bondad de Dios. 16. Es de desear la configuración de una teología de la misericordia. 17. El misterio pascual constituye el fundamento inquebrantable de la fe cristiana. Cap. V El ofrecimiento 18. La llamada evangélica al arrepentimiento tiene como telón de fondo el drama del perdón del pecado y pone de relieve la absoluta necesidad de la intervención de Dios.

A)

A. M. Oriol

332

D) LA ORACION DEL 22. PADRENUESTRO Cap. IX

21. El tercer dato que el Papa nos propone para la celebración jubilar de 1999 es la celebración y el ejercicio de la virtud teologal de la caridad.

El segundo dato para la celebración jubilar puesto de relieve por el Papa es María, como signo de la misericordia de Dios.

Siguiendo las directrices de Juan Pablo II, el primer dato para la celebración jubilar que nuestro texto pone de relieve es el sacramento de la penitencia.

La oración del Padrenuestro manifiesta la originalidad de la fe en Jesús. En ella profesamos la síntesis de todo el evangelio.

Cap. VIII La caridad

Cap. VII DATOS PARA María, signo 20. LA CELEBRACIÓN de la JUBILAR misericordia de Dios trinitario

C)

Cap. VI 19. Salvación, reconciliación, penitencia

Dios, Padre misericordioso

333

A. M. Oriol

Téngase presente que toda la reflexión se centra en el atributo «misericordioso», principal en Dios Padre, pero no único. No nos hallamos, pues, ante un tratado completo sobre la Persona-Origen de la Santísima Trinidad, sino ante la dimensión que la define por antonomasia, como Ella misma se ha dignado revelarnos. El año 1999 nos ofrece una ocasión preciosa para profundizar en esta verdad decisiva y zambullirnos en ella con filial confianza.

A)

EL NOMBRE DE DIOS

Capítulo I: EL NOMBRE DE DIOS I.

UNA PREGUNTA Y DOS TIPOS DE RESPUESTAS

Ante la pregunta ¿quién es el hombre? se dan dos tipos de respuestas: insatisfactorias, unas; satisfactoria, otra. 1) Insatisfactorias a) El mundo moderno ha avanzado innumerables respuestas al tema (cuestión de hecho). ● Formulación global — en positivo: el hombre es el pensador, el artesano, el creador; — en negativo: el hombre es el oprimido por el condicionamiento económico, social y psicológico. 334

Dios, Padre misericordioso

● Formulaciones particulares: el hombre es, según — algunos: el llamado constantemente a superarse; — otros: un sujeto de errores, de crueldad, contaminador del ambiente; — éstos: un incapaz de explicarse a sí mismo y lo que quiere. ● Comentario: Muchos estudiosos no logran ponerse de acuerdo; se tiene la impresión de que los filósofos han renunciado a la esperanza de la verdad. Vemos al hombre en su gloria y en su miseria: — una cita de Shakespeare (Hamlet): el hombre es, a la vez, una obra maestra y la quintaesencia del polvo; — una cita de Pascal (Pensamientos): el hombre es una madeja de contrariedades. b) Los hombres tienen necesidad de alguna respuesta a sus preguntas sobre el significado de la existencia (cuestión de derecho). ● Sin dicha respuesta — no es posible una actuación concorde con una finalidad común; — la base de la cooperación civil queda destruida; — un pluralismo ideológico invencible es fuente de conflicto o bien de imposición; — sin la luz de la razón habrá extravío y creciente oscuridad. ● Si no se da la respuesta — el hombre permanece como un misterio para sí mismo; 335

A. M. Oriol

— si cuenta sólo consigo mismo para comprenderse, está condenado a la frustración. 2) Satisfactoria El misterio del hombre sólo puede ser comprendido a la luz de un misterio mayor. Por eso: 1.

Los hombres han mirado siempre a Dios para responder a las preguntas sobre sí mismos.

2.

Las civilizaciones griega y romana eran muy conscientes de los límites y de la incapacidad de los hombres y miraban en consecuencia a lo divino

a) Conscientes de los límites y de la incapacidad de los hombres, las antiguas civilizaciones estaban de acuerdo en que, al contrario de lo humano, lo divino era inmortal y permanente: ● Constataban el fracaso de lo humano y ahondaban en la falta de su significado; ● cita de Homero y comentario a la cita (en un sentido divergente de la misma). b) No obstante, sus concepciones y sus relaciones con lo divino estaban en conflicto entre sí; para muchos lo divino era el universo, que se manifestaba: ● Concepciones: 336

Dios, Padre misericordioso

— Como estabilizador del discurrir de la vida humana (retorno rítmico de las estaciones); — como guía del actuar humano (ciclos astronómicos). ● Relaciones: — Buscaban controlar o hacerse propicias las fuerzas divinas dominantes del universo; — pero comprendían que no era fácil controlarlas, ya que, a la vez, • el universo se mostraba conflictivo en sus fuerzas y el hombre se sentía lacerado en sus deseos (piedad/ira; pasión/rendimiento; tener/poder/saber); • ello llevaba al hombre a inventar una multitud de divinidades rivales entre sí. - Estas rivalidades comportaban la destrucción de muchos seres humanos (poemas de Homero y Virgilio; tragedias de Esquilo y Eurípides); - los paganos estaban preocupados en su oración por los múltiples títulos divinos; - a ello alude Jesús cuando recuerda el mucho hablar de los paganos en sus oraciones (cf. Mt. 6,7-13). 3.

En un contexto cultural que daba una gran importancia al nombre, el Antiguo Testamento revela, con diversas denominaciones que culminan en la de Jahveh, la grandeza única de Dios (¿Qué hay en un nombre?)

a) Jesús pudo instruir a sus discípulos sobre un orar sencillo porque eran herederos de una fe en un Dios y Señor único. 337

A. M. Oriol

● Abraham: — Tras su vocación, Abraham lo deja todo; — a causa de su fidelidad, Dios estrecha con él una alianza que • incluye cambio de nombre (Abrán-Abraham); • comporta una historia de intervenciones de Dios a favor de su pueblo (cf. He 1,1). ● Reflexiones sobre la importancia en la antigüedad del cambio de nombre: daba la identidad entre los demás y en relación a Dios: — Entre los demás: identidad del padre ante el hijo; afirmación del rey victorioso ante el rey derrotado; — en relación a Dios: • Abrán-Abraham; Sarai-Sara; Jacob-Israel: bendición y protección divinas. • Adán nombrando a los animales: poder. • «Siervo doliente»: elección y tarea. • Jeremías y San Pablo: «llamados» desde el seno materno. • Simón-Pedro: función en la Iglesia. • Cristianos: reciben el nombre al ser bautizados. [NB: Los enumerados entre claudators pertenecen al NT.] b) También para Dios el nombre tiene gran importancia (Cf. apartado II: Los nombres de Dios): ● El Antiguo Testamento atribuye abundantes nombres a Dios; ● en cada nombre, Dios se iba revelando al hombre. 338

Dios, Padre misericordioso

— «El»: • Nombre común de Dios entre los semitas: • este nombre común se particulariza por el lugar (vg., El-Bethel: Gn. 35,7) o por el adorador (Dios de Abraham, Isaac, Jacob). — «Elohim»: nombre expresivo de la supremacía del Dios de Israel; Dios de los dioses, Dios supremo. — «El-Shaddai»: Dios omnipotente. — Yahveh: nombre original respecto a los anteriores, revelador mas profundo de su misterio: • significa: «Yo soy»; • Dios se revela, en este nombre, como santo y como autor de las grandes acciones histórico-salvíficas de su pueblo. 4.

En el Nuevo Testamento se nos revela el nombre definitivo de Dios

a) La nueva Alianza en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo ha realizado, superándola, la antigua: ● la designación definitiva de Dios es: Amor (1 Jn. 4, 8-16); ● la expresión hace patente el ser trinitario de Dios; Dios puede ser amor sólo porque es Padre, Hijo y Espíritu Santo. b) En Jesús, Dios ha sido revelado como Padre que ama y desea reconciliar a todos los hombres consigo: ● «Padre» no designa, por analogía, el misterio creativo que está detrás del universo; 339

A. M. Oriol

● es más bien la autorrealización de Dios: — los hombres llegan a ser hijos de Dios sólo porque Dios es originariamente Padre; — «Padre» revela con extrema profundidad: • quién es Dios; • la vocación filial de los hombres. B) PROFUNDIZACIÓN DEL NOMBRE DE DIOS (Capítulos II-V) Capítulo II: DIOS, EL PADRE 5.

