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SÁBADO
| Sábado 14 de diciembre de 2013
Estudios culturales
Salidas
¿Por qué el selfie conquista al mundo?
Alcorta cumplió dos décadas y se renovó
El diccionario de Oxford decretó que este término, que remite a la “autofoto”, es la palabra del año; gente anónima, famosos, políticos y hasta el papa Francisco sucumben al narcisismo digital que se impone en las redes sociales Noelia Ramírez EL PAíS
MADRID.– Selfie: dícese de una fotografía tomada por uno mismo que normalmente se realiza con un smartphone o una webcam para compartirla después en una red social. La autofoto es, desde el pasado 19 de noviembre, la palabra del año para el diccionario Oxford. Un vocablo cuya traducción más acertada al español es, según el propio diccionario, autorretrato en postureo (sí, así, en pack). El narcisismo digital del selfie –que toma el relevo del GIF (palabra insignia para el diccionario en 2012)– se ha ganado su altar en la cultura pop pese a no ser un fenómeno inesperado y rupturista como el Twerk que popularizó Miley Cyrus o schmeat (la carne producida sintéticamente que crece de antibióticos y sérum bovino), dos finalistas que han quedado a las puertas de ser la palabra del año. El término lleva más de una década deambulando por nuestras conversaciones (un australiano lo escribió por primera vez en su blog en 2002) y solo en el último año hemos utlizado la palabra en ciernes un 17.000% más que en 2012. Nadie se ha librado del selfie. Ni el Papa. Pero no sólo por acompañarlo de un hashtag hemos encumbrado al selfie en nuestras vidas. Aquí van una cuantas razones más por las que el término ha conquistado al mundo en 2013: b Entró en los museos y se convirtió en arte. Con el objetivo de mostrar “desde confesiones poéticas en Internet a comentarios humorísticos y retratos experimentales new age”, la feria Moving Image de Londres inauguró en octubre la National #Selfie Portrait Gallery. Una galería efímera de 19 artistas europeos y de los Estados Unidos que trasladaron sus pulsiones artísticas al arte de hacerse autofotos. b Con él llegó la polémica: manual de ética del selfie. Mucho se ha co-
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e despedí de la carne con unas milanesas de peceto a la napolitana, y de los postres, con una tarta de manzanas con una bocha de helado de crema americana. El desafío era inminente; ser crudívoro por una semana. Desde mi casillero de omnívoro, tendría que saltar dos –el de los vegetarianos, que no comen carne ni pescado, y el de los veganos, que prescinden de todo producto animal por razones éticas–, hasta llegar al de los crudiveganos, que sólo ingieren alimentos “vivos”. Sería un cambio de alimentación radical, como la película Super Size Me, pero a la inversa, por lo que creí necesario entrar en contacto con alguien especializado. El elegido fue Mariano Caino, uno de los referentes de esta movida en el país. “La cocción arriba de los 42° mata el 80% de los nutrientes –me dijo en su casa, donde nos esperaba una mesa con los ingredientes y utensilios necesarios para preparar platos vivos–. El fuego convierte al alimento en otra cosa; las semillas con el fuego no crecen, se mueren. Asar verduras les quita el agua. Igual, lo que más me preocupa es que los alimentos sean orgánicos, sin agroquímicos.” Quise despejar dudas. ¿Frutas secas? Sí, claro. ¿Café? ¡No! Las semillas están tostadas. ¿Té? Es un acidificante… y para consumir dos gramos suelen ser cinco niveles de envases. ¿Mate? No aporta ningún nutriente. ¿Y alcohol? No es vegano, es una toxina que ingresa al cuerpo. Uff, sería más difícil de lo que imaginé. El primer desafío llegó rápido: un ojo de bife con