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Veritas Escritora: P. A. Steller
Corrección: Emi Martínez Portada: Sara OD
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Diseño del documento: Sara OD
Sinopsis En medio de una sociedad aún con prejuicios, surge una inesperada pero intensa historia de amor. Nate tiene una aparente buena vida, incluso envidiable, ante los ojos de quienes le rodean; pero nadie sabe que un agudo dolor lo persigue. Secretos que le atormentan y la represión a ser aceptado como es. Por su parte Jared es hosco y directo pero al igual que Nate tiene un pasado que desestabiliza su vida actual. Juntos tendrán que aceptar y confesar sus pasados
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¿Podrán luchar por y aceptar lo que ha crecido entre ellos?
Capítulos Sinopsis........................................................................................................................................ 3 Anochecer de ruiseñores ............................................................................................................... 5 Para que tú me quieras ................................................................................................................ 9 Con besos y contigo .................................................................................................................... 12 Eterno montón de duro trigo......................................................................................................... 16 Decrépito sol y luna vieja ..........................................................................................................20 Carne estremecida....................................................................................................................... 25 Convertir mi llanto..................................................................................................................... 29 Ni sombra ................................................................................................................................. 33 Llorar mis penas ....................................................................................................................... 37 Único testigo ............................................................................................................................. 41 Te quiero me quieres .................................................................................................................45 Lo que me des...........................................................................................................................49 Con un puñal ............................................................................................................................. 53 Siempre ardida ........................................................................................................................... 57 Matar al único testigo ............................................................................................................. 61 Asesinato de mis flores .............................................................................................................66 La madeja ................................................................................................................................70 Epílogo Carne estremecida ........................................................................................................ 74
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El poeta dice la verdad ................................................................................................................ 79
1 Anochecer de ruiseñores
Todos los días lo veía pasar, a la misma hora, en el mismo lugar; bueno, no todos los días, a veces se tardaba o no pasaba por ahí; pero la mayor parte del tiempo lo hacía. Sentado en una banca mientras fingía leer un libro lo veía, contemplaba su cabello ser alborotado por el viento, o iluminado por el sol haciéndolo parecer un halo dorado. Otros días, cuando llovía, estaba aplastado contra su cabeza; no importaba como anduviese, él siempre lo miraba de lejos, en secreto, escondido tras un libro. Algunos días esperaba por horas hasta verlo cruzar la calle y pasar frente a él, siempre cruzaba la calle, no solo giraba en la esquina y seguía su camino, no, cruzaba y seguía su camino caminando con su usual paso lento frente a él.
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Nunca se habían hablado, eran totales desconocidos, pero algo en la energía que se transmitían provocaba que él lo siguiese como una polilla seguía a la luz. Ya no recordaba cuanto tiempo había pasado desde la primera vez que lo había visto, fue un encuentro furtivo, como se podría decir. No esperaba nada extraño.
Viajaba en el autobús hacia su casa, un viaje que hacía a diario, incluso había días que tenía que recorrer ese mismo camino varias veces, por lo que nunca esperaba que algo sucediera, nada diferente sucedería con algo que tanto conocía. Morado. Pudo visualizar una camiseta de color morado, fue la última persona en subirse al autobús, pero él no pudo analizar bien su rostro, estaban a gran distancia por lo que no podría decir cómo era. Sus amigos siguieron hablando y riendo como siempre, ninguno notó como su mirada volaba hacia esa camiseta que cubría el cuerpo de esa persona; no entendía por qué lo seguía observando. Pasaron los minutos y su casa estaba cada vez más cerca, pronto tendría que bajarse del bus y continuar su camino, pero para salir tenía que pasar a su lado, podría verlo de cerca, podría rozarlo sin que pareciera sospechoso, sin que pareciera extraño. Y así lo hizo.
Después de ese día lo veía esporádicamente en el autobús. Una vez lo llegó a ver en el cine. Hasta que descubrió donde trabajaba, el día que entró a la librería a comprar un libro que había estado buscando y le habían informado que ya estaba disponible en la tienda. Lo encontró por pura suerte, pero lo encontró. Permaneció sentado en una banca cerca de la librería desde donde podría verlo salir al final de su jornada. Esperó y esperó. “Quiero llorar mi pena y te lo digo” Podían haber pasado semanas, meses o años desde ese encuentro furtivo. Había tiempos donde no pensaba en él, se dedicaba a seguir su vida, tener citas, estudiar, hacer lo de siempre; pero cuando menos se lo esperaba lo volvía a ver y volvía a caer en la ansiedad y frustración que sufría al recordarlo.
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De nuevo había caído en el deseo de verlo todo lo posible, ya habían pasado dos semanas en las cuales permanecía sentado en la banca de siempre esperando verlo pasar. Esa tarde el sol iluminaba con gran fuerza, el anochecer estaba cerca, pero de todas formas él realizó el mismo recorrido de siempre. Caminando lentamente frente a Nate, quien mantenía los ojos pegados al libro, o al menos eso era lo que pretendía, lo miraba discretamente, esperaba a que le diera la espalda para levantar la cabeza y verlo alejarse paso a paso, cada vez un poco más rápido. Suspiró. Debería dejar de hacer eso, se sentía como un acosador, siguiendo y vigilando, siguiendo y vigilando, día tras día. Sí, parecía un acosador, y tal vez lo fuera.
Se volvió a concentrar en su lectura, esperaría al siguiente autobús para irse sin que él lo notara; al menos los encuentros en el transporte público no eran producto de su acoso, esos eran simples casualidades que sucedían de vez en cuando. Continuó y continuó leyendo, hasta que se fijo en la hora, se había quedado más tiempo del esperado, había perdido el bus en el que planeaba viajar, y el próximo estaba por salir. Salió corriendo mientras guardaba el libro en su mochila “Para que tú me quieras y me llores” Se subió al autobús y pagó su pasaje, se había perdido en la interesante historia narrada en el libro. El día estaba terminando mientras el bus avanzaba hacia su casa. Podía ver el sol empezar a ocultarse en el horizonte. Volvió a suspirar. Varias veces se había hecho prometer que no volvería a seguirlo, y había fallado. No lograba dejar de pensar en él totalmente, cuando creía lograrlo volvía a pensar en él a todas horas, todos los días. Volvió a suspirar. Cerró los ojos y se volvió a obligar prometerlo. No volver a seguirlo, no volver a seguirlo. Abrió los ojos a tiempo para ver que había llegado a su parada, se levantó y salió del autobús con cuidado, no quería caerse, justo donde el bus se detenía había un poco de gravilla suelta, una vez casi se había caído y, al sostenerse del autobús, este aceleró obligándolo a luchar por mantenerse en pie. Giró la cabeza y contempló el sol por un momento hasta que sintió sus ojos arder y tuvo que apartar la vista antes de quedar ciego. “En un atardecer de ruiseñores” Esperó un momento a que su vista se recuperara para no caminar a ciegas, parpadeó rápidamente hasta que dejó de ver manchas multicolores tapando los objetos y personas cercanas.
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Personas, era extraño, casi nunca había nadie en esta zona, pero ahí estaba, podía ver su pie sobresalir detrás de un poste eléctrico, eso no era gran cosa, por lo que emprendió su camino hasta su casa, eran pocos metros, por lo que no le molestaba. Pasó junto al poste y la persona sin prestarles atención, quería volver a su casa y seguir leyendo, aunque también pensaba en él, ese chico de cabello negro y mirada profunda… ¡Ya!, se gritó a sí mismo. —¿Por qué? —Escuchó una voz decir detrás suyo, le resultaba extrañamente familiar, pero ¿dónde la había escuchado? No contesto, no se giró, solo esperó.
—¿Por qué? —repitió con más dureza la voz. Lentamente Nate se dio la vuelta. No pudo seguir respirando, estaba paralizado, sorprendido. Se quedó mirándolo, contemplándolo embelesado sería más exacto, solo le faltaba abrir la boca y dejar que la baba cayera, pero eso era irse a los extremos. —¿Por qué? —volvió a decir, esta vez más lento, como si hablara con un retrasado. —Ah… ¿po… por qué? —tartamudeó, se sentía tan estúpido, no podía siquiera hacer una pregunta correctamente. —Eso es lo que pregunté, ¿por qué? —Yo, no, no entiendo. —Poco a poco se iba calmando lo suficiente, lo cual le permitía hablar con un poco más de coherencia. —¿Por qué me sigues? —aclaró. —Yo no te… No. Es que… no, bueno. No —balbuceó. —Gracias, eso lo aclara todo, ¿cómo no pensé en eso antes? —dijo con sarcasmo mientras ponía los ojos en blanco. —Yo… perdón. Salió corriendo, sí, salió corriendo, lo más cobarde que pudo haber hecho, Nate corrió hacia su casa, las manos le temblaban mientras sacaba sus llaves y abría la puerta principal, miró hacia atrás, pero no lo seguía, simplemente se quedó de pie donde estaba, mirándolo, no apartó la vista en ningún momento, solo se quedo inmóvil.
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“Con un puñal, con besos y contigo.”
2 Para que tú me quieras
Nate había pasado varios días encerrado en su habitación, salía solo cuando quería comer, tenía que ducharse o usar el retrete. Nunca se había sentido tan humillado, lo había descubierto. Dejó de seguirlo, dejó de observarlo. Se quedaba en su habitación encerrado, no hablaba con nadie, se aisló. Sabía que debía volver al mundo algún día, pero no deseaba hacerlo, no quería verlo y mucho menos que él lo viera, quería esconderse, huir, salir del país, perderse, escapar del planeta, irse a otra galaxia. Pero no podía, y por más que dijera que no quería volver a verlo nunca más, sabía que no podría vivir tranquilo sin contemplar su rostro por lo menos una última vez. Tenía que hacerlo.
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*** Lejos, dentro de una pequeña habitación gris Jared se ponía las botas negras de combate hecho una furia, el saber que estaba enojado sin motivo aparente hacía que se enfadase aun más. Contempló su guardarropa, blanco, negro y gris, ningún otro color, nada de ropa de colores, se había deshecho de esta mucho tiempo atrás, todo el color de su ropa estaba escondido en una esquina al fondo del guardarropa, no era mucha ropa, pero sí un poco, era la ropa que sacaba cuando iba a visitar a su familia, por lo que la usaba muy pocas veces.
Se miró en el espejo que tenía una esquina rota, vio que andaba la camiseta al revés por lo que se la quitó con más furia aún, su día empeoraba cada vez un poco más, pequeños detalles que lo hacían querer golpear al primer idiota que se cruzara en su camino. Salió de su apartamento corriendo, pero tarde, el transporte público ya se había ido. Jared se imaginó que llevaba una nube gris sobre su cabeza, de la cual caían gruesas gotas de lluvia y salían relámpagos que producían grandes estruendos. ¿Qué más? ¿Falta algo peor?, pensó en un grito, un grito que le mandó a lo que fuera que estuviera en algún lugar y que fuera lo suficientemente poderoso para escucharlo y burlarse de su mala suerte. Jared sentía que el universo se estaba burlando de él. Había pasado casi una semana desde que había confrontado a su acosador y de alguna forma se había librado de él, debería ser feliz, pero el universo le jugaba bromas que lo hacían odiar a todo y todos. Empezó a correr, necesitaba llegar cuanto antes al trabajo, no podía volver a llegar tarde, si lo hacía de nuevo iba a ser despedido, otra vez. Nunca había estado en un trabajo por más de seis meses, siempre hacía algo tonto que provocaba que lo despidieran, pero hacer estupideces era parte de su ser, no podía evitarlo. A veces parecía que las cosas tontas solo sucedían a su alrededor por arte de magia, él no intentaba hacerlas, solo sucedían; pero en cuanto recibió este último empleo juró que no lo iba a perder tan fácilmente, ya habían pasado siete meses y aun lo conservaba, pero el transporte público seguía empeñado en hacerle jugarretas que lo perjudicaran. Corría más y más rápido, no iba a rendirse, lucharía. Sentía el característico ardor en las pantorrillas por el ejercicio, su respiración estaba acelerada y sus pulmones luchaban por tragar aire como locos, su corazón corría más rápido que él, era como si estuvieran compitiendo para ver quien lograba acelerar más. Los minutos pasaban, uno, dos, tres… quince, veinte…
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Odiaba vivir tan lejos del trabajo, pero cuando llegó a este lo encontró todavía cerrado, no podía creerlo, la cortina de metal seguía abajo, cerrada con un gran candado; sus compañeros de trabajo esperaban frente al local charlando. Jared llegó, tenía calor, la respiración agitada, su corazón seguía corriendo, pero había llegado antes que su jefe; apoyó las manos en las rodillas y se inclinó un poco mientras chupaba aire con avaricia. En cuanto logró controlar su respiración un poco se enderezó y contempló la esquina por la que venía su jefe charlando animadamente con una persona, no perdería su trabajo, pero lo que estaba viendo era aún peor, mucho peor. Su acosador charlaba con su jefe.
—Disculpen por haberlos hecho esperar, es solo que me encontré a este joven y empezamos a hablar y, bueno, me atrasé —saludó el jefe. —Todo fue mi culpa, lo lamento. —Su acosador lo miraba mientras decía estas palabras. ¿Él sabía que venía tarde y atrasó a mi jefe por mí?, se preguntó Jared consternado—. Me voy, un placer haber hablado con usted, señor, adiós —se despidió Nate y se alejó, caminó con paso decidido, había hecho lo correcto, pero se sentía terrible por eso, había jurado que lo vería una vez más y se alejaría, eso era todo, la despedida iba dirigida al chico de la camiseta negra y el pelo revuelto. Jared lo miró sorprendido mientras se alejaba, le había salvado, había evitado que perdiera su trabajo, pero ahora solo se alejaba sin mirarlo, algo estaba diferente. Por más que Jared odiara que lo acosaran, no podía evitar pensar que había perdido algo al verlo irse, alejarse de él. ¿De verdad no volverá?, pensó durante todo el día, cada vez que tenía medio segundo libre de distracciones lo pensaba, en sus descansos, a la hora del almuerzo, se lo preguntaba una y otra vez. “Que no se acabe nunca la madeja del te quiero me quieres…” Al igual que Jared, un solo pensamiento recorría constante e incansablemente la cabeza de Nate, atormentándolo y torturándolo.
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¿De verdad no volveré?
3 Con besos y contigo
Despertar, baño, desayuno, estudio, regresar, comida, aburrimiento, dormir. Su vida era una rutina, no había cambios, no hacía nada diferente, se dedicaba a su estudio con mayor dedicación para evitar pensar en él, en sus grandes ojos de color gris, en su voz, su… no podía pensar en él, si lo hacía se rompería en mil pedazos, no podía revivir el dolor de perderlo todo sin haberlo conocido, no, no lo soportaría.
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Nate se dejó caer exhausto en su cama, había pasado toda la tarde haciendo el trabajo que debía entregar en la universidad, se puso lo audífonos y dejó que la música lo consumiera, se concentró con fuerza en lo que resonaba a través de los pequeños aparatos negros: música, letras de canciones que no conocía para no poder relacionarlas con nada de su vida diaria, luchó por no pensar, no iba a hacerlo, no lo haría, no, no. Se pasaba los días haciendo actividades que no le correspondían para acabar con su tiempo libre, cuando no encontraba qué hacer se ponía a leer alguna novela de suspenso o de terror, algo que no incluyera romance, todavía no estaba preparado para leer sobre una pareja feliz, cuyo único problema era la inseguridad o algún familiar problemático o alguna antigua pareja celosa, problemas tan comunes que resultaban banales. Nate había leído cientos de libros, pero ninguno lograba responder sus preguntas: ¿por qué es tan difícil aceptar el amor?, ¿por qué no luchar por lo que se desea aunque no sea apropiado?, ¿por qué no sufrir en silencio y llorar hasta morir?
Sus propias dudas se contradecían entre sí, era un caos, estaba arruinado, su vida personal estaba acabada. Debía pasar los días pretendiendo ser algo que no era, fingiendo ser feliz cuando estaba llorando por dentro. Había momentos en el día en los cuales tenía que salir corriendo y ocultarse, esconderse de los demás, huir, escapar, alejarse para poder llorar en la seguridad proporcionada por la soledad. Nadie sabía sus problemas, se los reservaba, no tenía hermanos en los que confiar y su padre nunca había sido la mejor persona para hablar sobre problemas, menos si esos problemas incluían algún chico. Su inclinación sexual era algo que su padre aborrecía, una de las razones por las que lo había enviado a estudiar y vivir lejos de su casa en cuanto pudo. Deseaba gritar al aire que odiaba su vida. Todos creían que su vida era perfecta, podría tener a la chica que quisiera, claro, su padre era millonario y famoso, él no tendría problemas en conseguir a alguien por eso, pero no quería que las cosas fueran así, no quería estar con una chica a la que solo le interesase su dinero y posición social, no quería estar con ninguna chica, en general. Quería estar con ese chico de cabello negro con rojo al cual no conocía, ni siquiera sabía su nombre, pero no le importaba, aún así eso era lo que quería. Supo que esa noche sería imposible no llorar, lo supo después de una hora de lágrimas cayendo por su rostro, no podía evitar pensar. Su padre, el odio que parecía tenerle en privado y el fingido amor público. Ese chico, la atracción que evocaba sobre él y la inseguridad que lo hacía sentir. Sus amigos, la falsedad con que lo trataban como a un igual. Su educación, el estudiar en secreto lo que de verdad amaba, solo porque su padre no lo aprobaba, pero tampoco demostraba gran interés por su vida, por lo que no le costaba ocultarlo.