Dios es un misterio de amor trinitario (Introducción)

a) Conocemos el misterio del amor trinitario de Dios, fuente y fin de todos los otros misterios, a través de la obra salvadora de Jesucristo. b) El misterio de la Encarnación ha comprometido a la Trinidad entera: ● Anunciación: El Padre envía a Gabriel a anunciar a María el nacimiento de su Hijo («el Hijo del Altísimo»), cuya generación humana será obra del Espíritu Santo. ● Vida pública de Jesús: Después del bautismo de Jesús, el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma de paloma y el Padre proclama: «Este es mi hijo amado». ● Resurrección: Jesús proclama: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». 340

Dios, Padre misericordioso

● Peroración: La confesión pública del Padre por parte de Jesús era profesada en el Espíritu Santo. c) Sólo bajo la acción del Espíritu los creyentes pueden confesar a Jesús como Señor y reconocer en el Hijo el rostro de su Padre misericordioso. d) La obra de Jesús continúa en la Iglesia. Las primeras comunidades cristianas estaban llenas de vida trinitaria: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (cf. 2 Cor 13, 13).

6.

Dios Padre ha planificado y realizado la Creación en Cristo (Dios Padre en la Creación)

a) Dios Padre nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo. Su plan fue: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra (cf. Ef. 1,3-10). b) El Padre, al formular su plan de salvación, no estuvo solo jamás. El Hijo tiene desde siempre gloria cerca del Padre: la tiene antes que el mundo existiese (cf. Jn. 17,5). La Palabra estaba junto a Dios y era Dios; por su medio se hizo todo (cf. Jn. 1,1-3). No hay más que un Dios y Padre de quien todo procede y un solo Señor Jesucristo, por quien todas las cosas existen (cf. 1Cor. 8,6). c) Todo debe ser reconducido al Padre a través del Hijo: cuando todo esté sometido al Hijo, Éste se someterá a quien le sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1Cor. 15, 22-28). 341

A. M. Oriol

d) Por medio de Cristo fueron creadas todas las cosas; todo fue creado por Él y para Él. Él es el primero en todo (cf. Col. 1, 25-20). 7.

A la luz del concepto de «auctoritas» San Hilario explica simultáneamente la superioridad del Padre y la igualdad con Él del Hijo (La autoridad del Padre)

a) Padre e Hijo son Dios, pero no son personas idénticas. Hay verdadera distinción [NB. El texto dice «diversidad»] en el interior de la Divinidad, una distinción personal. b) Explicitación de San Hilario en su explicación de la fórmula: «El Padre es mayor que yo» (Jn. 14, 28); ● El Hijo ha venido a ser menor que el Padre en la medida en que se ha vaciado de la forma divina (el texto dice: «en la medida en que su naturaleza divina se ha vaciado de la forma divina»), asumiendo la forma de esclavo y haciéndose obediente hasta la muerte; ● por esta obediencia, el Padre restableció al Hijo en la igualdad de forma; ● el Padre es mayor por su «autoridad», al dar el nombre divino al Hijo y glorificarlo: — el Dador es mayor, pero Aquel al cual se concede ser una cosa con Él no es menor; — lo cumplido y revelado en la economía de la salvación se aplica también a la relación eterna del Padre y del Hijo; 342

Dios, Padre misericordioso

— evidentemente es mayor quien da todo lo que es Él mismo; el Padre es mayor: ved en esto el reconocimiento de la autoridad del Padre. c)

Comentario «ad hoc» de nuestro texto: ● La palabra «auctoritas» suscita hoy resistencia en muchos: — La Ilustración rechazó todas las fuentes de autoridad fuera del propio «yo»; — ahora bien, el individualismo extremo originó la alienación y provocó el otro extremo: el colectivismo totalitario; — en éste, el individuo encuentra su significado sólo en el grupo, cuya unidad es mantenida por la «autoridad» de una ideología o de un jefe carismático; — ello ha llevado a rechazar el «autoritarismo» en cualquiera de sus formas; — vivimos en una edad que ha atacado la noción misma de paternidad y hace alarde de su propia rebelión contra la autoridad. ● Pero Hilario entendía la «auctoritas» como la calidad del «progenitor», del «padre», del «antepasado» que dona la existencia a otro y acrecienta su bienestar y prosperidad: como algo, pues, muy positivo. La autoridad del Padre sobre el Hijo era [es] la autoridad del amor, que comunica la propia naturaleza y ser al Hijo ● Esta concepción de San Hilario puede ayudar a comprender mejor el misterio central del amor cristiano: — Si la medida cristiana es «generosa, colmada, remecida y rebosante» (Lc. 6,38), ¿no encuentra su modelo y su norma en Dios?; 343

A. M. Oriol

— la vida interior de Dios es un intercambio infinito, una autodonación continua entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo; el don puede ser, y es, sin reserva, como el intercambio; — en Dios no hay distinción real entre «ser» y «tener». El Padre «da todo cuanto es Él mismo»; — el Concilio de Florencia afirma: en Dios «todas las cosas son una cosa sola, donde no se opone la relación» (Dz 1330): • el Padre se dona tan enteramente que sólo su ser de Padre no es dado (si abandonara su paternidad no habría Hijo); • este misterio se refleja en el don de los padres a sus hijos: dándoles cuanto tienen, se dan a Sí mismos; la madre da al hijo vida y cuerpo. Incluso, si cabe, su propia vida (cf. Beretta Molla). 8.

A la luz de la misma teología hilariana puede explicarse el «autovaciamiento» plenificador del Hijo respecto al Padre en la eternidad y en el tiempo (El autovaciamiento de Dios)

a) Ya en la Trinidad eterna el Hijo da la propia vida, entera y libremente, al Padre y, en el darse a sí mismo, retoma de nuevo la propia vida. Lo ilustra el texto de Jn. 10, 17-18: «Yo doy mi vida para tomarla de nuevo». b) El misterio de la Trinidad vuelve comprensible también el misterio de la muerte en cruz de Jesús (cf. el himno de la carta a los filipenses: 2, 5-11). El autovaciamiento de la cruz revela la Divinidad de Jesús: 344

Dios, Padre misericordioso

● Ya en la Trinidad eterna Jesús se ha vaciado a Sí mismo; se ha perdido a Sí mismo en el Padre para poderse reencontrar y ser plenamente Él mismo; Jesús revela así, en la Historia, quién es Dios: Amor que se dona; ● ello explica por qué Jesús dice: «Venid a Mí…. cargad con mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso» (cf. Mt. 11, 28-30): — Nunca antes la humildad había sido considerada virtud; — es porque Dios es humilde que Pablo exhorta a los cristianos a ser humildes; — Hilario recalca: «Él Hijo no es autor del propio ser». Todo le es dado. No tiene necesidad de reclamarlo como propio. Debe sólo aceptar todo del Padre con gratitud. Esta humildad es la razón misma de su exaltación. c) La Virgen María muestra, a su vez, la verdad subyacente en la humildad cristiana: ● Porque Dios ha mirado su humildad de esclava, se alegra en Dios; ● porque sabía que no había merecido el favor de Dios y que no tenía derecho a su misericordia, debía alegrarse y ser exaltada. El amor debe ser siempre un don libre. d) El Espíritu Santo tiene «falta de rostro», desea ser anónimo porque no se cuida de Sí, sino sólo de unir al Padre y al Hijo: 345

A. M. Oriol

● En cierto sentido, en Él la Divinidad muestra su perfección más radiante: alcanza el puro autovaciamiento en el «anonimato»; ● y, sin embargo [precisamente por esto], es el Espíritu de Amor el que más caracteriza a la entera Trinidad como Amor; ● perdiéndose a Sí mismo en el Padre y en el Hijo se encuentra a Sí mismo en ellos, totalmente complacido de estar donde está y más Él mismo, más gozoso, cuanto el Padre y el Hijo se glorifican el uno al otro en Él. Capítulo III: JESÚS REVELA AL PADRE 9.

El fin de la Creación evidencia nuestra llamada a ser hijos en el Hijo (El hombre, creado a imagen de Dios)

a)

Ver el texto de Gn. 1, 26-2, 3

b)

Comentario al texto: ● El día séptimo (descanso de Dios) subraya el señorío divino sobre la Creación; ● el día sexto indica la cumbre de la obra creadora de Dios: el hombre creado «a imagen y semejanza de Dios»: — ¿En qué consiste este reflejo o imagen?; la respuesta se halla en el plural: «varón y mujer»; la presencia de los dos expresa la plenitud de la raza humana; — esta noción de «imagen de Dios» ha tenido interpretaciones diversas en la historia de la Iglesia:

346

Dios, Padre misericordioso

• Bíblico-cristológica: - Paulina: los cristianos han de dar a conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo (cf. 2 Cor. 4, 5-6) y, revestidos de Él, del Hombre Nuevo, han de renovarse, por un pleno conocimiento, a imagen de Su Creador (cf. Col. 1, 15; 3, 10) - juánica: Logos del Padre, Jesús le refleja claramente: quien le ha visto a Él, ha visto al Padre (Jn. 14, 92) • Patrístico-trinitaria: - El hombre es una mezcla de alma y carne modelada a imagen de Dios y plasmada por sus manos, que son el Hijo y el Espíritu (San Ireneo); - es toda la Trinidad el sujeto del plural bíblico («Hagamos...»): Novaciano, Tertuliano, San Atanasio. 10.

