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| Sábado 23 de febrero de 2013
E
l Cruce de los Andes Columbia es la carrera de aventura más grande de América del Sur y la que todo atleta amante de lo extremo sueña correr alguna vez. Este año se llevó a cabo entre el 7 y el 10 de febrero con largada desde Pucón, Chile, ladeando los volcanes Villarrica, Quetrupillán y Lanín para terminar en Junín de los Andes, en la Argentina. Fueron tres etapas en tres días con un total de 100 kilómetros de recorrido entre paisajes majestuosos y las emociones más diversas, porque en un desafío de esta magnitud se suele pasar por todos los estados anímicos: alegría, tristeza, enojo, miedo, euforia y desazón, entre otros. Yo había preparado a varios para correrla, pero nunca había podido participar. Esta vez, no me la quise perder. Creo que desde un principio la subestimé: jamás imaginé que sería una carrera tan dura. En noviembre había participado de una ultramaratón en pista completando 113,6 kilómetros en un mismo día y eso me hizo pensar que el Cruce me resultaría fácil: 100 kilómetros en tres días distintos, y durmiendo cada noche sonaba a poco. Pero la montaña hizo lo suyo y resultó la competencia más dura de la que participé hasta hoy. Mucho tiene que ver el ritmo que uno lleve. Una cosa es hacerla tranquilo, parando a sacar fotos, caminando la mayor parte de los tramos, tomándose descansos largos para comer alguna fruta y tomar algo, y otra muy distinta es sólo comer geles mientras corrés, no parar más que a recargar el camelback e ir siempre lo más rápido que el cuerpo permita sin siquiera detenerse un instante a apreciar los paisajes hermosos. Eso fue lo que me pasó a mí. Corrí con mi novio, un coequiper mucho más rápido que yo que aun entrenando poco, o lesionado, vuela. Si en un principio pensé que eso sería beneficioso, hoy tengo mis dudas. Por momentos me presionaba mucho a apurar el paso, iba siempre bastante más adelante que yo y eso hizo que el primer día termináramos los 31 kilómetros en un tiempo muy bueno: 4 horas y 13 minutos, quedando octavos entre 99 equipos mixtos de nuestra categoría y en el puesto 62 en la general de casi 700. Imposible no entusiasmarse con esos números y fantasear con repetir o mejorar esa performance en los días siguientes. Pero nada de eso pudo ser. Al día siguiente pagué muy caro ese tonto error de principiante de “apu-
EXPERIENCIAs Carolina Rossi
Cruzar los Andes sin más ayuda que las propias piernas Una bien entrenada corredora amateur se suma a atletas profesionales para encarar una extenuante competencia que la llevará a sus límites físicos y mentales
carolina rossi
rarse y quemarse en la primera parte”: la etapa 2 la padecí enormemente y nos llevó 7 horas y 21 minutos completarla. Fueron 40 kilómetros con subidas interminables y bajadas que quemaban cuádriceps y rodillas. El desánimo, la irritabilidad y hasta el preguntarse para qué fueron moneda corriente en este tramo eterno ladeando el volcán Quetrupillán. Para empeorarlo todo, la relación con mi pareja se deterioraba cada vez más. Él estaba consternado de que yo caminara. Se enojaba teniendo que llevar un ritmo tan lento por mi culpa y cada vez que nos pasaba un equipo se envenenaba. Supongo que no creía
que yo sencillamente caminaba porque no podía correr. En un momento llegó a decirme cosas como: “Corrés 180 kilómetros por semana y acá caminás” (en verdad yo corro 50 kilómetros semanales) o “para caminar, mejor abandonemos”. Después dijo que ésa era su forma de alentarme y de que yo diera todo. Todas las parejas cruzaban la meta felices, abrazándose y festejando, y nosotros la terminamos enojados y cada uno por su lado. Yo estaba muy desmoralizada y con ganas de llorar. Triste y enojada por cómo nos había ido y por cómo habíamos funcionado como equipo. No había cumplido mis
expectativas ni las de mi compañero. Creo que también tuvo que ver que venía bastante agotada físicamente. El último año fue muy intenso e hice lo que recomiendo no hacer a mis alumnos: participé de muchísimas carreras, y en algunas, desde la improvisación y sin haberlas preparado específicamente, como en ésta. Desde 2011 empecé también con el triatlón, corrí dos de distancia olímpica y me proyecté a poder completar un medio ironman próximamente. Para eso entreno y en eso se basa lo que planifica mi entrenador, Cesar Roces. En promedio, pedaleo unos 110 kilómetros por semana, co-
