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La noche de Punta del Este, un culto a lo VIP y la autoparodia

10 ene. 2015 - chacra de Nicolás Repetto y Floren- cia Raggi, anfitriones ... dos entre Andrea Bursten y la mo- delo Daniela Gómez ... Repetto de José Ignacio.
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SÁBADO

| Sábado 10 de enero de 2015

Como un Arca de Noé llena de celebridades

Verano 2015

La noche de Punta del Este, un culto a lo VIP y la autoparodia

La fiesta de Chandon en la casa de Nicolás Repetto de José Ignacio Luis Corbacho PARA LA NACIoN

Mientras que en Tequila se hace gala del entra-no entra, en una de las fiestas principales ironizan sobre el glamour Viene de tapa

Aunque la puerta del boliche más top mostró luego desertores. Allí, si uno no es auténticamente VIP, por efecto mediático, grosor de billetera o tarjeta black de titanio, irrumpe el estrés. El Ábrete, Sésamo, se sabe, es una lotería. De unas 70 inclaudicables almas en la entrada ingresan dos o tres. La preferencia suelen ser las Barbies lituanas y argentinas con hot pants y crop tops. Este año volvieron las franjas de estómagos (planos como galletitas de agua) al aire entre brillos de paillets, flecos de todos los largos y entramados de encajes y sedas de motivos tropicales. Decir que los porteros de Tequila tienen cara poco amigable es ser naïve. Simulan ser un ejército de EI. No decapitan. Simplemente, maltratan con estudiada indiferencia. Hay que ponerle actitud para traspasar esa barrera, custodiada como Guantánamo. o invocar nombres clave: osvaldo, Paola. Así, a secas, en alusión al dueño de Tequila, osvaldo Brucco, y a la RR.PP. Paola Pravato. El alarde puede resultar estéril, ya que ellos hacen guardia pasiva a metros de la puerta y una fugaz mirada a la porteros, siempre fulminante, aprueba o desaprueba, con sólo un movimiento de retinas. Con los medios de prensa tampoco son benévolos. “Podés ser del New York Times, pero si no les gustás, no entrás”, comentaba un rezagado en la puerta, quien noche tras noche soporta el haraquiri: horas de espera hasta que logra entrar. Pero a veces, hasta el más ignoto se saca la lotería dos veces y se le flanquea incluso el ingreso al aterciopelado VIP. Daniel, el guardavallas, famoso por sus formas adustas, tiene bien ganada su fama. En su área de penales, como Chiquito Romero en semifinal con Holanda, entre mozas-beldades caracterizadas como sirenas bailan y reparten shots de tequila con Seven Up, los invitados de osvaldo y Paola. otros mezclan champagne con Speed (US$ 200 la botella). No hay mejor música en el Este que la de Tequila. Se puede arriesgar, incluso, que el set de Chiwi Baynaud es la médula de su éxito. A esta hora, 5.30, imperan los habitúes de tres décadas. Aunque es más que usual que jóvenes de 20 aborden a mujeres que los doblan en edad. Prohibidas las inhibiciones. También para el poll dance dentro del VIP. Pero las intrépidas quedan rápidamente fuera de juego: las mermaids go-go girls son bailarinas profesionales. Vallas afuera, la diversión se exacerba. Quienes le dan una tregua a la pista se conducen hacia un pasillo misterioso, custodiado por

