MONASTERIO DE LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA

ella, de hacerle un homenaje a la Madre Amparo Moro, abadesa de San Pelayo de Oviedo y piedra angular de la ... la obra no hubiera arribado a buen puerto ni alcanzado el verdadero rigor de un trabajo con las exigencias de una ...... De las 29 monjas que buscaron refugio al amparo de las Salesas y del monasterio de ...
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F. Javier Fernández Conde

MONASTERIO DE LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VEINTICINCO AÑOS DE HISTORIA 1983 - 2008 MONJAS BENEDICTINAS

MONASTERIO DE LA ASUNCIÓN RENGO

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MONASTERIO DE LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA

1ª Edición 2011 2ª Edición 2015 revisada

Diseñado por Vicky Domínguez Monasterio de la Asunción - Rengo Inscripción:209.788 ISBN: 978-956-7085-14-9 Depósito legal: Fecha 14 de Octubre 2011 c

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“¡Es el Señor quien lo ha hecho ha sido un milagro patente!” Sal 117, 23

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 CAPÍTULO I PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO. . . . . . . . . . . . . . 21 Las raíces de la fundación: San Pelayo de Oviedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Semblanza histórica de Amparo Moro: la abadesa de San Pelayo, fundadora de Rengo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

CAPÍTULO II LA FUNDACIÓN DE LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA. RENGO Los “Preambula” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Compromiso oficial de fundación y preparativos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 La constitución formal y la toma de posesión de la nueva residencia monástica en Rengo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Las casas de Mendoza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Las primeras chilenas en San Pelayo de Oviedo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

CAPÍTULO III LA CONSOLIDACIÓN DEL MONASTERIO Y DE LA VIDA MONÁSTICA. Las dificultades de los comienzos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 Las deficiencias de la fábrica monástica: las obras se reanudan. . . . . . . . . . . . . . . . . 80 La institución del noviciado y las primeras profesiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82 La Apaltas de los temblores, el terremoto del 1985 y la reconstrucción material del cenobio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84 Crecimiento con cruces y gozos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88

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CAPÍTULO IV LA AUTONOMÍA MONÁSTICA Proceso y concesión de la autonomía del monasterio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 La incorporación a la Congregación de la Santa Cruz del Cono Sur . . . . . . . . . . . . 108 Nuevos tiempos, campanas nuevas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

CAPÍTULO V PEREGRINANDO HACIA EL TERCER MILENIO Nuevos pilares para una fundación consolidada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117 El Vaticano II y los “signos de los tiempos”, referentes habituales de la formación monástica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122 La pascua de los pioneros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 La tutela espiritual de San Pelayo, mártir, se incultura en Chile: una aportación hagiográfica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126 La inculturación asturiana se hace realidad: nueva priora y nuevas profesiones. . . 128

UN ESCATOCOLO: LOS FASTOS DE LAS BODAS DE PLATA. . . 138 ANTOLOGÍA ESPIRITUAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147 ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONÍMICO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189

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PRESENTACIÓN La génesis de una Casa de Dios

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na tarde, hace más de sesenta años, siendo estudiante de arquitectura, en compañía de otro compañero, Mariano Puga, hoy santo sacerdote, fuimos a dar, por mera casualidad, a las Casas de Mendoza, aún en todo su esplendor, en uso por parte de los Padres Asuncionistas. Entramos a curiosear, sin imaginarnos lo que íbamos a encontrar dentro; de sorpresa en sorpresa, aficionados como éramos a la arquitectura colonial y su alhajamiento, quedamos deslumbrados por su capilla, por la cantidad de muebles, cuadros y esculturas que atesoraban “las casas”, en cierto espontáneo desorden, como algo bien usado y vivido. Pasaron años de años y en cierta ocasión, desempañándome como hospedero de mi monasterio, me cupo atender a un sacerdote de la Diócesis de Rancagua que, como al segundo día, me preguntó si sabíamos de alguna comunidad que le interesara hacerse cargo de unas casas antiguas que estaban disponibles; al enterarme que eran aquellas mismas de Mendoza, que habían quedado como una especie de aparición en mi retina, no digo fui, sino corrí, a comunicárselo al P. Abad Eduardo lagos, en tal estado de frenesí, que debió pensar que mis desatinos ya habían sobrepasado todo límite. El buscaba un lugar para el proyecto de fundación de un Monasterio de benedictinas y, aunque con gran calma, se decidió a conversar personalmente, primero con el huésped y luego con el Obispo de Rancagua, Mons. Durán, haciendo un increíble acto de fe en mis precipitadas arengas. Todo lo que siguió se fue dando de una manera sorprendentemente fácil: se hicieron las correspondientes visitas y el P. Eduardo, en un admirable acto de fe, al ver el estado en que ahora aparecía lo que yo otrora había visto pletórico, se convenció de que no sólo sería posible instalar el soñado monasterio, sino que era el lugar ideal. Lo que siguió a continuación está magistralmente relatado por el P. Javier Fernández Conde quien, con su rigor de gran historiador y su afecto por las monjas, regala a la comunidad, cumplidos ya los 25 años de fundación, una especie de gran acta fundacional, con todos sus vitales pormenores.

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Los monasterios perduran por siglos, o como San Pelayo de Oviedo, por milenios; no siempre se les ocurre a los fundadores levantar esta especie de gran acta fundacional, con el testimonio vivo de sus actores. En todos los hechos que aquí se relatan es inequívoca la providencia amorosa del Señor, la asistencia constante del Espíritu Santo y una gran promesa de cara al futuro; sólo cabe dar rendidas gracias a Dios, el autor de todo bien. Gabriel Guarda, O. S. B. Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes 8 de abril de 2010

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PRÓLOGO

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sta historia de un monasterio tan joven como el de la Asunción de Santa María de Rengo nació sin pretenderlo, casi como una corazonada. Se acercaban las bodas de plata de su fundación (2008) y se había creado un consenso tácito, compartido por la comunidad benedictina y por varias personas vinculadas a ella, de hacerle un homenaje a la Madre Amparo Moro, abadesa de San Pelayo de Oviedo y piedra angular de la puesta en marcha de esta empresa monástica, inaugurada en 1983 y gestada en los años precedentes con el apoyo entusiasmado de varios monjes y del obispo de la Iglesia local. Al abrir los legajos del Archivo monástico, organizado con mimo por la primera priora del cenobio (l983-2003), y leerlos con devota atención, fue perfilándose el primer propósito, para reorientarlo hacia derroteros más ambiciosos. Nos dimos cuenta enseguida que resultaba muy difícil hablar de la abadesa fundadora sin entrar abiertamente en la historia completa del monasterio chileno. Al fin y a la postre, la creación y los primeros capítulos de su vida habían constituido una de las tareas primordiales, sino la más importante, de Amparo Moro en la dorada madurez de su propia historia abacial. Y así, nos pusimos manos a la obra, y utilizo el verbo en plural no por puro formalismo mayestático, sino porque quiero ser fiel a la verdad, ya que sin la ayuda constante de I. Arias, no solo en calidad de archivera, sino, y sobre todo, como memoria histórica viva, la obra no hubiera arribado a buen puerto ni alcanzado el verdadero rigor de un trabajo con las exigencias de una obra histórica. La tarea emprendida resultó para mí apasionante y sobre todo novedosa. He gastado mis energías de historiador trabajando siempre en Edad Media y ahora tenía que enfrentarme con un tracto histórico de contemporaneidad tan cercana, que casi podía tocarla con la mano porque había sido protagonista o, por lo menos, testigo de algunos de los acontecimientos analizados. Acostumbrado a los textos de las fuentes medievales, en muchas ocasiones de difícil utilización en soportes deteriorados, pocos en número, incompletos y casi siempre de una parquedad casi irritante, ahora me ocurría aparentemente lo contrario. Disponía de documentación tan abundosa que parecía despejar cualquier duda de interpretación al enfrentarme con los eventos más complejos. Pero en el

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transcurso del trabajo me fui percatando poco a poco que las cosas no eran tan sencillas. Incluso cuando creía tener todos los extremos de un hecho determinado documentados, quedaban todavía sin dilucidar muchos cabos sueltos o aspectos que sólo podían ser aclarados con la ayuda inestimable de las fuentes no escritas: los testimonios de las protagonistas que estaban a mi lado, la primera priora de Rengo y las monjas que habían cargado amorosamente con la propia historia del monasterio a sus espaldas. Comprendí, una vez más, la regla de oro del admirado historiador que había sido L. Febvre: “La historia se hace con documentos, pero con todos los documentos”. Y si eso es un imperativo ineludible para el Medioevo, para la Modernidad resulta incontestable. La primera parte del libro (cc. I-II) se articula, de manera especial, en torno a la figura descollante de Amparo Moro, con una historia excepcional como persona y como monja. Entra en San Pelayo de Oviedo todavía joven, es abadesa contra pronóstico cuando aún no tenía la edad canónica para ocupar un ministerio semejante, restaura y consolida la fábrica del imponente y venerable cenobio ovetense, todavía con evidentes desperfectos materiales producidos por la Revolución de 1934 y la Guerra civil de 1936-1939; y, sobre todo, consolida su comunidad, una experiencia que le servirá para emprender, con los monjes de Montserrat, otra reforma de mucha mayor hondura en los monasterios de benedictinas de España. El compromiso con la fundación del monasterio de la Asunción de Rengo en Chile no fue más que la culminación de esa visión amplia de una abadesa, cuyo celo por la vida monástica nunca se circunscribió a los estrechos muros de su monasterio, el de San Pelayo, por poderosos e importantes que fueran. Contemplando en su conjunto la obra de Madre Amparo, a uno le vienen a la memoria las historias de los grandes abades medievales, de los irlandeses de manera particular, que recorrieron los penosos caminos de una Europa, la altomedieval de los siglos VII-VIII, haciendo realidad el “peregrinare pro Christo” que cristalizó en imponentes centros monásticos, que han sido – algunos siguen siéndolo todavía– referencia para la historia de la religiosidad y de la cultura europeas. Los nombres de San Columbano (543-615), que culmina su “peregrinatio” en la ciudad italiana de Bobbio (612), San Wilibrordo, que muere en Dinamarca (+730) después de su largo y fecundo apostolado en Frigia, o San Winfrid mártir (+754) –Bonifatius–, fundador de Fulda y verdadero apóstol de Alemania, que llega al continente acompañado de un ejército de monjes – Lull, Burchard, Wilubaldo y Winubaldo– y de monjas, como su pariente Santa Lioba, abadesa en Bischofsheim, “bella como los propios ángeles, cautivadora en su manera de hablar y sabia por sus conocimientos de las sagradas escrituras y de los santos cánones” o Walpurgis, la fundadora del monasterio dúplice de Heidenheim.

PRÓLOGO

En esta parte de nuestra historia no podía faltar, lógicamente, un amplio apartado para el hecho mismo de la fundación del monasterio chileno por el grupo de monjas “pelayas” cohesionadas, como grupo, por su abadesa y la primera priora I. Arias. Su salida de la casa madre de Oviedo, San Pelayo, su viaje, y el encuentro con el continente americano, con sus gentes, con personalidades de la iglesia chilena que habían propiciado la fundación, con las gentes de Rengo y con el complejo monumental de lo que sería su nueva casa benedictina, narrado por ellas mismas con extraordinaria sencillez, no exenta de profunda emoción y entusiasmo, constituyen una página impresionante de esta historia, que no desmerece, a nuestro juicio, de otras historias de fundaciones medievales o más modernas en el frondoso árbol de los seguidores y seguidoras del Padre de Nursia. No tendríamos ningún reparo en recordar alguna de las “aventuras monásticas” de la historia de la evangelización de la España medieval, como antecedentes paralelos y luminosos de esta fundación. Aunque el grupo fundador no fuera del siglo X, ni sus monjas viajaran de al-Andalus a las tierras del reino de León, uno encuentra ciertas resonancias semejantes en el epígrafe fundacional de San Miguel de Escalada: “Este local, de antiguo dedicado en honor del ángel San Miguel y erigido en un pequeño edificio, tras de caer en ruina, permaneció largo tiempo derrotado, hasta que el abad Alfonso, viniendo con sus compañeros de Córdoba, su patria, levantó la arruinada casa en tiempo del poderoso y serenísimo príncipe Alfonso (Alfonso III el Magno). Creciendo el número de monjes, erigiose de nuevo este hermoso templo, con admirable obra, ampliado desde todas partes desde sus cimientos. Fueron concluidas estas obras en doce meses... por instancia del abad Alfonso y de los frailes, cuando empuñaba el cetro García con la reina Mumadona en la era 951 (a. 913), y fue consagrado este templo por el obispo Genadio a doce de las Kalendas de diciembre”1. La pequeña comunidad que llegaba de España a Rengo de Chile no tuvo que acotar tierras comunales ni roturarlas, al igual que habían hecho tantos pioneros ilustres en la historia del monacato europeo o español del siglo IX y siguientes, como lo llevara a cabo, por ejemplo, el abad Senior en Galicia antes del 842, que: 1 M. Gómez Moreno, Iglesias mozárabes. Arte español de los siglos IX-X, Madrid, 1919 (ed. facsímil, Granada, 1998), pp.141 y ss. (trad. M. Gómez Moreno).

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“roturó aquel lugar (Santa María de Barredo), plantó viñas, edificó muchas casas con la ayuda de “hermanos y hermanas” que habían decidido adoptar la vida ascética, algunos de los cuales viven todavía y otros ya murieron, convirtiéndolo todo en propiedad suya y de los hermanos” 2 . La vieja estancia de Apaltas no era un yermo, igual que lo habían sido algunos lugares sobre los que se levantaron muchos de los espléndidos centros de vida monástica como el que organizó el abad de San Sadurní de Tabernoles en los Pirineos catalanes en el siglo IX: “Calortus, abad del monasterio de San Saturnino (de Tabernoles)... me informó (el emperador franco Luis el Piadoso) de cómo había cuidado y arreglado un lugar yermo que antiguamente se llamaba villa Teneosi, en el pueblo Borgense, sobre el río Lubricatus, y de qué modo lo habían colonizado sus hermanos los monjes con muchos esfuerzos y sudores, hasta la extenuación, construyendo allí no sólo “villares”, sino también un monasterio en honor a San Salvador (Vedella, Serchs, Berguedà, Barcelona)..., donde pudieran tener cobijo aquellos hombres, compañeros suyos dedicados a Dios... y [nos pidió] que lo acogiéramos en nuestra protección (mundebundo>mundiburdium) y defensa con el privilegio de inmunidad... y les concedimos nuestra licencia (a. 835) para que... pudieran elegir abad entre ellos, que les ayudara a vivir bajo la Regla de San Benito”3. Pero los primeros años tampoco resultaron un camino de rosas para las benedictinas asturianas, como suele decirse. Era necesario culminar y rematar las obras de reforma emprendidas por personas e instituciones chilenas para adecuarlas funcionalmente a las exigencias de una vida monástica regular. Y lo más importante, construir desde lo profundo una comunidad monástica bien entramada, para cumplir con la misión que en nombre de la Iglesia le había encomendado el arzobispo de Oviedo en la hora de la despedida: “Un grupo de religiosas de este monasterio va a comenzar dentro de unos días una aventura de fe. Como Abraham saldrán de su familia y de su patria, para marchar a tierras lejanas a fundar una nueva 2 Una donación del abad Astrulfo a la iglesia de Santa María de Barredo (Galicia) el año 842: J. M. Andrade, O Tombo de Celanova, 2 vols., I, n. 208, pp. 294-296. 3 J. Soler García, El cartulario de Tavernoles, Castellón de la Plana, 1961, n.1, pp. 27-29.