rro cerca de 50 y nado 2700 metros. Para un amateur no es poca cosa, pero en relación con los atletas de elite, son volúmenes pobrísimos. No entrené organizada y específicamente para el Cruce, y no pude llegar descansada. Simplemente se presentó la oportunidad de participar de una carrera única como ésta y con el plus de poder compartirla con mi pareja, no pude decir que no. Si pienso en todo eso, creo que no nos fue mal. Y además, como dice Truman Capote, se aprende más del fracaso que del éxito, y si esto de la etapa 2 sirvió para aprender, sin dudas valió la pena. El campamento del día 1 se había
Médica e integrante de la Comisión Médica del COI, advierte que sin ejercicio la actual generación de chicos vivirá menos que sus padres
Patricia Sangenis. “Sólo retrasamos la muerte, pero sin mejor calidad de vida” Texto Valeria Shapira
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punta del este
ebrero de 2002. Es el final de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Salt Lake City. El atleta alemán nacionalizado español Johann Mühlegg ha sido el mejor en las pruebas de esquí de fondo, y está recibiendo sus medallas. Una gran fiesta, que termina repentinamente cuando Mühlegg es bajado del podio. La encargada del operativo es la doctora Patricia Sangenis, único médico argentino miembro de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional desde 1997, y la primera mujer en ser nombrada en ese cargo. El resultado del doping es… positivo. Mühlegg se queda afuera y sin medallas. Hoy, a la hora en que Solanas regala el mejor atardecer del Este, la doctora Sangenis recuerda seriamente aquella anécdota. Ha llegado a la entrevista en bicicleta, mucho más relajada que en aquel tenso y frío día en Utah. De estas anécdotas tiene miles: hace más de 20 años que se dedica al estudio del alto rendimiento deportivo y al fitness del adulto. Dice que to good to be true (demasiado bueno para ser cierto) es la expresión de la que echan mano los expertos cada vez que sospechan que un deportista que sorprende por sus logros está tomando sustancias prohibidas. El ciclismo y el tenis son sus grandes pasiones deportivas personales. Y hace exactamente lo que les dice a sus pacientes: entrena a diario, come bien. Por estos días está terminando las galeras de su libro Entrenados. Mi método para vivir en equilibrio, que publicará Sudamericana este año.
–¿Por qué no terminan de ser efectivos los mensajes en contra del sedentarismo, y seguimos repitiendo: Prometo que en marzo empiezo a hacer actividad física, como un disco rayado? –¿Será que no depende sólo de la vo-
luntad de las personas, sino de comprender el efecto multicausal de esta epidemia? Los adultos y los niños se mueven muy poco, y el gasto calórico es muy bajo. Se ha perdido el concepto de “porción saludable”. Por otra parte, no terminamos de entender que para mantener un peso saludable se deben organizar las compras, las comidas, la distribución de los alimentos, y suprimir el “compro por sí”. Y el otro punto es que vivimos en un ambiente obesogénico. Los niños de la generación Z no juegan en movimiento, sino frente a pantallas, sentados. Muy pocos cumplen con los 60 a 90 minutos de actividad física diaria que casi podríamos definir como un derecho básico del niño para lograr su máximo potencial de desarrollo. –Tampoco los cumplen muchos adultos, que además viven bajo un estrés extremo. –La prescripción número uno contra el estrés es moverse. –Usted habló antes de los niños que juegan menos en movimiento ¿Vamos en contra de la naturaleza? –Parece. Los niños tienen que recuperar sus espacios de juego en movimiento, jugar con los padres, lejos de las computadoras, porque no hay nada que haga a un adulto más activo que el haber sido activo con sus padres durante la infancia. Caso contrario estaremos frente a las primeras generaciones que tendrán una vida más corta que la de sus padres. –¿Está diciendo que las próximas generaciones no van a vivir más sino menos, como ocurría uno o dos siglos atrás? –Si seguimos así, es probable. –¿La ciencia no logró combatir enfermedades antes incurables? –Muchos piensan que la ciencia mejoró la enfermedad cardiovascular, pero lo que logramos fue retrasar las complicaciones y la muerte. La enfermedad sigue existiendo, es la misma. Y cada vez hay enfermos más jóvenes,
