Pilotos de drones: la adrenalina bélica, a un mundo de ...

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EXTERIOR

Miércoles 1º de agosto de 2012

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ESTADOS UNIDOS s LAS GUERRAS Y LA CAMPAÑA

La primera gira de Romney, entre las gaffes y los errores Buscaba opacar la imagen de Obama, pero cosechó críticas en Jerusalén, Londres y Varsovia SILVIA PISANI CORRESPONSAL EN EE.UU.

Desde la base de Hancock Field, Nueva York, un piloto controla su avión teledirigido y observa rostros y familias en Afganistán

THE NEW YORK TIMES

Pilotos de drones: la adrenalina bélica, a un mundo de distancia Los militares deben conciliar la tensión de sus misiones militares con su vida cotidiana ELIZABETH BUMILLER THE NEW YORK TIMES BASE AEREA DE HANCOCK FIELD, Nueva York.– Desde la consola de su computadora, aquí en los suburbios de Syracuse, estado de Nueva York, el coronel Scott Brenton pilotea a distancia un drone (avión no tripulado), modelo Reaper, que transmite cientos de horas de imágenes en vivo de la vida cotidiana de su objetivo militar: insurgentes que viven a más de 11.000 kilómetros de distancia, en Afganistán. A veces, el coronel y su equipo observan la misma finca familiar durante semanas. “Veo madres con chicos, veo chicos jugando al fútbol”, relata Brenton. Cuando le llega la orden de lanzar un misil y matar a un terrorista –sólo cuando no hay mujeres o niños cerca, aclara Brenton–, se le erizan los pelos de la nuca, exactamente lo mismo que le ocurría cuando le apuntaba a su blanco desde su caza F-16. A continuación, igual que en los viejos tiempos, trata de no mezclar las cosas. “No tengo vínculo emocional con el enemigo”, dice. “Tengo un deber que cumplir, y lo cumplo.” Los drones no sólo están revolucionando las guerras que libra Estados Unidos, sino que también están modificando profundamente las vidas de quienes los pilotean. El coronel Brenton reconoce la particular desconexión que implica pelear una guerra teledirigida, sentado cómodamente con un joystick en la mano, en un suburbio norteamericano. Cuando estuvo destinado en Irak, “aterrizaba con el F-16 con las municiones agotadas y los demás entendían de inmediato por lo que acababa de pasar”. Ahora, sale de una sala oscura llena de pantallas, con la adrenalina todavía a tope de tanto apretar el gatillo, y se vuelve del trabajo a casa, previo paso por algún local de comida rápida o algún

THE NEW YORK TIMES

Un drone, modelo Reaper, en la base de Hancock Field negocio, para ayudar con las tareas de la casa, pero sin nadie que entienda lo que acaba de hacer. “Es una sensación extraña”, manifiesta. “Nadie en mi entorno inmediato es consciente de lo que pasó.” A veces considerados como meros robots que transforman las guerras en videojuegos, los drones tienen poderosas cámaras que muestran mínimos detalles de los combates frente a los ojos del piloto. Ellos hablan con entusiasmo de los días “buenos” de trabajo, cuando, por ejemplo, advierten algo sospechoso en una imagen de video y logran advertirle a una patrulla que está en el frente de batalla en Afganistán que le preparan una emboscada. Pero la fuerza aérea ha designado a capellanes y profesionales de la salud en los centros de operaciones de los drones, para ayudar a los pilotos a hacer frente a los días “malos” de trabajo, cuando las imágenes muestran niños asesinados por error o un primer plano de un marine que recibe un disparo en una escaramuza.

Desde el punto de vista psicológico, una de las tareas más difíciles es el seguimiento minucioso de un candidato a ser blanco de un tiro a distancia, una tarea como la realizada por el oficial de la Stasi de Alemania Oriental en la película La vida de los otros, en la que el espía se obsesiona con la vida de sus espiados. Un piloto de drone y su compañero, un operador que maneja la cámara de la aeronave, observan los hábitos de un militante, mientras éste juega con sus hijos, habla con su esposa y visita a sus vecinos. Después, intentan coordinar el ataque para un momento en que su familia, por ejemplo, se haya ido al mercado. “Observan a ese tipo que hace cosas malas, y también lo que hace en su vida de todos los días”, dice el coronel Hernando Ortega, jefe de medicina aeroespacial del Comando de Entrenamiento de Educación Aérea, que el año pasado colaboró en la realización de un estudio sobre el estrés en los pilotos de drones. De una docena de pilotos, operadores de cámaras y analistas de inteli-