El Antiguo Testamento reconoce a Dios como Padre de Israel (Dios, Padre de Israel)

a) En el Antiguo Testamento la paternidad de Dios no se extiende nunca a todos los hombres. b) Se extiende a Israel porque Dios lo ha elegido entre todas las naciones como su propiedad: «Israel es mi hijo» (Ex. 4, 22); «¿No es tu padre?» (Dt. 32, 6); «De Egipto llamé a mi hijo» (Os. 11, 1); «Yo soy un padre para Israel» (Jer. 31, 9); «Tú eres nuestro padre» (Is. 64, 7). c) Otras veces todos los israelitas son considerados «hijos del Dios viviente» (Os. 1, 9; 14, 1; Is. 1, 2; 30, 1-9). 347

A. M. Oriol

d)

También el rey era llamado hijo de Dios: ● Dios mantendrá un linaje salido de las entrañas de David; «Seré para él un padre y él será para mi un hijo» (cf. 2 Sam. 7, 11-16). ● El Salmo 2, 7 canta la entronización del rey: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy»; confiado en la elección divina, el rey invoca a Yahvé: «Tú eres mi padre» (cf. Sl. 89, 27-28.

e) Asimismo algunos grupos o individuos del pueblo de Israel podían ser llamados hijos de Dios: los justos (Sl. 73, 15); los sacerdotes (Mal. 1, 6; 2, 10); el justo (cf. Sab. 2, 12-18). f) En todos los casos tal filiación no se da por naturaleza, sino por elección. 11.

El nuevo Testamento contradice la tesis iluminista sobre la condición universal de filiación divina de los hombres y explica de modo radicalmente nuevo la paternidad de Dios (El testimonio del Nuevo Testamento)

a) El N.T. reconoce un solo Hijo de Dios por naturaleza: Jesucristo, «unigénito del Padre» (cf. Jn. 1, 18). b) Reserva la gracia y la verdad del Hijo a los creyentes, que llegan a ser hijos de Dios si creen en su nombre (cf. 1, 12; los cristianos reciben «la adopción de hijos» a través de Cristo y de su Espíritu [cf. Rm. 8, 15-23; Ga. 4, 5; Ef.1, 5]). c) Jesús introduce en el mundo judaico de su tiempo una comprensión de Dios radicalmente nueva: 348

Dios, Padre misericordioso

● Osa llamar a Dios: «Abbá»: — Así lo invoca en el momento de mayor dificultad, en Getsemaní: «¡Abbá, Padre, todo te es posible, aleja de mi este cáliz!» (Mc. 14, 36); esta palabra es aramea: • Es muy probable que Jesús y sus discípulos se expresaran corrientemente en arameo; • algunas palabras arameas son simplemente transcritas al griego, por su importancia teológica o litúrgica, p.e., «Kefas», que significa roca y deviene nombre propio de Simón; «Marana tha»: «Ven, señor Jesús» (1Cor. 16, 22; Ap. 22, 20). — Pablo extiende esta referencia a los creyentes de Roma (8, 15; cf. Ga. 4, 6): «Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos por el que clamáis: «¡Abbá, Padre!»: • Abbá se traduce mejor por «papá» (de niño a padre; también de hijo mayor a padre en sentido de intimidad y respeto); • en la diáspora, los hebreos usaron en algunas oraciones el nombre de «padre» dirigido a Jahvé, pero nadie osaba dirigirse a Él como «Abbá»; • se da un solo caso en el cual un hebreo palestino habla de Dios llamándole «abbá» (en un manuscrito de Qumrán), pero no se trata de una invocación. ● Jesús tenía una relación única con Aquel a Quien llamaba «papá» y, puesto que el amor se difunde, no retenía para sí esta relación. Así enseñó a sus discípulos el «Padrenuestro», único caso en que esa expresión es usada por el mismo Jesús: 349

A. M. Oriol

— En los otros casos distingue: «Padre mío» y «Padre vuestro» (cf. Jn. 20, 17) — en el momento en que les enseñaba a orar: «Padre nuestro», hacia de mediador en la relación de ellos con Dios; — los que no creían no eran introducidos en esta intimidad con Dios; — como comprendió San Pablo, es necesario haber recibido el Espíritu de Jesús para poder gritar: «¡Abbá, Padre!» 12.

Desde un no al triunfalismo, a la superioridad y a la vanagloria, hay que explicar con categorías de humildad y de confiado esfuerzo la condición filial de los cristianos (Consecuencias de ser hijos de Dios)

a)

Jesús ha venido a llamar a los pecadores (cf. Mc. 2, 17).

b) Sus discípulos ● deben amar a los enemigos: así serán hijos de su Padre que está en el cielo, serán perfectos como Él (cf. Mt. 5, 43-48) ● deben extender a otros la relación filial de la que han sido hechos partícipes: deben bautizar «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (cf. Mt. 28, 19). c) La condición filial de los cristianos está orientada hacia el futuro: el espíritu de hijos adoptivos que han recibido, que les hace gritar «Abbá, Padre!», testimonia, junto con el Espíritu Santo, que en tanto que hijos son herederos 350

Dios, Padre misericordioso

de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufren con Él para ser glorificados con Él (cf. Rm. 8, 15-17): ● no tienen garantizada la salvación incondicional; su fidelidad debe superar todavía la prueba; ● la Creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; espera verse liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios; gime con dolores de parto (cf. Rm. 8, 18-23); ● también los cristianos, que poseen las primicias del Espíritu, gimen en su interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de su cuerpo (ib.); ● la vida cristiana tiene todavía espacio para el crecimiento en la gracia; la Iglesia es invitada a crecer hasta «el estado del hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (cf. Ef. 1, 22); ● Pablo engendra en la fe a los creyentes de Galacia hasta que Cristo esté formado en ellos (cf. Ga. 4, 13). d) Entre la teología de la imagen de Dios y la de la filiación de Dios existen un cierto paralelismo y una clara diferencia: ● Un cierto paralelismo: El don presente proporciona el fundamento para el «completamiento» futuro. ● Una clara diferencia: La imagen de Dios viene de la Creación; la filiación divina implica, desde el comienzo, una relación con Cristo de fe y amor. En el tiempo ha sucedido algo nuevo que no estaba presente en la Creación y ese algo es decisivo para el destino del hombre. 351

A. M. Oriol

Capítulo IV: DIOS, PADRE DE MISERICORDIA 13.

El Antiguo Testamento nos enseña con múltiples formulaciones y expresivas imágenes que Dios es Padre de misericordia (La revelación del nombre de Dios, misericordia infinita)

a)

Es propio de Dios usar misericordia: ● Lo afirma Santo Tomás (cf. STh II, II, 30, 4c): «Es propio de Dios usar misericordia; y en esto especialmente se manifiesta su omnipotencia». Lo reitera la colecta del Domingo XXXVI del tiempo ordinario: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia (…)»; ● en Ex 34,6-7 leemos: «Yahvé, Yahvé, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado».

b)

«Paciente y misericordioso es el Señor»: ● Los sinónimos de misericordia en todas las lenguas son muchos: compasión, piedad, clemencia, caridad, perdón, indulgencia, benevolencia, benignidad, mansedumbre; ● el Antiguo Testamento expresa la misericordia — con palabras como «hesed» (fidelidad), «rahamin» (amor: plural de «rehem», seno materno); — con símbolos, imágenes y actitudes (hacia todas las criaturas y particularmente hacia su pueblo); véanse las siguientes expresiones de los salmos;

352

Dios, Padre misericordioso

• 145, 8-9; 86, 15-17; 103, 8: «clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad» (con ligeras variantes); • 103, 11-13: «como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles»; • 103, 3-4: «perdona todas tus culpas (...); te colma de gracia y de ternura»; • 145, 14: «sostiene a los que van a caer»; • 146, 7-9: «libera (...); abre los ojos (...); endereza (...) guarda (...) sustenta (...)»; • 147, 3-6: «sana (...); venda (...); sostiene (...)»; • 34, 19: «está cerca de los atribulados, salva a los abatidos»; • 23, 1-6: «es mi pastor, nada me falta (...); tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida». c) «El ojo del Señor vigila a quien lo teme» (sigue el tema de los símbolos, imágenes y actitudes): ● 33, 18-19: «los ojos del Señor están puestos (...) en los que esperan su misericordia» (cf. Ez. 20, 17: «Sin embargo, mi ojo tuvo piedad de ellos (...)»; ● 25, 15-16: «Él saca mis pies de la red (...); ten piedad de mí, que estoy solo y afligido»; ● 141, 8: «en ti me refugio, no me dejes indefenso»; ● 86, 12-13: «me salvaste del abismo profundo»; ● 118, 1-4.29: «es eterna su misericordia»; ● 136, 1-26: «dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia»; 353

A. M. Oriol

● 32, 7: «tú eres mi refugio: me libras del peligro»; ● 27, 10: «si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá». d)

