luis Miguel gonzÁlez cruz

pasos como si fuera el lenguaje congénito de los pies. Quizás la vida no sea otra cosa que ensayar y repetir, una y otra vez, esos pasos. Pero se acabaron ya todas las bromas. No perdamos el tiempo. ¿Qué quieren ustedes averiguar? ¿Si tiemblo en sus bra- zos, si suspiro por su pelo, si añoro el olor de su piel? Y no hay.
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Edición no venal de la Fundación SGAE para la promoción y difusión de textos teatrales objeto de estreno.

luis Miguel gonzÁlez cruz MILAgro

Sin la autorización por escrito de la editorial, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra ni tampoco su tratamiento o transmisión por ningún medio o sistema. De igual manera, todos los derechos que de ella dimanen, cualquiera que sea la naturaleza de estos, así como las traducciones que puedan hacerse, incluyéndose igualmente las representaciones profesionales y de aficionados, las películas de corto y largo metraje, recitación, lectura pública y retransmisión por radio o televisión, quedan estrictamente reservados. Se pone un especial énfasis en el tema de las lecturas públicas, cuyo permiso deberá asegurarse por escrito. Las solicitudes para la representación de esta obra, de cualquier clase y en cualquier lugar del mundo, habrán de dirigirse a Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI, número 4, 28004 Madrid, España.

MILagro Primera edición, 2014

© De Milagro: Luis Miguel González Cruz © Del prólogo: Emmanuelle Garnier © Para esta edición promocional: Fundación SGAE, 2014 Coordinación editorial: Pilar López. Diseño de cubierta: El Taller de GC. Maquetación: Navagraf, S. A. Corrección: Olga López Ibáñez. Imprime: Estugraf Impresores, S. L.

Edita: Fundación SGAE Bárbara de Braganza, 7, 28004 Madrid / [email protected] www.fundacionsgae.org EDICIÓN PROMOCIONAL. PROHIBIDA SU VENTA D L: M-9482-2014

Muerte y resurrección de la dramaticidad Luis Miguel González Cruz es al teatro español lo que una navaja suiza es al espíritu creativo. Su recorrido artístico no empezó ayer: constituido por la escritura dramática, la dirección escénica, la dirección de actores, la producción televisiva (sobre todo dedicada a la actualidad teatral, con la emisión del programa cultural La Mandrágora, en TVE), la edición de textos dramáticos (colección Teatro del Astillero), la formación a través de talleres de escritura, la gestión cultural (con el festival madrileño Escenas de Noviembre), y más recientemente con el impulso de proyectos internacionales en Portugal y Bolivia. Cofundador del colectivo El Astillero, en 1992, transformado en Teatro del Astillero a principios del nuevo siglo, es autor de una treintena de obras, individuales o escritas a varias manos, todas ellas concebidas sobre la base de una reflexión teórica en cuanto a los fundamentos, el objeto y las técnicas experimentales de la escritura dramática. Desde Thebas Motel (1993) hasta Milagro (2013), pasando por las ineludibles Agonía (1995), La Negra (1999) o Underground (2004), ha recibido importantes premios y otros tipos de reconocimientos del medio artístico. Su universo dramático se ve recorrido por cuestionamientos existenciales que siempre surgen de un contexto inesperado, que juegan con el contraste y la oposición de contrarios. Lugares urbanos underground o extensiones desérticas, pueblos tradicionales o habitaciones de hotel, interiores privados o lugares públicos, los espacios dramáticos parecen invitar a una lectura social de los temas tratados: el éxodo rural, la droga, la educación, la familia… Pero muy pronto, bajo el velo translúcido de una escritura que sabe calcular sus efectos, apare-

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PRÓLOGO

ce la invitación a una reflexión ante todo ontológica. Cuestionamientos ligados a la identidad, la memoria, el psiquismo, o lo espiritual, aparecen subrepticiamente, dibujan sus contornos poco a poco a medida que las obras avanzan, y terminan por constituir el tesoro oculto de la obra de Luis M. González Cruz, verdadero “mapa del tesoro” de toda una vida de creador. En esos lugares contrastados, apoyándose en un lenguaje con frecuencia directo y económico, muchas veces jocoso e ingeniosamente irónico, las intrigas se despliegan de forma centrífuga, proponiendo al lector/espectador un sutil juego de construcciones de sentido. Debe decirse que el autor asigna a su público un lugar preciso en la arquitectura dramática de sus creaciones, construidas como puzles cuyas piezas nos entrega mesuradamente. En este rompecabezas, los personajes se encuentran con frecuencia en una posición dominante con relación a los lectores/espectadores, los cuales ven como les proporciona con cuentagotas los elementos de una obramáquina en la que, habitualmente, la justa oratoria prima sobre la acción y crea las condiciones de una dramaticidad perceptible en todas las obras del autor, a contracorriente de las escrituras actuales. Esa es su verdadera firma dramática. Milagro es la última obra fechada de este creador. Ha sido seleccionada por la Fundación SGAE en el marco de la convocatoria abierta para la edición de textos teatrales Teatro Autor Exprés, cuya intención es “colaborar con los autores en la promoción de sus trabajos recientemente estrenados”1. Es en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) donde se lleva a cabo la primera representación en el marco de un proyecto impulsado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo2. A partir del encuentro entre artistas del Teatro del Astillero y El Baúl Teatro, generado en espacios de formación como la Escuela Nacional de Teatro de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, surge la necesidad de convertir en realidad los conocimientos y las experiencias en un proyecto que acerque las maneras de ver y hacer teatro 1

http://www.fundacionsgae.org/story.php?id=977 [última consulta: 24/03/14]. AECID es una Entidad de Derecho Público adscrita al Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación a través de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica (SECIPI). http://www.aecid-cf.bo/aecid.html [última consulta: 24/03/14]. 2



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entre España y Bolivia, países con una extensa historia en común. La intención de este proyecto es generar acercamientos en diferentes niveles de lo que representa el hecho teatral mismo: partir de la dramaturgia de un país, para ser cruzada y ensayada en un work in progress por artistas e intérpretes de otras culturas, un mestizaje cultural que va más allá de las buenas intenciones, para proponer textos nuevos y estrenos absolutos3. Milagro responde, desde todos los puntos de vista, a la poética tan particular de Luis M. González Cruz. El tema aquí elegido es el de la experiencia de la muerte inminente (EMI) o near death experience (NDE), entendida como las visiones y sensaciones vividas por personas que han conocido la muerte clínica. El milagro al que alude el título de la obra es ese: el regreso a la vida del personaje de Enma, nuevo Lázaro en femenino, rodeada de dos hombres, Andrés y el Doctor, su marido y amante respectivamente, versión masculina de Marta y María en el texto de san Juan. El trío de personajes, que intenta reconstruir (de modo idéntico o de modo diferente) los sentimientos borrados en el espíritu de la joven, permite una exploración de cuestiones metafísicas que jalonan la obra: el estado de consciencia a pesar de la muerte, la visión obsesiva de la caída por un barranco, el sentido de lo vivido y olvidado, el amor sin anclaje en la memoria… En Milagro, no nos interesa investigar sobre si existen o no las resurrecciones, sino, al abrigo de un milagro, una resurrección, escudriñar esos rincones inhóspitos del alma que creemos que constituyen la identidad humana. El pensamiento, el amor, el deseo. ¿Qué ocurriría si alguien, después de resucitar, cambia por completo de ideas, de personalidad y de forma de ser? ¿Es otra persona?4 Entre materialismo y espiritualidad, entre escepticismo y evidencia, los personajes enfrentan sus discursos en un diálogo a la vez denso y enigmático que constituye por sí solo el motor de la intriga. Porque intriga hay, y acción unitaria, y relación de fuerzas, y sorpresa. Luis M. González Cruz cree en la dramaticidad reencontrada, incluso cuando la crítica actual la proclame muerta para siempre. 3 4

http://www.teatrodelastillero.es/pdf14/dosier_milagro.pdf [última consulta: 24/03/14]. http://www.teatrodelastillero.es/pdf14/dosier_milagro.pdf [última consulta: 24/03/14].

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PRÓLOGO

A la posmodernidad efectiva de un cierto teatro contemporáneo, el autor opone su fe en el logos dramático. Con esta obra realiza, una vez más, el milagro de un teatro resucitado y es capaz de ironizar a través de sus personajes: Doctor.— No tienes derecho a dar vida, no tienes derecho a hacer concebir esperanzas, no tienes derecho a hacer creer. Andrés.— Cada día que pasa te vuelves más posmoderno.

Con una copa en la mano, una botella de vino para cada circunstancia, los personajes pasan alternativamente de la mesa a la cama y de la cama a la chimenea, tres espacios domésticos recorridos de manera calculada por un dramaturgo que parece jugar una partida de ajedrez con sus lectores/espectadores. De casilla en casilla, y no sin un cierto sentido del humor y una ironía difusa que realzan el misterio de los diálogos y el placer del juego, mueve sus piezas según una psico-lógica implacable para explorar el funcionamiento del psiquismo humano, “enfocando esos lugares desde un punto de vista materialista e hiperrealista pues, aunque invisibles, esos lugares donde reside el amor y el alma, quizás con entidad tangible, quizás inventados, son materialistamente reales, pues inciden en la conducta y el pensamiento del ser humano”5. Por todas estas razones, su obra se inscribe en la intemporal “galaxia Gutenberg”; posiciona así el diálogo, y con él el texto, como elemento fundador de la representación.

Emmanuelle Garnier Universidad de Toulouse – Francia LLA-CRÉATIS

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http:// www.teatrodelastillero.es/pdf14/dosier_milagro.pdf [última consulta: 24/03/14].

