Espectáculos
Jueves 30 de agosto de 2007
LA NACION/Sección 4/Página 3
La excelencia de Bourne Excelente
✩✩✩✩✩ Bourne: el ultimátum (The Bourne Ultimatum, Estados Unidos/2007). Dirección: Paul Greengrass. Con Matt Damon, Julia Stiles, David Strathairn, Joan Allen, Scott Glenn, Paddy Considine y Albert Finney. Guión: Tony Gilroy, Scott Z. Burns y George Nolfi, basado en la novela de Robert Ludlum. Fotografía: Oliver Wood. Música: John Powell. Edición: Christopher Rouse. Diseño de producción: Peter Wenham. Producción hablada en inglés, francés, italiano, árabe, ruso y español con subtítulos en castellano y presentada por UIP. Duración: 111 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Entre las múltiples proezas que consigue el eximio director británico Paul Greengrass (Domingo sangriento, Vuelo 93) hay una que sobresale especialmente en medio de la muchas veces innecesaria acumulación de sagas con la que suelen bombardear los estudios de Hollywood: si bien hace tres años ya había logrado que la segunda entrega de esta saga (La supremacía Bourne) superara en calidad a la digna película inicial que había rodado Doug Liman, ahora redobla la apuesta y consigue que Bourne: el ultimátum no sólo supere a sus dos predecesoras, sino que además se constituya en una obra maestra incluso dentro del corsé que significa trabajar hoy en el cine a gran escala un thriller de acción sobre los abusos del Estado en estos tiempos de paranoia frente a la amenaza del terrorismo global. Mucho se ha comparado la saga de Bourne con la de James Bond, e incluso con la reciente Duro de matar 4.0, otro tanque que describe a pura adrenalina las consecuencias de un terrorismo apoyado en el poder de las nuevas tecnologías. Pero las asociaciones, en ambos casos, se terminan muy rápidamente: aquí no hay espíritu lúdico, concesiones ni ironías que valgan. Bourne: el ultimátum es una película que se toma muy en serio a sí misma y que apunta –como lo hizo con menos logros también Syriana– a desnudar los riesgos que implica el uso abusivo de la inmensa maquinaria de vigilancia montada por el gobierno estadounidense en todo el mundo para combatir a sus enemigos. Virtuoso de la puesta en escena (con un impecable uso dramático de la cámara en mano), sólido narrador (con un trabajo del montaje seco y vertiginoso que no cae jamás en el desdén de tanto videoclip), experto en la generación y sostenimiento de la tensión y del suspenso, Greengrass se diferencia de cualquiera de los buenos artesanos que abundan en la industria norteamericana porque sabe construir escenas de acción que escapan del exhibicionismo y la espectacularidad fácil para impactar emocionalmente en la intimidad del espectador, porque –como ya lo había demostrado en Vuelo 93– no tiene pruritos a la hora de desarrollar de forma punzante e impiadosa las aristas políticas y la mirada ideológica de sus películas y, lo que es aún más importante, porque es capaz de dotar a su héroe de una dimensión trágica, noble y profunda de la que suelen carecer la inmensa mayoría de protagonistas unidimensionales de las superproducciones hollywoodenses. En este sentido, más allá de la hábil conducción de Greengrass, hay un enorme mérito en el trabajo de Matt Damon, capaz de abandonar
CDI
Gabriele Muccino fluctúa entre distintas historias
Entre la crítica social y los lugares comunes Regular
✩✩ Ricordati di me (Idem, Italia-FranciaGran Bretaña/2003, color; hablada en italiano). Dirección: Gabriele Muccino. Con Fabrizio Bentivoglio, Laura Morante, Monica Bellucci, Nicoletta Romanoff, Silvio Muccino. Guión: Gabriele Muccino y Heidrun Schleef. Fotografía: Marcello Montarsi. Música: Paolo Buonvino. Edición: Claudio Di Mauro. Presentada por CDI. 122 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años, con reservas.
Bienvenidos a la familia Ristuccia. Los cuatro duermen todavía mientras la cámara recorre el cómodo piso donde viven y una voz en off anticipa todo lo que puede ir sospechándose de ellos a medida que se presentan. Aquí padres e hijos, igualmente atribulados por la rutina, la frustración, la inseguridad o el descontento, andan buscándose en el espejo o en la mirada de los otros. No importa ser, lo que importa es ser visto, ser reconocido. El padre, Carlo, enterró en la rutina matrimonial y laboral sus sueños de escritor, aunque todavía tiene por ahí un libro sin terminar. En la madre, Giulia, aún palpita la aspiración a ser actriz. La hija adolescente, Valentina, se sabe dueña de la belleza suficiente para hacerse un lugar en la TV y allá va, decidida. Su hermano, Paolo, no tiene objetivos claros ni vocación: sólo quiere ser visto por la chica que ama. Los Ristuccia hablan poco y casi a los gritos para superar el barullo de la TV o la música constante. El vacío de sentimientos es perceptible. Se diría que la vida familiar está en piloto automático. Alguien habla por ahí de la banalidad consciente de la sociedad. Otro define: “Somos el simulacro de la pequeña burguesía”. Quizá los Ristuccia son sólo eso: el simulacro de una familia real, el retrato crítico y maniqueo de una sociedad que ha perdido las ilusiones.