«Como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo»: ● 131, 2: «acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre»; ● ver Is. 49, 15: «aunque una madre se olvide, yo no te olvidaré»; ● Is. 66, 13: «como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo»; ● Os. 11, 1-8 (imagen del padre): «de Egipto llamé a mi hijo (...); yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos (...); fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas (...); el corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen»; ● Is. 46, 3: Yahvé cargó con los que quedaron del linaje de Israel «desde el seno materno», los llevó «desde el vientre de su madre»; ● Is. 44, 2: El Señor formó a Israel «en el seno materno» y le ayuda; ● Is. 22, 24: El Señor rescató y formó a Israel en el seno materno; ● de ahí que, en reciprocidad, el Sl. 71, 66 afirme: «en el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno materno tú me sostenías»; 138, 13: «me has tejido en el seno materno»; 22, 10: «tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre»;

354

Dios, Padre misericordioso

● en la Biblia se aplican a Dios los términos «rahamim» (entrañas, misericordia) y «rahum» (misericordioso), emparentados con «rehem» (seno materno); ● se añaden las imágenes que provienen de la naturaleza. Dios: — es llamado «sol» (Sl. 84, 11); «roca» (Dt. 32, 15); «fuego» (Dt. 4, 24) — es comparado con las «alas de las águilas» (Dt. 32, 11-12); con «la sombra de las alas» (Sl. 57, 2); — con escasa frecuencia: «padre del pueblo» (Ex 4, 22-23; Dt. 1, 31; 14, 1 etc.); «esposo» fiel y amoroso (p.e., Is. 62, 4-5; Os 2,18 etc.) NB. La escasez del término «padre», sobre todo en los primeros libros de la Biblia, se debe a una concepción monoteísta que no admite lazos de sangre entre la Divinidad y su pueblo, como en la cultura cananea. 14.

El nuevo Testamento concentra la manifestación de la misericordia de Dios en la persona y obra de Jesucristo (Jesús, encarnación y revelación de la misericordia del Padre)

a) Cf. He. 1, 1-2: Dios habló —en distintas ocasiones y de múltiples maneras— por los profetas; ahora, en la etapa final, por el Hijo. b) J. P. II: «Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina» (...) Él mismo es, en cierto sentido, «la misericordia» (DM, 2). 355

A. M. Oriol

c) Jesucristo es el rostro misericordioso del Padre, «rico en misericordia» (cf. Ef. 2, 4); su acontecimiento es la narración mas cumplida de la misericordia de Dios Trinidad: ● Se vuelca en innumerables necesitados; ● apela a las obras de misericordia para responder a los discípulos de Juan Bautista; ● sus parábolas de la misericordia son muy vivas; ● repite dos veces la incisiva afirmación de Oseas 6, 6: «Misericordia quiero y no sacrificio» (cf. Mt. 9, 13; 12, 7); ● su misterio pascual es la cúspide de la revelación de la misericordia divina: «el Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente (...)» (DM 8). d) 1 Jn. 4, 8.16 define a Dios con una sola palabra: «ágape» (amor, caridad); de ahí la lógica cristiana: ● Dadora: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso» (Lc. 6, 36); «gracias al consuelo que recibimos, podemos consolar a los que se encuentran atribulados» (cf. 2 Cor.1, 3-4); ● receptora: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt. 5, 7). 15.

a) 356

El evangelio de Lucas nos presenta en una página memorable (15, 11-32) la bondad de Dios (La parábola de la misericordia) Dos afirmaciones previas de carácter contextualizador:

Dios, Padre misericordioso

● El evangelio de Juan es sobre todo el evangelio de la revelación del nombre de Dios como Padre; ● el Nuevo Testamento nos presenta a Dios como Padre de Jesucristo (203 veces) y de los creyentes (53 veces). b) El citado texto de San Lucas constituye un drama en dos actos: ● El primero habla de la miseria del hombre, el segundo proclama la misericordia gratuita e infinita de Dios; ● el personaje clave es el padre, que espera contra toda esperanza al hijo perdido; ● es la historia no de uno sino de dos hermanos pródigos; ● el cristianismo de los primeros siglos cumplió con una intensa obra de inculturación de la fe, al purificar corrientes significativas del pensamiento greco-latino de concepciones profundamente anticristianas que tendían a considerar la misericordia, la piedad y la compasión como sentimentalismos inútiles. 16.

Es de desear la configuración de una teología de la misericordia (Dios tiene ojos de misericordia)

Hoy no se da una teología de la misericordia, aunque no falten teólogos que han profundizado este tema. Garrigou Lagrange afirma que «la misericordia divina es como la raíz, el principio de todas las obras de Dios; ella las compenetra con su fuerza y las domina». 357

A. M. Oriol

Capítulo V: EL OFRECIMIENTO DEL PERDÓN 17.

El misterio pascual constituye el fundamento inquebrantable de la fe cristiana (Introducción)

a) El misterio pascual contiene una inteligibilidad humana, una comprensión por parte de los discípulos, llamados a aceptar en libertad a Jesús resucitado y a predicar su muerte y resurrección para la fe de los otros. b) La Escritura testifica el primado de la Resurrección. Cristo resucitado se apareció a unos hombres de esperanzas desilusionadas, a atemorizados sin fe, a traidores sin amor, llamándolos a la fe. 18.

La llamada evangélica al arrepentimiento tiene como telón de fondo el drama del pecado y pone de relieve la absoluta necesidad de la intervención de Dios (La llamada evangélica al arrepentimiento)

1) La llamada evangélica al arrepentimiento Mc. 1, 15 resume el mensaje de Jesús: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed la buena nueva». a) «Convertíos»: Cambiad de vida, haced «obras dignas de la conversión» (cf. Lc 3, 8). b) «Creed en la buena nueva»: El citado cambio está ligado a la fe, cuyo objeto está constituido por Jesús y por sus palabras (cf. Jn. 14, 1: «creéis en Dios, creed también en Mí»). 358

Dios, Padre misericordioso

2) El drama del pecado a)

La justicia de Dios: ● La situación creada por el pecado original le parece algo muy injusto al hombre moderno; ● no obstante, el rechazo de Dios no resuelve los problemas; ● sin Dios retribuidor, la justicia vendría a ser una simple palabra sin contenido; sin Él no hay esperanza de justicia para un mundo empapado de injusticia y de falta de amor: — Esquilo describe la condición del hombre como una cadena inextinguible de pecados, castigos y represalias, hasta que interviene la diosa Atenea, que logra establecer una especie de paz; — pero la corte meramente humana del Areópago no fue capaz de cumplir con esta tarea divina.

b)

La intervención de Dios: ● No hay norma de justicia aparte o por encima de Dios, justo por naturaleza y cuya justicia es justificante: ama a los pecadores y los justifica gratuitamente; ● a pesar de que el hombre había desechado el amor, Dios no ha rechazado jamás al hombre: — Ireneo lo subraya a la luz de los detalles bíblicos de las vestiduras de piel de animales, del alejamiento del árbol de la vida, de la promesa de quebrar la cabeza a la serpiente; 359

A. M. Oriol

— San Pablo enseña que al que no había pecado (Jesucristo) Dios le hizo expiar nuestros pecados (cf. 2 Cor 5, 21); «Cristo nos rescató de la maldición de la ley haciéndose por nosotros un maldito» (Ga. 3, 13); «Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros (…); ¡con cuanta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!» (cf. Rm. 5, 6-9). C)

DATOS PARA LA CELEBRACIÓN JUBILAR (Capítulos VI-VIII)

Capítulo VI: SALVACIÓN, RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA 19.

Siguiendo las directrices de Juan Pablo II, el primer dato para la celebración jubilar que nuestro texto pone de relieve es el sacramento de la penitencia

INTRODUCCIÓN a) Cristo, Palabra de Dios, ha pronunciado una palabra de amor comprensible para todos, palabra que crea lo que anuncia. b) El hombre debe responder: el amor genera amor o es ocasión de rechazo; el anuncio del Reino de Dios es para el hombre una invitación y un desafío. c) Aceptar a Jesús quiere decir compartir su vida y seguirlo hasta la cruz, amarlo hasta la muerte. 360

Dios, Padre misericordioso

1) El sacramento de la penitencia (este título no responde específicamente al contenido) a) Por desgracia los creyentes pecan después del bautismo; Jesús puso en evidencia una conducta pecaminosa entre los «hermanos» y ordenó la reconciliación. b) La comunidad de la Iglesia está interesada en el proceso de reconciliación: «repréndelo a solas (...); llama a otro o a otros dos (...); díselo a la comunidad» (cf. Mt. 18, 15-18). c) Las cartas apostólicas están llenas de exhortaciones para evitar el pecado, practicar la virtud y conservar la fe contra los falsos maestros (ver los textos aducidos en págs. 93-94 y que concretan deficiencias de las Iglesias, de sus jefes, de sus miembros, de maestros heréticos, de acepción de personas, de alejamiento de la fe, etc.). 2) La Iglesia vence al pecado con la penitencia a) La salvación no es una cuestión privada entre el cristiano, miembro del cuerpo de Cristo, y Dios; «cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan» (1Co. 12, 26). b) La Iglesia entera está afectada por el pecado posbautismal y por el arrepentimiento de sus miembros. c)