Milagro Dramatis personae

Enma: mujer casi joven



Andrés: piloto, su esposo



Doctor: hombre casi anciano

En la mesa Una mujer casi joven, un doctor casi anciano. La sartén al fuego. Enma.— ¿Cómo te gusta la carne? Doctor.— Joven. Enma.— Me refería al solomillo. Doctor.— El solomillo también. Enma.— No por ser de ternera la carne es hoy más tierna. Doctor.— Los tiempos, ellos son los que cambian. Enma.— Los tiempos no cambian, avanzan. Doctor.— Los tiempos huyen. Inexorablemente. Enma.— La sartén es lo que, inexorablemente, se calienta; decídete rápido. Doctor.— La seducción contra el reloj no es más que atrevimiento. Enma.— Es solo cuestión de urgencia: ¿cómo quieres la carne? Doctor.— Poco hecha.

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Enma.— ¿Ves qué fácil es? Ahora sé útil y descorcha. Doctor.— La ceremonia de exhalación del último suspiro del vino. Enma.— Pero rapidito. Doctor.— Una vez quise apresurarme, pero un aviador apareció entre las nubes rompiendo las barreras del sonido. Enma.— Llevábamos dos años de novios. Doctor.— Nadie me dijo nada. Era amigo de los dos, alguno podría haber confiado en mí. Enma.— Confiamos los dos en ti, pero no como confidente. Doctor.— Ambos conocíais mis inclinaciones por ti. Tan solo esperaba a que tuvieras uso de razón. Enma.— Esperabas a que no fuera delito. Doctor.— Y aún sigo proclive, sobre todo ahora que no es delito. Enma.— ¿Ya tengo, según tú, uso de razón? Doctor.— Mi amor no obedece a razones, sino que canta a capella la canción triste de un simple casanova, pero me queda tan bien. Un amante luciría lindo en tu lecho esos días en que tu marido está flotando en el espacio. Enma.— Naciste para cantar solos. Doctor.— Se llaman arias. Enma.— Solo sirves para ser amante. Doctor.— Más en concreto para engañar maridos. ¿Dónde está el tuyo?



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Enma.— Estás empezando a hablar como un hombre. Doctor.— ¡Cuidado con lo que dices! Enma.— Vuelve mañana. Creo que está volando por África meridional. ¿O quizás era Asia? En todo caso, era meridional. Doctor.— Nos favorecen los husos horarios. Enma.— ¿Has servido ya el vino? Doctor.— Respira aún. Enma.— Por lo menos podemos brindar. Doctor.— ¿No prefieres en la cama? Enma.— Sería muy molesto. Doctor.— Pero es que este es un vino de cama. ¿Sabes cuántos tipos de vino hay? Enma.— Tintos, blancos, rosados, espumosos, generosos… Doctor.— La taxonomía de un vino no atiende a su color, composición, elaboración o crianza. ¡Vaya obviedad! El jaez de un caldo obedece únicamente al decorado donde ha de ser libado, pues el néctar solo se transubstancia en las tablas aptas. Enma.— Corta el rollo que se enfría la ensalada. Doctor.— Los vinos de mesa no son otros que aquellos, sensuales y vigorosos, que se presentan desnudos exhibiendo su sexo en la tabla. Aquellos que rezuman juventud inspirada, casan perfectamente con el calor de una chimenea, mientras que los que se presentan con un largo y herrado tacón afilado, quemado al fuego del oro viejo, emborrachan dulcemente el corazón en la cama. Por el

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contrario, ese otro vino digno de las verdes praderas del paraíso con tacto de terciopelo de whiskería o café con piernas es el más indicado para tomar en la bañera. Andrés.— Buenas noches. Veo que aún llego con tiempo. Un hortera rapado, o quizás engominado, con gafas oscuras: Andrés. Enma lo ve y se lanza hacia él, abrazándolo y quedándose colgada de su cuello. Enma.— Llegaste justo a tiempo. Doctor.— Como el séptimo de caballería. Enma.— No te olvidaste. Andrés.— ¿Te estaba molestando este carcamal? Doctor.— Carcamal nunca, jefe indio y admirador contemplativo de la belleza. Andrés.— Tu cortejo avinagra cualquier belleza. Enma.— Sabía que no podías faltar un día como hoy. Doctor.— En esta casa, no soy bien recibido. Andrés.— Tengo la misma queja, y eso que la casa es mía. Doctor.— Puedes tomarte mi porción, seguro que ya está quemada. Enma.— ¡La carne! Enma recuerda la sartén, se descuelga de su marido y corre a la cocina. Enma.— ¡Rescatada!

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Andrés.— Enma, te has puesto colorada. Doctor.— Será porque la has sorprendido in fraganti. Enma.— ¿Estoy colorada? Andrés.— Sí. Doctor.— Mucho. Enma.— Se me olvidó el fuego. Andrés.— Eres capaz de soportar los envites de este indigente y, sin embargo, te ruborizas por un descuido en la cocina. Doctor.— Cariño, no es lo que parece. Enma.— El olvido de la carne fue por amor. Doctor.— Tonterías. El rubor solo tiene relación con el sexo. Andrés.— El bochorno es cultural. Doctor.— ¿Quién ha dicho que el sexo no sea cultura? Se aprenden idiomas, física cuántica, trabajos manuales y matemáticas. Enma.— Brindemos. Doctor.— Por el rubor. Andrés.— Por nuestro aniversario. Enma.— Debías llegar mañana. Doctor.— En efecto. Enma vuelve a colgarse del cuello de su marido.

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Andrés.— Nos saltamos una escala en Oceanía. Meridional. Quería llegar a tiempo. Enma.— ¡Bebamos! Andrés.— Por nosotros. Enma.— Por nosotros. Doctor.— Por vosotros. ¡Qué remedio! Andrés.— Empiezas a hablar como un hombre. Doctor.— Ten mucho cuidado con lo que dices, muchacho. Enma.— Feliz cuatro de julio. Doctor.— ¡Feliz cuatro de julio! Andrés.— ¡Feliz cuatro de julio! Enma.— ¡Feliz aniversario, mi amor! Doctor.— ¡Feliz cumpleaños, Enma!

En la cama Andrés.— Es nuestro día, ¿no quieres celebrarlo? Enma.— Ya te estoy celebrando. Es nuestro día. Andrés.— ¿Disfrutas de la soledad? Enma.— Solo contigo puedo estar sola. Únicamente en soledad puedo ser libre. Andrés.— Te quiero en completa libertad. Enma.— ¿A quién amas? Andrés.— ¿A quién sino a ti? Enma.— ¿Quién, sino yo, puede responder al amor? Andrés.— T. Q. Enma.— ¿Qué significa eso? Andrés.— Ya sabes, en la aviación usamos muchas siglas para ahorrar tiempo… e ir al grano. Significa “Te quiero”. Enma.— T. Q. M.

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Andrés.— T. Q. M. +. Enma.— T. A. D. Andrés.— T. A. M. Enma.— T. A. E. Andrés.— ¿Exageradamente? Enma.— Exuberantemente. Andrés.— T. A. M. Enma.— Eso ya lo dijiste antes. Andrés.— Antes dije: Te amo mucho. Ahora digo: Te aprecio mucho. Enma.— Prefiero que me adores. Andrés.— T. Q. + Q. A. M. M. Enma.— Tradúceme. Andrés.— Te quiero más que a mí mismo. Enma.— T. A. M. Q. A. N. E. E. M. Andrés.— Ni tan siquiera un piloto puede con eso. Enma.— Te amo más que a nada en el mundo. Andrés.— T. A. M. Q. A. N. E. E. M. Enma.— Repítelo.

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Andrés.— T. A. M. Q. A. N. E. E. M. Enma.— Tamqaneem. (Leído de corrido) Andrés.— Tamqaneem. (Leído de corrido) Se besan. Andrés.— Esto merece que se abra una botella. Enma.— Cuando tú no estás conmigo, solo tengo ganas de doblarme y guardarme en un cajón. Hacen el amor.

En la mesa Enma.— He puesto el café al fuego. Andrés.— No deseo otra cosa sino que seas feliz. Enma.— Me gusta hacer el desayuno para ti. Andrés.— Me gustaría que fueras libre otra vez. Enma.— Eso no es más que una bobada. Yo ya aprendí. Ahora, por fin, sé que a las noches le siguen las mañanas y a las cenas los desayunos. Las historias de amor no acaban bajo el brillo de la luna o al centelleo de las velas, sino que continúan a plena luz del día y en el aroma del café. Las historias de amor no acaban con el beso final de las películas antes del fundido a negro. Las historias de amor no tienen fin, solo tienen arranque, se inventan cada día, se conciben a cada minuto, se fundan en cada beso. Las historias de amor se esconden en el fundido a negro. Andrés.— ¿Toda historia de amor cabe en un oscuro? Enma.— Me vas a necesitar para escribir nuestra historia, pues no hay historia mejor que la que escriben un hombre y una mujer. Andrés.— ¿Cómo era? ¿Tamqaneem?



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Enma.— ¿Hueles? Es el café que llega. ¿Recuerdas todo lo que me has amado? Andrés.— Lo recuerdo perfectamente, aunque ya no quepa mucho en esta cabezota. Enma.— Sentada en este lugar contemplo mi felicidad. No es una decisión mía, es una decisión de la silla. La libertad es algo que hay que someter. Quien vive la libertad en estado puro, está condenado a vivir solo de recuerdos. ¿Realmente piensas que se pueden guardar los recuerdos para toda la vida? Andrés.— Viajo con poco equipaje. Mucho de lo que hice en esta vida es idiota o es mentira, por eso me despojé de sus recuerdos. Enma.— Si embarcas con mi amor, ya no viajas tan ligero. Andrés.— Siempre hay algo del lado del amor que pesa. Enma.— ¿Lo hueles? Es el olor de la felicidad. Andrés.— Café. Enma.— El café de la mañana. Acompañado por el olor a pan tostado. No huele igual a otras horas, no es la misma felicidad. Andrés.— Solo es café. Y tostadas. Enma.— No. Es felicidad. Andrés.— ¿Y tú? ¿Recuerdas todo lo que me has amado? Enma.— En mi memoria, como si fuera al paso de un proyector, veo desfilar los momentos que vivo contigo como si del guion de un extraño se tratara.

