Los días después de Mi vida después

Como contrafigura aparece Eva. Duarte, al comienzo ... soberbias, Sandra Guida (Eva del Sur), con una ... Robin, interpretado por el per- sonaje Evita del Sur y ...
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Espectáculos

Sábado 14 de agosto de 2010

LA NACION/Página 7

TEATRO Lola Arias, creadora de una radical experiencia de teatro político

Dos íconos a través de los recuerdos

Los días después de Mi vida después

Buena (((

Tatuaje , de Alfredo Arias. Intérpretes: Sandra Guida, Alejandra Radano, Marcos Montes, Carlos Casella y Alfredo Arias. Arreglos musicales: Diego Vila. Vestuario: Pablo Ramírez. Espacio escénico: Alfredo Arias. Diseño de luces: Gonzalo Córdova. Diseño de sonido: Fabricio Rotella y Mariano Fernández. Dirección de producción: Cipe Fridman. Dirección: Alfredo Arias. Duración: 90 minutos. En el teatro Presidente Alvear.

Lola, actriz, cantante, directora y dramaturga GRACIELA CALABRESE

La obra se convirtió en un elemento de prueba jurídico que permitió a una de las actrices declarar contra su padre Mi vida después, el impresionante trabajo de Lola Arias que se presenta en el teatro La Carpintería y que la semana próxima estará en el Tacec de La Plata, sigue dando que hablar. Recordemos: en la obra que el año pasado cerró el ciclo Biodrama, los actores Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones y Mariano Speratti cuentan sus propias vidas en un entretejido alumbrador de nuevas fórmulas del teatro político (o testimonial, o ideológico, o de la manera que usted quiera llamarlo). Tan vivo está lo que se amasa en escena que la obra se convirtió en un elemento de prueba para la Justicia. Antes de desarrollar ese punto, dejemos que Vanina Falco cuente su historia como lo hace (o hacía al momento del estreno). En escena, apoyándose en fotos, comparte tres hitos: “1976. Mi tío, mi abuelo y mi padre. Todos policías. Cara de policías, bigote de policías, actitud de policía. Mi padre nunca llevaba uniforme porque era policía de inteligencia y andaba encubierto. 1978. Yo, a los cuatro años, mirando cómo mi madre baña a mi hermano. En la foto, se puede ver que yo estoy feliz, pero confundida y no entiendo bien de dónde vino mi hermano si nunca vi a mi mamá embarazada. 1980. Yo y mi hermano abrazados.

El es la persona que más quiero de mi familia. Siempre fuimos muy parecidos: ojos verdes, pelo marrón, la misma sonrisa, pero hace cinco años descubrimos que no somos hermanos de sangre”. En otro momento del espectáculo, tirada en un sillón con varios legajos a su alrededor, acota: “Cuando mi hermano descubrió que mi padre lo había robado, inició un juicio [por apropiación ilegítima] contra él. [Yo quise atestiguar, pero] según la ley no puedo declarar contra mi padre.

Vanina, de costado; Carla, al fondo

A lo sumo, tendría que hacerle otro juicio”. El hermano de Vanina es Juan Cabandié, diputado. Ella siempre quiso atestiguar contra su propio padre porque, con Abuelas de Plaza de Mayo, consideraba que era importante incorporar a la causa sus propios recuerdos. En 2006, la Justicia le negó esa posibilidad. Entonces, vino el biodrama de Lola Arias, la misma que ahora toma la palabra: “Vanina quería que su voz se escuchara. Uno de los argumentos que usó su abogado para permitir que ella hablara fue, justamente, Mi vida después, porque en la obra ya estaba hablando del tema. Entonces, el abogado volvió a intentarlo”. En la segunda vez, la causa estaba en manos de la jueza Servini de Crubría y las testimoniales comenzaron a hacerse de manera oral. Después de analizar el caso, la Cámara Federal le permitió a Vanina atestiguar y tomó como elemento de prueba la obra de teatro. El 20 de abril, pudo hablar ante la Justica contra su padre biológico. “Es un fallo histórico: sienta el precedente de que una hija pueda declarar contra su padre y eso habilitaría a que otros familiares puedan también hacerlo”, ha dicho ella. Desde otra perspectiva, es un fallo más que significativo porque un acto creativo (en este caso, una

Ciudades paralelas e intervenidas Lola Arias es directora, actriz, dramaturga y cantante (su voz pop hace una excelente dupla con Ulises Conti). Aunque ella lo niegue, también es gestora cultural. De hecho, su próximo proyecto se llama Ciudades paralelas y en él esta poniendo toda su energía. Tendrá lugar en Berlín, Buenos Aires y en Zurich (de hecho, las tres ciudades en las que pasa la mayor parte de su tiempo). Se trata de un proyecto de intervención urbana en espacios no tradicionales –públicos y privados– que, en nuestro país, tendrá lugar

