NADA ES PERFECTO, PERO...
María Alicia Correa pasó la seguridad del aeropuerto y, luego de ponerse los zapatos y el saco y de recoger su cartera y sus bolsas, siguió su camino en la terminal, buscando su puerta de embarque. Era una fría tarde de diciembre en Cleveland, estaba por encontrarse con su jefe para viajar a Dallas. —Te están llamando por el altavoz —fue lo primero que dijo su jefe, Theo Jackson III, al verla. —¿En serio? —preguntó María Alicia. —Sí, en serio —dijo él, casi sin levantar la mirada del periódico que estaba leyendo, como si le diera asco tener cualquier interacción con ella. —Qué cosa tan rara. Yo no he escuchado nada —contestó María Alicia, todavía sin creerle. ¿Y cómo le iba a creer? El hombre no hacía más que joderla todo el tiempo. Lo que ella había estado temiendo por semanas se estaba haciendo realidad—. Quizás es verdad. Voy a ir a preguntar —atinó a contestar, comenzando a caminar para buscar a quién preguntarle. Theo Jackson III parecía un pingüino: bajito, negrito aceituna, redondito, con sus lentecitos y su bigotito engominado y lustroso, caminando siempre de prisa, balanceándose de un lado para el otro como si
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estuviera escaldado, todo el tiempo con esos sacos de payaso, demasiado grandes para sus bracitos. En la entrevista de trabajo lo primero que le preguntó fue si le sería leal. Lo repitió varias veces durante el transcurso de las cuatro evaluaciones que tuvo que pasar para, por fin, conseguir ser contratada. Esa pregunta la había desconcertado: ¿cómo podría jurarle lealtad a alguien que acababa de conocer? Lo único que sabía era que él había sido el jefe de su amiga Patty, y que ella había salido despavorida de ese puesto. Nunca le dijo por qué, y cada vez que le preguntaba, ella cambiaba de tema. En fin, no era que hubiese tenido muchas opciones en ese momento. Su periódico estaba por colapsar y ella necesitaba tener trabajo mientras su esposo buscaba algo más a su nivel. El periodismo, compartir información con la gente, era su verdadera pasión, lo que realmente la entusiasmaba. Pero, con su negocio a punto de morir, le había tenido que decir adiós a la flexibilidad de ser dueña de su propia empresa, a trabajar en lo que sabía hacer bastante bien, y se había visto obligada a entrar en el mundillo de una corporación americana y en el extraño planeta de las relaciones públicas, un lugar poblado por maestros de la palabrería bien vestidos y con egos inflados. Este viaje no está yendo muy bien. ¿Será que me está llevando porque quiere deshacerse de mí? Matarme y tirarme en algún matorral es lo que quiere hacer este desgraciado, pensó María Alicia. Sabía que estaba siendo dramática. Tal vez Theo no sabía nada de lo que estaba pasando con Hunter y era su conciencia sucia la que la estaba haciendo sentir tan mal.
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Todo tiene que salir bien. Theo no sabe nada. ¿Y si sospecha? Tiene que sospechar... ni que fuera ciego. ¿Qué estoy pensando? Claro que sospecha, si no, no me tendría en ese proyecto con Juanetta. Toda la atención que estoy recibiendo y mis juntas especiales con Hunter lo deben estar sacando de quicio, razonó. Sus pensamientos, en lugar de calmarla, la hicieron sentir mil veces más aterrorizada por el viaje que estaba por emprender con su jefe, el hombre que más detestaba, el único individuo en su vida que le producía tanta angustia que lograba paralizarla completamente. Pero ya era hora, mujer, de que alguien te hiciera a ti la reina de la escena. ¿Acaso no has trabajado duro los últimos meses tratando de llevarle la cuerda a este inepto, al mismo tiempo que babeabas por Hunter? Lo único que tienes que hacer ahora es continuar actuando igual, como si nada. Mañana llegan los demás y Theo no tiene las agallas de hacer daño en público, se dijo a sí misma, suspirando por Hunter. Cómo quisiera que Hunter hubiese venido a este viaje como le prometió. No se sentiría tan desamparada y asustada de haber sido así. María Alicia metió la mano en su cartera y hurgó por un momento dentro del falso forro, hasta encontrar un paquetito. Su spray de pimienta picante había pasado la seguridad del aeropuerto con todo éxito. Por lo menos tendría algo para protegerse en caso de que no estuviera exagerando. Para cuando regresó a la puerta de embarque, sin haber podido encontrar a nadie que le confirmara que la habían llamado por el altoparlante, el avión ya estaba listo para salir.