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Enma se acerca a por el café, lo pone en una bandeja y se aproxima a la mesa. Enma huele el café sobre la bandeja y cierra los ojos. De repente los abre bruscamente y observa cómo la bandeja tiembla. El café cae y se derrama. Enma mira a Andrés avergonzada, pero cae desmayada. Andrés.— ¿Enma?

En la chimenea Andrés.— ¿Qué clase de médico eres? Doctor.— De los contemplativos, los que certifican curaciones y atestiguan muertes. Andrés.— Los médicos de tu clase sois completamente inútiles. Doctor.— No existe otra clase de médicos. Andrés.— Tiene que haber una solución. Doctor.— Es posible, pero los médicos no son los más indicados para conocerla. Andrés.— Es necesario que exista alguna solución. Doctor.— Lo necesario siempre es un milagro. Andrés.— No digas gilipolleces. Doctor.— Donde la ciencia no llega, la gilipollez es la reina. ¿Quién cree ya en milagros? Solo los idiotas. Andrés.— Me la llevaré. Me la llevaré de aquí. Estados Unidos.

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Doctor.— Conozco algunos médicos allí. También conozco a muchos idiotas. Algunos son médicos. Te ayudaré. Pero Houston no es Lourdes y tanto los médicos como los idiotas son de la misma clase que los de aquí. Andrés.— ¿Qué clase de idiota eres? Doctor.— Está muerta. Todo parece indicar que fue rápido. Andrés.— ¿La has mirado bien? Doctor.— La examiné lo suficiente. Era tan bella. Andrés.— Llevémosla al hospital. Doctor.— Está mejor en su cama. Andrés.— Al quirófano. Doctor.— Llora. Andrés.— Ella nos está escuchando, como quien oye la radio. Tenemos que hacer algo por ella. Doctor.— Te dejo mi pañuelo. Andrés.— El llanto es falso, la pena no es real, sino una institución social, pues llorar es imposible. La única posibilidad verosímil de conseguir unas lágrimas es sofocando el llanto. Por eso ya no usamos pañuelos en Occidente. Doctor.— Te sentirías mejor. Andrés.— No quiero sentirme mejor, quiero que Enma vuelva. Doctor.— No debieras haber perdido tanto el tiempo.



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Andrés.— El tiempo no es serio. Doctor.— Te vendría bien también tener fe. Andrés.— La vida se habita, se existe, pero no se cree en ella. Doctor.— Te vendría bien tener fe en el tiempo. El tiempo avanza, cambia y llega a su fin. Esto es solo el fin del mundo. Andrés.— No, mi querido amigo, después queda toda una vida. Doctor.— Gracias por lo de “querido amigo”. Te acompaño en el sentimiento, pero escúchame, pedazo de alcornoque. Ella está muerta y ningún médico podrá cambiarlo. Si quieres milagros debes tener fe, es lo que se les pide a los idiotas en estos casos. Sinceramente, los médicos somos más razonables. Andrés.— Comencé a amarla ayer, y ya no puedo parar. Cogí carrerilla. Doctor.— Déjala en la cama, querido amigo. Andrés.— No tenemos más vino de cama. Doctor.— Tenemos de mesa. Andrés.— Solo sería capaz de llorar si ella volviera. Doctor.— Menos mal que aún quedaba esta botella.

En la cama Andrés, con la botella en la mano, se acerca a la cama. Andrés.— Gritas en lo más profundo de un cañón. Yo conduzco fuera del asfalto. Tienes arena en la boca y sol en los ojos. Quisiera poner sordina a esos gritos y me recreo en la memoria con las escenas de amor de nuestro film, pero no puedo soportar que utilices un doble en las escenas arriesgadas. Anoche tomé impulso. Ahora, ahora, ahora, ahora, ahora. Él la golpea cruelmente. Ella despierta. Enma.— Cariño. ¿Quién eres? Andrés.— El conductor. Enma.— ¿Por qué has hecho eso? Andrés.— Te quiero. Enma.— ¿Quién dijiste que eras? Andrés.— Tu marido. Enma.— Era un profundo valle. El interior de un maletero en un cañón profundo de altos peñones. La luz apenas llegaba al interior del valle y yo gritaba.



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Andrés.— Ya pasó. Enma.— No. Va a pasar. Andrés.— Te necesito. Enma.— Yo estaba tranquila, pero algo me hizo gritar. Andrés.— No digas eso. Enma.— Digo la verdad. Andrés.— No digas la verdad. Te amo. Enma.— ¿Y yo? Andrés.— Estoy feliz de tenerte junto a mí. Enma.— Pero… ¿quién eres tú? Andrés.— Y pensar que hace solo veinticuatro horas que fue cuatro de julio.

En la chimenea Doctor.— ¿No tienes vino de chimenea? Andrés.— Te quiero sereno. Doctor.— ¿Cómo quieres que esté sereno? ¡Es un milagro! ¡Aunque sea de bañera! Andrés.— Eres un mal médico. Doctor.— Eso ya lo sé, pero no mato a los muertos, me conformo con los vivos. Los milagros son aún peor que los malos médicos: resucitan a los muertos para que nosotros, los médicos, volvamos a matarlos. Nos dan doble trabajo. Andrés.— No supiste ver que no estaba muerta. Doctor.— Se ve lo que se ve. Andrés.— Yo sí vi. Doctor.— Si viste es que eres idiota. Déjame reconocerla. Andrés.— ¿Los borrachos tenéis memoria? Doctor.— Inmensurable. Siempre se bebe para olvidar.

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Andrés.— Está en la cama. Doctor.— Cuando la vi muerta. Rompí a llorar. Andrés.— Ahora está viva. Romperás a reír. Doctor.— Saca un poco de ese vino si quieres que sonría. Andrés.— Me importa un bledo qué es lo que hagas. Doctor.— ¿De qué es el vino? Andrés.— Es de mesa. Doctor.— No importa, es solo para reír. Los milagros no son cosa seria. Andrés sirve al Doctor. Andrés.— Si hubieras intervenido antes, te hubieras evitado la broma. El Doctor bebe la copa de un solo trago. Doctor.— Si te hubieras estado quietecito, nos hubiéramos ahorrado el llanto. Andrés.— Tienes que verla. No está bien. Doctor.— No me extraña. No está muerta. Andrés.— No es ella. Ahora es otra. Doctor.— Hay mucho milagrero aficionado que no sabe usar las palancas de los prodigios. Andrés.— Entra a verla. Doctor.— Sírveme otra copa, necesito entrar con buena cara.

En la mesa Enma.— ¿Tú también eres mi marido? No recuerdo que me casara contigo. Contigo tampoco. Doctor.— Necesitas entrenar para recordar. Enma.— ¿Necesito casarme muchas veces para recordar que me casé una? Doctor.— Es necesario ensayar para tener recuerdos. Enma.— Estoy en baja forma. Doctor.— Acabas de sufrir un shock. Ya lo recordarás todo. Con el tiempo. Enma.— ¿Soy bígama? Doctor.— Ya lo recordarás todo. Enma.— ¿Se puede olvidar la felicidad? Doctor.— Es un problema de memoria, no de felicidad. Enma.— ¿Si uno olvida que ha sido feliz, es incapaz de serlo ya de por vida?



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Doctor.— Solo conozco las amputaciones físicas. Enma.— Tengo un recuerdo. Solo uno. El fondo del maletero de un coche en lo más recóndito de un estrecho valle. Todo estaba oscuro. Y yo gritaba. Doctor.— ¿Eso es un recuerdo o más bien un sueño? Enma.— ¿Qué diferencia hay? Doctor.— Lo sabrás la primera vez que duermas. La primera vez que sufras pesadillas. Lo sabrás la primera vez que tengas un deseo insoslayable. Enma.— Él dice que acabo de despertar. Andrés, se llama. Doctor.— Sí. Se llama así. Enma.— Entonces, si estuve durmiendo… ¿Por qué no recuerdo ningún sueño? Doctor.— No estuviste durmiendo, en realidad. Enma.— Lo sé, estuve muerta, pero no recuerdo ni lo del túnel, ni la famosa luz al fondo. Doctor.— Estás muy instruida en viajes al más allá. Enma.— Andrés me habló. Doctor.— La mayoría de los sueños se olvidan y al resto no se les hace caso. Enma.— ¿El destino de un sueño es… ser olvidado? Doctor.— Soñar no es inútil.

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Enma.— Sé que tengo buena memoria, pero la maleta está vacía. Doctor.— ¿Qué maleta? Enma.— La de los recuerdos. En algún momento se abrió y todo su contenido desapareció. Quizás fue en aquel valle profundo, en el maletero de aquel coche, quizás fue ahí donde se abrió la maleta, dice él. Doctor.— ¿Andrés? Enma.— Sí, se llama así. Es mi marido. Eso dice él. ¿Cómo es mi marido? Doctor.— Enma, voy a hacerte unas pruebas. Siéntate en la mesa y relájate. Enma.— ¿Por qué? Doctor.— Soy médico. Enma.— Si eres médico, ¿no eres, entonces, mi marido? Doctor.— De momento solo soy médico. Enma.— Perdona si hago preguntas. Estoy volviendo a llenar las maletas. Doctor.— No tienes por qué recuperar todas las cosas que perdiste. Puedes elegir qué quieres recuperar y qué no. Enma.— Lo quiero todo. Era mío. Doctor.— Seguro que en esa maleta hubo cosas que no merece la pena rescatar. Enma.— Si no las recupero, ¿cómo sabré si me hacen falta o no?



