La Francotiradora Debí haberme ido cuando pude

una marca de labial que no ha advertido en su mejilla, sonríen al ver el programa, tal vez es la obra número cien que van a ver juntos… y quizás tengan cinco hijos y doce nietos con los que almuerzan cada semana, eso sí, nunca los pueden juntar a todos al mismo tiempo, se ven felices, sería bonito que los dos murieran ...
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La Francotiradora

Debí haberme ido cuando pude, hace diez años atrás, cuando la cordura me hubiese impedido encaramarme hasta estas vigas para apuntarle a la cabeza. Un paso en falso me hace tambalear, pero los años de oficio impiden que de mis movimientos salga algún sonido. Me acomodo entre los focos mientras observo al mar de inocentes que respira debajo de mí. Apunto al azar, a cualquier objetivo, mi víctima se esconde entre el hedor a viejo fermentado que hay en el teatro, todavía no la puedo reconocer, mientras tanto, me divierto sentenciando a cualquier valiente que sea capaz de soportar dos horas de ópera. De fondo puedo divisar a un matrimonio, se toman de las manos, el hombre tiene una marca de labial que no ha advertido en su mejilla, sonríen al ver el programa, tal vez es la obra número cien que van a ver juntos… y quizás tengan cinco hijos y doce nietos con los que almuerzan cada semana, eso sí, nunca los pueden juntar a todos al mismo tiempo, se ven felices, sería bonito que los dos murieran hoy, así no tendrían que llorar la falta del otro y finalmente podrían reunir a toda su familia. El polvo golpea mi cara cada vez que respiro, cuando es mucho, me sofoco con mis manos hasta que el hormigueo cede, intento concentrarme pero el olor de la tierra y el retumbar de los instrumentos me hace flaquear, apunto hacia ellos unos minutos e imagino disparando hacia sus manos para callarlos. Javier, tramoya y cómplice, señala con su mano un balcón de enfrente, ahí estaba Rafaela, su nariz prominente no pasaba desapercibida, por más que intentara que compitiera con su peinado. No sé mucho de ella, salvo que es la hija bastarda de un poderoso y que está causando problemas, no me importa si mañana tiene que hacer un trámite, si dejó las puertas con llave o si hay alguien que la espera al llegar a casa, y para ser sincera, la odio antes de conocerla. Me coloco en posición de ataque, enfoco con mis ojos, estoy lista, pero una parte de mi desearía que alguien me descubriese, me detuviera, me tirara por estas vigas y

acabara con todo para así poder tener una excusa y no decir que simplemente soy una esclava de mi buena puntería. Miro al fondo y veo al matrimonio de cinco hijos y doce nietos murmurando, están bebiendo algo a escondidas, tomo el rifle y los apunto, quiero verlos mejor, la mujer está manchada con vino y su marido intenta limpiarla en vano, sus manos chocan torpes por el movimiento de sus risas, no los puedo escuchar, intento imaginar cómo es ese sonido. La mujer todavía no percibe el labial de la mejilla de su marido, no puedo evitarlo y sonrío. Un acomodador del teatro bota los últimos programas de la noche al basurero. La gente comienza a guardar silencio. Javier atenúa las luces mientras “El Holandés Errante” sale a escena. Dejo mi rifle de lado, la función va a comenzar.