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¡Qué alivio para todos!, sonrió. Sacó su libro y se dedicó a leer durante las siguientes tres horas. Ya había anochecido cuando llegaron a Dallas. Recogieron sus maletas y se dirigieron al mostrador de alquiler de autos. Theo iba adelante, sin decir nada. María Alicia lo seguía a poca distancia, imaginándose lo peor que le podría pasar cuando salieran del aeropuerto. Ella sabía que Theo no podía soportar lo que consideraba su deslealtad: su íntima interacción con Hunter. Si él se iba al infierno, se la tendría que llevar a ella también. Al subir al auto, María Alicia se estremeció pensando que Theo de hecho la confrontaría. Sacó de la cartera lo que parecía un teléfono celular pero que en realidad era su spray de pimienta picante. Temblando, marcó un número y de reojo miró a Theo. Nada. Parecía estar concentrado en su mundo. María Alicia continuó la farsa y fingió conversar con alguien por el teléfono, preguntándose si tendría que usar su spray de protección esa noche. Dos veces se perdieron. Las dos veces, Theo detuvo el auto para mirar el mapa. María Alicia sudaba frío en el asiento del copiloto, su dedo en el botón activador del spray. La oscuridad de la noche la hacía imaginarse las peores situaciones. Consideraba que Theo era un imbécil y un cobarde, pero, ¿violencia física? Probablemente no era su arma favorita. Lo suyo era controlarla, ponerla en su sitio, incapacitarla haciéndola sentirse equivocada. Hacer daño sin dejar marca visible, ese era su estilo. Pero tal vez estaba por ver un lado de este hombre que mejor sería dejar como enigma. El dedo se le agarrotó esperando el momento
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preciso en que tendría que defenderse y escapar del ataque que creía sucedería sin la menor duda. Ni siquiera tiene buenos modales como para hablarme de algo en el camino, pensó María Alicia. Nada rescatable. Pasaron un par de horas hasta que dieron con la ruta hacia el hotel. Antes de llegar, Theo le dirigió la palabra por primera vez desde el aeropuerto de Cleveland: —Tengo que comprar unas bebidas. Voy a trabajar hasta tarde y necesito unos bocaditos para mantenerme despierto —dijo, sin mirarla. Después de unas cuantas vueltas más, dieron con una bodega que estaba abierta. —Cómprate algo —le advirtió su jefe. —Bueno, pero comeremos también, ¿no? — contestó María Alicia, ya a un paso de desmayarse entre los nervios y el hambre que arreciaba. Juraría que Theo le contestó que buscarían algún lugar donde comer antes de ir al hotel, así que no compró muchas provisiones. Después de un día tan largo en la oficina, el avión, el auto y el drama de si me iba a matar o no, con toda sinceridad lo que más me provoca es una cervecita, su cigarrito y algo ligero para comer, pensó María Alicia. Pero cuando llegaron al hotel, su jefe le dio las buenas noches y desapareció. Me quedaré con hambre, pero por lo menos todavía estoy viva, pensó María Alicia, sintiéndose agradecida y exhausta. Un grupo grande les dio el encuentro al día siguiente para salir a hacer las visitas a los medios de comunicación locales.
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Compañeros de la oficina principal y de la oficina regional se reunieron en el comedor del hotel para desayunar y definir el plan. María Alicia se sintió salvada, sabiendo que si Theo no la había enfrentado la noche anterior, no la confrontaría ahora. El grupo se tenía que partir en dos: unos irían a visitar los medios de comunicación hispanos, los otros irían a visitar los medios de comunicación para el público general. Theo dio vueltas a las configuraciones de los grupos, tratando de deshacerse de María Alicia. Hunter lo habría forzado a traerla, pero él no se veía en la obligación de llevarla a las mejores reuniones para dejarla brillar delante de todas esas personas. El desayuno demoró un poco más de lo necesario por culpa de esos tejes y manejes. Cada vez que alguien la ponía en la lista de visitas a los medios hispanos, Theo la sacaba, aduciendo que los automóviles estaban ya al máximo de su capacidad. Maniobrando y manipulando al grupo entre cafés y muffins, Theo finalmente logró su objetivo, y se llevó a la comitiva hacia el estacionamiento antes de que nadie se diera cuenta de lo que había pasado. Fabuloso: a la única latina de habla hispana en el grupo le toca hacer las visitas a los medios de comunicación generales, pensó María Alicia, sintiéndose al mismo tiempo furiosa y aliviada. —¿Qué fue eso? —preguntó Mark, su compañero para ese día, mientras se dirigían hacia su auto. —¿Eso? Eso no fue nada. Bueno, fue malcriado y todo, pero da las gracias porque no nos tocó ir en ese grupo. Así vamos a estar mejor, te prometo —contestó María Alicia, buscando creerse sus propias palabras y
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sofocar su indignación con una sonrisa. Theo tenía una manera de hacer las cosas que la ofendía, pero había aprendido a no demostrarlo frente a gente con la que no tenía confianza. Cuando el grupo se reunió de nuevo a la hora de la comida, Mark fue el vocero de excelentes noticias: María Alicia había dado tres entrevistas de radio y entre los dos habían convencido a los editores de los periódicos que visitaron de tomar en consideración un par de ideas para reportajes de los productos de su compañía. —¡Felicidades! —dijo Cynthia—. Nuestro grupo debería haberse llevado a María Alicia. Nos hubiera ido mejor de haber tenido a alguien representativo de la cultura hispana. Alguien que dominara el idioma. —No fue nada agradable tratar de llevar conversaciones por señas con periodistas que no entienden el inglés —intervino Paul. —Yo me sentí muy incómodo. Deben de haber pensado que somos unos tarados. No sé cómo cometimos este error de irnos sin ti —añadió Shaun. —Para la próxima —contestó María Alicia, sonriendo de oreja a oreja, mirando a Theo de reojo. Jaque mate, Theo, jaque mate, se dijo a sí misma.
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