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Doctor.— Hay cosas que saltan a la vista. Enma.— Estamos hablando de memoria, no de visiones. Doctor.— Quizás las visiones son las únicas que pasan al salón de la memoria, mientras que lo cognitivo y lo sensorial son pasto del olvido. Enma.— Aún no he aprendido a olvidar. Doctor.— Hay cosas que responden a la lógica humana, y no a la de la memoria. Enma.— Si tú lo dices. Eres doctor. Doctor.— Soy doctor del cuerpo, pero no del alma. Y sé que hay una lógica de la memoria que no tiene nada que ver con la lógica del ser humano. Enma.— Yo, del alma, estoy sana. Doctor.— Y del cuerpo también. Enma.— Solo tengo que volver a llenar la maleta. Doctor.— Siempre serás Enma. Enma.— No quiero perderme nada que Enma pueda recordar. Doctor.— Lo que vas a vivir es el futuro. El pasado está en los libros de historia. Enma.— No quiero perderme nada de lo que fui. Doctor.— Lo importante es que no pierdas nada de lo que serás. Enma.— Es usted un doctor muy raro.

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Doctor.— Lo verdaderamente raro es el mundo. Enma.— ¿Qué día morí? Doctor.— El mismo que volviste a nacer. Enma.— ¿Era feliz? Doctor.— El año que viene, si quieres, podrás celebrar tu cumplemuertes. Enma.— ¿Qué día fue? Doctor.— Cuatro de julio.

En la cama Enma se incorpora en la cama. Cachonda. Enma.— Quizás la vida no es más que un jeroglífico de pasos de baile que, en un momento determinado, tras un período de aprendizaje más o menos largo, comparecen de manera natural y tus pies son capaces de descifrar el significado de músculos y ritmos como si fuera la frase más sencilla del mundo. Quizás la vida no requiere más instrucciones que una técnica para desplegar esos pasos como si fuera el lenguaje congénito de los pies. Quizás la vida no sea otra cosa que ensayar y repetir, una y otra vez, esos pasos. Pero se acabaron ya todas las bromas. No perdamos el tiempo. ¿Qué quieren ustedes averiguar? ¿Si tiemblo en sus brazos, si suspiro por su pelo, si añoro el olor de su piel? Y no hay más cera que la que arde. Esto es serio. No puedo sostener sus miradas interrogadoras sobre mí. Me da vergüenza, porque sé que ya no hay más cosas que mirar, sé que, al desaparecer el deseo, la mirada se vuelve estrábica y deambula bizca por las cosas sin centrar el foco del ansia. Sé que todo el pescado ya está vendido. Que este fue el último asunto que trataremos. Que el baile se ha acabado. Que se acabó lo que se daba. Ya solo queda en mi mente un espacio vacío que se desplaza con el tiempo, se extiende por todo mi cuerpo y me deja rendida en la cama. No hay vuelta de hoja, aunque aún escucho algunos acordes lejanos y mis pies mecen algunos pasos de ese baile. Pero ya no tiene sentido bailar aquí y, desde este frío alféizar de mármol,

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descubro que nunca tuvo sentido bailar, por muy bonita que fuera la coreografía, por muy complicados que fueran los pasos, por muy guapo que fuera el chico. Ahora sé que solo estuvimos distrayéndonos en un juego sin importancia, pero cuyas faltas o errores nos parecían un crimen. Estuvimos entreteniendo el tiempo creyendo que construíamos algo o que sufríamos gravemente. Pero ya no hay más asuntos que tratar, se acabaron las bromas y los juegos. No perdamos el tiempo. ¿Qué quieren saber, qué más quieren averiguar? Si hace frío, si se tiembla al guardar el equilibrio en la cornisa, cuál es el aroma del cabello de los ángeles… Solo es puro impulso movido por el deseo de la curiosidad, propio del juego de la vida, y aquí hay multitud de cosas. Multitud de pensamientos. Pero ya está todo tratado. Aquí nada se da ni se quita. Terminó la partida. Se acabó lo que se daba. Todo el pescado está vendido y no hay más cera que la que arde. Sobre el mármol no se puede bailar. ¿Existe un tipo de vino para tomar en el mármol? Penetro en coche en un valle estrecho y fresco. Estoy húmeda. ¿Cuándo fue por última vez cuatro de julio de dos mil doce?

En la chimenea Andrés.— ¿Cómo está? Doctor.— Viva. Andrés.— ¿Y de lo demás? Doctor.— Tomé sus huellas digitales. No hay duda. Es Enma. Andrés.— ¿Qué le pasa? Doctor.— Nada. ¿No tienes más vino? Andrés.— Está seria. Doctor.— Aún no tiene nada por lo que reír. Andrés.— Es como si fuera otra persona. No quiero que cambie. Doctor.— ¿Dónde está el vino? Andrés.— No hay alcohol en casa, creí que no era conveniente. Por su estado. Doctor.— ¿Qué tiene de malo el alcohol? El vino es néctar de dioses y fuente de sabiduría. ¿Quieres que viva en el infierno y la ignorancia? Sin dioses ni saber. Sin nada.

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Andrés.— El vino hace cambiar el carácter de las personas. Doctor.— Hice pruebas y está sana. Y viva. ¿Qué más puede pedir un ser humano? Bueno, sí. Una cosa más puede pedir. Vino. Puede pedir vino. Andrés.— ¿Qué podemos hacer? Doctor.— Ir a la tienda y comprar. Andrés.— Ella no se acuerda de quién es, no sabe cómo vivir, lo tiene que aprender todo. Doctor.— Pues que vaya otra vez al colegio. Suele ser una época feliz. Andrés.— Tenemos que recuperar a Enma. Doctor.— Tu insensatez la trajo de vuelta y ahí la tienes. Tal y como querías. ¿Qué más pides? Andrés.— Solucionar errores. Doctor.— Pitágoras decía que los crímenes no son más que errores de cálculo. Andrés.— Está bien. Dime qué hay que hacer. Doctor.— ¿Volverla a matar? Andrés.— Antes lo haría yo contigo. Doctor.— Te creo muy capaz. Andrés.— ¿Qué hago? Doctor.— Llenar las maletas.



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Andrés.— ¿Qué maletas? Doctor.— Las de su azotea. Hay que construir otra vez toda una vida, hay que empezar desde cero, hay que volver a pasar por esos momentos en que se tomaron las decisiones que cambiaron su vida, hay que volver a correr los riesgos que estuvieron a punto de llevar la historia por otras sendas. Hay que volver a generar experiencia. Ahora mismo su mente es una página en blanco. Como si hubiera perdido el equipaje en el aeropuerto de un país extraño. Andrés.— Podríamos cambiar la historia. Doctor.— No seas idiota, solo se puede cambiar el futuro. Incluso yo vuelvo a tener posibilidades. Esta Enma me gusta tanto como la otra. Andrés.— A ti te gustan todas. Doctor.— Ya sabes que soy contemplativo. Andrés.— Si tuviera que volver a repetir toda la historia, la historia de nuestro amor, lo haría tal y como fue. No conozco otra historia mejor vivida que la nuestra. Doctor.— Tú vivirás en pasado, mientras que para nosotros todo será presente. Andrés.— Yo cometí el error de cálculo. Doctor.— Cada día que pasa eres más idiota. Andrés.— Cada día que pasa nos alejamos del cuatro de julio. Doctor.— Compra vino. Tienes que celebrarlo. Vas a ser padre. Dos al precio de uno.

En la mesa Enma.— ¿Por qué me casé contigo? Andrés.— Porque me querías. Enma.— ¿Lo dije alguna vez? Andrés.— Muchas veces. Enma.— ¿Tenía necesidad de repetirlo? Andrés.— Creo que lo hacías por simple gusto. Enma.— Supongo que te gustaba que lo repitiera. Andrés.— Debes estar segura. Enma.— ¿Por qué me enamoré de ti? Andrés.— Fue en la universidad. Nos veíamos todos los días, a todas horas, el roce creó calor. El calor, fuego. Enma.— Y el fuego, cenizas. Andrés.— Siempre el calor. Enma.— Tendré que saltarme algunas etapas. No tengo tiempo para tomarme mi tiempo. Tengo que resumir.



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Andrés.— Iremos a la médula. Enma.— Debes hacer memoria, las mujeres hablamos mucho de esas cosas. Debió de haber un momento concreto en que recibí el flechazo. Repasa tu memoria. A nosotras nos gusta hablar de eso. Andrés.— No recuerdo ahora. Enma.— Pues inventa. Andrés.— No puedo hacer eso. Sería como traicionar tu memoria, la de Enma. Enma.— Si dices la verdad, no traicionas nada. Andrés.— No puedo tomar tu lugar. Enma.— Mi lugar es una buhardilla vacía. Andrés.— No podemos hacer las cosas a la ligera. Y menos ahora. Enma.— ¿Nunca hicimos nada a tontas y a locas? Andrés.— Visto todo desde el futuro, nada parece azaroso. Enma.— ¿Cuáles fueron esos momentos? ¿Por qué actuamos como tarambanas? ¿Quién de los dos fue el atolondrado o el imprudente? Necesito saberlo todo. Andrés.— Estábamos demasiado enredados el uno con el otro. Complicados en una maraña de sentimientos y pensamientos que provocaban, automáticamente, otra colección de emociones, ternuras y conmociones. Nos queríamos mucho. Más de lo que podíamos imaginar. Tu muerte fue un golpe a mi fragilidad, tu muerte fue una bomba a la sutileza de nuestro amor, pero quiero que sepas que si tuviera que volver a repetir toda la historia, si tuviera que volver a repetir lo que hice contigo y por ti, lo haría tal y

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como lo hice. Detalle por detalle, beso por beso, palabra por palabra, caricia por caricia. Ahora me doy cuenta de que te amé mucho, más de lo que puedo explicar. Enma.— ¿Crees que a mí me gustará repetir la historia? Andrés.— Todo depende de la memoria. Enma.— El primer beso. ¿Recuerdas cómo fue? Andrés.— Perfectamente. Enma.— Pues bésame como la besaste aquella vez. Andrés.— Estuvimos mucho tiempo cruzando miradas y risas. Reíamos sin sentido y nuestras miradas se buscaban. Un día tomé con mi mano su cintura y vi que ella no solo no me esquivaba, sino que sonreía. Estábamos rodeados de amigos y música muy alta. Acaricié con mis dedos la piel de su cintura entre los pliegues de la camisa mientras seguíamos hablando sobre nosequé. Ella no dejaba de sonreír mientras replicaba de manera ingeniosa. Aproveché entonces un momento de confusión entre el ruido y el calor para besarla. (Andrés besa a Enma. Largo.) Enma.— ¿Me gustó? Andrés.— Siempre dijiste que sí. Enma.— Supongo que ahora faltan el ruido y el calor. Andrés.— Aún no estás bien equipada. Enma.— Tengo buena memoria. Hoy hace doce días que fue cuatro de julio de dos mil doce.