Miguel. Un santo y seña, y se abre un lounge-fumoir con reposeras y aislación acústica. El espacio designa el lugar para fumar y poder conversar sin gritar. Parece un contrasentido: si alguien llegó hasta allí con baja energía, Tequila imparte una terapia de shock para desperezar la expresión corporal. Cerca de las 6.30 llega el clímax. Brucco, un sesentón de espíritu joven, muestra que la diversión no tiene edad. Está rodeado por chicas monísimas que primero abrazarán a Daniel (¿para poder entrar?) y luego, engalanadas con vinchas y brazaletes flúo, se contonearán a piacere. Nadie afloja, a pesar que detrás de la cortina de Tequila ya amaneció. Veinticuatro horas después, el ritual se reedita, con desfile de Lamborghini y Ferrari en la puerta. En lo alto de la fachada de Tequila, las cinco esculturas con formas de grandes ostras de las cuales emergen voluptuosas sirenas (símbolo bien kitch, si lo hay) consolarán a la platea que, otra vez, pugna por ingresar. ¿Tanto estrés en la entrada vale la pena? Queriendo incluso ser lapidario, la verdad es que sí. Tequila es diversión de grueso calibre, y su música, un torrente de endorfinas. Los rebotados enfilarán hacia Bigote, el bar en Manantiales, que cobija al malón de jóvenes insomnes. A la noche siguiente hay otra cita impostergable: El Gran Baile de No Me olvides, que festeja, cual quinceañera, su década y media de vida. En sintonía con la tendencia europea, el baile se hace en un gran bosque de pinos, con luna casi llena sobre la laguna Blanca. La multitud mezclada no conoce de límites de edades y se sabe que ésta no es una fiesta, sino un baile anti glam. Hay cumbia, canyengue, toque de tambores, con La Bomba de Tiempo gastándola en el escenario, otras bandas en vivo y mucha parodia anti glamour. El guiño está en los puestos de comida y sus carteles de Chorizos pa gente VIP. El bosque y sus moradores es una invitación para la fantasía: ETs, ogros, duendes, princesas, gnomos y brujas (buenas y maléficas); Blancanieves y los siete enanos, Chuki y hasta Tarzán y Jane. De a uno o en malón, acosan a los invitados en el bosque encantado que está engalanado por coloridos banderines y luces tipo kermés. Allí donde suena la música hay montados un samba, un toro eléctrico y una vuelta al mundo, con reminiscencias del Italpark. En vez de celebridades, como anfitriones, hay hombres que saludan desde zancos y un dress code ridículamente divertido. La convocatoria supera cualquier delirio y es de una originalidad encomiable.

El set electrónico de David Guetta hizo delirar a más de 8000 almas

El toro mecánico como parte de las fiestas antiglam También costosa (US$ 110 la entrada y tragos desde U$S 10). otra fiesta para el recuerdo, varios días después, fue la de Aíto de la Rúa, en La Coloradita, en José Ignacio. Ambientación: braceros en el jardín para atenuar la fría brisa, vista a una laguna artificial, camastros para descansar y mucho Absolut, Aperol y Barón B. ¿La música? Electrónica. ¿La asistencia? Bien ecléctica. El twist en la puerta no era el precinto (totalmente démodé), sino exhibir un rosario flúo de goma que Aíto, según arriesgaban por ahí, encontró en Maldonado. Como la fiesta en el Este siempre es en continuado, dos días después había que estar a las 17 en Montoya, para un Sunset Party en la arena. Las

gemelas Nervo, olivia y Miriam, ya no se las van de segundonas. Irrumpieron en el Este como teloneras de Guetta años atrás, y ahora ellas solitas digitan a la multitud: 3000 almas que se sacuden en la arena. Habrá que preguntarle a las chicas cómo se mantiene el equilibrio bailando con plataformas de 20 centímetros con gracia sobre la arena. Habilidad cifrada sólo para veinteañeras. En el VIP asoman Sofía Zámolo, Lucía Celasco y los De la Rúa (fanáticos de la música electrónica), que bailan sobre una estructura de madera que, de todas maneras, las gemelas australianas digitan a su antojo. Su show impacta por el desenfreno. Son como Madonna, en efecto sinérgico y doble, pero en versión 3.0.

SebaStián rodeiro / e. eSpecial

diego lima / e. eSpecial

La convocatoria de la cerveza Corona da resultados: no se toma otra cosa y hay auténtica diversión. El tsunami electrónico continúa hasta las 22. Recién se ocultó el sol. Hay que comer algo para contrarrestar tanto alcohol y dormir una siesta para alistarse en la próxima tourneé. Fiesta en lo de tal y lo de cual. Imprescindible caer con algo para beber y hacerse de una conexión Wi-Fi para mantener vivo el WhatsApp: única hoja de ruta que difunde en cadena la próxima parada. Para quienes carecen de contactos sociales será la vuelta del perro: pimponear entre ocean, en La Brava, y los atestados bares portuarios. ¿El mejor lugar de la noche? Tequila. Sin dudas.ß

Otras épocas, otros ámbitos, una estética distinta testimonio Mariano Wullich LA NACIoN

