ENFOQUES
Domingo 27 de junio de 2010
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Investigación
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La última jugada por Comunicaciones Valuadas en unos 150 millones de pesos, las instalaciones del club, en el barrio de Agronomía, son el centro de una feroz puja en la que se cruzan amenazas de muerte, acusaciones de corrupción y los intereses de dos pesos pesados de la política y la empresa: Hugo Moyano y Daniel Hadad Pintadas y afiches se hacen eco del incierto destino de un club que pese a sus deudas vale 150 millones de pesos
socios. Poco después, una delegación del club escuchaba en las oficinas del sindicato de Camioneros cómo Pablo Moyano explicaba las bondades de su oferta. Con 11 millones de pesos, la Mutual del gremio saldaba la deuda y luego prometía invertir otros 14 millones en mejoras de las instalaciones, al tiempo que subrayaba las coincidencias entre el fin “social” de la Mutual y el club, y se parafraseaba una sugestiva frase que había formado parte del texto de la propuesta presentada en el juzgado: “No debemos permitir las ambiciones privatizadoras de algunos personajes, que solo buscan enriquecerse”. Moyano aludía a un contrincante que los socios todavía ignoraban. La oferta camionera se adornó con aderezos: los futuros socios del club podrían disfrutar de los hoteles de la Mutual, al tiempo que los jubilados recibirían servicio médico y descuentos en medicamentos. Hubo también referencias futbolísticas y la decisión de mantener al club en Primera B. La ambición futbolística forma parte de la carrera política de Hugo Moyano: interviene en forma determinante en Independiente y controla los equipos de Alvarado de Mar del Plata y Barracas Central. El yerno del titular de la CGT, Claudio Tapia, es a su vez presidente de la Primera C. “Moyano tiene un techo muy bajo para crecer políticamente por la imagen negativa que arrastra, por lo tanto puede imaginar que el fútbol es un camino para acumular poder, como ocurrió con Mauricio Macri”, interpreta la diputada Patricia Bullrich, de la Coalición Cívica, principal antagonista del titular de la CGT. El manejo de Comunicaciones le permitiría una plaza en la AFA gracias al lugar ganado en la Primera B. Julio Grondona podría comenzar a preocuparse.
En la Argentina, cuando un club cae en desgracia por manejos fraudulentos de sus dirigentes o porque el contexto económico devora sus ingresos, su futuro se bifurca entre dos caminos: lograr un salvataje estatal a través de la intervención política o desaparecer. El antecedente emblemático es Racing, que incluso motivó la sanción en el Congreso de una ley a su medida (25.284) para evitar la caída en el abismo. Todavía afronta un plan de pagos para los acreedores, tras hipotecar las sedes de Avellaneda y Villa del Parque. Pero la intervención del gobierno porteño evitó, en su momento, el remate de su sucursal en la Ciudad de Buenos Aires. La del noventa fue la década negra para los clubes. La frase de la síndico Liliana Ripoll “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir” todavía sobrevuela como un espectro en los recuerdos de los académicos. Pero la política siempre resultó la solución de última instancia cinco segundos antes del derrumbe. En 1991, el juez Miguel Bargalló decretó la quiebra judicial de Atlanta, ícono del barrio de Villa Crespo. Catorce años después, la Legislatura porteña dispuso la expropiación de la sede, que había sido vendida en 1994 para pagar deudas. El entonces jefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman, fue la figura central de las celebraciones para la reinauguración. El club todavía usa el predio en comodato, ya que nominalmente pertenece a la Ciudad. En 1999 quebró Deportivo Español. La reacción de los socios incluyó tomas y piquetes para impedir el ingreso de los interesados en los remates de los bienes. El club tuvo que cambiar de nombre para no perder su plaza en Primera B. Y en 2007 recuperó parte de sus instalaciones gracias a otra expropiación y una compra impulsada políticamente a través de la Corporación Sur. “Ferro todavía depende de las resoluciones de un órgano fiduciario similar al creado para administrar Comunicaciones”, compara Mónica Nizzardo, de la agrupación Salvemos al Fútbol. La particularidad es que las autoridades designadas por la justicia para regir los destinos del club de Caballito debieron ser reemplazadas tras denuncias de negociados.