En la mesa Doctor.— Señala el círculo blanco pequeño. Señala el cuadrado amarillo grande. Señala el cuadrado rojo grande. Señala el círculo verde pequeño. Señala el cuadrado azul pequeño. Si hay un círculo negro, coge el cuadrado rojo. Si no hay un cuadrado negro, coge el círculo verde pequeño. Si el cuadrado verde está al lado del círculo azul, toma el cuadrado blanco pequeño, y si no fuera así, toma el círculo amarillo grande. Toma el cuadrado verde grande y ponlo encima del círculo rojo pequeño… Toma el círculo rojo pequeño y ponlo al lado del cuadrado blanco grande… Ahora harás lo mismo que yo con la mano sobre la mesa. Palma, canto, puño.

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Palma, canto, puño. Palma, canto, puño. Ahora tú. Enma.— ¿Cuál es tu diagnóstico? Doctor.— Que lo haces bien y rápido. Enma.— Veo que la medicina ha avanzado una barbaridad. Doctor.— ¿De quién preferirías enamorarte, de alguien que te divierta o de alguien con más experiencia y sabiduría? Enma.— ¿Esto sigue siendo parte del reconocimiento? Doctor.— Podría ser. Enma.— De alguien como tú podría enamorarme, pero no de ti. Doctor.— Gracias por tu sinceridad. Enma.— ¿Lo estoy haciendo bien, doctor? Doctor.— La diferencia de edad es fatal para el amor. Enma.— No tengo edad para ir enamorándome de chicos y de adultos. Yo tengo marido. Doctor.— ¿Estás enamorada de él? Enma.— Habláis con mucha facilidad del amor, pero a mí me resulta imposible. No sé qué es. Explícamelo y así podré contestar. Doctor.— Quizás, si se explicara, parecería ridículo, quizás es ridículo de todas formas, pero toda la humanidad corre desesperada en busca del amor. Enma.— ¿Es por eso que no estoy aún viva, porque no corro? ¿Es por eso que estoy todo el día mirando la superficie de la mesa o

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los dibujos del suelo? El otro día estuve mirando cómo entraba una mosca en la cocina y revoloteaba por entre los muebles y los platos, las fuentes y los fogones. Registré su travesía, que duró cinco horas, con total tranquilidad. No me importaba nada lo que hiciera el pobre animal, ni tan siquiera quería matarlo como he visto que, instintivamente, todas las personas quieren hacer con las moscas, sino que me entretuve mirando qué hacía. Me entretuve mirando durante cinco horas hasta que murió. De repente, sin que nada hubiera apuntado hacia este desenlace, cayó sobre el fregadero y, aleteando, murió. Doctor.— Quizás se envenenara. Enma.— No, la vida de las moscas es muy corta. Muy corta para nuestra manera de medir el tiempo, pero lo suficientemente larga para una mosca. Quizás esas cinco horas, transcurridas en una cocina, fuera más de la mitad de la vida de la mosca. Doctor.— La vida siempre es corta. Enma.— A mí se me está haciendo demasiado larga. Por eso siento que aún no estoy viva, porque no corro en busca de nada. Doctor, ¿en qué cocina transcurrió la mitad de mi vida? Doctor.— Quizás la vida te abofetee sin que corras a buscarla. Enma.— Lo siento, doctor, me siento indispuesta. Debo ir a vomitar.

En la chimenea Andrés.— Hay muchos sitios donde estuve que hoy no recuerdo. Incluso hay momentos y días enteros que no significan nada para mí. El recuerdo no lo es todo, quizás no es nada, pero eso no quiere decir que esos sitios, esos momentos, no hayan existido. Lo único que ocurre es que ya no existen para mí. Los he olvidado. Doctor.— La memoria es una ficción que el hombre escribe para cegar esos pozos. Andrés.— La memoria no es otra cosa que la tumba de la experiencia. Doctor.— Solo se recuerdan los deseos no satisfechos o las euforias perdidas. Andrés.— Solo hay espacio en la memoria para el paraíso perdido. Doctor.— ¿Será porque nuestro cerebro es como el de una mosca? Andrés.— Hace unos días estuve ojeando fotos antiguas, pero mi imaginación era incapaz de volar a partir de aquellas imágenes; aquellas fotos eran incapaces de despertar las emociones que sentí en los momentos en que fueron tomadas. Sencillamente, no significaban ya nada para mí. Aquellos rostros ya no tienen significado, solo son signos hueros, huellas desvaídas de la memoria. De la foto tan solo persiste el grano.



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Doctor.— Debieras haber erigido un túmulo por cada uno de aquellos rostros en vez de hacer fotos. Andrés.— Viajamos en esta vida con un equipaje de mano donde caben pocos recuerdos. La mayor parte se pierden por el camino y solo atesoras en esa maleta pesimista aquello que temes que desaparezca. Doctor.— Ella nunca pensó tener un hijo. Andrés.— Lo deseó conmigo. Doctor.— Esa era otra Enma. Andrés.— Pero él es mi hijo. Doctor.— Quizás esta Enma no quiera el hijo de otra mujer. Andrés.— Ella es quien tiene que decidir. Doctor.— Quizás le cause una fuerte impresión. Andrés.— Es también su hijo. Doctor.— Quizás debería abortar. Andrés.— ¿Es una prescripción facultativa? Doctor.— Es una corriente de amor. Andrés.— Eso es una película. El amor no significa nada. Doctor.— El deseo no es significante. Andrés.— ¿Existe el amor en todas las culturas? ¿Acaso los chinos o los maoríes aman como amamos nosotros? ¿Es un invento humano ese del amor?

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Doctor.— Es un invento occidental y melancólico, donde todo lo que nos es querido, siempre queda atrás. Andrés.— Eso es una canción. Doctor.— El amor sirve para escribir canciones. Andrés.— Todavía me parece que las canciones están escritas para ella. Doctor.— Estamos como al principio, y esta vez seré yo el que se apresure. Andrés.— ¿Dónde queda la lealtad? Doctor.— En su lugar: el diccionario de palabras vacías. Andrés.— El contenedor de donde se sacan las letras de las canciones. Doctor.— Este vino es de chimenea. Este sí que lo hemos tomado en el lugar adecuado. Andrés.— Hace veinte días que fue cuatro de julio.

En la cama Enma.— Gritaba. Estaba en el maletero de un coche y gritaba. El coche penetró en un estrecho valle y, conforme nos adentrábamos, yo más gritaba. El auto se detuvo al final del cañón, pero yo seguía gritando. Gritaba lo más fuerte que podía, pero nadie me escuchaba. Yo tampoco escuchaba. Ni tan siquiera mis propios gritos, como si fuera la actriz de una película muda. Vociferé hasta que mi garganta sangró, pero aun así continué chillando sangre. En la oscuridad sentí cómo era golpeada fuertemente. Dentro del maletero. Me apalearon y, a base de patadas y puñetazos, me vi fuera de él. A golpes rodé por el valle y a golpes resbalé hacia arriba. Escalé a porrazos la montaña y mi cuerpo quedó tendido en la cima, al borde del cañón. Al abrir los ojos me encontré aquí. En esta cama. Es mi cama. Eso dice él. Doctor.— Andrés. Enma.— Andrés. Doctor.— ¿Por qué no se lo has contado? Enma.— No sabía si esto era bueno o malo. Ni si era bueno contárselo a él. Doctor.— Yo tampoco lo sé. Tampoco sé si es bueno o es malo. Enma.— ¿Es un sueño o un recuerdo?

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Doctor.— ¿Quién conducía aquel coche? Enma.— Yo no sé conducir. ¿Yo sabía conducir? Esas cosas nunca se olvidan. Doctor.— Esas cosas nunca se terminan de aprender. Enma.— Ya tengo algo dentro de la maleta: un maletero. Doctor.— Y un coche y un cañón estrecho y profundo. Enma.— Pero me siento vacía. Un contenedor de contenedores. ¿Crees que debería contárselo? Doctor.— Si tú quieres. Enma.— ¿Cómo sé si quiero? Doctor.— Te darás cuenta porque lo haces sin querer. Enma.— ¿Crees que podré amarlo? Doctor.— Ya lo hiciste una vez. No veo por qué no puedes hacerlo otra. Enma.— Tú también me amaste una vez. Puedes hacerlo otra.

En la mesa Doctor.— No tienes derecho contra el tiempo. Ni contra el mundo, ni contra Dios. Andrés.— ¿Quién es ese? ¿Un amigo tuyo? Doctor.— No tienes derecho a dar vida, no tienes derecho a hacer concebir esperanzas, no tienes derecho a hacer creer. Andrés.— Cada día que pasa te vuelves más posmoderno. Doctor.— No pudiste acallar tus remordimientos por no asumir que no amar hasta el fondo es, simplemente, perder el tiempo. Andrés.— Ni tan siquiera se acuerda de ti. Doctor.— Lo importante es que no se olvide de mí. Andrés.— La memoria nos fija en lo que odiamos y lo que amamos. Doctor.— La memoria es una imagen soñada de la realidad a punto de desaparecer. Andrés.— No puedo desterrar de la memoria a mi amada Enma. Doctor.— Nunca pensé que fueras tan pasivo.