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Sí, su vida era un desastre, pero la mayor parte del tiempo era feliz, o al menos no se quejaba, los libros lo ayudaban a mantener la calma, la mayor parte del tiempo. En los libros encontraba su mundo seguro, pero últimamente estos no podían ayudarlo, no cuando gran parte de su lectura habitual incluía lecturas románticas de parejas imposiblemente felices. Nate se aferró con fuerza a su almohada, esa noche no estaba siendo la más placentera de su vida, había tenido peores, muchas, pero aunque hubiese pasado por un millón de noches tristes, nunca llegaría a acostumbrarse a estas, seguían hiriéndole el corazón, su alma, su ser; le herían con fuerza, lo desgarraban dejándolo cada vez más vacío y solo.
La música seguía resonando en sus oídos, ahogando para sí el sonido de sus propios sollozos ahogados contra la almohada en su oscura habitación en su casa vacía. Vivía solo en la casa que su padre le había comprado para enviarlo lejos, para alejarlo de él. Estaba solo, a nadie le importaría que hiciera las cosas mal. Se sentó rígido sobre la cama y gritó, un grito que le desgarraba la garganta pero que lo hacía sentir mejor. Se dejó caer en la cama en cuanto termino de gritar, respiró hondo y volvió a concentrarse en la música. Se durmió. *** Un grito resonó en la noche a través del aire, no fue muy largo, pero sí audible. Habían pasado cinco noches en las cuales Jared se encontraba vagando sin rumbo, o eso creía; al final de su paseo estaba de pie exactamente en el mismo punto, el mismo lugar, junto al poste eléctrico cerca de su casa. Desde donde estaba podía ver la casa en la que ese chico se había refugiado de él, donde se había escondido. Suspiró. No sabía si el grito había provenido de esa casa en específico, pero de donde sea que hubiese venido le perforó el alma. Corrió, huyó como si tuviera un demonio persiguiéndolo a poco pasos. Las manos le temblaban al intentar abrir la puerta de su apartamento, no podía introducir la llave, su respiración estaba agitada, estaba jadeando en busca de aire para llenar sus pulmones. No, no, no, no de nuevo, por favor no otra vez, pensaba con desesperación, mientras se llevaba la mano izquierda hacia el pecho y se aferraba a su camisa, tenía su mano justo sobre su corazón, sobre la marca que demostraba que de verdad se había ido, la prueba irrefutable.
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Pateó la puerta para cerrarla en cuanto entró, utilizó más fuerza de la requerida, por lo que el estruendo fue más fuerte de lo esperado y resonó por todo su pequeño apartamento de una sola habitación. Golpeaba la pared mientras caminaba hacia el baño, sus puños empezaron a doler, pero no le importaba, prefería concentrarse en el dolor físico ocasionado por sí mismo. En el baño luchó con la urgencia de golpear el espejo, el cual ya había sido golpeado varias veces y estaba resquebrajado por todos lados. Siempre que se acordaba de su hermano sufría, se enfadaba. Abrió la ducha y la dejó en agua fría, se metió bajo el chorro completamente vestido, se quedó quieto, luchando por respirar. Pronto la ropa se le pegaba a la piel, el pelo caía aplastado y pegado contra su cabeza, sus Converse negras quedaron empapadas y pesadas, su pantalón parecía que iba a caérsele en cualquier momento por el peso acumulado.
Empezó a tiritar con fuerza, el frío lo distrajo un poco. Cambió el agua y la puso caliente. En minutos había dejado de tiritar y se había quitado la ropa húmeda, se secó con una vieja toalla gris que tenía en el cuarto de baño. Caminó descalzo hacia su habitación y se tiró en la cama, la toalla gris quedó hecha un nudo en su cabeza. Estaba cansado, no solo físicamente, también emocionalmente, era exhausto luchar todos los días sin ayuda. Extrañaba a su hermano, el único amigo que tenía y quería, la única persona que no lo abandonaba, pero hasta eso fue una mentira, le había jurado nunca dejarlo, pero mintió. Se había ido, para siempre. Jared solo no entendía por qué sentía que no solo había perdido a una persona, tenía un agujero doble donde antes solo hacía falta una persona. Su vida estaba de cabeza, no, estar de cabeza era muy común, estaba en una posición contorsionista, la cual parecía no querer desaparecer.
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Su mano seguía sobre su pecho, sobre la prueba de que ya no estaba. Así se durmió, con la mano sobre el corazón y la toalla anudada en su cabeza.
4 Eterno montón de duro trigo
Solo un día más, pensó Jared, era sábado, al día siguiente no tenía que trabajar, podría descansar, los últimos días había dormido mal, o simplemente no había logrado dormir ni un minuto en toda la noche. Trabajaba cansado, tenía grandes círculos púrpuras, casi negros, bajo los ojos. Bostezaba todo el tiempo, debía obligarse a trabajar cada minuto del día. Suspiró mientras miraba su reloj, le quedaban pocos minutos para salir, estaba sentado frente a la caja mirando hacia el techo, no había clientes a los que atender. Esos eran los peores momentos de todo el día, cuando no tenía nada que hacer y no podía buscar algo para distraerse, debía permanecer en su trabajo, aunque no estuviese haciendo nada interesante, nada más que pensar, torturarse con sus deprimentes fantasías.
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—Jared, regresa de la luna. —El jefe estaba de pie agitando una mano frente a sus ojos—. Vamos, vete a casa, descansa, estás horrible. —Bien, gracias, —Jared logró susurrar, cansado. Un paso, dos pasos; pequeños pasos que lo llevaron fuera de detrás de la caja, a la zona de atrás por sus cosas, hasta el lugar donde tomaba el transporte público; pasos de zombi, perdido en sus pensamientos, perdido en su mundo, en su desastrosa vida.
¿Por qué soy tan estúpido?, iba pensando Jared mientras caminaba a través de la pequeña ciudad, siempre recorría el mismo camino: salía de la tienda, se dirigía hacia el parque, caminaba frente a las bancas… siempre cruzaba la calle en el mismo punto, siempre, aunque podía tomar otra ruta, siempre tomaba esa específicamente, esa en la que sabía que encontraría a su acosador, el cual no había aparecido por varios días, semanas. Por algún motivo utilizaba la misma ruta a diario, pero no sabía si su motivación estaba en su consciente o no. Suspiró. Su acosador no volvía a aparecer y él se preguntaba el porqué de tomar la ruta más fácil hacia su objetivo, no tenía sentido, claro, todo el asunto carecía de lógica. Había estado con varias personas, mujeres y hombres por igual, pero nunca nadie se había aferrado a él con tanta fuerza. Llegó a la estación de buses, las personas esperaban al autobús que debían tomar, algunas hablaban entre sí, otros escuchaban música con los audífonos, había algunos que leían; todos vivían sus vidas normalmente, ¿por qué no comprendían que el mundo era horrible? El sol ya se había ocultado, las nubes, de un oscuro tono gris, cubrían pesadamente el cielo, todo el día había pasado nublado, llovía a ratos, pero todavía no era una tormenta. Jared miró al cielo, el clima se adaptaba a su ánimo, un día gris para un ánimo aún más gris. Escuchó a una persona reír cerca de él y eso lo enloqueció, todos eran felices mientras él era miserable sin motivo alguno. Siguió caminando, pasó junto a parejas felices, junto a ancianos pensativos y más. Solo continuó con su camino sin prestarle atención a nadie, no quería que lo notaran y detectaran su pésimo humor. Se alejó de la estación caminando con paso decidido, caminó más y más, no tenía rumbo fijo, solo deseaba alejarse de todos. Cada uno de sus pasos lo ayudaban a controlarse, sentía que si dejaba de mover las piernas estas le fallarían y caería, lloraría; lo sabía, si caía empezaría a llorar frente a todos y todo.
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Un paso más, diez lágrimas menos. Mantenía los dientes apretados y la mirada fija en el suelo, tenía las manos metidas con fuerza en los bolsillos de sus pantalones, sus zancadas eran furiosas, sus pasos más fuertes de lo necesario. Una gota tras otra, poco a poco la calle se fue oscureciendo a causa del agua que caía pesadamente desde las densas nubes en el cielo. La lluvia caía sobre los transeúntes, unos llevaban sombrillas, otros empezaron a correr, unos cuantos siguieron caminando tranquilamente bajo la tormenta. Jared levantó la cabeza y las gotas le cayeron sobre sus párpados cerrados, sus pies se detuvieron por un segundo.
Tragó con fuerza intentando deshacer el nudo que se formó en su garganta, sus manos empezaron a temblar metidas en sus bolsillos, sus rodillas amenazaron con ceder. No podía caer, era lo peor que podría hacer, no podía demostrar su estúpida debilidad, no. Sin mandato alguno por parte de su cerebro, sus piernas empezaron a moverse, rápido, más rápido, corría por instinto. Estaba huyendo, escapaba de sí mismo, de sus pensamientos, de sus deseos, de sus debilidades. El agua lo había empapado igual que cuando se había metido a la ducha: su cabello multicolor aplastado contra su cabeza, la ropa estaba adherida a su piel, sus zapatos estaban llenos de agua, cada vez más pesados y difíciles de manejar. Todas las personas que lo veían correr creían que se apresuraba a su casa para alejarse de la lluvia, no era la única persona corriendo como loco, pero nadie sabía que no corría por la lluvia, nadie lo sabía y nunca lo sabrían. De todas formas, Jared era un simple humano común y corriente, con problemas normales, era una persona que no había hecho nada importante como para ser reconocido o admirado por los demás; él era un simple chico con apariencia hostil y rebelde que no le importaba a nadie, podría morir y nadie notaría su ausencia, podrían pasar meses antes de que alguien se percatase de que había muerto sin previo aviso. Un fantasma más que ocupaba un pequeño espacio en el vasto universo. *** Un relámpago iluminó el cielo oscuro, el trueno que lo siguió provocó que los cristales vibraran con fuerza. Nate estaba mirando a través de la ventana de su habitación. Se había quedado encerrado en su casa haciendo sus deberes universitarios debido a la tormenta, pero ya había terminado y no tenía nada qué hacer. Tenía un libro abierto sobre sus piernas, pero no lograba concentrarse lo suficiente en la lectura. Con los días había logrado controlar su depresión, ya no pasaba triste todo el tiempo, había conseguido dejar de pensar en su asquerosa vida todo el tiempo, lo cual era algo bueno, un gran logro.
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Debo comer algo, pensó Nate. Estiró sus músculos, los brazos sobre la cabeza, flexionar las rodillas, mover los pies. Llevaba horas sentado frente a la ventana fingiendo leer. Movió la cabeza a un lado, al otro, los músculos se tensaban y relajaban haciéndolo sentir mejor. Miró una última vez por la ventana en el momento exacto en que un rayo iluminaba la calle fuera de su casa. Una silueta permanecía en pie frente a la puerta principal, parecía una estatua, permanecía inmóvil bajo la lluvia, los brazos estaban tiesos a ambos lados de su cuerpo, tenía la cabeza gacha, pero no importaba, no necesitaba ver su rostro para saber quién era.
Ambos se encontraban en shock. Jared no se explicaba cómo había llegado hasta la casa de su acosador bajo la lluvia tempestuosa. Nate no entendía qué hacía el chico que tanto lo fascinaba frente a su casa. Nate no podía apartar la mirada de él, no pudo evitar notar como la ropa mojada se adhería a su cuerpo a la perfección haciendo que contemplarlo fuese asombroso. Notó como su cabello estaba un poco más largo de lo usual, las zonas teñidas de rojo se veían oscuras por la falta de luz y el agua que las cubría. Sabía que él no lo podría verlo desde donde estaba, al menos eso esperaba, de todas formas en ningún momento hizo el intento de levantar la cabeza. Jared respiraba superficialmente, no sentía el frío que hacía que sus músculos se estremecieran con fuerza. Sus manos seguían temblando con fuerza, pero no estaba seguro si era por sus emociones o por el frío causado por la lluvia que lo empapó por completo. Uno. Cinco. Siete. Los minutos pasaban con una lentitud casi agónica, el tiempo parecía no querer avanzar, era como si el universo quisiera que ese momento durara por siempre. Nate mirándolo. Jared llorando. Tantos años había pasado sin derramar una lágrima, sin pensar en el dolor que sufría a diario. Pero tuvo que volver a sentir lo que era ser abandonado, aunque fuera por alguien insignificante, para que todo volviera a invadirlo, había pasado casi un año intentando recuperarse la última vez, no sabía cuánto le tardaría lograr recomponerse esa vez. Podía ser más, podía ser menos; solo sabía que quería que todo acabara de un solo, quería dejar de sufrir. Todo lo que Nate había logrado en esos últimos días, dejar de sufrir y lamentarse, fue eliminado tan fácilmente como había perdido el control la primera vez.
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¿Qué demonios me pasa?, ambos pensaron segundos antes de que él empezara a correr, y entonces el tiempo pareció correr a gran velocidad, acabándose.
5 Decrépito sol y luna vieja
Su mano se aferraba a su pecho con fuerza, titiritaba de frío, estaba empapado de la cabeza a los pies por la tormenta bajo la que había caminado, corrido, huido, llorado… Los últimos años lo único que Jared hacía era aferrarse a su pecho como si fuese a morir si no lo hacía, se aferraba a su marca; ese tatuaje que se había hecho en honor a la pérdida de su hermano, su amigo, su MEJOR amigo, su único amigo. El recuerdo de su pérdida lo torturaba con fuerza, implacable e imposible de olvidar. Por años habían sido él y su hermano contra el mundo, nadie los podía entender. Su familia era un desastre, pero permanecía ligeramente unida, no importaban las peleas y los problemas, siempre sobrevivían.
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Jared movió un poco su humedecida camiseta para ver el tatuaje. La tinta roja como la sangre hacía resaltar los detalles en negro del intrincado reloj que marcaba las 5:10 horas, una hora que nunca cambiaría en su vida. Se perdió en las líneas dibujadas por la mano de un artista, las agujas que marcaban el cinco y el dos, los otros números menos llamativos alrededor, los detalles en dorado que le daban brillo, la blanca luz artificial en el tatuaje; cada detalle era perfecto, no había nada que hiciera pensar que ese tatuaje era una muestra de muerte, un recordatorio de sufrimiento.
Su hermano, ese que murió en el momento más inoportuno que pudo escoger, ese que provocó que todo su mundo se arruinara por completo, ese que le quitó la oportunidad de ser feliz, ese que se llevó todos sus secretos a la tumba; pero ni siquiera tenía una tumba, no pudo ser enterrado, se había ido sin decir adiós, se había ido de la peor forma posible. Había esperado a su hermano por horas, le había dicho que se verían en el parque después del colegio, recibió un mensaje en el que decía que llegaba tarde, por lo que se quedó esperando, se quedó por horas hasta que el aburrimiento lo venció y la noche lo obligó a volver, no esperaba encontrar a nadie en casa y, como había predicho, no había nadie. Atravesó el umbral de la rechinante puerta principal, su casa no era hermosa, pero era su hogar. Le había enviado un mensaje a su hermano diciéndole que ya se iba para la casa, solo para que supiera por si decidía aparecer en el parque tantas horas después del momento acordado. Se abrió paso hasta la cocina, no había comido desde el minúsculo almuerzo que había tenido al mediodía, pero, como siempre, no había nada comestible en la cocina, suspiró mientras el estómago le rugía con desesperación, podría ir a la tienda a comprarse algo para aplacar su apetito, pero no tenía dinero como para comprarse algo de comida. Se encaminó hacia la habitación de su hermano, tal vez él tendría algo de dinero guardado ahí, podría tomar un poco y luego se lo devolvería, no sería la primera vez que lo hacía. En su vida había aprendido a esperar lo peor siempre, o bueno, casi siempre, con su hermano todo era bueno, él no podía hacer nada malo, simplemente era inimaginable, impensable, imposible. Podía esperar cualquier cosa, menos lo que encontró. Su hermano, la única persona que le hacía compañía en sus momentos de eterna y permanente soledad estaba en el suelo rodeado por un enorme charco de sangre. La tinta escarlata se extendía hasta tocar sus zapatos, manchándolos. Sus ojos abiertos como platos, al igual que su boca. Sintió el deseo de morir junto a su hermano, pero no podía moverse, no podía ni respirar; sus rodillas no pudieron con su peso y cayó, las gotas de sangre saltaron y cayeron por todos lados, sus pantalones fueron absorbiendo el carmesí del suelo.