PRÓLOGO

comunidad contemplativa en Chile. Salen apoyadas en la Providencia de Dios que las llama y las mueve a dejarlo todo para ir a fundar: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré” (Gen 12, 1-4). Y como salió Abraham, fiado en la Providencia de Dios, también van a salir estas hermanas para llevar la semilla de la vocación contemplativa a la hermana nación chilena, donde su sacrificio dará mucho fruto”. Y la comunidad de monjas de la Asunción de Rengo comienza a despegar “de a poquito” como les gusta decir a los chilenos. El magnífico “terrazgo” que se va formando en el entorno de las dependencias monacales, adquirió enseguida la fisonomía de los paisajes rurales que rodearan las casas de San Benito, para que los monjes y monjas pudieran complementar su “ora” con el “labora” del maestro de Nursia (RB c. XLVIII). Pero los progresos de un monasterio benedictino, y de cualquier orden monástica o casa religiosa, no se miden en hectáreas de patrimonio material, en rendimientos económicos o en realizaciones culturales, por llamativas o sobresalientes que éstas sean, como solemos hacer los historiadores de la Iglesia, sobre todo cuando analizamos los cenobios medievales. El progreso espiritual de los miembros de cada comunidad se escapa casi siempre a nuestros análisis pretendidamente científicos, como no podía ser de otra manera. Y, por lo general, suele estar impregnado de misterio, de luces y de sombras, de miles de “viernes santos” y otras tantas “resurrecciones” de cada uno de los miembros de la comunidad, de espíritu pascual en definitiva. Y así ocurrió en las casas del cenobio de la Apaltas de los temblores durante su primer lustro (c. III). En 1985, cuando la comunidad acababa de dar gracias por la culminación definitiva de las obras de restauración, llegó el potente terremoto que derrumbaba las ilusiones puestas en tantos metros cuadrados de paredes y tapiales. Pero la semilla estaba ya sembrada y fuertemente arraigada. Las monjas, con una tenacidad y constancia, de temple muy benedictino, y alejadas de cualquier “desesperante” añagaza del mito de Sísifo, pusieron manos a la obra de una nueva restauración, pensando más en los desastres que aquel accidente “natural” había causado en su entorno, especialmente en el de los vecinos, que en la propia casa: “Y todavía nos sentimos privilegiadas. Miles y miles de familias sin hogar, escasean los alimentos, el agua está contaminada” (De una carta de la priora). La parte final de esta breve historia (cc. IV-V) describe y analiza el “crecimiento con cruces y gozos” del monasterio hasta su consolidación definitiva en 1992, cuando adquiere la condición de autónomo con todas las bendiciones de las autoridades competentes y del propio monasterio-madre de San Pelayo de Oviedo. La gran fábrica monástica alcanza entonces, casi en su integridad,

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la bella y armónica configuración que puede contemplarse en la actualidad. Y el crecimiento de su comunidad evoluciona por idénticos derroteros: el grupo inicial, que había comenzado con mucha modestia, se enriquece con novicias y profesas chilenas que propiciarán en el futuro el proceso de inculturación del conjunto en la mentalidad colectiva y en la religiosidad propia de estas latitudes: algo que constituyó siempre una preocupación primordial de las monjas pioneras. Y, por otra parte, dicho objetivo, por lo general no fácil de conseguir, si bien es cierto que la magistral sencillez y ductilidad de la Santa Regla facilitó siempre esta clase de fenómenos culturales, en este caso se vería favorecido por cinco jóvenes chilenas, de alguna manera mediadoras del mismo, que hicieron el noviciado en San Pelayo de Oviedo, antes de incorporarse a la Asunción de Rengo, su nueva familia monástica, con el pleno derecho de las respectivas profesiones, celebradas a este lado del Atlántico. La integración del cenobio de Rengo en instituciones monásticas americanas –la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur (1993), por ejemplo–, y el compromiso más organizado con su entorno social –el Hogar de Cristo–, fortalecerían, lógicamente, dicho proceso, que se verá culminado, en cierto modo, por la elección de una nueva priora, Alejandra Izquierdo, chilena, sucediendo a la fundadora, Isabel Arias (2003), que había dirigido la casa durante veinte años. En abril del 2008, en el mismo mes y año que comenzó a redactarse de forma definitiva esta historia, el monasterio de Rengo quiso celebrar con toda solemnidad sus bodas de plata fundacionales (“Un escatocolo”). La Iglesia diocesana, representada por el obispo de Rancagua, Alejandro Goic Karmelic, las siete monjas de los prometedores inicios, la comunidad entera de la Asunción de Rengo, de chilenas y asturianas, con otras hermanas y hermanos monjes del “Nuevo Mundo”, los familiares de todas y la presencia de muchas de las personalidades pioneras de la fundación, asistieron conmovidos, al recordar (recordor>meter de nuevo en el corazón) los prima tempora, y no por un estéril ejercicio de vanal nostalgia sino, y sobre todo, por gozarse y dar gracias por la obra bien hecha y recuperar el fervor y el espíritu iniciáticos, el de los comienzos, siempre más terso y limpio y libre todavía de las inevitables adherencias que trae consigo el paso inexorable de los días y de los años. Y el libro que hoy tienes en tus manos acababa aquí, con la adición de los correspondientes índices onomásticos. Más tarde, a todos los que teníamos alguna relación con él y sobre todo con la propia historia del cenobio de Rengo, escrita con verdadera devoción, nos pareció conveniente convertirlo también en un libro espiritual, que añadiera calidez a la posible frialdad del discurso histórico. Y enriquecerlo con una breve segunda parte, que llamamos pretenciosamente ¿por qué no confesarlo? “Antología espiritual”.

PRÓLOGO

No se si acertamos. Abre este apartado la Passio de San Pelayo que constituye ciertamente una especie de vinculación espiritual permanente entre el monasterio-madre de Oviedo y su filial de Rengo, entre la preciosa arqueta de las reliquias del mártir en aquella iglesia asturiana y la venerada presea del santo Niño que llegó a Rengo por caminos impensables, por no decir que extraordinarios (“La tutela espiritual de San Pelayo, mártir, se incultura en Chile: una aportación hagiográfica”: c. V). A continuación se reunió un precioso ramillete de cartas o escritos relacionados, de una forma u otra, con el monasterio, y se hizo la inevitable selección. A fuer de sinceros, no se trata de piezas excepcionales que pudieran recordar a los grandes de la historia del monacato como Beda el Venerable (+735), Crodegango de Metz, el monje de Corbie Rattramnus, Hrabanus Maurus (780856), los conocidos maestros de los primeros siglos de Cluny, o los posteriores de la Edad Media y Moderna, pero les aventajan de largo en un extremo: la devoción y cariño a la casa de la Asunción de Santa María de Rengo. F. Javier Fernández Conde En la Pascua de 2011

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I.– Protohistoria del Monasterio de Rengo

CAPITULO I

PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

Las raíces de la fundación: San Pelayo de Oviedo. Semblanza histórica de Amparo Moro: la abadesa de San Pelayo, fundadora de Rengo

Las raíces de la fundación: San Pelayo de Oviedo

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an Pelayo de Oviedo es uno de los monasterios femeninos más antiguos de la diócesis de Oviedo (España). Una tradición legendaria trató de aureolar la primera historia de este cenobio, vinculándolo al reinado de Alfonso II el Casto (791-842): el auténtico paradigma de los soberanos que conformaron la Monarquía Asturiana. En realidad, semejante leyenda no pasa de ser un verdadero “mito de orígenes” como tantos otros que adornan la primera historia de numerosas instituciones eclesiásticas, especialmente de monasterios, dentro y fuera de Asturias, en la mayoría de los casos para justificar ideológicamente la consolidación de los mismos y sobre todo de su patrimonio económico en vías de formación a lo largo de los siglos XII y XIII. De hecho, los mitemas relacionados con San Pelayo se formarían en una fecha imprecisa de la duodécima centuria4. 4 F. J. Fernández Conde, “Orígenes e historia inicial (del monasterio de San Pelayo)”, Real Monasterio de San Pelayo, Oviedo, 1994, pp. 31-49, en especial, pp. 35 y ss. La iglesia moderna del cenobio sufrió graves daños materiales en la Revolución del 1934, especialmente virulenta en Oviedo. Un incendio y varias explosiones dañaron su pavimento, permitiendo a J. Vallaure y F. Somolinos examinar los restos arquitectónicos del subsuelo de la misma, descubriendo estructuras de factura muy antigua, contemporáneas o incluso anteriores a la primera fábrica de la iglesia “monástica”: Ibíd., pp. 36 y ss. En realidad, durante las numerosas obras llevadas a cabo a lo largo de la dilatada historia del monasterio ovetense fueron descubriéndose numerosos elementos arqueológicos de notable antigüedad, relacionados todos ellos con la primera historia de la fábrica cenobítica, reseñados casi en su totalidad en el trabajo mencionado. Sobre la problemática de los orígenes del cenobio y la gestación de los elementos legendarios, ya mencionados, puede encontrarse una exposición más minuciosa y moderna en F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández, “Los orígenes del monasterio de San Pelayo (Oviedo): aristocracia, poder y monacato”, Territorio, Sociedad y Poder, 2, 2007, 181-202, en especial, pp. 183-184.

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En realidad, los orígenes históricos propiamente dichos del primer monasterio de San Pelayo fueron más prosaicos y mucho más señoriales o feudales, en estrecha relación con la emergencia de grupos nobiliarios enfrentados entre sí en un reino como el de León que durante el siglo X, sobre todo en su segunda mitad, fue controlado plenamente por los poderes del Califato. En ese convulso período, jalonado por numerosas rebeliones nobiliarias con intereses económicos y socio-políticos contrapuestos, cuyos protagonistas no tenían inconveniente en acudir a pactos y apoyos de los propios caudillos musulmanes, siempre que les conviniera para la defensa de sus objetivos partidistas o de grupo, se sitúan esos orígenes del monasterio ovetense. En efecto, Teresa Ansúrez, mujer de Sancho I (+966), bajo cuyo reinado fueron trasladados los restos del niño mártir Pelayo de Córdoba a León (967), trata de apoyar a su hijo Ramiro III (966-982/985), aún muy joven. Vivía en León compaginando sus prerrogativas de reina con las propias de una “Christi ancilla”, quizás porque habitara en alguna iglesia leonesa o en sus dependencias palaciegas more monástico. La poderosa “regente” pertenecía al influyente grupo nobiliario castellano-leonés que ejercía sus dominios feudales en las tierras situadas entre el Cea y el Pisuerga. El nuevo soberano, Ramiro, vinculado también a dicho sector aristocrático, durante los últimos años de su reinado (982-985) tiene que enfrentarse a una importante rebelión de la nobleza gallega que consigue poner en el trono leonés a Vermudo II con el apoyo del hayib musulmán al-Mansur, verdadero árbitro de los avatares políticos y sociales del tambaleante reino cristiano a finales del siglo X. La guerra civil termina con la muerte de Ramiro III. El grupo de magnates castellano-leoneses, del que formaba parte Teresa Ansúrez, no ceja en sus aspiraciones partidarias y tratará, sin éxito, de poner en el solio regio a Sancho Ramírez, hijo de Ramiro y nieto de Teresa y de Sancho I, posible valedor así mismo de los intereses de la facción nobiliaria de los castellanos. El triunfo definitivo de Vermudo II coloca en una situación muy incómoda a la reina Teresa5. La poderosa ex-reina y noble castellana deja León hacia el 986 y se traslada a Oviedo seguida de un distinguido séquito quasi cortesano que se iría fortaleciendo paulatinamente con nuevas integrantes: la reina Velasquita, repudiada por Vermudo II hacia el 991, y más tarde su propia hija Cristina Vermúdiz. Unos años después recalaría en la capital asturiana otra hija de Vermudo II, la infanta Teresa, concubina y mujer del rey de Toledo con la anuencia de su real hermano Alfonso V. En el heterogéneo grupo de Teresa Ansúrez que escapaba de León, estaría se5 Un análisis minucioso y documentado de estas luchas sociales y políticas: F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández, “Los orígenes...”, L.c., pp. 187-194. Para el estudio de la nobleza castellanoleonesa durante esta época: M. Teresa Sevilla-Quiñones de León, Linajes nobiliarios en León y Castilla (siglos IX-XIII), León, 1999.

I.– PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

guramente su joven nieto Sancho Ramírez. Y además, tenía entre sus preseas un preciado tesoro: las reliquias del mártir San Pelayo, en cuya recuperación la reina Teresa había jugado un papel muy importante. El retiro ovetense de Teresa Ansúrez, un cimiterium puellarum, a la vera de la iglesia de San Juan Bautista –más tarde San Pelayo–, construido a la sombra de la catedral, constituía una especie de cenobio monástico formado por un abigarrado grupo de mujeres de la primera nobleza leonesa, unidas todas ellas por una experiencia común: el fracaso político. Enseguida, el “grupo asturiano de descontentas” se convierte en un poderoso foco de poder dentro de los avatares políticos del reino, que estaría seguramente detrás de la serie de rebeliones que agitaron la primera etapa del reinado de Vermudo II, aunque sea éste un extremo que no pueda probarse documentalmente6; y no resultaría un despropósito afirmar que a partir de dicho grupo de “mujeres agraviadas” se intentara crear una especie de alternativa de poder a las autoridades leonesas. Aquellas domnas o señoras nobles, que llevarían vida monástica en un sentido amplio, sin perfiles bien definidos material y espiritualmente y sin una Regla propiamente dicha, conforman el primer capítulo de la historia de San Pelayo, una historia monástica sui generis, si es que merece tal nombre, aunque, a decir verdad, muchas de las casas que llevan el nombre de monasterios durante los primeros siglos medievales comenzaron de forma similar, sin residentes de tanto porte. En un hipotético abadologio que pretendiera cubrir todas las etapas de la historia de San Pelayo, Teresa Ansúrez, la verdadera líder del grupo, merecería llevar también el título de abadesa. Con el paso de los años, los proyectos políticos iniciales del grupo leonés de Oviedo dejarán paso a los económico-sociales y San Juan Bautista-San Pelayo se convierte en un influyente y poderoso dominio del entorno catedralicio, relacionándose también con otros nobles asturianos y ejerciendo al mismo tiempo el control sobre los espacios monásticos que surgen a la vera de San Salvador de Oviedo, hasta rivalizar con el monasterio de varones, San Vicente, y el titular de la catedral, sin duda el señor feudal más poderoso de la región en estas centurias. El año 996 llega a Oviedo Vermudo II para donar a San Juan Bautista y San Pelayo el valle de Sareco (Sariego), con sus “villas y heredades, hombres y derechos”. El cimiterium puellarum estaba gobernado según el diploma correspondiente por la reina Teresa, “sub regimine electa, Deo vota et Christi ancilla”. En la validación del documento no podía faltar el nombre de Velasquita, al lado de Elvira, la segunda esposa de Vermudo. Quizás el soberano leonés, en difícil situación por las terríficas acometidas del Islam, tratara de acercarse a aquella influyente comu6

pp. 215-241.