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Andrés.— Decías que eras contemplativo, no un hombre de acción. Doctor.— A Enma hay que seducirla, inventar la manera de enamorar a Enma, caer en los brazos de Enma. Es tu mujer. Estás en la obligación, eres su marido. No debiste haberla traído de aquel valle, sacarla de aquel maletero, pero ese fue tu error de cálculo, así que apechuga con tus crímenes. Andrés.— Si lo hago, sería infiel a Enma. Doctor.— Si no lo haces tú, lo haré yo. Andrés.— El tiempo corre en nuestra contra. Hoy hace veintisiete días que fue cuatro de julio. Voy a decirle que está esperando un hijo. Doctor.— No tienes derecho.

En la bañera Enma en la bañera. Andrés sirve una copa de vino. Enma.— Es un placer sentir el calor del vapor, notar cómo las piernas se relajan. Andrés.— No olvidarás nunca lo que comporta un baño caliente. Ni lo que significa. Enma.— Noto lo que comporta, pero… ¿Qué significa un baño caliente? Andrés.— Tú misma crearás ese significado con las experiencias que se crucen con el signo. ¿Quieres una copa de vino? Enma.— ¿En la bañera? Andrés.— ¿Conoces la clasificación de los diferentes tipos de vinos? Enma.— Tintos, blancos, rosados, espumosos, generosos… Andrés.— El vino no responde a su color o composición, cada vino está pensado para ser tomado en un decorado único para que así el goce comparezca. Enma.— Tiene cierta lógica.

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Andrés.— Los vinos de mesa no son otros que los que, sensuales y vigorosos, se presentan desnudos exhibiendo su sexo. Por el contrario, los vinos de chimenea necesitan ser arropados por el calor del fuego, mientras que los que se presentan con un herrado tacón quemado al fuego del oro viejo, emborrachan el corazón en la cama. Por último, el vino de bañera, digno de criarse en los Campos Elíseos, acaricia el paladar con un tacto de terciopelo de café con piernas. Enma.— Todo eso te lo has inventado tú. Andrés.— Investigando y cruzando experiencias. Enma.— Tacto de terciopelo de whiskería y café con piernas. Enma prueba el vino. Andrés.— ¿A qué te sabe? Enma.— A vino. Andrés.— ¿A qué te huele? Enma.— A vino. Andrés.— ¿A qué te recuerda? Enma.— A vino. Andrés.— ¿Qué dirías de su sabor? Enma.— Que está muy rico. Andrés.— ¿Lo asocias a algún otro sabor? ¿Te sabe a fresa? Enma.— No sé cómo sabe la fresa.

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Andrés.— Imagínalo. Enma.— ¿Cómo se puede imaginar un sabor? Andrés.— Usa la fantasía. Enma.— La fresa, para mí, solo es un significante. Andrés.— Es un vino de bañera. V. D. B. Enma.— ¿Qué dices? Andrés.— V. D. B. Utilizo las iniciales de las palabras. V de vino, D de de y B de bañera: V. D. B. Enma.— V. D. B. Andrés.— Vino de bañera. Enma.— V. D. B., V. D. B. Es muy útil. Andrés.— Una buena manera de comprimir significantes. Enma derrama el líquido de la copa en la bañera. Enma.— ¿Qué es lo que me ocurre? Andrés.— E. E. Enma.— Tengo ganas de vomitar. Andrés.— E. E. Enma.— ¿Qué significa eso? Andrés.— Estás esperando un hijo. Justo antes de morir, quedaste embarazada.

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Enma.— ¿E. E.? Andrés.— Estás embarazada. Hoy hace veintiocho días que fue cuatro de julio de dos mil doce.

En la cama Doctor.— Volumen: 100 m. Reacción ácida. Color: Amarilla. Densidad: 1015. Olor: Sui géneris. Albúmina: No contiene. Espuma: Fugaz. Hemoglobina: No contiene. Aspecto: Ligeramente turbia. Glucosa: No contiene. Depósito: Normal. Cuerpos cetónicos: No contiene. Ácido diacético: No contiene. Urobilinógeno: Normal. Pigmentos biliares: No contiene. Sales biliares: No contiene. ¿Un perfume? Muy obvio. ¿Flores? Demasiado directo. ¿Comida? Poco elegante. ¿Ropa? Quizás no le guste, quizás no le quede bien, quizás le horrorice el color. Un disco, un libro, un cuadro. Quizás esté bien. Estará bien si va acompañado de una flor. Se arrodilla y levanta su mano como si portara un imaginario ramo de flores. Querida Enma… Hoy hace exactamente treinta días que fue cuatro de julio de dos mil doce. ¿No recuerdas que un día, exactamente un día como hoy, me dijiste que me querías? ¿Recuerdas cuánto me amaste? ¿Recuerdas que dijiste que esperara? ¿Recuerdas que dijiste que quizás un día, un día exactamente como el de hoy… treinta días después de un cuatro de julio, quizás, un día como hoy, me amarías? Haz memoria, tienes que recordarlo. El Doctor se pone en pie.

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Células epiteliales: Escasa. Leucocitos: 2-3 por campo. Flora bacteriana: Escasa. Cristales de oxalato de calcio: Cantidad regular. Biometría hemática. Glóbulos rojos: 5.600.000 por mm³. Hemoglobina: 16,20 por ciento. Hematocrito: 49 por ciento. Glóbulos blancos. 6.000 por mm³. Fórmula leucocitaria. Mielocitos: Cero. Metamielocitos: Cero. N. cayados: Cero. ¿No lo recuerdas?

En la chimenea Enma.— ¿Qué quiere decir todo esto? Doctor.— Poca cosa. Es una inspección general, como cuando un depredador da vueltas alrededor de la víctima buscando dónde hincar el diente. Enma.— ¿Soy una víctima? Doctor.— Los médicos de mi clase nos ahorramos mucho trabajo pensando que todo el mundo puede ser una víctima. Enma.— No tenéis un pelo de tontos, los médicos de vuestra clase. ¿Y bien? Doctor.— He descubierto que has nacido para amar. Enma.— Tus análisis no dicen mucho sobre el amor. Doctor.— Todo es una cuestión de potasio. Enma.— ¿A qué sabe el potasio? Doctor.— A potasio. Enma.— ¿Qué recuerdo me falta tuyo?

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Doctor.— Nuestro primer beso. Enma.— ¿Cómo fue? Doctor.— Así. Se besan. Enma.— No lo recordaba. Doctor.— Lo sé. Enma.— No lo recordaba así. Doctor.— Para eso estoy yo, para traerte recuerdos. El Doctor pone música y entrega unas flores a Enma. Doctor.— ¿Recuerdas? Enma.— No. Doctor.— Tienes que recordar algún fragmento. Enma.— No. Doctor.— ¿Tampoco el olor de la rosa? Enma.— No es una música bonita de recordar. Doctor.— ¿Y el baile? Bailan. Enma.— Es una música realmente fea.



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Doctor.— Tú ganas. Veo que de memoria no estás mal. No recuerdas lo que pasó, pero tampoco recuerdas lo que no pasó. Enma.— Tengo la cabeza hueca, pero mis gustos musicales son exquisitos. Doctor.— Pues a mí me gusta. Enma.— ¿Cómo se puede enamorar con esta música? Doctor.— Créeme que es infalible. Siempre lo fue, excepto contigo. Enma.— ¿Te gusto yo o te gusta esa música? Doctor.— Amo las buenas maneras. Enma.— ¿Cada hombre es una técnica diferente para seducir? Doctor.— Un hombre no es más que sus herramientas. Enma.— Solo entiendo el amor si es para siempre. Doctor.— Solo así se entiende. Enma.— Pero ¿cómo sabré cuál es mi amor para siempre? Doctor.— Soñarás con él. Enma.— Estoy embarazada. ¿Qué dicen tus análisis si tengo al niño? Doctor.— No dicen nada. Enma.— ¿Qué nombre le pondré si es niño? ¿Y si es niña? Creo que voy a tener ese niño. Pero no se lo digas a él. Aún no.

En la cama El Doctor con un ramo de flores en la mano. Andrés.— Hemos cambiado de médico. Doctor.— Siempre es bueno tener diferentes opiniones profesionales. Yo vine a una cita. Andrés.— Está en la bañera. Doctor.— Esperaré en la chimenea. Andrés.— ¿Se puede saber qué estás haciendo? Doctor.— Tú tienes la culpa. La trajiste al mundo. La sacaste del pozo del valle, del fondo del maletero, y la trajiste para mí. Andrés.— Pero si es mi mujer. La madre de mi hijo. Doctor.— No me importaría adoptarlo, ni darle mis apellidos. ¿Por qué no abres una botella? Andrés.— Al enemigo ni agua. Doctor.— Ya hablas como un hombre. Harías bien en salir a dar una vuelta.



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Andrés.— Estoy en mi casa. Y aún me queda mucho amor por dar. Mucha ternura que darle. Solo a ella. Doctor.— En el amor no conviene ser austero. Andrés.— Es muy caro amar. Doctor.— Nada es gratis. Y todo cuesta. Andrés.— Empeñé mi alma en la otra Enma. Doctor.— Solo hay una Enma, y está en la bañera. Andrés.— Pero no me quiere. Tampoco te quiere a ti. Doctor.— Ya aprenderá. Andrés.— ¿A quién aprenderá a amar? ¿A ti? ¿A mí? ¿A cualquier otro? Doctor.— A quien la conquiste. Hay que darse prisa. Andrés.— Será mejor que esperes en la chimenea. Doctor.— Reconozco que uno no sepa medir las consecuencias de sus actos, incluso asumo la estulticia de la mayor parte de los seres humanos, pero uno siempre es responsable de lo que hace. Un hombre responde con sus actos, garantiza que habrá siempre alguien, en pie, que responderá por los hechos. Solo hay que empeñar la palabra. Y aprovechar las oportunidades. Andrés.— ¿Es solo cuestión de palabras? Doctor.— ¿Ya perdiste todas tus dotes de seducción? Pensé que eras un donjuán volador. ¡Qué poca variedad de recursos! ¿Solo sabes enamorar con el uniforme?