Si todo ese estado de ánimo, los nombres de Carlo y Giulia y el ambiente de clase acomodada suenan familiares es porque remiten a El último beso: no es desatinado suponer que Gabriele Muccino ha vuelto, sin proclamarlo, a los personajes que le dieron tanto éxito y que quizá ya prolongaban la historia de los adolescentes de Ahora o nunca. Al realizador le sobra habilidad para manejar una cámara que nunca se queda quieta, inteligencia para elegir a sus actores y extraer lo mejor de ellos (Bellucci incluida) y astucia para disfrazar de mirada penetrante y acusadora los lugares comunes que acumula. Aquí sigue de cerca los pasos de sus cuatro personajes: Carlo, que cree vislumbrar una luz cuando se le da la posibilidad de revivir un antiguo amor; Giulia, que aun muerta de miedo se atreve a subir al escenario; Valentina, que no repara en medios para obtener su lugarcito en un grotesco show de TV, y Paolo, que apenas atina a organizar una fiesta bien provista de marihuana para recuperar la atención de su chica. Tras el previsible estallido hay un oportuno incidente que volverá las cosas a su lugar, no sin que se sugiera que todo está listo para que el ciclo se repita. Muccino va de una historia a otra, alternando toques farsescos o satíricos, críticas no muy sutiles y muchos, muchos clímax que se suceden buscando retener la atención del espectador y apenas consiguen evocar el formato de una miniserie. La deliberada sobredosis de agitación en la cámara y de música en la banda sonora quiere sugerir el vértigo superficial que domina estas vidas, pero también puede resultar fastidiosa. Lo mejor está en los actores –Laura Morante la primera–, que consiguen dotar de espesor humano a personajes que son apenas tipos movidos como marionetas por el autor.
Fernando López
UIP
Matt Damon le pone el cuerpo al agente amnésico y no para de correr durante toda la película
la presencia testosterónica de tanto héroe de acción para transmitir no ya en artificiales líneas de diálogo sino en las muecas de su rostro, en su mirada triste y agobiada, las miserias de este personaje amnésico convertido por la CIA en una máquina de matar y devenido en un fugitivo sin memoria ni vida propia (hasta su novia fue asesinada) hasta transformarse en un bumerán para los propios jefes de la inteligencia, que aquí están dispuestos a todo con tal de eliminarlo. La película –como suele ocurrir con el cine de espías a escala in-
ternacional– se pasea por medio planeta (Moscú, Torino, París, Londres, Madrid, Tánger, Nueva York), pero aquí estamos muy lejos del simple regodeo turístico, ya que en cada ciudad hay por lo menos una escena decisiva en el desarrollo de la trama. Una de ellas –ambientada en plena estación londinense de Waterloo atestada de gente– es sencillamente prodigiosa. Una clase magistral sobre las posibilidades del arte cinematográfico. Algunos podrán encontrar el desenlace un poco simplista y algo concesivo, pero aun asumiendo
esa posibilidad no deja de ser muy efectivo. De todas formas, es Bourne: el ultimátum la consagración definitiva de Greengrass como uno de los directores de punta en el mundo del espectáculo y de Damon como un actor sin techo y cada vez con mayores facetas para desplegar. Por todo esto, una producción hollywoodense deja, después de mucho tiempo, una sensación que ya no sólo es de satisfacción, sino, por momentos, también de euforia.
Diego Batlle
Pantalla chica TRABAJO EN VARIOS CANALES
Murió Alberto Martínez, un hombre de los medios ■ Falleció Alberto Carlos “el Gallego” Martínez. Pionero de la TV, había nacido en Buenos Aires el 25 de marzo de 1933, y trabajó como director de cámaras en el viejo Canal 7. En Mar del Plata fue cofundador de Canal 10; gerente comercial y artístico de LU6, y titular de Canal 8. Dirigió también Canal 9 de Río Gallegos y fue director personal de
cámaras del general Juan Domingo Perón, a quien acompañó en su famoso viaje al Paraguay, en 1974. Integró el seleccionado de rugby de Capital Federal y jugó varios años en primera división en Obras Sanitarias y Banco Hipotecario como hooker. Deja tras de sí el cariño de su mujer, sus tres hijos y cinco nietos, para quienes siempre será su entrañable “abuelo Beto”. Sus restos fueron cremados en el cementerio de Pereira Iraola por su indicación expresa.