OPINIÓN | 27
| Sábado 25 de enero de 2014
Ante una dramática doble caída Eduardo Fidanza —PARA LA NACION—
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emprano en la mañana, funcionarios nerviosos, con postura corporal rígida y ceño fruncido, anuncian en pocos segundos una medida económica confusa, tomada de apuro, buscando aquietar la presión del mercado informal de divisas, cuya existencia y relevancia habían negado enfáticamente hasta entonces. Cumplida la tarea, huyen de los periodistas, dejando apenas una advertencia cifrada para los culpables de turno. A esa hora, desentendida de los rumores de la política y la economía, la gente se despereza del calor y la tormenta. En la ciudad se respira otro aire, después del bochorno. Si hay luz, pronto se encenderán los televisores, se iluminarán las pantallas de las computadoras y de los teléfonos inteligentes. Regresarán el flujo de información, el tedio del trabajo, las preocupaciones cotidianas. El fin de semana apenas amortiguará la angustia que provocan el dólar y la inflación, nuestros flagelos recurrentes. Los argentinos, agobiados por el calor, habían respondido a los últimos sondeos
manifestando hastío, preocupación y desconfianza. La imagen de las autoridades está en franco descenso y las expectativas sobre la marcha del país se desploman. La mayoría espera un mal 2014 y repudia la política económica. El frenético aumento de los precios, los cortes de luz, la ausencia de liderazgo, los saqueos, el miedo al delito calaron al fin en la sociedad, que le resta apoyo y confianza al Gobierno. En ese marco, la máxima autoridad del país, que optó por el silencio después de acostumbrar a sus súbditos a apariciones diarias, regresó a las pantallas para anunciar un plan social y dar su versión de los hechos. Cristina Kirchner fue fiel a sí misma en medio del vendaval. No se refirió a las preocupaciones cotidianas de la mayoría. Por el contrario, recordó logros en materia de salarios, disminución de la pobreza, empleo y planes sociales; lanzó un programa bien intencionado para asistir a los jóvenes que no tienen trabajo ni estudian; culpó ritualmente al neoliberalismo de las desgracias sociales; cuestionó a los medios, rei-
vindicó las utopías y afirmó que el pecado es la mentira. En fin: negó toda fragilidad; omitió los errores, las mendacidades y la corrupción de su gobierno; aludió a conspiraciones, hizo responsables de los problemas a poderes solapados, enemigos del interés general; esparció absoluciones y condenas. Se mostró intemporal, sin registro de las angustias públicas. Igual en las dificultades que en la prosperidad. La actitud presidencial parece un síntoma de debilitamiento. No sólo se desvaloriza la moneda, en paralelo asistimos a una rápida devaluación del poder político y, con ella, a una amenaza cierta de desorganización social. Acaso el exceso de ideología anestesia al Gobierno para percibir esta acechanza. Da la impresión de que el orden social no se encuentra en la caja de herramientas del populismo radicalizado. Quizás esta omisión sea un reflejo setentista. En aquel tiempo, el orden era una mala palabra para los que querían cambiar el mundo. Aquí un hallazgo paradójico. Tal vez Tal-
cott Parsons, un sociólogo conservador, aborrecido en esa época, pueda ayudarnos a entender la naturaleza del problema que enfrentamos y lo que puede ocurrir, en caso de que el rumbo no se corrija a tiempo. Esta explicación es aun más actual si se considera que el kirchnerismo hizo de la “caja” un resorte crucial del poder. Me explico: Parsons estableció una analogía entre el dinero circulante y el poder político. Uno facilita las transacciones económicas, el otro hace posible los intercambios políticos. En el origen, el dinero era un metal con valor intrínseco o se respaldaba en él; luego se transformó en papel moneda, cuya clave es la aceptación general, no el sostén en metálico. Con el poder político, dirá Parsons, ocurre algo similar: al principio, su fundamento fue la coerción física; después se generalizó, basándose en el consentimiento de los gobernados. Así, el respaldo monetario y la violencia estatal, resortes primigenios del poder, se limitaron a ser reservas de última instancia, dejando el lugar central a las creencias. La economía y la po-