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Andrés.— ¿Cómo voy a poder darle todo mi amor si ella no me corresponde? ¿Cómo voy a poder sacarlo si ella no tira de él? Doctor.— Como yo lo hice. Con la convicción de amarla durante toda la vida. Si no te lo crees tú, ¿cómo te va a creer el resto del mundo? Andrés.— ¿El amor es una ficción? Doctor.— Es un juego de palabras. ¿Por qué no vas a dar una vuelta? Tres son multitud. Andrés.— Tú siempre fuiste un mago de las palabras. Doctor.— Solo hay que esperar a que aprenda a soñar con uno. Andrés.— Como sueñe alguna vez contigo, te mato. Doctor.— Como nos abandone, te corto el pescuezo.

En la bañera Enma en la bañera con su copa de vino. Mirando la foto. Enma.— T. Q. T. Q. M. T. A. M. T. A. D. T. A. E. T. D. M. T. Q. + Q. A. M. M. Te quiero más que a mí misma. T. D. P. E. D. T. L. C. Te deseo por encima de todas las cosas. T. Q. P. E. D. T. L. C. Q. S. A. P. E. M.

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Te quiero por encima de todas las cosas que se arrastran por el mundo. T. N. T. L .H. , T. L. M. D. M. V. Te necesito todas las horas, todos los minutos de mi vida. N. Q. S. T. E. Q. M. A. P. S. Necesito que seas tú el que me ame para siempre. T. A. M. D. L. Q. T. M. P. I. Te amo más de lo que tú mismo puedes imaginar. T. Q. M. D. L. Q. Y. P. Te quiero más de lo que yo pensaba. Q. V. A. E. Y. E. O. V. Quiero volver a encontrarte y elegirte otra vez. E. M. B. P. P. P. R. Eres mi búsqueda permanente para poder respirar. T. A. D. T. L. M. Q. Y. C. Y. D. L. Q. Y. A. N. C. Te amo de todas las maneras que ya conoces y de las que yo aún no conozco. M. I. S. S. Q. A. C. Me importa saber si quieres algo conmigo. M. G. T. A. S. C.

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Me gustaría tener algo serio contigo. A. S. A. G. P. T. Adoraría sentir algo grave por ti. M. M. P. E. T. Mi mayor problema eres tú. M. M. D. E. C. M. I. C. Mi mayor deseo es compartir mi intimidad contigo. T. A. M. Q. A. N. E. E. M. Te amo más que a nada en el mundo. T. A. M. Q. A. N. E. E. M. T. A. M. Q. A. N. E. E. M. Tamqaneem. (Leído de corrido) Tamqaneem. (Leído de corrido)

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En la mesa El Doctor con el ramo de flores en las manos. Andrés.— Quiero que salgas de esta casa. Doctor.— ¿Por qué no sales tú? Andrés.— Es mi casa. Doctor.— No seas ridículo. Andrés.— Cállate, no hables. Doctor.— Te estás comportando como un niño que no ha hecho sus tareas. Andrés.— Ahora no es cuestión de hablar. Doctor.— Ahora es cuestión de amar. Andrés.— En guardia. Doctor.— ¿Qué dices? Andrés.— Prepárate. Doctor.— Voy desarmado.

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Andrés.— Si eres hombre, tienes puños. Doctor.— ¿Quién te ha dicho que yo sea un hombre? Andrés.— Un hombre tiene palabra. Doctor.— ¿Podemos dejarlo para otro momento más tranquilo? Sin tanta urgencia. Andrés.— John Fitzgerald Kennedy, Augusto Severo, Rafael Hernández. Andrés intenta golpear al Doctor, pero este se defiende con el ramo, que es destrozado por un puñetazo. Doctor.— ¿Estás loco? Las flores. Andrés.— Levántate y pelea como un hombre. Doctor.— Sin insultar. Andrés.— Jorge Chaves, Bob Hope, John Wayne, Jorge Wilstermann. Doctor.— ¿Se puede saber qué quieres? Andrés.— Que dejes el cortejo a partir de ahora mismo. Doctor.— Pensaba que este era un país libre. Andrés.— Hoy hace treinta y cuatro días que fue cuatro de julio. Doctor.— Tus puños no te van a valer con ella. Andrés.— Si me valen contigo, algo valdrán con ella. Doctor.— A ella ni la toques.

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Andrés.— Me basta con tocarte a ti para llamar su atención. Doctor.— ¿Te crees los cuentos de princesas? Andrés.— Yo no, pero es posible que ella sí. Doctor.— ¡Pobres niñatos! Aquí el único verosímil soy yo: el dragón. Andrés.— Profesor Juan Bosch, Presidente Castro Pinto, Ingeniero Ambrosio Taravella, General Pedro José Méndez, Doctor Fernando Piragine Niveyro, Doctor Joaquín Balaguer, Padre José de Adalmiz, Licenciado Miguel de la Madrid, Princesa Juliana, Reina Beatrix, Ministro Pistarini, Piloto Civil Norberto Fernández, Inca Manco Cápac, Libertador General José de San Martín, Deputado Luis Eduardo Magalhaes. Doctor.— Deja de flotar y pon tus pies en la tierra. Andrés.— Eso hago: tomar tierra.

En la chimenea Enma cura el ojo morado del Doctor. Enma.— Es un bruto. Doctor.— Un matadragones. Enma.— Tú también tienes tu parte de culpa. Eres mayor que él y deberías haberle hecho comprender, obligarle a razonar. Doctor.— Lo hice, pero no se avino a razones. Enma.— El amor no atiende a razones. Doctor.— Tú lo has dicho, el amor canta a capella la canción triste de un simple casanova, pero me queda tan bien. Enma.— Solo vales para ser amante. Doctor.— Un amante luciría lindo en tu lecho esos días en que tu marido está flotando en el espacio. Enma.— Quiero que mi cama luzca con el amor y el deseo. Doctor.— Eso te ofrezco yo. Enma.— Pero yo a ti no.

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Doctor.— Es un pequeño detalle que se soluciona con potasio. Enma.— ¿Eso me ofreces? ¿Potasio? Doctor.— A manos llenas. Enma.— ¿También harás que yo te ame? Doctor.— De eso se encargará el potasio. Enma.— Es posible que el potasio me ayude a desearte, pero dudo que consiga que te ame. Dudo que me guste amar potásicamente. Doctor.— ¿Quieres que me ponga de rodillas? Enma.— No quiero que pienses que no lo has intentado todo. El Doctor se arrodilla con la mano en el ojo. Ella se arrodilla, lo toma de las manos y lo levanta. Enma.— Déjalo ya.

En la bañera En la bañera, revisan fotos antiguas que van dejando en el suelo. Enma.— No. Esa tampoco. Tampoco. Andrés.— Mi familia. Mi madre. Tu suegra. Enma escribe en la parte de atrás de la foto. Enma.— Mi suegra. Andrés.— ¿Y esta? Enma.— No. Andrés.— Tu madre. Tu padre. Tu hermano. Enma vuelve a escribir en el reverso. Enma.— Mi familia. Andrés.— Era tu hermano preferido. Enma.— ¿Vive? Andrés.— Sigue siendo tu hermano favorito.

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Enma.— ¿Yo soy su hermana preferida? Andrés.— Te quiere mucho. Enma.— ¿Sigue vívido en tu mente el recuerdo de haberme amado? Andrés.— Muy fresco. Enma.— ¿Es por eso que aún me amas? ¿Porque sigue fresco el recuerdo de tu antiguo amor en tu mente? Andrés.— Es posible que sea por eso. Enma.— En mi cabeza se abrió el cofre y el tesoro se perdió en el río corriente abajo. No tengo rasgos personales. Andrés.— Algunas cosas volverán con el tiempo. Enma.— ¿Y si no vuelven? ¿Tan importantes eran? Andrés.— Volverán. Enma.— ¿Crees que debiéramos tener ese hijo? Andrés.— Yo lo deseo. Enma.— Me gustaría hacer el amor contigo. Por probar. Andrés.— Vamos a la cama. Enma.— ¿Por qué no en la bañera? Andrés.— ¿Te gustaría? Enma.— No lo sé. Andrés comienza a desnudarse.

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Enma.— ¿Te vas a desnudar? Andrés.— ¿Quieres que entre en la bañera vestido? Enma.— No lo sé. Andrés entra en la bañera. Enma.— ¿Te sientes culpable por no haberme amado antes o por amarme demasiado ahora? Andrés.— Me atormenta pensar que soy el culpable de lo que te ocurre. Enma.— ¿Qué me ocurre? Andrés.— El milagro borró tus rasgos personales y te dejó como una página en blanco. Enma.— ¿No te basta saber que eres el padre de mi hijo? Andrés.— No. Enma.— ¿Te amé? Andrés.— Más incluso de lo que yo te amo a ti ahora. Enma.— M. I. D. L. Q. Y. T. A. A. T. A. Andrés.— No sé si podré seguir amándote si tú no me amas. No sé si podré resistir solo. Nunca amé sin ser amado. Enma.— ¿Esta? Andrés.— Esta fue del día en que te declaré mi amor.

