La muerte de un pimpollo

Sábado 22 de mayo de 2010. EL SUICIDIO DEL TORTURADOR LUIS JOSE LEON ESTEVEZ RECUERDA LA SINIESTRA ERA DE TRUJILLO. Un día especial.
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NOTAS

Sábado 22 de mayo de 2010

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EL SUICIDIO DEL TORTURADOR LUIS JOSE LEON ESTEVEZ RECUERDA LA SINIESTRA ERA DE TRUJILLO

La muerte de un pimpollo MARIO VARGAS LLOSA PARA LA NACION

MADRID ACE unos días, en el piso A3.1 de un edificio que hace esquina entre la avenida Francisco Prats Ramírez y la calle Núñez de Cáceres del barrio residencial El Millón, de Santo Domingo, República Dominicana, se encontró muerto a un octogenario llamado Luis José León Estévez, que, según testimonio de los vecinos, vivía solo como un hongo y nunca recibía visitas. A todas luces, había puesto fin a su vida por su propia mano, descerrajándose un disparo en la cabeza. La pistola Colt, calibre 45, estaba junto al cadáver, que yacía de espaldas en una cama simple en la que, para entrar en la muerte con más comodidad, el suicida había colocado dos almohadones bajo su espalda. Antes de tumbarse, se había quitado los zapatos. En el cuarto había, además, varias maletas hechas, un teléfono, un televisor y un novenario. Con él desaparece un personaje que fue muy famoso, en el peor sentido que puede tener esta expresión, en los años 50 del siglo pasado, durante la llamada Era de Trujillo, esos treinta y un años (19301961) en los que el Generalísimo Rafael Trujillo Molina, Jefe Máximo y Benefactor y Padre de la Patria Nueva, fue el amo y señor –un verdadero dios– de la República Dominicana. León Estévez era entonces oficial de la Fuerza Aérea, íntimo amigo y compañero de francachelas, correrías y orgías del hijo mayor del dictador, Ramfis Trujillo, del que sería también asesor y cuñado, pues tuvo la suerte de casarse, en 1958, con Angelita, la hija mimada de Trujillo. A ésta se la proclamó reina en el más fastuoso acontecimiento de la era, la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, con que, en el año 1955, se celebraron los 25 años del Generalísimo en el poder. Cerca de setenta millones de dólares costaron los miliunanochescos festejos en los que participaron las coristas del Lido de París, la orquesta de Xavier Cugat y delegaciones de 42 países “libres” del mundo, muchos presidentes, entre ellos el brasileño Juscelino Kubitschek, y dignatarios internacionales, como el cardenal Spellman, de Nueva York. El vestido de Su Graciosa Majestad Angelita I, confeccionado por dos célebres modistas romanas, era de gasa, encaje y cuarenta y cinco metros de armiño ruso. Su toga era idéntica a la que llevó la reina Isabel de Inglaterra en su coronación. Angelita Trujillo está todavía viva, en Miami, donde, desde que se volvió una bornagain christian, suele cantar himnos bíblicos en las iglesias evangélicas. Ultimamente ha publicado unas memorias en las que muestra una frialdad polar para con su primer esposo, León Estévez, incluso en un tema delicado que debió de ser materia de los primeros conflictos en el matrimonio. La inverificable leyenda dice que Angelita se había prendado de un joven oficial, el teniente Jean Awad Canaán, quien murió por esa época en un oportuno accidente. La familia de éste no creyó nunca que aquella muerte hubiera sido casual y acusó siempre al marido de Angelita de haberla provocado, por celos. En estos días, con motivo del suicidio de León Estévez, la hija de aquel teniente, Pilar Awad Báez, ha resucitado aquellas acusaciones. Gracias a su matrimonio y su amistad

Había dejado de ser un adonis hacía tiempo, pero conservaba la pulcritud en el vestir. Era un hombre frío, desconfiado, y no ocultaba su veneración a la memoria de Trujillo. En un momento dado, me dijo que había conversado con una mujer humilde a la que el Jefe le había besado los pies porque ella, en la cama, le dijo que los tenía muy fríos. “Ya ve usted, en contra de lo que se dice, era un hombre compasivo”, concluyó. Le recordé que casi todos los dominicanos que habían sido torturados en la época de Trujillo en la cárcel La Cuarenta y sentados en la famosa Silla Eléctrica para recibir descargas que les quemaran el cuerpo aseguraban que él siempre estaba allí, presenciando el horror, y muchas veces participando en él con su inseparable fusta de jinete, con la que le gustaba azotar a las

