Viernes 9 de agosto de 2013 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
La UBA está de fiesta El 50° aniversario de la carrera de Historia del Arte congregó a personalidades de la cultura en un conmovedor homenaje a Julio E. Payró, el fundador Hugo Beccacece | para la nacion
F
ue una celebración conmovedora, en la que se libró una divertida e insólita competencia, literalmente a toda orquesta, entre dos homenajes contiguos que tenían el mismo objeto. La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en Puán 480, estaba de fiesta. El lunes último, se festejó el 50° aniversario de la creación de la licenciatura en Historia del Arte, que se convertiría en la carrera de Artes. Al mismo tiempo se inauguraba el III Congreso Internacional Artes en Cruce. En un aula del tercer piso, el director de la carrera, Ricardo Manetti habló sobre los cambios que se habían producido en medio siglo y se refirió a los grandes profesores de la licenciatura: el fundador Julio E. Payró (se descubrió una placa con su nombre), Héctor Schenone, Ernesto Epstein, Catalina Lago, Carlos Rivera, Nelly Perazzo y José Emilio Burucúa, que definió el encuentro como un “acto de civilización”. Los grandes maestros, como los actores, deben ganarse la atención del público, es decir, de los alumnos, y formarlos. Catalina Lago evocó la figura de Payró, del que fue discípula, como una profesora de primera línea, dotada de star quality. Delgada, vivaz, muy elegante, con un rostro hermoso al que el pelo entrecano enmarcaba con nobleza, Lago conquistó al auditorio desde el primer momento, cuando las fichas que acababa de ordenar se le cayeron (como en una comedia de Hollywood) y ya no las pudo poner en su lugar. Aclaró con un tono vibrante, teñido de humor resignado, que no estaba acostumbrada a dar una conferencia de pie y sin un micrófono fijo, y empezó: “El antiguo instituto funcionaba en el subsuelo de Reconquista 572, una casona preciosa. Ya los comienzos fueron under. Las oficinas eran oscuras, tétricas. Cuando Payró asumió, hizo pintar de colores claros las paredes, el escritorio, colgó reproducciones de obras luminosas y puso una alfombra lindísima. Todo costeado de su bolsillo. A las clases de la cátedra, hasta que llegó él, iban pocos alumnos. En pocos cuatrimestres, de veinte inscriptos se pasó a cuatrocientos.
Las clases debieron dictarse en el Aula Magna de la calle Viamonte. Asistían también profesores y oyentes de todo el país. Entre ellos, recuerdo a una pareja bellísima, la de María Vaner y Leonardo Favio”. De pronto, el relato de Lago fue interrumpido por un violonchelo y otros instrumentos de cuerda. El improvisado recital se desarrollaba en el pasillo y acompañaba a una performance de danza. Una expresión de cómica desesperación se apoderó de la cara de Lago. Levantó la voz, logró imponerse al concierto de cuerdas (desafinadas) y se lamentó a la manera de Katharine Hepburn: “¡Y ahora esto! De pie, con micrófono a medias, y esta música”. Alguien fue a averiguar qué pasaba. Regresó: “Celebran lo mismo que nosotros”. Payró vs. Payró. Risas de la concurrencia. Lago no se desanimó, siguió con su evocación y triunfó. Las cuerdas se retiraron y ella concluyó: “La carrera se creó hace medio siglo por el éxito de la cátedra. Payró pertenecía a la élite de la cultura argentina, pero no tenía espíritu elitista: quería compartir todo lo que sabía”. El festejo continuaba en el primer piso de Puán. La sala 108, que hace las veces de Aula Magna, estaba llena de alumnos e invitados. Luis Felipe Noé y Eduardo Pavlovsky, “Tato”, dialogaron sobre la creación, interrogados por Jorge Dubatti y Juan Pablo Pérez. Noé recordó su paso como interventor de la carrera de Historia del Arte, en 1973. “Fue durante el gobierno de Cámpora. Yo no era peronista, nunca lo fui. Venía de una familia muy antiperonista, pero en esa época pensaba que había que hacer la revolución para hacer arte. No tenía título. Admiraba a Julio Payró, pero éramos unos cuantos los que creíamos que la licenciatura estaba centrada en lo europeo. Nos parecía que faltaban materias sobre el arte de Asia, de América y, sobre todo, de la Argentina. El gobierno de Cámpora duró un mes, yo duré un año en el cargo. Por esa época, dejé la pintura, me interesaba el arte participativo. Pasaron varios años. Seguí una terapia. Me puse a dibujar durante las sesiones y
“cuando pienso en el mundo, pinto; cuando pienso en la pintura, escribo. El pintor que más me influyó fue perón” luis FElipE Noé artista plástico
“cuando me preguntan cuáles son los recuerdos de mi vida pienso, sobre todo, en el placer que me da estar en el escenario” Eduardo pavlovsky psicoanalista y dramaturgo
así volví a sentir la necesidad de pintar. Desde chico leí historia argentina. Mi padre tenía muchos libros sobre el tema. En mis comienzos, nos preguntaban por qué hacíamos una pintura de ruptura, con imágenes violentas. La gente nos decía que éste era un país de vacas, tranquilo. Esa idea era para mí un gran autoengaño de la burguesía argentina. Desde los quince años, iba a las manifestaciones peronistas. No porque fuera peronista. Iba a ver cómo los manifestantes bailaban, cantaban. Por eso digo que el pintor que más me influyó fue Perón. Me mostró la ruptura. Cuando pienso en el mundo, pinto; cuando pienso en la pintura, escribo. Hoy creo que el caos es el orden del tiempo, ese caos es lo que traté de asir.” El dramaturgo Tato Pavlovsky comentó que había descubierto el valor terapéutico de la creación en sus primeros años como psicoanalista. “Debía atender a un grupo de chicos gravísimos. En esa época, no tenía libros sobre el tema. Un día, vi cómo uno de los chicos dibujaba y, a medida que lo hacía, se integraba con los demás. Fueron los hechos los que me mostraron lo que significa la creación. El hacer no tiene que ver con lo teórico. Escribí muchos libros sobre teatro, pero no soy un teórico, sino un explicitador de las prácticas teatrales. Cuando me preguntan cuáles son los recuerdos de mi vida, pienso en la pasta frolla de mi madre, en ciertas mujeres argentinas y, sobre todo, en el placer que me da estar en el escenario.” A la salida, una multitud de jóvenes iba a sus clases, mientras otros interpretaban sus performances. A unos pasos del aula 108, una chica vestida de hombre estaba subida a una silla con expresión de póquer en el rostro; en la misma silla, sentado delante de ella, se veía a un muchacho bastante rollizo, vestido de mujer, con una falda que dejaba al descubierto unas piernas masculinas, gordas y peludas. El muchacho no paraba de gesticular. Alguien dijo: “Si Payró viera esto, se muere de nuevo”. Los padres nunca saben lo que harán sus hijos, mucho menos en qué terminarán sus nietos. C