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Enma.— Quiero tomar nota del origen de las cosas. Alcánzame mi copa. Hoy hace cinco semanas que fue cuatro de julio. Andrés.— Nos casamos hace diez años. Tú ibas de azul y yo de negro. Enma.— He visto fotos. Andrés.— El juez también iba de negro. Enma.— Firmamos en un libro grueso de hojas grandes. Daba la sensación de ser muy pesado. Andrés.— Y antiguo. Enma.— No era antiguo, era un libro nuevo. Muchas parejas se casan, por lo que los libros acaban llenándose y son reemplazados por otros nuevos. Andrés.— Creía recordar que era un libro viejo. Enma.— Mira las fotos, ahí verás lo que digo. Andrés.— ¿Qué importa el libro? Lo importante fue la firma. Enma.— ¿Has vuelto a ver otra vez ese libro? Andrés.— No, nunca más volví a verlo. Enma.— ¿Has pensado si, por casualidad, nuestras firmas siguen allí? Andrés.— Claro que siguen allí. ¿Quién las iba a borrar? Enma.— El olvido. Andrés.— No, Enma, lo escrito nunca desaparece.



Enma.— ¿Qué esperas para hacerme el amor? Andrés.— Espero a que me desees. Enma.— ¿Quién te ha dicho que no te deseo? Andrés.— ¿Solo por probar? Enma.— ¿Te molesta?

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En la mesa Andrés hace las maletas. El Doctor con el ramo de flores en la mano. Doctor.— Tu cabeza no vale el precio de la bala, cuanto menos el del sicario. Andrés.— ¿Son caros los sicarios? Doctor.— Hay que echarle huevos. Como a casi todo. Andrés.— Me acaba de violar mi mujer. Doctor.— Los tontos siempre tienen suerte. Andrés.— Me pareció como si fuera infiel a Enma. Doctor.— ¿Tan salvaje fue la cosa? Andrés.— Nunca hicimos el amor así. Era como si no supiéramos hacerlo. Doctor.— ¿Qué harás con ella? Andrés.— La dono a la ciencia. Doctor.— Puede que ella no te ame, pero te necesita.



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Andrés.— No esperaba que fuera tan caro. Doctor.— Cuantos más impuestos paguemos, más orgullosos estaremos. Andrés.— Ella no me quiere. Doctor.— ¿Qué importa lo que ella quiera? ¿Dónde está el seductor volante? Andrés.— ¿No te importa lo que ella desee? Doctor.— Claro que me importa, pero de manera secundaria. Lo que más me importa es lo que deseo yo. Andrés.— Eso es egoísmo. Doctor.— Eso es amor, idiota. Atrévete a pedir lo que deseas. Atrévete a pedir que ella se enamore de ti. Deséalo y luego pídelo. Atrévete a amar.

En la cama Enma.— Has hecho las maletas.

En la bañera Andrés.— Es mi trabajo.

En la cama Enma.— ¿Cuándo partes?

En la bañera Andrés.— Ahora.

En la cama Enma.— ¿Dónde vas?

En la bañera Andrés.— Europa. Meridional.

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En la cama Enma.— ¿Cuánto tiempo?

En la bañera Andrés.— No mucho. Semanas.

En la cama Enma.— ¿Trabajas?

En la chimenea Andrés.— Hay que vivir. De algo hay que vivir.

En la bañera Enma.— ¿De qué vivía yo antes?

En la chimenea Andrés.— De tu trabajo.

En la bañera Enma.— Sería interesante enriquecerse a costa de que se te acumulara el ocio. ¿Cuánto tiempo puede aguantar un hombre, bien comido y bien dormido, sin trabajar?

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En la chimenea Andrés.— Lo importante es que te guste tu trabajo.

En la bañera Enma.— Aunque te guste, el trabajo es trabajo. Es negocio: la negación del ocio. ¿Por qué es vergonzoso vivir de la nada? ¿Por qué la gente no dice que vive de leer un libro, escuchar una música maravillosa o se siente más vivo cuando contempla un cuadro que le llega al alma? ¿Por qué nadie quiere reconocer que uno se alimenta, realmente, de lo que hace en los tiempos muertos?

En la chimenea Andrés.— ¿Cenamos?

En la mesa Enma.— Tengo la sensación de que todo lo que hago produce eco. Andrés.— Eso es que comienzas a recordar las cosas. Enma.— Las escucho como si viviera dentro de una caja de resonancia. Andrés.— Las cosas, poco a poco, regresan. Enma.— Eso es que todo está vacío y el sonido rebota. Andrés.— No es sonido, son palabras. Enma.— Todo lo recibo en el mismo estado en que lo envié, como en un frontón.

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Andrés.— Prueba ahora con este vino. Andrés alza una copa y sirve vino tinto. Andrés.— Picota oscuro con un ligero ribete color fresa negra. Limpio y brillante. De capa alta, mis dedos apenas se ven al otro lado del licor. La lágrima es abundante y se pasea lentamente por el cristal, tiñéndolo de color. Enma atrae la copa a su nariz. Enma.— Fruta negra madura, violetas, hierba de monte, romero y vainilla, crema catalana, moras, guindas, grosellas y zarzas. Si cierro los ojos encuentro el cedro. Si los abro, recuerdo el sotobosque y la algarroba seca. Si pienso en el fondo de la copa, llegan a mis sienes glosas mentoladas que recrean la profundidad terrosa de la viña escondida tras el tostado del torrefacto. Andrés toma la copa y bebe. Andrés.— Frutas rojas maduras con ligeros amargores. En la punta de la lengua el sabor mineral de la mina de un lápiz. Acaricia el paladar con el terciopelo rojo de frutos del bosque que, tras unos momentos, se transfiguran en recuerdos de chocolate con almendras. Y en el paladar, la alegría al gusto de confitura que llena la boca hasta que las moras y el regaliz te devuelven la conciencia como si fuera un frontón. Enma.— Por fin escucho tu guitarra. Andrés.— Nadie está tocando. Enma.— Estamos solos. Andrés.— Solos los dos. Enma.— El uno frente al otro.

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Andrés.— El uno junto al otro. Enma toma la copa de Andrés y lo besa. Enma.— Goce de taninos dulces. Olor a café y pan tostado. Enma.— Hace mucho tiempo y, quizás, muy lejos de aquí, me enamoré de ti. Es como si me hubiera enamorado de la guitarra que tocas a través de la radio. Es como si estuviera enamorada de una superestrella a través de la música. Enma inspira. Enma.— ¿Eso que huele… es café? Andrés.— Sí, lo es. Es café. Y lo otro es pan tostado. P. T. Enma.— P. T. Andrés.— Para tu maleta también. Enma.— Café y pan tostado. C. y P. T. Andrés.— No hay nada como el olor a café y a pan tostado por la mañana. Enma.— N. H. N. C. E. O. A. C. y P. T. P. L. M. Andrés.— El desayuno está listo. Enma salta sobre Andrés, abrazándose a su cuello. Se queda colgada de él. Enma.— Me gusta el olor a café y pan tostado, pero sabe mejor por las mañanas. Por las mañanas es también un signo.

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Andrés.— Es símbolo de felicidad. Enma.— ¿Qué es un símbolo? Andrés.— Es el rostro del mito. Enma besa a Andrés. Enma.— Me gusta el sabor de tus labios por la mañana. ¿Así sabe el amor? Andrés.— Así sabe por las mañanas. Andrés.— T. Q. Enma.— T. Q. M. Andrés.— T. Q. P. S. Enma.— ¿Qué es eso? Andrés.— Te quiero para siempre. Enma.— E. L. M. B. Q. M. P. N. Andrés.— Eres lo más bonito que me pasó nunca. Enma.— Anoche tuve un sueño. Lo metí en la maleta. Un desalmado me sacaba a golpes del maletero de un coche y me dejaba tendida en el suelo, sin sentido, desmayada. Luego se acercaba a mí y me daba un beso. Me desperté en mi cama, a tu lado, abrazada a ti. Lo sé. Eres tú. Aquel hombre eras tú. El hombre que me agredió, el hombre que me besó. Aquel desalmado fundó mi ánima. El hombre que me trajo a este lugar, a gemir y a suspirar. El hombre que, a golpes, me desterró a este valle de lágrimas y me besó con ojos misericordiosos. Te quiero.

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Andrés.— Te quiero. Enma.— No te estoy agradecida, todo lo contrario; me robaste el alma. Andrés.— Yo también había perdido la mía. Enma.— A cambio tengo tus besos. Andrés.— Tamqaneem. (Leído de corrido) Enma.— Tamqaneem. (Leído de corrido)

Fin

LUIS MIGUEL GONZÁLEZ CRUZ Cáceres, 1965

Licenciado en Ciencias de la Imagen Visual y Auditiva por la Universidad Complutense de Madrid, es realizador en TVE desde 1988, donde ha dirigido programas como La Mandrágora o Documentos TV. Asimismo, ha realizado múltiples programas para Informe Semanal, Música Sí o Los Morancos. Muchos de sus trabajos han recibido galardones como el Ginso Psicofundación por Los niños invisibles o el Premio Infanta Cristina de IMSERSO por Cerebros rotos, ambos reportajes realizados para Informe Semanal, de TVE. En el ámbito teatral, ha recibido premios como el Born por la obra La negra, el Lope de Vega por Eterno retorno, el Calderón de la Barca por Agonía y el Rojas Zorrilla por Thebas Motel. Ha frecuentado también la novela con Apuntes y revelaciones acerca del espejismo y Jazmines en el desierto, narraciones con las que fue finalista en los premios Cáceres de Novela Corta y Constitución de Novela. Desde 1999 compagina estas actividades con la dirección teatral, donde ha alternado la puesta en escena de textos ajenos —Martes, 3:00 a.m., más al sur de Carolina del Sur, de Arturo Sánchez Velasco, y Music Hall, de Jean-Luc Lagarce—, y de autoría colectiva o propia, como Contra el Teatro y Treinta grados de frío. Ha dirigido también textos propios, como Flotando en el espacio y De putas.