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Todos coincidían en señalar a Estévez como uno de los más crueles y feroces torturadores y asesinos de aquellos años terribles

Aunque su seudónimo era “Pechito”, las personas comunes y corrientes, sobre todo las muchachas, lo llamaban “Pimpollo” con Ramfis, León Estévez hizo una carrera meteórica. Fue nombrado director de la academia militar Batalla de las Carreras a los 23 años, y muy poco después ascendido a teniente coronel. Pero la fama de entonces no se debía a sus méritos profesionales, sino a su elegancia y apostura. Aunque su seudónimo era “Pechito”, la gente común y corriente, y sobre todo las muchachas, lo llamaba “Pimpollo”, es decir, guapo, galano y gentil. En las fotos aparece siempre vestido de manera impecable e imitando el atuendo y las coqueterías de Ramfis, los anteojos oscuros Ray Ban, el bigotito recortado a la manera de los astros del cine mexicano, como Arturo de Córdova, los zapatos

RIGUROSAMENTE INCIERTO

P

PARA LA NACION

ARECE que tendremos un viernes bastante fresquito en Buenos Aires. El tiempo está feo: cielo nublado y amenaza de chaparrones, con una sensación térmica que no supera los 12 grados. Están ustedes en la sintonía de La Voz del Virreinato y quien les habla, Peristilo Peribáñez y Obes, su puntual pregonero de todas las mañanas, les informa que las campanas de San Ignacio y el gallo de nuestra compañera de labor, la simpática Ensoñación Calatrava, nos anuncian que ya son las 7 y media. Nuestro movilero Manolo Paellez estima que nos espera una jornada con novedades de trascendencia política, y en esto coinciden el jefe de gabinete del Fuerte y no pocos vecinos calificados. Como es de dominio público, aquí se cuecen rumores de diversa especie. Como bien recordarás, Ensoñación, tal comidilla empezó a circular en marzo, y más precisamente cuando la fragata inglesa Mistletoe atracó en nuestro puerto y trajo la noticia de que Fernando VII había sido destituido por invasores franceses, al mando de un tal Bonaparte. ¿Acaso vivimos las vísperas de un alzamiento institucional? ¿Qué significan esos llamados a cabildo abierto que se suceden a cada rato, desde el lunes? Manolo ha de estar todavía en la puerta de la casa de Nicolás Rodríguez Peña, pero quienes concurren a las reuniones

que allí se celebran no han querido soltar prenda. Estamos en condiciones de confirmar que los señores Paso y Castelli frecuentan tales encuentros, aun cuando esquivan siempre nuestra requisitoria y sólo insisten en una demanda: “Tenemos que hablar con Cisneros. ¡Urgente! ¡A la brevedad!”. De un momento a otro, los mencionados ciudadanos y seguramente muchos otros habrán de encontrarse aquí nomás, frente a la recova de la Plaza Mayor, en el domicilio del coronel Azcuénaga. Cosa rara: parecen alentar el propósito de cruzarse luego al Cabildo, tal vez dispuestos a impulsar la renuncia del virrey y, por añadidura, la de los miembros de una junta que, desde ayer, jueves 24, preside el propio Cisneros. Por estas horas, el coronel Saavedra se muestra bastante nervioso, entre otras razones porque doña Saturnina Otálora, su mujer, un encanto de persona, sobrelleva un embarazo medio complicado. Acabo de cruzarme con dos muchachos muy simpáticos, French y Beruti. Me dijeron que hoy ha de ser un día muy especial, en el que podremos ver cómo asoma el sol del 25… Caray, ¿no ven esos nubarrones, cada vez más densos? Por favor, vayamos a una tanda. A muy pocos pasos de aquí, en el baratillo La Zarzamora, venden unos lindos y vistosos paraguas de hule… ¿y saben a qué precio? A sólo cuatro reales. ¡Y aceptan todas las tarjetas! © LA NACION