lítica devinieron así en poderes simbólicos, asentados en la confianza institucionalizada en el sistema. Ése es el fundamento del orden social bajo el capitalismo. Gracias a él la sociedad funciona. Si esta interpretación es plausible, estamos en problemas. La Argentina asiste a una dramática doble caída. Se desploma la confianza en la moneda y decrece la legitimidad de las autoridades. Es decir: se volatilizan los principios simbólicos del orden y quedan expuestas, entonces, las reservas últimas del poder: el dólar, verdadero metal precioso del país, y los medios físicos de coerción, que el Gobierno, con razón, no quiere utilizar, pero que serán necesarios si cunde la desorganización social, como ya sucedió con los saqueos. La Presidenta debería reflexionar, dejando de lado la negación. No habrá dólares que alcancen, ni represión eficaz, si la sociedad, presa del pánico, busca por sus propios medios la confianza y los recursos que el sistema le está negando. © LA NACION
tiempo de cambios. Internet y la independencia económica de las mujeres sustraen de las castas a la institución matrimonial
La revolución del amor en la India Hinde Pomeraniec —PARA LA NACION—
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ientras en América latina, Estados Unidos y gran parte de Europa el matrimonio igualitario hace su camino en materia de legislación, en un país democrático y con una economía pujante como la India los matrimonios aún se arreglan entre familias y casarse por amor sigue siendo, para muchos, un sueño imposible. Allí el tradicional sistema de castas sigue vigente y la pelea por el progreso en materia amorosa es una deuda aún no saldada por la ley. La India es un país que avanza en muchas áreas, pero sigue regulando de manera arcaica cuestiones sociales y humanas como los vínculos amorosos. Sin embargo, algo está cambiando. En los países occidentales, las transformaciones en materia amorosa se dieron en dos etapas: primero se admitió el amor como razón principal para el matrimonio y, décadas más tarde, se dio la revolución sexual. En la India, en cambio, todo parece ser motivo de un mismo, único y vertiginoso movimiento, que incluye también los derechos de los homosexuales a relacionarse, primero, y luego el derecho a conformar una familia. Los cambios en el mercado laboral y el crecimiento urbano son los grandes pilares de la revolución silenciosa que viene dándose en este país de una solidez democrática reconocida por todo el mundo, con 1300 millones de habitantes (el segundo más populoso del mundo, luego de la China), más de veinte lenguas oficiales y un abanico de religiones. Un tercio de los 480 millones de puestos de trabajo en la India es ocupado hoy por mujeres, y en la década pasada los ingresos de las mujeres que viven en las ciudades se duplicó. Según encuestas recientes, un 60% de las mujeres urbanas se reconoce como responsable económica de su propia vida. Y aquí parece estar la clave que trae los cambios sociales: ser económicamente responsables de sus vidas y no tener que depender de los padres para subsistir. Según cifras de Unicef, hace diez años apenas el 5% de los matrimonios en la India eran por amor y no arreglados entre familias. Hoy, gracias a la situación laboral urbana de las mujeres, la cifra trepó a un importante 30 por ciento. Una investigación del Banco Mundial halló que en la India el desempleo entre los jó-
venes es un 50% mayor que el desempleo general, lo que deriva en que en muchos casos el vínculo con los padres se prolongue más de la cuenta y, junto con esto, la obediencia a los viejos patrones de comportamiento, como los matrimonios arreglados, sobre todo en los estados más conservadores en materia religiosa. Aunque las cifras muestran una caída en este índice, todavía se llevan adelante muchos matrimonios infantiles, con novias que tienen incluso menos de 15 años, sobre todo en zonas rurales. Según la escritora y ensayista india Ira Trivedi, el sistema de castas también está cambiando. La creciente clase media urbana está anteponiendo el estatus económico al estatus por casta. Por esto, dos personas de clase
media podrían vincularse más uno con otro que con los de otra clase. En la India urbana, ya se asiste al resquebrajamiento de las castas y ésta es la razón por la que los matrimonios por amor están creciendo, explica la autora, quien asegura que celulares, computadoras e Internet son enormes fuerzas detrás de lo que ella llama “la revolución del amor en la India”, porque les imprimen a las cosas una velocidad hasta ahora desconocida. La urbanización avanza en la India. Los estudios indican que para 2030 el 40% de la población va a vivir en las ciudades y que el 70% de los trabajos va a ser urbano, un alza significativa si se la compara con 2008, cuando sólo el 30% de los puestos se generaba en las ciudades.