Cfr. J. M. Ruiz Asencio, “Rebeliones leonesas contra Vermudo II”, Archivos Leoneses, 23, 1969,

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nidad, escenificando una reconciliación para sumarla de alguna manera a su causa. En cualquier caso, todo hace pensar que el “grupo de León” se encontraba ya perfectamente organizado en su residencia de Oviedo, y estaríamos completamente seguros de ello si no sospecháramos que el documento de la supuesta donación, por lo demás una pieza importante en la formación del dominio de San Pelayo de Oviedo, aparte de ser una copia, contiene algunas deficiencias, especialmente de índole formal, que lo convierte en sospechoso, según nuestro criterio7. En 1053 repite la visita a Oviedo otro monarca leonés, en este caso Fernando I, a quien la literatura cronística trata siempre con categorías formales de estilo hagiográfico, y llega acompañado de su mujer Sancha y buena parte de la corte. Era una ocasión importante para la afirmación institucional y religiosa de San Juan Bautista-San Pelayo –en la segunda parte del diploma se habla únicamente de San Pelayo–, pues el piadoso soberano trataba de restaurar la fábrica monástica y enaltecer las reliquias del mártir, entronizándolas en un lugar más solemne y honrado dentro de la basílica, de la que era cotitular, y con el tiempo titular único. Quizás los restos románicos que se conservan en la actual iglesia, los famosos arcos del “claustrillo”, correspondan a ese momento. Para redondear el acto, el rey castellano-leonés dona al propio cenobio el monasterio de San Juan de Aboño, cuya rentabilidad económica se destinaría “al sustento de los hermanos y hermanas que vivían allí, juntamente con los huéspedes y peregrinos que llegarán de afuera”. Semejante expresión ¿podría hacernos pensar en un monasterio dúplice en sentido estricto? No nos parece. Los tiempos de los cenobios dúplices visigodos estaban ya muy lejanos, y Roberto de Arbrissel, el fundador de Fontevraud, aún no había nacido. La presencia de hermanas y hermanos en San Pelayo constituye probablemente un indicio de que este cenobio seguía todavía anclado en los viejos esquemas del monacato “prebenedictino”, como en las décadas de Teresa Ansúrez. Las señoras de San Pelayo vivirían una vida monástico-familiar con sus servidores, hombres y mujeres, que al mismo tiempo eran vasallos 8 . Desde finales del XI y a lo largo del XII, San Pelayo de Oviedo se perfila ya con todas las características propias de un monasterio femenino, regido por abadesas con rasgos históricamente definidos, ajustando su disciplina a la Regla del padre de Nursia, San Benito. La personalidad de Gontrodo Gunde7 La publicación de este documento, que abre el Cartulario de San Pelayo: F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández-G. de la Noval Menéndez, El Monasterio de San Pelayo. Historia y Fuentes. I: Colección diplomática (996-1325), Oviedo, 1978, n. 1, pp. 17-22 (la obra completa, 4 vols., Oviedo, 1978-1990). Un estudio crítico de esta pieza diplomática: F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández, “Los orígenes...”, L.c., pp. 191-192. 8 El documento, sin duda copia, en F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández-G. de la Noval Menéndez, O.c, n. 3, pp. 23-25.

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máriz, miembro de una destacada familia condal con amplias posesiones en la región, preside el grupo monástico del cenobio ovetense durante una parte de la undécima centuria y en una ocasión al menos (1075) ostenta el título de abadesa. A mediados del XII brilla con luz propia la figura de Aldonza Fernandi, responsable o abadesa de San Pelayo con todas las prerrogativas y deberes propios de este cargo. Pertenece también a la nobleza asturiana de la época y actúa casi siempre en unión con el “convento” de sus monjas. La encontramos realizando permutas (1160) y ventas (1172) e interviniendo en pleitos con instituciones tan relevantes como San Isidoro de León (1174). Aparece, así mismo, aconsejando a sus hermanas de comunidad a la hora de disponer de los bienes que éstas habían recibido en calidad de herederas (1152), y poniendo en marcha una serie de disposiciones para organizar de forma adecuada el monasterio que regenta. Fue precisamente durante su mandato cuando se implantó la Regla Benedictina (Regula Benedicti et Sanctae Scolasticae virginis)9. La adopción de la Regla de San Benito constituyó, sin duda alguna, un hito fundamental en la evolución histórica de San Pelayo. Se podría decir que existe un antes y después de la misma, al igual que ocurrió en todas o en la mayoría de las instituciones complejas de la época, por su misma naturaleza. Los cenobios conformaban un verdadero sistema de relaciones interdependientes. Cada una de ellas: de índole espiritual o ascética, propiamente relacionales y de convivencia, económicas o socio-políticas, se condicionaban mutuamente. Por eso, la construcción disciplinar de San Benito, al introducir una armonía ordenada en el funcionamiento de todas, contribuyó, de forma extraordinaria, al desarrollo de cada una vinculada a todas las demás. Este ordenamiento monástico sirvió, sin duda alguna, para elevar la calidad religioso-espiritual de todos los monasterios que lo adoptaron –los prebenedictinos como San Pelayo y los de nueva creación–, pero al mismo tiempo también contribuyó, en gran medida, a la consolidación de sus respectivos dominios señoriales, porque en el microcosmos que era cada cenobio había ya normas u orientaciones con deberes y obligaciones para aplicar en cada caso. Todo el mundo, quienes tuvieran cargos o responsabilidades de gobierno o los simples monjes, sabían, gracias a su Regla, cómo conducirse, tanto en lo referente a la vida interna como en lo tocante a las relaciones con lo mundanal. Por eso no resulta difícil comprobar que la Regla del Santo de Nursia contribuyó en gran medida a la consolidación de los grandes dominios monásticos del Medioevo. Pero, por otra parte, las desigualdades internas, las rupturas de las comunidades, el lujo excesivo de cada monje, que a veces no se diferenciaba en el porte externo y en 9 Ibíd., n. 17, pp. 48-50. Este documento, en el que aparece la primera referencia a la Regla benedictina, lleva data de 1152.

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sus comportamientos del entorno campesino en el que estaba situado su cenobio, constituye también, y no puede pasarse por alto, otra referencia clara al sistema feudal o señorial que era el dominante del Medioevo. Los años centrales del Medioevo e incluso la baja Edad Media (s. XIIXV) supusieron para San Pelayo la consolidación en el aspecto patrimonial y señorial. Las concesiones de los reyes en forma de bienes inmuebles o fundiarios y de rentas en dinero situadas sobre las públicas –la tercera parte del portazgo de Olloniego (1145) o los 200 maravedís de renta anual del alfolí de Avilés (1222)–, las donaciones provenientes de la nobleza asturiana, con la que estaban relacionadas no pocas monjas y abadesas, y los inmuebles urbanos, especialmente los de la ciudad de Oviedo, que tampoco eran escasos, constituían las bases fundamentales del patrimonio monástico. A estos capítulos habría que añadir también las aportaciones de muchas de las monjas, provenientes de familias poderosas, en forma de dote o herencia. Se comprueba enseguida que las disponibilidades económicas de San Pelayo en estos siglos eran muy sólidas, a pesar de las inevitables crisis pasajeras de carácter coyuntural. Por lo demás, la forma de explotación de unos dominios tan vastos coincidía lógicamente con la habitual de la época, tan conocida dentro de los supuestos de funcionamiento del régimen feudal. Para conseguir los beneficios económicos de los bienes inmobiliarios –la renta feudal en definitiva– utilizaba lo que se ha venido en llamar la explotación indirecta: la cesión del usufructo de iglesias y monasterios propios u otros tipos de unidades patrimoniales a “serviciales”: tenentes o llevadores encargados de mejorar los propios fundos y sus establecimientos, a la vez que se ocupaban también de recoger los excedentes del trabajo de los campesinos sometidos y unidos a las parcelas del monasterio10. ¿La trayectoria espiritual o ascética de San Pelayo durante estos siglos tiene la misma trayectoria ascendente que la económica? Este aspecto resulta siempre más difícil de comprobar y de evaluar. Si hacemos caso de unas constituciones reformadoras, promulgadas por D. Gutierre Gómez de Toledo, obispo de Oviedo (1377-89), la corrupción habría entrado en el lugar santo del noble cenobio ovetense, como un episodio más de los capítulos de la famosa claustra o decadencia monástica que afectó a tantas instituciones eclesiásticas, especialmente de naturaleza monacal, en el contexto socio-económico de la crisis generalizada, agravada por las pestilencias de los tiempos postreros de la Edad Media, el XIV sobre manera11. Sin embargo, aunque estamos completamente seguros, en general, de aquella realidad por testimonios fehacientes, no tenemos tan claro que el prelado 10 I. Torrente Fernández, “Evolución histórica (de San Pelayo) de siglo XIII al XX”, Real Monasterio de San Pelayo, Oviedo, 1994, pp. 52-57. 11 Para las características de esta crisis: F. J. Fernádez Conde, La España de los siglos XIII-XV. Crisis y transformaciones del feudalismo tardío, San Sebastián 2004, pp. 143 y ss.

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de San Salvador, con verdaderos pujos de reformador en todas las instituciones que se le pusieran por delante, reflejara un fenómeno histórico auténtico con tonos tan oscuros en todos los aspectos. Es muy probable que el celoso obispo manejara tópicos o estereotipos que no respondieran completamente a lo que estaba sucediendo en San Pelayo y en otras casas religiosas asturianas. De hecho, es cosa bien sabida ya que muchas de las constituciones de reforma de este influyente y sabio eclesiástico estaban tomadas al pie de la letra de las promulgadas por un tío suyo homónimo para la diócesis de Palencia. Y por otra parte, las irregularidades disciplinares de San Pelayo denunciadas y condenadas por él no tienen la gravedad de las que se pueden encontrar en los monasterios asturianos de varones. De hecho, en un documento de 1443, que forma parte del gran cartulario repetidamente mencionado, San Pelayo gozaba de buena fama para una donante, cuando aseveraba que “el dicho monesterio era lugar muy devoto e de santas oraçiones e las religiosas del dicho monesterio eran honestas e de buena vida”12 . La comunidad de San Pelayo se incorporará a la Congregación de San Benito de Valladolid para la reforma y la observancia antes de 1530, al igual que otras casas asturianas de hombres y mujeres. Y a partir de entonces absorbe a otros monasterios femeninos de la región, mucho más pequeños, como San Bartolomé de Nava y Santa María de Villamayor, “porque dichas casas estaban en montanna, do non se podia guardar religion”. Pero quizás no convenga enfatizar demasiado sobre las virtualidades formalmente reformadoras de esta gran Congregación a la altura del siglo XVI. Como es bien sabido, dicha institución había sido creada a finales del siglo XIV (1390) bajo el aliento tutelar del piadoso Juan I, en cuya política religiosa influiría precisamente Gutierre de Toledo, el obispo de Oviedo. Que en sus comienzos la Congregación de San Benito persiguiera objetivos reformadores relevantes, no se puede poner en duda. Pero superado el 1500, la realidad era bien distinta, y la impronta política de la misma, innegable. En estos años, la poderosa Congregación constituía ya un espléndido instrumento en manos de los Reyes para propiciar sistemas administrativos cada vez más centralizadores. Al fin y al cabo, resultaba mucho más cómodo, y también más fácil, controlar los monasterios integrados en una gran organización que si se encontraran dispersos y en comarcas muy apartadas. Y no conviene olvidar tampoco que cada entidad monástica respondía a los perfiles de un señorío con sus correspondientes capacidades de dominio13. 12 F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández-G. de la Noval Menéndez, O.c., III, n. 127, pp. 342-347. La publicación de las constituciones de reforma de D. Gutierre para los cenobios ovetenses: F. J. Fernández Conde, Gutierre Gómez de Toledo obispo de Oviedo (1377-1389). La reforma eclesiástica en Asturias en la baja Edad Media, Oviedo, 1978, pp. 137 y ss. 13 Para la incorporación de San Bartolomé de Nava y Villamayor: F. J. Fernández Conde-I.

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Pero, por otra parte, la anexión de varios cenobios a San Pelayo, que serviría lógicamente para enriquecer con nuevas monjas la comunidad monástica, también llevaba aparejadas consecuencias económicas de indudable trascendencia. Con las monjas venían sus bienes patrimoniales, que engrosaron notablemente la extraordinaria constelación de bienes del monasterio medieval ovetense, bien pertrechado ya para traspasar con paso seguro los umbrales de la Modernidad. En efecto, las monjas de San Pelayo cuentan ya con recursos para emprender una reforma a fondo de toda la fábrica monástica. A finales del siglo XVI comienzan la nueva iglesia. A mediados del XVII la rematarán con una torre neogótica, como si con ella pretendieran desafiar la vecina de la catedral de San Salvador. En la última parte de esta centuria cuadruplican la residencia monástica. Y durante los primeros años del XVIII construyen la fachada monumental “para los mayordomos y vicarios que son y fueren de este convento”, quizás porque a las “señoras de San Pelayo” les pareciera poco digna la portada de la parte opuesta del edificio hecha un poco antes: “El nuevo complejo arquitectónico del viejo cenobio medieval contribuyó así a la remodelación casi total de la fisonomía ciudadana de la capital astur, que durante el siglo XVII ve enriquecerse sus calles con espléndidos edificios, entre los que además de San Pelayo destacan el colegio y la iglesia de los jesuitas, la iglesia de la Vega, las capillas del convento de San Francisco y el monasterio de Santa Clara, cuya reconstrucción equivalía prácticamente a una edificación de nueva planta”14. El impresionante complejo de San Pelayo reunía ya las condiciones necesarias para acoger entre sus imponentes muros a personas de las más linajudas familias asturianas, como los Quirós, los Alas y otras de semejante relieve e importancia, sin olvidar las provenientes de la burguesía destacada. Las dotes hereditarias de estas personalidades, socialmente poderosas, siguieron engrosando los haberes patrimoniales del monasterio y muchas figurarán también en su abadologio. Entre ellas merece la pena destacar a Isabel Teresa Jove Ramírez, abadesa durante dos trienios: del 1753 al 1757 y del 1769 al 1773. Era tía de Melchor Gaspar de Jovellanos, a quien pudo otorgar un beneficio simple en San Bartolomé de Nava, cuando el futuro prócer astur contaba solamente 13 años15. Torrente Fernández-G. de la Noval Menéndez, O.c., IV, nn. 156-160, pp. 466-483. F. J. Fernández Conde, “Centralismo y reforma en los monasterios benedictinos asturianos a finales de la Edad Media: implantación en la Congregación de la Observancia de San Benito de Valladolid”, Homenaje a la profesora Carmen Orcástegui Gros, 2 vols., Universidad de Zaragoza, 1999, II, pp. 509-520. 14 F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández-G. de la Noval Menéndez, O. c., I, p. 9. 15 La referencia sobre esta pariente de Jovellanos: I. Torrente Fernández, “Evolución histórica..., pp. 64-65.

