Apostando a las Cabezas 1. Plena fiesta. Explota. El sistema de sonido hace retumbar el carnaval carioca y el trencito de la alegría se contonea agitando maracas, portando anteojos fosforescentes, gatillando cañones lanza papelitos. Corbatas alrededor de la cabeza, pelos desgreñados, labios lubricados merced a ese empaste suculento de pizza y champagne, ojos risueños etílicamente vidriosos. ¿Quién es la locomotora? es él, el Carlo, que salta con el llavero de la Testarrosa en el bolsillo del Armani, él, que se quedó un vuelto y le cobraron un Carlitos. ¡Conduzca maestro! Le respira en la nuca el Chicago Boy de inglés cavernícola y voz aflautada, propalador de septentrionales doctrinas macroeconómicas, el padre de la sacra paridad, la calva brillante de nuestras alegrías; atrás se agitan los vagones de carga plástica, siliconas 130 con piel golden de cama solar y cabellera Pamela Anderson, el deleite estético, la dosis justa de frivolidad de una noche muy larga; los vagones del medio exhiben panza desbordada de buena vida, son los Capitanes de la Industria que se abrazan en el fragor del jolgorio con los amigotes internacionales de la especulación, ¡cuántas caras conocidas! Mueva y mueva. Pero María Julia, ¡ay!, no se saca la piel de zorro ni bajo la ardiente canícula de este enero 96´. Siga el baile, ¡pum para arriba!, ¡viva la fiesta! Claro, la clase media quiso entrar pero los empleados educados en medio siglo de buen peronismo que custodiaban el salón, incapaces aun de imaginarse dando vuelta chorizos en un parri-pollo indemnizatorio, les aplicaron el muy justo derecho de admisión. Pero Argentina da revancha, a no desesperar: pasaje a Miami y cuotas sin interés, ¡sonrían en la foto con Mickey!, a la vuelta se verá como quedó la casa. Si es que hay casa. Ahí están, estos son, los artífices de una fiesta estupenda. Los fotógrafos se aprestan, hincan la rodilla en el suelo pegajoso de alcohol y disparan. No lo hacen donde debieran. Muchachos, giren un poco el lente, miren ahí, en ese cono de sombra al final del vasto salón. Bulgary sello en el meñique, escalera real bajo su palma, onza y media de Blue Label. Está ahí, pero no lo ven. Un casco de pelo blanco, que sonríe cómplice frente al desmadre festivo, que sabe que, si chista, el tren se desarma, el sonido se apaga y la genuflexión es colectiva. Ahí muchachos, escondido. Alfredo. El Don. Tengan cuidado. Tené cuidado José Luis.
2. Pobrecita la opinión pública, ingenua como siempre creía que el príncipe al volante era Menem. Error, error, error. Pero entendible al fin, porque el viejo zorro blanco celosamente conservaba su as: el anonimato. Hasta que empezó el murmullo. Yabrán, ¿Yabrán?, ¿y ese quién es? El Don. El dueño. Por ese entonces, la investigación periodística hipertrofiaba páginas y minutos de aire con el lado “b” del menemismo, así que cuando el murmullo se transformó en estruendo y los big players comenzaron a sindicarlo como el jugador clave en la mesa grande del poder, la revista Noticias lideró la cruzada y forzó la puerta de ese casino siniestro. En la sala VIP se apostaba fuerte a la corrupción, el narcotráfico, la venta ilegal de armas y el lavado de dinero. Ahí estaba: rojo, negro, cero, las fichas de Yabrán desbordadas en semipleno, monopolizando el paño. Pero claro, nadie lo había visto. El hombre sin rostro. Los emisarios de Noticias, José Luis Cabezas, fotógrafo, y Gabriel Michi, periodista gráfico, lo siguieron a Pinamar en ese fatídico enero. Abrieron la red de contactos, reunieron datos, consignaron avistamientos potenciales. Viernes 15 de febrero de 1996, cash in: ahí estaba su hombre, pura paz, arrastrando los pies por la arena bajo el apacible crepúsculo del semi-exclusivo balneario Marbella. Cabezas no caviló y disparó las balas de su Nikon-F4. Click, click. Ahora tenía cara. Se volvió pública en la tapa de la revista Noticias del día 3 de Marzo de 1996. El resto del año fue un slow play de amenazas y advertencias para Cabezas y su familia. Bienvenido el 97´, Cabezas y Michi regresaron a Pinamar para cubrir la temporada. El Don fue all in.