verduras que me ofrecieron durante el brindis anual del diario. Dije que no. Recién llegaba de lo de Mariano y podía decirse que ya había almorzado. Habíamos arrancado con un licuado verde (fruta con cualquier hoja que aporte clorofila), un clásico “crudi” para el desayuno. Me enseñó cómo hacer un ketchup a base de tomates secos y pasas de uva, unos fideos de zucchini que reemplazarían a las pastas el domingo y también probé el rawmesan, una especie de queso rallado, las galletas deshidratadas y hasta bombones de chocolate raw. Lo que me costó mucho más, horas después, fue decirle que no a un mate o ver a un editor sacando un café de la máquina mientras yo cargaba mi enésimo vaso con agua. Me habían hablado de la crisis depurativa, con posibles mareos, descompostura, dolor de cabeza o erupciones en la piel, pero no pensé que llegaría tan rápido. Esa noche luego de que mi mujer me preparara una ensalada de lechuga, toma-
Miley Cirus, la reina del autorretrato
El selfie de Obama, Cameron y la primera ministra danesa en el funeral de Mandela mentado en Internet sobre qué tipo de selfies son de buen gusto o no, y cómo el ego digital puede pasar la línea del mal gusto. Quien ha fomentado este debate es Jason Feifer, creador de dos de los Tumblrs sarcásticos (y más virales) del año: Selfies at funerals (que precisamente cerró su círculo con el selfie de Obama en la despedida a Mandela) y otro sobre autorretratos en campos de concentración. b Ríos de tinta también ha tenido el selfie que realizó la madre que lució un cuerpazo cuatro días después de dar a luz. Eso, directamente, fue ensañamiento y alevosía. b Ya existe el líder del movimiento selfie: Benny Winfield. Desde el pasado mes de julio, este norteamericano sube a su cuenta de Instagram su selfie diario (y enigmáticamente sonriente). Un experimento que cuenta con más de 190.000 seguidores y que ya ha conseguido que
hasta The New York Times se haga eco de su “hazaña”. b La tecnología se rindió a él (y Justin Bieber, también). Uno de los éxitos del año ha sido Frontback, una App que te permite contar una historia de tu selfie. Con más de 350.000 descargas, esta aplicación permite mostrar en una sola foto lo que captan las dos cámaras de tu iPhone: tu cara (por algo es un selfie), y lo que hay detrás. Sus desarrolladores, según Techcrunch, han rechazado una oferta de compra de Twitter y han recaudado más de tres millones de dólares con ella. Pero no todo son triunfos. El bluff del año ha sido Shots of Me, una red para compartir autofotos cuyo único mérito ha sido conseguir que Justin Bieber sea uno de los accionistas principales. Pero ni con esas. Mientras los selfies del canadiense consiguen más de 800.000 likes en Instagram, los que
aFp
El Papa accede a la autofoto
muestra en Shots of Me apenas se quedan en 80.000. b Claro que para epic fail está el video-selfie que grabó la supuesta prostituta brasileña en la habitación de un Bieber durmiente... b Se convirtió en reclamo publicitario: el selfie vende. ¿Y si convertimos imágenes históricas en selfies? Esto mismo se preguntaron desde el periódico The Cape Times y, gracias a una efectiva campaña de la agencia de publicidad Lowe Cape Town, lo consiguieron. Aunque el proyecto se realizó en 2012, no se ha convertido en viral hasta hace unas semanas. El lema es contundente: “No puedes estar más cerca de las noticias”. b Llegó al espacio... y al lado oscuro. Si antes decíamos que ni hasta el Papa se libra, cabe recordar el guiño de Darth Vader al movimiento al estrenar la cuenta de Instagram de Star Wars. o el selfie espacial del