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En realidad, San Pelayo fue el único monasterio benedictino de Asturias que pudo sortear las dificultades socio-económicas y políticas del siglo XIX, en especial los graves problemas provocados primero por la invasión de la ciudad por tropas napoleónicas y más tarde por los procesos de desamortización. Santa María de la Vega, el otro cenobio femenino y benedictino de las cercanías de Oviedo, también, aunque al fin acabaría por cerrar sus puertas definitivamente. En 1809 y 1810 las monjas “pelayas” tuvieron que abandonar su residencia monástica durante unos días. Tampoco sucumbieron a los proyectos desamortizadores de Mendizábal (1837) inspirados en los principios liberales de las Cortes de Cádiz. Y no conviene olvidar que los señoríos monásticos constituían una muestra demasiado evidente de los señoríos del Antiguo Régimen, sistema ominoso para los ilustrados liberales. Quizás el poderío económico y sobre todo la capacidad de influencia y de maniobra de las monjas y abadesas más destacadas de aquella centuria, con las lógicas influencias en los organismos de la Administración, tuvieron capacidad suficiente para ir sorteando paulatinamente escollos. Con todo, perdieron prácticamente todos sus bienes fundiarios, a excepción del conjunto monumental de Oviedo. La comunidad de Santa María de la Vega, que tampoco había sido desamortizada, tuvo que abandonar su propio edificio, situado a las afueras de Oviedo, por imperativos legales de otra índole: primero para construir allí un hospital ante una eminente invasión del cólera y más tarde para erigir en sus solares la Real Fábrica de Armas (1854). Encontraron asilo en San Pelayo, conviviendo un tiempo las dos comunidades sin fundirse, hasta que la de la Vega fuera anexionada al viejo cenobio ovetense el año 186316 . Los muros del viejo cenobio benedictino eran suficientemente sólidos para dar cobijo a otras tres comunidades con problemas, aunque fueran de órdenes diferentes: la cisterciense de Las Huelgas de Avilés (1868-1880); en 1875 tres monjas carmelitas de Alba de Tormes para fundar un Carmelo en la ciudad, hospedándose en San Pelayo durante un año, al siguiente inauguraron su propia casa; y las clarisas de Oviedo, antes de integrarse en el convento hermano de Villaviciosa. Las Agustinas llegarán más tarde. La revolución de 1934, especialmente virulenta en Oviedo, causó daños muy graves en el imponente complejo monástico de San Pelayo, lugar de alto valor estratégico para dominar la ciudad antigua. Los bombardeos de la aviación dañaron gravemente las estructuras de la fábrica monástica, y la comunidad benedictina, bien tratada por las tropas revolucionarias, tiene que abandonar su vieja y venerada casa para emprender durante tres años una dolorosa peregrinación: 16 A. Martínez Vega, “El fin del monasterio de Santa María de la Vega (1196-1862)”, Bol. Inst. Est. Asturianos, 41, 1987, 565-578. Del mismo autor: El monasterio de Santa María de la Vega. Historia (S. XIIXIX), II, Oviedo, 1984. I: Colección diplomática, Oviedo, 1991.

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primero a las Salesas de Oviedo, donde se encontraban al producirse la Guerra Civil y el cerco de la ciudad, y después a Santa María de Carvajal (León). Era una partida dolorosa, pero seguro que todas ellas cantaban con cierto gozo en su corazón el In exitu Israel de Egipto, porque llevaban consigo dos tesoros preciosos, los más preciados de su patrimonio monástico: las reliquias del mártir Pelayo y el impresionante acerbo del Archivo monástico, puestos a buen recaudo, según los testimonios de las dos protagonistas –hermana Soledad y madre Gertrudis–, con verdadero riesgo de sus vidas. Una buena parte de aquellos venerados pergaminos y viejos papeles era la historia de su cenobio, mil años de experiencias monásticas, esenciales para recordar, pero sobre todo, para reemprender la vida monástica cuando clareara el horizonte de oscuros nubarrones. En efecto, las benedictinas de Oviedo regresaron a casa después de terminar la Guerra Civil. De las 29 monjas que buscaron refugio al amparo de las Salesas y del monasterio de León, sólo retornaron 23. Las demás habían muerto en el exilio. Había mucha tarea para reemprender el camino. Restañar las heridas del edificio, la tarea más urgente. Después, la normalización de la propia vida monástica. En definitiva, recuperar el pulso ordinario del “ora et labora”, reglado por el padre de Nursia, actualizándolo de acuerdo con las nuevas directrices emanadas de Roma, que ya estaban poniéndose en práctica en conocidos monasterios europeos. Para esa empresa prometeica hacía falta una abadesa con gran sentido práctico, abierta a los “signos de los tiempos” –antes de que el Vaticano II hubiera utilizado esa categoría teológica–, monja de cuerpo entero y con gran capacidad de esperanza. Esa mujer providencial para el San Pelayo de la renovación tiene un nombre: Amparo Moro Suárez, a quienes todos conocen y recuerdan sencillamente como la “Madre Amparo”.

Semblanza histórica de Amparo Moro: la abadesa de San Pelayo, fundadora de Rengo Amparo Moro Suárez nació en Canga, una de las aldeas de la parroquia de San Pelayo de Gallegos, en el hermoso valle de Cenera, no lejos del santuario de los Mártires de Valdecuna, en el concejo minero de Mieres, el 6 de noviembre de 192017. Era hija de Benjamín y Herminia. Su nombre de bautismo fue Celia y lo 17 No existe hasta ahora una biografía formal de Amparo Moro. Existen informaciones útiles, de las que dependemos en parte. En concreto: Breve semblanza de la Madre Amparo Moro Suárez, Abadesa del monasterio de San Pelayo de Oviedo, Oviedo, 1988 (anónima, aunque se conoce a su autora: Mº Aurelia Álvarez Suárez, actualmente monja de la Asunción de Rengo). También: Síntesis de una Crónica, II, inédita, redactada en perfecta caligrafía por la monja de San Pelayo de Oviedo Mº C. Álvarez Prendes. Sólo hemos

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recibió en la pila bautismal de una modesta iglesia asturiana que curiosamente tenía por titular al niño Pelayo, como si se preanunciaran, de algún modo, las futuras vinculaciones de la nueva cristiana con el monasterio de monjas de Oviedo, que honra y venera al mismo mártir y patrono. Era la mayor de una familia de tres hermanos. Vivió la niñez y primera juventud en una casa aldeana modesta, de economía mixta, como suele decirse en las cuencas mineras asturianas. Su padre era minero y complementaba los ingresos salariales de un sencillo obrero con los trabajos de la pequeña hacienda campesina, en la que colaboraba toda la familia. Celia, al igual que otros niños de la comarca, frecuenta la escuela unitaria o mixta de Cenera hasta la adolescencia: un período de escolarización normal aquellos años. A continuación, después de haber cursado los estudios preceptivos de bachiller, comenzará la carrera de Magisterio, que no podrá culminar por circunstancias ajenas a sus proyectos. Al cruzar los umbrales de la juventud, tiene que experimentar el primer acontecimiento grave y doloroso: la muerte de su padre, Benjamín (1937), el minero socialista, sobre el que había recaído hasta entonces la responsabilidad básica de mantener a la familia. Además eran tiempos recios y difíciles para España y sobre todo para Asturias, que con la revolución de 1934 había protagonizado el primer acto de la futura sublevación contra el gobierno legítimo de la República el año 1936 y la nefasta Guerra Civil (1936-1939). La sencillez, la concisión alejada de toda retórica, la precisión y la claridad de mente de la joven de 17 años, en funciones de portavoz de la familia, pueden apreciarse ya en una carta autógrafa, quizás la primera que se conserva en su epistolario, datada en Canga el 18 de marzo de 1938. La dirige a su tío Silverio Cerra, que estaba en el frente: “Sr. Silverio Cerra Estimado tío: Me alegraría se encuentre bien al recibo de ésta, quedando la nuestra inmejorable. Con fecha 14 te mandamos otra en contestación a la tuya, pero teniendo ahora una nueva noticia que darte, no queremos esperar a recibir otra tuya, porque ya suponemos que estarás intranquilo. Sabrás que desde el día 16 a las dos de la tarde tienes un hijo al que queremos llamar Silverio Benjamín. Nació felizmente, sin ningún contratiempo, pues no tuvo que intervenir ninguna persona ajena a la casa y por ahora tanto la madre como el niño, de lo mejor. podido utilizar una copia, en perfectas condiciones, que obra en el Archivo Monástico de la Asunción. Rengo (A.M.A.R), Caja 2. Los “Datos biográficos”, f. 8 r. Otras referencias publicadas o manuscritas revisten menos interés y ofrecen informaciones muy puntuales, aunque aquí se tendrán en cuenta algunas de ellas.

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Dinos si recibiste la otra, y si lo recibes y lo necesitas, te mandamos dinero. Sin más, recibe muchos saludos de todos los de casa, en particular de Marcelino y Silverio Benjamín. Y de éstos que desean verte muy pronto. Celia Moro”18 . La joven Celia, sintiéndose concernida por las lógicas e inevitables estrecheces de la economía familiar, especialmente por el crecimiento y maduración de sus hermanos, abandona las aulas de la Escuela Normal para ingresar en el servicio de la familia Sela Figaredo, cuya residencia habitual era Madrid, aunque también tenían casa en Mieres, en un inmueble que puede contemplarse todavía en la actualidad. Esta segunda etapa, que se alargará hasta el año 1944, no fue una más en la evolución personal de Celia. La relación con la mencionada familia constituyó para ella una auténtica escuela de formación de adultos que le ayudaría a templar su personalidad y a enriquecerla con una educación recibida de una manera cuotidiana y natural: podríamos decir que mediante un sencillo proceso de ósmosis. Ella misma, siendo ya abadesa de San Pelayo, recordará aquellos años de forma muy positiva y entrañable. Y todo el mundo que conoció a los Sela, coincide en afirmar que éstos consideraban a Celia como uno más de sus miembros. En marzo de 1944, el día primero de aquel mes, la vida de Celia experimenta un giro radical: franquea el portón del monasterio de San Pelayo de Oviedo, cuya fábrica presentaba todavía muchas huellas –casi humeantes– de la pasada contienda revolucionaria y civil, en calidad de postulante: el primer escalón para llegar al estado de monja profesa. Unos meses más tarde, concretamente el 2 de septiembre de aquel año, tomará el hábito para comenzar el preceptivo noviciado reglar con el nombre de María Amparo, que llevará hasta su muerte. Tenía 24 años ¿Cómo se produce este cambio en el mundo interior de la sencilla joven de Canga? Habría que preguntárselo en vida a ella misma. Se referiría seguramente a una serie de pequeños indicios “sacramentales”, que propiciarían paulatinamente la realidad de su llamada por el Señor, como ocurre tantas veces en decisiones de esta naturaleza. En las fuentes escritas que hemos podido consultar no se encuentra ninguna referencia. Sabemos que en 1939 se celebró una misión popular en Cenera, dirigida por el P. Segundo, pasionista, y que en los años siguientes surgieron en aquella localidad cinco vocaciones monásticas: dos clarisas y tres benedictinas: 18 Copia del original del Archivo personal de Silverio Cerra, el hijo del destinatario de la carta. Aquí se utiliza la copia del A.M.A.R., Caja 2.

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una de ellas era Celia. Quizás pudiera pensarse que la de Celia tuviera algo que ver con aquella celebración, cuyo recordatorio recoge preguntas que recuerdan, no poco, las del Principio y Fundamento de los Ejercicios de San Ignacio19. La primera profesión de María Amparo tuvo lugar el 7 de octubre de 1945 y la solemne tres años más tarde: el 10 de octubre de 1948. Conservamos el texto manuscrito y autógrafo de la primera, que reproducimos a continuación:

Carta de Profesión de Madre Amparo Moro. Archivo de San Pelayo

La joven monja profesa, con sólo 28 años, recibe enseguida de su abadesa, Hildegardis Díaz (1946-1951)20, oficios de notable responsabilidad: la formación de las hermanas conversas de la comunidad y la responsabilidad de los negocios económicos en la Mayordomía del monasterio. Era una etapa de reconstrucción material del monasterio, muy dañado en 1934 y durante la Guerra Civil, y era importante tener dineros, pero sobre todo manejarlos bien. De hecho, las 19 Hemos podido consultar el texto del recordatorio impreso de aquellas misiones del Archivo particular de Silverio Cerra, del que nos cedió amablemente una copia. 20 El abadologio manuscrito de San Pelayo: Síntesis de una Crónica, II, f. 27: A.M.A.R., Caja 2. La abadesa anterior: M.º Jesús Fernández-Miranda (1943-1946) había recibido a la joven Celia, en calidad de postulante, en el monasterio.