Un estudio en la prestigiosa revista científica The Lancet ofrece estadísticas escalofriantes de lo que llaman suicidio por amor en la India. En el estado de Tamil Nadu (en el extremo sudeste del país) se da el mayor número de lo que la policía llama “suicidio por fracaso amoroso”, con 500 casos reportados al año. En este contexto de presión mayor, apareció hace unos años una ONG con perfil cinematográfico, que parece salida del programa Los simuladores. Se llama Love Commandos (www.lovecommandos.org) y sus integrantes se ocupan de proteger, resguardar y dar albergue a parejas en riesgo; es decir, jóvenes de diferentes castas que quieren estar juntos pero cuyas familias no lo permiten: sólo en Punjab y Haryana reci-
ben unos 50 pedidos de ayuda diarios. Hace cinco años eran cinco o seis por día. “Los Love Commandos son una pequeña organización que quiere proteger a los jóvenes amantes de los khap panchayats o consejos de los pueblos que tratan de destruirlos. Los crímenes de honor [asesinatos de las mujeres de la familia porque tienen relaciones amorosas o sexuales con alguien no permitido] son todavía un gran problema en India y los Love Commandos están tratando de lidiar con este tema”, dijo vía mail Ira Trivedi, autora de novelas románticas best sellers y residente en Nueva Delhi. Son tiempos de cambios, de avances furiosos, pero también de retrocesos inesperados que forman parte del proceso de adaptación. En la India, la homosexualidad venía venciendo los límites del prejuicio y el odio desde 2009, cuando los tribunales indios declararon ilegal la ley que criminalizaba la sodomía y el sexo consentido entre dos adultos homosexuales, una herencia del 1800, tiempos del régimen colonial británico. Cuando parecía que la comunidad gay estaba habilitada para, en el marco de los cambios que se dan en el resto del mundo, apostar al matrimonio igualitario; cuando, incluso, ya podían libremente en ciudades como Nueva Delhi llevar adelante su anual Marcha del Orgullo Gay, los derechos de los homosexuales sufrieron un gran embate legal semanas atrás, ya que la actual Corte Suprema de Justicia de la India volvió a prohibir las relaciones sexuales entre hombres. “La Corte dijo que el sexo homosexual va en contra de los valores culturales y religiosos de la India, algo que no puede estar más alejado de la verdad: ¿cómo se explican si no las esculturas que adornan los muros de los templos antiguos a lo largo y a lo ancho de este país?”, se pregunta Trivedi. “Escribo sobre matrimonio y sexualidad porque siento que estamos en el medio de un cambiosocialmuyimportanteenmipaís”,dice la escritora, de 28 años. “Mi generación en particular se ve realmente afectada por esto. Estoy convencida de que hay una revolución sexual en marcha: la gente está finalmente comenzando a hablar sobre sexo, algo que hasta ahora era un tabú. Esto cambia un poco las cosas y la gente, en general, pero las mujeres indias en particular están comenzando a ponerse firmes. Parece que han encontrado finalmente su propia voz.” © LA NACION
Voces para descubrir o reencontrar Luis Gregorich —PARA LA NACION—
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nevitablemente fatigados de las tristezas de la política cotidiana, buscamos seguro refugio en los espacios de imaginación y libertad que nos quedan. Puede tratarse de la lectura de una buena novela, o de una película recién estrenada o de un clásico fílmico, o quizá de alguna de las múltiples ofertas de la variada escena porteña. También hay otro camino para el disfrute, más viejo que el cine y las computadoras, pero mucho más joven que las artes visuales y el libro. Es la grabación y reproducción del sonido, a partir de aquel vetusto cilindro de cera de Edison de 1877 y hasta las infinitas posibilidades de hoy. En el centro, está la voz humana, como prolongación del cuerpo y portadora de sentido. Mientras la mano escribe, dibuja o pinta, la voz genera el más original instrumento musical, con valor a la vez estético y etnográfico. Ahora son posibles los museos de la voz y el canto. Como viejos coleccionistas, proponemos la frecuentación compartida de una docena de voces, de ayer y actuales, con énfasis en los géneros populares. (Dejamos para otra vez la ópera, el lied, el oratorio, etcétera.) No perdamos el tiempo buscando a Gardel, a Frank Sinatra, a Mercedes Sosa, a Edith Piaf, a Elis Regina o a The Beatles. Su prestigio y difusión mundial no nos nece-
