La gran mentira

9 abr. 2014 - de George Bush acerca de afganistán, la es- tafa de Enron, curas paidófilos y .... Esa es la historia que motiva a Gibney a hacer su documental.
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Ezequiel Fernández Moores para La NaCIoN

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os ojos de Lance armstrong se congelan en la tele. Muerde. Clava las mandíbulas. Traga saliva. Sus rivales, confirma la pantalla, ya son más veloces. Sabe que es el final. “No aguanto perder, porque eso –había dicho antes– es igual a morir.” Minutos después, ya consciente de que no ganará, mira al director y le dice: “Te jodí el documental. perdoname”. alex Gibney le dice que no se preocupe. No sabe lo que se viene. Gibney, que filmó documentales sobre las mentiras de George Bush acerca de afganistán, la estafa de Enron, curas paidófilos y WikiLeaks, todavía cree en el retorno limpio de armstrong, el sobreviviente de cáncer, siete veces campeón, y que en 2009 vuelve al Tour de Francia. El ciclista no gana, pero la heroica subida final al Monte Ventoux, con vientos cruzados y lluvia, superando a rivales que podrían ser sus hijos, emociona a todos. Es un final épico y Lance, de 38 años, sube tercero al podio. “En ese momento –dice el director, mientras la imagen lo muestra eufórico con sus colaboradores–, en esa maldita montaña, yo sólo era un fan animando a Lance”. El documental se llamará The Road Back (El camino de regreso) y será narrado por Matt Damon. pero, cuando lo tiene casi listo, la agencia antidoping de Estados Unidos (Usada) desnuda la estafa. armstrong, acorralado, admite que siempre ganó dopado y Gibney tiene que rehacer todo. El nuevo documental, una joya que el Bafici presentará este fin de semana, se llama La mentira de Lance Armstrong. “obviamente –me dice Gibney desde Estados Unidos– que yo no era completamente ingenuo, imaginaba que Lance podía haber tomado algo entre 1999 y 2005 porque ganaba cuando todos se dopaban, pero tenía mis motivos para pensar que volvería limpio. Fue duro saber que me estaba mintiendo de modo tan descarado”. acorralado en 2013 por Usada, armstrong terminó admitiendo a oprah Winfrey que ganó dopado los siete Tours. Una anécdota –contada por la periodista Juliet Macur en su libro reciente Cycle of Lies (Círculo de mentiras)– grafica la fama de omnipotencia que siempre rodeó a armstrong. En la mansión ya vendida de austin, que costó 10 millones de dólares, armstrong pagó otros 200.000 dólares para remover un viejo roble al frente de la casa. “Sus amigos –dice Macur– bromean diciendo que armstrong, que es agnóstico, proyectó el cambio del

| Miércoles 9 de abril de 2014

La gran mentira árbol para probar que no precisaba a Dios para mover el cielo y la tierra”. Macur sugiere que el doping comenzó mucho antes de lo que todos suponen. accedió a 26 horas de grabaciones inéditas de armstrong. Fueron realizadas por John Tomas Neal, muerto de cáncer en 2002, ex masajista y asistente, casi el padre que Lance nunca tuvo. Los registros hablan de un armstrong que ya en 1991 se sentía impune porque era el mejor ciclista juvenil de Estados Unidos. Tiempos de Epo e inyecciones en las venas. El masajista siguiente, el belga John Hendershot, un rey del doping, también admite a Macur que el doping de Lance tiene vieja data. Gibney, entonces, exige a armstrong que vuelva a hablar ante cámaras para el documental que ahora debe rehacer. “No viví muchas mentiras, pero viví una enorme”, concede Lance. El nuevo documental de Gibney retoma con imágenes de 1996, Lance en camilla, antes de ser operado. Hay placas del cáncer de testículos que subió primero a los pulmones y luego al cerebro. “Soy un artículo dañado”, dice Lance a la cámara. Cirugía de quince centímetros. Cincuenta por ciento de chances de sobrevida. “Haga lo que haga, nada será tan doloroso como eso”, cuenta luego, sin pelo, en pleno proceso de quimioterapia. Y luce feliz cuando vuelve a subirse a una bicicleta. “Los niños –añade– adoran las bicis, porque es la primera vez que son completamente libres”. “¡Qué regreso! Nunca creí que esto sucedería”, grita un relator cuando, tres años después, armstrong gana sorpresivamente el Tour de 1999. “Esto es increíble”, exclama otro cuando lo ve superar al escalador italiano Marco pantani en el Tour de 2000. “Nunca he visto nada parecido”, dice la TV tras una caída en el Tour de 2003, de la que Lance se rehace y pedalea sin sentarse, para atenuar el dolor. Es Superman. Hay banderas de Estados Unidos. patrocinadores en masa. Y, en medio de un ciclismo conmovido por casos de doping, el rechazo categórico de Lance a Larry King y a quienes ya entonces sospechan que su historia es demasiado bonita para ser verdad. “Lo último que diré –afirma victorioso en el podio de su último triunfo, en 2005– es que me dan lástima los escépticos porque no pueden soñar y porque no creen en milagros”. Uno de los que no creían era el periodista David Walsh: “Lance –dice en el documental– era la figura más romántica en la historia del deporte”. “El vocero de los