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obras habían comenzado recién terminada la guerra, el mismo año 1939, habilitándose las primeras dependencias de las monjas, para que la Comunidad peregrina en tierra extraña, en León como ya se indicó, pudiera retornar a su casa lo antes posible. Y lo hicieron ya el mismo año21. En 1947 comienza la visita apostólica al monasterio de San Pelayo, ordenada por el abad de Monserrat Aurelio Mº Escarré, que había sido nombrado por Pío XII Visitador Apostólico para los monasterios benedictinos de mujeres en España. Las consecuencias de la misma resultarían trascendentales para el futuro del cenobio femenino ovetense. En nombre del Visitador llegan a Oviedo dos monjes del mismo monasterio catalán, Isidoro María Fonoll, en calidad de Visitador Delegado, y José María Gassó, como Secretario de la Visita. En 1951, y después de la renuncia de Hildegardis, la última abadesa trienal, Amparo Moro fue elegida por la comunidad para el ministerio de abadesa, la más joven seguramente de todo el elenco de abadesas22 . Por no tener la edad y los años de profesión necesarios, se la elige como abadesa postulada. Y el Visitador Apostólico Delegado la nombra administradora “con todas las facultades y derechos que pertenecen a la superiora de un monasterio”. Al año siguiente (18-II-1952) Aurelio María Escarré, personaje decisivo para la reforma y transformación del monacato femenino peninsular antes del Vaticano II, da curso al decreto de la Santa Sede (6-II-1952) que confería ya a la recién elegida el ministerio definitivo de abadesa, deseándole personalmente que “el Señor la ilumine, otorgándole con largueza su gracia, para que pueda llevar a cabo fielmente la misión que le confía”23. En mayo de 1954, con ocasión de la consagración de la Iglesia de San Pelayo, después de su restauración, el propio abad Escarré concede a la “Abadesa de San Pelayo en Oviedo el uso de la cruz pectoral para siempre, es decir: por tanto tiempo como quiera el Señor conservar la consagración de esa Iglesia”24. Dos años más tarde, el 19 de diciembre de 1956, dicho Visitador Apostólico vuelve a dirigirse a la nueva abadesa para que pueda proceder al último capítulo del proceso de institución abacial, la bendición litúrgica. No podemos precisar si la última parte del documento es simplemente formularia, pero, en cualquier caso, se esboza en ella un verdadero programa de gobierno renovador: 21 No tenemos constancia documental de la data del retorno. Tomamos esta referencia de Síntesis de una Crónica, II f. 9. La Archivera de San Pelayo, G. de la Noval Menéndez, Retazos de una historia. El Monasterio de San Pelayo, Oviedo, 2000, inédita, p.66 ( duplicado original que obra en A.M.A.R., Caja 28). Allí se precisa que fue a finales del mencionado año. 22 El texto del Acta de elección: Síntesis de una Crónica, I, f. 3, inédita así mismo y escrita por Mº Carmen Álvarez Prendes: A.M.A.R., Caja 2. 23 El texto: Ibíd., Síntesis..., I, f. 4 r. 24 Ibíd. En el f. 4 r., en mayo de 1955 A. Mº Escarré vuelve a comunicarle otro decreto de la Sede Apostólica, reiterándole el nombramiento “ad nutum Sanctae Sedis”: Ibíd., f. 5r.

I.– PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

“Por ella (la bendición), la Sede Apostólica se ha dignado honrar al antiquísimo monasterio de San Pelayo Mártir, de Oviedo, y sobre todo confirma y corona con ella a la familia monástica de dicho cenobio. Ciertamente, la bendición abacial, superando en mucho a la simple bendición canónica, eleva a la elegida de suerte que la hace una con Cristo pastor en el régimen de las almas y le confiere al mismo tiempo la plenitud de la vida monástica y virginal”25. En la primavera de 1957, el día 5 de mayo, Amparo Moro, con su comunidad, recibe de manos del Arzobispo de Oviedo, Javier Lauzurica, la bendición litúrgica del ministerio abacial. Con ella culminaba todo el complejo institucional iniciado seis años antes. Ahora quedaba lo más difícil: la renovación y consolidación material y espiritual del “antiquísimo” monasterio. La restauración de las estructuras materiales de un cenobio fueron siempre entendidas por los abades benedictinos, imbuidos de los postulados de la Regla que profesaban, como una premisa fundamental para el buen funcionamiento de la “fraternidad monástica”. Al fin y al cabo, era necesario que los monjes se encontraran bien en su casa y que los muros y los restantes elementos de ella pudieran adquirir fácilmente una dimensión trascendente: la del Reino de Dios realizado de forma sencilla y cuotidiana en el proverbial “ora et labora”. Amparo Moro lo sabía muy bien y por eso desde su entrada en San Pelayo, especialmente desde su profesión, no había ahorrado esfuerzos para restañar las heridas producidas por la guerra en el viejo edificio. Desde el principio de su abadiato pudo contar siempre con ayudas particulares, muchas veces de benefactores anónimos, y con subvenciones de las autoridades públicas: ambientes en los que sabía moverse con soltura y en los que se ganó enseguida una sólida credibilidad. El primer proyecto importante tenía que centrarse lógicamente en la iglesia, de la que sólo habían quedado en pie las paredes y el tejado después de la guerra. El año 1954, las monjas de San Pelayo, con su abadesa al frente, podían celebrar ya, con gran solemnidad, la consagración de la misma, oficiada por el Arzobispo ovetense. Después vendrían otras obras en la fábrica de San Pelayo –la reparación de la torre, la limpieza de las piedras de la fachada...– y en diferentes partes que componían el enorme complejo monástico. Enumerarlas, una por una, resultaría enojoso. En la Síntesis de una Crónica II, se mencionan todas con puntual precisión, 45 en total y de desigual entidad 26 . Quizás valga la pena mencionar algunas de las más significativas, como las realizadas en la portería con 25 26

Ibíd., f. 6. Síntesis... II, f. 19 r.-24 r.

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sus recibidores, la hospedería, los locales para las funciones habituales de un gran monasterio, los talleres, la renovación de los claustros, el ala de la calle del Águila, completamente destruida, donde se situaría el noviciado, los talleres, dormitorio y Archivo Histórico Provincial, y el “Colegio Residencial”, abierto a jóvenes universitarias en la calle de San Vicente-Jovellanos. En poco más de una década, San Pelayo de Oviedo presentaba ya la fisonomía material que puede contemplarse en la actualidad: un monasterio urbano, recoleto y tranquilo en su interior, como corresponde a las exigencias de un cenobio benedictino, abierto al entorno social en el que está situado. La reconstrucción interior del cenobio, la humana y la espiritual, a la que debía ir aparejada la material, fue, sin duda, el propósito y el objetivo primordial de los afanes de la nueva abadesa, que la acompañarán hasta su muerte en 1988. La empresa no era fácil, y el camino, tortuoso y lleno de escollos. La “piedad” del Barroco, que en España y en otras latitudes de la Cristiandad traspasará de largo los siglos clásicos para llegar incluso a los umbrales del XX, que animaba todos los conventos de cientos de congregaciones creadas en la Época Moderna, había penetrado también en los claustros de todos los monasterios, sin que los benedictinos, sobre todo los de mujeres, fueran una excepción. Eran diferentes formas de devoción pietista, muy subjetiva e individualista, que terminaba muchas veces en el culto a una pléyade de santos, un santoral abigarrado y a veces extravagante, que tanto había florecido en la Contrarreforma: corrientes de religiosidad devota que fueron alejando paulatinamente a los monjes de las sencillas y cristalinas fuentes de los grandes Padres de la Iglesia y de la mismísima Regla de San Benito, en cuya base estaba la mediación esencial de la “fraternitas” o comunidad como signo de ese Reino de Dios en construcción. Sin la articulación de esa comunidad a partir de la lectura y el estudio (la lectio), la oración descansando sobre la alabanza de la salmodia (ora) y el trabajo manual (labora), la piedad propiamente monástica y benedictina discurriría por caminos extraños. Y San Pelayo no constituía una excepción. En este sentido resulta muy elocuente el testimonio de una abadesa de finales del siglo XIX, María del Valle (1899), cuando se ufanaba de que las monjas vivían “de sus dotes, unido a lo que nos han dejado las que nos precedieron (lo que les permite) un buen pasar y no precisan del trabajo para su sustento”27. Esta abadesa, como otras muchas del abadologio, por no decir la mayoría, provenían de familias relevantes de la sociedad asturiana, entraban al monasterio con sus ajuares y sus sirvientas y proseguían en el claustro el estilo de vida aristocrático de sus casas de origen. Y de una parte importante de las 27

La referencia documental: I. Torrente Fernández, “Evolución histórica...”, L.c., p. 70.

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otras monjas podría decirse lo mismo. En el fondo, no hacían más que reproducir las contradicciones de una sociedad rota en clases enfrentadas entre sí, el modelo de sociedad señorial del Antiguo Régimen, con mucho menos poder fundiario desde la revolución liberal, que en España llega más tarde que en otras partes de Europa. Con esos esquemas mentales y religiosos era impensable que apreciaran el trabajo manual o que adoptaran un estilo de vida religiosa, en la que la comunidad constituyera el instrumento central y básico de esta forma de vida espiritual que es el monacato. Es cierto que el obispo de Oviedo Sanz y Forés (1868-1881) disponía en un sínodo que las monjas, domnas en el genuino sentido de la palabra, convirtieran a sus sirvientas en monjas conversas, pero la desigualdad, anatematizada ya por la Regula, seguía prácticamente igual. Las sirvientas recién recicladas, las nuevas conversas, no tenían en la comunidad los derechos plenos de las “coristas”. Tendría que llegar el Vaticano II para que esta realidad monástica, que contradecía claramente la igualdad de todos los monjes, preceptuada por la Regla, Cómo debe ser el abad: “No haga distinción de personas en el monasterio... No anteponga el hombre libre al que viene de la condición servil” (c. II), se suprimiera definitivamente. La Carta Apostólica Venite seorsum de Pío XII sobre la vida monástica (1946) sirvió para que, entre otras cosas, se recuperara en los monasterios el trabajo monástico, con la misma dignidad e importancia que en los tiempos heroicos de los benedictinos. Estos aires nuevos y frescos entraron en San Pelayo con la visita apostólica de 1947, aunque desde mucho antes la antigua comunidad realizara trabajos domésticos y artesanales, orientados preferentemente a las necesidades internas, pero todavía sin proyectos económicos sistematizados y rentables. La organización de este nuevo tipo de proyectos comenzará a partir de entonces y la nueva abadesa los potenciará notablemente. El mismo año se produce otro acontecimiento que marcará un hito, un verdadero antes y después, en la historia del Monacato peninsular. Nos referimos al nombramiento, mencionado más arriba, de Dom Aurelio Mº Escarré como Visitador Apostólico para la reforma de las comunidades benedictinas, que introdujo las de España, malherida todavía por las secuelas de la Guerra Civil, en las corrientes renovadoras que estaban transformando por entonces los cenobios de allende los Pirineos y que habían llegado ya a Montserrat. Las prerrogativas para que el abad catalán pudiera llevar a buen término su encomienda eran impresionantes. Por sí mismo o por sus delegados, podía deponer abadesas y estar presente en la elección de las nuevas –como ocurre en Oviedo en 1951–, determinar traslados temporales de monjas cuando fuere conveniente y examinar la economía y cualquier otro extremo de la vida de un monasterio, proponiendo las orientaciones que le pareciesen oportunas.

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Los monjes visitadores que llegaban a Oviedo el año 1947 vieron desde el principio en la joven monja profesa, Amparo Moro, una apuesta segura para sus planes de renovación del viejo cenobio benedictino. En efecto, nombrada abadesa unos años más tarde por la influencia del consejo y autoridad moral de los monjes de Montserrat, éstos encontrarán en ella una magnífica colaboradora, primero en el mismo San Pelayo y pronto en todos los monasterios femeninos peninsulares, como se indicará más adelante. No cabe duda de que en el magnífico equipo del abad Escarré, del que formaban parte sus delegados, la abadesa de Oviedo ocupará un lugar muy destacado. Las provisiones realizadas por Amparo Moro en San Pelayo para reconstruir humana y espiritualmente su comunidad, ajustándose a las pautas del nuevo movimiento monástico promovido por la Santa Sede y Montserrat, fueron numerosas y de naturaleza muy diferente. Por el monasterio pasaron infinidad de personas expertas, de diferentes especialidades e incluso en ocasiones con mentalidades distintas –de manera especial, monjes de Montserrat–, que pudieran enriquecer la vida y la cultura religiosa de las monjas. Con la celebración del Vaticano II y la publicación de sus documentos, el “aggiornamento” traspasó también los gruesos muros del cenobio, de la mano de personas familiarizadas con el nuevo posicionamiento de la Iglesia frente al mundo (GS, n. 1: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón”), con la eclesiología y los diversos apartados teológicos conciliares, y con esquemas de renovación litúrgica. D. Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Oviedo, participante en aquella magna asamblea, fue también uno de los invitados más asiduos. La formación litúrgica de la comunidad y el canto al servicio de la oración de alabanza también demandaban la correspondiente puesta al día, el estudio y la dedicación prolongada. La nueva abadesa quiso fortalecer estos dos pilares de la vida monástica enviando monjas a formarse en otros monasterios españoles y foráneos. En el terreno de lo musical, por ejemplo, las relaciones de San Pelayo con Montserrat y con Solesmes tendrían a medio y largo plazo efectos extraordinariamente fructíferos. Quizás la estancia de Ángeles Álvarez Prendes, directora del coro y organista, en Solesmes durante varios meses fue decisiva para una verdadera renovación y consolidación del gregoriano y de la música al servicio de la liturgia. De esas aportaciones no sólo se benefició San Pelayo, como es lógico, sino también varios monasterios benedictinos y de otras órdenes de toda España. Desde afuera, en la especialidad de Musicología de algunas facultades, el magisterio de San Pelayo, de la hermana Álvarez Prendes en concreto, constituye una auténtica referencia para los estudiosos del Gregoriano:

I.– PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

“(Ángeles Álvarez Prendes) también colaboró en la parte musical de liturgia, dentro y fuera de la diócesis; en la composición del libro Oficio Coral Monástico realizado por un grupo de monjes y monjas benedictinos y cistercienses, incluyendo en él algunas de las composiciones hechas para la liturgia; (y) en la grabación de dos discos actuando como organista”28 . La disposición de la Regla sobre el trabajo: “los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual” (c. XLVIII), constituía un presupuesto a recuperar de las enseñanzas recogidas en la reglamentación de San Benito, al mismo tiempo que una forma clara de superar la mentalidad aristocrática y señorial de las benedictinas de otros tiempos, esbozada solamente más arriba. Parece que en San Pelayo esto no fue un problema que planteara graves dificultades. Los primeros proyectos en este sentido son anteriores al abadiato de Amparo Moro. A partir de entonces la nueva abadesa y su comunidad ensayaron infinidad de caminos y de empresas, algunas de las cuales todavía perduran. Los gastos de una gran fábrica en vías de renovación casi total, aparte de la diaria subsistencia, eran imperativos inevitables. Y parece oportuno reconocer que la activación de este capítulo esencial de la vida monástica quizás se viera favorecido también por la renovación generacional de la comunidad con la incorporación de muchas profesas jóvenes. A partir de 1949, por ejemplo, el número de monjas supera ya, por primera vez, la treintena, después de la Guerra Civil. Y la gráfica que registra la evolución humana de la comunidad irá en aumento, como se explicitará más adelante. Poseemos suficiente información para reflejar de manera rápida las diferentes actividades manuales de los talleres de San Pelayo desde la postguerra hasta la fundación del priorato de la Asunción de Santa María, Rengo (1983)29. Los primeros años después del exilio de la guerra, se comenzó con trabajos sencillos y todavía poco organizados, pero bastante rentables, como la confección de dulces o el servicio de guardamuebles (1940)30. Las actividades textiles, que habían comen28