B

itito Mieres pegaba la curva en la rambla y en segunda con un Bugatti mientras el sol se ponía en La Mansa. Todavía “el Marqués” estaba a tiempo para tomar unos copetines en Caras y Caretas, en el Yacht (el de Punta del Este), media docena de ostras en Mariskonea o la última empanada que madame Piteaux les dejaba sobre una servilleta de su hotel La Cigalle, envueltas sobre la arena de la Parada 1, al lado del muelle del tabacalero Mahilos. Era cuestión de hacer un rato y preparar algo para la panza en El Mejillón, que siempre estaba; en la vieja Fragata o el boliche ocean (no Mar del Plata). Claro, ¡nunca preboliche, sándwiches en la playa ni “medialunas calentitas”! ¡No, de eso no había nada y mucho menos el botellón de “birra”; no se acostumbraba! Los primeros encuentros eran en el casino de San Rafael, su boîte y Posto 5. Lejos estaban las fiestas kitsch

de los brasileños Scarpa, Greendane o las opulentas de Franco Macri, porque las cancheras eran las privadas de Mecha y Bocha Gattás; las primeras de Rodrigo D’Arenberg y las de Ana Lowenthal. Y allí arrancaban los mocitos: Carlos Páez Vilaró, Bocha y los argentinos Bitito o Armando Sagasti, a quien un día su padre le gritó un “¡No!” para que no insistiera en la joda, pero igual le dejó el Nogaró. El Casino de la historia de Punta del Este en donde, distinguíamos a los mozos Héctor, Danilo y al nunca gastronómico pero de buen bolsillo “olmedito”. Mientras en frente, en Il Greco, la estampa de mi amigo, Eduardo. En las 16 temporadas, es decir, 26 meses completos que este cronista cubrió el lugar, nunca conoció un mozo igual, de esos que saben todo y hasta ayudan a trabajar: “¡No, vo, Mariano, todavía no entró la gente que esperamos!” ¡Gracias por siempre, morocho y sabio Eduardo! Mientras, Space (disco), de Chelo y el Negro Gattás, avanzaba con una furia impar. Pero mucho antes el buen gusto pasaba por las boîtes.

Entonces, la infaltable Zorba y la animada guitarra de Poky Evans que no abandonaba la espléndida noche en la boîte del San Rafael. Y San Rafael sonaba como lo hacían las fichas de su casino cuando el pagador te las acomodaba o el rastrillo te las llevaba. La Plage y Le Club, en la 3 de La Brava cerraban en la playa el fin de la calle Chiverta con sillones, barra, barman (de verdad), disck jockeys, copetines, lentos, rápidos y mucho chick to chick: si parece que todavía, como diría la voz, los “llevo bajo mi piel”. Se nos había ido la Fusa (café concert) de Sagasti y Silvina Muñiz, en donde Vina (Vinicius) le escribió a Punta del Este (letra inédita que siempre prometemos algún día conseguiremos), no dejaba nunca el vidrio y sus canciones las cantaba María Creuza. Allí, una madrugada, recién llegado y regado desde Montevideo, Facundo Cabral le cantó a algo que no era de aquí ni era de allá. Por suerte, alguien esa noche registró la canción que él había inventado, pero nunca memorizado en la cinta de un viejo grabador, y hasta la

Madre Teresa alguna vez lo oyó. Vino el Conrad, el monstruoso hotel casino; la banda de Pappo en el Union Bar y la disco más grande seguía siendo de los Gattás. En el puente de La Barra, La Morocha competía y ya lamentablemente nacían fiestas de lejanía: esas de Creamfields (electrónicas) y que se imponían hasta donde podían, porque en los 90 continuaban los recitales en la playa y avanzaban los DJ que decían que “tocaban música”. Pappo, músico de verás, se reía y le preguntó a un “mezcladiscos”: “¡Vos sabés lo que es una semifusa: buscate un trabajo decente!”. Es decir, eran las musiquitas “chill out” (hoy plaga) y los últimos “megadesfiles”, que, en definitiva, no hay que quitarle el mérito a quien los inventó hace más de 30 años: el peluquero de Quilmes, Roberto Giordano. En 2000 reabrió el Teatro Casino de los Sagasti, cuya familia sigue apostando al buen espectáculo en uno de los pocos lugares de Punta del Este en donde cantó Julio Sosa. Mientras, por todos lados se pasaba música de los Guns N’ Roses, Maná

o Los Cadillacs. Esta Punta y sobre todo los inventados alrededores se vuelven cada vez más locos, en donde sale carísimo comer fideos con tinta negra de calamares en mesas bajas y, después, inevitablemente, mandar tres veces la camisa a la tintorería. Las fiestas son auspicios de marcas y todos los lugares inventan un VIP de madera que en la segunda quincena de enero se cae a pedazos. Motoqueros “harlystas”, models celebrities, duques que no son duques y falsos periodistas. otras épocas, otros ámbitos, una estética diferente que en mi opinión declina el buen gusto. El teatro del Conrad se transformó en un “ovo night-música electrónica”. Hace tiempo comenzó el “after”, que arranca entre las 6, 7 y 8 de la mañana y sigue hasta pasado el mediodía, siempre con agua mineral, para bailar sin parar. En el tiempo perdura el puerto, la velas de Blaquier, un mediano tiburón, la puerta del Dafhne (barco) que fue lo único que apareció y el recuerdo de la boîte del Nogaró. Sí, en donde Sosa cantó.ß

