La isla del Sol, belleza pura

presupuesto. En Copacabana conocí el Titicaca. La leyenda aimara, comunidad indí- gena más numerosa de Bolivia (a la cual pertenece el presidente Evo Mo-.
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Turismo

Domingo 28 de febrero de 2010

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Victoria Casaurang

Bolivia

La isla del Sol, belleza pura

Compañeros de ruta

¿De vacaciones a Bolivia? Esa era la pregunta más frecuente que me hacía la gente cuando contaba entusiasmada que me iba de veraneo a recorrer aquel país. No estaba segura con qué me iba a encontrar. Sin itinerario cargué la mochila y, con tres amigas, nos fuimos para allá. Ahora sí puedo dar una opinión. Bolivia es un país fascinante. Desde la inmensidad del salar de Uyuni hasta la selvática Coroico o la irregularidad paceña, el lugar presenta una heterogeneidad de paisajes que condicen con la multinacionalidad de su estado. Muy económica, te permite dormir por $ 12 argentinos y comer por 5. Lo que convierte a un territorio repleto de paraísos en un destino accesible para personas con poco presupuesto. En Copacabana conocí el Titicaca. La leyenda aimara, comunidad indígena más numerosa de Bolivia (a la cual pertenece el presidente Evo Morales), cuenta que el lago más extenso de América del Sur es la lágrima que derramó Dios cuando la cordillera de los Andes irrumpió en la Tierra. Es el lago más alto y es sagrado. Es tan grande que a la vista de cualquiera España y Marruecos Quisiera compartir un viaje por el sur de España y Marruecos del 22 de junio al 3 de julio. Mala onda abstenerse; cotbw@hotmail. com Brasil Busco compañera para viajar a Salvador de Bahía compartiendo gastos. Gracias. juanjaylazi@ hotmail.com

LA NACION/Página 7

parece el mar, ya que la otra orilla se pierde en el horizonte. Esas aguas me llevaron a un lugar que me cautivó de manera especial. Se llama isla del Sol. Muchos turistas

van sólo a pasar el día. Pero vale la pena quedarse. Por sus características podría confundirse con cualquier islita caribeña: agua azul, arena clara y abundante vegetación. Lo más lindo es que se trata de naturaleza bruta; escasas son las intervenciones del hombre en la estructura del lugar. Los animales andan sueltos: vacas, burros, cabras y chanchos pueden cruzarse en tu caminata o tu estada en la playa. No hay vehículos de ningún tipo. Las propias piernas son las que llevan a uno de norte a sur de la isla, recorri-

do de 3 horas obligatorio para quienes quieran apreciar la variedad de su belleza, que es muy diferente de un extremo a otro. Para quienes cuentan con mayor presupuesto, la zona sur ofrece mayor infraestructura en alojamiento y restaurantes. Para quienes hacen un viaje más económico, la zona norte de la isla, la menos explotada, cuenta con algunos hospedajes muy confortables como Reserva Ecológica Wiracocha o lo de Alfonzo, conjunto de cabañas cada una protegida por un Dios aimara distinto. El único inconveniente para la isla del Sol es que no es de fácil acceso. Se puede llegar en micro o en avión hasta La Paz, de ahí un colectivo y luego, lancha. En la isla la naturaleza envuelve el alma y desconecta del ritmo de ciudad a la persona más estresada. Tres largos días en micro fueron necesarios para llegar allí. Valió la pena. ¿Descubrimientos para compartir? ¿Un viaje memorable? Esperamos su foto (en 300 dpi) y relato (alrededor de 3000 caracteres con espacios).

ESTUVE EN...

Marta Bertolini Xibeli

EE.UU.