Síntesis..., II, f. 18a. Síntesis...,II, f. 16r-17r., ofrece una sencilla referencia y menciona una “recopilación de datos históricos con fotografías”, ilustrada por ella misma con motivo del XXV aniversario de la elección abacial de la abadesa, que lleva por título: La Evolución del Trabajo en San Pelayo, desde 1939 a 1976. Era un trabajo interesante, que no hemos tenido la suerte de utilizar. También tiene mucho interés un artículo moderno: Yayoi Kawamura, “Nuevo impulso renovador (de San Pelayo). I. Vida espiritual. II. El trabajo”, Real Monasterio de San Pelayo, pp. 135-182. Hemos tenido en cuenta, sobre todo, la segunda parte, de la que dependemos, y de manera especial para las fechas. 30 Y. Kawamura, “Nuevo impulso...”, L.c., p. 148, dice que el monto de la venta de dulces por San Blas supuso ingresos de 11.330 pesetas, cifra nada desdeñable en aquellos tiempos. Con todo, el dato es relativamente posterior, de 1959. 29

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zado ya recién llegadas las monjas de León, para las necesidades más perentorias, fueron potenciándose paulatinamente con la compra de máquinas tejedoras, cada vez más complejas, y funcionó hasta 1973. Los trabajos de lencería y de bordados preciosos, una tradición artesanal de la antigua comunidad, adquieren un auge notable desde 1948. Y lo mismo ocurre con la confección de ornamentos y ropas litúrgicas, fomentada al principio por sacerdotes y seminaristas a lo largo de la década del 1950, como una expresión más de la renovación litúrgica que estaba en marcha en España y allende los Pirineos. Los ornamentos litúrgicos de las pelayas adquirieron fama dentro y fuera de la diócesis –incluso en América–, y siguen teniéndola todavía, si bien es cierto, como observa correctamente Y. Kawamura, que las tendencias hacia la simplificación de las vestiduras litúrgicas después del Vaticano II contribuyeron en cierta medida a una notable inflexión de este tipo de actividad. En 1966 comienza una actividad artesana llamada a tener un notable desarrollo, con sus correspondientes rendimientos: la encuadernación de libros, tanto en serie, por encargo de determinadas editoriales, como de particulares. Las técnicas ensayadas más tarde, en la encuadernación de lujo, sobre todo para libros antiguos y para manuscritos, supondrán la verdadera consagración de las benedictinas de Oviedo en este delicado y bello oficio. La restauración de documentos en papel y de manuscritos, muy relacionada con la anterior, también logrará un lugar destacado en el muestrario laboral de San Pelayo. La restauración y encuadernación del Liber Testamentorum, el manuscrito “princeps” del Archivo Capitular de la catedral de San Salvador, constituye seguramente la obra cumbre del afamado taller de restauración, sin que desmerezcan los tomos de manuscritos en pergamino y papel que salieron encuadernados y restaurados de dicho taller monástico y que descansan en las estanterías de muchos archivos municipales y catedralicios de otras diócesis. La reforma de la “fachada de la Vicaría” y del ala oeste del monasterio para colegio residencia de estudiantes, en 1958, constituía también una empresa de importancia. Desde el punto de vista cultural, la creación de este colegio abría la posibilidad de que las monjas pudieran ampliar su horizonte, al relacionarse con jóvenes universitarias y estudiantes de otras profesiones, con las virtualidades positivas que ello conllevaba. Y al mismo tiempo, respaldaba el trabajo de varias hermanas y suponía también una fuente de ingresos líquidos mensuales muy útiles para la economía general de la comunidad. La casita de Geras, en las montañas que separan León y Asturias, como una especie de Betania para que sus monjas pudieran beneficiarse del clima bonancible de la Meseta, después de los húmedos inviernos-primaveras de Asturias, debe ponerse también en la cuenta del haber de esta abadesa, tradicional por su amor a la Regla, pero moderna, al mismo tiempo, por su compromiso con la historia que le tocó vivir y vivió a pleno rendimiento.

I.– PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

Los intercambios de monjas de Oviedo con otros monasterios, con viajes recíprocos de ida y vuelta, bien de forma individual o en grupo, aun con las dificultades que ello pudiera suponer en ocasiones para la estabilidad de la comunidad, también fueron otro factor dinamizador de una renovación en marcha, animada, tutelada y seguida siempre con una amplia y positiva mirada de Amparo Moro. Un historiador de la Iglesia, como es nuestro caso, no puede dejar de pensar en los intercambios fecundos de Cluny y otros monasterios europeos en la época brillante de aquella Congregación altomedieval. La activa y emprendedora abadesa de San Pelayo tendrá que cumplir de oficio o, si se quiere, de forma institucionalizada el compromiso de la renovación monástica de San Pelayo, vinculada también a la de otros cenobios más o menos distantes, con los que mantenía siempre relaciones fluidas. En 1960, al concluir la Visita Apostólica de los monjes de Montserrat, se crea juntamente con otras federaciones la Federación Claustral Pirenaica, y Amparo Moro es elegida presidenta, cargo que ocupará veinticinco años, hasta su postrera enfermedad 31. Si hasta entonces había apoyado sin reservas la labor de Dom Escarré, ahora comenzará a hacerlo de oficio, convirtiéndose, sin lugar a dudas, en una continuadora de su espíritu renovador para los monasterios benedictinos, ya con el respaldo doctrinal del Vaticano II. Se transforma así en abadesa peregrina y andariega, en el mejor sentido de la palabra, por caminos peninsulares y europeos, en cuyos itinerarios no falta Roma, ni sus relaciones con el Abad Primado, que nombró también un grupo de 9 abadesas de todo el mundo para su consejo, y entre ellas estaba la de Oviedo. Todo lo cual, por otra parte, recuerda también a otros grandes abades de la vida de la Iglesia, en etapas brillantes de la historia del monacato europeo. En 1960 A. Mª Escarré tendrá que salir de España por circunstancias injustificables. Cuando vuelve en 1968, gravemente enfermo, su ciclo de reformas había terminado. Otros monjes recogerán la antorcha al margen de los cauces institucionales. Y Monserrat seguirá constituyendo un monasterio de referencia, que no escatimó nunca su ayuda a San Pelayo en cualquiera de los capítulos de la vida monástica. La figura del padre Odilón Mª Cunill como asistente de la Federación recién creada, por ejemplo, no puede olvidarse. Pero la continuadora más destacada de la espléndida misión del venerable abad de Montserrat será, sin lugar a dudas, Amparo Moro. La universalidad que esta abadesa, tan sencilla en su porte como perspicaz y aguda en sus análisis y consejos, había ido adquiriendo en sus viajes y relaciones de todo tipo –cuando se publique su Epistolario será posible analizarlas con 31 Con esta Federación se crean otras tres, que integrarán todos los cenobios de monjas benedictinas de España: la Claustral Castellana, la Catalana y la Galaico-Leonesa.

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detenimiento– le da experiencia suficiente para comenzar a madurar la posibilidad de una fundación en algún ámbito del mundo en vías de desarrollo. San Pelayo poseía ya una verdadera reserva de virtualidades que estaban demandando su difusión. Le favorecían además las dimensiones de su comunidad, que no cesaba de crecer desde la década de la vuelta del exilio (1939). En realidad, el auge vocacional de las décadas de la postguerra y del “primer Franquismo” es un fenómeno bien conocido por todos los analistas del nomenclátor eclesiástico, y el cenobio ovetense constituía una muestra más de este fenómeno. Y llegaría así, como algo natural y lógico, una característica que entreteje toda la trayectoria personal y monástica de Amparo Moro, la fundación del monasterio de la Asunción de Santa María, Rengo (Chile). Al mismo tiempo, y con 50 monjas, San Pelayo podía también ayudar a otro cenobio hermano con necesidades urgentes: el de Alba de Tormes, en Salamanca. Número de monjas de San Pelayo en las décadas centrales del siglo xx (Medias)

1933 - 1942

25 monjas



1942 - 1952

30 monjas



1953 - 1962

43 monjas



1963 - 1972

46 monjas



1973 - 1982

47 monjas

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Monasterio de San Pelayo, Oviedo.

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1 Fachada de la Vicaría del Monasterio de San Pelayo, Oviedo.

1 2

2 Madre Amparo Moro Suárez, Abadesa de San Pelayo 1951-1987 y fundadora del Monasterio de Rengo.

I.– PROTOHISTORIA DEL MONASTERIO DE RENGO

Comunidad de San Pelayo. 1983, Marzo.

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CAPITULO II

LA FUNDACIÓN DE LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA. RENGO

Los “Preambula”. Compromiso ofical de fundación y preparativos. La constitución formal y la toma de posesión de la nueva residencia monástica en Rengo. Las casas de Mendoza. Las primeras novicias chilenas en San Pelayo de Oviedo.

Los “Preambula”

E

l celo por la renovación de la vida humana y espiritual de otros cenobios hermanos, acrecentado en Amparo Moro por su condición de visitadora y presidenta de la Federación Pirenaica y como miembro del Consejo del Abad Primado, su conciencia de universalidad, alimentada en miles de contactos con personas de todo el mundo, y el crecimiento sostenido de la propia comunidad de San Pelayo –las 50 monjas del año 1982–, resultaron, sin duda, otros tantos factores determinantes para que fuera tomando cuerpo la posibilidad de expansión de San Pelayo con la fundación de un cenobio en otro continente y en países en vías de desarrollo, hasta que terminara en una decisión firme. La “cosa comenzó” en Roma. El año 1980, coincidiendo con el XV Centenario del nacimiento de San Benito, se celebra allí el Congreso de Abades que propició el encuentro de Amparo Moro y Eduardo Lagos, abad del monasterio benedictino de Las Condes (Santiago de Chile). El prelado chileno, que deseaba contar en su país con un monasterio de monjas benedictinas, llamó a las puertas de varias casas europeas sin obtener respuestas positivas. Aquel primer fracaso le había producido una dolorosa impresión: “Me he quedado profundamente decepcionado, casi traumatizado, por la indiferencia mostrada por muchos monasterios europeos que cuentan con una comunidad numerosa y con mucha juventud y que han

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contestado con un no rotundo”. Por otra parte, y según su testimonio, había recibido una promesa firme del monasterio de Santa Escolástica de Buenos Aires, pero a última hora todo quedó en simple expectativa, porque aquella comunidad tuvo la necesidad imperiosa de abrir una nueva casa en la ciudad andina de Córdoba32 . De regreso a Chile, E. Lagos y el obispo de Rancagua, entusiasmados con el proyecto de fundación de San Pelayo en este país, se convierten en los grandes valedores del mismo. Sus cartas a Amparo Moro y a San Pelayo constituyen una muestra magnífica del fervor con el que impulsaron la fundación y su preparación, una vez que la decisión se veía como algo posible. A finales del mismo año 1980, el abad de Las Condes ya comunica a la abadesa de Oviedo los términos generales de la fundación: “lo único que nosotros pedimos son las monjas; todo lo demás, terreno, casa, subsistencia... corre de nuestra cuenta”. Unos meses más tarde, el 31 de marzo del año siguiente, cuando la abadesa escribe desde Oviedo, haciéndole saber que su comunidad “no descarta la posibilidad de que haya llegado el momento de que un brote nuevo salga de ella”, se atreve ya a proponer el modelo de monasterio que deseaba e imaginaba: “Yo

resumiría nuestra solicitud en estas pocas palabras: desearíamos tener un monasterio de monjas benedictinas semejante al de Oviedo, en el que se lleve una vida monástica seria, consagrada a la alabanza del Señor, como es tradicional en todos nuestros monasterios, en clausura monástica, como testimonio de la trascendencia de Dios y que sea al mismo tiempo un testimonio de fraternidad en un mundo tan tensionado y dividido. La parte que correspondería al monasterio de Oviedo sería proporcionarnos el grupo fundador, ojalá una docena de monjas, para asegurar desde el principio una vida regular y adecuada... Todos pensamos que habrá vocaciones (en Chile) para la vida monástica femenina... La hospedería podría tener un papel importante en esta fundación como lugar al que acudirían las religiosas de toda especie para pasar algunos días de oración y de silencio. Convendría además, una hospedería para varones, sobre todo sacerdotes de la diócesis... Todo esto ayudaría a insertarlas en la iglesia local, aspecto sobre el cual tanto se insistió en el Symposium de Roma... No queramos resolverlo todo nosotros, dejémosle también algo al Señor (citando al abad de Solesmes en la fundación de Las Condes). Esta máxima, que se parece a un apotegma de los padres del yermo, me ha servido mucho...”33. 32 33

A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Eduardo Lagos a la abadesa de San Pelayo (29.XII.1980). A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta del Padre Lagos (3. III. 1981).

II.– LA FUNDACIÓN DE LA ASUNCIÓN DE SANTA M ARÍA. RENGO

“No será difícil adaptar el edificio y conseguir que sea funcional y estético –ya pensaban en las casas de Mendoza–. No hay vida monástica, allí donde no hay belleza”, en frase de Dom Leclercq34. El fervoroso abad, cada día más entusiasmado con la fundación y animado de un hondo y sincero providencialismo alimentado en la Sagrada Escritura y en la Liturgia, todo lo interpreta en clave sobrenatural, como los mejores escritores de la época antigua. El mismo año 1981 viaja a España Alejandra Izquierdo – futura novicia y monja profesa de Rengo– y visita el monasterio ovetense. Cuando regresa a Chile es portadora de una carta de la abadesa para Lagos con dos noticias: una, esperanzadora: la aceptación de visitar este continente, formulada ya por la abadesa de San Pelayo; la segunda, preocupante: las gestiones del abad Mauro Elizondo, de Estíbaliz, pidiendo monjas de Oviedo para Alba de Tormes, con graves problemas de subsistencia. El abad de Las Condes expone sus temores a Amparo Moro con las siguientes imágenes bíblicas: “De la misma manera que fue necesario que a San Pablo se le apareciese en sueños un macedonio invitándole a pasar a Macedonia (Hech 16,9-10), quizás sea necesario que se le aparezca en sueños (a la abadesa) una joven chilena invitándola a venir a Chile: ¿no habrá sido este el fin que el Señor buscaba al permitir que Alejandra llegara a Uds.? Se lo dejo a su consideración”35. El obispo de Rancagua, Alejandro Durán Moreira, quizás con expresiones menos bíblico-litúrgicas que Lagos, no se queda atrás a la hora de motivar a la comunidad de Oviedo y a su abadesa para que tomaran una decisión positiva en plazo perentorio. En una carta casi simultánea a la anterior del abad, explicita claramente sus deseos y esperanzas, fundamentadas en una oferta muy clara de realidades: “Mi inquietud de Pastor es lograr la fundación de un Monasterio: “testimonio femenino de vida monástica” –expresión que repetirá varias veces–... El Monasterio será, según confío, un centro de oración litúrgica, de meditación, de espiritualidad, que atraerá a muchos cristianos, incluidos los sacerdotes... La visita o la permanencia de algunos días en el Monasterio; la participación en el rezo de la Liturgia de las Horas o 34 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta del Padre Lagos unos meses más tarde, después de la visita de Amparo Moro e Isabel Arias a Chile (9.XII.1981). 35 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta del Padre Lagos (12.IX.1981).

