Madoff o la telaraña de Dios

28 mar. 2009 - karma de cada individuo. En la antigua lengua de los brahmanes, el sánscrito, la palabra “karma” definía la clase de sujeto que supo ser uno ...
581KB Größe 4 Downloads 39 vistas
NOTAS

Sábado 28 de marzo de 2009

I

23

EL MAYOR ESTAFADOR DEL MUNDO

Madoff o la telaraña de Dios insensibilidad con que agradeció ante el juez la oportunidad de enfrentar sus crímenes: la habilidad para manipular y engañar sin sentir remordimiento, un narcisismo que los hace creer con derecho a todo. Por último, la básica opción de la avaricia también ha ganado un lugar en la opinión pública: el hombre que de sus modestos orígenes en el barrio de Queens, donde pagaba 87 dólares de alquiler por su primer departamento de dos ambientes con su esposa Ruth, terminó por ser dueño de un penthouse en el privilegiado Upper East Side de Manhattan, de un yate que navegaba de un lado a otro en la Riviera francesa, de parte de dos jets privados y una mansión en Palm Beach, Miami, en cuyo Country Club (350.000 dólares de cuota de ingreso) reclutó a una buena porción de sus víctimas. Por un camino o por otro, se llega a la idea predominante de que Madoff se sentía

Desde ese momento Markopolos vivió para denunciar el fraude. En 2001 colaboró con el periodista económico Michael Ocrant (ahora coautor de su libro) en un informe para una publicación destinada a inversores, que no interesó a lector alguno. Cuatro años más tarde envió una denuncia de diecinueve páginas, con modelos matemáticos que probaban la estafa, a la Securities and Exchange Commission (SEC), la agencia que regula el mercado de valores. Madoff había cultivado tan buenas relaciones con sus funcionarios que hasta su sobrina Shana, pieza fundamental de la trama, terminó casándose con uno. La denuncia de Markopolos fue arrojada a la basura al año siguiente, cuando una investigación recomendó que Bernard Madoff Investment Securities hiciera algunos cambios cosméticos. Si no fuera porque otros efectos de la falta de regulación alumbraron la gran crisis financiera, quizá Markopolos habría seguido luchando en vano contra el

Llegó a crear en sus clientes un espejismo de riqueza babilónica y una mañana los despertó en el infierno

En 2005, Harry Markopolos envió una denuncia a la agencia reguladora del mercado de valores, que fue ignorada

Dios. El terror que sus manías obsesivas causaban a sus empleados es materia de leyenda, como su ascenso desde una juventud de estudiante de Derecho e instalador de sistemas de riego para jardines a la plateada madurez de asesor financiero codiciado entre los ricos. Se jactaba de no buscar clientes, sino de rechazarlos, imponiéndoles un monto mínimo de inversión y negándose a explicar cómo hacía para que, aun en un mercado volátil, sus rendimientos se ubicaran entre el 8 y el 12 por ciento anual. Madoff creía que, como un dios, controlaba los destinos de sus cinco mil clientes. Y eso era lo que hacía. Les creó un espejismo de riqueza babilónica y una mañana los despertó en el infierno. Su caída ha causado hasta el momento dos suicidios sobresalientes: el del aristócrata René Thierry Magon de la Villehuchet, que había invertido con él 1500 millones propios y de sus amigos, y el del plebeyo jubilado William Foxton, que dejó al cuidado de Madoff los ahorros de sus magros salarios, con cuyos intereses mensuales contaba para vivir. Muchas organizaciones filantrópicas han debido cerrar sus puertas y hasta la Fundación para la Humanidad de Elie Wiesel, cuyos 15 millones administraba Bernard Madoff Investment Securities, se salvó por una ola de solidaridad que repuso el vacío. “No creo que otro enemigo haya producido tanto daño en la colectividad judía de los Estados Unidos como este canalla entre canallas”, dijo Wiesel, en alusión a que buena parte de la clientela de Madoff estaba relacionada con las fundaciones benéficas judías –gente como Carl Shapiro o Steven Spielberg–, y con los ricos de la colectividad de Nueva York y Miami. Al gran historiador Simon Schama le incomoda que se identifique a Madoff como judío, cuando nadie caracteriza como

