NOTAS
Jueves 21 de enero de 2010
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RESULTADOS DE UN ESTILO REFORMISTA Y MODERADO
CIRCO CRIOLLO
Sillón de los suplicios DANIEL DELLA COSTA
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PARA LA NACION
UE la señora Presidenta esté contando los días que le quedan en el hoy suntuoso sillón de Rivadavia es, si se quiere, un buen síntoma. No porque prenuncie, de ninguna manera, el fin del kirchnerismo, ya que él no está pintado, sino porque acaso explique esta reiterada referencia, que parte de las filas del Gobierno, acerca de la posibilidad de que esté en marcha una conspiración “destituyente”. Versión a la que se ha acoplado el inefable Luis D’Elía, quien advirtió acerca de lo mismo a su cohorte de piqueteros reunidos en ocasión de vaya a saber qué. Una oportunidad que aprovechó para asumir resueltamente la defensa del matrimonio aún a costa de sus vidas y de las tarjetas magnéticas mediante las cuales cobran sus modestos pero puntuales estipendios. Porque las versiones de marras podían atribuirse a dos motivos: uno, a que efectivamente los sagaces servicios de inteligencia oficiales hubieran detectado la presencia de conspiradores, versión robustecida por el alto crecimiento de la venta de material explosivo el último fin de año. Y otro, a que fueran los mismos K quienes, para salir de su presente y largo atolladero, hayan imaginado, en esas noches en las que las imágenes torturadoras de Martín Redrado y del juez Griesa no los dejaban dormir, que la única forma de librarse de ese suplicio y, de paso, habilitar el camino para embolsicar los 6500 millones de dólares, era agitar el fantasma destituyente y dar ellos el golpazo suspendiendo la labor parlamentaria y pasando a gobernar por decreto. Lo que, al fin y al cabo, no implicaría cambiar mucho las cosas. Pero no, si esta última versión podía verse robustecida por los fuertes gastos que han estado haciendo en la remodelación de la Jaula Rosada y en las oficinas que ocupará el Néstor en el Congreso (nadie se va a gastar fortunas –aunque sea guita ajena–para dejar hecha un chiche la casa que va a abandonar), la revelación de las angustias que acosan a la Presidenta son más alentadoras. Ya que estarían insinuando que, en su fuero más íntimo, en lo más recóndito de su alma, en los más perdidos meandros de su conciencia, está anhelando que sus días de padecimiento se acorten del modo que sea. Y desde ya, que nunca más a nadie, ni a su marido ni a sus hijos queridos, ni a sus fans, que sin duda los hay, se le ocurra volver a proponerle que ocupe el tres veces maldito sillón de Rivadavia. Que se ha convertido para ella en una fuente inacabable de padecimientos, de torturas y que, sin duda, le está acelerando bruscamente el paso de los años, como puede verse en sus últimas imágenes. Es cierto, ha errado mucho y ha acertado poco; se ha metido, por culpa sin duda de sus inútiles secretarios y el consejo de su desmesurado marido, en berenjenales de los que no ha sabido cómo salir ni han sabido cómo sacarla. En resumen, y siempre según esta interpretación de su sentir, Cristina se irá cuando deba irse, pero no porque no le hubiera gustado irse antes. “Maestro –dijo el reo de la cortada de San Ignacio, visiblemente desconcertado–, ahora tenemos, de un lado, un gobierno de izquierda, con el Pepe Mujica, y del otro, uno de derecha, con este mozo Piñera. ¿Y nosotros, que estamos en el medio de estos dos, me quiere decir qué (aquí una fea palabrota) tenemos?” © LA NACION
Lecciones de los países vecinos NATALIO R. BOTANA PARA LA NACION
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N los procesos electorales que culminaron en Uruguay con la victoria de José Mujica y el domingo pasado con la de Sebastián Piñera en Chile podemos observar un estadio superior de desarrollo político con respecto a nuestro país. Desde luego son obvias las diferencias entre uno y otro caso. Aunque Piñera haya dicho que “la idea de derecha e izquierda pierde vigencia”, a ojos de la opinión el sistema político de Uruguay se movió más hacia la izquierda y el de Chile se desplazó hacia la derecha. El mero hecho de aplicar con soltura las categorías de izquierda, centro y derecha a estas dos repúblicas hermanas es demostrativo del trayecto que aún le falta recorrer a nuestro régimen de partidos. En Chile y Uruguay hay diferenciación entre partidos; aquí, en cambio, reina la confusión. Con este contraste no pretendemos ocultar las dificultades que han surgido en ambos países en este último año. En Uruguay, las promesas que abre el próximo período presidencial tienen que ver con la capacidad republicana de la democracia para continuar morigerando unas mentalidades forjadas, en su origen, al calor del combate