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de la celebración de la Eucaristía; o el testimonio personal de las monjas, tendrán una irradiación maravillosa en la vida de los consagrados, de los cristianos y de los hombres de buena voluntad... En concreto le ofrezco (a la abadesa de Oviedo) en el lugar rural llamado “Mendoza”, dentro de los límites de la Parroquia de Santa Ana de Rengo: a) un “Templo” de estilo barroco bávaro –antiguo para nosotros– en muy buen estado; b) Casa habitación contigua, con todas las dependencias existentes y la superficie de terreno que necesite el Monasterio. Hay terreno más que suficiente”36 . Amparo Moro, curtida ya en mil avatares monásticos, prefiere tomar las cosas con cierta calma, para garantizar, hasta donde fuera posible humanamente, la bondad de la decisión que era trascendental para el presente y el futuro de San Pelayo de Oviedo. En Roma, cuando había comenzado a hablar con Lagos, ya le insistía en que no quería embarcarse en aventuras. Y en sus cartas de respuesta a los dos decididos promotores chilenos, hace un verdadero alarde de discreción, discernimiento y prudencia: “Aquí (contestando al P. Lagos el 31.I.1981), inicio un primer y lejano paso que es comunicarlo a la comunidad, para que ésta discierna el querer del Señor... La consulta hecha a toda nuestra comunidad (al P. Lagos, 2.III.1981) no descarta la posibilidad de que haya llegado el momento de que un brote nuevo... No hemos planteado todavía en qué lugar”37. En febrero del mismo año, concretamente el día 23, se produce en España una intentona de golpe de estado, con el asalto a las Cortes de un grupo de insurgentes, militares la mayoría, y la abadesa de San Pelayo manifiesta en la carta anterior su preocupación por lo sucedido, formulando una gran satisfacción por el buen desenlace de aquel triste y rocambolesco acontecimiento en la carta de principios de marzo38 . A finales de la primavera, más tranquila por la normal evolución del panorama político español, puede anunciar ya a sus A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Alejandro Durán Moreira (17.IX.1981). A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Cartas de Amparo Moro (31.I.1981); (2.III.1981); se trata de copias, pero existe otra carpeta con originales de las cartas de la abadesa de San Pelayo (carp. 14) y Caja 5, carp. 6. 38 “Supongo que habrán estado al corriente del momento difícil por el que acabamos de pasar en España con el intento de un golpe militar; han sido horas de sufrimiento pero podemos decir con verdad que el Señor ha mirado con misericordia a su pueblo y que ha triunfado la paz en la libertad, único camino para construir una sociedad cada vez más fraterna. De momento algo se ha conseguido, todos sentimos la necesidad de caminar unidos”: Ibíd. 36 37

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correspondientes y amigos de Chile, que ha aceptado la invitación de viajar a esta tierra que ambos le habían formulado, para hacer una evaluación más ponderada del proyecto en estudio: “Una vez estudiadas sobre el terreno las circunstancias y posibilidades será cuestión de que “el Espíritu Santo y nosotros” decidamos lo que se cree de Dios, el cuándo y el cómo. Ciertamente, como usted dice, debemos dejarle al Señor mucha parte. Si llega a realizarse la fundación en Chile, obra suya será y en exclusiva. No obstante siento que nos pide poner de nuestra parte todos los medios...”39. Mientras tanto y para ir madurando la decisión definitiva, la abadesa pide el parecer a personas ajenas al proyecto que puedan aportar puntos de vista diferentes, ayudándola a tomar la decisión más oportuna. Uno de estos consejeros fue el jesuita asturiano Avelino Fernández, que viajaba a Chile en el otoño de 198140. La otra fue el abad Eduardo Ghiotto, de la abadía del Niño Dios (VictoriaArgentina) y presidente de la Congregación Benedictina del Cono Sur, al que había conocido también en Roma el año anterior. El propio Abad Primado, Dom Victor Dammertz, de paso por Oviedo, le había sugerido su nombre para obtener un asesoramiento objetivo41. La abadesa de San Pelayo decide, por fin, visitar Chile, aceptando las invitaciones del P. Lagos y del obispo de Rancagua42 . El viaje duró prácticamente 15 días (12-25 de noviembre), y Amparo Moro lleva con ella a Isabel Arias, subpriora. Después de una breve estancia en Argentina para visitar el monasterio de Santa Escolástica de Buenos Aires43, llegan a Santiago (16 de noviembre), y pueden visitar dos lugares posibles para llevar a cabo la fundación: Llíu-Llíu (Valparaíso) y Mendoza de Rengo, donde estuvieron por tres veces. También mantuvieron una reunión con un grupo de chicas jóvenes, del cual, andando el tiempo, saldrían cuatro para comenzar el noviciado en Oviedo, pensando en el futuro monasterio de benedictinas en Chile.

A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (14.VI.1981). A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (26.IX.1981). 41 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (14.X.1981). En el Archivo no figura la respuesta de este abad argentino, pero por la Crónica del Monasterio de la Asunción de Rengo, escrita posteriormente, sabemos que se entrevistó con él, aprovechando una parada en Argentina, cuando viajaba a Chile, acompañada de la futura priora Isabel Arias (A.M.A.R., Crónica, I, f. 4r.). La autora de la Crónica, las partes copiadas de la del monasterio de San Pelayo y la original, se deben también a Mº Aurelia Álvarez. 42 A.M.A.R., Caja, 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (14.IX.1981). 43 A.M.A.R., Crónica, I, f. 4r.: copiada de la Crónica del Monasterio de San Pelayo, que no hemos podido consultar. (Monasterios visitados: Santa Escolástica de Buenos Aires y San Benito de Luján). 39

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Compromiso oficial de fundación y preparativos De vuelta a Oviedo la abadesa e Isabel Arias, la comunidad decide sopesar detenidamente la decisión, pero una demanda urgente del P. Lagos precipitó la opción definitiva, y se pronuncia afirmativamente: el lugar elegido fue Rengo, respondiendo así a los deseos del obispo de Rancagua y al criterio de Madre Amparo, muy sensible a las directrices del Concilio Vaticano en lo referente a la existencia de vida contemplativa en las iglesias locales. La votación se celebró el día 8 de diciembre, con aprobación de la casi totalidad de la comunidad, respondiendo claramente a la propuesta de la abadesa de que no se hubiera decidido por simple mayoría 44 . La autora de la Crónica, que escribe dos años más tarde, ya desde Rengo, y después de la fundación, recoge con emoción aquel acontecimiento: “Este día marca una nueva era histórica para San Pelayo. Después de Laudes, la Comunidad reunida en la sala capitular votó sí a la fundación en un noventa por ciento. Nuestra madre nos pidió una actitud de “gestación”, silenciosa, respetuosa... (Le pedimos) que diera la noticia a Las Condes. Ya casi a la 1 de la madrugada (9 pm. en Chile), logra hablar con el P. Abad Eduardo Lagos, que recibe el resultado con acción de gracias y dispuesto a ponerse manos a la obra”45. La acogida de la buena nueva en Chile fue jubilosa. Tanto el abad de Las Condes como el obispo de Rancagua la consideran como un espléndido regalo de Navidad y comienzan a tomar las medidas oportunas para que pueda hacerse efectiva la fundación en un plazo razonablemente corto. El monje de Las Condes, arquitecto e historiador Gabriel Guarda y Raúl Irarrázabal, por encargo de ambos, comienzan a trabajar. Eduardo Lagos plantea ya entonces el problema de la titularidad de las casas de Mendoza, la futura sede del monasterio, porque no estaba claro el propietario legal. Era un trámite jurídico a resolver con presteza y, como es lógico, antes de la constitución jurídica de la nueva fundación. Con el tiempo se vería que ese pequeño nudo gordiano plantearía algún problema serio 46 . El año fue verdaderamente intenso para las personas e instituciones implicadas en la preparación de la fundación. Se trabajó a pleno rendimiento y A.M.A.R, Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (9.XII.1981). Crónica, I, f. 4v. 46 A.M.A.R, Caja 4, carp. 3: Cartas del Padre Lagos (9.XII.1981) y de Alejandro Durán 44 45

(14.I.1982).

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en ocasiones con algún sobresalto, especialmente de índole económica, como tendremos ocasión de ver, aunque nunca llegara a verse en peligro el proyecto fundacional. La comunidad de San Pelayo vivió este tiempo pensando en el nuevo retoño monástico de Chile. Todas las personas que la visitaron a lo largo del año 1982 participan de un modo o de otro en el proyecto fundacional, apoyándolo siempre. Entre las personalidades más destacadas quizás merezca la pena señalar el nombre de algunas. El 22 de marzo da una charla Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Católica de El Salvador. Denuncia con vigor la dictadura que ensangrentaba aquel país y las amenazas que pesaban contra él y los profesores jesuitas de su Universidad. Pensaba estar ya en El Salvador el próximo Viernes Santo, intuyendo o quizás preanunciando, sin saberlo, su próxima muerte martirial a manos de aquel régimen criminal. Por desgracia, la premonición se hizo realidad: en 1989 morirían en manos de los esbirros el teólogo vasco y seis compañeros. Aquel terrible episodio fue un acicate más para las monjas y sus deseos de pasar a Chile47. También recalan en San Pelayo varios monjes chilenos, entre los que destaca G. Guarda, prior de Las Condes y futuro abad, que pasa unos días en San Pelayo, mostrando planos y proyectos y diapositivas del futuro cenobio de Rengo 48 . Otra de las huéspedes visitantes de aquellos meses frenéticos fue María del Carmen Rabat Vilaplana, con el propósito de comenzar en San Pelayo su postulantado monástico (11.VI.1982). Unos meses más tarde sería la primera novicia chilena de la esperada fundación. En septiembre pasa dos días en San Pelayo Jean Leclercq, el gran conocedor e historiador del monacato medieval. Sus observaciones y consejos sobre un monasterio nonato, pero a punto de constituirse, se consideraron importantes por las monjas implicadas en el proyecto. La agenda de San Pelayo estaba también llena de asuntos urgentes. Había que comenzar por escoger el patrono. Se decidió que fuera la Asunción, frente a otros propuestos desde Chile y en España49. Después, elegir a las componentes del grupo fundador. Para una empresa con riesgos evidentes como era una nueva fundación, la abadesa pidió voluntarias entre las profesas y de las que manifestaron su disponibilidad designó el día de la Asunción de la Virgen, como no podía ser de otra manera, a las siete siguientes: Crónica, I, f. 7r. Crónica, I, f. 9v. 49 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (3.II.1982). El obispo de Rancagua sugería el nombre de Nuestra Señora de la Esperanza. La comunidad, por invitación de la propia abadesa (Crónica I, f. 7r.), había sugerido varios: San Pelayo, San Juan Bautista –primitivo titular del cenobio ovetense– y algún otro. Al final se decidieron por el mencionado, respondiendo a las sugerencias del P. Lagos. 47

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Isabel Arias Álvarez, priora50 Anselma de la Hoz Pérez Mº Aurelia Álvarez Suárez Esperanza Gutiérrez García Mº Rosario García González Soledad Noval Cases Mº Esther Díaz Menéndez Se trataba de un grupo plural pero no excesivamente heterogéneo. Habían nacido en la década de los treinta y tenían una media de edad de 47 años –Mº Esther era un poco más joven– y todas contaban ya en lustros la profesión monástica. En lo profesional, había una licenciada en románicas y estudios superiores de música, dos profesoras de primaria, y las restantes, expertas en corte y confección y en labores de hogar. En conjunto, la futura comunidad de la Asunción de Rengo presentaba un perfil que parecía adecuado para iniciar y consolidar un monasterio situado en ambientes rurales. Nada tiene de extraño que la confección de reposteros y de ornamentos litúrgicos fueran los dos primeros trabajos en los que se pensara. La encuadernación, una tarea que algunas habían aprendido y realizaban con primor en los talleres de San Pelayo, también fue otro de los posibles trabajos a realizar por la futura comunidad. Los trámites canónicos, siempre engorrosos en esta clase de fundaciones, se llevaron a cabo con facilidad 51. La preparación del ajuar personal, del comunitario, de la biblioteca y del menaje litúrgico resultaría mucho más complicada, como era previsible. En este cometido el grupo de San Pelayo contó con la inestimable colaboración y ayuda del monasterio de Las Condes. Al fin y al cabo, esta institución había sido una de las impulsoras de la fundación desde Chile. 50 El rescrito de nombramiento, otorgado por la abadesa Amparo Moro y dirigido a Isabel Arias. Monasterio de San Pelayo: ( 21.III. 1983 ) : A.M.A.R., Caja 3, carp. 6. 51 Amparo Moro acude a la Sagrada Congregación de Religiosos para pedir asesoramiento (20. VI.1982) y recibe de ella la correspondiente información (30.VI.1982). Autorización y respaldo de Alejandro Durán, obispo de Rancagua (13.IX.1982). Solicitud de autorización del arzobispo de Oviedo (20.IX.1982), con la correspondiente respuesta afirmativa (12.X.1982). Petición del oportuno beneplácito del Cardenal Pironio, Prefecto de la Congregación de Religiosos, adjuntando el nombre de las monjas elegidas (20. XI.1982-22.XII.1982). Decreto de erección de la misma Congregación de Religiosos (10.XII.1982) y (16. XII.1982): aprobación por siete años. Todo: A.M.A.R.: Caja 4, carp. 6. El 25 de noviembre de 1982, la abadesa escribía también a A. Meyer, O.S.B., de la Secretaría de la Congregación de Religiosos, solicitándole una prórroga para las “Declaraciones” en vigor. Le comunica lo relativo a la fundación de Rengo, dándole también noticias sobre varios extremos de la misma, para terminar refiriéndose a los aspectos económicos en estos términos: “Los gastos de acomodación corren a cargo de la Comunidad de Las Condes. Nosotras estamos colaborando en la medida de nuestras posibilidades”: A.M.A.R.: Caja 3, carp. 6.