viento mientras Madoff ordenaba nuevos trajes a Kilgour, la exclusiva sastrería de Savile Row, en Londres, y dejaba doscientos dólares en la barbería Everglades de Palm Beach por un corte de pelo, una afeitada y el arreglo de las uñas de pies y manos. Pero hizo el pánico que algunos clientes quisieran retirar 7000 millones de dólares y la pirámide se vino abajo en un suspiro. Presumiblemente para proteger a su familia –sus hijos, Mark y Andrew, que lo entregaron; su mujer, Ruth, ante todo; su hermano, Peter– Madoff se declaró culpable de once cargos que se pagan con 150 años de cárcel. Le costará acostumbrarse a no fumar un Davidoff cuando se le antoje. Aun después de que la justicia había congelado sus bienes, firmó cheques millonarios y distribuyó entre sus amigos los carísimos relojes que coleccionaba. Tres meses después de que hayan empezado a revelarse los detalles de la estafa, la personalidad de Madoff sigue siendo insondable. ¿Cómo explicarlo sólo por una falta de escrúpulos sin límites, que ha destruido a su paso huérfanos, viudas, fondos de caridad, universidades, sueños de recién casados, vidas a medio camino? Lo que ha hecho Madoff podría compararse con un ciclón o con la explosión de mil volcanes, si él no lo hubiera encarado con humor. En la fiesta de fin de año de su empresa, les deseó a sus empleados felicidad y prosperidad cuando ya sabía que iba a entregarse y que les había vaciado los ahorros. En esa carcajada trágica de Madoff sólo se puede leer lo que dice el rabino Gaffner: un desafío a Dios. Creyéndose insuperable e intocable, tejió una telaraña con la que pudo arrinconar a la humanidad en el infierno y salir de allí sin quemarse.

Continuación de la Pág. 1, Col. 2

ARCHIVO

El 10 de marzo, Madoff sale de los tribunales, en Nueva York, con la certeza de que para él todo ha terminado católico a Carlo Ponzi, el estafador italiano de comienzos del siglo XX, cuya famosa pirámide para multiplicar dinero vacío fue el artificio que inspiró a Madoff. Todas sus víctimas pertenecían a la colonia italiana más devota de Boston. Les infundió una confianza ciega en 1920 y pocos meses después las dejó en la miseria. El ardid de Ponzi era tan simple como el propio Ponzi, un inmigrante que lavaba platos en Canadá, donde cayó preso por falsificar la firma en un cheque, y luego le escribió a su mamma que se quedaría algún tiempo en Quebec porque había conseguido empleo como asistente del director de una cárcel. En su delirante imaginación, Ponzi creyó que podía dar el gran salto de pobre a millonario gracias a una idea que lo reveló como un genio ante sí mismo: acumular sellos postales internacionales que costaban nada en las monedas europeas devaluadas tras la Gran Guerra y venderlos luego en la próspera América. Sus fotografías en la prensa reflejaban una convincente respetabilidad: traje con chaleco, sombrero de fieltro y bastón de puño dorado. Cuando el volumen de dólares que le confiaron superó abrumadoramente el valor de los sellos postales circulantes, se supo

RIGUROSAMENTE INCIERTO

E

PARA LA NACION

STUDIOSA profunda del horóscopo chino e íntimamente familiarizada con el simpático bicherío que puebla esa rama de la astrología, Ludovica Peribáñez sabe perfectamente de qué está hablando: “Como buena serpiente de agua, la Presidenta ya ha revelado portentosa destreza para nadar contra la corriente, aun cuando a menudo se extravíe en profundidades cenagosas, poco propicias. Con todo, hasta Elisa Carrió, mono de fuego, ha terminado reconociendo que las presas predilectas de Cristina transitan la pampa húmeda y se alimentan de soja, y que más vale guardar distancia de su temible colmillo, que le permite inocular a su víctima, acaso un kirchnerista descarriado, una sustancia que provoca terrible escozor, algo así como una dermatitis ideológica y quizá la traumática sensación de no integrar ya el abrigado cardumen oficialista”. Tras largo trajinar en los andurriales del esoterismo, Ludovica Peribáñez se revela convencida de que las serpientes de agua son astutas y sagaces, lucen viva inteligencia y, apenas se lo proponen, irradian un magnetismo popular que hasta podría confundirse con plausible capacidad de seducción. “En todo caso –advierte–, se trata de virtudes que sólo esporádicamente identifican a las cabras de madera, como Julio Cleto Cobos; a los tigres de metal, como Néstor Kirchner, o a los chanchos de