Un estadio cubierto Pero mientras la delegación de socios se enteraba de la oferta de Moyano, el empresario Daniel Hadad acababa de almorzar con Manu Ginóbili en Miami y recibía una invitación para presenciar un partido de la NBA en el American Airlines Arena, un estadio de estilo futurista construido en el centro de la principal ciudad de la Florida cuya edificación costó más de 200 millones de dólares. Aquello era lo que quería, se lo confesaría luego a un grupo de socios de Comunicaciones: la comodidad de un extraordinario estadio cubierto en plena ciudad de Buenos Aires, con estacionamiento subterráneo, sin trapitos ni complicaciones. Y regresó a la Argentina dispuesto a pulsear por el premio mayor. El 4 de junio, finalmente, Hadad y su abogado Jorge Daniel Grispo presentaron la oferta ante el juzgado bajo el nombre de Inversora del Parque Sociedad Anónima. En esencia, la propuesta también cancelaba los pasivos de 11 millones de pesos pero además prometía un plan de inversión de
otros 40 millones para la construcción de un estadio cubierto. A los socios les devolvería la mayor parte del club y el colegio secundario y primario que funciona en su interior, e Inversora del Parque Sociedad Anónima se quedaría con una parte del predio para edificar el estadio. Todo con una condición: el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires debía antes autorizar su construcción y ratificar que el emprendimiento es posible a pesar del código E4 que limita los desarrollos inmobiliarios en las 17 hectáreas del club. En las oficinas del canal C5N, de Fitz Roy al 1900, el empresario dejó en claro que sin el permiso del Gobierno porteño no habría donación a los socios. “¿Por qué el Gobierno de la Ciudad no dejaría construir un estadio cubierto en el mismo lugar donde hoy hay una cancha, mal conservada y con las butacas viejas?”, se pregunta Grispo cuando se le transmiten las inquietudes de los socios frente a la con-
A través del control del Club Comunicaciones, el líder de la CGT podría poner un pie en la AFA
DAMIAN NABOT PARA LA NACION
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oracio “El Gato” Carballo insistía con sus corridas por el lateral izquierdo, como un lancero solitario contra la armada de Claypole. Comunicaciones había recibido cuatro goles y las expectativas se hundían en la catástrofe. De pronto, la pelota se enamoró de su derecha y su figura desgarbada atravesó el mediocampo hacia el área rival. Cuando escuchó a la barra de “Los carteros” gritar su gol, El Gato supo que era posible revertir el desastre. Aquel 1997, el club Comunicaciones empató con Claypole y ascendió a primera B. Trece años después, Carballo juega al fútbol en una cancha improvisada sobre el asfalto de la avenida San Martín, en el barrio porteño de Agronomía. Llovizna sobre el centenar de socios que se manifiesta para preservar al club de la quiebra. El alambrado está cubierto de afiches que ruegan “Salvemos a Comu”. Las gotas resbalan por la camiseta amarilla y negra de El Gato, convertido en ídolo local. Pero los goles de fantasía que adornan la protesta no alcanzan para torcer mágicamente el destino del club. Con ocho décadas de historia, un origen que lo emparienta con Juan Domingo Perón, deudas millonarias, una puja judicial que enfrenta al camionero Hugo Moyano con el empresario de medios Daniel Hadad y una realidad surcada por amenazas de muerte y denuncias de corrupción, la historia del Club Comunicaciones puede leerse como una alegoría argentina. Con acceso por tres avenidas, asentado sobre 17 hectáreas en una zona donde el metro cuadrado de terreno ronda los mil dólares y valuado en 150 millones de pesos por la revista especializada Sport Bussiness, el club se convirtió en una presa apetecible para inversores de espalda ancha que puedan cubrir su pasivo de 11 millones de pesos y afrontar el hormiguero político que se agita bajo la superficie. En 1997 cayó en convocatoria de acreedores y en 2000 se decretó su quiebra; en una agonía lastimosa para un club que había nacido por el impulso de los trabajadores de la empresa de Correos y Telégrafos en la década del treinta y había ocupado los alrededores de Agronomía gracias a una donación firmada por Perón. Tomar sus riendas es ahora una compulsa que sólo admite apostadores poderosos. Y los directivos del club lo aprendieron rápidamente cuando uno de los “socios honorarios” recibió un llamado en su oficina del Correo Argentino y al otro lado de la línea el ministro de Planificación, Julio De Vido, le sugirió que escucharan la oferta que iba a presentar el gremio que responde a Moyano. La propuesta de camioneros había atravesado el mundo político como una confidencia ascendente y fue la voz del ministro la que finalmente la llevó a los oídos de los
Fútbol, quiebras y política
FOTOS: MIGUEL ACEVEDO RIU
La crisis del Club Comunicaciones estalló en los 90, al privatizarse el Correo Argentino