Las múltiples ciudades de Las Vegas Clang..., clang..., clang..., póquer, blackjack, dados..., clang..., clang..., clang. De pronto, en la calle principal se ven hoteles inmensos con miles de habitaciones cada uno, que hacen creer que se está en distintas ciudades. ¿París? ¿Es París? La Torre Eiffel aparece tan majestuosa como la verdadera. Hay negocios con productos franceses de la mejor calidad, restaurantes como en Champs Elysées, donde atienden mozos que hablan francés y sirven bouillabaisse, coq au vin, baguettes, patés... A pocos pasos estamos en Venecia: mármoles, estatuas, canales con góndolas y gondoleros importados de Italia que gritan como en su tierra y pasean a turistas un poco confundidos ante tanto lujo y tanta belleza. Con la música de fondo y las voces de varios tenores que caminan a nuestro lado

cantando O sole mio, y trattorias con el risotto a punto y las pastas al dente. ¿Es Venecia? En una esquina nos topamos con Nueva York. Hamburguesas, hot dogs, música electrónica y el griterío que viene de la calle. Pasa una montaña rusa

¡NO SE P I E R DA N !

altísima con rulos y caídas vertiginosas que rodea el hotel, y gira y gira, y no para nunca. ¿Es Nueva York? Y un poco más lejos ahí sí está Las Vegas en todo su esplendor. Sobresale una torre altísima con un restaurante giratorio que permite ver toda la ciudad con sus luces y su arrogancia. Es el hotel Stratosphere, con la montaña rusa más alta del mundo. Está en lo alto de la torre; mientras gira hay momentos en que los pies cuelgan en un vacío asombroso y el vértigo es imposible de contar. En la planta baja de todos los hoteles que no cierran nunca sus puertas y la noche es eterna, no hay ventanas y no se ve el sol. El sonido de las máquinas tragamonedas no para y las ilusiones de salir de allí millonario, tampoco. Clang..., clang..., clang..., póquer, blackjack, dados..., clang..., clang..., clang.

Por Silvia Inés Segat

Viaje soñado a la Antártida Muchos años he deseado ir hasta que por fin pude concretarlo. Confieso que los días previos al embarque me sentía inquieta: un destino tan lejos de casa, tan diferente. ¿Por qué ahí?, preguntaban algunos amigos. ¡Una locura!, opinaban otros. Pero yo me hacía otras preguntas: ¿cómo sería navegar el pasaje de Drake? ¿Cómo serían mis compañeras de cabina? ¿Extrañaría? ¿No sería muy arriesgado? Sin embargo, mi corazón intuía que compartiría mi viaje con almas gemelas por el solo hecho de tener el mismo deseo de aventura, el mismo espíritu osado, la misma mente abierta y receptiva. Primer día: nos recibió la bella Ushuaia, acogiéndonos en un con-

fortable hotel, donde conocí a mis compañeras de cabina. Al día siguiente zarpamos y fue en ese momento, a medida que dejábamos el puerto y nos internábamos en el océano, cuando presentí que, sin duda, sería una experiencia inolvidable. Y así fue: diez días intensos, únicos, donde me sentí plena. Conocí gente de diversas nacionalidades, amable,

interesante, culta. La tripulación: eficiente, responsable, respetuosa. El staff y su líder: siempre dispuestos a informarnos y a cuidarnos, transmitiéndonos en todo momento su pasión por la Antártida. Si bien conocimos casi toda la fauna antártica, sólo los tiernos pingüinos me enamoraron; un modelo de afecto y contención familiar, por así decirlo. Comprendí por primera vez (y para siempre) la responsabilidad que nos cabe de respetar y preservar la vida, y por momentos me sentí una intrusa en un territorio donde sus criaturas no sospechan de la depredación de la que pueden llegar a ser capaces los humanos. Han pasado varios días desde mi regreso y sin embargo no he vuelto del todo. ¡Es que circulan por mi mente tantas imágenes! Como la de nuestro barco, el Clipper Adventurer, abriéndose paso en un único día de sol. Mientras la espuma brilla y los albatros cruzan el cielo, algunas orcas nos acompañan de a ratos y el mar, el vasto mar, siempre el mar…