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El color de su cuerpo se escapó de él como la sangre lo había hecho del cuerpo de su hermano, llevándose también el calor y la felicidad, dejándolo solo en su mundo frío y oscuro. No supo cuánto tiempo había pasado de rodillas llorando ante el cuerpo inerte de su hermano. Escuchó que su madre llegaba suspirando cansada del trabajo, pero no se movió, no podía. Esperó con lágrimas cayendo por sus mejillas hasta que escuchó el grito ahogado de su madre a su espalda, los sollozos empezaron casi inmediatamente,
pero no eran sollozos ahogados, eran casi gritos de dolor y sufrimiento, era la muestra de la pena de una madre abandonada, era el dolor en su forma más pura. La pérdida de un hijo, de un hermano, de un amigo. El mundo entero de su familia se hundió en una nube oscura de sufrimiento. El limpiar la habitación se había convertido en la tarea que nadie quería hacer; hasta que el olor fue insoportable Jared se obligó a abrir esa puerta de nuevo. Por horas había llorado mientras limpiaba los restos de sangre, ni siquiera en el corto funeral que habían hecho para su hermano había llorado, solamente cuando entraba a esa habitación era que sufría. ¡Ni siquiera pudieron enterrar el cuerpo por ser un suicidio, tuvieron que incinerarlo! A veces lloraba por la muerte de su hermano, sufría, le dolía; otras veces lo odiaba por haberlo abandonado, por haberlo dejado en ese frío y doloroso mundo. Su muerte fue lo que desencadenó los sucesos posteriores, su familia se desintegró poco a poco. No toleraban hablarse, menos verse. Sus padres utilizaban los empleos como excusa para no estar en casa; Jared se metía en problemas, faltaba a clases a menudo, se hizo su primer tatuaje, el reloj en el pecho. En cuanto tuvo los dieciocho años consiguió un empleo y, con este dinero, pudo conseguirse un apartamento donde vivir lejos de su familia, lejos de esa casa llena de dolorosos y tortuosos recuerdos de su hermano muriendo y su familia desintegrada. Visitaba a su familia una vez al año, solo un día. El cinco de febrero viajaba a la casa de su familia, el aniversario de la muerte de su hermano. El frío lo hizo volver a la realidad, lo hizo parpadear con fuerza para quitar el agua que caía sobre sus ojos y le impedía ver. Apretó la mandíbula evitando sollozar. Él se había ido y no volvería, lo único que quedaba de él era su tatuaje que marcaba las 5:10 horas. ***
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El ver a Jared por la ventana causó en Nate de todo, desde asombro y felicidad, hasta dolor y soledad. No sabía qué pensar, no sabía qué hacer, no sabía ni respirar. Estaba confundido, extrañado, maravillado, atraído, asustado… Supo que ver que alguien lo buscaba después de todo lo que había vivido era lo que lo hacía sentir así, como si no supiera qué sentir. Era diferente, extraño, impensable que alguien fuera a su casa en media tormenta, su padre se había asegurado de eso. Su padre, ese que fingía su amor, pero no siempre había tenido que fingir, o al menos eso creía Nate.
Cuando su madre seguía con ellos su vida había sido diferente, eran una familia unida, feliz; algunos podrían decir que eran la familia perfecta y no solo en apariencia, de verdad lo eran. Todo lo que Nate hiciera era apoyado, sus padres lo cuidaban y le daban lo que quería, pero sin mimarlo en exceso, le enseñaron que la vida podía ser dura, que la comodidad económica no era eterna, que debía luchar por lo que quería y que lo apoyarían siempre. Nate era feliz, la persona más feliz; tenía una gran familia, buenos amigos, era bueno en sus estudios; el único problema era su vida amorosa. Sus padres desconocían sus gustos, temía decirles lo que pasaba por su cabeza. Pero él no sabía que sus padres se peleaban todas las noches, no sabía que los constantes viajes de su padre eran solo para alejarse de su madre, no sabía que ella tenía un amante, no sabía nada sobre los problemas de su familia. En el momento en que se decidió para confesarles su homosexualidad, sus padres lo interrumpieron diciéndole que se iban a divorciar, la sorpresa lo había congelado. Su perfecta familia se separó. Su madre se iba a ir con su amante; su padre se quedaría con él; nadie le preguntó qué pensaba, cómo se sentía, solo tomaron las decisiones sin tomarlo en cuenta. Por meses sufrió mientras su madre se mudaba, mientras la prensa los acosaba día y noche, mientras su padre se pasaba los días encerrado en su oficina, en su empleo o viajando, dejándolo solo para sufrir en silencio. Por meses tuvo que aparentar estar bien, ser feliz ante los demás, no podía permitir que los demás vieran que su mundo era un doloroso desastre. El gran secreto que les iba a revelar a sus padres se lo tragó, lo escondió de regreso en su interior donde nadie lo vería. Se dijo que intentaría ser lo que sus padres esperaban, que iba a ser el hijo perfecto que querían, tal vez así lo quisieran, tal vez si lo lograba su familia sería feliz de nuevo.
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Luchó y luchó todos los días; sus calificaciones eran perfectas, participaba en varias actividades extracurriculares, se esforzaba por no hacer preguntas incómodas aunque la curiosidad lo mataba; su comportamiento era ejemplar ante su familia, pero su vida social iba en decadencia, y su vida amorosa estaba peor que nunca. Perder todo en su vida lo había marcado. Después de la separación de sus padres solo había tenido una cosa que quisiera, solo una, y ahora el chico del cabello negro y rojo estaba ante su casa y no sabía el porqué de eso. Nate quería respuestas, estaba cansado de no saber lo que sucedía ante su nariz, por lo que corrió. Se apresuró hacia la puerta principal y a salir, no dejaría que él huyera sin darle una explicación sobre todo.
Abrió la puerta como pudo, el seguro estaba puesto, no planeaba salir de su casa, mas la visita inesperada de ese chico provocó que quisiera abrir la puerta de nuevo. La lluvia lo golpeó con gélida fuerza en el rostro, lo mojó, su ropa quedo empapada en segundos, pero nada de esto le importó, al frente tenía la estatua del chico que vio por la ventana, estaba frente a él y no huía, ni siquiera parecía enfadado, solo lloraba, no entendía por qué, pero estaba llorando. —No sé lo que hago aquí, —Jared murmuró. Nate tuvo que esforzarse para escuchar por sobre la estridente tormenta que caía a su alrededor. —¿Cómo te llamas? —Se encontraba más tranquilo de lo que pensaba, lo cual lo sorprendió aún más. —Yo… no sé lo que hago aquí —él reprimió un sollozo—. Jared —dijo bajando la cabeza incluso más. Jared, pensó Nate, ese es su nombre. Jared. El silencio se instaló sobre ellos, no sabían qué decir, no se conocían, pero aún así no se sentían incómodos uno frente al otro, empapados, con la ropa pegada a la piel y tiritando de frío. —Nate. Jared suspiró, tanto tiempo después y finalmente sabían sus nombres.
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Nate se miró las manos, el agua se acumuló en ellas, las gotas caían sobre sus dedos, sobre sus hombros, su cabeza, sobre sus brazos, sobre él, y también sobre el chic… Jared.
6 Carne estremecida
Bien, no te vuelvas loco, vamos, cálmate, Nate, ya, deja de temblar, respira hondo; uno, dos, tres… un millón, nada sirve, se repetía una y otra vez. Nate estaba en su habitación, se había quitado la ropa húmeda y los zapatos, solo mantenía el bóxer puesto, con una toalla se secaba el pelo mientras buscaba una camiseta apresuradamente. Jared estaba en el baño junto al cuarto de Nate, se había quitado su ropa para secarla y secarse un poco, aún no entendía por qué había entrado a la casa, debió haberse ido a su apartamento donde tenía más ropa para cambiarse y podía dormir, pero no, tuvo que entrar ahí, se preguntaba qué ropa iba a usar ahora. —Ocupas algo de ropa, ¿cierto? Creo que tengo algo que pueda servir.
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—No, no, está bien, yo debería… —Jared empezó a protestar. —No es nada. Toma, una sudadera y unos pantalones anchos, son de pijama, pero servirá mientras tu ropa se seca un poco. —Nate estaba junto a la puerta del baño con la ropa de cambio en su mano, se había puesto una camiseta y unos pantalones, seguía descalzo y con la toalla alrededor de los hombros. —Bien, gracias. —La puerta del baño se abrió y la mano de Jared salió disparada, tomó la ropa con fuerza y cerró de nuevo.
Nate suspiró. No podía esperar más, era estúpido siquiera esperar algo. No se conocían, apenas y sabían sus nombres, era extraño que hubiese aceptado entrar en la casa, pero ahí estaba, en su baño, poniéndose su ropa, secándose con su toalla… Basta, Nate se gritó, no debía seguir pensando cosas así, no era apropiado, sano, recomendable. Su mente era un mar caótico de pensamientos inconstantes y confusos, se sentía mareado, emocionado y asustado. Nate se puso a rebuscar entre sus zapatos algo para andar por la casa, solía andar descalzo, por lo que nunca tenía nada a mano. —Listo. —Salió diciendo Jared, Nate se levantó con fuerza, golpeándose la cabeza contra el armario. —Maldición —exclamó frotándose la cabeza para calmar un poco el dolor. Jared luchaba por no reírse, pero no lo estaba logrando, ni siquiera con su mano cubriendo su boca pudo reprimir la risa por completo. —No es gracioso, duele, —Nate gruñó. —En realidad es bastante divertido. —Esto dolerá toda la noche —se quejó—. Espero no haberme roto la cabeza. — Suspiró mientras apartaba la mano de su cabeza. —No lo creo, ven, déjame ver si hay sangre. Ambos chicos se quedaron congelados, Jared no podía creer lo que acababa de decir y Nate no sabía si moverse o no. Por un lado quería acercarse todo lo posible a él, por otro temía hacer algo inapropiado. Ambos contenían el aliento; sin moverse, sin respirar, solo esperando. Lentamente Jared movió un pie y luego el otro, ya había dicho eso, no iba a demostrar que hasta él estaba asombrado, se acercó a Nate con fingida seguridad, aunque por dentro deseaba patearse por lo que dijo. Cuando estuvo junto a Nate notó que este era más alto que él, por lo que no podría comprobar si sangraba si no se inclinaba un poco, lo cual hizo después de unos segundos de duda.
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—No, no hay sangre, al menos no veo nada, tal vez debas buscar hielo —dijo con voz ronca y ligeramente temblorosa. —Sí. —Nate tosió aclarándose la garganta—. Gracias. ¿Quieres algo de beber? —¿Ah? No, estoy bien así, gracias. Nate salió de su habitación mareado y mucho más confundido que antes, ¿de dónde había salido eso? ¿Era acaso una broma? Mientras caminaba hacia la cocina respiraba
hondo para calmarse, tenía el pulso acelerado, su corazón palpitaba con fuerza en su pecho, sentía su rostro arder por la vergüenza y la proximidad de Jared. Escuchó las pisadas de Jared detrás de él, supuso que se dirigía al salón o algo así, lo más probable no quisiera permanecer en la habitación que un chico que acababa de conocer bajo la tormenta. Nate sintió como Jared lo empujaba contra la pared y evitaba que se moviera, tenía su rostro a pocos centímetros, pero no podía leer su expresión, no podía entender lo que su rostro mostraba. ¿Furia? ¿Confusión? ¿Odio? —¿Por qué me seguías? —dijo inesperadamente. —Yo… yo… ¿por qué lo preguntas de nuevo? —Nate tartamudeó—. Además, podría preguntar lo mismo —exclamó armándose de valor, un coraje que no sabía de dónde provenía. —No lo sé, ya lo dije —resopló—. ¿Por qué me seguías? —No lo sé, ¿porque quería? —¿Querer? —Los ojos de Jared se oscurecieron mientras sus pensamientos viajaban a lugares siniestros en su cabeza. —Yo tampoco lo entiendo, hay cosas que escapan de nuestro entendimiento —Nate pensaba en voz alta—. A veces solo hacemos cosas que queremos sin pensar en lo que está sucediendo o las consecuencias. Se podría decir que cometemos estupideces de las cuales no nos arrepentimos, bueno, a veces sí, pero otras no. —Nate hablaba sin control por los nervios, luchó por callarse, pero resultó ser una difícil tarea—. Estoy solo diciendo disparates, no puedo callarme, yo… —Basta. Haz silencio un minuto, o dos, por favor.
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Ambos se mantuvieron callados por un rato, las respiraciones se notaban fuertes como las gotas de lluvia al chocar contra algo sólido, estaban inmóviles, esperaban algo sin saber qué exactamente. La mirada de Nate estaba clavada en el anguloso rostro de Jared, en sus ojos grises, su cabello negro con partes teñidas de rojo; mientras Nate lo estudiaba cuidadosamente, Jared mantenía la mirada un poco baja, perdido en sus pensamientos, concentrado en cosas sin sentido, no entendía nada de lo que estaba sucediendo. —Esto es lo más extraño que me ha sucedido nunca. —Jared suspiró, Nate pensaba lo mismo—, y me han sucedido muchas cosas extrañas. Los nervios de Nate crecieron poco a poco, cada vez más, las palmas de sus manos empezaron a sudarle, su corazón se aceleró aún más —si es que eso era posible—, el calor en su rostro se volvió insoportable, sus mejillas rojas como el cabello de Jared. Tragó con fuerza para intentar eliminar el nudo en su garganta, lo cual fue en vano.
—¿Te gusto? La pregunta fue tan inesperada que no supo qué contestar, lo había tomado por sorpresa, no sabía cuál era la respuesta. Nate abrió la boca repetidamente, pero ninguna palabra salió. No lograba formular una oración coherente. ¿Le gustaba? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Qué si me gusta?, Jared se burló. Pero una pequeña parte dentro de él lo hacía dudar. Levantó la mirada hacia esos ojos verdes, tal vez la respuesta no estaba clara, pero lo acababa de conocer, no podía esperar que respondiera una pregunta como ésa. Con cuidado se acercó más y más a Nate, las palabras no podían salir de su boca, pero una palabra no es la única manera de responder, las palabras a veces confunden, con estas se omiten partes de una historia que solo confunden a quien las escucha, así nacen las mentiras; pero las acciones no podían esconder la verdad total. Sus miradas permanecieron fijas sobre el otro, ninguno sabía qué estaba sucediendo, pero ninguno se apartó ni luchó, solo se dejaron llevar por esa fuerza sobrenatural que los impulsaba a hacer locuras.
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Sus labios se rozaron y en ese momento supieron que no había vuelta atrás.
7 Convertir mi llanto
El teléfono resonaba como loco, una y otra vez, pero no lo había contestado ninguna. Solo lo ignoraba, quería dormir, quedarse en la cama, estaba perfectamente cómodo ahí, tranquilo. Únicamente pensando, dormitando, descansando, respirando hondo con los ojos cerrados. La puerta se abrió de golpe y provocó un estruendo al chocar contra la pared. Al parecer su rato de descanso se había acabado por completo. Levantó un poco la cabeza y vio algo que lo dejó sorprendido. Rápidamente todos los recuerdos de la noche anterior aparecieron en su cabeza, un sonrojo subió hasta su rostro haciendo que sus mejillas ardieran con fuerza. Jared mantenía la cabeza baja y una mano levantada por haber empujado la puerta con fuerza. —Ese molesto teléfono no me deja dormir —exclamó con voz inexpresiva.
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Nate luchó contra la necesidad de hundir la cabeza en la almohada y ocultarse, hizo un esfuerzo para mantener la voz calma al contestarle. —Bueno, es hora de levantarse, ¿no crees? —Preferiría quedarme en cama toda la mañana —dijo Jared, su tono había cambiado, esa frase parecía implicar más que simplemente dormir.
El rostro de Nate se tornó aún más rojo —lo que ya era mucho que decir— y ardía con mayor fuerza, sentía que se podría desmayar en cualquier segundo y no se molestaría en intentar despertar. Nate bajó un poco la mirada y notó algo que no había visto antes. ¡Estaba sin camisa! Claro, él solo le había dado una sudadera, lo más probable le hubiese dado calor en la noche y se la hubiese quitado, o algo similar. Nate se sentó en la cama con lentitud, en serio sentía que se iba a desmayar, no quería cometer alguna estupidez por lo que se mantuvo en silencio y se frotó los ojos para evitar ver el torso desnudo de Jared, el abdomen ligeramente marcado, los brazos, los tatuajes, desde donde estaba podía ver tres, no se podía quejar de tener una mala imagen frente a él, pero si seguía contemplándolo corría el riesgo de abrir la boca y empezar a babear. Bueno, no iba a babear por Jared, pero a veces pasaban cosas inesperadas. El teléfono volvió a sonar insistente, ya no era el tono que lo mantenía medio dormido, ahora era el tono que había despertado a Jared, era molesto, algo que debía detener. Se puso en pie y caminó a zancadas hacia el receptor que había en la sala de estar. —Buenas —casi gruñó, podía fingir que había estado durmiendo, así no parecería tan patético. —Al fin contestas, así no te eduqué. —Una fría voz lo reprendió —Padre. —Fue lo único que dijo, el tono gélido en su voz sorprendió a Jared, quien lo había seguido discretamente. —Ni un hola —se mofó la voz en el teléfono. —Hola. —El sarcasmo estaba impregnado en esa palabra. —Bien, hola, entonces. ¿Tienes dinero? ¿Te falta algo? —No he revisado la cuenta. —Bueno, esta tarde depositaré un poco más de lo usual, me voy de viaje por unas semanas, solo para estar seguro. Tu madre llamó.