PUNTA DEL ESTE.– Mi amigo Martín y yo seguimos perdidos en su camioneta, a eso de las 22, tratando de encontrar la escondidísima nueva chacra de Nicolás Repetto y Florencia Raggi, anfitriones de una nueva edición de la fiesta Chandon que se hizo anteanoche. Es noche oscura. De repente nos topamos con otra camioneta, al parecer buscando lo mismo que nosotros. Paramos a su lado, bajamos la ventanilla y para nuestra sorpresa es el bailarín Julio Bocca quien está al volante, pidiendo indicaciones desde su celular. “Julio”, le digo tranquilamente, como si estuviera protagonizando un comercial de cerveza en el que los famosos van apareciendo en la vida de un don nadie. “¿Sabés cómo llegar a la fiesta?” “Ni idea, estoy perdido igual que vos”, me contesta, y sigue buscando coordenadas desde su teléfono. Finalmente localiza el camino, nos hace señas y lo seguimos hasta estacionar y entrar juntos. La casa, enteramente construida de enormes piedras marrones que impactan a la vista, se va llenando lentamente de lo más selecto de la elite porteña, como si se tratara de un Arca de Noé megatop destinada a salvar a una especie high class en extinción. Hay parejas de bailarines clásicos –Julio Bocca y Paloma Herrera-, de modelos internacionales –Iván de Pineda y Romina Lanaro–, de chefs con amigas que también cocinan por televisión –Fernando Trocca y Claudia Fontán–, de banqueros y socialités –Jorge Brito hijo y Concepción Cochrane–, todas sumadas a un selecto grupo de periodistas, diseñadores, relacionistas públicos, Dj, decoradores, managers y hasta un atracción algo inefable para que nadie se aburra: el simpático Robertito Funes Ugarte. Todos se saludan con efusivos abrazos y un “qué bueno verte”, “qué lindo encontrarte”, “¡hace mil no nos veíamos!”. No hay paracaidistas en esta fiesta que va por su novena edición en Punta del Este y hace tres años decidió dejar de ser multitudinaria para convertirse en un evento de sólo 300 personas, celebrado en la casa de un referente esteño. Primero fue Valeria Mazza, luego Marcela Tinayre y ahora la pareja más emblemática de José Ignacio, que cumple veinte años de unión y es la primera vez, en tantas temporadas, que brinda una fiesta en su refugio veraniego. Bajo un estricto dress code de White party, los invitados hombres no se animaron a innovar y todos, sin excepción, vistieron camisa y pantalón blanco en perfecto heladero mood (este detalle le quitó un poco de osadía a un Punta del Este cada vez más jugado en este sentido). La mujeres, más jugadas, se esmeraron en lucir vestidos cortos, monos, shorts con blusas y muchos diseños vintage de El Camarín, la firma vedette de la noche que vistió a la anfitriona Florencia Raggi y generó encuentros crispados entre Andrea Bursten y la modelo Daniela Gómez, ambas con un vestido exactamente igual. Pero la diversión real no ocurrió mientras los invitados comían, bebían champagne y entablaban conversaciones animadas en los paradisíacos jardines de la mansión, sino a la una de la madrugada, cuando el dance floor ubicado en la galería de Nico y Flor se vió colmado de figuras animadas por la música. Eduardo Costantini padre, vestido con saco blanco y zapatos de charol al tono, baila desaforado un mash up de Rihanna y Withney Houston y logra una de las postales más interesantes de la noche, casi tan divertida como una sacada Marcela Tinayre luciendo una enorme corona de flores en la cabeza y bailando descontrolada como tía en fiesta de quince junto a su hijo Nacho Viale, asediado por jóvenes modelos en expedición de cacería social/mediática. A las 2.40 comenzó a sonar una versión remix de “El amor de mi vida”, de Edy Sierra, y todos se abrazaron y cantaron el estribillo como si estuvieran en una fiesta de casamiento, y a mí me pareció que ya era hora de dejar a Nico y Flor tranquilos en su chacra de José Ignacio y no seguir bebiendo para cantar más y más hits ochentosos hasta el amanecer. Afortunadamente, el resto de los asistentes pensaron casi lo mismo que yo y pasadas las 3 de la madrugada la mayoría emprendió la retirada de manera elegante y con mucho glamour. ¿Cómo sino?ß