guerrillero. Como recordaba el ex presidente Julio María Sanguinetti en La agonía de una democracia, las estrategias violentas de los Tupamaros erosionaron la legitimidad de un régimen político por muchas razones ejemplar e incubaron una respuesta simétrica que culminó con la instauración de una dictadura. La cuestión está pues íntimamente vinculada con las tradiciones de tolerancia y pluralismo de la democracia uruguaya. Si esas tradiciones conservan su fortaleza, en tanto creencias arraigadas en los comportamientos políticos y sociales, seguramente este giro a la izquierda, más allá de las políticas concretas que emprendan las nueva autoridades, no perturbará la calidad cívica del régimen democrático. El electorado dio testimonio en las elecciones de ese cuidado por las formas al no derogar las leyes de amnistía que se dictaron en el primer gobierno de la transición democrática. Curioso Uruguay, tan
diferente de la Argentina en éste y otros aspectos: por un lado, una mayoría fervorosa encumbró a la fórmula Mujica-Astori a la presidencia; por el otro, esa misma mayoría fijó límites a la futura acción del Congreso en el referéndum, que se votó junto con la elección de autoridades. Son límites que no sólo atañen a la estabilidad de las leyes, sino que, asimismo, aluden a la continuidad de la política económica del presidente Tabaré Vázquez con la presencia en el nuevo gobierno del vicepresidente electo Danilo Astori. En todo esto hay un problema de estilos políticos, que Uruguay ha sabido resolver apostando a las enseñanzas de la experiencia y a la lenta y trabajosa acción del tiempo sobre los modos de ser de los liderazgos. “Quiéranse más” (cito de memoria), les dijo el año pasado José “Pepe” Mujica a los dirigentes argentinos, lo cual revela el suelo
Mientras que en Chile y Uruguay hay diferenciación entre partidos, aquí, en cambio, reina la confusión de la amistad civil sobre la cual se asienta la acción política de los uruguayos. Es un valor que convoca a mejorar los cimientos de aquello que la teoría política denomina “acuerdo en lo fundamental”. Cuando ese acuerdo no existe, o se va apagando presa del temperamento hegemónico de los gobernantes, entonces imperan la enemistad y las arrogancias que, en lugar de incorporar, excluyen. La amistad civil es un concepto que bien podría cuadrar a los chilenos en circunstancias en que el triunfo de Piñera hace funcionar, por vez primera en dos décadas, el resorte de la alternancia democrática. Los veinte años en que gobernó la Concertación de partidos opositores al pinochetismo (con sus cuatro presidentes: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet) han dado lustre a la democracia
en nuestra región. Lustre y ejemplo, porque la experiencia chilena de los gobiernos de la Concertación puso de espaldas a las ilusiones latinoamericanas que revolotean alrededor del populismo y la demagogia. La Concertación en Chile, al igual que las primeras presidencias en Uruguay, nos enseñó que la negociación y los acuerdos de largo plazo son posibles en el contexto de una transición pacífica entre la dictadura y la democracia. Estas obras de arte político rara vez se perciben, detrás de la catarata de improperios que algunos gobernantes descargan para no asumir la responsabilidad por los propios errores. La situación actual de Venezuela, con un sistema político polarizado, un líder vociferante y una economía sumida en carencias energéticas (en un país petrolero) y escasa provisión de agua, no tiene punto de comparación con la cordialidad y mesura que en Chile mostraron los candidatos una vez conocido el cómputo de los sufragios (al visitar a Piñera para felicitarlo, la presidenta Bachelet dijo que tuvo “ocasión de honrar la tradición republicana”). De nuevo, hay aquí un problema bien resuelto de estilo y encauzamiento de las ideologías hacia metas comunes que conviene destacar. Es el fruto de los principios reformistas y gradualistas que la Concertación mantuvo en ejecución durante un prolongado período. En veinte años de gobierno –aun con rotaciones de presidentes– el desgaste del poder es inevitable. Este deterioro, si bien no impidió que Michelle Bachelet culminara su mandato con alta popularidad, hizo más rígidos a los partidos y abrió cauce para que irrumpieran nuevos liderazgos al margen de los aparatos partidarios. En el mundo posmoderno hay un culto a la juventud y al ascenso de quienes, provistos de talento mediático, embisten contra las rutinas establecidas. Mucho de esto se reflejó en el curso de una dura campaña electoral. La fatiga de lo conocido es un dato que transforma las democracias –no sólo en América latina– en sistemas en perpetua mudanza. La Concertación, por consiguiente, debe reformularse desde la oposición.