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—¿Mamá? ¿Qué dijo? —Que viene de visita, por eso me voy, se quedará en mi casa unos días. —¿Cuándo? —En dos semanas. —Muy bien, entonces la llamaré uno de estos días.
—Adiós. —Nos vemos, padre. La comunicación se cortó en cuanto Nate dijo esas palabras. Apoyó la frente contra la pared que tenía junto a él y suspiró, sus conversaciones con su padre siempre eran terriblemente dolorosas, lo hacían recordar tantas cosas. Su mano subió por instinto hacia su pecho, pero se detuvo en cuanto lo notó. No, no podía dejarse caer en ese torbellino de dolor y tristeza. Se tragó las lágrimas como hacía siempre y levantó la cabeza con fuerza, dio un pequeño salto hacia atrás, Jared estaba frente a él con una expresión de preocupación total, había olvidado que estaba ahí. —Me asustaste. —Lo lamento, yo solo… me preguntaba qué vamos a desayunar. —Decidió no mencionar nada sobre la conversación telefónica, que se hubiesen besado una, bueno, varias veces, no significaba que se contaran todo, no era justo que lo interrogase por algo que escuchó a hurtadillas. —Cierto, el desayuno. —Nate se giró y se encaminó hacia la cocina, ocupaban comer, claro, eso era algo obvio y evidente. Caminaba hacia la cocina, sabía cómo guiarse en su casa, de no haber sido así no podría llegar debido a las lágrimas que empañaban su vista casi por completo. No lloraré, no lloraré, se repetía Nate en su cabeza con un tono cada vez más duro, pero era como si su cuerpo no escuchara a su cerebro, no obedecía, actuaba como quería. Sus manos se cerraron en puños y apretó la mandíbula. No lloraré. La lágrima cayó silenciosa y solitaria por su mejilla, no pudo más, se apoyó en lo que tenía más cerca, ni siquiera notó lo que era, no le importó. No pudo seguir caminando. Sus rodillas cedieron y hubiese caído si Jared no lo hubiera evitado. —Mi madre viene de visita —dijo sin saber por qué lo hacía, simplemente salió de él, huyó fuera de su control.
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—¿Tu madre? —Ella nos abandonó a mi padre y a mí para irse con su amante, ¡me abandonó! Y ahora viene de visita y mi padre se va a ir de viaje para no verla y… —No pudo continuar, su voz se quebró. Nate sintió como los brazos de Jared lo envolvían, lo estaba abrazando, sus ojos se abrieron como platos, sus brazos tiesos a sus costados, la sorpresa se mezcló con el dolor. Dejó de llorar, aunque todo permaneció en su pecho, cerrándole la garganta con un apretado nudo.
Lentamente levantó los brazos, sus manos seguían en puños, los cuales abrió un poco para aferrarse con fuerza a su espalda. Con solo mover ligeramente la cabeza, Jared logró unir sus labios con los de Nate, el regusto de las saladas lágrimas se notaba, pero no le importó, no iba a dejar que alguien simplemente llorara frente a él, no podía dejarlo sufrir, él mismo conocía el dolor de perder a alguien amado: era una agonía atroz que quemaba en el interior. Lo abrazó con más fuerza, no lo iba a dejar, no iba a permitir que sufriera si podía evitarlo, eso sería lo peor que podría hacer en ese momento. No volvería a cometer los mismos estúpidos errores que había cometido en el pasado. “y convertir mi llanto y mis sudores” Con cuidado Jared se apartó un poco, solo para poder hablar. —Yo haré el desayuno, ¿qué quieres? El beso esta vez vino desde Nate, no podía creer que el chico de apariencia ruda y personalidad fría estaba ahí con él ayudándolo, simplemente era algo que no se esperaba, pero que le gustaba y no quería perder nunca, tenía un hombro en el cual llorar en ese momento, y era lo mejor que le había pasado en varios años, ni siquiera él lo había ayudado tanto como lo hacía ahora Jared. “en eterno montón de duro trigo.”
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Si ponían a Nate a escoger entre ambos, en ese momento diría que Jared sin dudarlo. Cerró los ojos y las lágrimas cayeron, pero eran gotas cálidas, ya no más las furiosas y dolorosas lagrimas por la llamada de su padre.
8 Ni sombra
La sombra del recuerdo lo invadía o abandonaba por completo, a veces deseaba revivir todo lo que había sucedido tantos años atrás, pero luego veía a su madre de regreso en su vida y todo su deseo de volver al pasado se desvanecía por completo. Nate estaba sentado a la mesa cenando con su madre, quien había llegado pocas horas atrás, él había ido por ella al aeropuerto y descubrió que había venido con su amigo. No había sabido qué hacer, no podía abandonar a su madre solo porque odiara a su acompañante, pero no quería quedarse con ellos.
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En las semanas anteriores apenas había visto a Jared, tenía que trabajar mientras que Nate debía asistir a clases, algunos días hablaban por mensajes de texto, pero no era lo mismo. Aunque en esa cena agradeció tanto que le siguiera contestando los mensajes sin falta. Deseaba que estuviera ahí, pero no sabría lo que su madre diría o haría, temía lo que pudiera pasar, por lo que le había dicho que no fuera, pero se arrepintió al ver al amante de su madre salir del aeropuerto con ella. En el comedor de la casa de su padre, donde su madre se estaba quedando mientras él estaba fuera del país, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos contra los platos; el teléfono de Nate se mantuvo en silencio contra su pierna donde podía ver cuando le llegaba la respuesta de Jared y le contestaba a escondidas. Su madre le dedicaba miradas discretas a su amante y su hijo procuraba no vomitar sobre el plato. No podía negar que el amante de su madre era atractivo, porque lo era, pero el saber sobre su relación con la mujer que lo había criado provocaba que el solo verlo lo
repugnara de sobremanera. Respiraba con fuerza conteniendo las náuseas que subían con fuerza hacia su garganta y amenazaban con salir con cada bocado de la cena que ponía en su boca. Nate miró la hora desesperado, quería irse de ahí, pero aún era muy temprano como para usar esa excusa y no se le ocurría otra, por lo que estaba atrapado en esa casa con esa pareja. —¿Qué tal las clases, Nate? —Su madre intentaba hacer conversación con temas banales. —Bastante bien, gracias, varios trabajos por lo que no tengo mucho tiempo libre. —Oh, no quiero que tengas problemas con los estudios por mi causa, que mi visita no atrase tus trabajos, ¿entendido? —Claro, no te preocupes, mantendré todo en orden. El silencio volvió a instalarse sobre ellos incómodamente. Nate seguía atento a su teléfono más que a la cena que tenía frente a él. —Hace unos días me encontré a… —Su madre dejó la oración sin completar. La mente de Nate pensó en todos los nombres de las personas que podrían ser conocidos mutuos entre su madre y él, pero solo logró pensar en una persona. —No te refieres a… él, ¿cierto? —Disculpa, no pretendía, yo… —Me tengo que ir, —Nate la interrumpió, no quería seguir escuchando sobre eso, sobre él. —Nate, cielo, por favor. Pero no la quiso escuchar, se puso en pie y salió de la casa, dejó a su madre con la frase en la boca, huyó de eso, no podía creer que su madre tocara ese tema en ese momento, era simplemente lo peor que podía haber hecho en el primer día de su visita.
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Caminó con pasos largos y fuertes, zancadas furiosas. Sintió su teléfono vibrar en su bolsillo, pero simplemente lo ignoró. No podía, no quería hablar con nadie, no, en ese momento no. No cuando los recuerdos amenazaban con romper la barrera tras la que los había escondido. Era peligroso. Caminaba hacia su casa, el lugar que su padre le había comprado para alejarlo de él… Basta, se gritó con fuerza.
Su teléfono volvió a vibrar en su bolsillo insistentemente, pero no hizo el menor intento por sacarlo, siguió caminando molesto con su madre, con su padre, con su vida, con todo. La tercera vez que su teléfono empezó a vibrar no dejó de hacerlo, era una llamada que dejó que se cortara, pero segundos después empezó de nuevo. Hecho una furia sacó su teléfono, el número de la casa de su padre aparecía en la pantalla. Ignoró la llamada y se fijo en los mensajes, ambos de Jared. Supo que no podría contestarle bien, por lo que apagó el teléfono y siguió su camino. La calurosa noche provocaba que el aire fuera pesado, lo que dificultaba respirar y provocaba que Nate se cansara mucho más de lo habitual. En cuanto llegó a su casa el aliento le faltaba, tenía el pulso acelerado, el sudor brillaba sobre su frente, varios mechones estaban pegados contra su rostro, húmedos. Entró a la casa y cerró la puerta de una patada. Se encaminó hacia el teléfono que resonaba con fuerza por toda la casa y lo desconectó haciéndolo callar inmediatamente. En su habitación se arrancó la camisa que llevaba puesta y los zapatos, y los tiró lejos, se tendió a la cama mirando el techo de su habitación. El espejo junto a su cama le devolvió el reflejo de un chico con el rostro rojo por el esfuerzo y la furia, con mirada enfadada y la boca tensa. Miró el tatuaje que se había hecho tanto tiempo atrás como recordatorio de su estupidez personal, era increíble como unas simples líneas acomodadas de cierta manera tuvieran tanto significado para él. Solo sombras, pasadas y presentes. En su sueño solo había sombras. Lo perseguían, lo torturaban, lo buscaban, lo sujetaban, no lo dejaban escapar… Despertó alterado. Sin darse cuenta se quedó dormido mientras contemplaba el reflejo en el espejo, el cual le resultaba ajeno. Buscó su teléfono móvil y lo encontró apagado; sí, él lo había apagado para evitar a su madre. Lo encendió esperando no recibir ninguna llamada no deseada. Pero lo único que encontró fueron mensajes de texto. Su madre disculpándose una y otra y otra vez, había mínimos 10 mensajes pidiéndole perdón, todos los eliminó sin responderlos.
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Había otros dos mensajes de Jared, uno preguntando qué le sucedía, el otro decía que iría al día siguiente a su casa en cuanto pudiera. Nate se fijo en la hora, era casi mediodía del sábado. Jared salía de trabajar hasta tarde por lo que aún tenía tiempo antes de que llegara. Le contestó el mensaje escuetamente, solo para que supiera que seguía vivo. La respuesta fue casi inmediata, pero eso fue todo.
Tres horas, esa fue la cantidad de tiempo que había pasado antes de que deseara que su madre se fuera por completo. Era un nuevo récord. Se quedó todo el día en su casa ignorando todo, se había duchado, pero no había querido vestirse por lo que se puso solamente un pantalones flojo, y se tiró en el sofá a escuchar música a todo volumen. Había ordenado una pizza, la cual permanecía casi intacta sobre la mesa del comedor. Había comido solo un pedazo y había perdido el apetito, por lo que la dejó ahí olvidada todo el día. Su mente seguía recordando las sombras que creía olvidadas, las sombras que lo atormentaron por tanto tiempo. El dolor y el sufrimiento que había tenido regresaron a su cabeza, amenazando con romper, con arruinar todo lo que había logrado. Nunca estaría a salvo.
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No escaparía ni de las sombras de su pasado.
9 Llorar mis penas
Jared se movía nervioso mientras viajaba sentado en el transporte público, no entendía por qué tenía que seguir volviendo a ese chico, aquél que por tanto tiempo le había parecido el ser más extraño de la tierra, a quien había odiado. Pero lo hacía. De una u otra forma lo hacía. Tenía su teléfono móvil en la mano derecha. Se aferraba a él, esperaba un mensaje o una llamada que sabía que no llegaría. Sus pies se movían sin ritmo y a gran velocidad, solo ocupaba mantenerse en movimiento o enloquecería, lo haría. Algo debía estar seriamente mal con él. Esos días hacía todo lo que una vez había jurado no hacer. Para empezar: insistirle a alguien.
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¿Cómo llegué a esto?, pensaba Jared. Su cabeza cayó en sus manos. Una voz en su interior le gritaba que se alejara de Nate, pero otra parte, la que controlaba su cuerpo, le impedía hacerlo. Sacó el teléfono de su bolsillo y su mirada voló hasta fijarse en la fecha. Sus ojos se abrieron como platos. 22 de enero. Quedaban dos semanas para que se cumpliera un año más. Otro aniversario de muerte. Otra visita a su familia. Otro día de sufrimiento. Y todo en quince días. El autobús se detuvo y Jared seguía contemplando el teléfono móvil, en cuanto se empezó a mover de nuevo fue detenido. Con una mirada de odio por parte del
conductor, Jared se bajó con piernas temblorosas. ¿Cómo pude olvidar la fecha?, se recriminó. Varios minutos pasó llamando a Nate, pero este no le abría la puerta. Al final decidió llamarlo al teléfono. —¿Qué? —le contestó con voz adormilada y con poco tacto. —Estoy afuera. —Jared luchaba por controlar su voz para no parecer enfadado. —Bien. La línea se cortó inmediatamente. Bien, está enfadado, lo entiendo, Jared habló con su mente. Esperó por unos segundos hasta que la puerta se abrió y Nate le lanzó las llaves. Las atajó por pura suerte ya que no estaba preparado. Suspiró, con fuerza. No lo asesines, no lo asesines, se repitió una y otra vez. Logró abrir el portón y cerrarlo sin darse la vuelta e irse enfadado. Dejó caer las llaves en una pequeña mesa junto al sofá, en el cual se sentó. Nate salió del baño, donde había ido a arreglarse un poco, había estado durmiendo y su cabello era una pesadilla total. Cinco segundos fue lo que ambos tardaron en darse cuenta de la falta de camisa que cubriera el pecho de Nate. Un par de ojos se dirigieron directamente al tatuaje que había permanecido en secreto sobre el pecho desnudo de Nate, el otro par de ojos se quedó congelado contemplando a Jared con terror y sorpresa. —No sabía que tuvieras un tatuaje… —La ronca voz de Jared rompió el silencio. —No es nada, tonterías de una noche. —El rostro normalmente pálido de Nate se puso de un rojo tan fuerte que parecía quemar, su voz nerviosa y agitada, era evidente que intentaba ocultar las cosas—. Sí, nada. Ahí hay pizza por si quieres, pero ha de estar fría, por lo que sería mejor que la calentaras. Ya sabes dónde está la cocina, no importa. Voy a mi cuarto, tengo que… sí. Hola, lo había olvidado, —Nate parloteaba incansablemente, como solía hacer cuando estaba nervioso. —¿Qué significa?
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—No, la pizza no, eso es evidente lo que significa. —Jared entornó los ojos cansado, esta vez no dejaría que no le contestara—. ¿Qué significa el tatuaje? —dijo lentamente y con fuerza.
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—¿Qué? ¿La pizza? Tenía hambre, pero luego se me quitó…
Nate no contestó, al parecer se le habían acabado las palabras, o simplemente no quería dar explicaciones. —Ya lo dije, no es nada.
—Todo tatuaje tiene un significado. Yo tengo varios y nunca me haría alguno sin un motivo. —Es una larga y cansada, además de horrible, historia. En serio, no es nada. —Habla, tengo tiempo. Nate seguía inseguro, estaba sumido en el silencio. Una parte dentro de él quería contar todo y liberarse de ese peso sobre sus hombros. Otra parte le gritaba que no confiara en Jared, casi ni lo conocía, no podía contarle su más oscuro secreto, no podía contarle su vida. No a un desconocido. No a él. —Yo… —Nate empezó, pero bajó la cabeza cerrando los ojos, estaba inseguro. —Mi hermano se suicidó, yo lo encontré. —La cabeza de Nate se alzó con tal fuerza e ímpetu que se mareo un poco—. Lo encontré sobre un charco de sangre en su habitación, habíamos quedado en salir juntos, pero nunca llegó. Luego de eso me fui a vivir solo. Sé que casi no nos conocemos y no puedo obligarte a decirme algún secreto que no quieras revelar. —Pero el contarme lo de tu hermano me hará sentir mal y me obligará a decirte. —Culpable. Sí, quiero saber, pero no te obligaré, al menos no más. —Bien. —Nate suspiró y cerró los ojos, al parecer iba a perder la batalla contra la locura, pero no le importaba. Se encaminó hacia su habitación a buscar una camisa. No estaba listo, aún no, aún no, se repetía. Jared entendió el mensaje sin que se lo explicara, simplemente se giró y fue a buscar un plato para servirse algo de pizza. Había dicho que no lo obligaría, pero se arrepentía de esas palabras dichas por amabilidad. No entendía porque le dolía que no le dijera las cosas, sabía que era algo importante, pero aún así no le decía, aunque le había dicho lo de su hermano. Tiene razón, somos casi desconocidos, no puedo esperar que me cuente todo. —Quédate esta noche. —La tímida voz de Nate murmuró a su espalda. Jared se asustó, no lo había escuchado.