Pero no cumplió un solo día tras las rejas, porque ya vivía en el exilio y, en 1977, por prescripción de la pena, pudo volver a Santo Domingo, donde se convirtió en un próspero empresario. En el exilio se había separado de su mujer –a la que acusó de haber “secuestrado” a sus tres hijos–, contraído una nueva unión con una señora acomodada y experimentado una conversión a una forma afiebrada y extrema del catolicismo. Se lo decía miembro de una organización integrista, tal vez el Opus Dei. Yo visité la iglesita donde el Pimpollo oía misa todas las mañanas y pasaba el copón de las limosnas. Aparentemente estaba ya desencantado de la política, pues, en la cena que me organizó el simpático Kalil Haché, antiguo secretario de Trujillo, para que pudiera conversar con los trujillistas sobrevivientes y fieles a la memoria del tirano –la más inolvidable de todas las cenas a la que me ha tocado asistir– el teniente coronel no se hizo presente. Sólo le interesaban entonces la religión y los negocios. Después de muchas gestiones e intermediarios, aceptó recibirme en su despacho.

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El país que queremos ser

Un día especial NORBERTO FIRPO

brillando como espejos y la sonrisita de triunfador. En los años 90, cuando yo investigaba sobre los tiempos de Trujillo, el nombre del teniente coronel Luis José León Estévez se me aparecía por doquier en los testimonios escritos y orales. Casi todos ellos coincidían en señalarlo como uno de los más crueles y feroces torturadores y asesinos de aquellos años terribles, sobre todo en los seis meses que siguieron a la muerte del dictador, cuando Ramfis Trujillo, al frente de las Fuerzas Armadas (Balaguer era el presidente nominal) desencadenó una vertiginosa represión en venganza por el asesinato de su padre, en que cientos de dominicanos fueron torturados y asesinados por todo el país. Es seguro que Pechito estuvo en la hacienda María, de Ramfis, el día que seis de los ajusticiadores del tirano fueron arrebatados a la Justicia, secuestrados por militares y llevados allí para que Ramfis y sus compinches, con vasos de whisky en las manos, los mataran a balazos. Por participar en este crimen, Pechito Estévez fue condenado en contumacia a treinta años de cárcel, en febrero de 1965.

víctimas. Añadí que, sin ir muy lejos, mi amigo José Israel Coello, que me acababa de dejar en la puerta de su despacho, había sido una de ellas, y que todavía le quedaba en el cuerpo algún rastro de las cicatrices de los fustazos que le infligió mientras, amarrado en la silla, recibía descargas eléctricas. Estuvo mirándome un buen rato en silencio, mientras palidecía. Pensé que iba a echarme de su oficina o agredirme. Pero se limitó a murmurar, con un gesto de disgusto: “Si quiere que le diga la verdad, no me acuerdo de ese episodio”. Su respuesta me produjo un escalofrío. Probablemente era cierto, lo habría hecho tantas veces y con tantos que ya no quedaban caras y nombres concretos de los martirizados en su memoria. Ahora veo en los diarios de Santo Domingo que algunos de los disidentes antitrujillistas que sobrevivieron a las torturas de La Cuarenta, como la doctora Asela Morel, que estuvo allí presa con las hermanas Mirabal, han recordado las siniestras hazañas que perpetraba Pechito Estévez, en 1961, en aquellos calabozos inmundos, oscuros, llenos de humo, sangre, injurias y dolor, en una época en que, casi por doquier en América latina, las dictaduras perpetraban monstruosidades parecidas. Los jóvenes dominicanos de nuestros días deben oír hablar de todo aquello como de algo prehistórico. Por fortuna, su país ha dejado atrás y cada día se aleja más de semejante barbarie. Es uno de los países latinoamericanos donde la democracia ha arraigado mejor y donde unas políticas sensatas han traído progreso económico e institucional considerable. Desde luego que hay mucha pobreza todavía y la violencia no ha desaparecido en la vida social. Pero, comparada con el horror de aquellos años, la situación actual está a años luz de la de entonces, aunque sólo fuera porque en la República Dominicana de hoy un Pechito Estévez sería inconcebible.