tierra, como Mauricio Macri.” Lo que tiene de bueno el horóscopo chino –concebido por Xu Ziping, un remoto mandarín de la dinastía Song (que reinó entre los siglos X y XIII y fue desalojada por los mongoles, tipos bastante ariscos)– es que permite revisar a fondo el karma de cada individuo. En la antigua lengua de los brahmanes, el sánscrito, la palabra “karma” definía la clase de sujeto que supo ser uno hasta exhalar el suspiro final. Para el budismo, tal balance permite determinar qué suerte habrá de tocarle al finadito en la inmediata reencarnación. “Los políticos vernáculos, siempre tan casquivanos, siempre tan azarosos, deberían tener en cuenta los principios fundamentales que rigen la astrología china –previene la experta, algo ansiosa porque en estos días saldrá a la venta la vigésima edición de su libro más exitoso, El I Ching como estornudo–. Sin duda, el felino karma de Kirchner anticipa que deberá asumir un papel que quizá contraríe su naturaleza impulsiva, su vocacional inclinación al estrepitoso protagonismo… Convendría ponerlo sobre aviso: corre riesgo de mudar a la condición de tigre de papel maché.” ¿Y qué decir de Cobos? “Como toda buena cabra –vaticina Ludovica–, ha de tirar para el monte. Grave peligro: de ciertas espesuras políticas no hay karma que salga indemne.” © LA NACION

que Ponzi había comenzado a pagarles a los viejos inversores con el dinero de los nuevos. El esquema de la pirámide acababa de nacer. A diferencia de Ponzi, quien creyó hasta la muerte que su idea era la madre de un negocio casi perfecto, que había fracasado sólo por la falla de un engranaje menor, Madoff supo siempre que su fondo de inversión era un colosal engaño, pero estaba convencido de que, cuanto más redoblara la apuesta, más seguros se iban a sentir los inversores. Estaba creando, como alguna vez les dijo a sus contertulios de Miami, “una telaraña mejor que la de Dios”. Cuando Ronald Reagan llegó a la presidencia, en 1981, Madoff llevaba veinte años construyéndose una reputación en Wall Street y adulando en Washington a las autoridades reguladoras del mundo fi-

© LA NACION

Sólo faltaba el asteroide Apophis

Augurios chinescos NORBERTO FIRPO

Aun después de que la Justicia le congeló los bienes, él firmó cheques millonarios y regaló relojes carísimos a sus amigos

nanciero. Echó entonces por la borda una carrera que los banqueros respetaban y comenzó su plan de defraudación. Dejó de comprar y vender valores para ganar la diferencia y, bajo la inspiración de Ponzi, cumplió sus promesas de alto interés anual pagando a los viejos inversores con fondos de inversores frescos. Su estatura se agigantó en una década y la bolsa electrónica, Nasdaq, lo recibió con orgullo como director. Hasta entonces, Madoff era el único que se dormía sabiendo que en cualquier momento la pirámide iba a derrumbarse. Sólo ignoraba si estaría vivo cuando sucediera. Eso cambió en algún momento del año 2000. El autor del inminente primer libro sobre Madoff, Harry Markopolos, trabajaba entonces como broker y sus jefes le recomendaron imitar al genio que se llevaba los mejores clientes. Markopolos estudió la contabilidad pública de aquel triunfador y descubrió dos cosas: que en el índice internacional de Standard & Poor’s no estaba disponible la cantidad de valores que Madoff decía comerciar (así como no había tantos sellos postales en los años de Ponzi) y que incluso dando por buena esa fantasía jamás se podía llegar al porcentaje de rendimiento que declaraba Madoff.