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—¿Qué? —preguntó con el corazón en la garganta. —Nada… —Perdón, sí, me quedaré esta noche, si eso quieres.
Nate esbozó una pequeña sonrisa, parecía triste, pero también aliviado. Lo vio agarrar la caja de la pizza, llevarla a la cocina, donde empezó a buscar platos y a calentarla para que comieran.
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¿Qué tiene ese chico?
10 Único testigo
Nate se había acostado en el sofá en la sala de estar, Jared estaba a su lado casi dormido, se habían puesto a ver la televisión, en realidad la había encendido para evitar hablar sobre temas que lo ponían incómodo. Simplemente no quería hablar, punto. Habían comido y lavado todo, Nate lo había lavado y luego se fue a cepillar los dientes, se quedó en su habitación un rato extra meditando qué hacer. Salió de su cuarto y ninguna idea, en cuanto volvió a ver a Jared, su cerebro decidió irse de vacaciones indeterminadamente y sin avisar. Nate sintió como él pegaba un pequeño saltito. ¿Se durmió?, pensó. —No, aún estoy despierto —le contestó Jared. Se quedó congelado, no había hecho la pregunta, ¿o sí? —Yo… yo…
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—Sí, hiciste la pregunta en voz alta. —Él se sentó, provocando que cambiara de posición. La mirada de Jared se quedó fija en el pecho de Nate, donde sabía que estaba el tatuaje en color negro. Cinco líneas. Parecía un símbolo de número solo que torcido y atravesado por una línea vertical, era muy sencillo, nada extravagante, pero igual lo mantenía en suspenso, quería saber su significado, su importancia, la historia detrás de
él. No lo puedo obligar, no lo debo obligar… maldición, ya es suficiente, lo averiguaré, decía la vocecita impulsiva en su cabeza, y él la escuchó. —¿Qué significa? —repitió, no recordaba cuánto le había preguntado eso. Nate suspiró con fuerza, había intentado tanto evitarlo, pero él seguía. Ya no tenía fuerza, no quería seguir luchando, solo quería dormir, sí, dormir. Perderse en la inconsciencia y ser libre. Soñar que podía volar y gritar libremente. Pero no, estaba en el mundo real en el que le seguía preguntando por una estupidez del pasado. —¿Por qué? —susurró cansado. —Porque quiero saber, quiero conocerte. —¡Qué gay sueno! Pensó Jared irónicamente. —Bien, pero es una tonta historia. El tatuaje es un símbolo de la mitología nórdica, representa el amor entre hombres. Me lo hice por… por alguien —admitió derrotado, su más oscuro secreto, ese que no quería admitirse ni a él mismo. »Cuando le conté a mi padre sobre, bueno… cuando le conté que me atraían los hombres fue porque tenía una pareja en ese momento. Se enteró de quién era, al igual que los padres de… de él, los cuales también estaban en contra de la homosexualidad. Si vivo solo no es porque quería hacerlo. Mi padre compró esta casa para deshacerse de mí, claro, estaba más cercana a la universidad, pero más lejos de su casa. A él lo enviaron a estudiar al extranjero. Nos alejaron lo más que pudieron. »En cuanto nos separaron decidí hacerme el tatuaje, dejamos de hablar porque era muy doloroso, era un recordatorio del odio que nuestros padres ahora sentían por nosotros, por lo que éramos, pero aún así queríamos estar juntos, aunque no pudiésemos. »No lo he visto en años, pero siempre lo recuerdo al ver el tatuaje. Sí, lo sé, es una estupidez, pero… —La frase de Nate quedó cortada por la sorpresa de ver a Jared quitarse la camiseta frente a él—. ¿Qué haces?
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Jared le dio la espalda y Nate pudo apreciar las letras pintadas en su piel con tinta negra: “Veritas”. El rostro de Nate denotaba su confusión, no entendía. —Significa “verdad”. —Jared se giró para enfrentarlo—. Siempre he mantenido secretos de todo tipo, y sí, siempre me han atraído los hombres, no mucho, pero he estado con uno o dos; nunca les dije la verdad a mis padres, menos a mi hermano, quien nunca lo sabrá. Te lo dije, todo tatuaje tiene su historia. Nate no sabía qué responder, no sabía qué hacer, no sabía ni cómo respirar. —Mi madre lo mencionó. —¿Qué? —Ahora la confusión se había instalado en el rostro de Jared.
—En la cena, mi madre lo mencionó. Dijo que lo había visto pocos días atrás. Por eso he estado así. El golpe había ido directo al estómago de Jared. Con la simple mención de ese chico Nate sufría por horas, incluso podían ser días. ¡Y ni siquiera sabía su nombre, ni siquiera lo había dicho! Cerró los puños con fuerza. Estaba enfadado, no podía negarlo, pero no quería admitir el motivo de su furia. No quería, no podía. No iba a aceptar su propia debilidad, su propia estupidez. Simplemente se puso en pie y se alejó con fuertes zancadas hacia el baño. Procuró no cerrar con un portazo. Después de todo no debió haberlo obligado a contarle esa historia, fue su error preguntarlo, no debería enfadarse por eso… ¡simplemente no debería estar furioso y con ganas de asesinar a alguien por algún chico que acababa de conocer! Iba a romper el espejo, ese que le devolvía la imagen de un asqueroso y miserable ser que lo miraba con ojos de color gris y rojo. ¡Lágrimas! Jared reprimió un gruñido de furia y frustración. No estaba solo en su apartamento donde podía gritar y pegarle a las cosas que quisiera. No debería estar ahí, era tan estúpido. Unos tímidos golpes contra la puerta insistían en hacerlo volver a la realidad, pero su mente se aferraba a sus furiosos pensamientos en donde mataba a esa persona sin nombre y sin rostro de varias formas. Un poco de tortura incluida. —Jared, por favor. —Las palabras atravesaban la pátina de odio que había cubierto su mente casi por completo. ¿Qué me pasa? Su cuerpo no parecía responder ante su cerebro, el cual también parecía haber conseguido una mentalidad propia y no le quería hacer caso. Jared estaba bajo el control de esa fuerza desconocida que lo hacía actuar de una forma extraña e impredecible, y eso no le gustaba. Odiaba no tener el control sobre la situación, su día a día era como una pesadilla, una terrible y espantosa pesadilla. —Estoy bien. —Jared había abierto la puerta de golpe, ni él entendía porque la había abierto así.
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Nate había estado apoyando la frente contra la puerta, por lo que perdió el equilibrio y cayó sobre él. Inmediatamente se retiró, sus mejillas rojas, sus manos temblaban nerviosas. Jared lo notó, no pudo no hacerlo. ¡Le huía! De nuevo y sin poder controlarlo, el cuerpo de Jared se movió solo, acorralando a Nate contra la pared. ¿Por qué se aleja? ¡¿Por qué?! —Ja… Jared… ¿qué? —Te alejaste de mí como si tuvieras asco, o como si me odiaras. —No, no fue así… no es eso… yo…
Los ojos de Nate no podían estar más abiertos, la sorpresa los llenaba, siquiera podía moverse, ni tenía ahora su temblor nervioso, estaba completamente paralizado, congelado, asustado, confundido… Sin planearlo el beso llegó, besos cargados de fuerza y furia, besos que parecían querer decir lo que las palabras escondían. Sus respiraciones se iban agitando poco a poco mientras luchaban por respirar sin alejarse el uno del otro.
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La razón había decidido acompañar a sus cerebros en esas vacaciones tomadas en el peor momento, dejando a los impulsos controlar la situación por completo.
11 Te quiero me quieres
Jared se movió ligeramente, solo un poco y solo las piernas. No estaba en su cama, eso lo pudo notar inmediatamente, pero no quiso abrir los ojos para comprobar dónde estaba acostado. Abrió los ojos de golpe en cuanto sintió un movimiento ajeno a él, era como si alguien se moviera junto a él. Se giro lentamente para comprobar que todo no había sido un sueño, un buen sueño, pero una pesadilla por todas las consecuencias que podría causar. Para desgracia suya, Nate sí estaba a su lado, con su rostro tranquilo y pacífico. No fue un sueño, no lo fue. No lo voy a contemplar. ¿Por qué no fue una pesadilla que simplemente se acaba por la mañana y nadie sufre con eso?
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Sus movimientos debieron de haber despertado a Nate, ya que este abrió los ojos lentamente. Poco a poco fue asimilando la situación en la que se encontraban. La sorpresa y el miedo presentes en la mente de Jared se hicieron visibles en los verdes ojos de Nate. Ambos abrieron la boca al mismo tiempo para hablar, pero se arrepintieron sin decir palabra, por lo que la volvieron a cerrar. De nuevo la abrieron, y cerraron, y así, una y otra vez. La sorpresa los había dejado sin habla. —Ja… Jared, —Nate se atrevió a decir—. ¿Qu… qué pasó? —¿Leímos un libro? —Jared se aventuró a bromear.
Pero el intento humorístico no sirvió. Jared se pasó una mano por su rostro, desde el pelo hasta la barbilla, la cual ya raspaba un poco. —Bueno. —Nate se había llenado de valor para poder hablar—, podemos sufrir por haber, ahmm… caído en la tentación y pasar el resto de los días avergonzados por lo que hemos hecho. O también podemos aceptar lo ocurrido y dejar de sufrir por esto. — Las últimas palabras las dijo tan rápido que fue difícil comprenderlas, pero al final Jared logró comprender. Tiene razón, grandísimo idiota, ¿qué harás?, Jared hablaba solo en su cabeza. Estaba claro lo que debía hacer, pero tenía miedo. ¡¿Miedo?! Sin saber porque, en lugar de responder con palabras concisas y seguras, Jared prefirió darle un beso. Cada vez soy más y más patético, ¿no?, pensó confundido con su forma de actuar. Nate se rió un poco, lo que provocó que Jared se alejara fingiendo estar enfadado, tenía las mejillas calientes y rojas. Patético, volvió a pensar. —No es divertido —se quejó. —Perdón, pero no pude evitar reír, no creo que sea divertido, tranquilo —lo consoló Nate—. ¿Qué hora será? Todo aún está oscuro. —Mi teléfono ha de estar en algún lugar. Jared se inclinó por sobre el borde de la cama mientras buscaba sus pantalones, esperaba que su celular aún estuviera en su bolsillo, no quería tener que levantarse, ya que, bueno, estaba desnudo. Para maravilla suya encontró sus pantalones cerca y el teléfono en este. —Son las tres de la mañana, del domingo… —Jared hizo una pequeña pausa al ver la fecha—, 23 de enero —terminó en un susurro. —¿Qué sucede? —Nate se acercó un poco en cuanto notó lo extraño de las acciones de Jared. —Nada, nada, solo recordé algo que tengo que hacer.
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—¿Estás seguro? —Sí, seguro. —Sus palabras eran seguras, pero la forma en que las decía denotaban lo contrario. —Me obligaste a hablar antes, pero no haces el intento de contestar mis dudas, no sé cómo interpretar eso. Jared se rascó los ojos cerrados con fuerza, no quería hablar, pero era injusto permanecer en silencio, él simplemente no sabía qué pensar, qué hacer.
—Es… complicado. —Excusa barata. —Bien —se rindió al fin—. Es el aniversario de muerte de mi hermano, faltan dos semanas, pero ya me está afectando. Tengo que ir a la casa de mi madre, usar ropa de algún color que no sea ni negro, tampoco gris, ni siquiera blanco. —¿Solo usas ropa de color ese día? —¿De todo lo que dije eso es lo que te interesa? Sí, solo ese día, ¿por qué? —Entiendo todo lo demás, es solo que… la primera vez que te vi ibas con una camiseta morada. —¿Me viste un cinco de febrero? —Me llamó la atención la expresión pensadora y algo triste que tenías, al parecer sí, fue ese día. De todas las coincidencias del mundo, esa no era la que esperaba, ni siquiera había pensado que fuera posible, ¿cuáles eran las posibilidades? —Entonces tienes que ir, lo entiendo, quiero decir que entiendo la expresión de antes cuando viste la fecha. —Sí, había olvidado que quedaban dos semanas. —Bueno, mañana es tenemos libre y no pienso pasarlo con mi familia. —Cierto, no tengo que trabajar. —La oración había salido como un susurro casi para él mismo. —Podríamos aburrirnos viendo películas malas y evitando a nuestras familias, — Nate ofreció.
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Estaba claro que ninguno de los dos iba a visitar a las familias. Jared llevaba años sin hacerlo, siempre usaba la excusa de que debía trabajar, lo que no les contaba era que prefería el trabajo, aunque el martes no lo tenía libre. Nate se había llenado de cursos extra en la universidad para evitar a su familia durante las vacaciones, pero aún así tenía esa semana libre, en realidad tenía dos semanas libres, días en los que se atormentaría con sus pensamientos que creía olvidados, pero que fueron recordados a causa de su madre. —Con una condición —dijo Jared misterioso. —¿Cuál sería? —preguntó Nate, la curiosidad se notaba en su voz y en sus ojos. Jared no contestó de inmediato, en su lugar se fue acercando poco a poco a Nate, estaba haciéndolo a propósito para aumentar la expectativa. No sabía porque, pero le
gustaba pensar que en ese momento tenía el control de la situación, algo que parecía haber perdido minutos atrás. —Que vayas conmigo a mi casa para el aniversario —dijo Jared contra los labios de Nate, callándolo de un solo.
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¿Quiero escuchar la respuesta?
12 Lo que me des
El tiempo puede volar cuando estás en una situación agradable, cuando haces algo que te guste; pero, si por el contrario, esperas que algo suceda, o no quieres que llegue el momento para tener que hacer algo, el tiempo puede pasar tan lento como una interminable tortura, una agonía eterna. Eso le pasó a Jared.
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Pasó las siguientes dos semanas sufriendo por dentro, no quería tener que ir a esa casa, no quería sufrir el recordatorio de la muerte de su hermano, pero al mismo tiempo quería que pasara rápidamente, un año menos, pronto será un recuerdo tan pasado que no tendré que asistir al aniversario y fingir estar bien en un grupo, podré sufrir en la muerte de su aniversario en la soledad de mi mundo, con nadie más que quien yo quiera, nadie esperando algo de mí, simplemente sufriendo por su recuerdo. A pesar de todo, ahí estaba, aferrado con fuerza casi inhumana a la, próximamente, destrozada mano de Nate. Estaban frente a una pequeña y sencilla casa, ese tipo de casas que aparecen en las pesadillas, bueno, solo en los malos sueños de Jared aparecía esta casa. La sangre solía correr como ríos en estos sueños, proveniente de la habitación de su hermano. Aunque a Nate le dolía la mano insoportablemente, no se soltaba de su agarre, por el contrario, se lo regresaba, podía sentir su miedo, el cual era notable en su rostro, sus ojos de un gris como el de un día lluvioso.
—Deberíamos entrar, ya estamos aquí, no podemos regresar —murmuró Nate. —Lo sé, es solo que… ha pasado un año desde que estuve aquí, y esa vez no me encontraba en esta situación. —¿Cuál situación? Jared giró la cabeza para ver a Nate a los ojos. Posó su mirada fijamente sobre el verde curioso, el lunar bajo el ojo derecho de Nate lo distraía, era algo diferente, algo llamativo en ese rostro. —Con las emociones tan a flor de piel, tan “emotivo”, se podría decir. Hace un año no había sufrido tanto por los recuerdos, estaba… tranquilo, relativamente. Este año, siento que voy a golpear al primero que me pregunte cómo me siento. —¿Cómo te sientes? —bromeó Nate entre risas. Jared fingió pegarle, lo esquivó con movimientos tan lentos que enfatizaban la broma. Ambos rieron un poco. Jared sonrió agradecido, podría soportarlo, sí. Y la tortura comenzó. El solo entrar a esa casa fue la causa de eso. Las miradas condescendientes no se hicieron esperar, todos seguían sintiendo lástima por él: el hermano que encontró el cadáver, el mejor amigo del muerto, el chico que se volvió loco y golpeó a alguien en el funeral, el hijo que se había ido de la casa y, al parecer, también ¡el hijo que se aparecía a la casa de su familia de la mano con otro chico! No solo era un poco raro, era la oveja negra de la familia, la deshonra total, un ser que debía ser despreciado y apartado. Algo repulsivo. Algo que odiar. Algo que repudiar.