La penitencia es un acto de la Iglesia: ● Herida por el pecador, debe ser por éste reparada; ● Jesús ha dado a la Iglesia el poder de las llaves; 361

A. M. Oriol

● la Iglesia está íntimamente implicada en la conversión de los cristianos bautizados y pecadores. d) Mediadora de la paz de Cristo, celebra el sacramento de la penitencia; a través de su ministerio, los creyentes encuentran el perdón y el amor misericordioso de Cristo: ● Impone penitencias que deben cumplirse después del pecado (oraciones y buenas obras que «darán satisfacción» por el mal cometido y se reflejarán en el bien de la Iglesia entera); ● el sacramento de la penitencia ha asumido varias formas en el curso de la Historia: — En los siglos recientes se ha puesto la atención en la confesión privada; — a partir del Concilio Vaticano II se han introducido variaciones litúrgicas para acentuar más claramente los aspectos comunitarios del sacramento; — las celebraciones litúrgicas comunitarias no exoneran de la obligación de la confesión individual; si ésta se omite, el reconocimiento necesario de la responsabilidad por los pecados personales está gravemente debilitado: • Todo católico que ha cometido pecado grave debe confesarse, al menos, dentro del año; • el pecado mortal priva de la gracia; en caso de muerte, entrega al pecador a la condenación; impide que el creyente reciba a Cristo en la Eucaristía y participe plenamente en la vida de la Iglesia. 362

Dios, Padre misericordioso

3) Pecado y sentido de culpa a) El sentido de pecado no debe ser confundido con un sentido morboso de culpa: ● Acepta la salvación de Cristo; ● se traduce en gratitud y gozo por el perdón, en un amor más profundo a Dios salvador y en humildad. b) En el año 1999, dedicado a la reflexión sobre el Padre, surge con más fuerza la importancia de una catequesis sobre el sentido del pecado y de la misericordia de Dios: J. Pablo II subraya la liberación del pecado y la elección del bien; el descubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la penitencia (TMA 50). Capítulo VII: MARÍA, SIGNO DE LA MISERICORDIA DE DIOS TRINIDAD 20.

El segundo dato para la celebración jubilar puesto de relieve por el Papa es María, como signo de la misericordia de Dios

INTRODUCCIÓN a) La misericordia envuelve totalmente la vida de María; si comprendemos que ella es la mejor obra de esta misericordia, tendremos, de alguna forma, la llave para penetrar en todas las misericordias del Padre y para vivirlas (M. D. Philippe). b) El «Fiat» y el «Magnificat» son la respuesta de María a la misericordia del Padre. Y en el «Magnificat» canta: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación»: 363

A. M. Oriol

● Lutero pone en sus labios: «Dios, mi salvador, me ha mirado por pura gracia suya, a mí, la despreciada»; ● Binet, mariólogo del siglo XVII, esto otro: «Cuanto más me colma de gracias, más me adentro en mi nada»; «se me llamará bienaventurada porque he recibido de la caridad infinita de mi Dios un mundo de misericordias»; ● María, con el «Magnificat», llega a ser signo de la misericordia del Padre hacia todos los hombres: es profetisa de la misericordia del Padre y su icono; en el Calvario llega a ser Madre de la Iglesia, dilatando sus entrañas de misericordia hacia todos sus hijos. 1) María, madre misericordiosa A partir del dato escriturístico, la Iglesia se ha acogido confiadamente a la protección misericordiosa de María. a) Oriente: ● Siglo III: «Sub tuum praesidium»; ● Santiago de Saroug (muerto el año 521): el primero que atribuye a María el título de «Mater misericordiae»; ● Romano el Melode (siglo VI): «al misericordioso conviene una madre misericordiosa» (himno); ● Máximo el Confesor (muerto el año 662): Vida de María: «La Madre de la misericordia, la madre del Misericordioso»; ● Andrés de Creta (muerto el año 740): «Con ojo misericordioso mira mi alma pecadora»; 364

Dios, Padre misericordioso

● José Estudita (muerto el año 832): «como madre misericordiosa de Dios, cura las almas y los cuerpos»; ● Focio (muerto c. 897): «Posesora de entrañas misericordiosas (...) muéstramelas, oh inmaculada, en mi favor» ● Juan Kyriotis (muerto a finales s. X): «la madre del Misericordioso no puede ser sin misericordia». «De este modo (...) Aquél que ama inmensamente a los hombres llega a ser todavía más misericordioso». b)

Occidente: ● Pablo Diácono Varnefrido (muerto c. 799): «Ella es para nosotros toda misericordia»; ● Odón de Cluny (muerto el año 942/3): «La madre de misericordia» (aparición de María); ● Oficio parvo (s. XI): «Santa María, misericordiosísima entre las criaturas misericordiosas»; ● San Bernardo (muerto el año 1153): recurrir a María, madre y abogada misericordiosa: «abre a todos el seno de su misericordia»; ● San Alfonso (muerto el año 1787): «será mísero por siempre en la otra vida quien (...) no recurre a mí que soy tan piadosa con todos y mucho deseo ayudar a los pecadores»; María es «toda ojos para socorrernos».

2) María, pacto de misericordia (Kidana Meherat, Iglesia etíope) La fiesta de Kidana Meherat se celebra el 16 de febrero y se conmemora el 16 de cada mes. María, transportada para 365

A. M. Oriol

contemplar el infierno donde eran castigados los pecadores: ella se apenó por la suerte de estos últimos y oraba incesantemente por ellos. Jesús se le apareció: «¿Qué haré por ti, madre mía?» María responde: «(...) Yo te ruego y te suplico, Señor, por todos aquéllos que creen en mí: sálvalos, Señor, del sheol (...)». Responde Jesús: «(...) Yo cumpliré por ti cada uno de tus deseos. ¿No me he hecho hombre para esto? Yo te juro por mi cabeza que este pacto mío no será jamás desmentido». NB. Esta redacción no se substrae a una cierta ambigüedad sobre los destinatarios de la intercesión de María: Los ya condenados —los pecadores. 3) La celebración artística La misericordia de María también se celebra en el arte, oriental y occidental. a) Arte oriental. El texto recuerda los siguientes iconos: ● «Pokrov» (velo, manto, protección): Indica la protección maternal de María sobre las ciudades de sus hijos: — El escritor Trubeckoj, en relación con un icono de este tipo de la escuela de Novgorod del siglo XV, describe el manto de la Virgen en el que, pintados, un número grande de santos convergen hacia ella con sus miradas; — en la fiesta litúrgica del primer día de octubre se pide a María que cubra a sus hijos con su admirable manto, protegiendo al pueblo de todo mal y enviándoles su copiosa misericordia. ● «Eleoúsa»: representa a María como madre de la misericordia y de la ternura. Este icono es una variante de la 366

Dios, Padre misericordioso

«Brefokratoúsa» (la Virgen que sostiene al Niño) y deja transparentar en el rostro de María sentimientos de ternura maternal. En la variante «Glykofiloúsa» el Niño apoya su mejilla en la de la Madre y parece darle un beso. ● «Vladimirskaia» (Virgen de Vladimir): versión de la «Glykofiloúsa». En este icono la Virgen, con la cabeza inclinada y protegiendo al Niño, tiende los ojos hacia delante y con la mano izquierda indica a los fieles a su Hijo divino. Es, tal vez, el icono mariano más bello y querido por los rusos. En el oficio de la fiesta del 26 de agosto se pide a María «que salve, como el Misericordioso, nuestras almas». b) Arte occidental. También en él son notables los lienzos de la Virgen de la Misericordia: la Piedad, el Corazón Inmaculado de María. Juan Pablo II, en TMA 54, afirma que la maternidad de María se sentirá en 1999 como invitación a todos los hijos de Dios para que vuelvan a la casa del Padre: «Haced lo que Cristo os diga».

Capítulo VIII: LA CARIDAD 21.