más chicos con hipertensión, con diabetes. No hay una mejor calidad de vida. ¡Hay que moverse! –¿Es mejor ejercitar a la mañana que durante la tarde o la noche? –Lo bueno de ejercitar por la mañana es que eso condiciona positivamente el resto del día. Uno se siente mejor y además toma más conciencia de que una hora de entrenamiento significó 600 u 800 calorías menos, por lo que luego pensará seriamente en comerse un alfajor –que puede tener 300 o 400 calorías–, y perder lo ganado en dos minutos. Tenemos que saber cuánto gastamos en la sesión; que moviéndonos mejoramos el corazón, el perfil lipídico, generamos endorfinas. Pero tampoco es obligación moverse a la mañana. Hay gente que puede hacer actividad educación física a la tarde o a la noche, y eso es bienvenido. –¿Caminar o correr? –Salvo muy contadas excepciones, caminar no tiene contraindicaciones. Es natural, sin impacto, y el que camina necesita un plan adecuado y progresivo para lograr beneficios. Para correr hay que prepararse, es una excelente actividad, pero implica otra intensidad para el corazón y un trabajo enérgico sobre las articulaciones de las rodillas, la columna y la cadera que es indispensable controlar. –¿Cuánto y con qué intensidad hay que hacer actividad física? –Moverse de 30 a 40 minutos diarios es el mínimo ideal. Frecuencia, intensidad y tiempo (FIT, en términos técnicos), son los pilares que hay que combinar con ayuda profesional. Correr una vez por semana es peligroso. Hay que llegar a entre tres y cinco veces, de a poco. La intensidad, en cualquier actividad, es fundamental: si se parte de un parámetro alto, es peligrosa y va en contra de la duración porque el cansancio llega pronto. –La bicicleta está de moda. ¿Es un aporte contra el sedentarismo? –Totalmente. El que la usa gana en-
trenamiento, cardiorrespiratorio y prevención de factores de riesgo cardiovascular. Andar en bici mejora el humor, fortalece las piernas y permite el contacto con la naturaleza. –¿Bicicleta mata gimnasio? –No. La bici es maravillosa, y no produce impacto en las articulaciones (que después de los 40 son difíciles de recuperar si se dañan). Lo que le falta al ciclista es entrenar el resto del cuerpo (tonificación de brazos, fortalecimiento del tronco, flexibilidad). Eso hay que hacerlo aparte. –Hablando de ciclistas, y tomando el escándalo de Lance Armstrong y el doping, no estamos viendo casos precisamente inspiradores en el deporte. –El caso de Armstrong, sin duda, no lo es. Lo que sí creo positivo es que el Comité Olímpico Internacional, desde que Jacques Rogge se hizo cargo, le hizo la guerra al doping, apoyó la Asociación Mundial Antidoping y el llamado pasaporte biológico, que es el control del perfil hormonal y sanguíneo de un deportista que nos permite seguir, mejorar e intensificar
los controles. Rogge ha perseguido la idea de que el deporte sea un rol model positivo, alejado de las drogas. –¿La exigencia para con los ídolos deportivos se vuelve desmesurada e imposible de cumplir sin la ayuda de otras sustancias? –En su entrevista con Oprah Winfrey, Armstrong tocó un punto clave. Dijo que no hubiera logrado todo lo que hizo sin doparse. Podemos hablar de que el ciclismo se ha llevado a metas que contradicen las capacidades humanas. Es el modelo al que no queremos llegar, porque nos estamos acercando a exigir niveles que el cuerpo no va a alcanzar de manera natural. –¿La industria de drogas de diseño para engañar los controles es realmente poderosa? –Sí. Luchamos contra científicos que saben lo que pueden detectar los laboratorios y generan sustancias de diseño para engañarlos. Manejan muchísimo dinero. Gran parte viene de los deportistas, que cobran cifras millonarias en publicidad y en contratos. De hecho, las confesiones de Armstrong no aparecen para recupe-