sobrevivientes de cáncer”, como lo define otro periodista, decide volver en 2009. Busca dinero para su Fundación, de la mano del ex presidente Bill Clinton, y se allana al “más riguroso programa antidoping” para aventar definitivamente todas las sospechas. Esa es la historia que motiva a Gibney a hacer su documental. Tras el escándalo, Gibney duda de todo. Hasta sospecha que Lance se dopó con autotrasfusión de sangre antes de aquella heroica subida de 2009 al Ventoux. Imágenes notables muestran la “brutalidad” del Tour. “Ciclistas de clase obrera dispuestos a sufrir por unos dólares de patrocinadores”. El filme habla de los “domestiques”, los “sirvientes” que corren delante del líder de equipo para frenarle el viento. De “cuerpos estresados de maneras no naturales”. Y del doping casi como único modo “para aminorar el dolor y trascender los límites”. Y convertirse en conejillos de indias de médicos como el italiano Michele Ferrari, el hombre que sacó provecho de un armstrong poscáncer para trasladar la carga de sus músculos debilitados al corazón, los pulmones, la sangre. “a Lance –dice el periodista Daniel Coyle– lo acabó su impulso de aplastar, de dominar”. “Esta –añade otro colega– no es una historia de doping, sino de poder”. Estallan las confesiones de ex compañeros de equipo que dicen haber visto a Lance inyectándose ante sus propios ojos. “a un tiroteo –dice la voz

en off– no llevas un cuchillo. Y el Tour era una pelea a balazos”. Lance trata públicamente de “putas” y “borrachos” a mujeres y hombres que lo acusan. Y le dice a un periodista que había escrito que él era “un cáncer para el ciclismo”: “Vos valés menos que la silla en la que estás sentado”. Lance acusa a patrocinadores de haberse enriquecido con sus triunfos y abandonarlo luego. otras imágenes lo muestran abrazado por ancianos y consolando a niños que sufren cáncer. “Que los críticos digan lo que quieran, no vuelvo por ellos”, dice Lance en un spot de la TV, mientras corre por un campo de amapolas. aparecen escenas conmovedoras de enfermos que luchan por recuperarse. “Just do it”, cierra el comercial. El documental, que también ofrece pruebas de la complicidad de la Unión Ciclista Internacional (UCI), tiene otro momento tremendo. Cuando médicos antidoping de distintos organismos coinciden de modo casual en junio de 2009 en su casa de aspen para someterlo a dos controles sorpresivos y Lance firma las bolsas con sangre delante de sus propios hijos. “¿por qué te sacás sangre, papá?”. para mi trabajo, responde Lance a su hijo. Y el niño dice a la cámara: “Su trabajo es sacarse sangre”. No –le precisa Lance–, mi trabajo es dar sangre”. “¿Vendrán también a la pieza de arriba, donde está mi novia amamantando?”, pregunta furioso a los médicos. “Caí en la oscuridad/ Estoy perdido y solo… perdóname preciosa, no lo haré nunca más/ pero yo siempre tomé el camino más largo a casa”, canta Tom Waits sobre el final. “Lance –cuenta el propio Gibney– nos engañó a todos, pero es justo decir que todos estábamos dispuestos a ser engañados. Los sobrevivientes de cáncer, los reporteros, los patrocinadores. Yo mismo. preferimos la hermosa mentira a la fea verdad”. “La dura verdad –escribió The Guardian sobre el documental– es que, de no haber estallado el escándalo, Gibney, sin proponérselo, podría haber sido el defensor más prestigioso del mentiroso. Bueno –cierra el diario británico–, puede sucederle a cualquier periodista”.ß ILUSTRACIÓN: @domenechs