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En efecto, la puesta a punto de todo lo relacionado con la nueva fundación representó un esfuerzo extraordinario para el monasterio de Santiago en muchos frentes, volcándose generosamente con el proyecto cuando se hizo definitivo. El gran animador de todo era, sin lugar a dudas, Eduardo Lagos, como ya se puso de relieve más de una vez. Pero a principios de 1982 se produjo un acontecimiento imprevisto en la comunidad de Las Condes: la enfermedad cerebral, que afectó gravemente al abad, primero a su visión y después a otras partes del cuerpo, hasta dejarle casi inmovilizado, lo cual determinará la necesidad de pensar en un sucesor52 . La elección, a principios de mayo, recayó en la persona de Pedro Pérez Errázuriz. Éste en ningún momento pensó en frenar o ralentizar las obras de restauración y acondicionamiento que se estaban ejecutando en Rengo, para hacer posible la pronta llegada del grupo español de benedictinas. Es más, una de las primeras provisiones que tomó fue el nombramiento de Gabriel Guarda “para dirigir los detalles de las obras de Mendoza-Rengo, junto a los arquitectos e ingenieros que allí trabajan”53. Pero algo grave estaba ocurriendo en la situación económica general y en la de Chile particularmente. Era un movimiento de recesión que afectaba a muchos sectores de la sociedad, con más pobreza, mayor distancia entre pobres y ricos y más demanda de actividades sociales para subvenir las necesidades de una masa grande de gente empobrecida. Los efectos depresivos, una especie de “psicosis” colectiva –en expresión de G. Guarda– afectó también a la economía del monasterio de Las Condes, con serias dificultades para afrontar las inversiones que estaba haciendo en Rengo-Mendoza, paliadas sólo en una pequeña parte con las aportaciones que iban llegando de diferentes instituciones y de España54. En septiembre de 1982 los responsables de las bases económicas del monasterio de Santiago hacen un balance de situación y se encuentran con dos grandes cifras, 52 La abadesa de San Pelayo se hace eco de la enfermedad del P. Lagos en una carta dirigida al mismo (3.II.1982), A.M.A.R.: Caja 4, carp.3. Y los monjes de Las Condes, en su correspondencia con ella, también: carta del P. Germán Massa (18.III.82); cartas del abad Pérez Errázuriz (4.IV.1982) y la noticia de la renuncia (14.IV.1982); carta del Prior Gabriel Guarda ( 19.IV.1982), todas en A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. 53 Primera carta del abad P. Pérez Errázuriz a la abadesa, con el título de abad (8.V.1982). 54 A título de ejemplo: Carta de L. Olivares Molina, ministro provincial de la Provincia Franciscana de la Santísima Trinidad, entregando al futuro monasterio cuatro bancos con cuatro asientos (4.XII.1982): A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. Carta de la A.I.M., contemplando la posibilidad de participar en el pago de billetes de las monjas de Rengo (10.II.1983): A.M.A.R, Caja 4, carp. 3. Las monjas de Oviedo también envían varias cantidades de dinero a Las Condes, para contribuir en parte a los gastos de acomodo de la Asunción de Rengo (carta de A. Moro al abad de Las Condes, anunciándole un donativo recibido para la fundación (13.IX.1982): A.M.A.R., Caja 4, carp. 3). En una carpeta de los “papeles” de Gabriel Guarda (A.M.A.R., Caja 6, carp. 5), se recoge un voluminoso “dossier” con infinidad de solicitudes de ayuda, resueltas con éxito desigual. Al releer la documentación que obra en el A.M.A.R., relacionada de algún modo con la crisis, nos llama la atención no encontrar ninguna referencia a la dura situación política del país, los años centrales de la dictadura del general Pinochet, que sin duda tenían mucho que ver con las dimensiones de la misma. Al fin y al cabo, economía y política evolucionan siempre indisolublemente unidas.

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relacionadas con Mendoza-Rengo, verdaderamente preocupantes: los gastos financiados hasta entonces tenían un monto de $11.000.000. Los aún pendientes, según la estima prudente de los técnicos, podrían calcularse en $6.000.000. El nuevo abad convoca a la comunidad el 20 de septiembre para afrontar la situación económica y se toman tres acuerdos importantes: continuar las obras; considerar la inversión en el monasterio de Rengo como un préstamo a devolver por las monjas cuando pudieran; recuperar lo invertido y contribuir a la manutención de la nueva comunidad, hasta que su trabajo y economía les permita ser autónomas55. De ese modo el proyecto estaba salvado, pero las monjas españolas tuvieron que llevarse una buena sorpresa. Los supuestos materiales de la fundación en sus orígenes (“lo único que nosotros pedimos son las monjas”) se alteraban sustancialmente. Parece que llegó a pensarse por algún momento en la interrupción. Y el P. Pedro siente la obligación de exculparse “porque no quiere ser el malo de la película”56. Pero en ese momento delicado emerge de nuevo la personalidad de la abadesa de Oviedo, cuya altura de miras corría pareja con su capacidad, fortalecida por la confianza en la Providencia, y decide continuar adelante contra cualquier dificultad. Cuando escribe al P. Pedro en junio de ese año, antes de haber creado en Oviedo el grupo expedicionario, le pone una postdata manuscrita, disculpándose de que los problemas económicos de Rengo constituyan una preocupación más para él: “es más importante que la casa que se forme ahí sea auténtica, y ahí pondremos el acento”57. Aún más, después de conocer la nueva política económica de la comunidad de Las Condes, contesta al P. Gabriel, animándole a proseguir con sus desvelos: “En primer lugar, que (comprende) perfectamente lo que nos explica sobre las dificultades económicas, su repercusión en el país, en la Comunidad... Tengo la certeza de que lo económico se ha de resolver bien y no faltará “esa medida necesaria” para la terminación de las obras y la marcha de la incipiente comunidad”58 . 55 Tomamos las noticias de un informe de G. Guarda, datado en Las Condes a 21.IX.1982: A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. 56 En una carta manuscrita (9.X.1982): A.M.A.R., Caja 4, carp. 3, agradece a H. Isabel la colaboración, a pesar de los problemas derivados de las decisiones económicas de Las Condes, y continúa: “Quizás yo pase por el malo de la película: pero la verdad es que yo, como nuevo abad, tuve que asumir desde la base todo el asunto, sin estar interiorizado del mismo, y, además, llevar a la comunidad y a Gabriel a aterrizar... Dado que tengo muchas preocupaciones en la comunidad, y que son primordiales para mí, designé a Gabriel para que siguiera en el asunto... La decisión de Uds... me recuerda la de los españoles del s. XVI en América. Fui testigo de sus huellas en Punta Arenas...”. 57 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (28.VI.1982). 58 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta de Amparo Moro (18.X. 1982).

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La respuesta al P. Pedro no es menos firme, comprensiva y esperanzada, a la par que generosa: “La postura de Ud. concuerda totalmente con mi modo de ser, y veo lógico que haya querido replantearse todo lo concerniente al compromiso adquirido por el P. Lagos y su Comunidad. Así, todos caminamos con más seguridad y confianza. Espero que esta postura de claridad siga presidiendo nuestra relación y que en cualquier momento podamos aclarar lo que sea necesario”59. Más todavía, para disipar cualquier nubecilla o tormenta que pudiera amenazar en el futuro la fundación del monasterio de la Asunción de Rengo, le anuncia al final de esta última carta que la fecha fijada para partir a Chile es la semana de Pascua. Durante la complicada serie de preparativos, necesarios para poner en marcha un monasterio que todavía no existía, la figura de Gabriel Guarda adquiere también magnitudes extraordinarias. Como arquitecto, se compromete plenamente con los problemas constructivos, de consolidación o de restauración de la fábrica monástica, tratando siempre de conservar su estilo colonial del siglo XVII. Realiza infinidad de gestiones para conseguir el mobiliario imprescindible, los menajes necesarios, los ajuares cuotidianos del monasterio, y hasta otros objetos de mayor entidad, como pudiera ser la camioneta o coche y el órgano del templo. Se encarga incluso de supervisar y fomentar los análisis de los suelos hechos por los agrónomos, pensando en las capacidades productivas de los mismos. Sus repetidos memoriales son tan minuciosos y detallados, ocupándose de las cosas más insignificantes60, que la propia priora del futuro cenobio le pide que deje algo en manos de ellas y de la Providencia: “En relación con ultimar los detalles del futuro monasterio le pido por favor que no se preocupe en lo más mínimo por esto, pues una vez que nosotras estemos en la casa ya iremos ultimando los detalles. Es suficiente que tengamos lo indispensable para instalarnos: cama, una silla y una mesa”61. 59 A.M.A.R., Caja 4, carp 3: Carta manuscrita de Amparo Moro (22.X.82). Reprodución anastática en pp. 160-161. 60 El primero de esos memoriales, 21.IX.1982; y siguen, 8.XI.1982, 17.XI.1982, 14.XII.1982, 2.I.1983, 17.I.1985: todos en A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. En este Archivo existe una caja repleta: la Caja 5, en la que se encuentra una miscelánea interesantísima de los papeles de G. Guarda: Carp. 1: Varios relacionados con Sillería, Órgano y Campana; Carp. 2: temas de arquitectura (Planos); Carp. 3: Informaciones referentes a la llegada, y otros; Carp. 4: Correspondencia del P. Gabriel y cuentas; Carp. 5: Documentos del P. Gabriel para firma del abad Pedro; Carp. 6: Correspondencia del P. Gabriel con San Pelayo: Amparo Moro, Isabel Arias. Adviértase que muchos de los documentos mencionados de la Caja 4, pueden encontrarse aquí. 61 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. Original: Ibíd., Caja 5, carp. 6: Carta de H. Isabel (29.XI.1982). En

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Pero resultaba indispensable perfilar los planes de trabajo de las monjas. El primero de ellos era la confección de reposteros. Uno, el primero, llegó antes que las propias monjas y fue pagado a buen precio por la Municipalidad, sirviendo además para que se hicieran encargos por otras instituciones públicas62 . Las gestiones de G. Guarda con el Director de la Biblioteca Nacional de Santiago abrieron la posibilidad de que las monjas españolas pudieran poner en marcha talleres de encuadernación y restauración de libros 63 . Y siempre se habla del socorrido recurso de los ornamentos litúrgicos, sobre el que las “pelayas” tenían una reconocida fama. Creemos que vale la pena cerrar las páginas de este largo, complejo y arduo proceso, nos imaginamos que parecido a muchos otros de las distintas épocas de la historia del Monacato, con un recuerdo final para el P. Lagos, cada vez más limitado por su enfermedad. Luchó siempre por esta fundación benedictina con enorme ilusión, pero no pudo gozar de ella por completo. Con todo y aunque se encontraba demasiado limitado en abril de 1983, pudo asistir a las celebraciones inaugurales revestido de pontifical, como si la ayuda de Dios le otorgara una mejoría repentina. Su última carta a Madre Amparo (7.I.1983), cuando la expedición de Oviedo estaba, por fin, a punto de recalar en Mendoza-Rengo, resulta conmovedora todavía hoy: “Es maravilloso poder constatar cómo el Señor que es siempre el primer interesado en que la fundación resulte, ha ido allanando a todos los obstáculos y ha querido que el camino se vaya preparando... Yo he pedido al Señor que si Él así lo quiere, me permita participar en la instalación de las monjas benedictinas de San Pelayo en Rengo... El monasterio de Benedictinas de Rengo será uno de los mejores, por su belleza, gusto y ubicación...”64. esta carpeta pueden encontrarse varias de las cartas que Isabel Arias, en funciones de priora ya, intercambiaba con las relaciones del P. Gabriel. En ellas se registran infinidad de detalles y precisiones, encaminadas todas ellas a la dotación de las casas de Mendoza. Las dos personas, P. Gabriel e I. Arias, parecen complementarse perfectamente. 62 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Informe del P. Gabriel (17.I.1983). El director de la Biblioteca Nacional lo tasó en $60.000, equivalentes a 100.000 pesetas. 63 Informe del P. Gabriel (8.XI.1982), con promemoria de octubre del mismo año. Enrique Campos Menéndez, director de la Biblioteca Nacional y de Bibliotecas, Archivos y Museos, le contesta con fecha de 15 de octubre del 1981, mostrándose favorable al proyecto: “La Biblioteca Nacional estaría interesada en encomendarles algunos trabajos de encuadernaciones finas y reposteros”: A.M.A.R., Caja 4, carp. 3. 64 A.M.A.R., Caja 4, carp. 3: Carta del P. Lagos (7.I.1983). La carta contiene un párrafo muy expresivo y cariñoso, dirigido a la priora Isabel Arias: “Siempre recuerdo con mucha simpatía cómo durante los días de su visita, Madre Isabel era la encargada de frenar los ímpetus suyos (abadesa de San Pelayo) y míos por la posible fundación y cómo después ella pasó a ser la gran entusiasta, al punto de ser ella la cabeza del grupo fundador”.

II.– LA FUNDACIÓN DE LA ASUNCIÓN DE SANTA M ARÍA. RENGO

El P. Lagos no pudo escribirla de puño y letra. Sólo se limitó a firmarla con caligrafía temblorosa. Pero muchas de las personas que protagonizaron estos episodios creen que la mejor aportación del buen abad de Las Condes al éxito de la fundación de la Asunción de Rengo fue la ofrenda de su vida, crucificada por una larga y penosa enfermedad, que le privó paulatinamente de algo tan característico de su persona como la gran versatilidad física y espiritual. Sabemos que sus visitas esporádicas al nuevo monasterio, enfermo y muy limitado, le servirían de verdadero lenitivo.

La constitución formal y la toma de posesión de la nueva residencia monástica en Rengo Las siete monjas de San Pelayo salieron de su monasterio de Oviedo rumbo a Chile, acompañadas de la abadesa Amparo Moro, el día 4 de abril: lunes de Pascua. Era la nueva comunidad de la Asunción de Rengo. Su viaje, lleno de pequeñas anécdotas y, sobre todo, preñado de hondas emociones personales, quedó recogido en una hermosa relación, escrita por la hermana Mº Aurelia Álvarez, en funciones aquellos días de improvisada cronista, tres semanas más tarde, a finales de abril, para enviarla a su comunidad madre ovetense. Se conoce como Crónica de tres semanas. La emoción contenida en la experiencia de episodios novedosos, realidades y personas hasta entonces desconocidas y, sobre todo, la llegada a Mendoza, donde se levantaban los edificios que conformarían su futura casa monástica, para algunas seguramente definitiva, componen un bellísimo mosaico, cargado de fuerte sabor hagiográfico por las continuas referencias trascendentes, digno de los mejores de este género en la historiografía de la historia del Monacato. Nosotros nos limitaremos a recoger aquí lo más expresivo del mismo65. “Queridas hermanas de nuestros monasterios de España, familiares y amigos todos: Hace tres semanas dejábamos San Pelayo con 65 Crónica de tres semanas, A.M.A.R., Caja 4, carp. 2. Son siete folios mecanografiados por el r. y el v. La despedida de las hermanas que quedaban en Oviedo también había sido emocionante: “Con profunda emoción y sin palabras nos abrazamos (las dos partes de la Comunidad) y nos dijimos ¡¡hasta siempre¡¡. Muchas lágrimas, era inevitable. Las manos saludaban desde lejos cuando entraban en los coches y nuestra Madre (abadesa), que se iba, pero volvía a la comunidad, tenía el rostro cansado y no quería dejarnos tan tristes. Pero, a pesar de todo esto, tan humano, había algo mucho más grande. Cuando ya se habían ido nos fuimos hacia la Capilla del Santísimo y allí estuvimos todas juntas –ya éramos menos–. Orábamos entre lágrimas, silencio (sic) y un eco que nos sobrepasaba. Quizás un “¡Hágase¡” tímido y a media voz. Cantamos el Regina Coeli y el Suscipe me Domine”. No pudimos ver el original en la Crónica de San Pelayo. Dependemos de una copia de la Crónica del Monasterio de Rengo, I, f. 19v., que obra en su Archivo.

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