sitan. Más bien presentaremos a voces entrañables poco promovidas por el circuito comercial (aunque amadas en sus respectivos países), pero a las que vale la pena descubrir. Y a quien las conozca, nos permitimos sugerirle que las vuelva a escuchar. Es fácil encontrarlas en la transitada Internet. Alguna voz argentina habrá también. Cada lector reducirá o agrandará el listado a su gusto. El orden lo marca la fecha de nacimiento. Robert Johnson (Estados Unidos, 19111938). Situado entre el legado del sureño Mississipi Delta Blues y el anticipo del rock and roll, sobresale este cantor y guitarrista itinerante, de voz áspera y expresiva. Tuvo un trágico final, envenenado –según se cree– por obra de un marido celoso. Jimi Hendrix y Eric Clapton reconocieron su influencia. Se recomienda escucharlo en “Cross Road Blues”. Bola de Nieve (Ignacio Villa, Cuba, 19111971). Con gracia y sabiduría rítmica cantó el repertorio afrocubano. Fue también un notable pianista, el mejor acompañante de sí mismo. Apoyó la revolución castrista. Su proclamada condición de homosexual le acarreó distintos problemas. Creó, con su sello personal, originales versiones de “El caballero de Olmedo” y “La vie en rose”. Roberto Murolo (Italia, 1912-2003). El conjunto de sus grabaciones constituye el
más rico y fiel patrimonio de la canción napolitana, lejos de los abusos y ostentaciones vocales con que la interpretan, a menudo, los grandes tenores operísticos. Su fraseo perfecto, su justa carga sentimental y su conocimiento detallado de la lengua ítalonapolitana no han perdido actualidad. Nada Mamula (Yugoslavia, hoy Serbia, 1927-2001). Su inconfundible voz de contralto fue protagonista en los escenarios musicales de la Yugoslavia de Tito, y en las transmisiones radiales y televisivas de aquel tiempo. Se especializó en el género de la sevdalinka, típica canción de amor de origen bosnio, cuya estructura delata una clara influencia oriental. Odetta (Odetta Holmes, Estados Unidos, 1930-2008). Otra voz profunda y oscura, consagrada al folk norteamericano. Fue activa luchadora antisegregacionista, junto a Martin Luther King. Son memorables sus grabaciones de spirituals y sus incursiones jazzísticas. Su versión de “Sometimes I Feel Like A Motherless Child”: suena tan bien o mejor que las de Marian Anderson o Paul Robeson. Netania Davrath (Unión Soviética, hoy Ucrania, 1931-1987). Soprano ruso-israelí, que mostró gran versatilidad en sus interpretaciones operísticas (sobre todo en el repertorio ruso) y en sus versiones de las canciones folklóricas rusas, de la tradición
idish, y del viejo y nuevo canto israelí. Es probable que su mayor logro sea la grabación completa de los Cantos de Auvernia, compilados por M.J. Canteloube. Atilio Reynoso (Argentina, 1939). Nos descubrimos respetuosamente ante este compatriota, que ha investigado con lucidez el folklore pampeano y lo ha cantado con austero y convincente estilo. Los discos de cantares criollos tradicionales que grabó para Melopea y con el infatigable Iván Cosentino son antológicos. La suma de cielitos, triunfos, tristes y milongas nos representa cabalmente. Fabrizio de André (Italia, 1940-1999). Cantante, poeta, músico, traductor y, en resumen, uno de los más brillantes cantautores europeos, “Faber” (así se lo apodó) nos incita a calificarlo como el Bob Dylan italiano, pero ni aun así lo describimos. Era genovés nativo, aunque trabajó durante años con el folklore sardo. Tradujo a Brassens, adaptó viejas baladas inglesas y hasta usó la música de Telemann. Cesária Évora (Cabo Verde, 1941-2011). Magistral intérprete de la tradición musical afroportuguesa, en especial de la “morna”, un género de canción emparentado con el fado. Ganó la admiración internacional sólo después de los 50 años, tras una dura vida como cantante en modestos bares. Álbumes
como Miss Perfumado y Sodade nos traen una voz singular, mezcla fascinante de dulzura y dolor. Luis Cardei (Argentina, 1944-2000). Dentro de las voces del tango, la personalidad y el tono propio más destacados del último cuarto de siglo. Sus problemas crónicos de salud hicieron más ardua su carrera profesional. Se caracterizó por una forma de cantar y decir intimista, si bien de fuerte expresividad. Su tango emblemático, que resume su estilo, es “Como dos extraños”. Joaquín Díaz (España, 1947). Cantante, etnógrafo e investigador del patrimonio tradicional español, que ha rescatado y grabado una multitud de viejos romances, sobre todo castellanos y leoneses. También frecuentó el romancero sefaradí. Es el impulsor de la Fundación Joaquín Díaz, que posee en Urueña (Valladolid) un museo de la voz y la tradición que merece ser visitado. Luzmila Carpio (Bolivia, 1950). Incomunicados culturalmente con nuestros vecinos de América latina, no son muchos los argentinos que conocen a esta excepcional cantante y folklorista, perteneciente a la comunidad quechua de Potosí. Escucharla cantar las tonadas quechuas y las marchas aymaras es una experiencia musical de primer orden. Ha sido embajadora en Francia de Evo Morales. © LA NACION