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La madre de Jared, la cual en un inicio había parecido tranquila, hasta que vio a los recién llegados, se llevó la mano a la boca para contener un grito, mientras las lágrimas aparecían en sus ojos llenos de sorpresa. Gran parte de las conversaciones se cortaron de golpe y fueron sustituidas por los rápidos e incómodos susurros, unos sorprendidos, otros llenos de asco y desprecio. Sabía que algo así iba a suceder, pensaron ambos. Nate había intentado no ir, le había pedido a Jared una y otra vez que no fueran juntos, que fuera solo él, pero todos sus intentos habían sido inútiles, evidentemente, ya que ahí estaba, en el centro de atención, observado como a una bestia asombrosa en el circo. Jared ignoró todas las miradas que les dirigían y guió, prácticamente arrastró, a Nate por el salón lleno de personas, familiares y amigos de la familia. Poco a poco se fueron apartando contra una pared. Durante toda la “encantadora” velada, las miradas indiscretas y los murmullos molestos permanecieron constantes. Jared había hablado con su madre en su antigua
habitación, lejos de los demás invitados. Nate había entrado en la habitación diez minutos después de que la madre de Jared había salido, el sonido amortiguado de un golpe contra algún objeto lo había atraído. —Creo que me romí un dedo. —Fue lo primero que Jared dijo en cuanto Nate entró. —Déjame ver, puede que no esté roto. En efecto, no estaba roto, pero ya se veía rojo y un poco inflamado. —Con un poco de hielo y cuidado estará mejor en unos días —diagnosticó Nate. —¿Qué acaso eres médico? —ironizó Jared. —No, pero he estudiado algo de anatomía en la universidad. —Oh, bien. Mejor voy a casa por un poco de hielo, no creo que aquí pueda pedir y conseguir algo. Además, si sigo el consejo de mi madre, debo irme al infierno y nunca regresar, o algo así, no le presté mucha atención a esa parte. —Vámonos. —Nate suspiró. —Nada es culpa tuya. —Jared se había puesto serio de inmediato, tomó el rostro de Nate entre sus manos—. Yo fui el que te obligó a venir. —Nada es, vamos, ocupas un poco de hielo, vamos. —Gracias. —La sonrisa de agradecimiento en el rostro de Jared era sincera, de verdad quería huir de ese lugar. Salir de esa habitación fue tan malo como haber entrado en un inicio. Habían estado menos de una hora en ese lugar y ya no soportaban más, las miradas, los murmullos… todo. “Quiero matar al único testigo…”
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Salir a la luz del sol y dejar atrás a las personas que los rechazaban, fue un alivio absoluto. Caminaron lentamente, sus manos se rozaban, chocaban, pero no se agarraban, eran poco discretos, obvios, pero al menos lo intentaban. Cada uno iba perdido en sus pensamientos, no ocupaban hablar, no era necesario, se sentían mejor así, todo podía esperar un poco, los problemas seguirían ahí más tarde. O aparecerían por arte de magia frente a sus ojos. Nate quedó paralizado, Jared se tardó unos segundos en notar que Nate no se movía. No se habían alejado mucho de la casa, y les faltaba aún más para llegar a la casa de Nate, y más aún para el apartamento de Jared.
Jared siguió la mirada sorprendida y espantada de Nate para encontrarse a otra persona con la misma expresión incrédula en su rostro. Algo pasaba… “Quiero matar al único testigo…” —Nate… —Jared temía decir algo mal, hacer algo que empeorara esa atmósfera, la cual no era la más agradable de todas—. ¿Qué…? Nate abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua. Entonces Jared lo comprendió. Es él, el chico del tatuaje, él, el primer am… Jared no pudo concluir ese pensamiento. Simplemente era impensable que ÉL estuviera AHÍ. Ese día, a esa hora, en ese lugar, esa persona. No. Nate volvió a abrir la boca estupefacto para poder tartamudear una sola palabra:
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—Ha… Harald.
13 Con un puñal
Harald, Harald, Harald… solíamos hablar a todas horas, reír, estar juntos… podíamos ser nosotros mismos… Harald… ¿por qué volvió?, ¿será por…? No, no puede ser, pero es que es… ¡Él es él! —Nate, si vas a soñar despierto, tendrás que contarme qué hiciste que fue tan maravilloso que no dejas de pensar en ello con esa cara de idiota. —El llamado de regreso a la realidad salió de la boca de uno de sus compañeros, y exactamente el más pervertido, como le decían entre amigos. —¿Qué? ¿Qué cara? No es nada, solo… complicaciones. —¿Problemas en el paraíso? Tienes novia, ¿no es cierto? ¿Novia? Cierto, no saben nada sobre mí.
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—Ahmm sí, más o menos, es una relación complicada, no lo sé. —¿Qué pasó? —Aún ni yo lo sé. Y no mentía. Había pasado ya más de una semana desde que se encontraran con Harald después del aniversario de muerte del hermano de Jared, y aún no habían
hablado al respecto, no habían enfrentado lo que pasaba, en realidad, casi ni habían hablado. Jared ponía como excusa que el trabajo era mucho y que estaba muy cansado, y él había regresado a su curso de verano en la universidad, por lo que tampoco tenía mucho tiempo. Pasaré por su trabajo hoy en cuanto salga, es hora de que hablemos, pensó, no sabía si el tono ahogado de la voz en su cabeza era por la ansiedad o por el miedo, solo sabía que quería suspirar, pero no podía hacerlo sin llamar la atención de sus compañeros. ¿Desde cuándo mi vida es tan complicada? Cierto, desde que mi padre me echó de la casa. En cuanto las clases terminaron, Nate se apresuro a llegar al trabajo de Jared, aunque tuviera que esperarlo varias horas, no le importaba. Pero no lo vio en cuanto llegó, por lo que se vio obligado a preguntarle al gerente por él. —Hace una semana o algo así, me llamó y contó sobre el aniversario de su hermano, pobre chico, ha tenido que pasar por tanto. Le di dos semanas libres, debería volver a trabajar el lunes. No puedo imaginar lo que sería encontrar a mi hermano muerto, que triste, una tragedia simplemente… Nate salió corriendo de la tienda ignorando por completo las miradas sorprendidas que le dirigían mientras pasaba a toda velocidad. Ese imbécil, ese idiota, mentiroso… *** En su apartamento, Jared se dedicaba a ver el humo del cigarrillo moverse en el aire sin forma o sentido alguno, había vuelto a fumar, eso no era bueno, ya era la tercera vez que lo dejaba y volvía a caer desde la muerte de su hermano. Es solo hasta que logre calmarme, se repetía. No sabía porque no le había dicho la verdad a Nate, mentira, sí sabía, temía que él le dijera que prefería a ese tal Harald, con su estúpido nombre extraño, sí, eran celos, algo que Jared no comprendía completamente, nunca antes había sentido celos por alguien. ¿Qué demonios me pasa? Escuchó el tono de llamada de su teléfono, no recordaba donde lo había dejado, y tampoco le importaba.
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—Estoy trabajando —le dijo al teléfono como dando una excusa para no contestar la llamada—. No puedo perder mi trabajo —murmuró para sí. Ya casi se quedaba sin días libres, pronto tendría que volver a la realidad. Suspiró. Los apresurados golpes contra la puerta le llamaron la atención, nadie nunca lo visitaba, y menos con tanta urgencia. —Estoy trabajando —repitió en voz baja para que quien fuera que estaba en la puerta no lo escuchara.
El teléfono sonó de nuevo, los golpes siguieron. ¿Qué demonios? Se puso en pie renuentemente, y buscó el móvil. NATE. —No tengo mucho tiempo, ¿qué es? —Abre la maldita puerta ahora —le contestó la enfadada voz de Nate muy lentamente. Mierda. Jared tiró el cigarrillo al cenicero que tenía junto a la cama, corrió al baño y agarró un poco de enjuague bucal, metió la cabeza al agua fría de la ducha mientras seguía escuchando los golpes contra la puerta. Mierda, mierda, mierda, mierda. Apestaba a humo, su habitación también apestaba. Con una toalla sobre sus hombros y cubriendo su húmeda cabeza, cerró la puerta a su habitación con fuerza y se dirigió hacia los golpes, esos molestos golpes. —Ya, ya, deja de golpear la puerta así, todo el edificio se enfadará. —No me importa, maldito mentiroso. —Pero… —Jared suspiró—, nunca mentí. —“No puedo hablar, tengo mucho trabajo”. “Hoy trabajaré unas horas extra, hablamos mañana”. ¿Te suena conocido? ¿Y qué es ese olor a…? ¿Estabas fumando? —Bien, sí, me suena conocido, pero tengo una buena explicación. —¿Y cuál es esa? —Es… bueno… es… en este momento no se me ocurre. Yo solo, ahh, es solo que no entiendes. —¿No entiendo? ¿Qué? —¿Por qué no me dijiste que estaba aquí? —¿Que quién estaba aquí? ¿Harald? —No digas su estúpido nombre.
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—No lo sabía, mi madre solo lo mencionó, pero no la dejé continuar, no quería saber nada sobre él, ¿es eso muy difícil de comprender? —¿Lo quieres? —Jared no sabía de dónde había salido esa pregunta, y ya se había arrepentido de haberla hecho. Nate no sabía qué contestar, ¿lo hacía? Ambos apartaron las miradas, no querían mirarse el uno al otro, no querían saber la verdad. Nate entendió por qué había mentido. Él también quería mentir, mentirse a sí mismo, engañarse, decirse que todo iba a estar bien, que no debía preocuparse, que su vida era perfecta.
—Nate… —El arrepentimiento se notaba en la voz de Jared, aunque a penas y susurraba, era más que notable. —No —lo interrumpió—. No. Tienes razón. —La expresión sorprendida de Jared lo entristeció más—. No me refiero a lo de Harald. No nos decimos la verdad, nos mentimos todo el tiempo, ¿qué no confiamos el uno en el otro? Entonces, ¿qué estamos haciendo? ¿Jugando con el otro? ¿Engañándonos? ¡¿Qué?! Estaba claro que esas preguntas no requerían respuesta alguna, ambos sabían que eso era lo que debía pasar. Confianza, ese había sido su principal problema desde un inicio, pero no lo habían querido admitir. —Tienes razón, entonces, ¿a dónde nos lleva esto? Se miraron directamente a los ojos. La verdad escondida en ambos. Verdad. Al parecer Jared no podía hacer honor a su tatuaje, seguía siendo la persona que había decidido hacérselo, esa que escondía su verdadero ser, sus pensamientos, emociones, gustos y disgustos. Ambos suspiraron.
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—Bien —susurró Jared mientras cortaba la distancia que los separaba y le daba un beso a Nate. Ese beso.
14 Siempre ardida
Veintisiete. Cuarenta y dos. Cincuenta y ocho. ¿Era setenta y cinco o setenta y seis? Jared iba a contando a todos los clientes atendidos durante el día, era eso o volverse loco. Era miércoles, ya habían pasado varios días desde que había terminado todo. ¿Por qué tengo que ser tan jodidamente estúpido? ¿Que acaso no conozco lo que es una conversación tranquila y razonable, lógica? No, al parecer no. Desde que había pasado eso, Jared mantenía su teléfono móvil apagado en algún lugar oscuro al final de alguna caja escondida en un hueco en su apartamento donde no pudiese encontrarlo fácilmente, sabía que si lo tenía en su mano llamaría a Nate, en el mejor de los casos, o a ese tipo estúpido-roba-novios, en el peor.
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Bien, contrólate, estúpido. Empezaré de nuevo. Uno, una señora regordeta que compra novelas rosas, probablemente tenga cincuenta gatos en casa. —Jared, vuelve a la Tierra, tu turno acabó hace treinta minutos, sabes que no me molesta que estés aquí, pero me arruinarás si sigues con las horas extra, por favor. — Bien, su jefe ya no quería que le quitara más dinero, era hora de irse. —Bien, me voy, no hace falta que me pagues el rato extra. Caminó pesadamente hacia la zona trasera de la pequeña tienda donde trabajaba a buscar sus cosas, las pocas que llevaba, claro.
Todos esos días Jared había evitado pasar por la banca del parque donde solía estar Nate fingiendo leer, eso era cuando era un simple acosador, antes de que todo sucediera, antes de que su mundo diera un giro inesperado y se convirtiera en una mala novela cursi. Su vida apestaba. Se fue mientras miraba hacia el lado contrario de la calle, tomó el recorrido más corto hasta su destino. Nunca se había detenido a pensar que tomaba el camino largo solo para pasar junto a él. No sabía quién era más patético. Bueno, no voy a llorar como una niña a la que se le perdió su muñeca favorita, pensó con furia en cuanto notó que inconscientemente había tomado el camino que solía acostumbrar. Bien, hasta su mente lo hacía sufrir al ignorar sus mandatos básicos para la sobrevivencia. Eso suena a título de novela, “Mandatos Básicos para la Sobrevivencia: Cómo superar la única relación formal de tu vida”. Sí, una gran y estúpida novela. Abrió bien los ojos y se dedicó a observar su alrededor, a distraerse con cualquier objeto, animado o inanimado, que se entrometiera en su camino. No más pensar. No más sufrir. Iba alerta, atento, observando todo a su alrededor, no dejaba que nada se le escapara. Y en pocos segundos descubrió que esa fue la peor idea. Rápidamente huyó hasta esconderse junto a un edificio cualquiera. Los había visto, pero no sabía si lo habían visto, no podía ser, no. Ni una semana, no había pasado ni una semana, ¿o sí? A Jared no le importaba cuánto tiempo había pasado, podían ser cinco minutos, cinco semanas, cinco meses, años, siglos; siempre sería muy pronto. Pero ahí estaban. Nate y “ese”, la causa de todos sus problemas recientes, todas sus penas, dolores, sufrimiento, tristeza, y más. ¿Cómo era posible? Tanto tiempo sin verlo y tenía que aparecer justo en ese momento con esa persona. ***
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Por Dios, ¿qué estoy haciendo? Nate luchaba con la urgencia de llorar, ya no sabía ni lo que hacía. Una parte de sí quería correr a esconderse en su casa y no salir nunca más; otra quería correr y llorar al lado de él, mientras otra quería patearle el culo por ser un idiota; también estaba la parte que quería vengarse, lo cual no tenía sentido ya que no había ningún motivo para querer hacerlo, bueno, al menos no había nada más que simple despecho. Sí, quiero volver a su lado, ¿es eso malo? Pero no puedo. Por eso estaba ahí, luchando contra las lágrimas junto a… junto a Harald. Soy tan… estúpido. —Nate, me alegra que llamaras. —La voz de Harald recordándole su momento de debilidad lo hizo sentir peor.
Era verdad que Harald había sido la primera persona a la que le admitiera su secreto, la primera persona que no lo había rechazado, que lo había tratado con cariño, incluso se podría decir que con amor; pero ser la primera persona no significaba que iba a ser la única y la última, aunque lo quisiera. Sabía que siempre lo había extrañado, y que lo seguiría haciendo, pero ya no sabía si lo que extrañaba era la ilusión, su amistad o su afecto; simplemente ya no lo sabía. Quizás ya no lo extrañaba. Ya no estaba seguro de nada. Bueno, algo estaba claro, quería dejar de añorar a Jared, no podía vivir con ese infinito vacío en sí. No era un dolor en el pecho como lo describen las novelas, no era una tristeza sin fin; era un agujero en él que lo dejaba completamente vacío, no sentía dolor, ni felicidad, ni esperanza, nada. No sentía nada. ¿Cómo llegué a esto? ¿Cómo? Nate tragó con fuerza para bajar el nudo que se había formado con fuerza en su garganta, quería llorar pero no sabía porque, simplemente sentía las lágrimas acercarse silenciosamente, pero con fuerza suficiente. —A mí también —respondió Nate con excesiva lentitud. Sabía lo que estaba haciendo, y no le importaba, solo quería hacer algo, terminar con todo, tal vez. La sonrisa de Harald no se hizo esperar, esa sonrisa capaz de romperle el corazón a cualquiera, era deslumbrante, perfecta; no era excesiva, pero tampoco controlada, era verdadera. Bueno, al menos esa sonrisa sí la extrañaba, pero estaba seguro que cualquier persona esperaría tenerla por siempre en su vida, fue una pena cuando lo alejaron de su sonrisa, su ánimo siempre mejoraba un poco cada vez que la veía. —Ha pasado tanto tiempo, no puedo creer que estés aquí. —Harald sonaba maravillado. —Sí, varios años. —La voz de Nate era distante, como si se hallara sumido en sus pensamientos, lo cual era lo que estaba sucediendo. —Nate. —El tono de Harald cambió, ya no intentaba ser amistoso—. ¿Por qué me llamaste? Creí que estaba con alguien, sabes que…
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—No lo sé, y no, no estoy con alguien, creo. Simplemente no lo sé. El silencio cayó sobre ellos, Harald entendía a la perfección su forma de ser, había pasado años a su lado, había sido su mejor amigo; era imposible que olvidara cómo actuaba cuando estaba confundido y nervioso. Estaba en un momento de debilidad, podía notarlo, incluso podría hacerlo a kilómetros de distancia. —A diferencia tuya, nunca dejé de pensar en ti, —Harald se había atrevido, no entendía por qué, pero lo había hecho, ya no había vuelta atrás. —¿Por qué crees que dejé de pensar en ti?
—Te encontré con otro, ¿recuerdas? Aunque por tu respuesta asumo que todo terminó por mi causa —se atrevió a decir. —Siempre fuiste bastante egocéntrico, ¿no? —¿Me equivoco? —No lo sé.