ubicado al lado de un lago que resultó un oasis para refrescar y descansar el cuerpo tras el esfuerzo. En el del día 2, teníamos un río de agua helada que también se agradecía mucho para los músculos cansados. Con mi compañero ya habíamos hecho las paces y la rica comida y una visita a la carpa de masajes nos había levantado muchísimo el ánimo. Pero el panorama que nos circundaba se asemejaba más a una sala de espera de hospital que al de un ámbito de deportistas: gente caminando en forma penosa y renga sin poder sentarse o pararse sin ayuda, pies con uñas negras o sin uñas, rodillas lastimadas y demás heridas en las piernas por caídas, vendajes múltiples, moretones. Me fui a dormir sintiéndome como si me hubiera pasado un tren por encima y preguntándome cómo haría al día siguiente para levantarme y seguir corriendo 30 kilómetros, si en esas instancias casi no podía caminar. Pero el cuerpo es un misterio, o quizás una máquina asombrosa, y al otro día pudimos levantarnos y correr mucho más rápido que el día anterior. Esta última etapa, la del Lanín, fue más amigable que las anteriores, había subidas pero no tan tortuosas y los senderos por los bosques frescos se disfrutaban mucho. Ahí sí que pude correr de verdad. Terminamos en 3 horas y 55 minutos lo que dio un total de 15 horas y 30 minutos en las tres etapas. Nos había ido mucho mejor que el día anterior. Esa llegada la festejamos un montón. Terminamos más enteros que los primeros días y casi sin dolores, pero con un agotamiento general muy grande que nos acompañó por varios días más pasada la carrera. Estábamos exhaustos. Pero muy felices. En referencia a este delirio de cruzar los Andes corriendo están los que me apoyaron desde el principio y ahora me felicitan, y están también los que me dijeron siempre que es una locura y afirman que correr tanto hace mal, que algún día me va a pasar algo, y que no es sano para el cuerpo. Con ésos a veces me enojo, y les repito una y otra vez que corriendo mucho se vive más y mejor. Puede ser que las distancias exageradas desgasten un poco las articulaciones, pero los otros tantos beneficios que aportan son mucho mayores y el balance es positivo por donde se lo mire. Y creo que con sólo ese instante de cruzar la meta, se paga todo el sufrimiento que costó llegar.ß
rar el honor, las medallas o el dinero. Está intentando salvarse de la cárcel, porque se lo acusa de estar involucrado en esa industria ilegal. –Conmueve hoy el caso Pistorius, un ejemplo de vida que cambia drásticamente. ¿En qué medida se controlan los aspectos psicológicos de un deportista? –Estamos hablando de un caso extremo, y hay que diferenciar entre la presión deportiva y su vida personal. No me animo a opinar todavía porque el caso no ha terminado. Lo que puedo decir es que existen estudios sobre lo que acontece con una persona en la etapa post carrera deportiva. Se ha visto que deportistas que terminan su carrera y son muy jóvenes muchas veces no saben cómo reubicarse en la vida. Por ello es importante que tengan asesoría y apoyo, algo que se está haciendo mucho en Europa. Podríamos hablar del jubilado exitoso deportivo, que económicamente tiene la vida resuelta pero que ya no tiene el protagonismo de antaño. –Durante la carrera deportiva la presión psicológica es enorme… –Los atletas viven con una presión deportiva importante y también tienen presiones de índole personal que uno no ve. Muchas veces viajan por todo el mundo y pierden sentido de pertenencia a un hogar, dependen más de los entrenadores que de los mismos padres, y tienen que lidiar con todo esto siendo muy jóvenes. Nosotros solamente vemos el lado dorado. –¿Qué diferencia hay entre un superdotado, como Messi, y un superdrogado como Armstrong? –Hay que diferenciar los deportes que necesitan gran coordinación, velocidad de reacción y son de equipo, donde podemos encontrar un deportista excepcional como Messi, de aquellos deportes que dependen de la performance individual, como el ciclismo, el levantamiento de pesas o la maratón. El dopaje se encuentra generalmente en estos últimos casos, en los que hay una marca personal a vencer, y en los que el rendimiento humano tiene un límite. –¿Y Roger Federer? También juega un deporte individual y, sin embargo, se ve como un tipo más corriente, con un físico estilizado, una musculatura que no está hiperdesarrollada. –No podemos poner las manos en el fuego por nadie, pero yo diría que Federer es un modelo positivo. Limita los torneos en los que participa, y es uno de los tenistas que menos se ha lesionado. Creo que en casos así no hay dopaje. Lo que hay es talento, constancia y esfuerzo.ß Con la colaboración de Marion Reimers