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astronauta italiano. A ver quién supera esto... b Triunfó el #feministselfie. Son muchos los que creen que las autofotos son algo así como el último signo de degradación de la especie. En Jezebel, una de las web femeninas más leídas de la Red, una redactora decidió hace sólo unas semanas aportar su granito de arena a esta teoría asegurando que las mujeres que comparten selfies en sus redes sociales en realidad están buscando ayuda y que hacen un flaco favor a su autoestima al exponerse así porque, en el fondo, “lo que importa es si el resto del mundo cree que eres guapa”. El contragolpe estaba asegurado. Muchos internautas se rebelaron contra el texto colgando selfies bajo el hashtag #feministselfie. Moraleja: nunca cuestiones el poder de la autofoto, por algo ha conquistado el mundo.ß
EXPERIENCIAs Fernando Massa
Siete días sin carne... ni lácteos, ni harinas, ni alimentos cocidos Con un cambio de alimentación radical, un cronista se hace crudivegano por una semana
mauro alFieri
te, champignones, apio y ají rojo, me agarró un tremendo dolor de cabeza que me llevó directo a la cama. Llegar a la cocina al día siguiente y ver una taza de café con leche en el lavaplatos me dio envidia. Moría por un café. Ni siquiera uno con leche. Uno negro, bien oscuro. Me acerqué a la licuadora y preparé un licuado verde a base de kiwi, naranjas y un tallo de apio. Igual que el de Mariano, pero menos sabroso. ¿Serían las frutas no orgánicas? Me tomé medio litro que no pudo aplacar ese terrible dolor de cabeza que había vuelto y que me dejó tirado en el sillón. Se sumaron malestar estomacal, náuseas y un poco de mareo. ¿Sería más psicológico que físico? ¿Aguantaría una semana? Fui al trabajo y esta vez, cuando
A tener en cuenta Sabe la Tierra (www. sabelatierra.com) y Punto Verde (www. mercadopuntoverde. com.ar) son mercados orgánicos; Kensho (kensho-restaurante. blogspot.com.ar) y Buenos Aires Verde (www.bsasverde.com) ofrecen platos raw
me ofrecieron un mate, no pude resistirme. Desde ese momento, el mate se convirtió en mi desayuno, mi merienda y mi única transgresión. Lo único que superaría los 42°. Incluso en un restaurante donde el chef se especializa en raw food, elegido para la cena, mis opciones en la carta se redujeron a la mitad. La entrada fueron hongos cocidos a 37°, con especias, mix de verdes, queso de castañas y una cracker raw. Los hongos fueron los más ricos que probé en mi vida. Para el segundo plato me trajeron unos palitos chinos metálicos por la misma razón por la que Mariano corta las verduras con cuchillos de cerámica: evitar que la verdura reaccione químicamente. Me recomendaron la hamburguesa de mijo napoli-
tana y me di el lujo de decirles que no, para mí tenía que ser crudo. La elección fueron entonces unos rolls de masa deshidratada de semillas y alga nori, rellenos de vegetales. Cuando llegó el plato a la mesa, me decepcioné: junto a los cinco rolls, la misma galleta y la misma ensalada de la entrada. Primera conclusión: los sabores empezaban a repetirse. Segunda conclusión: lo orgánico sale caro, porque pagué cerca de 400 pesos, incluida la propina, por una cena para dos. También lo noté en el mercado orgánico al que fui al día siguiente, donde desembolsé cien pesos: el doble de lo que hubiera costado en la verdulería del barrio. Almorcé en un puesto raw y dejé que se me hiciera tarde para un encuentro con amigos porque no
