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amigo común: “Lo que pasa, es que Carlos es un reventado”. Y era cierto, Carlos ... Jehová; y Abel trajo otra, de los primogénitos de sus ovejas. “Pero [el Señor] ...
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LA MANERA DE AGRADAR A DIOS Sobre todo, tomad el escudo de la fe con que podáis apagar todos los dardos del maligno. (Ef. 6.16)

Por Rolando López Concepción [email protected] Usado con permiso Con la envidia a punto de salírsele por los poros, uno de mis vecinos me dijo un día, refiriéndose a un amigo común: “Lo que pasa, es que Carlos es un reventado”. Y era cierto, Carlos salía adelante donde otros erraban el camino, y eso a mi vecino parecía molestarle. ¿Conoce usted algún caso así? Probablemente, porque lo anterior es algo bastante recurrente para la humanidad. Sin embargo, pocas veces puede determinarse con toda certeza, como en este caso, quiénes fueron las primeras personas involucradas en este tipo de actitud, que después resultó tan común. Examinando la Biblia —el grupo de libros inspirados por Dios—, encontramos que en el principio de los tiempos se dio un caso muy parecido, que alcanzó connotaciones trágicas. En el libro de Génesis, capítulo 4, se nos narra lo acontecido entre Caín y Abel. Sucedió, a raíz de haber sido expulsada la pareja humana del Paraíso, que Adán y Eva tuvieron a estos dos hijos. Caín, el primogénito, fue labrador de tierras, y Abel, pastor de ovejas. En Gn. 4.3-10 se cuenta como, andando el tiempo, Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová; y Abel trajo otra, de los primogénitos de sus ovejas. “Pero [el Señor] no miró con agrado a Caín y la ofrenda suya” y esto le causó un gran disgusto, tanto que comenzó a envidiar a su hermano Abel, y terminó matándole. ¿Pero, por qué no agradó a Dios la ofrenda de Caín? Veamos qué le dijo el Señor: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta…” (Gn. 4.7) O sea, que la ofrenda de Caín no le agradó a Jehová por algo que está más allá de la calidad de la ofrenda misma; por tanto, no se trata de que a Dios no le agraden los productos agrícolas o de que prefiera las ovejas sobre los vegetales, como tontamente pudiera pensarse; aquí claramente se dice que Caín era un hombre malo, siendo esta la razón de que no agradara al Señor. Sin embargo, es en la epístola a los Hebreos, casi al final de la Biblia, donde finalmente se ofrece la clave para entender la divina actitud; en ella, el apóstol dice: “Por la fe Abel ofreció más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (He. 11.4) ¿Será esta la razón de que algunas personas alcancen continuos éxitos, mientras a otros les sucede lo contrario? En Ro. 8.28 el apóstol Pablo nos dice: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” Yo, que conozco a Carlos, prefiero pensar que es así, porque él es un hombre de fe, que evidentemente es amado por Dios; tal como, a lo largo de la historia, lo fueron otros más o menos conocidos. Solo a manera de ejemplo recuérdese a Noé, el que halló gracia a los ojos de Jehová (Gn. 6.8); a Enoc, que caminó con Dios, y a quien el Señor se lo llevó para que no conociera muerte (Gn. 5.24); a Abraham, a quien dijo a tu simiente daré esta tierra desde el río de Egipto, hasta el río Grande, el río Éufrates… (Gn. 15.18); promesa que renovó una y otra vez a sus descendientes: Isaac, Jacob, David y Salomón, hasta llegar a Jesucristo, nuestro Señor. En la actualidad muchas personas pretenden esforzarse por agradar a Dios, sin embargo, a la larga no obtienen los resultados esperados y de alguna manera esto los frustra, porque “sin fe es imposible

agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He. 11.6). Gran noticia es esta para todos: solo por fe agradamos a Dios; lo cual, además de ser fuente de gracia para prosperidad en la vida, tal como le aconteció a Jacob cuando vivía con Labán, su suegro (Gn. 30.43); es, para nosotros, garantía de salvación eterna, limpios de pecado por el poder de la sangre de Cristo Jesús, nuestro Redentor (1 Jn. 1.7); salvos para siempre, “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”, (Tit. 3.5) para la gloria de Dios. Este escrito es una contribución del grupo de autores evangélicos cubanos denominado “Pluma Evangélica”. Tiene su sede en Jatibonico, Sancti Spíritus, Cuba. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.