El tercer dato que el Papa nos propone para la celebración jubilar de 1999 es la celebración y el ejercicio de la virtud teologal de la caridad

INTRODUCCIÓN a) En TMA 50, Juan Pablo II escribe que, en este año, será oportuno resaltar la virtud teologal de la caridad, que, en 367

A. M. Oriol

su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral del creyente. b) Dios es amor y creó el mundo para que las criaturas libres fuesen introducidas en la comunión del amor trinitario. El pecado intensificó el plan de Dios: Dios quiere volcarse en sus criaturas hasta la cruz. El pecado ha inducido a Dios a manifestar la plena extensión del autovaciamiento. El amor es no sólo éxtasis de gozo, sino también sacrificio doloroso en el cual se experimenta la profundidad del autoabandono y del rechazo (odio de los enemigos, traición de los amigos, desolación ante el Padre). Ante la ruina y el fracaso Jesús no desesperó jamás. El amor del Padre constituía su mismo ser y su identidad personal. El «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» es el inicio del salmo 22 que, en sus labios, se transforma en plegaria de grandísima confianza en Dios. c) Nada se sustrae a la fuerza del amor de Dios, ningún pecador puede considerarse abandonado por Él, después de que el Hijo ha llegado a ser «pecado» por su amor (cf. 2 Cor. 5, 21). d) El autovaciamiento del Hijo de Dios en la cruz fue un reflejo —en el reino del pecado— de lo que sucede en toda la eternidad. La resurrección es la manifestación de la total penetración del amor de Dios en la naturaleza humana de Jesús. e) La Iglesia, que existe antes que nosotros, anuncia y hace presente el amor crucificado y resucitado de Dios para que podamos corresponder aceptándolo y dejando que invada nuestra vida. 1. El primado del amor 368

Dios, Padre misericordioso

a) El amor es la fuerza que da a la Iglesia su vida y su estructura. 1Cor. 13, 12-3 contiene el famoso himno paulino a la caridad. En él resuenan el espíritu de las bienaventuranzas, que describen el espíritu que debe gobernar el Reino de Dios. b) La Iglesia de los discípulos de Jesús es el lugar privilegiado donde el espíritu del Reino de Dios debe gobernar. Es inevitable que surja un conflicto entre la Iglesia y el mundo, que tienen criterios diferentes. 2. Las virtudes teologales a) La vida cristiana está estructurada sobre las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor. b) La fe afirma que el amor es más fuerte que la muerte. Se basa en la resurrección de Jesús. El mensaje cristiano muestra una profunda unidad radicada en el Amor que se ha hecho hombre y que está presente en la Iglesia bajo las especies de pan y de vino. c) La esperanza confía en la victoria final del amor, en cada uno y en la historia. El Amor confesado por la fe debe transformar al mundo y a los hombres que lo habitan. Sólo la humildad de Dios ante la libertad y su paciencia ante el pecado del hombre han retardado la universalización de la victoria de la mañana de Pascua. Al final del tiempo la victoria del amor está garantizada y será manifestada en toda su potencia. 369

A. M. Oriol

d) La fe es vacía y la esperanza es vana si el creyente no tiene experiencia de la caridad en la Iglesia de Cristo. Solamente si la caridad es experimentada en el presente, en la Iglesia, la fe encuentra ojos para ver e interpretar correctamente el pasado y coraje para sostener la lucha de la esperanza contra las apariencias de este mundo. 3. El misterio del amor a) El amor es el misterio mayor del mundo, no obstante su aparente conocimiento universal (experimentado por su presencia o anunciado por su ausencia). b) El don del amor se sustrae al control de la persona amada. Es siempre más de lo que los hombres aguardan o esperan. En su sentido pleno implica una participación en la misma vida de Dios, una infinidad de autodonación al amado. c) Al final los justificados serán asidos sin reserva por el misterio del amor sin límites y les será dada la fuerza de responder a su vez sin reservas, vaciándose totalmente de sí mismos para encontrarse plenamente en Dios. 4. Tentaciones contra el amor a) La muerte amenaza todo lo que somos, tenemos y consideramos querido. b) Es difícil demostrar empíricamente que el amor oblativo es el motivo primero del actuar humano; más todavía cuando los sociólogos tienden a reducir la motivación hu370

Dios, Padre misericordioso

mana al mínimo común denominador y buscan las razones del comportamiento en el placer, la posesión, el poder. c) Con tanto sufrimiento en el mundo, ¿cómo pueden los hombres estar seguros de que el amor es el significado de la existencia y de que un Dios amoroso se cuida de ellos? 5. El significado cristiano del sufrimiento a) El límite, la finitud, proporciona seguramente la posibilidad del sufrimiento: el cuerpo puede tropezar, la libertad puede ser mal usada (por otros o contra otros). Impedir todas la posibilidades del sufrimiento querría decir abolir la finitud y convertir al hombre en Dios. Sin embargo, la posibilidad del sufrimiento no es un mal en sí misma. b) El horror del sufrimiento gratuito y sin sentido ha entrado en el mundo sólo con el pecado, que ha hecho del mundo, en la mejor de las hipótesis, un signo ambiguo del amor de Dios. c) El cristiano sabe que ● cada uno debe sufrir por los demás; ● la concupiscencia puede imprimir en los deseos una orientación equivocada; ● el sufrimiento invita positivamente a unirse con Cristo y a contribuir a la salvación del mundo. Si Jesús ha sufrido por el cristiano, ¿no debe el cristiano desear compartir los sufrimientos de Jesús?; ● si persiguieron a Jesús, le perseguirán también a él (cf. Jn. 15, 20); el precio de la gloria con Cristo es el sufri371

A. M. Oriol

miento con Cristo (cf. Rm. 8, 17); la comunión eucarística incluye una participación en los sufrimientos de Cristo (cf. Fl. 3, 10); ha de completar en su carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia (cf. Col. 1, 24): la muerte redentora de Cristo posibilita a los creyentes participar en ella; los sufrimientos de Cristo ponen su fundamento al significado del sufrimiento humano; el creyente, unido a Cristo, sufre por los otros: por los pecadores y por los justificados; ● lo que a primera vista parece más contrario a la voluntad de Dios —el sufrimiento— es asumido en el plan de Dios y hecho capaz de alabarlo; ● el sufrimiento es cambiado en el oro de la gracia y de la gloria, y el orden natural, a través de la gracia, alcanza en mayor medida el destino de unión con Dios que estaba originariamente preparado. 6. El amor a Dios y el amor al prójimo a) 1 Jn. 4, 7-12 nos invita a amarnos los unos a los otros porque el amor proviene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Si Dios nos amó enviándonos a su Hijo como propiciación por nuestros pecados, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. b) Una relación análoga puede ser aplicada a los no cristianos. San Pablo nos exhorta a que hagamos el bien a todos y, especialmente, a los hermanos en la fe (cf. Ga. 6, 10). 372

Dios, Padre misericordioso

c) El amor de Cristo y el amor del cristiano incluyen un compromiso definitivo y manifiestan una estructura fundamental que puede ser reconocida y es realizada en la Iglesia, el cuerpo de Cristo. D)

LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO

Capítulo IX: LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO 22.

A)

La oración del Padrenuestro manifiesta la originalidad de la fe en Jesús. En ella profesamos la síntesis de todo el Evangelio El Padrenuestro en el contexto del Sermón de la Montaña

El contexto global del Padrenuestro es el Sermón de la Montaña; el específico, unas situaciones concretas que responden a las tres grandes opciones de fondo que vertebran el citado Sermón. Este contexto específico cualifica el Padrenuestro como una oración exquisitamente cristiana que parte del corazón del hombre y tiende a alcanzar, por así decirlo, el corazón de Dios. a) Padre nuestro que estás en el cielo El título de Padre presenta cuatro dimensiones: ● Social: nos dirigimos a Dios sintiéndonos en familia, conscientes de que Él, como Padre, se preocupa de nosotros y lo hace de manera adecuada; ● intersubjetiva: nos sentimos unidos al Padre y amados y comprendidos por Él hasta el fondo; 373

A. M. Oriol

● colectiva: vivimos juntos en virtud de un hilo que nos une atravesando nuestros valores más íntimos y personales; el Padre nos ve unitariamente a todos; ● trascendente: tenemos un Dios que es infinitamente Padre y un Padre que es tal hasta el infinito; subrayamos su realidad inalcanzable; no la reducimos a las categorías de la experiencia, inevitablemente limitada, de la paternidad terrena. b)

Santificado sea tu nombre ● El nombre manifiesta y expresa lo que es la persona; en este sentido le pedimos que Él mismo, precisamente como persona, sea santificado; ● a la luz de Ez. 36,23 («Mostraré la santidad de mi nombre grande [...] y conocerán los gentiles que Yo soy el Señor [...] cuando les haga ver mi santidad al castigaros», le pedimos que el pueblo participe cada vez más de su santidad: que ésta se realice y difunda en la gran familia.

c)

Venga a nosotros tu reino ● Conscientes de que Dios, que se ha revelado como Padre, nos ofrece la riqueza de Cristo, nos abrimos completamente a Él mediante el «sí» de la fe. Se determina así el Reino de Dios en nosotros; ● este Reino comportará una presencia de Cristo cada vez más compenetrada con toda la realidad creada — en los hombres y en las cosas— y, mediante Cristo, una presencia cada vez más cercana por parte de Dios,

374

Dios, Padre misericordioso

hasta que, al fin, Dios sea «todo en todos» (1Cor. 15, 28). Nos insertamos en este desarrollo progresivo. d)

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo ● En sentido objetivo, la voluntad del Padre abarca todo lo que Él ha pensado para el bien del hombre: mandamientos, Palabra revelada, movimiento de la historia, etc.; ● en sentido subjetivo, realizamos su voluntad no con resignación pasiva sino con un compartir cordial: lo que Él propone es lo mejor para nosotros; ● se sigue de ello una realización que, partiendo del nivel del hombre, alcance el nivel propio de Dios y que lleve a toda la tierra la totalidad propia del cielo.