dición impuesta y mientras una sirvienta de uniforme le sirve un café. La principal debilidad de la oferta de Hadad es que Inversora del Parque Sociedad Anónima tiene apenas un año y medio de historia y 12 mil pesos de capital social. Amenazas La figura del abogado Eduardo Mario Fenochietto se recorta sobre el sol invernal que atraviesa el ventanal de su estudio, en el primer piso de la avenida Córdoba. Designado al frente del órgano fiduciario por mandato del juez Fernando D’Alessandro, el abogado administra las cuentas del club desde que cayó en convocatoria de acreedores. De esa forma, Fenochietto se convirtió en el hombre fuerte de Comunicaciones y cualquier centavo que entra y sale de las arcas pasa por su supervisión. “Se replicaban todos los males de la Argentina: había socios que usaban el club y no pagaban las cuotas, empleados que cobraban sin trabajar y una anarquía generalizada”, señala Fenochietto, quien se ufana de la mano dura que impuso cuando la administración del club cayó sobre sus espaldas. El abogado cree librar una suerte de guerra personal con los responsables del área Fútbol del club, a quienes acusa de pretender manejar arbitrariamente la caja y realizar negocios por debajo de la mesa. Su teléfono celular acumuló amenazas de muerte hasta que se abrió una investigación judicial que terminó en la condena de Christián Javier Renzo y Leonardo Patricio Reiss, a quienes Fenochietto señala como integrantes de la barra brava de Comunicaciones. Por orden judicial ahora ambos tienen prohibido acercarse al abogado o concurrir al club. El teléfono suena y un llamado advierte que Reiss había intentado asociarse nuevamente a Comunicaciones. “No puede”, enfatiza Fenochietto frente a LA NACION mientras presiona un botón para pedirle a su secretaria que alcance una copia de la resolución del Tribunal Oral en lo Criminal N° 17, que ordenó a los barras mantenerse a raya. En la planta baja del edificio, un agente de la Policía Federal custodia permanentemente la entrada. El nerviosismo sobrevuela las palabras de Fenochietto, parado en medio de una contienda millonaria. “[Marcelo] Longobardi habló mal de mí y lo llamé, le dije que si Hadad quería presentar una oferta, que lo hiciera, pero que dejara de decir que yo quería regalar el club”, exclama en referencia al periodista de Radio 10. Apenas a seis cuadras del estudio de Fenochietto, el empleado bancario Ezequiel Martínez, responsable del área Fútbol del club, asegura que el pasivo del club es manejable. “Se consiguieron condonaciones de la deuda gracias a los socios, el órgano fiduciario nunca hizo nada para mejorar los ingresos del club, quiere dárselo al primero que pase por ahí”, acusa. La trama se teje sin encontrar protagonistas desinteresados.
Como la ilusión económica de los tiempos de la plata dulce, el club atravesó seis décadas sin sobresaltos financieros porque se sostenía con un descuento automático en el recibo de sueldo de los 40 mil empleados del Correo. Era un subsidio encubierto que pagaba hasta el empleado de La Quiaca, aunque en su vida fuera a disfrutar de un club a la medida de la clase media porteña. Cuando la ola privatizadora de los noventa entregó el correo al Grupo Macri, el descuento fue eliminado y el club enfrentó la realidad de “vivir con lo nuestro”. Subsistió hasta el presente con el pulmotor de la ley 25.284, que inventó los fideicomisos para los clubes a solo efecto de evitar la quiebra de Racing en 2000. Ahora los socios quieren que se aplique el mismo salvataje que disfrutó Atlanta en 2007, a través de la intervención del gobierno porteño. Pero el macrismo confesó en reserva que temen dejar heridos. “El gobierno porteño puede adelantarle recursos al club por el uso que hace del predio en sus colonias de verano, pero no quiere ir contra los intereses de Moyano, que controla gran parte de la recolección de la basura en la Ciudad”, interpreta el legislador Aníbal Ibarra. El abogado Fenochietto tiene entre sus antecedentes la participación en la quiebra de la cooperativa El Hogar Obrero, otro símbolo argentino caído en desgracia que el abogado desmembró en centenares de propiedades hasta que se pagó a todos los acreedores. Durante el largo proceso del Hogar Obrero conoció al juez D’Alessandro, por entonces secretario de cámara, y se anudó el vínculo que los llevó a compartir los destinos del Club Comunicaciones. “Se va a llamar a una mejora de la oferta y quien presente la propuesta más conveniente se quedará con el club”, anticipa Fenochietto. Ni Moyano ni Hadad se dieron por vencidos. “Nosotros queremos devolver el prestigio al club, no hacer un negocio inmobiliario”, defiende Miguel Enrique, titular de la mutual Camioneros. Los representa el abogado Jorge Rampoldi, quien debió abandonar la dirección de Migraciones cuando un grupo de legisladores recordó su paso por el Ministerio de Bienestar Social en tiempos de José López Rega. “Con la quiebra, la asociación civil Club Comunicaciones dejó de existir”, advierte fríamente el abogado de Hadad, tras repasar los puntos fuertes de la oferta del empresario. Bajo la llovizna, “El Gato” Carballo mira hacia el interior oscuro de Comunicaciones. “Siento nostalgia del club donde jugaba cuando era chico”, dice. Detrás del alambrado, las luces están apagadas. La barra del club golpea el bombo sin cesar sobre el asfalto de la avenida San Martín. Cae la noche sobre Agronomía y los automovilistas tocan furiosos las bocinas, estancados en el tránsito por la protesta. “Sé que va a ser duro”, se prepara Carballo. Mucho más difícil que revertir un cuatro a cero. © LA NACION