gencia recientemente entrevistados en tres bases militares norteamericanas, ninguno manifestó haber experimentado hacia los afganos algún sentimiento personal que le quitara el sueño de noche, después de ver el reguero de sangre dejado por las bombas y los misiles. Pero todos hablaron del conocimiento íntimo que tienen de la vida familiar afgana, y que un piloto tradicional jamás podría ver desde 20.000 pies de altura, y que ni siquiera las fuerzas terrestres alguna vez experimentan. Y las complejidades serán cada vez mayores, ya que los militares apenas logran cubrir una sed casi insaciable de drones. La fuerza aérea norteamericana cuenta actualmente con 1300 pilotos de drones –unos 300 menos de los que necesita– destinados en bases a lo largo de Estados Unidos, y que vuelan aviones teledirigidos principalmente en Afganistán. El Pentágono proyecta que para 2015, la fuerza aérea demandará más de 2000 pilotos de drones para realizar patrullas de combate y con capacidad de operar las 24 horas del día. La fuerza aérea ya entrena más pilotos de aviones no tripulados –350 el año pasado– que pilotos de cazas y bombarderos juntos. Hasta este año, los pilotos de drones debían recibir el entrenamiento de vuelo tradicional antes de aprender a pilotear a distancia los Predators, Reapers y los Global Hawks, estos últimos sin armas. Ahora, los pilotos van por el carril rápido y pasan apenas 40 horas en un avión básico, tipo Cessna, antes de empezar con el aprendizaje de los drones. Todos los pilotos que alguna vez ocuparon una cabina dicen extrañar la sensación de volar. Para compensarlo, el coronel Brenton, a veces, sale a volar los fines de semana en un pequeño avión de hélice, al que él llama fumigador. “Es lindo estar allá arriba, en el aire”, dice.

Traducción de Jaime Arrambide

WASHINGTON.– De habérselo propuesto, no le habría salido tan bien. El candidato republicano a la presidencia norteamericana, Mitt Romney, finalizó en medio de escándalos y errores una gira internacional en la que, paradójicamente, intentó mostrarse como un líder sólido en política exterior. Tan evidente fue la seguidilla de deslices que hasta su jefe de prensa perdió los nervios y terminó insultando a los periodistas que intentaban preguntar por el saldo de la gira. “Bésenme el culo”, fue la exasperada reacción del vocero. Más allá de las disculpas posteriores, muchos vieron en el exabrupto el mejor reflejo del clima de tensión con que terminó, en Varsovia, la minigira con la que el aspirante intentó, en vano, opacar la proyección internacional de Barack Obama. Romney había elegido Londres, Israel y Varsovia como destinos fuertes de la gira. Al tratarse de aliados de peso de Estados Unidos, estaba seguro de que podría hacer un buen papel. Pero ni eso lo salvó, y en las tres escalas exasperó ánimos. En Londres cosechó el malestar del premier David Cameron y –más aún– las iras de la prensa y de los fans británicos cuando puso en duda la organización de los Juegos Olímpicos. En Israel, se ganó reproches de “racista” por parte de palestinos, al atribuir a cuestiones de “cultura” el mayor desarrollo económico que posee el Estado judío en relación con el que administra la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El gobierno palestino también se molestó con el

candidato por llamar a Jerusalén “la capital de Israel”, algo que, como se sabe, arrastra una disputa histórica. “Se ve que es un ignorante”, le espetó el negociador palestino, Saeb Erakat. El cierre fue en Varsovia, donde obtuvo indirectas por parte de sindicalistas de Solidaridad, el sindicato que lideró el ex presidente y premio Nobel de la Paz Lech Walesa, con quien también se entrevistó. “Nuestra solidaridad está con los obreros y los sindicatos estadounidenses, cuya lucha siempre apoyaremos”, señalaron representantes de Solidaridad. “Estaremos al lado de Estados Unidos, al margen de quien lo gobierne”, fue, a su vez, la poco comprometida reacción de Walesa. La gira de Romney no entusiasmó ni siquiera a los medios que suelen ser más contemporizadores con él. “Debería haberse quedado en casa”, disparó Politico.com, el influyente medio online. El conservador The Wall Street Journal ahorró calificativos, mientras que The New York Times dijo que lo visto era “poco alentador” en un candidato presidencial. Mucho más impiadoso, The Washington Post comparó la magra cosecha de Romney con el carisma que mostró Obama en su recordada gira de 2008 y su impacto en la mejor percepción de Estados Unidos. “No pueden decir que esto sea una cuestión de asesores”, evaluó la columna de opinión firmada por Emily Heil. Desde la campaña de Romney minimizan el alboroto y aseguran que, después de todo, su forma de comportarse “gusta” entre los votantes y que la clave de la elección de noviembre próximo no será la política internacional, sino la economía.