INÉS FERNÁNDEZ MORENO
Narradora en una familia de poetas Acaba de aparecer Mármara, cuarto libro de cuentos y el sexto en la producción de la autora argentina que, desde que se liberó del peso de la tradición heredada de su abuelo y su padre, no ha dejado de escribir POR PATRICIA SOMOZA Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
I
nés Fernández Moreno sigue produciendo. Acaba de aparecer Mármara (Alfaguara), su cuarto libro de cuentos y el sexto de su producción, si se le suman las dos novelas que lleva publicadas. Ella, que alguna vez se definió como una escritora tardía (“empecé a escribir grande, rompiendo alguna prohibición familiar, una prohibición interna, mía”), una narradora en una familia de poetas, desde que salió al ruedo con la coartada de la narrativa no paró de escribir. “Cuando empecé, me sucedía algo muy sistemático; cada diez o quince días, tac, se me ocurría algo: era como poner un huevo.” Ahora escribe más lento, dice. En parte porque teme repetirse (“uno está encerrado es en sus propias limitaciones, incluso en las de su imaginación, en sus intereses”); en parte porque se ha vuelto más exigente y apuesta a “una escritura más austera, más expresiva, más cuidada”. Mármara es la prueba de esa búsqueda. Recién llegada de Chile, adonde fue invitada a participar de la Feria del Libro, nos recibe para hablar de su oficio y de su nuevo libro. –Mármara se fue gestando de una manera larga y trabajosa. La crisis de 2001 y la falta de trabajo nos empujaron a trasladarnos a España, y allí estuvimos tres años. El regreso y la reinmersión en el país me llevaron mucho tiempo y por eso algunos cuentos traen todavía la cuestión de la emigración y lo que me produjo. –¿Y cómo fue la experiencia en España? 12 | adn | Sábado 26 de diciembre de 2009
–Hay una cosa patinosa con el lenguaje, que es tuyo pero que al mismo tiempo no lo es, y eso como escritora me producía una extrañeza, un traspié permanente. “Agarrar”, por ejemplo, te empieza a parecer una palabra medio brutal y “coger” se te va volviendo natural. Y está todo lo que te pasa desde el punto de vista existencial. La pérdida de tus costumbres, de tus amigos, de tus rutinas, de tu relación con el país, la lucha contra la adversidad, las dificultades con el trabajo; te preguntás por qué este país es tan expulsivo. Entonces, aunque Mármara no es un libro que tenga un eje muy determinado, muchos de los cuentos están impregnados de estas experiencias. –Yo diría que son varias las temáticas que los recorren. La emigración es una; los encierros, otra… –Sí, hay tres cuentos con situaciones de encierro. Uno es el de la mujer que se queda encerrada en un balcón, una metáfora de su condición de emigrante. En España, si por alguna razón tenías que viajar a la Argentina y no tenías los papeles en regla, era probable que no pudieras volver a entrar. –“Encerrada afuera”, como dice el título del cuento. En “Carne de exportación”, un cuento precioso, también hay situación de encierro. –Sí, es el tipo que se queda encerrado en una cámara frigorífica. Eso le pasó a un amigo mío que había emigrado a Miami y había puesto una empresita de reparto de carnes. La situación condensa toda la problemática de alguien que está en un lugar que le es ajeno. –También está “Confesiones en un ascensor”. –Sí, otro encierro. Pero vinculado con algo más dramático. Una mujer se queda encerrada con un tipo en un ascensor, y se ven obligados a una intimidad forzada. Al principio hay una fantasía erótica, pero eso se convierte en otra cosa, siniestra, que tiene que ver con la convivencia entre quienes fueron perseguidos y torturados en la época del terror, y los responsables, que pueden estar en cualquier lado. –Ahí te metés con ese tema de una manera cifrada, lateral.
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MARTIN ACOSTA
–Para mí es muy difícil contar temas vinculados con el horror, la desaparición, la tortura. Porque estamos muy cerca, y porque hay que sortear una especie de falso mérito que viene añadido, el de expresar lo “humanamente correcto” en el momento oportuno. Son materiales que exigen muchas precauciones. –“En la periferia” se habla de los hechos de aquellos años desde alguien que está en una posición lateral, periférica y, además, de una manera muy mediada… Una posición narrativa muy interesante. –Exacto, ésa es la manera en que yo puedo contar esa historia. Como algo periférico y como algo que va siendo visto y contado a través de muchos velos: alguien cuenta algo que le contó otro, que a su vez lo vivió de una forma indirecta. Eso por una parte. Y además, quise contarlo como una crónica, de la forma más despojada posible. –La política desde una perspectiva íntima, personal. –Tal vez es el lugar desde donde yo lo viví. Soy parte de esa generación que estuvo totalmente inmersa en lo que fue pasando en los años setenta, pero no fui una militante. Siempre estuve en un lugar como de observación, con toda la culpa que eso implicaba. Y empujados por la culpa, se hacían cosas muy riesgosas. Sin ninguna protección. –Otros cuentos tematizan la preocupación por el lenguaje. Muchos personajes aparecen reflexionando sobre las
palabras, midiéndolas, tomando distancia. En “Mármara”, con la pasión por el Scrabble on-line. En “Truhanes”, de una manera desopilante. –En “Truhanes” tienen que enterrar a un pariente pero no queda lugar en la bóveda, y metidos en esa situación se entretienen jugando con las palabras. Ahí está muy presente la cosa familiar. Siempre que me preguntan por este tema –medio ineludible–, tengo que decir que sí, que aquél fue un caldo de cultivo para mí. Mi viejo escribía, mi abuelo escribía, mi tía escribía, mi tío escribía; como una familia de trapecistas en un circo, decía mi viejo, la palabra estaba siempre sobre la mesa, como una cosa gozosa. El chiste verbal, los dobles sentidos, jugar al Scrabble... –¿De dónde salen tus relatos? –Salen de situaciones paradójicas, de pequeñas revelaciones que uno tiene. Mirá, el otro día me contaba mi hija que a la madre de una amiga se le había volado una toalla, que cayó en el cuarto piso. Y cuando fue al cuarto piso a buscarla, se encontró con un velorio y se produjo un malentendido: parecía que ella había ido al velorio cuando en realidad había ido a buscar la toalla. No sé cómo siguió la historia real, no importa, pero a mí eso me disparó algo, una curiosidad. Me interesan esas situaciones: un día estás con el lavarropas y la toalla y, de una manera arbitraria y loca, terminás en un velorio en contacto con la muerte. Yo siento que hay una tensión muy grande entre el mo-