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Guardaron silencio, era claro lo que estaba pasando entre ellos, pero ¿por qué?
15 Matar al único testigo
¿Por qué? No, sí. Sí. Lo mataré. No, primero lo torturaré, sí. Arrancarle las uñas lentamente, patearlo, echarle sal en las heridas… No, no puedo matarlo, Nate me odiaría por completo. ¿En qué estoy pensando? No me importa lo que él piense de mí, no. ¿O sí? Maldición. Jared se golpeaba la cabeza contra la mesa del comedor donde estaba apoyado desde varios minutos atrás. Se había sentado a cenar, algo que no solía hacer muy a menudo, y al final, se puso a pensar en cómo torturar a alguien con una cuchara. Bien así había terminado pensando en eso. —Ya basta, lunático —se reprendió Jared—. Carezco de sentido común. —Suspiró. Levantó la cabeza, tenía una mancha roja en la frente de tanto golpearse, miró a su lado su teléfono; lo había buscado de donde lo había escondido, no sabía por qué, solo había decidido ir a sacarlo de, bueno, de ahí, fuera donde fuera ese lugar, lo había buscado inconsciente, ahora lo tenía junto a él, brillando seductoramente, incitándolo a hacer una estúpida llamada que marcaría el final de su vida.
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Yo también soy estúpido. Beep. Beep. “Llamó a Nate, en este momento no puedo contestar. Deje su mensaje después del molesto tono.” Perfecto. Seguro está con él. La furia creció lentamente en su interior, ¿por qué él sí pero Jared no? ¿Por qué?
Jared apretó su mandíbula y se levantó a la fuerza, tanto que la silla cayó al suelo y luego la pateó fuera de su camino hacia su dormitorio. Una camisa y un par de zapatos después, ya estaba fuera de su casa. Pisando fuerte sobre el asfalto, las pequeñas piedras que se metían frente a él salían volando al encontrarse con sus pies enfundados en sus botas negras de combate. Un paso, una pizca más de furia; dos pasos, dos pizcas más de ira; tres pasos, tres pizcas más de enojo; cuatro pasos, cuatro pizcas más de sentimientos asesinos. Lo único que le faltaba era que una película de rojo cubriera su visión, aunque eso lo enfadaría más. ¿Qué haré si lo veo? ¿Golpearlo? Lo más probable. Golpearía ese estúpido rostro para borrarle su sonrisa aún más estúpida, aunque nunca lo haya visto sonreír, no me importa. Maldición, es como si estuviera delirando. Si Jared siguiera en la mesa de su apartamento se hubiera golpeado la cabeza con más fuerza que antes, pero estaba caminando con un rumbo fijo, algo confundido, sí, pero decidido. Aunque no supiera qué iba a hacer exactamente, ni cómo lo lograría, bien, no sabía ni por qué caminaba hacia ahí; solo rogaba poder lograrlo. ¿Y qué si no?, dijo una molesta vocecita en su cabeza, esa voz pesimista que siempre arruinaba la diversión. Era la misma voz que había escuchado el día que Nate lo había dejado, esa voz que le dijo que no se embriagara en ese bar, la que le dijo que no fuera a la casa de ella, la misma que intentó hacerlo entrar en razón al día siguiente, y el siguiente. Algunos se descargaban con algún pasatiempo, otros con los deportes o el ejercicio, ¿él? Jared solo buscaba distraerse de la peor forma posible: con alguien más. Sí, era la forma más estúpida que se le pudo haber ocurrido, pero ya no podía evitarlo. A veces esa vocecita estúpida en su cabeza intentaba hacerlo entrar en razón, lo que era bueno; pero otras era simplemente molesta y odiable, sin utilidad alguna más que molestarlo y arruinarle su diversión —o sus misiones suicidas. Así se sentía en ese momento, como una molesta vocecita estúpidamente racional intentando evitar que se presentará a su condena de muerte, pero por lo que sabía, todo podría acabar bien (mal). ¿Y qué le dirás? De nuevo esa voz. Cállate, le espetó a su conciencia. Si quería ser estúpido podía serlo sin problemas.
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Pero la voz tenía razón, y no lo comprendió hasta que llegó a la casa de Nate, de pie frente a ésta no sabía qué hacer. ¿Gritar? ¿Golpear? ¿Llamar? ¿Qué? Bien, respira, no es la primera vez que vengo aquí, aunque pareciera. Su teléfono en la mano pareciera actuar completamente solo, hasta que Jared notó que eran sus dedos los que marcaban el número de Nate. Beep. Beep.
La llamada fue contestada, pero ninguna voz sonó por el auricular, ninguna palabra para saludarlo, nada. Solo silencio, una respiración pesada y, luego, un “¿Qué pasa?” de una voz desconocida. —Abre la maldita puerta ahora. —Jared utilizó las mismas palabras que Nate había utilizado ese día, las recordaba claramente, nunca las olvidaría, ninguna palabra, ninguna. —¿Qué? Pero… ¿qué? Jared esperó hasta que su rostro sorprendido apareció por la puerta, aún quedaba el portón de por medio, pero al menos podía verlo claramente frente a él. Se veía confundido, cansado, parecía que no había dormido bien en días, lo cual era verdad. Los labios de Nate se abrieron, pero ningún sonido salió. —Me dejas entrar o me tengo que quedar aquí —dijo Jared molesto, ¿de dónde sale esta nueva valentía? Ah cierto, de la ira. Y el motivo de la furia de Jared decidió mostrarse en todo su esplendor. Parecía molesto, pero ¿por qué? En su mano llevaba un juego de llaves. Pasó junto a Nate empujándolo. Harald estaba cansado de tener que soportar la misma historia molesta una y otra vez, podía desear pasar su tiempo con Nate, pero no así. No mientras él sufría por el idiota al cual estaba dejando entrar en ese momento. Pero nada sería tan sencillo. Con un solo movimiento Harald abrió el portón y le dio un puñetazo a Jared en la mandíbula. —Te lo mereces por estúpido —escupió las palabras con todo el odio del cual fue capaz. Jared se volvió, no estaba de humor para juegos. Dirigió su puño cerrado contra el abdomen de Harald, pero él lo evitó con suma facilidad, lo cual no lo sorprendió, es más, lo esperaba. Ese movimiento le permitió darse la vuelta y asestarle una patada en el costado con gran fuerza.
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—Tú también lo mereces por estúpido y meterte donde no te llaman —respondió Jared. Nate estaba inmóvil junto a la puerta, sus ojos abiertos como platos mientras veía a Jared y a Harald golpearse el uno al otro. No entendía lo que sucedía, aunque era obvio que ninguno de los dos estaba dispuesto a hablar con tranquilidad. —Bien, Sr. Soy-Muy-Malo-Con-Mis-Tatuajes, ¿feliz? Lograste pegarme, ahora arregla el maldito problema que tú mismo causaste por IDIOTA, vamos que no tengo toda la vida. —Harald se frotaba el costado donde había recibido el golpe de Jared, le dolía más de lo que había esperado—. Me voy. Hablamos luego, Nate.
Sin más Harald solo se dio la vuelta y se fue caminando tan dignamente como el dolor en su costado le permitía. Se alejó, sabía que no lograría nada si se quedaba, no si Él se quedaba con Nate a hablar, o algo más. Maldición, ¿qué pasará luego?, se preguntó mientras recorría el camino que en algún momento lo llevaría a su apartamento, el cual había escogido solo para estar lo más cerca posible de Nate. Sí, también soy un tonto, ¿no? —Perdón. —Jared no sabía qué más decir. Sentía un dolor punzante en su mandíbula, justo donde había sido golpeado. Un minuto de silencio pasó hasta que Nate logró moverse. —Cierra y ven, tu mandíbula empieza a verse terrible, ocupas algo de hielo. —Los nervios ya habían invadido a Nate haciéndolo parlotear sin descanso. Jared escondió una sonrisa volteándose para cerrar el portón a su espalda, se mordió un labio en un intento para disminuir la enorme sonrisa, pero no fue tan fácil. ¡Qué no te vea sonriendo, Jared, contrólate, no seas estúpido! Con unos cubos de hielo envueltos en un trapo sobre su mejilla, Nate habló: —¿A qué viniste, Jared? ¿Por qué? —Yo… soy un estúpido. —¿Y a qué se debe esta afirmación? ¿Te llegó la inspiración divina y descubriste que eras “un estúpido”? —Muy chistoso. No. Fui un estúpido, y aún lo soy, no lo niego. Es solo que… no soy bueno en esto, por favor entiende sin tener que explicarlo. —Claro, ya lo entiendo. Un ángel decidió aparecer en tu apartamento y te dijo: “Ve a golpear a Harald, dale un susto de muerte a Nate y no des explicaciones”, —Nate ironizó. Sí, estaba cansado, había dormido mal, sabía que actuaba mal, pero no podía evitarlo. —En serio, muy chistoso. —Puso los ojos en blanco y apretó la mandíbula cuando Nate hizo fuerza con el hielo, lo cual solo sirvió para aumentar el dolor—. Maldición — se quejó.
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—Perdón. —Un dejo de arrepentimiento apareció en los ojos de Nate y aflojó la presión de su mano. —¿Por qué exactamente? —Por la presión con el hielo. —El volumen de Nate disminuyó lentamente hasta terminar susurrando—. No tengo que disculparme por nada. —Lo sé, la culpa es mía. Lo admito. Nate…
—¿Qué? —Perdón. Me arrepiento de todo, todo lo que hice, lo que dije, principalmente me arrepiento de lo que dije, o no dije, como sea. Estaba enfadado, triste; estaba… celoso. ¿Así que esto son celos?, Jared descubrió lo que sentía, aunque no lo hizo sentir mejor. Descubrimiento del siglo, idiota, de nuevo esa molesta voz que algunos conocen como consciencia apareció. Muy oportuno, ironizó Jared en su cabeza en contra de la vocecita. —Nunca creí que fueras a admitir eso. —Las palabras de Jared habían alcanzado a esa pequeña parte en el cerebro que controla las emociones, la había alcanzado con tanta fuerza que todos los sentimientos enloquecieron y se pusieran a saltar e intentar salir a la vez. —Al parecer también fui un idiota antes, es como si no lograse que los demás lleguen a conocerme, no logro demostrar lo que siento, lo que pienso. —No eres idiota por eso, es solo tu forma de ser, no es tu culpa, al menos eso, lo demás sí lo es. —Gracias. —El sarcasmo era notable en esa única palabra de Jared, aunque ambos sabían que era verdad, ya hasta lo había admitido. —¿A qué viniste, Jared? —repitió Nate. —A hacer lo correcto, creo. A disculparme y esperar que todo salga bien. —¿Cómo sería que todo “salga bien”? —Que no me odies, que no sufra… ¿mos? Jared no estaba seguro si haber usado el plural estaba bien, no sabía si lo arruinaría, pero ya lo había hecho, solo quedaba esperar. Cerró los ojos por inercia, por costumbre. Esperó para saber la reacción de Nate. No se atrevía a abrir los ojos, o al menos no hasta que lo sintió.
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Una conocida suavidad sobre sus labios. Escuchó el hielo golpearse contra el suelo mientras sentía una mano en su nuca. Inmediatamente reaccionó y atrajo a Nate hacia sí. No lo odiaba, estaba a su lado, más que a su lado, estaba con él. Estaban juntos. De nuevo.
16 Asesinato de mis flores
Simplemente los sucesos ocurridos en los últimos días, bueno, en las últimas horas, era algo que no podían entender, pero aún así Jared cantaba victoria en su interior. No podía creer lo que estaba pasando, simplemente era… perfecto. Sentía las suaves manos de Nate recorrer su espalda con lentitud, más lentitud de la que quería, para ser honesto, pero podía tolerarlo. Jared había logrado quitarlo a él de en medio, se había librado de la “amenaza”, aunque comparado con él, no era nada, él no podía alcanzarlo, simplemente no podía.
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Jared se obligó a volver a la realidad, no iba a pensar en él, no en ese momento, no nunca; iba a disfrutar ese momento completamente consciente de eso, no se perdería ni un solo detalle. Los suaves y ansiosos labios contra los suyos; las lentas pero fuertes manos en movimiento, en su espalda, sus brazos, su pecho, en él; la respiración cada vez más agitada contra su rostro, contra su boca. Sabía que esa era una línea peligrosa, y que si la cruzaba no podría regresar, de cruzarla no habría vuelta atrás, debería afrontar las consecuencias, aceptar todo lo que se le enfrentara. Y estaba deseoso de hacerlo. Nate se encontraba en la misma situación. La duda luchaba por aparecerse en su mente y detenerlo, pero su cuerpo no reaccionaba como su cerebro esperaba, simplemente no podía detenerse. Estaba cansado de fingir que quería estar lejos de
Jared, cansado de no aceptar lo que quería, ¿por qué no podía ser feliz aunque fuera por unas pocas horas, por unos cuantos minutos? Se dejaron llevar, simplemente se dejaron disfrutar de su mutua compañía, no más pensar, no más llorar, simplemente disfrutar el momento, el ahora. Las manos de Nate retiraron con una delicada urgencia la camiseta de Jared, desde que la había visto por primera le había parecido una linda camiseta, pero en ese momento no era más que un estorbo que debía ser removido instantáneamente, sí. Inmediatamente. Lo mismo pasó con la camiseta de Nate. Él había esperado para no ser el que diera el primer paso, ya había dado muchos primeros pasos, pero aún así el nerviosismo no lo abandonaba, nunca. La mano de Jared se movió hasta llegar a la nuca de Nate, lo sostuvo con firmeza, decidido, lo quería mantener cerca suyo, cuanto fuera posible, cada centímetro importaba, cada milímetro incluso. Un beso más y otro y otro. No te vuelvas a ir, nunca más, no lo hagas, gritaba Nate en su cabeza, pero no podía poner en palabras sus pensamientos, temía arruinarlo todo. Tenía miedo. Los brazos de Nate se aferraron a la cintura de Jared, si no podía gritar que no quería que se fuera, lo demostraría de otra forma: aferrándose. Jared comprendió su acción y movió su mano libre para presionarlo con más fuerza contra sí. Ambos pensaban lo mismo, pero no podían expresarlo, no sabían si todo acabaría si dejaban salir esas palabras, ESAS palabras.
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Tantas veces Jared había pensado que se había convertido en un ser patético y cursi, en ese momento no le importaba, todo el mundo podría arder, podrían ser aspirados por una agujero negro que no le interesaba. Podía ser patético o cualquier otra cosa, que mientras estuviera así, libre de culpas y penas, sería feliz. Sí, feliz. Estaba seguro que a su hermano le hubiese gustado eso, verlo feliz, aunque el idiota ya no estaba ahí para verlo, podría serlo. Nate recibió con agrado la nueva fuerza con que era abrazado, tenía a Jared junto a él, no había desaparecido, estaba ahí. No te vayas, repitió, no podría perder a alguien más así. Harald había sido arrancado de su lado mientras era rechazado por sus padres; Jared no podía desaparecer de su vida de la misma forma, simplemente no podía. No sabía si podría resistir el mismo dolor de nuevo, no quería ser obligado a pasar por la misma experiencia otra vez. El cambio en la atmósfera era perceptible, cada vez los movimientos eran más apresurados, la necesidad de cercanía crecía con cada centímetro que desaparecía entre ellos. Los besos se hicieron más profundos, era como si no fuera suficiente, y no lo era.
Ambos luchaban por respirar, pero ninguno quería apartarse para conseguir un poco más de aire. Las manos se movían sin control alguno en el cuerpo del otro, explorando, deseando. Se movían con tal sincronía, era como si fueran uno, y por lo cerca que estaban, cualquier persona pensaría que era un ser deforme con cuatro brazos y cuatro piernas. Nate tuvo que detenerse un momento para jadear en busca de aire —ya no podía seguir sin respirar—, pausa que Jared aprovechó para dirigir sus labios por su cuello, dibujando un suave camino de besos —y un poco de baba también— desde su mandíbula hasta la clavícula. Aquí estás, aquí estoy. Aquí estamos, pensó Nate extasiado. *** Un sonido provocado por alguien completamente adormecido rompió el silencio que Jared luchaba por mantener. Se había despertado pocos minutos atrás, pero no había querido romper el sueño que dominaba a Nate, no se sentía capaz de hacerle eso. ¿Se despertó?, pensó Jared, casi asustado. ¿Y por qué te asustas, imbécil?, se reprendió cuando lo comprendió. No pudo dominarse más y rompió a reír, parecía histérico. —¡¿Qué?! —Nate se despertó de golpe, terminó sentado, sus ojos abiertos como platos—. ¿Qué pasó? ¿Qué? Nate se fijó en Jared, quien seguía riendo como un lunático a su lado. —Es muy temprano para andar drogado, ¿no crees? —se burló Nate al ver a Jared llorar de la risa—. A penas son las… ¿qué hora es? —Nate buscó su teléfono por toda la cama y el suelo alrededor, y lo terminó encontrando en el bolsillo de sus pantalones—. Maldición, ya son las once. Creo que podríamos abandonar la idea del desayuno. —¿Qué? ¿No hay desayuno? Pero si es la comida más importante. Bien, me veo obligado a cocinar —dijo Jared entre carcajadas—. ¿Qué quieres comer? —¿También cocinas? —Claro que sí, sé hacer… ¿cereal con leche?
