Los hombres están locos por las plantas

15 feb. 2014 - Souvenir, sus coordinadoras eli- gieron la casa de Saavedra donde funciona Tentables Multitienda, el espacio donde Sebastián Caneda y.
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SÁBADO

| Sábado 15 de febrero de 2014

Hábitos

Los hombres están locos por las plantas El cultivo, la última obsesión hipster, causa furor en el universo masculino Viene de tapa

“Las nuevas generaciones eligen vivir en los grandes centros urbanos, pero deciden hacerlo de una forma más saludable, natural y consciente, sin dejar de lado el disfrute y la estética”, define Adrián Montesoro, creador de Green Vivant, una guía integral y actualizada de recursos online para los que buscan una vida sustentable sin mudarse al campo. Como el caso de Jorge “Willy” Gugliermo, de 32 años, psicólogo y amo y señor de unos 25 ejemplares diseminados entre el balcón y el interior de su departamento de Palermo, donde también funciona su consultorio. “Son vida a tu cargo y la posibilidad de conectar con la tierra, pero también tienen una carga simbólica: la semilla germina, crece… y se trata de mostrar cómo ir haciendo procesos en la vida de cada uno”. Además de las violetas africanas, las begonias y las palmeras –otra especie “de moda”– en casa del psicólogo se llevan todas las miradas las macetas de cerámica que le compró a Ale “Poroto” Yáñez, socio de Andrea Villarino en Paraná Vivero, un influyente promotor de la jardinería urbana más estetizada. El vivero ocupa un local vidriado del entrepiso de El Patio del Liceo, ese reducto cooptado por jóvenes artistas, diseñadores y emprendedores, donde plantas y macetas conviven con discos de vinilo. De sus proveedores estrella, Paraná Vivero exhibe y vende además suculentas de arquitectura alienígena, cactus con flores efímeras de colores vibrantes, kokedamas (técnica de cultivo japonesa) y terrarios. Daniel Nahmod también eligió la vegetación para hacer una cortina natural en su balcón que le dé privacidad, desde que vive solo. Se informa en foros de Internet y en conversaciones con los vendedores de viveros sobre cómo regar, reproducir y abonar las plantas que enumera: jazmín, cañas, palmeáceas, un limonero, una santa rita, un ficus y una rosa china, entre muchas. A los 31 años y con cinco de guardián de su propio jardín, este ingeniero industrial le imprimió estilo propio. “En mi casa cumplen una función estética, pero estoy con la idea de hacer un riego automatizado”, reconoce, y detalla que existe una manera simple de colocar sensores de humedad para riego, y hasta programar que suspenda la tarea si ha llovido. Hazlo tú mismo Para Lucía Cané, directora de la revista Jardín, “aunque quieran tener un lindo jardín por estética tienen que aprender a cuidar el suelo, a entender la planta, a esperar la lluvia y el paso de las estaciones”. En este sentido, la avidez por el cultivo se manifiesta también en la matrícula de los cursos que cada temporada se dictan en la Facultad de Agronomía de la UBA y el Jardín Botánico. Internet, a su vez, es fuente inagotable de recursos: tutoriales, videos, información sobre semillas y mercados. Durante los sábados de la última primavera, inspirados en el poder