Doce de la noche del 24 de Enero de 1997, Michi y Cabezas asistían a la fiesta de cumpleaños del empresario postal Oscar Andreani. ¿La fiesta?, era casi forzoso: 200 invitados, fastuosidad a un tris de lo obsceno, Magic Johnson apurándose para llegar; vamos, que eran los años dorados del jet-set argento. En el filo de las 4 de la madrugada Michi regresó al hotel en el que se hospedaba junto a Cabezas en el auto del fotógrafo Carlos Alfano. Afuera, esperando en un Fiat Uno blanco, cinco hombres repasaban la mano a jugar. Todos cuatros de copa que actuaban bajo las instrucciones de Gregorio Ríos, ex militar, custodio y mano derecha de Yabrán. El pie era Gustavo Prellezo, un
oficial de la Policía Bonaerense; el resto delincuentes del barrio platense de los Hornos: José Augé, Héctor Retana, Sergio González y Horacio Braga. Después de que una vecina los alertara sobre la sospechosa presencia del Fiat Uno, los custodios de Andreani llamaron a la policía. Nunca llegó, la zona estaba liberada. Posteriormente se supo que otros dos policías, Aníbal Luna y Sergio Camaratta, habían hecho las necesarias tareas de inteligencia.
A las 5:10 de la madrugada Cabezas se retiró de la fiesta, subió al Ford Fiesta con el que había llegado junto a Michi y condujo hasta su hotel ubicado en la Avenida Rivadavia. Antes de que pudiera entrar fue interceptado a punta de pistola por Horacio Braga y ubicado, a los golpes, en el asiento trasero del Fiesta. La banda se repartió entre los dos autos y bordearon la laguna Salada Grande, anclada en un yermo oscuro y silencioso. Estacionaron el auto en donde iba Cabezas dentro de una cava realizada por la Municipalidad de General Madariaga para nivelar el camino de tierra. Prellezo obligó a Cabezas a arrodillarse y lo esposó mientras Braga hacía de campana. Prellezo disparó dos veces sobre la nuca del fotógrafo, con ayuda de Braga colocó el cuerpo dentro del Fiesta y lo roció con combustible. Braga encendió el fuego. Huyeron. Lo dejaron ardiendo. Una porción del cielo de Madariaga se ahogó de humo esa noche. A la siguiente, el colorinche de los fuegos artificiales del desfile de Roberto Giordano pareció dispersarlo. Tarea infructuosa, porque el crimen de Cabezas era ya una tragedia nacional.
Desde arriba la orden era cerrar filas y proteger al hombre en el cono de sombra, así que La Bonaerense se caló el sombrero sobre los ojos y la justicia avanzó cansina tropezando con piedras que ella misma arrojaba. El periodismo pujante de la época refirió el ocultamiento de llamadas realizadas desde líneas telefónicas a nombre de altos funcionarios del gobierno hacia la casa de Yabrán; para más, se mentaba con fuentes fidedignas un denso hilado mafioso que cosía a Menem con El Don. Ups. La prensa rascaba un nervio delicado. Extrañamiento y resquemores en la mesa de juego, narices fruncidas y toses nerviosas, la asociación de nombres no gustó nada y cuando Yabrán oteó para los costados las sillas estaban vacías. Fold masivo del poder. La historia tomaba un cariz oscuro para el hombre en las sombras. Después de que fracasara la intentona de encubrimiento con la falsa pista de “La Banda de los
Pepitos”, el comisario inspector Luis Vicat, al frente de la investigación paralela que había encomendado Duhalde para el esclarecimiento de la causa, detuvo en un procedimiento antidrogas en Los Hornos a tres delincuentes que posteriormente confesarían su participación en el asesinato de Cabezas. Se trataba de Retana, González y Braga. Prellezo y Auge fueron detenidos tiempo después.
Para mayo de 1998, ya sin el botón de pánico político debajo de la mesa, Yabrán sentía la lumbre de la justicia bien próxima inflamando en cada ir y venir sus ojos polares. Soltó las fichas, se incorporó desesperado, intentó escapar. Era tarde. Alfredo Yabrán: autor intelectual del crimen de José Luis Cabezas. El 20 de Mayo, el juez Macchi dictaba la orden de captura internacional contra el empresario. La prensa se empachaba de la trama y la política lo seguía por televisión con las manos limpias. Yabrán hizo su confesión muda volándose la cabeza con una escopeta en su estancia San Ignacio, situada entre Concepción del Uruguay y Gualeguaychú. Y claro, después todo fue sospecha. Que estos tipos no se matan. Que el desfigurado era otro. Que está en Miami con nombre falso y rostro nuevo.
Ustedes sigan mirando muchachos, tal vez sigue ahí en el cono de sombra, ejercitando su chip twirl, paladeando un single malt. Pero, si lo ven, mejor no le saquen fotos. Guarden la cámara. Y corran.
Matías Manuel Ianovsky