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Ambos rompieron a reír. El humor simplemente no podía mejorar en esa habitación iluminada por la colada luz del sol. —Entonces quiero tostadas francesas, con huevo benedictus y… —Las palabras de Nate fueron cortadas por Jared de modo intencional. Labios contra labios y la idea desapareció de la cabeza de Nate. —O podemos ir por comida en un rato.
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—Suena como un plan.
17 La madeja
“Que lo que me des y no te pida…” Días, incluso semanas pasaron. Peleas, riñas y más. Problemas del pasado que atacaban. Jared estaba en su cama recordando la primera pelea que había sucedido, una por motivos estúpidos, como todas, en realidad. A pesar de eso habían seguido batallando por lo mismo, una y otra vez, parecía que nunca acababa. El molesto sonido del repiquetear de un teléfono volvió a romper el silencio que Jared intentaba mantener, ¿qué no podía pensar tranquilo? Estaba solo en su apartamento pensando qué hacer, no esa noche, ni al día siguiente, pero tenía que hacer algo. Un tatuaje nuevo por lo idiota que soy, pensó mientras contestaba el teléfono.
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—Ja, ja —rió Nate sarcásticamente.
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—Sí, este es mi teléfono, en este momento no me da la gana contestar, espere al tono y hable —dijo sin molestarse en ver a quién le hablaba.
—Oh, mierda, no sabía… ¿perdón? —¿Aquí o allá?
—Ah —meditó en voz alta. —Bien, allá. Llego en veinte. —Esa fue toda la conversación. Bien, tal vez no soy tan idiota. Tal vez. Suspiró con fuerza, no, no lo era. Bien, no ha pasado ni una semana, contrólate. Los segundos se convirtieron en minutos hasta que unos golpes sonaron en su puerta y él seguía con nada, ni una sola idea. No sabía porque quería conseguirse otro tatuaje, estaba claro que no era por Nate en sí, era por la situación que había pasado, era una lección aprendida: “Siempre enfrenta a tu maldito acosador”. Bueno, era una muy, muy mala lección. —¿Sí o no? —saludó Jared mientras abría la puerta para que Nate entrara. —No sé de qué hablas, pero…. ¿sí? —Perfecto, el único problema es qué. Nate lo miró con cara confundida, de verdad que no entendía a qué se refería. Jared se rió al ver su expresión, le dio un rápido beso y caminó hacia la diminuta cocina, la cual estaba prácticamente vacía. “será siempre para la muerte, que no deja…” Nate caminó hacia la habitación de Jared. El olor a cigarrillo seguía impregnado en las sábanas y en las paredes, había colillas sobre la mesita de noche junto a la cama. Nate bufó, él no paraba con ese estúpido vicio. Aunque sabía que él mismo lo había ocasionado, no podía dejar de molestarse. —¿Algún problema? —gritó Jared al escuchar el bufido de Nate. —Solo la peste a cigarrillo por todo el lugar —se quejó. —Lamento eso. —Jared estaba ahora en la puerta a su habitación mirando la espalda de Nate, quien contemplaba la mesilla de noche sobre la que había un cenicero, el cual no parecía ser utilizado para dejar las colillas—. Espero dejarlo pronto. De nuevo. —Terminó la frase es un susurro tan quedo que casi ni él mismo se escuchó.
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—¿Qué hiciste mientras no estuve? —A ver. Maté el gato del vecino sin que se diera cuenta porque era endemoniadamente tierno y me repugnaba. Trabajé tantas horas extra que me tenían que sacar de la tienda. Luché contra un grupo de alienígenas y salvé la Tierra. Ah, y olvidé comprar comida, ¿qué quieres pedir? —Deja de decir tonterías. Es en serio. Y con una pizza creo que está bien.
—Hablo en serio, Nate —decía Jared con el teléfono en la mano, era algo bueno tener el número de la pizzería en marcación rápida—. No creo que quieras escuchar lo que hice esos días, ni yo mismo lo quiero recordar. Una pizza y varios vasos de “bebida” después la pelea estalló. Debí sacar la basura en cuanto tuve la oportunidad, idiota, Jared se reprendía en su cabeza. Los gritos de Nate eran casi estridentes mientras Jared luchaba por calmarlo. —No sabía que estaríamos de nuevo… juntos. ¡Nate! No te vayas. Maldición. Te dije que no lo querías saber. —¿Que estuviste acostándote con todo el mundo mientras yo me pasaba el tiempo encerrado en mi casa sufriendo solo? —Ni tan solo —susurró Jared para sí. —Te escuché, idiota. —Y no me retracto. ¿O fue coincidencia que cuando llegara a tu casa me encontrara con ese? —Primero, se llama Harald, no ese. Segundo, sí, lo fue. Yo no lo busqué, al contrario tuyo, maldito asqueroso. No quiero ni saber cuántos residuos de baba pasaron de tu boca a… —Nate sacó la lengua e hizo como si se la limpiara con las manos. —No seas infantil. No estoy orgulloso de esos días, pero es lo que hago, soy autodestructivo, ¿recuerdas? Tú mismo me lo dijiste una vez. —No creí que fuera de esta manera específicamente, asqueroso gigoló. —No soy un gigoló —gruñó Jared. —Claro, los gigolós cobran, mis disculpas. —Eres imposible, ¿sabías? —Jared tomó a Nate por el brazo antes de que lograra escapar por la puerta y lo estrelló contra la pared junto a esta—. Yo te busqué, lo hice porque lo quería, ya no soportaba mi estúpida y asquerosa vida. ¿Qué no entiendes de eso? ¿Ah? ¡¿Qué?!
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—¿Cómo sabré que estar conmigo significa algo para ti si te es tan fácil andar acostándote con cualquier idiota que se cruce en tu camino? —Primero —dijo Jared utilizando la misma forma de explicación de Nate a propósito—, cuando veo un idiota cualquiera en la calle lo que quiero hacer es golpearlo. Segundo, no me acuesto con cualquiera, bueno, lo he hecho, pero pocas veces y solo cuando algo realmente me afecta. Y algo me hace daño cuando me importa. ¿Por qué no lo entiendes, grandísimo estúpido?
Se quedaron en silencio contemplándose a los ojos con miradas asesinas llenas del odio-amor más puro que dos almas solitarias podían sentir. La mano de Nate voló hacia el rostro de Jared con fuerza, el sonido del golpe resonó por todo el apartamento, seguido por la risa histérica de Nate. Jared se alejó con una mano en su mejilla adolorida en cuanto Nate se dobló por la cintura mientras se reía con un brazo sujetando su abdomen. Bien, yo soy un idiota asqueroso, pero él está loco de remate. —¿Algo más que debería saber? —Que estoy a punto de llamar al psiquiátrico para que vengan a llevarse al loco que se metió en mi apartamento y me atacó, ¡me duele toda la cara! —Te lo merecías —respondió Nate con una contagiosa sonrisa curvando sus suaves (y tentadores) labios haciéndolo parecer más joven, pero también más atractivo.
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“ni sombra por la carne estremecida.”
Epílogo Carne estremecida
La luz se colaba por entre las copas de los árboles con tanta ligereza que parecía casi irreal, fantástico, mágico incluso. El viento hacía que las hojas del parque susurraran tenuemente, en su mayor parte imperceptiblemente, pero se podría llegar a notar si se prestaba la atención suficiente; pero éste no solo hacía que las hojas se mecieran, también provocaba que el cabello de las personas en el parque se alborotara de poco en poco.
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Varias personas estaban sentadas en las distintas bancas, unas charlando, otras comiendo helado o tomando algún batido; otros hacían ambas actividades. También estaban las personas que se sentaban solas a contemplar y apreciar el paisaje, los que cansados de tanto caminar descansaban los pies sentados, los que estaban mareados por el sol y buscaban sombra bajo los árboles, los que se sentaban juntos sin hablar con la tensión latente entre ambos. Se podían encontrar expresiones de todos los tipos: alegres, extasiadas, molestas, cansadas, soñolientas, tensas, tristes. Unos no esperaban nada, otros esperaban noticias, algunos estaban a la expectativa del inicio o del final, no estaban seguros. Nadie sabía si algo iba a marcar el fin absoluto, si aparecería una bala perdida y le pudiera dar en la cabeza y sería la muerte total. Dios, soy estúpido, tan estúpido, ¿por qué tuve que hacerlo desde un inicio? Pude haberlo dejado pasar, no dejarlo convertirse en un ser importante para mí, no haberme
abierto ante él, dándole mi vida, diría que mi corazón si no fuese algo físicamente imposible. Pero ahora… ahora… La expresión en sus ojos encerraba una tristeza tal que era incomparable con la que había sentido, bueno, nunca antes en su vida. Era una tristeza que encerraba el conocimiento de algo terrible. Todo cambió. Nate vio a Jared acercarse con su usual caminar pausado, sabía que atraía las miradas, lo sabía muy bien y hacía todo lo posible por aumentar la cantidades de miradas lascivas que recibía. A pesar de eso, su expresión no era la habitual arrogancia con la que solía pasearse por el centro de la pequeña ciudad donde vivían. Había un ligero deje de dolor. —Nunca le creí a nadie que me dijo que no me tatuara la clavícula, tenían razón, todavía duele cuando muevo el brazo derecho hacia atrás. —Por idiota y conseguir otro tatuaje —lo reprendió Nate. —Que tú solo tengas uno que no te gusta y que lo conseguiste por pura estupidez, no significa que a mí no me gusten los míos. Además, ¿no has escuchado eso de que los tatuajes causan adicción? Bueno, pues creo que soy “adicto a la tinta” —se mofó. —Claro. —¿Qué no te gusta mi mariposa gay en la clavícula? —Jared rió, ambos sabían que no se había tatuado una mariposa, a menos que consideraran que un trisquel era una mariposa, en ese caso sí tenía una mariposa. —¿Qué no era un trisquel? —El cual representaba el crecimiento en la antigua cultura celta, sí, había estado esperando para hacerme este. —Y esperaste a esta semana. —Nate suspiró. —Mucho ha pasado estos meses que me ha hecho crecer, así que sí, esperaba esta semana, no sé. —Jared…
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—No, espera un rato. Mira la ardilla sobre tu cabeza. Nate alzó la mirada y, efectivamente, una ardilla corría por las ramas de los árboles sobre su cabeza, a ratos se detenía a buscar comida o a “descansar”. Nate no entendía bien a las ardillas, solo sabía que eran divertidas, con su naricilla y dientes, esas patitas pequeñas, pero eran tan ágiles y veloces. Contradictorio.
Algo tan frágil y delicado tiene tantas habilidades, pero otras “cosas” igual de finas se rompían con el más delicado soplo de viento proveniente de una dirección diferente a la acostumbrada y deseada. ¿Pero en qué estás pensando?, se reprendió Nate mentalmente. Jared echó la cabeza hacia atrás, tenía los ojos cerrados y luchaba por pensar en cualquier tontería insignificante, cualquier banalidad sin importancia, lo que fuera. Respiró hondo consciente de su alrededor, consciente de todo lo que lo rodeaba y amenaza con asfixiarlo. Había pasado por tanto, de verdad que lo había hecho, y ahora… “Lucha por lo que deseas”, le había dicho su corazón en un momento, parecía que habían pasado siglos desde ese día, el mismo en que su consciencia le había susurrado: “Morirás por tus deseos”. Al parecer su interior no se ponía de acuerdo, pero aunque fuera así él escuchaba ambas vocecitas, ambas lo alejaban de su felicidad al proporcionarle la misma por cortos lapsos, momentos que luego serían solamente recuerdos y nada más. —Jared… —susurró Nate exhausto. —Nate… —Jared ni se molestó en abrir los ojos, no quería regresar al mundo real. —Mírame. —Reacio Jared lo hizo, tan lenta y medidamente que pareció tomarle varios minutos en lugar de pocos segundos—. ¿Qué está pasando? —El hambre ataca a la población mundial. Los ricos son más ricos y los pobres mueren. La tasa de asesinato ha aumentado considerablemente. Las enfermedades mentales se han convertido en moda. —Suspiró y susurró para sí—: Los sueños se rompen como espejos que caen desde un quinto piso. —Lo que sea que caiga desde un quinto piso se rompe. —Excepto un yunque. —No lo sé, nunca lo he intentado. Ambos se quedaron en silencio otro rato más. Ni los chistes malos de Jared lograban acabar con la fina tensión que había entre ellos. ¿Desde cuándo actuamos como desconocidos?, pensaron ambos.
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—Jared… —La voz de Nate salió como un susurro casi imperceptible. —Lo sé —susurró como única respuesta. Se miraron a los ojos fijamente. El nudo que se formó en la garganta de Nate era imposible de deshacer, amenazaba con asfixiarlo. Nate cerró los ojos y respiró hondo. —¿Crees en la vida después de la muerte?
—¿A qué te refieres? —Nate estaba confundido por esa pregunta. —No lo sé, estaba leyendo sobre mitologías y me sorprendí, a algunos incluso les dan armas para lo que sigue después de la muerte. Creo que si te dejan con armas para avanzar a la siguiente etapa, ésta no debe ser muy buena. —¿A qué vas con esto, Jared? —No creo que un mundo en el que deba luchar con una espada sea peor que éste, en el que estoy desarmado y sin guía, solo. —Ja… —No, lo sé. Creo que desde siempre lo supe. Solo no lo quería admitir. Por favor, solo hazlo y no uses ninguna frase que ambos sabemos todos usan y no seguiremos — Jared murmuró. —No quiero ser tu amigo, no puedo. —Nate luchaba para no ahogarse con las lágrimas que sentía salir, que sentía pegadas en el cuello provocando que su voz saliera más aguda de lo normal—. No puedo seguir con esto, Jared. Y no es solo por las peleas. Tengo miedo todo el tiempo, mi peor temor ya no es perderte, aunque aún lo tengo no es el principal. Tampoco tengo miedo de ti, es solo que es extraño. Jared no se contuvo más y estrechó a Nate en sus brazos sin importarle lo que los demás pensarían. Al diablo con ellos, pensó mientras luchaba contra su dolor. Estúpido, estúpido, estúpido. Eso se había convertido en su eterno cántico mental. —Te entiendo. No me gusta aceptarlo, pero te entiendo, lo hago y eso es lo que más me duele, que de verdad sé por lo que estás pasando y que soy tan estúpido que no lo puedo evitar. —Jared se ahogaba con las palabras, las cuales salían a la carrera y sin control—. ¿Puedo decir que en este momento siento miedo? —Diría que… siempre… podrás decirme lo… lo que sea, pero sé que estoy… mintiendo, J-Jared. Nunca antes Nate había hablado tan entrecortadamente en su vida. Ya no más, le susurró la parte más débil de Nate al oído, esa que se rendía ante todo, que no luchaba, que lo único que ganaba era la competencia contra la fuerza de Nate, siempre la ganaba, y siempre la ganaría. Estúpida debilidad.
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—Dilo —Jared exigió a media voz. —Yo… ya no quiero estar contigo, ya no puedo. Jared apretó sus labios contra los de Nate, tenía los ojos cerrados con fuerza, más de la necesaria mientras lo besaba. Así saben las despedidas entonces, pensó Nate recordando todos los libros en los que había leído los besos que “sabían a despedida”. Era un sabor amargo, pero al mismo
tiempo dulce, era contradictorio; feo, pero especial, un beso con tanto significado que era imposible poner en palabras. Jared terminó el beso antes de lo que Nate hubiese deseado, y se puso en pie. Se alejó con pasos decididos, sin mirar atrás, sin decir una sola palabra. Se fue solo. Solo llegué y solo me iré, había pensado amargamente. Nate lo vio alejarse como quien contempla una nube moverse por el cielo hacia el horizonte, cada vez más lejos, cada vez más ajeno, algo que nunca le perteneció y nunca lo haría. Bajó la cabeza y dejó las lágrimas caer sobre sus pantalones como gotas de lluvia sobre el asfalto: incontrolables.
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Y la polilla que seguía la luz se dejó morir, se rindió y abandonó sus intentos de alcanzarla, se resignó a verla a la distancia, tan hermosa e inalcanzable; un recordatorio permanente de una posible felicidad destruida, imposible de obtener, imposible de mantener; simplemente imposible.
El poeta dice la verdad Federico García Lorca
Quiero llorar mi pena y te lo digo para que tú me quieras y me llores en un anochecer de ruiseñores, con un puñal, con besos y contigo. Quiero matar al único testigo para el asesinato de mis flores y convertir mi llanto y mis sudores en eterno montón de duro trigo. Que no se acabe nunca la madeja del te quiero me quieres, siempre ardida con decrépito sol y luna vieja.
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Que lo que me des y no te pida será para la muerte, que no deja ni sombra por la carne estremecida.