Sin embargo, la velocidad del cambio no impactó con tanto vigor sobre el flanco de la derecha. En este segmento, constituido por dos grandes partidos, ganó el candidato más moderado, el mismo que había jugado su suerte en los anteriores comicios presidenciales hace cuatro años. Superado así el pinochetismo recalcitrante, en el juego entre extremistas y moderados la Concertación ejerció indirectamente un rol pedagógico que obligó a la derecha a moverse hacia el centro del sistema político. El estilo reformista y moderado de la Concertación impregnó la cultura política hasta englobar a los candidatos de derecha. Hoy en Chile la victoria corresponde a quien no quiere volver atrás, sino marchar hacia adelante. Limpiar de telarañas reaccionarias a la política es pues tan relevante como disipar el horizonte de las pasiones del revan-
Limpiar de telarañas reaccionarias a la política es, pues, tan relevante como disipar el horizonte de las pasiones del revanchismo chismo. Estos instintos primarios suelen planear con bastante frecuencia sobre nuestras sociedades. Los guía una suerte de adhesión facciosa a una parte del pasado, como si ese fragmento constituyese toda la realidad del presente y del porvenir. Estas resurrecciones no construyen. En el peor de los casos, son derivaciones de la venganza revestidas con el manto de la justicia. En Uruguay podrían virar hacia la izquierda y en Chile hacia la derecha. Felizmente no se han producido. Los gestos y las palabras predominantes indican, por el contrario, la presencia de actitudes opuestas. Signos de madurez, pero sería interesante tener en cuenta los efectos que han tenido esas derivaciones entre nosotros por la perniciosa gravitación de la ceguera o del oportunismo. © LA NACION
Chile, en la flecha del tiempo S
E cierran veinte años de centroizquierda en Chile. Hubo más centro que izquierda. La recuperación de Chile en el ámbito continental y mundial es un hecho notable. Con sentido de orgullo nacional y con diálogo alcanzaron el objetivo de la reubicación de Chile en el panorama internacional. Bachelet cede el poder con alto nivel de aprobación ciudadana. ¿Por qué no fue, entonces, reelegida su exitosa Concertación? De una forma sutil, Chile parece haber elegido un camino de persistente coherencia en el que “la tarea nacional” sigue prevaleciendo sobre las digresiones ideológicas o los rencores heredados de la historia pasada. Desde la dupla Pinochet-Büchi, pasando por estos veinte años de la Concertación, el esfuerzo de Chile se centró en un desarrollo economicista, riguroso, sano y predominante sobre las particularidades y frenos ideológicos. Hecho destacable en un país con un pensamiento de izquierda combativa. El Chile de Neruda, Teitelboim, Recabarren, Allende, que a lo largo de la guerra fría creyó en una solución final del capitalismo a favor de un socialismo que ya se desdibujaba tanto en la URSS como en la China de la Revolución Cultural. La Concertación que gobernaría después
de Pinochet supo someter su visión de izquierda al signo de la época. Supo tomar nota del desmoronamiento del sistema comunista soviético, como de la inesperada y profunda transformación de China, con su franca apertura y reconocimiento de la eficacia capitalista. La flecha mundial dominante era el capitalismo. El mercader, el vaishya, predominaba sobre el guerrero y el hombre de espíritu.
