Las olas, el viento y todo el sucundum del arte de surfear

25 mar. 2007 - se a un surf camp, donde se comparten unos días con gente con el mismo obje- tivo, en su mayoría veinteañeros, aun- que también de más de ...
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Turismo

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Domingo 25 de marzo de 2007

El mundo en primera persona Por Jazmín Stuart Para LA NACION

Diez argentinos en Angra dos Reis La recompensa de una gira un tanto caótica llega con una fiesta inesperada y una bahía de ensueño A fines de 2006 fui invitada a participar con La mujer que al amor no se asoma en el Festival Internacional de Teatro de Angra dos Reis, en Brasil. La noticia nos alegró mucho, pero realmente la organización fue un poco caótica. En principio porque somos un equipo grande: seis actores, asistente, productor, utilero, operadora de luces: diez personas. Y, por otro lado, nuestra escenografía es bastante voluminosa, y ninguna aerolínea podía garantizar que la depositaría sana y salva en suelo brasileño. De manera que hubo que explicarle al jefe técnico del festival cómo hacer una escenografía similar en el escenario que estaban montando allá. Fueron jornadas agotadoras de hablar por teléfono, intercambiar e-mails, hacer dibujos, sacar fotos y enviarlas por Internet, y todo eso en un portuñol imposible. Finalmente, y como era de esperar, después de llegar a Río; viajar en combi hasta Angra, y agotados, ingresar en el predio del festival, ¡horror!: la escenografía no se parecía ni un poco a la nuestra. Y la función era de cinco horas. Inmediatamente comenzamos a cortar maderas y forrar sillones, mientras transpirábamos y vociferábamos en el idioma que nos salía. Intentábamos comunicarnos el equipo brasileño y el nuestro, pero transmitir una idea simple

demoraba un rato de gestos y palabras inventadas que “sonaran a…” Afortunadamente, a la hora en la que el público empezaba a llenar esa carpa para 900 personas, nosotros ya estábamos maquillándonos y vistiéndonos con la lengua afuera. La función fue muy buena. Y el problema del idioma finalmente pudo dejar de ser un obstáculo, ya que todo lo que decíamos aparecía mágicamente traducido en un cartel electrónico, y la gente se reía. Se reía con cierto delay, pero se reía. Al terminar la función, no podíamos siquiera hablar entre nosotros por el agotamiento que sentíamos. Sólo implorábamos por comida y cama. Pero al llegar a nuestro hotel, que aún no habíamos tenido tiempo de conocer, nos encontramos con tres piletas inmensas, un cielo estrellado, y una bahía increíble bañada del mar más tranquilo que vi en la vida. Comimos, bebimos, brindamos y, cuando estábamos a punto de ir a dormir, descubrimos que en un gran salón del hotel había una fiesta de disfraces. Y nuestra curiosidad pudo más. Entramos en una nube de música y antifaces, pero cuando empezábamos a disfrutar, una señorita con el uniforme de la empresa que organizaba el evento nos pidió que nos retiráramos. Nos quedamos en la puerta dando vueltas, viendo como la gente entraba, salía y se divertía. Has-

[ MAR DEL PLATA ]

ta que un señor disfrazado de marinero se acercó para hablarnos, luego uno vestido de juglar, y más tarde otro de hawaiano. Y después de un rato, volvimos a la fiesta, triunfantes, del brazo de nuestros nuevos amigos. Bailamos durante horas, como si el cansancio se hubiera evaporado. Nada mal para un día que había empezado a las 5 de la mañana cuando tomamos un avión en Ezeiza, y había continuado con el corazón en la boca durante el resto de la jornada. Al día siguiente, bajar a la playa y descubrir una suerte de galeón pirata, unos kayaks y la bahía fue la gloria. Diez argentinos que venían a Angra a trabajar, disfrutando la tarea cumplida y con el sol en la cara.

La autora dirige y actúa en La mujer que al amor no se asoma y se prepara para trabajar en las películas La Peli, de Gustavo Postiglione, y Los paranoicos, de Gabriel Medina.

Fue invitada a participar con su obra de teatro

Surf camp

Las olas, el viento y todo el sucundum del arte de surfear Hay escuelas especializadas que brindan cursos intensivos para quienes buscan pararse en una tabla Por Martín Wain Enviado especial

Un buen instructor también enseña los códigos del agua

MAR DEL PLATA.– Pararse en la tabla es el primer desafío para el cornalo, o principiante, en la jerga surfer. “Volaban pesado, amortiguaban mal”, dice uno de los chicos, y todo es aún más incomprensible. Aunque estén hablando de skate, como en este caso, deporte que comparte el amor de la misma tribu, las palabras son casi idénticas y el recién llegado debe hacer un esfuerzo para entender lo que dicen. Al menos si quiere aprender a surfear, como en este caso. Uno puede intentar por cuenta propia o acudir a un instructor. También, para un aprendizaje intensivo, sumarse a un surf camp, donde se comparten unos días con gente con el mismo objetivo, en su mayoría veinteañeros, aunque también de más de 40. Dormir en un hostel y tomar clases durante el día forman parte del programa, que incluye las comidas: en la playa al mediodía y