de reproducción que tienen cactus y suculentas, desde Paraná Vivero lanzaron una convocatoria: intercambio masivo de gajos en El Patio del Liceo. “El club del gajo nació del amor por las plantas que compartimos”, cuenta Poroto Yáñez, que aprendió de ver a su mamá hacer terapia en la tierra para descargar el estrés laboral. “Gajo va, gajo viene, descubrimos que éramos muchos los hombres interesados”. Para la última feria itinerante Souvenir, sus coordinadoras eligieron la casa de Saavedra donde funciona Tentables Multitienda, el espacio donde Sebastián Caneda y su pareja, Silvina, encontraron lugar para un taller, oficina, huerta, un vivero y un local que vende macetas, minipaisajes y muebles reciclados. Sebastián también coordina Jardinesasi, su proyecto de paisajismo de enfoque artístico. Él cree que la atracción por cultivar “es una respuesta a tanta artificialidad, para subsanar el mal que le hacemos al ambiente, aunque muchos lo hacemos también para entender qué comemos”. Es que la práctica del cultivo no sólo abandonó su imagen desaliñada y su identificación exclusiva con lo femenino y lo doméstico. El fervor por lo orgánico hizo su parte para que cada vez más urbanistas tomen balcones y terrazas para hacer crecer hierbas, flores e incluso verduras. Para el programador Leandro Frías, “vivimos una etapa de desarrollo de una conciencia colectiva más atenta al medio ambiente. Muchas minihuertas crecen en macetones, en las terrazas de la ciudad”. Verde al Cubo se llama el proyecto de Agustín Casalins, 36 años, ingeniero en producción agropecuaria, que instala en cualquier balcón, patio o terraza, huertas con todos los accesorios que requiere la hidroponia, es decir, el cultivo sin tierra donde la planta se alimenta de nutrientes agregados al agua. “Todo el mundo está buscando lo verde, pero no sabe cuántos tomates salen de una planta, por eso quiero rescatar ese conocimiento de una manera gradual”, dice y explica que entregan a domicilio la huerta ya cultivada para que cada usuario se ocupe primero de cosechar y, con el resultado sobre la mesa –tomates, pimientos y berenjenas baby, verduras de hoja y especias como albahaca y cilantro–, recomience el ciclo. “La mayoría de mis amigos aman la naturaleza, siempre hablamos de plantas, flores y si alguno descubre alguna que no conocíamos, compartimos el secreto”, revela Alejandro Daniel Falduti, 28 años, productor publicitario y dueño de un “santuario” de 25 ejemplares de bambú, ficus, lavandas y suculentas. “Me mudé a una casa con patio para crear mi propia selva –celebra– me encanta tener un lugar donde relajarme, leer, descansar y compartir cenas con amigos.”ß Producción de Lila Bendersky

Alejandro Falduti, productor publicitario, es dueño de un santuario de 25 ejemplares de bambú, ficus, lavandas y suculentas

Daniel Nahmod hizo él mismo una suerte de “cortina verde” en su balcón, para tener privacidad

fotos IgnacIo coló

El disfrute íntimo de contemplar un cambio testimonio Sebastián A. Ríos LA NACIoN

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odría decir que cuando por las noches, después de comer, dedico unos minutos a regar la huerta de casa y los frutales que crecen en mi patio, lo hago para despejar las tensiones del día laboral y poder así conciliar el sueño con mayor facilidad. Es cierto, algo de eso hay, pero no es sólo eso. Tampoco es que sea un fundamentalista de la comida orgánica, ¡ni por asomo! Disfruto de llevar a mi mesa frutas y verduras crecidas bajo mi cuidado, de eso no hay dudas, pero proveer el alimento de mi hogar no es el motivo que me lleva todas las

mañanas, mientras espero a que se caliente el agua del mate, a chequear qué tanto han crecido los tomates, los pepinos, los zapallos, los ajíes, los limones, las mandarinas, los quinotos y las aromáticas que alberga mi pequeña porción de tierra. Tendría que agregar que es cierto que disfruto horrores cuando los fines de semana paso un rato con mis hijas sacando yuyos, podando, sembrando y plantando. También que cuando alguien en casa propone por qué no plantamos tal cosa o tal otra, mi cabeza empieza a girar detrás de la idea, pensando dónde conseguir las semillas o los plantines, dónde hacerles un buen lugar y cuándo tendré tiempo para poner la idea en marcha. Hasta debo admitir que se ha con-

vertido en un motivo de conversación casi obligado, cuando familia y amigos visitan la casa, y les muestro cómo crece nuestra huerta. Con orgullo, disfruto de llevarlos a dar una vuelta por el fondo y mostrarles las flores profundamente amarillas de los zapallos o las plantas de sandía crecidas a partir de las semillas de una sandía calada este diciembre. No he encontrado hasta ahora resistencia a esas conversaciones y, de hecho, últimamente hay visitas que me traen plantas para que les haga un lugar en el patio. Pero debo admitir que en el cuidado de la huerta y del jardín hay algo más que escapa a todo lo dicho hasta acá. He descubierto que existe un goce muy íntimo en las pequeñas rutinas de la jardinería relacionado

no sólo con las tareas manuales que ésta conlleva, sino con la pura y sencilla contemplación. Descansar la mirada en los colores y en las formas que cambian, cuando, por ejemplo, un tomate madura, una flor se convierte en fruto o una hoja modifica su textura es un placer estético. Un disfrute comparable al de perder la vista en el movimiento del mar o al de seguir con los ojos a la luna en su camino nocturno por el cielo. No tengo Instagram, pero más de una vez he compartido en Facebook o en Twitter imágenes capturadas en mi jardín: los primeros tomates cosechados, las delicadas flores del quinoto. Puede sonar ñoño, lo sé. Pero no me arrepiento de ello. Lo disfruto.ß