El shopping Alcorta cumplió 20 años y lo celebró con un cambio de imagen. Sí, Alcorta sólo, sin el “Paseo”. Rebautizarlo con el nombre fonético con el que naturalmente lo llama la gente y eliminar la palabra “Paseo” con la convicción de que “menos es más” fue la primera decisión de diseño que tomó la agencia Fileni&Fileni cuando le encargaron esta misión. En cuanto al logo, mantuvieron el histórico rombo como ícono madre, pero modernizado. Más allá de la renovación, desde Alcorta dijeron que seguirán apostando a marcas de tendencia y apoyando a marcas nuevas. En el último tiempo inauguraron locales Ginebra, Benito Fernández, Picnic, El Burgués, Bendito Pie, OSX, Swatch, y Pelukids. Otros, en tanto, renovaron su imagen, se mudaron o ampliaron su superficie: Cher, Sarkany, Cheeky, Mimo, Bensimon, Felix, Bowen, Kosiuko, Las Oreiro, Pioppa, Giesso, Clara, Sacoa, Las Pepas, Allo Martinez y Sybil Vane. “De este modo Alcorta sigue renovando su mix de marcas y apoyando nuevas propuestas, convirtiéndose en un verdadero semillero de marcas de tendencia”, anunciaron. Apuntando a un target “urbano y sensible, que prioriza y valora al momento de la compra el espacio y la calma”, conceptualmente trabajaron sobre una base de imágenes de gran impacto visual relacionadas con lo que denominan el “lifestyle Alcorta”. El equipo de trabajo lo conformaron Urko Suaya en fotografía, en estilismo Eugenia Rebolini, pelo a cargo de Estudio H, el make up por Vero Momenti, video por Thomas Kelly y Rocio Crudo. La idea y dirección creativa quedó a cargo del Estudio FBDI. Veinte años de vigencia y la búsqueda de una nueva identidad, en el lugar de siempre.ß
quería verlos comiendo pizza. Con tres días de crudivegano encima, no podría evitar las dos porciones de mozzarella más la clásica fainá. Cenar otra vez ensalada me molestó. Me fastidió pelar zanahorias, cortar tomate y rodajas de pepino un sábado a la noche. Le puse aceite de oliva y aceto balsámico. Ni siquiera me fijé si al aceto lo habían cocido, ahumado o deshidratado. “¿Te hiciste vegano? ¿Crudivegano? Qué heavy”; “Desmotiva salir con alguien que no le gusta tomar y comer”; “Pienso en comida y bebida el 50% del tiempo. Sería imposible hacer algo así.” Ésos fueron algunos de los comentarios que hicieron mis amigos. Sí, lo social resultó lo más complicado, mi momento de mayor debilidad. Ocho tragos pasaron por la mesa: martinis, whiskies, tragos ahumados, otros más frutales. Y yo con agua mineral. Me acosté con ganas de comer pizza, pero soñé que me compraba un yogur bebible. Lo guardaba en la heladera porque sabía que no podía tomarlo. Durante los cinco días que duró mi alimentación crudivegana no sentí pesadez ni acidez, cosas con las que suelo lidiar. Tampoco volvieron los dolores de cabeza, ni siquiera me descompuse. Dejé de comer con los sentidos y bajé dos kilos. No existió esa ansiedad precomida, pero tampoco placer, salvo casos muy puntuales como esos hongos, un helado raw de menta granizada o un durazno que devoré una tarde como si fuera una barra de chocolate. Me quedaban interrogantes. Gae Arlia, reeducadora nutricional que me recibió en su consultorio junto a una paciente, me enumeró diferentes motivos por los que alguien adopta una alimentación cruda: cuestiones de salud como la diabetes, espirituales, éticas como los veganos, o simplemente por cuestiones de belleza. “Pero, ojo, hay que adaptarse a la realidad que cada uno está viviendo. No es bueno agarrarse del librito sin mirar qué pasa alrededor”, me dijo. No era cuestión de imponérselo, sino de disfrutarlo. Yo no lo había disfrutado. Es cierto que busco una alimentación más saludable. Sé que podría incorporar a mis platos más pescado, más verduras, más frutas. No abusar de las harinas, lo más difícil de dejar. Pero la comida, para mí, sigue siendo uno de los placeres de la vida. No se trata de una postura hedonista, pero ¿por qué dejar de compartir un asado con mi familia o una pizza con mis amigos? Salir a comer al restaurante que sea y elegir los menús de la carta sin ningún condicionamiento. Al menos hoy, elijo eso.ß