La sabiduría política es reconocer la realidad y responder a ello en beneficio de la consolidación económica Los izquierdistas chilenos parecieron comprender que, desde su pequeño país, no podrían modificar con su ética política, cualquiera que fuera, una realidad que hoy culmina en la entente de la China comunista con Estados Unidos y las potencias mayores de Occidente. Ese es el signo predominante de estos lustros, más allá de toda digresión crítica. La sabiduría política es reconocer la realidad y responder a ello en beneficio de la consolidación económica
ABEL POSSE PARA LA NACION
de cada país y región. Los chilenos dan muestras de haberse salvado de eso que Lenin llamó “la enfermedad infantil del izquierdismo”. (La despiadada profundidad existencial de la Residencia en la Tierra, del mejor Neruda, prevalece sobre el demagógico Canto General, que le valiera el Premio Lenin. Hoy Chile es un aventajado “residente en la Tierra”.) Dentro de este esquema de sabiduría, se evidencia que la Concertación se mantuvo cerca del esfuerzo pinochetista por renovar una economía provinciana y crear un empresariado competitivo. Realidad que hoy merece el elogio internacional. Todo sin hacer ideología al revés, advenedizamente procapitalista y olvidando las particularidades nacionales, culturales y geopolíticas. El país trasandino eligió la productividad y la afirmación económica, sin olvidar la necesidad de solucionar los difíciles problemas sociales todavía insuperados. Los chilenos saben dos enseñanzas fundamentales que dejó el siglo XX: 1) que contra toda previsión marxista los comunismos fracasaron justamente en lo económico, en lo que creyeron el pilar
de todas las superestructuras: social, cultural, política, internacional, etcétera, y 2) que sólo la producción de riqueza y de bienes es garantía de trabajo, progreso, bienestar y es el único motor de toda posible distribución más justa del rédito .Como pasó desde Estados Unidos a la China actual, desde Escandinavia al Brasil y la India de hoy. Los curiosos, y hasta exóticos, pensado-
En vez de achicar velas, los chilenos se juegan por la afirmación institucional con admirable civilidad res alemanes de los años 20, creadores de la llamada Revolución Conservadora, habían señalado que toda mejoría social profunda debía basarse en el éxito productivo, más allá de los esquemas encontrados de capitalismo-comunismo que ensangrentarían toda esa época. Deng Xiaoping, que revolucionó la China revolucionaria de Mao, concordó con esta visión heterodoxa al pronunciar aquellas ya famosas frases: “No importa el color del
gato siempre que cace ratones” y “Un país, dos sistemas…” A la pregunta de por qué no persistió en el poder la corriente de centroizquierdistas extraordinarios como Allwin, Frei, Lagos o Bachelet, cabe responder que Chile procedió con inédito coraje y coherencia al elegir al conservador Piñera. Duplicó la apuesta. Mantuvo la línea exitosa de consolidación económica y empresarial como una política de Estado desde la que se podrán solucionar las urgencias sociales pendientes, más o menos con una estrategia como la empleada por Lula da Silva en Brasil. En vez de achicar velas, los chilenos despliegan hasta la última gavia. Se juegan por la afirmación institucional con admirable civilidad. Se ubican en el signo del tiempo, que es circunstancia ineludible. La circunstancia es lo inmediato. La ideología es creación futura. La voluntad crítico-creadora no debe imponerse sobre la posibilidad inmediata que ofrece el mundo en cada signo de época. Desde nuestro indecoroso putarraqueo político, desde nuestra patanería caníbal, desde la peor hora de la patria argentina, el espectáculo de civilidad y equilibrio de Chile es la contraimágen de nuestra pasión autodestructiva. © LA NACION