ENRIQUE VALIENTE NOAILLES

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L Bicentenario designa una dimensión cronológica de nuestra vida en común. Pero esta consolidación de todas nuestras edades en un solo punto es, en algún sentido, ilusoria. Porque la Argentina no vive una sincronía entre todos sus aspectos. De hecho, hay partes enteras de nuestro país y de nuestra sociedad que han avanzado, otras que han retrocedido, y otras que permanecen congeladas, como si estuvieran esperando despertar más tarde de una enfermedad terminal. Un gran progreso es el haber dejado de lado las dictaduras como vía de escape para nuestra incapacidad de autoinstituirnos. Y el sostener la democracia a pesar de sus frutos desencantados. Y, fundamentalmente, uno de los mayores avances de la sociedad se ha dado en la superación de su componente tanático, de su tendencia hacia la violencia como vía de resolución de sus conflictos. Tanto es así que, aun con un índice de pobreza de un solo dígito, nuestra sociedad resolvía sus conflictos con violencia; hoy, con una pobreza del 35%, algo que no puede entenderse en nuestro país, la sociedad sigue adhiriendo a ideales pacíficos y no está dispuesta a sacrificarlos en el altar de ninguna ideología. De manera contraria, el Estado, irresponsablemente, se financia de nuevo con inflación, a costa, en definitiva, de la franja de población más sumergida y pacífica. A las tendencias negativas, que se aceleraron, se agregan los verdaderos monumentos al statu quo que conocemos bien: la corrupción sigue siendo estructural y el Estado sigue siendo utilizado para los fines particulares de quienes gobiernan. Usado con menor gravedad que en otras épocas, aunque con una matriz conceptual similar: para quebrar la ley. Que el Estado no respete la ley es un problema gravísimo, que se repite y que adopta

PARA LA NACION

formas diversas, como utilizar los resortes y recursos que son de todos para atacar a algunos. Esto es algo a lo que la ciudadanía tendrá que poner un límite. En síntesis: varias edades y grados de desarrollo de la Argentina se conjugan en este Mayo de 2010, sin que pueda advertirse aún cuál será la resultante de su intersección. Acompasar los pasos en todas las áreas, destrabar lo congelado, revertir lo deteriorado y acentuar lo ganado son los desafíos primarios de esta fecha altamente simbólica. Cabe pensar que lo que devora hoy a la Argentina es el espacio vacío entre lo que ha dejado atrás y el camino que aún no ha

Lo que devora hoy a la Argentina es el espacio vacío entre lo que dejó atrás y lo que aún no ha encontrado encontrado. Es la inmensa energía flotante de una sociedad que ya no la canaliza en la violencia, pero tampoco en un destino. Tal vez por eso esta inmadurez, este detenerse en la minucia, esta pérdida de tiempo. “Estamos unidos a este mundo y a la vida por cuanto aprobamos, no por nuestra capacidad de detestar”, recordaba Savater. El país también quedará definido por lo que sepamos aprobar en conjunto y acordar, y ya no más por lo que nos provoque sólo reactivamente. Hay que ir más allá de la ingeniería puesta al servicio de dividir aguas entre los que detestan unas cosas y los que detestan otras. No es este el juego que hay que jugar. Pero este Bicentenario, más allá de sus festejos y desfiles, padece todavía los resabios de

un dolor secreto, que acaso haya que superar para poner toda la energía a construir el país futuro. En algún momento reciente, tal vez a principios de este nuevo siglo, la sociedad vivió el colapso final de la representación de sí misma. Nos encontramos en la vía de regreso de nuestras ilusiones, de la noción de país rico, de la curiosa idea implícita de ser un pueblo elegido, de que la Argentina sería siempre salvada por algún designio, lo que le otorgaba cierta inmunidad para hacer desastres. Un regreso que fue tan doloroso como lo lejos que fueron esos sueños sin materializarse. El país tuvo que desarmar una morada que nunca pudo habitar, tuvo que tolerar la inadecuación entre lo que creía ser y lo que finalmente comprobó que era. El desafío para los próximos años es el diseño colectivo de un nuevo proyecto, a la par que se colocan cuidadosamente al costado los restos del naufragio. Hegel decía: “No es lo que es lo que suscita en nosotros la rebelión y el sufrimiento, sino el hecho de que eso no sea como debería ser. Pero cuando reconocemos que las cosas son como es necesario que sean, es decir, sin arbitrariedad ni contingencia, reconocemos también, juntamente, que deben ser así.” Esto cambia la naturaleza y la comprensión del dolor. En la Argentina la necesidad coincidió también con la libertad: simplemente quisimos que así fuera el país. Es necesario reconocerlo, en particular las clases dirigentes, porque acentuar la impresión de que nos hemos venido rebelando sin éxito sólo alimenta el statu quo. Es más funcional para transformar el futuro de la Argentina vislumbrar que el país que tenemos hoy, a 200 años de su fundación, coincide palmo a palmo con lo que hemos deseado, con lo que hemos permitido, con lo que hemos querido. © LA NACION