e)

Danos hoy nuestro pan de cada día ● Esta petición se halla en el centro de las siete que componen el Padrenuestro; ● como realidad concreta, el pan que pedimos indica el alimento, base de la vida; ● como símbolo, se extiende al entorno que hace que la vida pueda ser vivida con serenidad y dignidad; ● la doble insistencia en la cotidianidad es significativa de la solicitud de nuestro Padre; sabemos que día a día somos seguidos, amados, guiados, protegidos por nuestro Padre; ● nuestro: el pan que pedimos comporta una reciprocidad horizontal entre nosotros, en cuanto somos hermanos en Cristo. 375

A. M. Oriol

f) Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: ● Somos conscientes de que tenemos deudas a saldar en relación con nuestro Padre Dios: las que provienen de nuestros pecados; ● nuestro Padre considera, por una apropiación de amor, como hecho a Él personalmente el mal que los hombres realizamos en daño propio; ● Dios Padre nos toma en serio y quiere ser tomado en serio por nosotros. Cuando producimos una ruptura en esta intersubjetividad, nos perdona. Y quiere que pidamos este perdón; ● pero los cristianos tenemos a nuestro lado a otros hijos de Dios, que son hermanos nuestros: hemos de aportarles horizontalmente lo que recibimos verticalmente; ● impotentes para pagar nuestras faltas para con Dios, podemos hacerlo mirando a los demás hombres que se encuentran a nuestro nivel. Se trata de una divina exigencia de familia. Perdonando, estamos seguros de ser acogidos por nuestro Padre. g)

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal ● A la luz de la «tentación del desierto» (Sl. 94, 8), la presión de la prueba —la prueba límite— puede finalizar negativamente, dada nuestra debilidad humana, que es una debilidad incoherente; por eso pedimos a Dios Padre que nos evite entrar en las arenas movedizas de aquellas tentaciones cuyo resultado sería negativo;

376

Dios, Padre misericordioso

● podemos también ser llevados a tentar a Dios, a ponerlo a prueba (cf. Ex. 17, 27), negándonos a confiar en Él, pretendiendo garantías a nivel meramente humano; ● se añade la acción del Maligno, de Satanás. Sabemos que existen en nosotros puntos débiles en los cuales el demonio podría hacer presa; y que nos es difícil darnos cuenta de todos. Pero sabemos también que Dios Padre puede arrancarnos de la presa del Maligno; ● somos realistas ante nuestra situación precaria. Siempre en viaje, pedimos al Padre que tutele nuestro camino; ● en la oración confiamos a Dios nuestros miedos, el riesgo de hacer el mal, el no fiarnos de Él. Nos lanzamos con valor en brazos del Padre. B)

El Padrenuestro, síntesis del Evangelio

Las peticiones del Padrenuestro tienen diversas resonancias evangélicas en el ámbito mateano: ● «Padre nuestro que estás en el cielo»: San Mateo habla de «Mi Padre celestial», 2 veces; «Vuestro Padre celestial», cinco veces. El paso de «mi» a «vuestro» pone en condiciones de decir «Padre nuestro que estás en el cielo»; ● «Santificado sea tu nombre»: Cuando Jesús insiste en que los hombres tengan las mismas actitudes que el Padre celestial, les está llamando a la santidad trascendente de Dios; ● «Venga a nosotros tu Reino»: Mateo llama al Reino de Dios «Reino de los cielos» (33 veces) y «Reino del Pa377

A. M. Oriol

dre» (dos veces). Este Reino toma cuerpo en la Iglesia como su situación emergente. En la parábolas del reino éste es contemplado en su devenir; ● «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»: el Sermón de la montaña contiene amplia y detalladamente los deseos del Padre en relación con sus hijos. Y Jesús, en Getsemaní, lleva hasta el extremo el cumplimiento de la voluntad de su Padre; ● «Danos hoy nuestro pan de cada día»: esta petición halla continuidad y explicación en la exigencia mateana de confiar totalmente en Dios y de limitar consiguientemente el afán a lo que pide el día; ● «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»: esta imploración se refleja en la exigencia de acoger y de usar misericordia (ver, por ejemplo, la parábola de los dos deudores). El Padre no perdonará si uno no perdona de corazón a su hermano. La infinita bondad de Dios debe ser personalizada por el hombre; ● «No nos dejes caer en la tentación»: la petición evoca las tentaciones de Jesús. Ante la primera, el cristiano debe tener presente la exigencia primaria de buscar el Reino de Dios y su justicia; lo demás le será dado por añadidura. Ante la segunda, el cristiano no debe encerrar lo que pertenece a Dios en el cortocircuito de su propios razonamientos. Ante la tercera, el cristiano debe superar la tentación de valorar absolutamente lo que es contingente, sensible, material; 378

Dios, Padre misericordioso

● «Y líbranos del mal»: los cristianos deben defenderse con decisión de la turbia onda de la malignidad, en todas sus cristalizaciones, que, partiendo del demonio, tiende a enredar a los hombres; ● Peroración: el Padrenuestro fue polivalentemente vivenciado en la comunidad mateana. Se comprende que sea la síntesis del Evangelio. Cita final de San Cipriano.

379

BIBLIOGRAFÍA

TEXTOS DEL MAGISTERIO JUAN PABLO II: Exhortación Apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994). — Encíclicas sobre Dios: Redemptor hominis (4 marzo 1979); Dominun et vivificantem (13 mayo 1986); Dives in misericordia (30 noviembre 1980). (Los cuatro textos pueden encontrarse reunidos en Juan Pablo II Padre, Hijo y Espíritu Santo, Edibesa, Madrid, 1997). CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: Instrucción Pastoral Dios es amor (1998) ANTOLOGÍAS DE TEXTOS FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN JUAN DE ÁVILA: Mi Padre y vuestro Padre. Fichas de reflexión. Estel-Forja, Zaragoza, 1998. (Fichas del Nuevo Testamento, del Catecismo de la Iglesia Católica, de Juan Pablo II, de San Juan de Ávila y de Santa Teresa del Niño Jesús.) 381

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CATEQUESIS CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Artículo Primero: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, especialmente nn. 19.421. 382

Bibliografía

FUSTER, S.: Padre mío y Padre vuestro. Doce catequesis sobre el Padre, Madrid, Edibesa, 1998 (En lenguaje claro y seguro, pero sencillo y al alcance de todos, logra conjugar las dos dimensiones: dar a conocer al Padre y trazar el camino para vivir la filiación divina. Muy asequible para todos.) GALOT, J.: Padre, ¿quién eres? Breve catequesis sobre el Padre. Salamanca, Secretariado Trinitario. (Una buena ayuda para descubrir el rostro del Dios que nos ha revelado Jesús y para vivir unas relaciones filiales con Dios «Padre materno».) INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA: Dios Padre. Valencia-Madrid, 1998. (Catequesis preparadas por el Secretariado de Catequesis de la archidiócesis de Valencia y adaptadas al plan de formación sistemática, siguiendo la metodología y presentación características de dicho Instituto.) SECRETARIADO DE CATEQUESIS DEL SUR: Sugerencias catequéticas. — Para proafundizar en la persona de nuestro Padre Dios y su amor misericordioso. Murcia, 1998. (Muy interesante porque, siguiendo la temática del libro «oficial» del Comité para el Jubileo, ofrece nueve catequesis bien estructuradas. Consta, además, de tres celebraciones: «Nuestro Padre Dios, Creador y Providente», «La penitencia, sacramento del perdón» y «María, hija predilecta del Padre». En cuatro Anexos se recogen textos y oraciones, textos bíblicos, sugerencias pastorales y algunas indicaciones bibliográficas.) MATERIALES PARA REUNIONES CASA DE LA BIBLIA: El amor entrañable del Padre. Guía para una lectura comunitaria del Evangelio de Juan Estella (Nava383

Bibliografía

rra), Verbo Divino, 1998 (existen ediciones anteriores). Libro para el animador y libro para los participantes. En torno a 15 temas se desarrollan los encuentros con un gran sentido de vivencia comunitaria y de profunda reflexión. G. BARBOSA, A.: Con Dios Padre en el Tercer Milenio. Madrid, Paulinas, 1998. (Proyecto dividido en 12 módulos o núcleos temáticos. Cada uno de ellos correspondiente a un mes, está dividido en cuatro fases: presentación de contenidos, «palabras desde la via», celebración de la Palabra o encuentro de oración, acción de compromiso en la continuidad de los encuentros anteriores. El conjunto de los cuatro momentos o fases constituye una unidad y lleva implícitos los distintos elementos del acto catequético: experiencia humana, profundización en la fe y expresión de la fe.) PAREDES, J. A.: Creo en Dios, Santander, Sal Terrae, 1998 (en prensa). El temario se distribuye en ocho reuniones con tres momentos fundamentales: oración, desarrollo del tema y un cuestionario especialmente referido a las situaciones y experiencias matrimoniales y familiares. En su condición de profesor, de experto en medios de comunicación y de consiliario, el autor pone al alcance de todos los contenidos de la bibliografía más reciente sobre Dios Padre y de su reflexión y actividad pastoral, de modo sugestivo y apasionado. PARA PROFUNDIZAR COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000: Dios, Padre misericordioso. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998. (Texto oficial ofrecido a las Conferencias episcopa384