en la catedral del surf por la noche, un restaurante-pub (La Princesa) donde se reúnen los amantes de las tablas. El mar está petiso en la primera jornada. Casi no hay olas; si aparece una de medio metro hay que considerarse afortunado. “No wave” (que suena como no way), repiten dos experimentados, mientras emprenden la retirada. Llegaron hasta Playa Grande para confirmar los pronósticos, desfavorables, que a las 6 habían visto en www.windguru.cz, página que casi todos consultan. Porque además de madrugador, todo buen surfero es experto en meteorología. No influye tanto la lluvia: salvo cuando hay rayos, siempre se mete en el agua. “Los días así están buenos para aprender a leer el mar”, dice Gerónimo Usuna (Jimbo), uno de los instructores del Quicksilver Surf Camp y uno de los mejores competidores del país. La espera es cerca de la costa (dentro del mar, por supuesto), con traje de neoprene para no enfriarse y la tabla entre manos; una tabla gigante, de 2,5 metros y unos 8 kilos, ideal para no perder el equilibrio. “Es como una

mesa, te subís seguro”, dice Jimbo, incentivador nato, que antes de empezar se asegura si uno es goofy o regular, o sea, si está más cómodo con el pie derecho adelante, o viceversa. Es cierto lo de la mesa: al cuarto o quinto intento uno logra pararse en la tabla gigante, al principio apoyando una rodilla y luego de un único salto. El destino es siempre incierto en la primero jornada, pero el paso inicial es mejor de lo esperado. Luego sí, la caída, y la primera gran conclusión: no hacen falta grandes olas para tragar mucha agua. Después del agua con sal llega el agua con sales minerales. Porque en el parador del camp esperan bebidas (las que toma Bilardo) gratis para los del curso semanal y amigos de la casa. La marca es sólo una de las auspiciantes del surf en Mar del Plata, que en los últimos años abandonó el amateurismo y dejó lugar a los patrocinadores, que mantienen la actividad. El curso continúa al día siguiente, cuando una camioneta pasa a buscar a todos por el hostel, para cambiar de playa por cuestiones de... olas, obvio. A la tarde se vuelve a Playa Grande. Desde el hospedaje se caminan 150 metros hasta el laberinto de escaleras que llega a los paradores y las carpas. Siempre a la izquierda por los pasillos para llegar al lugar indicado, en enero y febrero hay que atravesar el millar de personas que mira, también en las escalinatas y frente al hotel Costa Galana, el programa en vivo de Mirtha Legrand. Pero cuando la Chiqui transmite desde Buenos Aires, llegar hasta el local de Quicksilver debería llevar sólo cinco minutos. El parador funciona como club, justo

DATOS UTILES DONDE DORMIR ● Hostel Playa Grande

Quintana 168 (y Leandro N. Alem). Teléfonos: (0223) 451 7307 / 15 400 6239. En habitaciones compartidas, desde 35 pesos por persona, por noche. ACTIVIDADES ● Quicksilver Surf Camp

Salvo en invierno, está abierto durante el año. Marzo, abril e incluso mayo, y de octubre a diciembre son buenos meses en general para hacer surf, porque el clima es más parejo en Mar del Plata y casi no hay turistas en el mar. La semana, con hospedaje en el hostel y las comidas (almuerzo y cena) incluidas, cuesta 1300 pesos por persona (el pasaje aparte). ● Para información sobre el surf camp y el hostel: www.ho stelplayagrande.com.ar

frente a un paso público hacia el mar. Hay tablas, música, almohadones y una Playstation. No hace falta ir preparado: allí están las tablas y los trajes de neoprene, todo lo necesario. Una pulsera, símbolo de las Very Important Persons (VIP, claro) de la cultura dance y también rockera de los últimos años, indica quiénes son los que están en el camp. Es básicamente un precinto colorido que brinda acceso a las comidas.

Slalom y cut-back En la segunda jornada las olas son mayores que en la primera, aunque sólo lo suficiente para aprender las primeras técnicas y descubrir que entre lo más difícil del surf está agarrar las olas en el momento adecuado. Para eso hay que remar, o sea, bracear sobre la tabla hasta pararse en ella. Aprender con instructor ayuda mucho a lograrlo, porque no es fácil descubrir el punto exacto para dar el salto, ni las corrientes, ni las secuencias de las olas, que generalmente llegan de a cuatro o cinco. “Cuando tenés mucha práctica en la zona empezás a sentir lo que va a hacer el mar”, cuenta Maxi Siri, bicampeón argentino y líder de los dos rankings nacionales. Con 24 años es una celebridad entre los suyos y está a cargo del camp. El tercer día, con olas de 1,50 metros, el primer objetivo es llegar al outside, o sea, fuera de la rompiente. Hay que pasar la seguidilla de olas para esperar allí, más lejos de la costa, la más adecuada. El problema es que son tan altas que hacen rebotar una y otra vez al inexperto. Con esmero se logra, pero el cansancio se siente cuando hay que volver a intentarlo. Hay escuelas de surf en casi todas las playas. En una semana intensiva uno aprende lo básico, como subirse, remar, agarrar una ola y pararse en la tabla, pero también, dependiendo de cada uno, a cortar la ola (doblar), o un slalom (subir y bajar), o tal vez un cut-back (recorrer la ola y volver por la misma). “Entre los 8 y los 40 años se puede aprender sin problema, incluso de más edad. Para los más chicos es más fácil, pero todos se van con la sensación de haber surfeado”, agrega Maxi. Al cuadro docente lo completan Juanchi Ros, de 48 años, que es uno de los que llegó temprano a la actividad (cuando nadie imaginaba el surf como profesión), y otros dos jóvenes que compiten internacionalmente. Un buen instructor ayuda también a aprender (por las buenas) los códigos de los surfistas. Por ejemplo, ellos se alinean en el mar de manera que el que está más cerca de la espuma cuando empieza a romper tiene la prioridad de la ola. Conocer este tipo de reglas evita contratiempos (y la punta de una tabla en un ojo, si alguno de verdad se enoja).