EITEL H. LAURIA

L

A Tierra y su satélite, la Luna, ofrecen aspectos muy diferentes. La Luna presenta una superficie salpicada por innumerables cráteres, producidos por impactos de meteoritos y asteroides, que no han sido erosionados o barridos por la acción del mar o la atmósfera, ambos inexistentes. La Tierra ha sufrido y sufre seguramente aluviones de análogas características, aunque la existencia de mares y océanos, que no dejan registros de los impactos, y de la atmósfera, que elimina una gran cantidad de pequeños meteoritos quemados por la fricción, explica la aparente mucho menor cantidad de cráteres. Estas circunstancias han generado en el hombre una falsa sensación de seguridad y de aislamiento respecto de los avatares del cosmos. Sin embargo, desde hace aproximadamente medio siglo, esta situación está cambiando. Los grandes avances producidos en el conocimiento de los fenómenos astronómicos y geológicos han puesto en evidencia que la humanidad está expuesta a sufrir impactos, numerosos de ellos sin mayor trascendencia, aunque otros, medianos y grandes, pueden producir catástrofes locales muy preocupantes o, eventualmente, calamidades mundiales. Dicho panorama ha despertado el interés de diversos centros científicos en EE.UU., Europa y Japón, y desde hace alrededor de veinte años se ha iniciado, particularmente en EE.UU., una exploración sistemática del espacio para ubicar y conocer características y trayectorias de los NEO –objetos cercanos a la Tierra–. Se han ubicado ya 4700 objetos que podrían impactar en el planeta, 700 de los cuales podrían provocar grandes o inmensas destrucciones. Por otra parte, el estudio de los cráteres descubiertos en la Tierra ha permitido deducir las características e importancia de los meteoritos que los produjeron. Con referencia al siglo XX, pueden citarse diversos casos. Por ejemplo, en el extremo

PARA LA NACION

inferior de la escala de destrucción puede mencionarse el meteorito que el 9 de octubre de 1992, destruyó un automóvil en Peekskill, Nueva York. Pero el evento conocido más importante del siglo fue la explosión ocurrida sobre el río Tunguska, Siberia, el 30 de junio de 1908. Un meteorito o cometa de varias decenas de metros estalló en el aire a una altura estimada entre cinco y diez kilómetros. Su potencia, considerada equivalente a la de diez o quince megatones de TNT (un megatón es un millón de toneladas), produjo la destrucción de toda la vida animal y vegetal en una extensión de

Apophis, grande como un estadio, podría chocar con la Tierra en 2029 a una velocidad de 45.000 km/h unos 2100 km2. El estallido fue tan potente que produjo fluctuaciones atmosféricas percibidas en Gran Bretaña. Además, la luz reflejada por el polvo suspendido en la atmósfera permitió que la población de Europa pudiera leer de noche. Tunguska era una zona desierta, pero si un asteroide similar impactara, por ejemplo, en Nueva York, destruiría la ciudad y sus alrededores, y sus habitantes perecerían. Se estima, asimismo, que un evento análogo al de Tunguska es probable que ocurra en promedio una vez cada 300 años. En cuanto al futuro, y como resultado de las investigaciones que se realizan, se ha detectado un caso que puede derivar en una grave amenaza. Se trata del asteroide Apophis, que viaja a una velocidad de 45.000 km/h y con un tamaño comparable al del estadio Monumental. Mediante el estudio de su órbita, se sabe que su pasaje, en abril de 2029, a una distancia

de la Tierra inferior a la de muchos de los satélites artificiales, lo hará visible a simple vista. Depende de la distancia de su pasaje próximo a la Tierra que pueda producirse un choque con el planeta en el año 2036. En esa eventualidad la energía liberada sería del orden de 100.000 veces la energía de la bomba nuclear de Hiroshima. Semejantes cifras han provocado temor y preocupación y se han comenzado a estudiar las posibles medidas a instrumentar para lograr el cambio de trayectoria de Apophis Para ello, debe rastreárselo mediante poderosos radares, el más importante de los cuales es el radar de Arecibo, en Puerto Rico, con una abertura de 309 metros. Se ha planificado, asimismo, la “misión foresight” mediante el lanzamiento, entre los años 2012 y 2014, de un simple vehículo orbitador para rastrear y estudiar el asteroide. Todos los elementos de juicio que se reúnan permitirán decidir, en caso de inevitabilidad del choque, sobre el posible lanzamiento de misiles balísticos con capacidad para impactar el asteroide y desviarlo de su trayectoria. Los antecedentes pasados y las posibilidades futuras de eventos catastróficos plantean al hombre la necesidad de rehacer su escala de prioridades en materia de los problemas que aquejarán a la población del planeta. Ha comenzado a tomarse conciencia de algunos graves problemas en ciernes, tales como la degradación ambiental, el cambio climático y la existencia de escasas reservas de agua potable. Pero muy poco se habla de los probables impactos de cuerpos extraterrestres. Es imprescindible tenerlos en cuenta y no desgastar esfuerzos y energías con situaciones de conflicto surgidas por torpeza, inconciencia e ignorancia. © LA NACION El autor es miembro titular de la Academia Nacional de Ingeniería