Bibliografía

les, a las comunidades diocesanas y parroquiales, a los movimientos, a las asociaciones y a cada uno de los fieles para orar, reflexionar y vivir a Dios, como Padre de la misericordia, y a todos sus hijos, como hermanos. Es una meditación teológica y, al mismo tiempo, una reflexión catequética, que invita a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a acoger la paternidad de Dios y reconocernos en la vida como verdaderos hijos suyos.) AMATO, A.: El Evangelio del Padre, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1998. DURRWELL, F. X.: Nuestro Padre, Dios en su misterio, Salamanca, Sígueme, 1990. GANCHO, Cl.: Déjame verte la cara: en busca del Dios Padre de la Biblia, Madrid, San Pablo, 1999. KASPER, W.: El Dios de Jesucristo. Salamanca, Sígueme, 1985. (El autor propugna que la única respuesta a la cuestión moderna de Dios y a la situación del ateísmo actual es el Dios de Jesucristo, la confesión trinitaria, que es preciso rescatar de su lugar marginal y convertir en la gramática general de toda la teología. Para alcanzar este objetivo, acude a la escuela de los santos padres y de los grandes doctores de la Iglesia. El resultado es un auténtico texto para el estudio del tratado de «Dios Uno y Trino».) MATEOS, J.; C AMACHO, F.: El horizonte humano. La propuesta de Jesús. Córdoba, El Almendro, 1988. (Especialmente «El Dios de “Jesús”», págs. 91-129.) PIKAZA, X.: Para descubrir el camino del Padre. Nueve itinerarios para el encuentro con Dios. Estella (Navarra), Verbo Divino, 1998. 385

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386

anexo

IV CONGRESO HISPANO-LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE DE TEOLOGÍA DE LA CARIDAD

PROGRAMA PROVISIONAL «HIJOS DE UN MISMO PADRE. Cáritas: compromiso de fraternidad en la COMUNIDAD cristiana»

Seminario de Pamplona (NAVARRA), 8, 9 y 10 de junio de 1999

Programa provisional

PROGRAMA PROVISIONAL OBJETIVOS 1.

2.

3.

Identificar los retos sociales y económicos de la globalización en LAC y España y las nuevas formas de compromiso ante esta realidad global. VER. Analizar y valorar las respuestas que se están dando desde la animación de la comunidad como construcción de fraternidad. JUZGAR. Proponer líneas de acción para desarrollar una cultura de la solidaridad desde la comunidad. ACTUAR.

ESTRUCTURA (pendiente de ajustar los ponentes): 8 de junio 9,00 h. Acogida. 10,00 h. Apertura. 10,30 h. PRIMERA PONENCIA «El contexto social y económico internacional: nuevas situaciones, nuevos retos.» Desde la globalización/mundialización profundizar en los nuevos retos. Trampas/posibilidades para nuevas formas de compromiso. 12,00 h. Descanso. 12,30 h. Grupos de trabajo sobre «los retos»: 14,00 h. Comida. 391

IV Congreso Hispano-Latinoamericano y del Caribe de Teología de la Caridad

16,30 h. Seminario Temático I (60 min. de exposición y 30 min. de debate). 1. Deuda Externa. Cuatro personas de Latinoamérica y España. 18,00 h. Descanso. 18,30 h. Seminario Temático II (60 min. de exposición y 30 min. de debate). 2. Derechos Humanos. Cuatro personas de Latinoamérica y España. 20,00 h. EUCARISTÍA. 21,00 h. Cena. 9 de junio 9,00 h. Exposición del trabajo en grupos (del día anterior). 9,30 h. Experiencias (30 min. cada una). Cuatro experiencias: dos latinoamericano-caribeñas y dos españolas. 11,30 h. Descanso. 12,30 h. Recepción. 14,00 h. Comida. 16,00 h. Viaje y visita al castillo de Javier. 18,00 h. SEGUNDA PONENCIA «Hijos de un mismo Padre: la exigencia de fraternidad universal para la comunidad cristiana.» 392

Programa provisional

19,30 h. Descanso. 20,00 h. EUCARISTÍA. 21,00 h. Cena. 10 de junio 9,30 h. TERCERA PONENCIA «La Iglesia diocesana, una comunidad que anuncia, celebra y sirve.» Se trata de presentar el testimonio de una comunidad diocesana que integra el anuncio, la denuncia y la justicia. 11,00 h. Coloquio. 11,30 h. Descanso. 12,30 h. Eucaristía-Clausura-despedida en la catedral. 14,00 h. Comida.

PARA INSCRIPCIONES CONTACTAR CON: Juan José López Teléf. 91 444 10 20 Fax 91 593 48 82 E-mail: promoc^caritas-espa.org Carta: CÁRITAS ESPAÑOLA C/ San Bernardo, 99 bis. 28015 Madrid.

393

ÚLTIMOS TITULOS PUBLICADOS PRECIO O

N. 61

Doctrina Social de la Iglesia y Caridad................. 1.000 ptas. (Enero-marzo 1992)

N.OS 62/64

N.º 65

Cien años de Doctrina Social. De la «Rerum Novarum» a la «Centesimus Annus» .............. 3.000 ptas. (Abril-septiembre 1992)

El voluntariado en Cáritas y su formación........... 1.000 ptas. (Enero-marzo 1993)

N.OS 66/67

España en la CEE a la luz de la doctrina social de la Iglesia ................................................ 1.800 ptas. (Abril-septiembre 1993)

N.º 68

Los derechos humanos en la cárcel. Un compromiso para la Iglesia ................................................ 1.000 ptas. (Octubre-diciembre 1993)

N.º 69

La mortalidad pública en la democracia .............. 1.000 ptas. (Enero-marzo 1994)

N.º 70

Evangelización, liberación cristiana y opción por los pobres ......................................................... 1.000 ptas. (Abril-junio 1994)

N.º 71

La doctrina social de la Iglesia, hoy...................... 1.000 ptas. (Julio-septiembre 1994)

N.º 72

La Iglesia y los pobres............................................ 1.400 ptas. (Octubre-diciembre 1994)

N.OS 73/74

Crisis económica y Estado del Bienestar........ 1.800 ptas. (Enero-junio 1995)

N.º 75

Hacia una cultura de la solidaridad (Formación y acción desde la D.S.I.)......................................... 1.100 ptas. (Julio-septiembre 1995)

N.º 76

Animadores en la comunidad (Escuela de Formación Social año 1995) ....................................... 1.100 ptas. (Octubre-diciembre 1995)

N.º 77

Iglesia y sociedad por el hombre y la mujer en prisión..................................................................... (Enero-marzo 1996)

N.º 78

Agotado

La pobreza, un reto para la Iglesia y la sociedad . 1.100 ptas. (Abril-junio 1996)

PRECIO

N.º 79

Participar para transformar. Acoger para compartir ....................................................................... 1.100 ptas. (Julio-septiembre 1996)

N.º 80

Los desafíos de la pobreza a la acción evangelizadora de la Iglesia ................................................ 2.000 ptas. (Octubre-diciembre 1996)

N.º 81

Preparando el Tercer Milenio. Jesucristo, centro de la Pastoral de la Caridad................................... 1.500 ptas. (Enero-marzo 1997)

N.º 82

El hambre en el mundo (a partir del documento de «Cor Unum») .................................................... 1.500 ptas. (Abril-junio 1997)

N.º 83

Problemas nuevos del trabajo .............................. 1.500 ptas. (Julio-septiembre 1997)

N.º 84

Cáritas en la vida de la Iglesia (Memoria-presencia-profecía). (Actas de las XII Jornadas de Teología) ....................................................................... 1.500 ptas. (Octubre-diciembre 1997)

N.º 85

Preparando el Tercer Milenio. El Espíritu, alma de la pastoral de la Caridad .................................. 1.590 ptas. (Enero-marzo 1998)

N.º 86

La acción socio-caritativa y el laicado .................. 1.590 ptas. (Abril-junio 1998) La enseñanza y la formación en la Doctrina Social de la Iglesia (Seminario de expertos y docentes en la Doctrina Social de la Iglesia ............. 1.590 ptas. (Julio-septiembre 1998)

N.º 87

N.º 88

Universalización de los Derechos Humanos. Exigencias desde la caridad ........................................ 1.590 ptas. (Octubre-diciembre 1998)

N.º 89

Preparando el Tercer Milenio: El Padre, fundamento de la Pastoral de la Caridad ...................... 1.600 ptas. (Enero-marzo 1999)

PRÓXIMO TÍTULO N.º 90

Comentarios al documento de Reflexiones sobre la identidad de Cáritas .......................................... 1.600 ptas. (Abril-junio 1999)

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