en las habitaciones de un hotel, en la estación Retiro, en una fábrica de autos de General Pacheco y en lo alto de un edificio muy alto, entre otros sitios. Estará a cargo de artistas de distintas disciplinas nacidos en la Argentina, Alemania, Inglaterra y Suiza. Artistas como Mariano Pensotti, Gerardo Nauman, Cristian García, Stefan Kaegi, Dominic Huber, la misma Lola Airas y Ligna (grupo de teóricos de los medios y artistas de Hamburg). La idea de estas intervenciones es transformar lugares de uso

cotidiano en escenarios temporarios. La movida, que realiza junto con Stefan Kaegi, comenzará en Berlín y arribará a Buenos Aires en diciembre. La realización del proyecto cuenta con el auspicio de importantes entidades alemanas y suizas, pero, hasta el momento de su reciente visita relámpago a Buenos Aires, aquí cosechó una serie de negativas. Sea como fuere, Lola Arias no desacelera su marcha. El potencial público local de esta tentadora oferta, sumamente agradecido.

obra de teatro) se convirtió en un elemento de prueba jurídico. Teatro vivo. Teatro en estado latente. Teatro con las venas (todavía) abiertas. Lola Arias cuenta otras modificaciones que se produjeron desde el momento del estreno. Como el de Carla Crespo que, hace dos meses, en medio de la gira que estaban realizando por Europa, se enteró dónde estaban los restos de su padre. “Su padre dejó de ser un desaparecido para pasar a ser un muerto sin manos cuyos restos están en una fosa común de un cementerio de Avellaneda. Si bien la noticia fue un horror, para Carla fue una especie de felicidad”, apunta esta exquisita “barajadora” de historias. “Todo lo que les pasa a los actores se incorpora en la obra y hace que siga viva –apunta ella–. Las veces que presentamos el espectáculo en Europa el público no podía creer que eso que contaban los actores fuera real. Muchos se quedaban esperando a que salgan para preguntarles cosas de sus vidas.” Seguramente, eso pasa porque, como pocas experiencias escénicas, Mi vida después late con contundencia. Un latido que, paradojas de ciertos destinos, llegó hasta la justicia misma.

Alejandro Cruz

Como dice el autor en el programa de mano, “El muñeco de Miguelito, esa obra de arte viviente que él componía, se derretía en el calor porteño de la misma manera que se disuelven en mi memoria el eco de la ciudad de mi infancia y sus fantasmas”. Y de esto trata el texto, de imágenes del pasado, parciales, arbitrarias, que quedaron registradas en la memoria de Alfredo Arias. En un tono narrativo trata de dibujar la vida de Miguel de Molina, cantaor que se insertó, como muchos otros españoles en las décadas del 40 y del 50, en el medio artístico porteño. Perseguido y amenazado en la España franquista, por causas ideológicas y por su condición homosexual –tema predominante–, llegó a estas tierras para imponerse en los escenarios con un estilo muy original y donde el éxito no le fue esquivo. Como contrafigura aparece Eva Duarte, al comienzo como una simple observadora, pero se la trae a colación porque fue ella, durante el gobierno peronista, la que protegió al cantante español. De esta personalidad, el autor registra los oprobiosos calificativos que empañaban sus logros sociales e imágenes de los últimos tiempos, cuando ella ya se encontraba enferma, y, posteriormente, del macabro destino que tuvo su cadáver. Aunque el texto trata de volcar humor sobre estos dos personajes, ya dos íconos de la memoria colectiva, esa mirada resulta muy ácida y por momentos volcada con mucha sorna. Pero si se considera que son recuerdos, algunos indelebles como un tatuaje, no siempre resultan ser muy fieles a la realidad.

Un gran soporte Sin lugar a dudas, el sostén del espectáculo son los actores. Al per-

sonaje de Miguelito Maravillas, el director lo desdobló en tres actores: él mismo y Marco Montes, para la época juvenil, en una interpretación muy integrada, y Carlos Casella, para la parte artística, quien demuestra una voz versátil para encarar distintos géneros. Se suman dos actrices-cantantes soberbias, Sandra Guida (Eva del Sur), con una ductilidad que le permite transformarse en una valiosa intérprete de la música piazzolliana, y Alejandra Radano, a cargo de dos personajes: Conchita (se presume que es Piquer, que además cantaba Tatuaje) y Malena, una oligarca obsesionada con Molina, quien sorprende gratamente al demostrar que su registro de voz también sirve para cantar tangos. Y allí mismo resuenan los ecos de “La bien pagá”, “Te lo juro

Miguel de Molina y Evita Perón

yo”, mezclados con “Cuando tú no estás”, “Así se baila el tango”, “Tu recuerdo y yo”, “Arrabalera”, “Malena”, “Como la cigarra”, “A un semejante”, “Balada para mi muerte” y “Preludio para el 2001”, entre otros. Un repertorio ecléctico y llamativo cuando se oyen temas como “Los diamantes son los mejores amigos de la mujer”, de Styne y Robin, interpretado por el personaje Evita del Sur y en inglés, y “Under Pressure”, de Queen y David Bowie. La puesta recurre a muy pocos elementos, apenas unas sillas, muy funcional al texto, y, de esta manera, el vestuario se convierte en el gran componente visual, sobre todo en los personajes femeninos y en el Miguelito cantante.

Susana Freire